-¿Harry? ¿Te encuentras bien?-inquirió el hombre con un dejo de preocupación

-¿Cornelius Fudge?¿Qué hace aquí?-Harry no cabía en sí de la sorpresa.

-En cuanto me enteré de la tragedia vine tan rápido como pude. A pesar de nuestras diferencias, Albus era un gran amigo, -Dijo mirando con tristeza el cuerpo el anciano mago- y en estos momentos, debido a la presión de las altas esferas políticas, retomaré provisionalmente el puesto de Ministro de Magia hasta que demos con el culpable de este crimen...-añadió apasionadamente

Harry guardó silencio. Las cosas estaban volviéndose particularmente confusas. ¿En qué momento había muerto Dumbledore? ¿Quién había avisado a Fudge?¿Por qué nadie lo había contactado? Y probablemente, lo más importante de todo: Malfoy... ¿Habría participado?¿Dónde estaba? Sonrió tenuemente esperando no levantar sospecha alguna y se despidió cortésmente de todos aludiendo a la 'imperiosa necesidad de comunicar la infortunada noticia a algunos conocidos'. Debía volver a la casa de Hermione, y buscar ayuda. Probablemente ella sabría en dónde empezar a buscar...

Las calles eran un hervidero de actividad para cuando llegó a Londres. Sus pensamientos aún eran confusos, y sin embargo, sabía que debía estar allí. Tomó la capa negra del respaldo de la silla y salió sigilosamente de la oscura habitación para aventurarse en los malolientes callejones de Greenwich y dirigirse a un pub olvidado en un rincón. Entró junto con una ligera brisa fresca al pútrido lugar. Ninguno de los parroquianos parecía sorprendido por su llegada. A decir verdad, parecían indiferentes a todo. Continuó caminando hacia la chimenea que quedaba oculta tras cajas polvorientas de cartón y madera. Una vez frente al conducto, tomó de su bolsillo un pequeño saco lleno de polvo y sopesándolo entre sus finos dedos, lo dejó caer al fuego. Las llamas adquirieron entonces una cualidad verdosa y extrañamente magnética. Sus labios, como controlados por alguien más, empezaron a moverse despacio formando palabras que le resultaban al mismo tiempo familiares y desconocidas. La misma voz que parecía acallar el ruido de su conciencia le indicó que debía decir dos palabras en medio de la hoguera. Avanzó lánguidamente al corazón de la chimenea y rodeado por las flamas verdes murmuró:

-Diagon Alley

La espera parecía interminable.

Neville se había marchado porque debía atender con cierta urgencia los invernaderos de la escuela. Tras asegurarle que estarían bien en su ausencia, Ron y Hermione se quedaron en la casa, tratando, cada uno a su manera, de luchar contra sus oscuros demonios. Ron trataba de no levantar la vista del rimero de pergaminos que se extendían ante él. Sabía que Hermione no estaba lejos, y a pesar de que no había dicho ni una palabra que pudiera sonar a reprimenda, su silencio pesaba como una condena. Con calculada lentitud ella tomaba diferentes libros de los montones desordenadamente apilados por toda la casa y los colocaba en su estantería correspondiente con solicitud y cuidado. Parecía estar sumida en sus pensamientos y Ron, su amigo por más de 10 años, sabía que no era un buen momento para intentar iniciar una conversación. Sin embargo, sentía curiosidad, que como una oleada caliente y pegajosa, amenazaba con ahogar cualquier otro pensamiento dentro de su cabeza, atrayendo hacia sí cada vez más interrogantes que giraban en torno a la mujer.

La observó de reojo. Ya casi había terminado de devolver los libros a sus lugares correspondientes. Se sentía culpable de una falta que no podía precisar, y el tenso silencio que caía como un manto espeso sobre la casa parecía entorpecer sus movimientos. Con un suspiro dejó caer el pergamino. No podía continuar engañándose. La llegada de Harry determinaría el rumbo de las cosas a partir de ese momento. Había mucho que perder en caso de que la situación tomara un sesgo inesperado: la paz lograda tras años de constantes sacrificios y cruentas batallas, vidas inocentes, acuerdos realizados entre magos y seres mágicos, la protección de los muggles –y su eventual integración-, pero lo más importante para Ron era que tras todos esos años, en los últimos días parecía estar perdiendo a su mejor amiga.

Y ese pensamiento bastaba para que sintiera un enorme peso en el estómago y un profundo vacío en el pecho.

