86. PAUTAS DE LUZ
Uno es casi con toda certeza un traidor a los demás.
Del Diagrama, Libro del segundo cajón del escritorio, párrafo 27
Raven dejó que la luz tormentosa se evaporara ante ella. Se estaba quedando sin ella: su frenético vuelo a través de las Llanuras la había agotado. Cómo se sorprendió cuando la bengala de luz que se alzaba al cielo oscuro sobre una meseta iluminada resultó ser el propio Bellamy. Lanzado al cielo por Octavia. Raven lo había capturado con rapidez y lo devolvió al suelo con un cuidadoso lanzamiento propio. Delante, Octavia se apartaba de la princesa y apuntaba con su espada a Raven, que tenía los ojos muy abiertos y los labios temblando. Parecía horrorizada. Bien.
Bellamy aterrizó por fin suavemente en la meseta, y el lanzamiento de Raven se agotó.
—Buscad refugio —dijo Raven, la tempestad en sus venas enfriándose más—. Volé sobre una tormenta al venir hacia aquí…, una tormenta grande. Viene por el oeste.
—Estamos iniciando la retirada.
—Apresuraos. Yo me encargaré de nuestra amiga.
—¿Raven?
Raven se volvió y miró al alto príncipe, que permanecía en pie, a pesar de que se llevaba un brazo contra el pecho. Bellamy la miró a los ojos.
—Eres lo que he estado buscando.
—Sí. Por fin.
Raven se volvió y se encaminó hacia la asesina. Pasó ante el Puente Cuatro en tensa formación, y los hombres, a una orden de Marcus, arrojaron algo al suelo. Linternas azules, iluminadas por enormes gemas que habían sobrevivido al Llanto. Benditos fueran. La luz tormentosa surgió a su paso, llenándola. Sin embargo, advirtió con pesar los dos cadáveres de ojos quemados en el suelo. Pedin y Mart. Eth se aferraba al cuerpo de su hermano, llorando. Otros hombres del puente habían perdido extremidades. Raven rugió. Ninguno más. No perdería a más hombres a manos de esta monstruo.
—¿Preparada? —susurró.
«Naturalmente —dijo Syl en su cabeza—. No es a mí a quien habéis estado esperando».
Ardiendo de luz tormentosa, airada y encendida, Raven se lanzó contra la asesina y se encontró con ella espada contra espada.
—Estamos muertos… —murmuraba Aden.
—Que alguien lo haga callar —ordenó Lexa—. Amordazadlo si es preciso.
Se dio media vuelta, ignorando al príncipe y sus delirios. Todavía se hallaba en el centro de la sala del mural. El Patrón. ¿Cuál era el patrón?
Una sala circular. Una cosa a cada lado que se adaptaba para que encajaran diferentes hojas esquirladas. Imágenes de los Caballeros Radiantes en el suelo, brillando de luz tormentosa, señalando una ciudad torre, como describían los mitos. Diez lámparas en las paredes. La cerradura colgaba sobre lo que consideraba que era una representación de Natanatan, el reino de las Llanuras Quebradas. Era…
Diez lámparas. Con diez gemas en ellas. Un entramado de metal las encerraba a cada una.
Lexa parpadeó, sacudida por la sorpresa.
—Es un fabrial.
La asesina se lanzó al aire. La capitana Raven voló también, persiguiéndola, dejando un rastro de luz.
—¡Estatus de la retirada! —gritó Bellamy, cruzando la meseta.
Las costillas le dolían como nunca, su herida de antes estaba un poco mejor. Tormentas. La había olvidado mientras luchaba, pero ahora le dolía de manera feroz—. ¡Que alguien me informe!
Escribas y fervorosos salieron del caos de tiendas cercanas. Se oían gritos por todas las mesetas. El viento empezó a arreciar: su período de gracia, la breve calma, había acabado. Tenían que escapar de estas mesetas. Sin dilación. Bellamy alcanzó a Clarke y ayudó a la joven a levantarse. Parecía hecha polvo, magullada, dolorida, mareada. Flexionó la mano derecha y gimió de dolor, luego torpemente la dejó relajarse.
—Condenación —dijo Clarke—. ¿La muchacha del puente es de verdad uno de ellos? ¿Una Caballero Radiante?
—Sí.
Extrañamente, Clarke sonrió, satisfecha.
—¡Ja! Sabía que había algo raro en ella.
—Vamos —dijo Bellamy, instándola a moverse—. Tenemos que conseguir que el ejército se traslade dos mesetas más allá, en esa dirección, donde espera Lexa. Ve allí y organiza lo que puedas. —Miró hacia el oeste mientras el viento arreciaba aún más, con ráfagas de lluvia—. Queda poco tiempo.
Clarke les gritó a los hombres del puente que se reunieran con ella, cosa que hicieron, ayudando a sus heridos, aunque por desgracia se vieron obligados a dejar a sus muertos. Varios llevaban también la armadura esquirlada de Clarke, que al parecer estaba agotada. Bellamy cojeó hacia el este de la meseta tanto como pudo en su estado, buscando…
Sí. El lugar donde había dejado a Galante. El caballo relinchó, sacudiendo su crin mojada.
