Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.

La Última Hija del Mar

Ante las miradas de todos, Hefesto agarró el libro inconscientemente y gimió ante su futuro, por el nombramiento de su chatarrería, ya podía hacerse una idea de lo que les pasó. Pero al leer el título, no le pareció tan mal. ―40: Tomamos "prestado" un Lamborghini.

Todos les sonreían a los semidioses, quienes se sonrojaron. Aun así, no dijeron nada.

Estábamos cruzando el río Potomac cuando divisamos un helicóptero. Un modelo militar negro y reluciente como el que habíamos visto en Westover Hall. Venía directo hacia nosotros. — ¡Han identificado la furgoneta —advertí— tenemos que abandonarla!

Son mercenarios —repuso Zoë con amargura—. Es repulsivo, pero muchos mortales son capaces de luchar por cualquier causa con tal de que les paguen.

Pero ¿es que no comprenden para quién están trabajando? —pregunté—. ¿No ven a los monstruos que los rodean?

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—Quizás no lo hagan, princesa —dijo Poseidón, con un tono conciliador y calmado. Penny rodó los ojos, eso ya había pasado, hace ya bastante tiempo, para ella. —Tal vez no ven bajo la niebla, ni ningún peligro y solo les interesan sus ganancias monetarias.

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Zoë meneó la cabeza. —No sé hasta qué punto ven a través de la Niebla. Pero dudo que les importase mucho si supieran la verdad. A veces los mortales pueden ser más horribles que los monstruos.

El helicóptero seguía aproximándose. A aquel paso acabarían batiendo una marca mundial, mientras que nosotros, con el tráfico de Washington, lo teníamos más difícil.

Thalía cerró los ojos y se puso a rezar. —Eh, papá. Un rayo nos traería mucha suerte ahora mismo. Por favor.

Pero el cielo permaneció gris y cubierto de nubes cargadas de aguanieve. Ni un solo indicio de una buena tormenta.

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Hera miró con enfado a su esposo, quien desvió la mirada e intentó fijarse en cualquier otra cosa.

Zeus sabía que estaba en problemas. Su esposa le había tomado un cariño casi inexplicable a la hija de Poseidón y su propia hija (y eso que, en el pasado, había asesinado a sus hijos)

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¡Allí! —señaló Bianca—. ¡Ese es el aparcamiento! —Zoë, Thalía y yo, sonreíamos.

¡Quedaremos acorralados! —dijo Artemisa.

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Los visitantes del futuro, que estuvieron en la misión y los que participaron en la misión en la línea de tiempo pasada, sonreían.

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Confía en nosotras, mi señora —respondió Bianca sonriente. Zoë también sonreía, al momento de cruzar dos carriles y se metió en el aparcamiento de un centro comercial en la orilla sur del río. Salimos de la furgoneta y bajamos unas escaleras, siguiendo a Bianca.

Gruñendo y sin entender la estrategia de Zoë y Bianca, como en la ocasión anterior en West Over, Artemisa chasqueó los dedos y el helicóptero se transformó en una bandada de palomas.

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—Se supone, que no intervengamos en asuntos mortales, hija —gruñó Zeus.

Enfadada, Penny se acercó a su tío Zeus y le habló al oído. — "¿Y al fallecimiento de la tía María, como se le llama?" —Zeus palideció, mientras que su sobrina se alejaba y lo miraba con enfado.

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Compramos los billetes y cruzamos los torniquetes, mirando hacia atrás por si nos seguían. Unos minutos más tarde, estábamos a bordo de un tren que se dirigía al sur, lejos de la capital. Cuando salió al exterior, vimos al helicóptero volando en círculo sobre el aparcamiento. No nos seguían.

Durante la media hora siguiente, sólo pensamos en dirigirnos al Oeste. Cambiamos dos veces de tren, para acercarnos a nuestro destino y para intentar despistas a posibles espías mortales (o posibles monstruos, que con mi suerte muy seguramente estaban por allí). Que era ir hacia el oeste.

Vagamos por las cocheras del ferrocarril, encontrándonos hileras e hileras de vagones de carga, muchos cubiertos de nieve, como si no se hubieran movido en años. Clarisse miraba todo, con el ceño fruncido, pero rápidamente, mi bello ángel Orleanniano (1), se acercó a un vagón de carga y con un pañuelo sucio, el cual humedecí para ella, en la nieve, entonces limpió algo de la porquería y sonrió.

¡Sigamos el viaje! —avisó Hazel, quien me miró con duda y me preguntó directamente. — ¿"Línea del Sol Oeste" verdad?

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—Apolo —dijeron sus hermanos sonrientes.