Sabía que no era fácil para ella tampoco. Nadie planea de quién desea enamorarse, y ellos, sus mejores amigos en todo el mundo, se habían apresurado a juzgarla y a herirla como pasó con Victor Krum y muchos otros hombres después de él. En el caso concreto de Malfoy, sus recelos eran justificados, aunque -pensó con amargura- nunca había sido capaz de comprender que ella había dejado de ser una niña, y era una mujer perfectamente competente para cuidar de sí misma o tomar decisiones. Tenía miedo de que el mundo seguro que había construido en medio de sus libros, en el verdor circundante fuera despedazado de nuevo. No quería que le fuera arrebatado todo cuanto amaba y quedarse impotente ante su sufrimiento. Deseaba protegerla... pero la estaba sofocando.

Contempló con expresión vacía la forma en que acomodaba los últimos libros en la estantería más alta. Con una estatura de 1.85, él era 25 centímetros más alto y observaba con una sonrisa apagada la delicada manera en que se ponía de puntillas para colocar amorosamente los viejos textos. Los libros resultaba voluminosos y pesados, y considerando el estado disipado de su atención, se resbalaron de su abrazo y varios de ellos cayeron estrepitosamente al piso. Con un suspiro, ella trató de balancear los restantes para inclinarse a recoger los caídos. Ron, sin darle tiempo de terminar su complicada maniobra, se dirigió hacia ella apresuradamente y recogió los libros con cuidado sintiéndose sonrojar al recordar de qué manera los había tratado al bajarlos. Sin atreverse a mirarla directamente, habló en dirección a la estantería:

-Está bastante alto. Creo que un poco de ayuda te vendría bien. No tengo mucho por hacer hasta que vuelva Harry ¿te viene bien si me quedo a ayudarte con esto?- contuvo la respiración aguardando su respuesta

Una risita entre nerviosa y aliviada de su acompañante lo llenó de desconcierto y se atrevió a mirarla.

-Tal vez debí pedírtelo antes, pero necesitaba pensar. Y acomodar libros siempre me relaja-dijo con una sonrisa cansada- Últimamente he tenido días bastante grises-añadió con pesar- y tengo miedo, Ron. No sé qué pasará después...-añadió en voz baja mientras entregaba a el pelirrojo un libro para que lo colocara en la estantería.

Él la observó por un instante antes de menear la cabeza con una sonrisa indescifrable iluminando su rostro. Subió otro libro.

-De entre todos nosotros, estoy seguro de que tú nunca deberías sentir temor alguno- al ver su mirada de desconcierto, su sonrisa creció un par de centímetros-Siempre nos tendrás de tu lado. Sin importar lo que pase, ¿lo entiendes?-dijo sujetando con suavidad y firmeza su antebrazo y mirándola fijamente-No queríamos asustarte ni lastimarte. Has pasado por mucho y todo lo que queríamos era evitarte tragos amargos... –sentía que sus ojos ardían por el esfuerzo de contener las lágrimas  pero no apartó la vista de la mujer- A veces olvidamos que tienes más sentido común que cualquiera de nosotros y... ¡Diantres, Hermione, eres mi mejor amiga, hemos pasado por muchas cosas juntos y no quiero...!-una lágrima corrió por su mejilla y él se apresuró a soltarla y apartar la mirada para limpiar su salino rastro cuando una mano pequeña acarició su mejilla desvaneciéndola.

-Lo sé, Ron. Creo que lo entiendo...-dijo con la voz quebrada- y te prometo que no me perderás...

El pelirrojo asintió brevemente y colocó otro libro antes de decidirse a tomarla entre sus brazos y estrecharla con fuerza.

-Todo estará bien. –dijo perdido en la maleza de su cabello- ¿Qué otra cosa puede salir mal?-añadió con una sonrisa apartándola de s

-Mucho. Dumbledore está muerto.-anunció una sombría voz a unos pasos de ellos- Fue asesinado...

-¿Harry?