—Bendito seas, viejo amigo —dijo Bellamy, alcanzando al ryshadio. A pesar de los truenos y el caos, el caballo no había huido.
Bellamy se movió mucho más fácilmente una vez montado, y acabó por encontrar al ejército de Jordan que se dirigía por el sur en filas organizadas hacia la meseta de Lexa. Se permitió un suspiro de alivio al ver su ordenada marcha; la mayor parte del ejército ya había cruzado la meseta sur, y solo les quedaba una para alcanzar la redonda de Lexa. Eso era maravilloso. No podía recordar dónde había sido enviado el capitán Khal, pero con Jordan caído, Bellamy había pensado que su ejército estaría sumido en el caos.
—¡Bellamy! —llamó una voz.
Se volvió y se encontró con la visión absolutamente incongruente de Sebarial y su amante bajo un toldo, comiendo fruta escarchada de un plato que sostenía un soldado de aspecto cohibido. Sebarial alzó una copa de vino hacia Bellamy.
—Espero que no te importe —dijo—. Liberamos tus reservas. Corrían como locos, encaminados a una perdición segura.
Bellamy se los quedó mirando. Palona incluso había sacado una novela y estaba leyendo.
—¿Esto es cosa tuya? —preguntó Bellamy, indicando con la cabeza el ejército de Jordan.
—Estaban formando mucho jaleo —dijo Sebarial—. Deambulaban, se gritaban unos a otros, lloraban y gemían. Todo muy poético. Supuse que alguien tenía que hacer que reaccionaran. Mi ejército está ya en la otra meseta. Van a estar muy apretujados allí, te habrás dado cuenta.
Palona pasó una página de su novela, sin apenas prestar atención.
—¿Habéis visto a Roan? —preguntó Bellamy.
Sebarial hizo un gesto con su copa.
—Habrá terminado de cruzar también. Lo encontrarás en esa dirección. A sotavento, esperemos.
—No te retrases —dijo Bellamy—. Si te quedas aquí, eres hombre muerto.
—¿Como Jordan?
—Desgraciadamente.
—Entonces es cierto —dijo Sebarial, poniéndose en pie y sacudiéndose los pantalones, que de algún modo estaban todavía secos—. ¿De quién voy a burlarme ahora? —Movió la cabeza en un ademán de tristeza.
Bellamy cabalgó en la dirección indicada. Advirtió que, increíblemente, un par de hombres del puente lo seguían todavía y acababan de llegar al lugar donde había encontrado a Sebarial. Lo saludaron cuando Bellamy reparó en ellos. Les dijo adónde iba y espoleó al caballo. Tormentas. En cuestión de dolor, cabalgar con las costillas rotas no era mucho mejor que caminar. Era peor, de hecho. Encontró a Roan en la siguiente meseta, supervisando a su ejército, que cruzaba a la meseta perfectamente redonda que Lexa había indicado. Rust Elthal estaba allí también, ataviado con su armadura esquirlada (una de las que había ganado Clarke), y guiando uno de los grandes puentes metálicos de Bellamy. Lo colocaron junto a los otros dos que cruzaban el abismo en esta parte, en lugares donde los puentes más pequeños no habrían podido hacerlo. La meseta donde todos se estaban congregando era relativamente pequeña para la escala de las Llanuras Quebradas, pero seguía teniendo varios cientos de metros de diámetro. Con suerte, alojaría a los ejércitos.
—¿Bellamy? —preguntó Roan, acercándose al trote. Iluminado por un gran diamante (robado al parecer de una de las luces fabriales de Echo) que colgaba de su silla, Roan llevaba el uniforme empapado y un vendaje en la frente, pero por lo demás parecía ileso—. ¿Qué está pasando aquí, por la lengua de Becca?
Nadie puede darme una respuesta.
—Jordan ha muerto —dijo Bellamy cansinamente, refrenando a Galante—. Cayó con honor, atacando a la asesina. Esperemos que esta se mantenga un tiempo al margen.
—Hemos vencido —dijo Roan—. Dispersé a esos parshendi. Más de la mitad murieron en la meseta, quizás incluso tres cuartas partes. Clarke lo hizo aún mejor en su meseta, y por los informes, los de la meseta de Jordan han huido. ¡El Pacto de la Venganza se ha cumplido! ¡Gavilar queda vengado, y la guerra se ha terminado!
Tan orgulloso… Bellamy no fue capaz de encontrar palabras para desanimarlo, así que tan solo lo miró. Se sentía aturdido.
«No puedo permitírmelo —pensó, hundiéndose en su silla de montar—. Tengo que liderarlos».
—Importa, ¿verdad? —preguntó Roan en voz más baja—. ¿Que hayamos vencido?
—Pues claro que importa.
—Pero… ¿no debería parecer distinto?
—Agotamiento, dolor, sufrimiento… —dijo Bellamy—. Así suele ser la victoria, Roan. Hemos vencido, sí, pero ahora tenemos que sobrevivir con nuestra victoria. ¿Tus hombres casi han terminado de cruzar?
Roan asintió.
—Que todos ocupen esa meseta —dijo Bellamy—. Apretújalos unos contra otros si es necesario. Tenemos que estar preparados para cruzar el portal lo más rápidamente posible, cuando se abra.
Si se abre.
