Nota! hola! Pues, esta es una historia basada en el libro, "El mundo encantado de Ela" de Gail Garson Levine. Y los personajes son de la rubia, ósea, ya saben escribo sin lucro…
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Lockhart, esa hada tonta, no quería echarme una maldición, sino otorgarme un don. Yo no paré de llorar durante mi primera hora de vida, y aquellas lágrimas fueron su inspiración. Miró a mi madre, moviendo la cabeza con aire cómplice, tocó mi nariz con su varita y dijo:
Mi regalo será la obediencia. Ginny será siempre obediente. – Y tras anunciar aquello se dirigió a mí ordenando-: Ahora deja de llorar de una vez.
Y dejé de llorar.
Papá estaba afuera como de costumbre, en viaje de negocios, pero Tonks, nuestra cocinera, lo presenció todo. Ella y mi madre intentaron convencer a Lockhart de que su regalo era horrible. Puedo imaginarme la escena: Tonks con sus pecas resaltando más que nunca, su cabello rosado y más despeinado que nunca, y la barbilla temblándole de rabia. Mamá en cambio, inmóvil pero tensa, su cabello pelirrojo empapado de sudor tras el parto, los ojos llenos de tristeza.
Lo que no puedo imaginarme es qué aspecto tendría Lockhart, que se empeñó en no deshacer el hechizo.
La primera vez que fui conciente de mi desgracia fue cuando cumplí cinco años. Recuerdo perfectamente aquel día, quizá porque Tonks me lo ha contado muchas veces.
-Para tu cumpleaños – empieza siempre diciendo – preparé un hermoso pastel de seis pisos. Augusta, nuestra ama de llaves, había cosido un vestido especial para ti. Azul oscuro como la noche, tu no eras muy alta par tu edad, y parecías una muñeca china, con una cinta blanca en es pelo tan rojizo que tienes y las mejillas coloradas de la emoción…
En el centro de la mesa habia un jarrón con unas flores que Neville, nuestro criado, había recogido.
Estábamos sentados a la mesa. Papá estaba fuera, como siempre. Yo habia visto ilusionada a Tonks hornear el pastel, a Augusta coser mi vestido y a Neville recoger las flores del jardín.
Tonks partió el pastel, me ofreció un trozo y dijo:
-Come.
El primer bocado me supo delicioso. Me comí todo el trozo contentísima. Cuando acabé Tonks me dio otro pedazo, aun más grande, y cuando lo termine no me dieron más, pero yo sabia que tenía que seguir comiendo y acerque el tenedor al pastel.
-Ginny, ¿qué estas haciendo? – me regaño mamá.
-¡Qué tragona eres! – comentó Tonks, riendo-.
Es su cumpleaños, señora, déjele tomar cuanto quiera. – Y me sirvió más pastel.
Me sentía mal, asustada, ¿Por qué no podía dejar a de comer?
Me costaba mucho tragar, y cada bocado que daba se hacia más difícil de masticar que el anterior. Entonces me puse a llorar, sin dejar de comer.
Mamá se dio cuneta en seguida.
-Deja de comer, Ginny – me ordenó, y yo obedecí.
Cualquiera podía controlarme con una orden. Tenía que ser algo directo, como Ponte una bufanda , o Vete a la cama . Un deseo o una sugerencia no tenían efecto: Me gustaría que te pusieras una bufanda , o ¿Por qué no te vas a dormir? . Entonces era libre de hacer caso omiso. Pero ante una orden estaba totalmente indefensa.
Si alguien me hubiera mandado que me cortase la cabeza habría estado obligada a hacerlo. Vivía en constante peligro.
A medida que me fui haciendo mayor aprendí a controlar mi obediencia, aunque me salía muy caro porque a menudo me quedaba sin aliento, sentía nauseas, vértigo y malestar. Nunca podía aguantar mucho tiempo. Unos pocos minutos ya eran una victoria para mí.