La misma algarabía de siempre parecía iluminar ese extraño rincón de Londres, los murmullos, los sonidos, los olores... tan llenos de recuerdos en el aire vibrante del otoño que resultaba escalofriante. Nuevamente caminaba con la mente sumida en una neblina difusa. Sentía el peso de su varita en el fino cinturón de piel de dragón. Debía caminar hacia El Caldero Chorreante y esperar hasta que él le dijera qué hacer. Sabía que debía resistirse, y se aferraba a ese pequeño rincón de su mente en que el nombre de Hermione Granger parecía brillar como un bulbo, tratando de recordar más cosas sobre ella, entender por qué deseaba tan desesperadamente protegerla ¿de quién? Un aroma inundó sus sentidos, la fragancia de las manzanas horneadas con mantequilla y canela que resultaba apetitoso y extrañamente conocido, y por alguna razón, le recordaba a alguien.. '¿Hermione?'. Como si una persiana se abriera de golpe, recordó su suave cabello color caoba y sus dulces ojos castaños, su risa profunda y cristalina y su cuerpo, tan suave y delicado como no podía ser ningún ser humano. A raudales, imágenes confusas poblaron su mente, pero la más poderosa y recurrente era el recuerdo de la misma mujer –desnuda y extenuada- entre sus brazos con las graciosas curvas bañadas por la luz de la luna y el viento gélido jugando con sus cabellos, una tenue sonrisa en sus labios y las mejillas arreboladas contra su pecho. No podía explicar cómo, pero sabía que lo estaba buscando, y mientras más pensaba en ella, más recordaba de sí mismo. Miró el reloj. No tardaría en recibir instrucciones. Disimuladamente tomó la varita de su cinturón y la acarició con delicadeza, el ánimo siempre dispuesto por alguna razón que no podía evocar. Sería llamado en cualquier momento, y si las voces vagas que escuchaba en su cabeza eran algo para guiarse, probablemente se trataba de algo grande.

En cuanto lo vio entrar supo que tenía un mal presentimiento. Lo conocía desde hacía tiempo y no dudaba que buscaría la ayuda de los otros dos en un vano- y desesperado- intento por descubrir la verdad. Notó la manera en la que Fudge se le acercó con ese aire protector y paternal de la eterna pantomima para los medios, pero se daba cuenta de que el chico Potter no creía una palabra de lo que el ministro interino estaba diciendo. Y eso era peligroso para sus planes.

Lo vio salir con la mirada determinada y los nudillos blancos por la fuerza con la que apretaba los puños. Caminó tras él hasta la chimenea de El Caldero Chorreante y sonrió para sus adentros, oculto tras la pila de cajas mientras desaparecía en el fuego verde. Era increíblemente predecible. El segundo acto estaba por empezar...

Un apresurado resumen de los últimos acontecimientos bastó para que Ron y Hermione se unieran a su preocupación.

-Sabemos que fue asesinado en un lugar que se encontraba a la vista de todos, ¡alguien debió haberlo visto!-replicó Ron exasperado- Aún si hubiera desaparecido, hubiera llamado bastante la atención...

-Por una de esas raras coincidencias que se dan sólo en este lugar y con nosotros de por medio, la lluvia obligó a todos a entrar a resguardarse, lo que no entiendo es por qué razón nadie entró a Bradbury's además del asesino... –refunfuñó Harry- Debe haber algo que hayan pasado por alto, una pista, un nombre, un... ¡algo!

-Por la forma en que se realizó, debió tratarse de alguien a quien Albus conociera bien o con anterioridad. Eso explicaría que no intentara defenderse de inmediato. Debe tratarse de alguien con gran poder o conocimiento de su trabajo, porque es evidente que fue planeado con mucho cuidado y anticipación... ¿quién más podría saber en dónde estaría Dumbledore? –inquirió Hermione caminando de un lado a otro- Probablemente podamos encontrar algo si volvemos a la escena del crimen... ¡No ha pasado mucho tiempo!

Ambos chicos se miraron.

-¿Cómo planeas hacer eso? Si aparecemos por allí, es probable que el asesino nos identifique y escape...

-No será muy difícil. Podemos alterar nuestro aspecto.- tomando un libro de una de las repisas bajas prosiguió con una sonrisa- Todo es cuestión de un poco de 'Hocus pocus'

Sintió que su mundo empezaba a sumirse nuevamente en las tinieblas. La voz era clara y firme, y le indicaba con toda claridad el siguiente paso. Oponer resistencia era inútil. Cada vez que él hablaba en su mente, sentía el apacible vacío rodearlo como una manta aterciopelada. No tenía nada por qué preocuparse, sólo debía seguir las instrucciones. Sin embargo, la pálida luz proyectada por el nombre de una mujer a la que no podía recordar sino a fragmentos, mantenía una esperanza encendida que volvía profundamente doloroso el acatar las órdenes de el otro. No podía explicar la razón, aunque intuía que algo dentro de sí mismo estaba despertando y rebelándose ante la injerencia de una fuerza exterior a su voluntad. Siguió caminando. Sabía que debía llegar a Bradbury's y esperar fuera, donde no pudieran verlo, con la capucha baja y la mirada en el suelo, pasando desapercibido hasta que una multitud lo suficientemente grande se reuniera alrededor del pequeño establecimiento.

