Tres días habían pasado desde que había corrido al chico de sus habitaciones privadas y cada vez que veía al muchacho la furia hervía en su interior de nuevo. Había estado ignorando al chico más por el bien del joven que por el enojo que aún sentía. Estallar con él, desquitarse como antes lo hacía —ahora— sería perder todo lo ganado en ese entrenamiento que habían comenzado. Aún así, todo tipo de pensamientos funestos giraban en su cabeza y se recrudecían al tener al muchacho enfrente. Viendo ese rostro que antes le recordaba a un rival en el Colegio, ese rostro ahora le recordaba la traición del viejo manipulador. Y nunca antes le había parecido tan cierto el mote de "arma" que el Señor Tenebroso había usado para referirse al chico, porque justo así lo veía también: como el arma que Dumbledore esgrimía a voluntad o según lo necesitara en sus manipulaciones.

Aunque no podía darse el lujo de pasar mucho más tiempo retrasando lo que debía hacer —el Señor Tenebroso lo había apresurado en la última reunión—, podía darse el lujo de dilatar aquello unos días más.

Esa clase de pociones, sin embargo, con el pergamino que contenía la tarea, el chico entregó algo más.

La pequeña misiva leía:

"Señor,

Escuché decir a un gran hombre que el bien y el mal estaban manipulados para restringir y controlar. He llegado a la conclusión de que una restricción y un control absoluto de uno, en casos específicos, puede conseguir la libertad de otro. Si un juramento inquebrantable es lo que se necesita para asegurar que aquellas consecuencias no existan, estoy dispuesto a hacerlo. Creo que sus enseñanzas pueden ser una ventaja en la guerra y no confío en nadie más que en usted para que me enseñe lo que aún desconozco."

—Señor Potter —llamó con mordacidad—. La próxima vez que se ponga creativo con su tarea lo expulsaré de mi clase. Esta vez, sólo se ha ganado detención en mi despacho a las seis; y diez puntos menos para Gryffindor por la creatividad mostrada en su tarea.

A pesar de los aspavientos de enojo de sus compañeros de casa, escondiendo el rostro, el chico alzó la comisura del labio con una pequeña sonrisa. El muy cretino.

Pero no iba a quitarle puntos a una casa por algo que no tenía que ver con el curriculum.

A las seis en punto el chico se presentó en su despacho agachando la mirada y mordiéndose el labio inferior como si eso le borrara la sonrisa en la cara. Esta vez no lo castigó por el gesto; esta vez estaba en detención, no en entrenamiento.

—Tome asiento, señor Potter —ordenó—. Va a lavar los calderos para cumplir su detención de clase, pero antes tenemos otros temas que tratar. Aunque deseara hacerlo, me es imposible terminar el tipo de entrenamiento al que fuimos forzados, usted a recibir y yo a dar. Dicho eso, merece, al menos, saber que mi reacción no se debe tanto a algo que usted haya hecho mal, per sé, como a todo lo que rodea al evento.

—¿No fui yo? —susurró sorprendido—. ¿Qué rodea al evento, señor?

—¿Puede permanecer callado hasta que termine? —retó en una advertencia leve y con un dejo de humor que no pudo evitar al escuchar al muchacho llamarlo "señor" aunque de momento no fuera necesario.

El chico asintió vehemente.

Suspiró para cobrar valor.

—La situación en la que estamos, usted y yo, señor Potter; sólo puedo exponerla como la creación de una poción que aún no se ha inventado. Primero se necesita el objetivo, ¿para qué va a servir la poción? y eso ya lo sabemos. En segunda instancia son los ingredientes. En cualquier poción por descubrir, la elección de ingredientes es fundamental. ¿Qué ingrediente hace qué?, ¿bajo qué condiciones? ¿Cuáles son sus reacciones estando separados?, ¿cuáles estando juntos? ¿Cuánto es demasiado?, ¿cuánto es muy poco? Desde cantidades, propiedades mágicas y las reacciones hasta la forma en que cada ingrediente es preparado y añadido; el momento de preparación de la poción y el de preparación de los ingredientes. Cada una de las incógnitas debe ser manejada con la mayor precisión posible, y es una precisión que se desconoce. En el mejor de los casos, experimentar con pociones puede causar daño estructural; en el peor de los casos, matar al mago y liberar una toxina en el aire que acabe con la vida a kilómetros a la redonda. No exagero —detuvo el gesto del chico sonando casi paciente—, es posible, señor Potter. Ahora imagínese tratando de tener extremo cuidado en cada incógnita de la preparación de su poción, sólo para darse cuenta que la misma persona que le pidió esta poción le entregó los ingredientes en frascos mal etiquetados.

