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Pasar desapercibido entre los muggles no fue una tarea tan complicada como podría parecer. Colocó a la joven durmiente en una silla de ruedas y trataba de disimular lo mucho que la despreciaba. No se encontraba en condiciones de realizar hechizos complicados y no quería llamar la atención si algo andaba mal. A pesar de que Malfoy hubiera conseguido que los dos aurores que ella había llamado se vieran 'inevitablemente atrasados', no podía dejar todo a la suerte.
El que lo vieran con una mujer "discapacitada" había conseguido que los muggles le facilitaran la entrada y salida sin preguntas y aún prestando su ayuda desinteresada. Encontraba risible el que su ingenuidad continuara cavando su propia tumba.
Subió a la mujer al tren y se dirigió al viejo hostal. Durante años, los mortífagos lo habían utilizado como un centro habitual de reunión. La única forma de llegar era conociendo el camino y sabiendo lo que se buscaba. Cerca de las 10 llegaron a la estación que estaba cerca de Essex. El páramo desierto y la noche oscura y neblinosa eran un ambiente idóneo para hacer la travesía que lo llevaría a la consumación de su plan. Miró a la mujer. Su rostro pálido contrastaba poderosamente con la cabellera oscura que caía suavemente por su espalda. Dormía apacible e indiferente a cuanto sucedía a su alrededor. Se preguntó si podría soñar y de ser así, se preguntó si sus sueños serían placenteros o si las muertes y la destrucción que había atestiguado ensombrecían su mente. Rió satisfecho. Hacía años que su conciencia había dejado de atormentarlo.
Dejó que el tiempo transcurriera. Miró el reloj con impaciencia, Malfoy llegaría en 45 minutos.
Con su ayuda, podría infiltrarse en el ministerio y sabotearlo desde adentro. Cuanto necesitaba era la varita del chico Weasley. No podrían despertarla de otra forma. Echó otro vistazo impaciente a su muñeca. La media noche aún estaba lejana y por primera vez en largo tiempo, pudo pensar en Ella.
Podía verla. El cabello negro y las facciones aristocráticas de su rostro le daban un aire misterioso; de peligro e indecibles placeres a la vez. Ella era más que una simple mujer: su diosa y su inspiración, su razón de ser... Maldecía a cualquier poder terreno o celeste que hubiera permitido que fuera arrebatada de su lado. Dirigió la vista a la joven que reposaba en la cama ajena al tormento que le infligía pensar que una mujer de su tipo pudiera estar viva y asquerosamente bien mientras la misma esencia de su vida se apagaba como una vela ante sus ojos sin que alguien intentara ayudarla.
Había llevado a su prisionera al ático del oscuro hostal. El aire rancio y pesado revelaba que el sol y el viento del verano nunca había conseguido entrar. Observó con profundo desprecio a su presa. No tenía la delicada complexión de su esposa, el porte elegante, ni los mismos ojos expresivos; pero al ver su silueta recortada contra la escasa luz que la única vela de la habitación proporcionaba, no pudo evitar notar que su etérea belleza y el semblante dulce eran un torbellino de inocencia y de seducción.
Hubiera dado lo que fuera por que la mujer en la habitación fuera Ella; por tenerla de nuevo entre sus brazos y aspirar su penetrante fragancia de jazmines. Perdido en sus divagaciones, pronto se olvidó del tiempo, y sin ser consciente de lo que estaba haciendo, estiró su mano hacia los rizos castaños de la mujer dormida. Se llevó el cabello a la nariz y aspiró con delicadeza. Manzana y mantequilla. Sorprendido por el hecho de que el nuevo aroma y aún la extraña mujer le resultaran excepcionalmente excitantes, volvió a la realidad, sólo para toparse frente a frente con un par de fríos ojos acerados que lo observaban con atención.
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Sabía que no había muchos lugares en donde pudiera estar oculto y su mejor apuesta estaba en Essex, donde una vieja casona apenas en pie sirvió alguna vez para las reuniones más importantes del alto mando de los mortífagos. Probablemente le parecería un lugar adecuado para hablar de sus planes. En un parpadeo, había dejado Yorkshire y se encontraba en la estación de aparición de Essex. Se aseguró de que estaba solo antes de proceder a esconder la varita de Ron entre sus ropas y poner la de Harry en su cinturón. Emprendió la marcha por el sendero oscuro y solitario que lo llevaría al hostal abandonado.