No tuvo que esperar mucho tiempo.

La noticia de la violenta- y no menos misteriosa muerte- del anciano ex director de Hogwarts, había atraído pronto a los curiosos, algunos aurores y a la prensa, con seguridad. Era un buen momento para la siguiente escena de un entremés descabellado en una obra absurda, un buen momento para confundir y aterrorizar...

Avanzó despacio hacia la multitud, asegurándose de mantener una distancia prudente en caso de que tuviera que hacer un mutis apresurado y desaparecer en la confusión. Podía saborear el miedo que la gente sentía, y un placer salvaje, que creí haber olvidado, nubló su mente e inyectó de adrenalina su sistema.

Hora del show.

Sus ojos grises eran fuego frío. Tomó su varita con una sonrisa enloquecida y empezó la carnicería...

Recorrió la tersa superficie del espejo con un dedo. No podía creer que el hombre rubio, de ojos amarillos y piel trigueña que se encontraba delante de él, era él mismo. No podía encontrar su rostro o adivinar sus facciones en ese estupefacto desconocido que le devolvía la mirada de desconcierto del otro lado del espejo. Ni rastro de sus ojos verdes en el fulgor castaño-dorado de sus iris, ni sombra de su indomable cabello azabache entre los finos mechones rubios; aún su palidez enfermiza había sido coloreada de tajo, como si nunca hubiera existido. Miró a su compañero en el reflejo del espejo, sus pecas había desaparecido bajo el pálido rubor que cubría sus pómulos, la nariz corta y afilada suplantando la de siempre, la complexión robusta que sentaba bien a su estatura y el cabello negro ligeramente quebrado iba bien con los ojos oscuros de Ron.

Se dio la vuelta para recibirlo sintiéndose aliviado al ver el familiar cabello rojo y las pecas que salpicaban su nariz. El hechizo sólo podía operar ante los ojos de los demás, entre ellos, se verían como si nada fuera diferente.

- ¿Y Hermione?

-No lo sé, pero imagino que no debe tardar...

Harry se encogió de hombros ligeramente frustrado. Deseaba volver antes de que los reporteros y los curiosos pudieran alterar el escenario del crimen.

-Bien, creo que ya podemos irnos- Ambos hombres volvieron la cabeza al ver la cansada figura de su mejor amiga dirigirse hacia ellos. Hermione bajaba apresuradamente sujetando un maletín en la mano.-Si encontramos algo interesante, supongo que podría hacer algunas pruebas en el lugar...- agregó señalando la valija-Es un buen inicio...

Disfrutando el terror que inspiraba, lanzando hechizos a discreción, matando, cercenando, aturdiendo o inmovilizando indistintamente, con la misma frialdad con que sabía –aunque no recordaba- que lo había hecho con anterior y deliciosa frecuencia. La desesperación de la gente que no parecía saber de dónde venían los ataques, les llevó a enarbolar sus varitas e iniciar un pandemonium en que la histeria colectiva se convirtió en su mejor arma e insuperable escudo. Loa aurores, sin saber en qué dirección empezar la defensa, dispersaron sus ataques y su falta de coordinación o enemigo cierto no hacía sino empeorar la situación. Con despreocupación ejemplar, invocó un sable de magia solidificada, y avanzando entre la multitud, se encargó de herir y matar despiadadamente, sintiendo la sangre correr por sus brazos y el dulce aroma a muerte que parecía inundar la calle. Empezaba a sentirse vivo de nuevo, y con cada muerte, intentaba acallar la voz al fondo de su cabeza que no hacía sino repetir incansablemente un nombre, un nombre cuyo recuerdo no quería recuperar. Siguió avanzando sintiendo que una furia incontenible de ira reprimida salir por su boca y sus brazos, como si de esa manera se estuviera liberando del peso que lo había oprimido tanto tiempo.