Bellamy espoleó a Galante y cruzó uno de los puentes para dirigirse a las abarrotadas filas del otro lado. Desde allí, se abrió paso con dificultad hacia el centro, donde esperaba encontrar la salvación.
Raven se lanzó al aire tras la asesina.
Las Llanuras Quebradas quedaron atrás. Las gemas caídas tintineaban en la meseta, abandonadas donde las tiendas habían salido volando o donde habían caído los soldados. Iluminaban no solo la meseta central, sino también otras tres a su alrededor y una más alejada, que parecía extrañamente circular desde arriba. Los ejércitos estaban congregados allí. Pequeños bultos salpicaban las otras mesetas como si fueran pecas. Cadáveres.
Tantos.
Raven miró hacia el cielo. Era libre una vez más. Los vientos surcaban bajo ella, parecían levantarla, impulsarla. Transportarla. Su espada esquirlada se disolvió en bruma y Syl revoloteó a su alrededor, convertida en un trazo de luz.
Syl vivía. ¡Syl vivía! Todavía se sentía eufórica por ello. ¿No debería estar muerta? Cuando le preguntó al partir, su respuesta fue sencilla.
«Solo estaba tan muerta como tus juramentos, Raven».
Siguió ascendiendo, apartándose del camino de las tormentas inminentes. Podía verlas con claridad desde este punto. Dos, una que llegaba por el oeste y restallaba con relámpagos rojos, la otra que se acercaba con más rapidez desde el este con una muralla de tormenta gris oscura. Iban a colisionar.
—Una alta tormenta —dijo Raven, cruzando el cielo detrás de Octavia—. La tormenta roja es de los parshendi, pero ¿por qué viene una alta tormenta? No es el momento.
—Mi padre —dijo Syl, con voz solemne—. Trajo la tormenta, avivando su paso. Está… roto, Raven. Cree que nada de esto debería suceder. Quiere acabar con todo, barrerlos a todos, e intenta ocultarse del futuro.
Su padre… ¿significaba eso que el Padre Tormenta los quería muertos?
Magnífico.
La asesina desapareció más arriba, desvaneciéndose entre las oscuras nubes. Raven apretó los dientes, vinculándose de nuevo hacia lo alto para conseguir más aceleración. Salió disparada hacia las nubes, y todo a su alrededor se convirtió en un gris difuso. Se mantuvo atento a los destellos de luz que anunciaran que la asesina venía a por ella. Tal vez no tuviera mucha advertencia. La zona a su alrededor se iluminó. ¿Era la asesina? Raven extendió una mano hacia un lado, y Syl se transformó en la espada inmediatamente.
—¿No hacen falta diez latidos? —preguntó.
«No cuando estoy aquí contigo, preparada. El retraso es principalmente algo de los muertos. Hay que revivirlos cada vez».
Raven salió de las nubes a la luz del sol.
Se quedó boquiabierta. Había olvidado que todavía era de día. Allí, muy por encima de la terrosa oscuridad de la guerra, la luz del sol rociaba la capa de nubes, haciéndolas brillar con pálida belleza. El fino aire estaba helado, pero la ardiente luz tormentosa en su interior le permitió ignorarlo. La asesina flotaba cerca, con los pies apuntando hacia abajo, la cabeza gacha, la hoja esquirlada de color de plata a un lado.
Raven se lanzó hasta detenerse a la par que la asesina.
—Soy Octavia-hija-hija-Vallana —dijo la mujer—. Sin verdad… Sinverdad… —Alzó la cabeza, los ojos muy abiertos, los dientes apretados—. Has robado una hoja de Honor. Es la única explicación.
«Tormentas». Raven había imaginado siempre a la Asesina de Blanco como una homicida fría y calmada. Esto era algo diferente.
—No poseo esa arma —dijo Raven—. Y no comprendo por qué importaría si así fuera.
—Oigo tus mentiras. Las conozco.
Octavia se lanzó hacia delante, la espada extendida. Raven se lanzó a un lado, apartándose. Blandió su espada, pero no llegó a hacer contacto.
—Tendría que haber practicado más —murmuró.
«Oh. Es verdad. Probablemente querrás mejor una lanza, ¿no?».
El arma se disolvió en bruma, luego se alargó y adquirió la forma de una lanza plateada, con brillantes glifos retorcidos a lo largo de los lados afilados de la punta. Octavia se revolvió en el aire, lanzándose de nuevo hacia una posición flotante. Miró la lanza, luego pareció temblar.
—No. Sinverdad. Soy Sinverdad. Nada de preguntas.
La luz tormentosa brotaba por su boca. Octavia echó la cabeza atrás y gritó, un sonido fútil y humano que se disipó en la infinita expansión del cielo. Bajo ellas, los truenos rugieron y las nubes se cargaron de color.
Lexa corría de una lámpara a otra en la cámara circular, infundiéndolas de luz tormentosa. Brillaba con fuerza, tras haber atraído la luz de las linternas de los fervorosos. No era momento de explicaciones. Dejaría de mantener en secreto su naturaleza de absorbedora. Esta sala era un fabrial gigantesco que extraía la energía de la luz tormentosa de esas lámparas. Tendría que haberse dado cuenta. Pasó ante Inadara, que se la quedó mirando.