Una vez que franqueó el umbral, se movió con sigilo esperando poder sorprender al otro hombre. Revisó una habitación tras otra. Finalmente llegó al ático. Allí estaba. Inclinado sobre la cama podía ver el cuerpo avejentado del mismo hombre que lo enfrentó en el campo. Sintió que la sangre se le helaba en las venas al darse cuenta de que la figura que yacía en el lecho apenas iluminada por la pálida luz exterior era Hermione. La lascivia era evidente en los ojos de su captor. La deseaba. Su mente, regularmente fría y analítica se sentía extrañamente afiebrada, multitud de pensamientos se interrumpían unos a otros. Su corazón latía aceleradamente en un ritmo desconocido. Se obligó a recobrar la calma. Al llegar, su intención había sido tomar una determinación. Debía saber cuál era su lugar en la guerra que aún no terminaba. Su mano se cerró en torno a la varita que tenía en el cinturón. Sabía perfectamente que todo el tiempo había jugado con unos y con otros sin mostrar verdadera lealtad hacia ninguna de las dos partes; lo único que le preocupó era salvaguardar sus intereses y salvar el cuello para participar de otra batalla. Poder. No aprobaba de los muggles, que vivían temiendo y destruyendo aquello que no podían explicar; pero tampoco aprobaba de la masacre entre iguales que había tenido lugar desde el principio de la guerra.
Peleaba su propia batalla, lejos de la mirada paternal de Dumbledore y lejos de la malsana ambición de los pocos mortífagos que habían sobrevivido y que ahora peleaban como ratas hambrientas el liderazgo de grupo. Tomó una decisión. Jamás sería el santo que era Harry Potter.
La cercanía con el hombre al que odiaba con pasión le producía dolorosas punzadas en el brazo derecho. Su rostro impasible y sus ojos inexpresivos no traicionaron el descubrimiento de su debilidad. '¿Por qué no lo sentí antes?' La pregunta era razonable y no tuvo que pensar mucho antes de darse cuenta de que podía deberse a que no había prestado verdadera atención a nada hasta haber encontrado a Hermione y sólo las emociones fuertes como el miedo o el odio parecían desencadenar el dolor. Ahora no había nada de eso. Vacío y confusión eran todo lo que sentía.
El hombre pareció sentir su mirada y se levantó sorprendido, sus ojos traicionaban el infernal deseo que crecía en él. Draco sintió un odio indescriptible al mismo tiempo que profunda repulsión por el hombre. Por el bien de su sanidad mental, trató de controlarse.
-Veo que has llegado
El joven asintió imperceptiblemente
-¿Y bien? ¿Estás con nosotros... o con ellos?
Sus ojos se encontraron. Malfoy dejó escapar una sonrisa extrañamente escalofriante pero igualmente encantadora. Sin decir una sola palabra, le extendió una varita. Los ojos del otro hombre se iluminaron al verla.
-Sabía que volverías
Draco se encogió de hombros sin mayor muestra de emoción.
-¿Qué hay con Granger?
-Será nuestra garantía. Somos intocables. Potter es vulnerable a los encantos de una mujer, no se arriesgaría a lastimarla. – Draco se preguntó qué tanto sabrían de la realidad de Potter. El sólo pensamiento de que podría perderla ante alguien tan molesto como Harry, le hizo fruncir un poco el seño- Sabemos que le encanta jugar al héroe. En el ínterin, quizá podríamos utilizarla... con fines de entretenimiento. No es sino una sangre sucia, pero una mujer al fin y al cabo... –su sonrisa libidinosa parecía sombría- ... podríamos vengarnos. Después de todo, si no hay contratiempos esta noche, ella será la herramienta que finalmente colapse al Ministerio de Magia. Una vez que nos haya dado el poder, no podrá vivir con la culpa y la humillación. Entonces la dejaremos morir...
Draco dirigió una mirada disimulada a la mujer en la cama
-¿Ese es tu brillante plan?-su voz tenía un dejo de incredulidad y desinterés- Creo que hemos pasado por muchos problemas para obtener algo así de simple. Debe haber algo más ¿no es cierto? ¿Por qué ella? Pudimos utilizar a Potter o a Weasley. Sus puestos son más importantes.
-Eso no es de tu incumbencia. De esta forma todos tendremos lo que deseamos a la larga- la capucha continuaba ensombreciendo su rostro, pero Draco podía adivinar que escondía algo.