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Sí —afirmé sonriente. El tren sonó dos veces. — ¡TODOS A BORDO! —Dije en broma, dándole la mano a Hazel, pues yo subí primero y le serví de palanca para subir. Lo mismo con Bianca, quien solo suspiraba. Yo sabía exactamente el porqué: estábamos acercándonos a la chatarrería.

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Una hora más tarde nos dirigíamos hacia el oeste traqueteando. Ahora ya no había discusiones sobre quién conducía, porque teníamos un coche de lujo cada uno. Zoë y Bianca se habían quedado profundamente dormidas en un Lexus de la plataforma superior. Clarisse jugaba a los conductores de carreras al volante de un Lamborghini. Thalía le había hecho el puente a la radio de un Mercedes negro para captar las emisoras de rock alternativo de Washington. Artemisa había recostado el asiento de conductor de su Ferrari, y dormía plácidamente.

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Hera y Afrodita sonrieron de ternura, causando el sonrojo de la diosa de la luna. Pues ellas la conocieron cuando era bebé.

—Eras tan linda de pequeña, cuando te quedabas dormida en mi regazo —Comentaba Leto, madre de Apolo y Artemisa, salida literalmente de la nada, enternecida por los recuerdos —o cuando te pasabas para nuestra cama, al tener pesadillas, cariño. —A Artemisa le provocaba desvanecerse en ese momento, por las historias de su infancia y la de Apolo, que ella comenzó a contar.

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— "¡Hey, Penny!" —Me susurró Thalía, pasándose de su automóvil a mi asiento de acompañante.

— "¿Sí?" —Abrí solo un ojo, ella se me acercó más y me besó en la mejilla, haciéndome sonreírle.

— "¿Qué hay de Bessie?" —preguntó en una voz tan baja, que casi no la escuché. Como si tuviera miedo de que la escucharan las otras. Entonces, se recostó en mi hombro y yo comencé a acariciar su cabello.

— "Está en la Atlántida, nos enviaron a Misa y a mí a recuperarlo y ahora está con mi padre" —expliqué. — "Se supone que le volvieron a construir su pecera o algo así, pero con un par de días de antelación" —Ella dejó ir todo el aire de sus pulmones. El rato pasó y ella comenzó a acariciar una de mis piernas. Hablamos más, conversamos de nuestros sueños, deseos de lo que haríamos al terminar la guerra y ella quería acompañarme esta vez, al Campamento Júpiter y reencontrarse con Jason. Yo le dije que lo haríamos. Saqué mi tridente, me perforé la palma de la mano, solté el tridente y le tapé la boca, antes de que gritara. — "Rastreo de sangre, lo aprendí en El Campamento Júpiter" —Expliqué. Pero mi bella Cara de Pino (...)

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—Un Rastreo de Sangre es cosa seria, Jackson —dijo Are... Dijo Marte, frunciendo el ceño ante ese ritual. —Es algo que los guerreros... —Negó con la cabeza. —Los semidioses Espartanos solían hacer. Estás unido a ella, hasta que una de las dos muera. Más allá del tiempo y del espacio.

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(...) Seguía mirándome con los ojos muy abiertos y casi sin entender. — "En donde quiera que tu estés y en donde quiera que yo esté, podremos encontrarnos la una a la otra e (Reyna afirmaba) incluso podremos ver a través de los ojos de la otra".

Habíamos llegado a los alrededores de una población de esquí enclavada entre las montañas. El cartel rezaba: «Bienvenido a Cloudcroft, Nuevo México.» El aire era frío y estaba algo enrarecido. Los tejados estaban todos blancos y se veían montones de nieve sucia apilados en los márgenes de las calles. Pinos muy altos asomaban al valle y arrojaban una sombra muy oscura, pese a ser un día soleado.

Incluso con mi abrigo de piel de león, estaba helado cuando llegamos a Main Street, que quedaba a un kilómetro de las vías del tren.

Seguimos caminando, pasando de estas, sin darnos cuenta de la bendición de Artemisa, que no nos permitía agotarnos. Si no es por Zoë, Thalía y Bianca, ni nos hubiéramos enterado.

Ante nosotros se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado desde antes de que naciera Zoë y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: «Gila Claw, Arizona»

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Quienes participaron en la misión, suspiraron y cuando se dio cuenta de que estaba comenzando a temblar de miedo, Bianca se aproximó a Penny, subiéndose en su regazo y dándole un beso profundo.

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Más allá había una serie de colinas... aunque de repente me di cuenta de que no eran colinas. El terreno era demasiado llano para eso. No: eran montones enormes de coches viejos, electrodomésticos y chatarra diversa. Una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el horizonte.

Bianca le arrebató el libro a Hefesto. Sabía lo que seguía e iba a leerlo ella misma. —Capitulo 41: Un laberinto... sin sacrificios, por favor.

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(1) Orleanniano: Gentilicio de Nueva Orleans.