—Mierda —soltó el chico.

—Mierda justamente —dijo con un gesto de incomodidad ante la palabra altisonante, pero que resumía la situación en gran medida.

—Vold… El señor tenebroso es un…

—Esto no lo hizo el Señor Tenebroso, señor Potter.

—¿Entonces quién…

El chico perdió la fuerza en la voz mientras parecía hacer las conexiones necesarias para descubrirlo él solo.

—¿Dumbledore? —susurró con sospecha—. No puede ser —soltó sonando más a una muletilla que a una defensa.

—Uno de sus defectos, señor Potter; suele ser confiar demasiado rápido en unos y desconfiar al instante de otros.

—Pero… es Dumbledore. Es un gran mago, sabio, es… es bueno.

Sonrió en respuesta, sin felicidad en absoluto, queriendo recordarle al muchacho que ya había dejado en claro la percepción que tenía de lo "bueno" y de lo "malo". Cuando el chico se frotó los ojos por debajo de las gafas —casi tirándolas con el movimiento—, y asintió, supo que estaba recordando esa conversación. Tal vez recordando las palabras que había entregado en un trozo de pergamino junto con su tarea de pociones.

—Señor Potter —advirtió sin ser mordaz esta vez—, hay muchas cosas que no sabe del mago en cuestión. Ha vivido poco y conocido al mago aún menos. Tantas de sus acciones pueden ser puestas en tela de juicio… pero este no es el motivo de nuestra conversación.

—Quiero saberlas, señor —pidió tensamente—. Por favor. Necesito saberlas.

Una sensación extraña, renuencia tal vez, peleó arduamente con el pensamiento que le decía este era el momento de asirse con el poder que el viejo manipulador le había quitado… que Dumbledore había retenido sobre el chico. Y sobre él.

Aún sabiendo que la ambivalencia era necesaria para moverse entre la obsesión de un mago y del otro… la renuencia comenzaba a ganar la batalla. Se resistió sin embargo.

Ser condescendiente con el muchacho sólo le causaría la muerte. A ambos.

El chico merecía algo mejor: si iba a morir, tenía el derecho de saber. Él merecía algo mejor: había sido manipulado para dejar cuerpo y alma en una lucha que nunca fue suya.

—Lo dije antes —comenzó con un suspiro para calmarse—, lo dejó a mi cuidado en esta nueva locura a la que llama "estrategia" a pesar del riesgo que implica para usted, para mí o para el propio fin de la guerra. A pesar de mis negativas me forzó a que lo prepare como espía sabiendo bien que el Señor Tenebroso lo quiere a su lado; pero sigue... instruyéndolo en privado y sin enterarme de ello. Las implicaciones son muchas, señor Potter —siguió tensamente—; comenzando con el por qué lo haría, siguiendo con cuál es el fin que busca, terminando con qué está haciendo para cumplir con su parte en dicha estrategia y todas las que hay entre esas. Él mismo dijo que se encargaría de los Horrocruxes —explicó cuando el chico abrió la boca para preguntar, mas no explicó la naturaleza de éstos.

Cuando vio al chico tomar una pluma y pergamino de su escritorio estuvo a punto de cuestionarlo. Se detuvo cuando alcanzó a leer, en la terrible caligrafía del muchacho, la palabra "Horrocruxes" y seguir con la boca cerrada. No iba a darle crédito por ello, aunque lo mereciera.

Sintiendo el ácido en su estómago quemarle hasta la garganta, se preparó mentalmente para decir lo que a nadie había dejado saber por su propia boca. Viendo al chico a los ojos usó de nuevo Legeremancia para sondear las capas tempranas de la mente ajena. Aunque en guardia, la mente del chico aún estaba receptiva.