-¿Y qué podría ser ese algo? Ningún hombre es lo suficientemente estúpido como para renunciar a la riqueza, al poder y la gloria sin un segundo pensamiento. Lo sabes ¿no es cierto? ¡No funcionará! ¿Por qué hacerlo entonces? ¿Por qué razón podrías aceptar participar de esta charada?- Draco sonreía abiertamente y con voz suave y melosa continuó- Tal vez, la pregunta no es 'por qué' sino 'por quién'- podía ver los nudillos blancos del hombre y su respiración era cada vez más pesada. El dolor en su brazo era cada vez más punzante y prolongado- ¿Quién es ella?- El hombre contuvo el aliento y Malfoy sonrió triunfalmente y lo miró con expresión sombría- No eres el único capaz de descubrir secretos... Eres una patética excusa de Señor Tenebroso si algo tan humano como el amor puede volverte vulnerable...
El hombre bajo la capucha sentía una mezcla de furia ciega y temor indescriptible. Había olvidado la razón por la que el hijo de Lucius había llegado a ser la mano derecha del mismísimo Voldemort. No había forma de predecir su siguiente jugada, y cuando creías tener el juego sometido a tu voluntad, mostraba despiadadamente su mano ganadora. No había forma de sojuzgarlo. Nada parecía importarle.
-Si ya lo sabías ¿qué haces aquí?
La pregunta atrapó a Malfoy desprevenido. No podía decir por qué razón había asistido. No había pensado, había actuado. Se debatió por unos instantes antes de hablar.
-Simple curiosidad...
El hombre lo miró con atención. Por un momento vio la confusión en el usualmente inexpresivo rostro de joven rubio. Podría ser su carta de triunfo. '¿Es posible que sienta algo por la sangre sucia?' Sonrió para sí 'Después de todo eres humano ¿no es cierto, joven Malfoy?' Decidió jugar un poco con él y aprovecharse de ese instante de debilidad.
-Mi oferta anterior sigue en pie, si colaboras, podrás disponer de la mujer; de otra forma... yo me encargaré de ella...
-¿Qué tengo que hacer?
-Es simple. Te enviaré a una zona altamente mágica no muy lejos de aquí. Una vez que llegues, dibuja en el piso un círculo con el polvo de estas raíces –dijo entregándole un pequeño bolso de cuero-, derrama luego un poco de su sangre dentro del círculo y espera. –Consultó su reloj de doce manecillas- El ritual debe llevarse a cabo antes del amanecer y no podrás salir de la zona hasta que yo abra una brecha.- Señaló una pluma negra que se encontraba en la mesita frente a la ventana.- Este es su traslador. Toma a la mujer y vete.- Mostró a Draco la varita de Harry- Conservaré el instrumento del muchacho Weasley hasta que regreses. El traslador se activará en menos de un minuto. No puedes dudar ¿qué eliges Draco?- su sonrisa venenosa podía distinguirse vagamente.
Malfoy tomó la pluma y la puso frente a sus ojos. Acto seguido se dirigió a la cama y estrechó con fuerza la cintura de la mujer. Toda ella era suave pero fría. Luchando contra el impulso que lo llevaba a querer devolver a su gélido cuerpo un poco de su habitual calidez, miró al hombre con desdén. La familiar sensación en la boca del estómago que acompañaba al viaje lo obligó a concentrarse en mantener firmemente sujeta a su acompañante. Pronto aparecieron en el sitio destino.
La noche estaba envuelta en bruma y el aire frío de noviembre golpeaba con fuerza sus miembros cansados y doloridos. El claro estaba rodeado por un bosque oscuro y misterioso y la suave luz azul de luna iluminaba el pequeño espacio y a sus ocupantes dándoles un aire irreal. La humedad de la noche había dejado el pasto húmedo de rocío. La soledad era evidente en el páramo. No había sonido alguno que perturbara la azul soledad del lugar.
Draco observó los alrededores esperando encontrar alguna falla en el plan de su captor, pero era evidente que no podría hacer nada por sí mismo, y menos aún si tenía que llevar a cuestas el peso muerto de su compañera. Dificultosamente se desprendió de su capa y la colocó sobre el húmedo césped. Con cuidado, casi temerosos de romperla, recostó a su compañera sobre la suave tela. Tratando de no perturbar su sueño, hurgó en la prenda hasta dar con la varita de Ron y se dirigió a la mujer. Murmuró el contramaleficio sin esperar una inmediata respuesta y se sorprendió al descubrir su inmediata reacción. Sin haber despertado del todo, intentó incorporarse desesperadamente y lo único que consiguió fue perder el equilibrio con el momentum y precipitarse a los brazos de su compañero. Forcejeó para lograr que él la soltara antes de darse cuenta de quién era. Nuevamente intentó incorporarse.
