Como cada vez, la marca tenebrosa había dolido con la llamada que no esperaba tan pronto.
El Señor Tenebroso había convocado a una reunión con sus mortífagos más allegados y esta vez, Lucius y Narcissa también estaban entre los reunidos. Las implicaciones de eso no podían ser buenas siendo que, a pesar de haber tomado posesión de la mansión Malfoy, habían sido excusados de la anterior. Estando presentes en esta, estaba seguro que algo más importante había demandado el mago oscuro de la familia de sangre pura.
Con todos los mortífagos esperando la llegada de su Amo, nadie osaba comenzar una conversación frívola. Siendo que pocas veces eran llamados mientras el Señor Tenebroso no estaba presente, todos sabían que cuando así pasaba sólo significaba uno más de sus juegos mentales.
—¿Qué has logrado con el muchacho, Severus? —preguntó el Señor Tenebroso en cuanto cruzó la puerta del salón.
Se puso de pie en cuanto su nombre fue llamado y no se permitió siquiera aclararse la garganta.
—Para el poco tiempo que llevo con él, hay mejoría —respondió mientras lo veía alcanzar su asiento en la mesa—. Ese viejo tonto sigue creyendo que estoy de su lado y pude convencerlo de dejar al escuincle a mi cuidado. El muchacho comienza a aceptarme y ya he podido manipular su mente para que acepte algunas de las artes oscuras. Una vez que se sienta confortable con este poco, podré traerlo para que lo conozca a usted, mi Señor. Después, podrá obtener su lealtad.
La risa del Señor Tenebroso hizo eco entre las paredes y murió tan rápido como la felicidad en esos ojos viperinos.
—¿Cuándo será eso, espía?
—Le prometí enseñarle magia sensual. El chico está tan necesitado que pronto me rogará que lo inicie en magia sexual, Señor. Después de eso podré mostrarle los beneficios de la Magia Oscura más… tentadora. Tras esto, podré traerlo ante usted para que lo tenga a su lado.
—Apresúrate, Severus —ordenó secamente—. No podemos permitir que ese viejo se entere que está perdiendo su arma.
Tras dar su orden, el Señor Tenebroso pasó a temas del ministerio y a dar sus siguientes órdenes para conseguir más poder sobre éste.
Terminando la reunión en una de las mejores formas de todas —él no había sido quien recibiera las maldiciones Cruciatus—, se excusó minutos después de ver salir del salón al Señor Tenebroso. Mientras la mayoría se quedaba celebrando y planeando, Lucius lo encontró cerca de las barreras para desaparecer.
—No sabía que gustaras de compañeros tan… jóvenes —lo provocó con un dejo de burla—. Entiendo que es mejor entrenarlos desde una tierna edad, pero no lo esperaba de los escrúpulos que vienen con tu… mezcla de sangres.
Rechinó los dientes antes de voltear la mirada al patriarca Malfoy. Realmente no estaba de humor para Lucius en ese momento.
—¿Qué quieres, Lucius? De ninguna forma creo que me hayas detenido para demostrar tu ignorancia. Mis escrúpulos son lo último que debería importar cuando se trata del Señor Tenebroso, ¿acaso es diferente contigo?
El gesto iracundo de Lucius lo puso de mejor humor.
—Sólo digo que podrías usar una aproximación un tanto diferente. No sea que al final demuestres tus verdaderas debilidades.
—Y, ¿cuáles serían esas debilidades? —preguntó con una tersura que era una amenaza en toda su expresión.
—Tienes una debilidad por ese chico, Severus —atacó bajando la voz—. Haz hecho un buen trabajo para ocultarlo, pero te conozco mejor que eso. El chico no deja de ser el hijo de tu amiga esa, la sangre sucia. Y yo aún recuerdo la obsesión que sentías por ella.
—No discutí esto contigo en el Colegio, Malfoy. No voy a discutirlo hoy tampoco.
—El Señor Tenebroso quiere a Potter a su lado, no muerto. No creo que seas la mejor opción para lograrlo.
—¿Estás dudando del Señor Tenebroso, Lucius? —atacó de nuevo—. ¿Quieres ir en contra de su orden, tan específica como fue? —retó—. Aunque tenga su misma edad, Harry Potter no es tu hijo. Preocúpate por Draco y déjame hacer mi trabajo.
—¡Cómo te atreves! —siseó con furia.
—El chico es maleable a esta edad —ofreció secamente—. Estoy intentando varias cosas a la vez.
Con eso dicho, Lucius se vio confundido. Desapareció antes que el hombre pudiera decir más estupideces.