—En cuanto a la profecía, no sé qué tanto le explicó de ella o de mi participación con esta —dijo pendiente tanto a sus palabras como a las sensaciones que recibía de la mente del chico—. Cuando la profecía fue hecha... La hizo quien ahora es su profesora de Adivinación —respondió a la pregunta no hecha—, no sólo Dumbledore la escuchó; también yo lo hice. Siendo en ese momento sólo espía para el mago oscuro, le relaté lo que había escuchado de ella. Lo hice sin pensar una sola vez en las posibles consecuencias de ello. Cuando fui a Dumbledore a suplicarle que corrigiera mi error, cometí el mismo una segunda vez —dijo con un nudo en la garganta y desviando la vista del chico por un momento mientras apretaba las quijadas por los recuerdos—. Fue sólo hasta ver lo que uno puede causar por actuar sin pensar, que aprendí la lección. Años después, tras incontables… Años después —se detuvo a él mismo porque no buscaba expiar culpas ni que el hijo de su mejor amiga le ofreciera redención o lástima por años de autorecriminación y odio. Continuó tras aclararse la garganta—, pude al fin preguntarme por las acciones ajenas. ¿Por qué el mago más poderoso en siglos tal vez, uno sabio, el más "bueno"; por qué a tal mago sólo se le ocurrió poner a los Potter y a los Longbottom bajo la protección del encantamiento Fidelius? Cuando era claro que el encantamiento no era impenetrable, cuando la guerra estaba en su apogeo, cuando nadie sabía en quién podía confiar; cuando amigos y familiares delataban a unos y a otros como Mortífagos, como traidores a la sangre o como miembros de la Orden del Fénix, cuando la Orden estaba superada 20 a 1… ¿Por qué Dumbledore no pudo proteger mejor a Lily? —se le quebró la voz.

—¿Lily? —preguntó el muchacho olvidando incluso que anotaba las preguntas y que guardaba silencio—. ¿Usted conoció a mi madre?

—Sí, Potter. Conocí a su madre y a su padre. Pero parece que jamás conoceré quién es Albus Dumbledore en realidad —cambió el tema para no entrar en más detalles de aquellos años.

—No he hablado tantas veces con Dumbledore después que usted me ordenara no llamar la atención de Umbridge —se apresuró a decir el chico—. Apenas he hablado con él. Lo confronté con lo de la profecía, pero el director no respondió mucho más. No me explica porqué veo a Vold… al Señor Tenebroso en mis sueños o por qué permite que Umbridge se quede… en verdad, desde el ataque de los dementores y mi audiencia con el Ministerio, tal vez desde la muerte de Cedric, Dumbledore me abandonó como todos lo han hecho, como usted va a hacer —terminó, también, con la voz rota.

El chico apretó los puños sobre los muslos y clavó la mirada en el suelo. Sus pensamientos, oscuros como pocas veces, hubieran llamado dementores si los espectros aún siguieran en los terrenos del Colegio.

En ese momento, su cuerpo reaccionó más rápido que la voz en su cabeza que le advertía de las consecuencias. Se acercó al muchacho y le puso una mano en el hombro aunque no fuera parte del entrenamiento.

—No lo voy a abandonar, Harry —dijo apretando un poco su mano sobre el hombro del muchacho, consiguiendo al fin que subiera la mirada de sus puños—. La obsesión de dos magos nos ha dejado juntos en esto y por eso… por eso me alteré tanto al saber que buscó al director antes que a mí; al saber que no confió en mí lo suficiente para venir a mí con sus preguntas.

El chico hizo lo más inesperado de todo: se lanzó a abrazarlo como si su cordura dependiera de ello. Sorprendido por la acción, hizo lo único que podía hacer en tal situación: entró más profundo en la mente del chico.

Un par de imágenes le dijeron más que el desesperado abrazo. Y el chico había necesitado un pilar al cual aferrarse desde hacía mucho tiempo. Entre sentirse furioso por no haber tenido él eso mismo e impelido a dar lo que no había recibido, se limitó a acariciar el cabello del muchacho.

—¿Por qué no me había dicho nada de esto? —preguntó sin ser reclamo—, hubiera podido manejar ciertas cosas de manera diferente.

