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Perdido en una neblina dulzona, Harry era incapaz de decir a ciencia cierta en dónde estaba o qué hora era. Sin embargo escuchaba sonidos no muy distantes con toda claridad. Como entre sueños, le pareció que viajaba entre la negrura hasta topar con una luz grisácea extrañamente fría. Debajo de ella había un pequeño resplandor igualmente plateado en un círculo de color rojo brillante y en el interior del círculo, se veía una estrella de cinco puntas en verde vivo. Los murmullos se repetían constantemente y cada vez que se escuchaban, la luz que envolvía la pequeña mancha plateada se hacía cada vez más cálida. La voz le resultaba familiar... muy conocida, y por alguna razón que no lograba recordar, profundamente desagradable....

Malfoy.

Todo empezaba a tener sentido de nuevo. 'Maldito miserable' maldijo para sí 'lo tenía todo planeado. Se irá sin nosotros.' Intentó moverse y cayó en cuenta de que ninguno de sus miembros reaccionaba ante estímulo alguno de su mente. 'Algún sedante.... nunca debí confiar en él...'

Las palabras se repetían constantemente y entre mayor conciencia lograba su embotada mente, menor sentido tenían. Escuchó con atención. 'Latín... un hechizo...' Por alguna razón que no supo definir, supo que se trataba de magia negra y muy antigua. 'Si tan sólo pudiera saber qué hace o qué dice, podría intentar averiguar qué pretende...' Se concentró en el vago sonido de las palabras hasta que una de ellas llegó a sus oídos con toda claridad: "Hermione"

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Miró el reloj. Faltaban menos de 3 horas para la media noche del segundo día. Se dirigió a su habitación y sacó de entre sus ropas el libro que encontró entre las pertenencias de Hermione, lo revisó con rapidez y lo ocultó dentro de su capa. Sacó una varita de su bolsillo –probablemente la de Harry- y se miró al espejo una última vez antes de utilizarla para hacer una incisión en su brazo izquierdo, justo debajo de la marca oscura de sus días de mortífago. La sangra, roja y tibia, empezó a fluir por la herida. Hizo aparecer un pequeño frasco y recolectó allí la sangre. En cuanto el pequeño frasco se llenó, lo tapó con corcho y bajó a la despensa. En el camino utilizó la varita para desaparecer la lesión.

La despensa estaba en una pequeña puerta no muy lejos de la alacena. La puertecita de madera estaba bien disimulada en la pared, y un observador casual difícilmente la hubiera visto, no así Draco. Entre los condimentos encontró lo que buscaba: hierba del diablo, romero y un poco de belladona. A pesar de que disponía de las dos varitas de sus celadores, no quería arriesgarse a que las cosas salieran mal. La vida de Hermione estaba en juego. En medio de un círculo de sal colocó el pequeño frasco, puso las hierbas en las esquinas de acuerdo al tradicional esquema de la estrella de cinco picos, y dibujó en el centro, justo debajo del frasco, un ojo. Durante unos minutos se dedicó a preparar el pequeño frasco para su misión, por medio de la magia antigua de la tierra y algunos encantamientos tan viejos que los libros no mencionaban. Finalmente lo levantó del suelo y lo guardó en su bolsillo. Sobre la ropa se puso una túnica negra y finalmente, la capa. Revisó rápidamente el libro: estaba lleno de anotaciones al margen en su elegante manuscrita, lo cerró y lo estrechó con fuerza entre sus manos.

Observó por lo que él creyó sería la última vez, la acogedora casa de su custodio. Paseó la mirada entre los libros apilados y las tazas rotas, la habitación oscura y los durmientes en el suelo. No estaban del todo indefensos, tenían la chimenea y suficientes polvos flu como para comunicarse con el ministerio. En cuanto se despertaran probablemente lo buscarían para devolverlo a Azkaban. Si todo salía bien, para cuando eso sucediera, su tarea habría finalizado. Ató y amordazó a los dos Gryffindor antes de salir de la casa. Lo único que le faltaba por hacer era encontrar a la chica. Encontrar a Hermione y hacerle saber que lo lamentaba. Decirle que nunca imaginó que todo esto pasaría por compartir con él el mismo techo. Decirle que era miserable cuando no estaba. Decirle que…  la extrañaba…

Debía esconderse hasta que pudiera ir al encuentro de la joven. Le pareció que haría bien al asegurarse de que su plan funcionaría. Repasó todo el material que traía consigo, y después de un rato, faltando cerca de treinta minutos para la media noche, empezó a estudiar el libro. Escudándose en la oscuridad, se ocultó tras la tupida maleza que bordeaba el camino a la casa de Hermione. Ayudándose únicamente con la luz de la varita que llevaba, abrió el vademécum y empezó a buscar frenéticamente entre las páginas amarillentas. Finalmente lo encontró. El hechizo era de los días antiguos, cuando la magia y la vida eran una.

Repasó mentalmente las palabras y lo que debía hacer para asegurarse de que lo recordaba. Debía ir al lugar de encuentro. Recordarlo implicaba poner sal a heridas no del todo cerradas. Se había enterado de la existencia del lugar por su padre, y el que lo supiera y no lo hubiera dicho a Potter y Weasley implicaba un acto verdaderamente de traición. 'Esto es algo que debo hacer solo.' Se dijo para convencerse.

Un sonido no muy lejano sacó al joven rubio de la lectura. Malfoy levantó la cabeza escudriñando los alrededores. No parecía haber nada fuera de su lugar: la noche cerrada, las casas oscuras y la atmósfera tan sombría como sus pensamientos. Con desconfianza, iluminó el camino esperando ver si alguien lo había seguido. Ni un alma a la vista. Preocupado por la nueva variante en el peligroso juego, Draco cerró el libro sin mayor ceremonia.

Supo que en cuanto volviera a verla uno de ellos podría no volver.

Ella fue su bifurcación en el camino, y en esta difícil situación; él debía elegir entre su propia vida y la de ella. La elección no era fácil. La voz de la mente y la del corazón se confundía en una. Temía elegir mal. Pensó en las palabras de Dumbledore. Debía encontrar lo que estaba buscando...

Devolvió al libro su apariencia muggle. Mort. Recordaba haberlo visto antes con frecuencia. Era uno de los favoritos de Hermione. Qué ironía. Hurgó en sus bolsillos hasta que encontró el plumón que ella le entregara para su primera clase. Lo estrechó en su mano y contempló el libro pensativamente. Con una sonrisa triste escribió un par de palabras y escondió el libro en la arboleda protegido por hechizos flexibles, fuertes y suaves.

Con un suspiro miró el reloj. Faltaban 5 minutos para la media noche. Se ajustó la capa, devolvió el plumón a su bolsillo y desapareció en el silencio de una noche sin luna. Antes de desvanecerse, se dio cuenta de que existía una solución a su dilema, no tendría que enfrentarla, había una tercera vía... el corazón se le encogió en el pecho al pensar en que esa podría ser la única solución...

En las sombras, los tres hombres que lo seguían, se miraron antes de discutir el procedimiento a seguir.