Comprendía a Lucius, también, mejor de lo que Lucius creía ser comprendido por otros. Ambos siendo parecidos y diferentes al mismo tiempo, ninguno dejaría que el resto los pensaran diferente a la reputación que habían construído durante años. A su forma, Lucius había dejado en claro lo que pensaba de la situación completa. Y no podía ser diferente cuando lo sabía —si no amoroso— cuidadoso al combinar a otros con sus propias pasiones. Lucius, con su mezcla de superioridad y altivez, con su marcado desprecio para lo que no entrara en su concepto de perfección, conocía mejor que nadie los límites propios que no estaba dispuesto a sobrepasar. Eso, sobretodo, era la razón por la que habían forjado un lazo más fuerte que la marca en su brazo. Y, como él mismo había hecho y hacía, buscaba jugar sus cartas para obtener el mayor beneficio.
Lo cual lo dejaba de pésimo humor al haber recibido no sólo un escarmiento, sino una advertencia. "Como si aún fuera el maldito prefecto de Slytherin", mordió entre dientes.
Con un dolor de cabeza imposible de subyugar sin pociones, cuando abrió la puerta de sus habitaciones, se encontró con el muchacho idiota tirado en el piso, leyendo un libro y con los dedos enterrados en el culo.
El cuero café del libro le indicó de inmediato que el volumen era precisamente el libro de magia sexual que había dejado sobre la chimenea. No necesitó un segundo para saber que, de nuevo, el hechizo de ocultamiento había respondido al deseo del chico por sobre cualquier otro que hubiera sentido. Antes que venganza, lucha o desesperación —que habrían revelado cualquiera de los otros tomos ocultos—, el muchacho quería sexo.
Si no hubiera estado tan molesto con su noche hasta el momento, se hubiera sorprendido con la veracidad del plan del Señor Tenebroso; habiendo sido su noche como fue, se desquitó con el chico.
—¿Infiero ahora, también querrá que le enseñe esos temas, Potter?
La reacción del chico fue inmediata: saltó, se puso imposiblemente rojo mientras apartaba la mano de su cuerpo, se cubrió la cara con el libro, soltó un gemido de vergüenza y buscó hacerse un ovillo tan pequeño que pudiera ocultarse tras el libro. En cualquier otro momento le hubiera dado, al menos, risa ver que al intentar esconderse el chico dejaba sus nalgas aún más expuestas.
La humillación que veía, en cambio, despertó la magia en sus venas. Mientras que ésta alivió el dolor de cabeza, dejó todo su cuerpo zumbando con interés y despertó su entrepierna con anticipación.
—¿De dónde sacó ese libro, señor Potter? —preguntó acercándose al muchacho que aún tenía los pantalones hasta los tobillos.
Tomó el libro del piso y el chico escondió la cara entre sus manos.
—Estaba sobre la chimenea —respondió con la cara aún protegida de su vergüenza—. Creí que lo había dejado para mí.
—¿Alguna vez he fallado en especificar mis órdenes claramente, señor Potter? —siguió aún sonando severo.
—No, señor. Pero al principio mencionó que tendría que aprender a… anticiparme a sus órdenes. Pensé que esto era una prueba.
Suspiró fingiéndose frustrado. El cansancio en el aspaviento, ese no era fingido.
—Vaya al baño, recompóngase y vuelva en cinco minutos. Tendremos una plática franca en cuanto vuelva.
Poniéndose en movimiento mientras subía los pantalones hasta su cadera, el chico desapareció tras la puerta del dormitorio. Sólo entonces llamó a un elfo doméstico para que les preparara un servicio de té.
El té llegó antes que el muchacho. Poniendo el servicio de té en una mesa que hizo aparecer frente al sofá, le indicó al joven que se sentara. Quedando cada uno en un extremo del mueble, comenzó a preparar su té.
—No negó que quiera aprender este tipo de magia conmigo, señor Potter —comenzó entretenido con su bebida—. Su silencio con respecto al tema, esta vez, no puede ser tomado como una respuesta.
—Sólo si a mi Señor le place —respondió cohibido.
—Señor Potter —amonestó—. Esta conversación franca es para que me diga lo que piensa, no lo que cree que quiero escuchar. Este es el momento en el que es libre de las restricciones impuestas por el entrenamiento. Y es un tema que requiere ser manejado con sumo cuidado.
—¿Por qué con "sumo cuidado"?
No falló en notar que, indicando la suspensión de restricciones, el chico las aprovechó de inmediato.
—Primero que nada, aun es menor de edad incluso en la sociedad mágica. Aunque las regulaciones del ministerio en materias sexuales son… laxas, en todos los aspectos cuando pueden convenir a los "sangre pura", el resto de la sociedad mágica puede no ser tan permisiva.
Sin decir que a él lo lincharían por ponerle la mano encima al "niño dorado". Y, Dumbledore, con todas sus excentricidades y maquinaciones, era imposible anticipar cómo reaccionaría ante la "corrupción" de su pequeño... "protegido". Un punto a favor del Señor Tenebroso en cuanto a la seguridad de su espía.
—Pero no tienen un problema en enviarme a espiar al mago oscuro —comenzó el chico con rabia e indignación—; ninguno en poner el peso de la paz sobre mis hombros, ¡o en pronunciar una maldita profecía que me obliga a morir! —gritó.