—¿Cómo… cómo estás haciendo esto, brillante?
Varias eruditas se habían sentado en el suelo, donde esbozaban a toda prisa glifoguardas de oración en la tela, usando tiza a causa de la humedad. Lexa no sabía si esas plegarias eran una petición para estar a salvo de las tormentas o de ella misma. Oyó a una de las mujeres murmurar las palabras «Radiante perdida».
Dos linternas más. Infundió un rubí con luz tormentosa, dándole vida, pero entonces se quedó sin luz.
—¡Gemas! —dijo, girando sobre sus talones—. ¡Necesito más luz tormentosa!
Todos se miraron unos a otros, menos Aden, que continuaba arañando glifos idénticos en las paredes mientras lloraba. Padre Tormenta. Lexa lo había agotado todo. Una de las eruditas había sacado una lámpara de aceite de su mochila, y palidecía junto a las lámparas de las paredes. Lexa salió por el agujero en la puerta y miró a la masa de soldados congregados ahí fuera. Miles y miles en la oscuridad. Afortunadamente, algunos portaban linternas.
—¡Necesito vuestra luz tormentosa! —dijo—. Es…
¿Aquella era Clarke? Lexa jadeó, y todos los demás pensamientos desaparecieron por un instante cuando la vio delante de la multitud, apoyada en un hombre del puente. Clarke estaba hecha un desastre, el lado izquierdo de su cara era un entramado de sangre y magulladuras, llevaba el uniforme desgarrado y ensangrentado. Lexa corrió hacia ella y la abrazó.
—Yo también me alegro de verte —dijo Clarke, enterrando la cara en su pelo—. Me han dicho que vas a sacarnos de este lío.
—¿Lío? —preguntó ella.
Los truenos restallaban y retumbaban sin pausa mientras los relámpagos rojos caían no uno a uno, sino en oleada. ¡Tormentas! ¡No se había dado cuenta de que estaban tan cerca!
—Mmm… —dijo Patrón. Lexa miró hacia la izquierda. Una muralla de tormenta se aproximaba.
Las tormentas eran como dos manos que se acercaban para aplastar a los ejércitos que había entre ellas. Lexa inhaló profundamente, y la luz tormentosa entró en ella, devolviéndola a la vida. Al parecer, Clarke llevaba una o dos gemas encima. Clarke dio un paso atrás y la miró de arriba abajo.
—¿Tú también?
—Hum… —Ella se mordió el labio—. Sí. Lo siento.
—¿Lo sientes? ¡Tormentas, mujer! ¿Puedes volar como hace ella?
—¿Volar?
Sonó un trueno. Condenación inminente. Bien.
—¡Asegúrate de que todo el mundo esté preparado para ponerse en marcha! —dijo Lexa, corriendo de vuelta a la cámara.
Las tormentas entrechocaron por debajo de Raven. Las nubes se separaron, negras, rojas y grises, mezclándose en enormes remolinos, los relámpagos corriendo entre ellas. Parecía Aharietiam de nuevo, el final de todas las cosas. Por encima de todo, en la cumbre del mundo, Raven luchaba por su vida. Octavia pasó volando con un destello de metal plateado. Raven desvió el golpe, la lanza en su mano vibrando con un tintineo resonante. Octavia pasó de largo y Raven se lanzó en esa dirección. Cayeron hacia el oeste, rozando las cimas de las nubes, aunque para Raven esa dirección era abajo. Cayó con la lanza apuntando a la asesina shin. Octavia viró a la izquierda, y Raven la siguió, lanzándose rápidamente hacia ese lado. Nubes agitadas, violentas y furiosas se mezclaban bajo ella. Las dos tormentas parecían estar luchando: los relámpagos que las iluminaban eran como puñetazos descargados. Se oía un estrépito que no era solo el sonido de los truenos. Cerca de Raven una gran roca atravesó las nubes, desprendiendo vapor por toda su longitud. Cruzó la noche como un leviatán, y luego volvió a hundirse entre las nubes.
«Padre Tormenta…». Estaba a decenas, quizás a centenares de metros de altura. ¿Qué clase de violencia tenía lugar allí abajo si arrojaban peñascos hasta tan alto?
Raven se lanzó hacia Octavia, ganando velocidad, moviéndose sobre la superficie de las tormentas. Se acercó, luego se contuvo, dejando que su aceleración se igualara con la de Octavia para volar la una al lado de la otra.
Raven intentó alcanzar a la asesina con su lanza. Octavia detuvo el golpe con destreza, sujetando la espada con ambas manos y enviando a un lado la lanza de Raven.
—Los Caballeros Radiantes no pueden haber regresado —gritó Octavia.
—Lo han hecho —dijo Raven, retirando la lanza—. Y van a matarte. —Se lanzó ligeramente hacia un lado mientras golpeaba, retorciéndose en el aire.
Sin embargo, Octavia se lanzó hacia arriba, esquivando la lanza. Mientras seguían cayendo en el aire, las nubes a su lado, Octavia se lanzó hacia dentro y atacó. Raven maldijo y apenas pudo apartarse a tiempo. Octavia pasó de largo, desapareciendo en las nubes de abajo, convertida en solo una sombra. Raven intentó seguir aquella sombra, pero fracasó. Octavia apareció a su lado un segundo más tarde, lanzando tres rápidos golpes. Uno alcanzó en el brazo a Raven, que soltó a Syl.