Sentía el odio escapar a gran presión de todos sus poros, sucio de recuerdos y ahogado en su temor. La ira no hacía sino crecer. Deseaba matar, deseaba morir, deseaba... escapar, dejar de sentir... No más dolor. Con fuerza que nacida de una desesperación profunda e infinita, se lanzó hacia adelante, sin importarle que el capuchón hubiera caído revelando sus facciones aristocráticas, su frente sudorosa, su semblante enrojecido o los labios contraídos en una mueca de dolor y de desprecio. Se olvidó de sí mismo. Lo único que podría llenarlo era la muerte. Dejó escapar una carcajada dolorosa nacida del vacío de su pecho y se detuvo tambaleante ante una mujer pelirroja que lo miraba estupefacta y con lágrimas en los ojos. Parecía vagamente familiar, aunque no podía recordar por qué razón o dónde la había visto. Estaba aterrada, pero no se había movido de allí a pesar de que él seguía avanzando. Bajo su mirada herida, él se sintió estúpido y ruin, mancillado e indigno. Se detuvo aterrado al contemplar ante la mirada muda de la mujer todo el daño que había causado y cayó sobre sus rodillas, sintiendo la sangre tibia y ligeramente pegajosa que cubría sus manos. Sintió repugnancia por sí mismo. No podía levantar la mirada, no podía continuar avanzando. Sabía que era cuestión de tiempo antes de que lo apresaran, pero no quería evitarlo. Quería terminar con esto tan pronto como fuera posible.

Sintió una mano posarse dubitativa sobre su hombro antes de acariciar suavemente su mentón y obligarle a levantar la mirada. Sintió una calidez indescriptible abrazarlo, llenando el vacío de aire entre ambos. Percibió el aroma extrañamente familiar de la desconocida, examinando su rostro, sus ojos azules 'que en realidad son castaños'  y los  mechones de yerto cabello cobrizo 'su rostro, enmarcado por rizos chocolate', supo que era ella, Hermione, la mujer a la que debía proteger. Todo volvió a su mente en una ráfaga dolorosa, e incorporándose abruptamente, la estrechó entre sus brazos con la congoja de un ahogado. No podía contenerse, la necesitaba. Acarició su cabello rojo/pardo y la besó con ansias, temiendo que ella le rechazara tras ver lo que había hecho. La soltó tan pronto como el pensamiento cruzó su mente. Era un asesino. No merecía ni su ayuda ni su compasión.

La voz, implacable, retumbó en su cabeza: Mátala. Es una sangre sucia. ¡Nos traicionó!

-Draco ¿Por qué lo hiciste?-preguntó ella en voz apenas audible

Por eso estás aquí, ¡para terminar lo que empezaste! ¡Ella es la responsable por la muerte de tu padre! ¿Te has acobardado?

Él apartó la mirada. Podía ver que los aurores lo habían encontrado. Era el momento de emprender la huida o de enfrentar el destino. Nuevamente se planteaba esa encrucijada en su vida. No tenía palabras ni tiempo para decirle a ella todo lo que pasaba por su mente o su corazón, para explicarle cuánto lo sentía. Debía ser breve.

¡Mírate! ¿Quién podría amar al monstruo en que te has convertido? No eres mejor que Lucius...

-Todo es muy confuso ahora... No sé por qué lo hice, pero sé que volvería a hacerlo... Debes mantenerte lejos... –dijo mirándola a los ojos con la certeza de que cada segundo era precioso- Debes ayudarme a mantener el hechizo en pie. No quiero hacerte daño. –se inclinó hacia ella para hablarle al oído- No me busques, o tendré que matarte. Olvídame. –Los aurores estaban a escasos metros y él podía verlos con el rabillo del ojo- Por una vez, deja de que Potter y Weasley lo solucionen...

No puedes protegerla por siempre. Una mujer será la causa de tu perdición... Meneó la cabeza imperceptiblemente para disipa las brumas del funesto pensamiento. 'No me permitiré hacerle daño. No importa el precio. La mantendré a salvo, lejos de mí.'

Los aurores, se apresuraron a tomar a Malfoy de los brazos, despojarlo de su varita e inmovilizarlo. Él no intentó defenderse en ningún momento, ni cuando lo detuvieron, ni cuando lo lanzaron al piso y lo golpearon sin piedad.

-¡Basta!- gritó Hermione al ver el salvaje espectáculo- ¡Nada de esto es necesario!

Uno de los aurores, habló sin reconocerla

-Creo que no sabes quién es él, jovencita. Es Draco Malfoy. Un mortífago. Principal sospechoso del asesinato de Albus Dumbledore y según se dice, responsable de la desaparición de varios magos y brujas que participaron en la Segunda Gran Guerra. Pudo ser la siguiente. Tuviste suerte en esta ocasión, pero la suerte se desgasta pronto. Más vale que te retires y nos dejes hacer nuestro trabajo...

-Pero...-intentó explicar ella cuando la interrumpió la firme presión de Harry Potter en su brazo

-Déjalo ya- indicó él con suavidad.- La verdad será nuestra mejor arma.

Con una última mirada triste y angustiada en dirección a Malfoy, ella siguió a su compañero.