Tenía un hada madrina, a la que mamá había pedido que me librase del maleficio. Pero ella decía que solo quien lo habia hecho podía deshacerlo. Sin embargo, también habia dicho que el encantamiento podía romperse, algún día, sin la ayuda de Lockhart.
Yo no sabía como podía pasar eso, ni tampoco quien era mi hada madrina.
En lugar de hacerme dócil, la maldición me hizo muy rebelde. O quizás era mi carácter por naturaleza.
Mamá casi nunca me obligaba a hacer nada. Papá no conocía la maldición, y además me veía tan poco que casi nunca se dirigía a mí. Pero Tonks sí que era mandona. Me daba órdenes casi con la misma frecuencia con la que respiraba. Órdenes cariñosas, y siempre por mi bien: Ata esto, Ginny , o Aguanta este cuenco mientras bato los huevos, cariño .
Yo odiaba aquellas órdenes, a pesar de que eran inofensivas. Sostenía el cuenco, sí, pero no dejaba de moverme para que Tonks tuviera que seguirme por toda la cocina.
Ella me llamaba traviesa, y entonces trataba de darme órdenes más precisas para que no pudiera tergiversarlas tan fácilmente. A menudo era muy complicado que lográramos hacer algo juntas, y mamá se reía cuando nos veía discutir.
Al final todo terminaba felizmente, porque o bien yo hacia lo que pedía Tonks o bien ella sustituía la orden por una petición.
Si Tonks, distraída, me pedía algo sin caer en que estaba dándome, yo decía: ¿Tengo que hacerlo? , y entonces ella lo reconsideraba.
Cuando tenía ocho años tuve una amiga que se llamaba Carolina, la hija de una de nuestras criadas. Un día estábamos las dos en la cocina mientras Tonks hacia un roscón. Tonks me mando que fuera a la despensa a buscar más arequipe y yo volví solo con un poco. Entonces me dio instrucciones mas precisas, y me las volví a arreglar para no hacer exactamente lo que me pidió.
Más tarde, cuando Carolina y yo volvíamos al jardín a tomar el dulce, me pregunto por que no habia hecho lo que Tonks me habia pedido.
-Odio que se ponga tan mandona – respondí.
-Yo siempre obedezco a los mayores – dijo Carolina tímidamente.
-Lo haces porque no estas obligada.
-Claro que lo estoy, sino papá me castigaría.
-No es lo mismo para mí. Yo estoy hechizada –explique, dándome importancia porque los hechizos no eran frecuentes y Lockhart era una de las pocas hadas que podían realizarlos.
- ¿Eres como la bella durmiente?
-Con la diferencia de que yo no tengo que dormir durante cien años.
- ¿Cuál es el hechizo que sufres? – me preguntó.
Yo se lo explique.
¿Siempre que alguien te de una orden tienes que obedecer? ¿Incluso si te la doy yo? – preguntó entonces.
Hice un gesto afirmativo con la cabeza.
¿Puedo probar? – exclamó Carolina, entusiasmada con la idea.
No – respondí airada-, pero te reto a una carrera hasta la reja.
De acuerdo, pero te ordeno que pierdas.
Bueno, entonces no correré.
Te ordeno que corras y que pierdas la carrera.
De modo que corrimos y perdí.
Luego recogimos moras y tuve que darle a Carolina las más dulces y maduras. Jugamos a las princesas y los ogros, y me tocó ser el ogro.
Después de una hora de suplicio no lo resistí más y le di un puñetazo. Carolina se puso a llorar cuando vio que le salía sangre de la nariz.
Nuestra amistad terminó aquel día, y mamá encontró otra colocación para la madre de carolina lejos del Valle de Godric, nuestra ciudad.
Después de castigarme por haberme peleado, y aunque solía darme órdenes, mamá me dio una muy importante: No cuentes nunca más a nadie lo de tu hechizo.