«Condenación». Se lanzó hacia atrás para alejarse de Octavia, luego desvió la luz tormentosa hacia su mano gris y sin vida. Con esfuerzo, hizo que el color regresara, pero Octavia estaba de nuevo encima de ella tras dar una voltereta en el aire.
La bruma se formó en la mano izquierda de Raven cuando la alzó para protegerse, y un escudo plateado apareció, brillando con una luz suave. La espada de Octavia salió desviada, haciendo que la mujer gruñera sorprendida. La fuerza regresó a la mano derecha de Raven, curado el corte, pero invertir tanta luz tormentosa en la curación la hizo sentirse agotada. Se alejó de Octavia, tratando de mantener la distancia, pero la asesina la siguió, virando en cada una de las direcciones que Raven intentaba para escapar.
—Eres nueva en esto —dijo Octavia—. No puedes luchar contra mí. Venceré.
Octavia se adelantó, y Syl tomó forma de lanza en las manos de Raven de nuevo. Parecía poder prever el arma que ella necesitaba. Octavia descargó su espada contra Syl. Quedaron cara a cara y giraron, mirándose a los ojos, sus lanzamientos los hacían atravesar las nubes.
—Yo venzo siempre —dijo Octavia. Lo dijo de un modo extraño, como furiosa.
—Te equivocas —respondió Raven—. No soy nueva en esto.
—Acabas de adquirir tus habilidades.
—No. El viento es mío. El cielo es mío. Son míos desde la infancia. Tú eres la intrusa aquí. No yo.
Se separaron. Raven lanzó a la asesina hacia atrás. Dejó de pensar tanto en sus lanzamientos, en lo que debería hacer.
En cambio, se dejó a sí misma ser.
Se abalanzó hacia Octavia, la casaca ondeando, la lanza apuntando al corazón de la mujer. Octavia se apartó, pero Raven soltó la lanza y trazó un gran arco con el brazo. Syl formó una albarda. La hoja quedó a pocos centímetros de la cara de Octavia. La asesina maldijo, pero respondió con su espada. Un escudo apareció en la mano de Raven un segundo después, y repelió el ataque. Syl se disolvió mientras lo hacía, volviendo a convertirse en espada cuando Raven lanzó una estocada con las manos vacías. La espada apareció y mordió profundamente el hombro de Octavia. Los ojos de la asesina se abrieron de par en par. Raven retorció la espada, arrancándola de la carne de la shin, luego intentó un revés para acabar con la mujer de una vez por todas. Octavia fue demasiado rápida. Se lanzó hacia atrás, obligando a Raven a seguirla, acumulando un lanzamiento tras otro. La mano de Octavia todavía funcionaba. Condenación. La estocada al hombro no había cortado del todo el alma que llegaba al brazo. Y la luz tormentosa de Raven se agotaba. Afortunadamente, Octavia parecía tener aún menos. La asesina la consumía a un ritmo mucho más rápido que Raven, a juzgar por el brillo disminuido a su alrededor. De hecho, no intentó curar su hombro, pues habría requerido un montón de luz, sino que continuó huyendo, sacudiéndose de un lado a otro, tratando de dejar atrás a Raven. La batalla en sombras continuaba abajo, una maraña de relámpagos, vientos y nubes convulsas. Mientras Raven perseguía a la Asesina de Blanco, algo gigantesco se movió bajo las nubes, una sombra del tamaño de una ciudad. Un segundo más tarde, la parte superior de una meseta entera atravesó las oscuras nubes, retorciéndose lentamente, como si la hubieran arrojado desde abajo. Octavia casi chocó contra ella. En cambio, se lanzó hacia arriba para remontarla, y luego aterrizó en su superficie. Corrió por ella mientras giraba lentamente en el aire, agotado su impulso. Raven aterrizó tras ella, aunque conservó la mayor parte de un lanzamiento hacia arriba, manteniéndose liviana. Corrió por el lado de la meseta, ascendiendo casi directamente hacia el cielo, esquivando a un lado cuando Octavia de pronto se volvió y cortó de un tajo una formación rocosa, enviando peñascos hacia abajo. Las rocas corrieron por la superficie de la meseta, que empezó a girar de vuelta al suelo. Octavia llegó al pico y se lanzó al aire, y Raven la siguió poco después, arrojándose desde la superficie de piedra, que se hundía como un barco moribundo en las nubes revueltas. Continuaron la persecución, pero Octavia lo hizo cayendo hacia atrás a lo largo de lo alto de la tormenta, los ojos fijos en Raven.
Ojos salvajes.
—¡Estás intentando convencerme! —gritó—. ¡No puedes ser una de ellos!
—Has visto lo que soy —replicó Raven.
—¡Los Portadores del Vacío!
—Han vuelto —gritó Raven.
—NO PUEDE SER. ¡SOY SINVERDAD! —La asesina jadeó—. No he de luchar contigo. No eres mi objetivo. Tengo… tengo trabajo que hacer. ¡Obedezco!
Se volvió y se lanzó hacia abajo.
Entre las nubes, hacia la meseta a la que había ido Bellamy.