-Lo siento, yo...
-No hay problema.
Ella pareció percatarse de repente del nuevo ambiente y de la hora
-¿Qué...?
-Te atrapó. Estamos en algún lugar de las afueras de Essex.
-¡Debemos escapar! ¡Hay que advertir a todos! ¡Están de vuelta! ¡Tenemos que...!
-No iremos a ninguna parte- interrumpió él con suavidad y firmeza- debes colaborar o podrías lamentarlo... Esto tomará tiempo...
Hermione lo miró atemorizada, la comprensión iluminaba su rostro.
-Estás con ellos... – su apagada afirmación parecía resumir el hecho de que se deba cuenta de la graveded de su situación. Se apartó de él sin importarle la tortura del aire helado. Levantó la mirada y lo observó desafiante- ¿Qué harán conmigo?
La conocida expresión desdeñosa bailaba en el pálido semblante de Draco Malfoy. Supo que podía contestar cualquier cosa, aún jugar con su psique, sin embargo, haciendo caso a una voz que solía ignorar la mayor parte del tiempo, decidió decirle la verdad.
-Utilizarte contra el ministerio. Eres la mayor debilidad de Potter y de Weasley.
Ella bajó la mirada por un momento. La brisa nocturna jugueteó con sus cabellos y le provocó un ligero estremecimiento al acariciar su cuerpo. El simple camisón de algodón no bastaba para protegerla del frío y la humedad del claro. Draco podía verlo pero no hizo ninguna tentativa por acercarse a ella. Hermione lo miró con una expresión vacía e indescifrable en sus ojos castaños. No podía reconocerla; no había forma de saber que estaría pensando o qué podría hacer. Se daba clara cuenta de que se sentía traicionada y vulnerable; su mirada distante y dura le produjo un dolor indescriptible.
Hermione había hecho todo lo humanamente posible por mantener su mente y corazón lejos de Draco. Había intentado apartar sus pensamientos de Malfoy. La había lastimado antes y no entendía qué la llevó a creer que no lo haría ahora. Nada había cambiado realmente. Se recriminó mentalmente su estupidez. Se había prometido a sí misma que nunca pasaría nada como lo que había pasado. Nunca tuvo la intención de que el repulsivo criminal llegara tan lejos como para lastimarla y había fallado miserablemente porque, probablemente con la firme intención de sacar provecho de ella, logró meterse en sus pensamientos. Lo más sorprendente, fue darse cuenta de que en realidad no estaba molesta con él sino consigo misma.
-Supongo que por fin tendrás lo que querías. ¿Es este el camino que eliges?- la amarga decepción ribeteaba sus palabras- El juego terminó entonces, pero antes de que procedas, quisiera saber qué te hizo llegar hasta aquí.- Finalmente levantó la mirada.
Un instante de silencio se cerró sobre ellos. Draco avanzó hacia ella sin perder el aplomo. Podía ver que la mujer temblaba, desconocía si la razón era el frío o el temor que no estaba dispuesta a confesar. Estaba muy cerca. Su barbilla estaba ligeramente arriba de su cabeza; el espacio parecía disminuir y sin embargo, ninguno parecía intentar evitarlo. Draco percibió el familiar aroma de su cabello, dulce y embriagador, casto y sugerente, un poco del olor de las manzanas silvestres, del otoño, y un poco de sí misma. Su cercanía, su fragancia, el deseo, su misterio, su genio, las sensaciones que ella despertaba en él y su apariencia querúbica embotaban su mente. Debía decírselo. Sus miradas se encontraron y él supo que estaba perdido. Se había condenado en el momento mismo en que se encontró con ella la primera vez. Con delicadeza, levantó su rostro y le sonrió con verdadera ternura. Se acercó a su rostro hasta rozar con los labios el oído de la joven y habló en voz baja:
-Sabes que estoy aquí para matarte, para devolver a los míos la gloria que han perdido y para ser el mago más poderoso que se haya visto. Quiero que mi padre se sienta orgulloso de mí... –sonrió el notar la manera en la que ella se ponía rígida- Pero no esta noche. Prolongaremos la cacería. –sonrío con amargura y añadió con un tono indescifrable- Vine a salvarte.