De todas formas no lo hubiera hecho, pues acababa de aprender que debía ser precavida al respecto.
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Cuando tenia casi quince años, mamá y yo nos pusimos enfermas. Tonks nos dio su sopa curativa, hecha de zanahorias, apio y crines de unicornio. Era deliciosa, aunque ambas odiábamos aquellos pelos largos y amarillentos que flotaban entre las verduras. Como papá no estaba en el valle de Godric tomamos la sopa sentadas en la cama de mamá. Si él hubiera estado en casa no habría podido quedarme en la habitación de mis padres. No le gustaba verme cerca, enredándome entre sus piernas, como solía decir él.
Me tomé la sopa, crines incluidas, porque así me lo habían ordenado, pero hice muecas a Tonks para mostrarle mi disgusto, cuando ya se retiraba.
Esperaré a que se enfríe – dijo mamá
Después, cuando nos quedamos solas, retiró las crines para tomarse la sopa, y cuando terminó volvió a dejarlas en el plato.
Al día siguiente yo me encontraba mucho mejor, pero mamá, en cambio, estaba más enferma, tanto que no podía comer ni beber nada. Decía que era como si tuviera un cuchillo clavado en la garganta y un martillo golpeándole la cabeza. Para aliviarla un poco de su malestar le puse compresas frías sobre la frente y le conté cuentos. Eran viejas historias de hadas que yo modificaba para distraerla y hacerla reír, aunque a veces su risa se convertía en una horrible tos.
Antes de que Tonks me mandara ir a la cama mamá me besó y dijo:
Buenas noches. Te quiero, cariño.
Fueron las últimas palabras que me dirigió. Cuando me marchaba, oí lo último que le dijo a Tonks:
No me encuentro tan mal como para que avises a sir Lucius.
Sir Lucius era papá.
A la mañana siguiente mamá deliraba. Daba instrucciones a invisibles cortesanos, con los ojos abiertos, e intentaba arrancarse del cuello su collar de plata. No nos reconocía ni a Tonks ni a mí.
Neville, nuestro criado, fue a buscar al médico, quien nada más llegar me aparto del lecho de mi madre.
Salí de la habitación y el vestíbulo estaba vacío. Seguí andando hasta la escalera de caracol que lo presidía y baje por ella, recordando las veces que mamá y yo nos habíamos deslizado por la barandilla. Nunca lo hacíamos si había alguien cerca.
- Tenemos que comportarnos con dignidad – me susurraba ella entonces, mientras bajaba la escalera de forma ceremoniosa, y yo la seguía de cerca, imitándola y luchando contra mi torpeza natural, feliz de tomar parte en aquel juego.
Pero cuando estábamos solas preferíamos deslizarnos, y gritábamos mientras bajábamos. Luego subíamos de nuevo para volver a bajar, una y otra vez.
Cuando llegué al final de la escalera abrí la puerta de entrada y salí a la brillante luz del día. Había un largo trecho hasta el viejo castillo, pero yo quería formular un deseo. Y quería hacerlo en el lugar adecuado para que se cumpliera.
El castillo había permanecido abandonado desde que el rey James era pequeño, aunque volvía a abrirse en ocasiones especiales, como bailes, bodas y demás celebraciones. Augusta decía que estaba encantado, y Neville que era un nido de ratones. Los jardines del castillo estaban bastante descuidados, pero Augusta aseguraba que los árboles candelabro eran mágicos.
Fui directamente hacia la arboleda. Se trataba de unos árboles pequeños que habían sido podados, y a los que les habían puesto unas guías para que tomaran forma de candelabros cuando crecieran. A cambio de formular un deseo, era necesario hacer una promesa, así que cerré los ojos y dije:
- Si mamá se cura seré no sólo obediente, sino también buena. Trataré de no ser tan torpe y no le tomaré el pelo a Tonks.
En aquel momento no pedí que mamá conservara la vida, ya que no se me ocurrió que pudiera estar en peligro.