Lexa irrumpió en la sala mientras las tormentas entrechocaban en el exterior.
¿Qué estaba haciendo? No había tiempo. Aunque pudiera abrir un portal, esas tormentas estaban ya allí. No tendría tiempo para hacer pasar a la gente.
Estaban muertos. Todos ellos. La muralla de la tormenta probablemente ya había matado a miles.
Corrió hacia la última lámpara de todas formas, infundiendo sus esferas.
El suelo empezó a brillar.
Los fervorosos se pusieron en pie, sorprendidos, e Inadara soltó un grito. Clarke entró tambaleándose por la puerta, seguida por el viento y una vaharada de furiosa lluvia. Bajo ellos, el intrincado diseño empezó a brillar desde dentro. Casi parecía una vidriera. Gesticulando frenéticamente a Clarke para que se reuniera con ella, Lexa corrió hacia la cerradura de la pared.
—La espada —le gritó a Clarke por encima de los sonidos de la tormenta exterior—. ¡Ahí dentro! —Aden hacía un rato que había descartado la suya.
Clarke obedeció, avanzó e invocó su hoja esquirlada. La clavó en la ranura, que de nuevo fluyó para encajar con el arma.
No sucedió nada.
—No funciona —gritó Clarke.
«Solo una respuesta».
Lexa agarró el mango de la espada y la sacudió, ignorando el grito que provocó en su mente tocarla, y luego la arrojó a un lado. La espada de Clarke se disolvió en bruma.
«Una profunda verdad».
—Hay algo que no va bien con tu espada, y con todas las espadas. —Vaciló un segundo—. Todas menos la mía. ¡Patrón!
Él se formó en sus manos, la hoja que ella había empleado para matar. El alma oculta. Lexa la clavó en la ranura, y el arma vibró en sus manos y brilló. Algo en las profundidades de la meseta se abrió.
En el exterior, los relámpagos caían y los hombres gritaban.
El mecanismo de funcionamiento le quedó claro. Lexa apoyó su peso contra la espada, empujándola como si fuera la rueda de un molino. La pared interior del edificio era como un anillo dentro de un tubo: podía rotar, mientras que la pared externa permanecía en su sitio. La espada movió la pared interior cuando la empujó, aunque se atascó al principio, pues los bloques caídos del corte en la puerta se interponían. Clarke descargó su peso contra la espada también, y juntas rodearon el círculo hasta que estuvieron sobre la imagen de Urithiru, a media circunferencia de Natanan, donde habían empezado. Lexa retiró la espada.
Las diez lámparas se desvanecieron como ojos que se cerraran.
Raven siguió a Octavia hacia la tormenta, zambulléndose en la negra oscuridad, cayendo entre los vientos revueltos y los relámpagos demoledores. El viento la atacó, zarandeándola, sin que ningún lanzamiento pudiera evitarlo. Podía ser ama de los vientos, pero las tormentas eran otra cosa.
«Ten cuidado —le envió Syl—. Mi padre te odia. Este es su dominio. Y está mezclado con algo aún más terrible, otra tormenta. Su tormenta».
Sin embargo, las altas tormentas eran la fuente de la luz tormentosa, y estar allí dentro llenaba a Raven de energía. Sus reservas de luz se avivaron, como hicieron obviamente con Octavia. La asesina apareció de repente como una explosión blanca que atravesó la vorágine hacia las mesetas. Raven rugió, lanzándose detrás de Octavia. Relámpagos de una docena de colores destellaron a su alrededor, rojos, violetas, blancos, amarillos. La lluvia la empapó. Las rocas pasaban por su lado, algunas chocando contra ella, pero la luz tormentosa la sanaba con la misma rapidez que las rocas la herían. Octavia se movió entre las mesetas, volando sobre ellas, y Raven la siguió con dificultad. Era difícil navegar en este viento convulso, y la oscuridad era casi absoluta. Los rayos iluminaban las llanuras con estallidos irregulares. Por fortuna, el brillo de Octavia no podía ocultarse, y Raven mantuvo su atención fija en aquella ardiente bengala.
Más rápida.
Tal como le había enseñado Zahel hacía semanas, Octavia no necesitaba derrotar a Raven para ganar. Solo tenía que llegar a aquellos a quienes Raven protegía.
«Más rápida».
Una explosión de luz iluminó las mesetas de la batalla. Y tras ellas Raven pudo atisbar el ejército. Miles de hombres apretujados en la gran meseta circular. Muchos agachados. Otros dominados por el pánico. El relámpago desapareció en un momento, y la tierra volvió a quedar a oscuras, aunque Raven había visto lo suficiente para saber que era un desastre. Un cataclismo. Los hombres cayeron por el borde del abismo, otros fueron aplastados por las rocas. En cuestión de minutos, el ejército desaparecería. Tormentas, Raven ni siquiera estaba segura de poder sobrevivir a este nexo de destrucción. Octavia cayó entre ellos, una luz brillante entre la negrura. Mientras Raven se lanzaba en esa dirección, un relámpago volvió a golpear. Su luz reveló a Octavia de pie en la meseta vacía, aturdida.
El ejército había desaparecido. Los sonidos de la enfurecida tormenta en el exterior se desvanecieron. Lexa tembló, mojada y helada.