Las palabras le sorprendieron más que el grito. No estaba enterado que el anciano chalado le hubiera dicho algo de la profecía, lo que, también, generaba la pregunta de cuánto le había dicho de ella y si le había dicho que él era responsable de tanto o más por haberla repetido.
—No sabía que estaba enterado de ella —dijo en un susurro.
—Dumbledore me lo dijo hace unas semanas.
La confesión, de nuevo, le sentó como una patada en las entrañas. No sólo el anciano lo había puesto a él a entrenar al chico, Dumbledore seguía alimentando la cabeza del chico con… dulces de limón. Una sensación casi dolorosa de traición se asentó en su pecho. Si otro fuera el momento, hubiera rabiado y lanzado al chico de sus habitaciones a base de insultos y arrojando una cosa u otra. De Dumbledore se lo hubiera esperado, del chico que venía cada día a sus habitaciones, no. Esta vez detenía su exabrupto únicamente porque el maldito anciano manipulador no era el único que le había dado una orden con respecto al chico.
—¿Señor, está bien? —preguntó el chico sonando preocupado y acercándose un palmo sobre el sofá.
Temiendo que si el chico se acercaba más a él lo apartaría con un golpe, se levantó de su asiento y se alejó hacia el escritorio.
"No puedo entrenarlo más, señor Potter. Ya no confío en usted", quería decirle al insufrible muchacho que se acercaba a él. Pero sabía que no podía darse ese lujo. Aunque así lo sintiera, pasada la impresión, estaba seguro que la muerte a manos del Señor Tenebroso no parecería tan bienvenida como en ese momento.
Antes que con voz, usó un gesto de mano para detener a Potter de acercarse a él.
—No es nada, Potter —mintió mientras tocaba la mente del otro con Legeremancia—. No sabía que el director hubiera tratado ese tema con usted.
El chico lanzó un aspaviento despectivo mientras su mente se agitaba con molestia.
—No creo haberle dejado otra opción —rezongó molesto—. Sé que Dumbledore me ocultó la verdad por mi bien pero… ¿Qué está mal, se… Snape?
No tuvo la presencia de mente ni para arquear la ceja ante el uso informal de su apellido.
—Si fuera principio de año no lo hubiera notado, Snape —siguió hablando el chico—. Pero ahora sé que algo sucedió, y no sé qué hice mal para provocarlo.
—No contaba con que Dumbledore siguiera… instruyéndolo —dijo intentando sonar ecuánime, falló en conseguirlo.
—Fue Sirius quién mencionó la profecía, cuando pregunté por ella se negó a contarme. Dijo que era un secreto que Dumbledore me diría cuando creyera prudente.
—¿Por qué no me lo preguntó a mí, señor Potter? —interrogó sintiendo su temperamento a punto de estallar.
—No quería causarle problemas —dijo a media voz.
Se rió casi histérico, pero con completo desprecio a la excusa.
—La mitad de lo que le he enseñado aquí, o todo ello, me puede llevar directo a Azkaban, señor Potter. Lo que estuve a punto de acceder a enseñarle me hubiera dejado como comida de Dementor —gritó furioso—. ¿Alguna vez le he mentido, señor Potter? —retó—. Desde que empezó este entrenamiento, ¿le he dado motivo alguno para desconfiar de mí?
El chico negó en silencio, su mente dejándole sentir una profunda punzada de arrepentimiento y vergüenza. En seguida, el miedo a ser rechazado se apoderó de la mente del muchacho.
No podía seguir.
Al menos no esa noche.
—Retírese, Potter. No vuelva a venir hasta que le indique lo contrario —ordenó.
—Íbamos a hablar francamente —rezongó el muchacho idiota.
—¡Hablaré con usted cuando esté en condiciones de hablar tranquilamente, señor Potter! —devolvió furioso.
Cuando se largó el escuincle por fin pudo dejarse caer en el sofá. Un segundo después, la furia en su interior explotó al fin. Aventó la mesa y el servicio de té hacia la puerta de la habitación y gritó ininteligiblemente la rabia que se había apoderado de su máscara de espía.
El anciano… Aunque sabía desde el principio que el viejo lo utilizaba para más que sólo espiar a su enemigo... Esto había sido el golpe más bajo que le hubiera dado. Ni siquiera el usar la muerte de Lily como chantaje había sido algo tan… miserable.
Esta vez, sabiendo lo que el Señor Tenebroso había pedido de él y habiéndolo obligado a seguir una estrategia ruin desde el principio; ni siquiera le dejaba controlar los ingredientes de esta poción maldita. No, le había entregado los ingredientes principales ya procesados y en frascos etiquetados con nombres a propósito equivocados.
Claramente, Albus Dumbledore estaba siguiendo una estrategia que causaría la muerte de Severus Snape.