—Todopoderoso en las alturas… —jadeó Clarke—. Casi me da miedo lo que vayamos a encontrar.
Hacer girar la pared interior del edificio había movido su puerta contra el crem endurecido. Tal vez allí hubo una puerta natural antes: Clarke invocó su espada para abrir un agujero.
Patrón… la hoja esquirlada de Lexa… se desvaneció en la bruma, y el mecanismo de la sala se detuvo. Ella no oyó nada fuera, ni el entrechocar de los vientos, ni los truenos. Las emociones combatían en su interior. Parecía que se había salvado a sí misma y a Clarke. Pero el resto del ejército… Clarke abrió una puerta: la luz del sol entró a través del agujero. Lexa se acercó a la abertura, nerviosa, dejando atrás a Inadara, que estaba sentada en un rincón, con aspecto anonadado. En la puerta, Lexa contempló la misma meseta que antes, solo que en ese momento estaba iluminada por el sol y tranquila. Cuatro ejércitos compuestos por hombres y mujeres estaban allí acurrucados, empapados y maltrechos, muchos de ellos con las manos en la cabeza y protegiéndose de un viento que ya no existía. Cerca había dos figuras de pie junto a un enorme caballo ryshadio. Bellamy y Echo, que al parecer iban camino del edificio central. Tras ellos se extendían las cimas de una cordillera desconocida. Era la misma meseta, y allí formaba un anillo con otras nueve. A la izquierda de Lexa, una enorme torre acanalada —en forma de tazas cada vez más pequeñas apiladas unas encima de otras—, rompía los picos. Urithiru.
La meseta no contenía el portal.
Era el portal.
Octavia le gritó a Raven, pero sus palabras se perdieron en la tempestad. Las rocas caían a su alrededor, arrancadas de algún lugar lejano. Raven estaba segura de que oía gritos terribles por encima de los vientos, mientras spren rojos que nunca había visto antes, como pequeños meteoritos que dejaban luz tras ellos, volaban a su alrededor. Octavia volvió a gritar. Raven entendió la palabra esta vez.
—¡Cómo!
La respuesta de Raven fue golpear con su espada. Octavia la detuvo violentamente, y se enzarzaron en la lucha, dos figuras brillantes en la oscuridad.
—¡Conozco esta columna! —gritó Octavia—. ¡La he visto antes! Han ido a la ciudad, ¿no es cierto?
La asesina se lanzó al aire. Raven la siguió rápidamente. Quería alejarse de esta tempestad. Octavia se alejó, dirigiéndose hacia el oeste, lejos de la tormenta de los relámpagos rojos, siguiendo el camino de la alta tormenta corriente. Eso era ya de por sí bastante peligroso. Raven la persiguió, pero le resultó difícil con el zarandeo de los vientos. No es que estos le fueran más propicios a Octavia que a ella: la tempestad era, simplemente, impredecible. La empujaban a un lado y a Octavia a otro.
¿Qué sucedería si la Asesina de Blanco la dejaba atrás?
«Sabe adónde ha ido Bellamy —pensó Raven, apretando los dientes mientras un destello de súbita blancura lo cegaba—. Yo no».
No podría proteger a Bellamy si no podía encontrarlo. Por desgracia, una persecución en esta oscuridad favorecía a la persona que intentaba escapar. Lentamente, Octavia le sacó ventaja. Raven trató de seguirla, pero una ráfaga de viento la impulsó en la dirección equivocada. Los lanzamientos en realidad no le permitían volar. No podía resistir esos vientos impredecibles: la controlaban.
¡No! La brillante forma de Octavia desapareció. Raven gritó en la oscuridad, parpadeando contra la lluvia. Casi había dejado de ver…
Syl giró en el aire delante de ella. Pero todavía empuñaba la lanza.
¿Qué?
Otro, luego otro. Lazos de luz que ocasionalmente tomaban forma de mujeres u hombres jóvenes, riendo. Vidaspren. Una docena o más giraban a su alrededor, dejando rastros de luz, su risa de algún modo sonaba con fuerza por encima de los sonidos de la tormenta.
«¡Allí!»., pensó Raven.
Octavia estaba ahí delante. Raven se lanzó a través de la tempestad contra ella, dirigiéndose hacia un lado, luego a otro. Esquivando el bombardeo de los relámpagos, agachándose bajo los peñascos lanzados, parpadeando para librarse del empuje de la lluvia.
Un remolino de caos. Y por delante… ¿luz?
La muralla de tormenta.
Octavia se libró del mismo frente de la tormenta. A través del caos de agua y escombros, Raven apenas pudo ver cómo la asesina se volvía para mirar atrás; su postura era confiada.
«Cree que me ha despistado».
Raven atravesó la muralla de tormenta, rodeado de vientospren que trazaban espirales de luz. Gritó, atacando con su lanza a Octavia, que la esquivó apresuradamente, los ojos muy abiertos.
—¡Imposible!
Raven se dio media vuelta y descargó la lanza (que se convirtió en una espada) a través del pie de Octavia. La asesina se lanzó a lo largo de la muralla de tormenta. Tanto ella como Raven continuaron cayendo hacia el oeste, justo delante del muro de agua y restos. Bajo ellos, la tierra pasaba convertida en un borrón. Las dos tormentas se habían separado por fin, y la alta tormenta seguía su rumbo normal, de este a oeste. Las Llanuras Quebradas pronto quedaron atrás, dando paso a las colinas. Mientras Raven la perseguía, Octavia se volvió y cayó hacia atrás, atacando, aunque Syl se convirtió en un escudo para bloquearla. Raven golpeó y un martillo apareció en su mano, alcanzando a Octavia en el hombro y rompiendo huesos. Mientras la luz tormentosa intentaba sanar a la asesina, Raven se acercó más y la golpeó en el estómago con la mano, donde apareció un cuchillo que se clavó profundamente en el pie. Buscaba la columna vertebral. Octavia gimió y frenéticamente se lanzó más atrás, alejándose de la presa de Raven. Raven la siguió. Los peñascos chocaban contra la muralla de tormenta, que era el suelo desde la perspectiva de Raven. Tenía que reajustar continuamente sus lanzamientos para permanecer en el lugar adecuado, por delante de la tormenta. Raven saltaba sobre los peñascos a medida que aparecían, persiguiendo a Octavia, que caía salvajemente, con las ropas aleteando. Los vientospren formaban un halo alrededor de Raven, apareciendo y desapareciendo, trazando espirales, girando alrededor de sus brazos y piernas. La proximidad de la tormenta mantenía viva su luz tormentosa, impidiendo que se consumiera. Octavia deceleró, curando sus heridas. Flotó delante de la muralla de tormenta, empuñando la espada. Tomó aire y miró a Raven a los ojos.
El final, entonces.
Raven se lanzó hacia delante, con Syl formando una lanza en sus dedos, el arma más familiar.
Octavia atacó en secuencia, un implacable borrón de golpes.
Raven los bloqueó todos. Acabó con su lanza contra la empuñadura de la espada de Octavia, ambas presionando, a menos pulgadas del rostro de la asesina.
—Entonces es verdad —susurró Octavia.
—Sí.
Octavia asintió, y la tensión pareció desaparecer en ella, sustituida por un vacío en la mirada.
—Entonces siempre tuve razón. Nunca fui Sinverdad. Podría haber detenido los asesinatos en cualquier momento.
—No sé lo que significa eso —dijo Raven—. Pero nunca tuviste por qué matar.
—Mis órdenes…
—¡Excusas! Si asesinabas por eso, entonces no eres la mujer malvada que yo creía. Solo una cobarde.
Octavia la miró a los ojos antes de asentir. Empujó a Raven hacia atrás y se dispuso a golpear. Raven extendió las manos, convirtiendo a Syl en una espada. Esperó que la asesina detuviera el golpe. El movimiento pretendía interrumpir el patrón de ataques de Octavia. Pero Octavia no detuvo la espada: se limitó a cerrar los ojos. En ese instante, por razones que ni siquiera ella misma alcanzaba a explicarse (¿tal vez por piedad?), Raven desvió su propio ataque y dirigió el golpe hacia la muñeca de su contrincante. La piel se volvió gris. Con un destello, reflejo de un relámpago, la espada cayó de la mano de la asesina y se fue apagando. El brillo huyó de la forma de la asesina. Toda la luz tormentosa se desvaneció de repente, todas las esquirlas desaparecieron.
Octavia empezó a caer.
«¡Cógela! —le envió Syl en un grito mental—. Cógela, Raven. ¡No la pierdas!».
—¡La asesina!
«Ya no tiene el vínculo. Sin la espada, no es nada. ¡No la pierdas!».
Raven se lanzó a por la esquirlada empujando a Octavia, que se sacudió como una pelele a merced de los vientos de una tormenta. Raven se abalanzó, agarrando la esquirlada justo antes de que la tormenta la consumiera. A su lado, la asesina fue arrastrada, dejando a Raven con la imagen de la clara silueta de Octavia dirigiéndose a la meseta de abajo con toda la fuerza de la tempestad. Enarbolando la espada de la asesina, Raven se lanzó hacia arriba, pasando a lo largo de la muralla de tormenta. Los vientospren que había atraído giraban a su alrededor, riendo de pura alegría, y cuando rebasó la cima de la tempestad, estallaron a su alrededor y se dispersaron, marchándose para bailar delante de la tormenta que todavía avanzaba. Se quedó solo con uno. Syl, con la forma de una joven de vestido vaporoso, de tamaño natural esta vez, flotaba ante ella. Sonrió mientras la tormenta pasaba bajo ellos.
—Muy bien hecho —dijo—. Tal vez te conserve esta vez.
—Gracias.
—Estuviste a punto de matarme, lo sabes.
—Lo sé. Creí que lo había hecho.
—¿Y…?
—Y… hum… ¿eres inteligente y elocuente?
—Te olvidaste el cumplido.
—Pero acabo de decir…
—Esos eran simplemente hechos probados.
—Eres maravillosa —dijo Raven—. De verdad, Syl. Lo eres.
—También es un hecho —dijo ella, sonriendo—. Pero lo dejaré pasar siempre que estés dispuesta a ofrecerme una sonrisa lo bastante sincera.
Raven así lo hizo.
Y se sintió bien, muy bien.