—Porque cuando estoy con usted, en su sala, siento que nada de esto importa —respondió aún aferrándolo por la cintura, sonando sincero como pocas veces—. Pero en estos días que me ignoró… Sólo puedo pensar en lo mal que hago todo.

Sólo porque el chico tenía pegada la cabeza en su vientre se permitió rodar los ojos en las cuencas. Lo que no se permitió fue decir en voz alta el "drama adolescente" que pugnaba por salir con mordacidad de su boca.

—Lo siento —dijo el chico apartándose e intentando recuperar un semblante controlado—. No debí decirlo. Debí controlarme mejor. De nuevo fallé —dijo mientras se golpeaba en la frente con el puño.

Sin intención alguna de decirle que, justo en ese momento, se estaba comportando muy parecido a un elfo doméstico, detuvo el puño del chico de golpearse una vez más. Quiso decirle que el único con derecho a castigarlo era él y no sí mismo; pero tampoco lo dijo.

—No es fácil ver morir a una persona, mucho menos a alguien que conoció —comenzó tranquilamente—. Lo que vivió al final del Torneo de los Magos; la misión que le dieron. Nada de lo que está pasando es fácil, Harry —usó las palabras con las que alguna vez Lily lo había reconfortado—; pero no puede huír de esto. No se engañe pensando que debe ser fácil o que va a acostumbrarse alguna vez. Va a cobrar una parte de usted, puede estar seguro de ello, pero siempre puede elegir qué hacer con los restos que le queden.

El muchacho torció una sonrisa que era sarcasmo y recriminación al mismo tiempo. Casi se siente orgulloso de él. Casi.

—No endulzas las cosas, ¿verdad, Snape?

—No suelo mentir cuando puedo decir la verdad —respondió con apenas una ceja arqueada como reprimenda por el uso de lenguaje informal.

—¿Mentía cuando dijo que iba a enseñarme de ese libro? —preguntó casi en un reto.

Si no hubiera estado usando Legeremancia en la mente del chico, habría pensado que esa cabeza había vuelto a centrarse en sus genitales. Siendo otro el caso, sabía que no era así. El muchacho lo estaba poniendo a prueba. Estaba tratando de averiguar si le había mentido tras aceptar las condiciones primeras, y cuándo lo había hecho. Chico astuto.

—No, señor Potter. No mentía cuando dije que estaba por acceder a hacerlo. ¿Usted está seguro de lo que me pide? —devolvió el reto.

El chico se puso de pie y sacó su varita en un movimiento. Reaccionó de inmediato, yendo por su varita en un instante pero deteniéndose cuando no hubo una mayor amenaza.

—Hagamos el juramento inquebrantable.

—De nuevo está saltando de cara al peligro sin medir las consecuencias —gruñó fastidiado.

—No es eso, señor —espetó casi respetuosamente—. Es sólo que… no sé qué más hacer para demostrar que puede confiar en mí.

—¿Qué le parece dejar de ponerme a prueba? —soltó mordazmente—. Para empezar, nunca he tenido mucha confianza en otras personas. Para terminar, mi vida, básicamente, depende de que usted pueda lograr esta… faena.

—Por eso me puso a prueba —dijo en un susurro, como si apenas se diera cuenta del peligro en que lo habían metido—. No lo defraudaré —insistió el muchacho.

—Bien —suspiró frustrado—. Intentaré confiar en usted. No me decepciones.

—No lo haré —dijo confiado, enfatizando con un sendo movimiento de cabeza.

Habiendo terminado de exponer los temas generados durante el entrenamiento, estaba listo para poner al chico a cumplir su detención. Claramente, el muchacho tenía otras prioridades. Tomó el pergamino en el que había estado tomando notas y comenzó por la primera duda.

—¿Qué es un Horrocrux?

—Es un objeto en el que un mago, o bruja, oculta una parte de su alma. Es una, sino la más oscura de las magias conocidas. Para realizarlo, siempre se necesita asesinar sin remordimiento a una persona.

El chico asintió como si se lo estuviera aprendiendo de memoria.

—Dijo que primero fue espía de Vol… del Señor Tenebroso. ¿Cómo llegó a serlo? y ¿por eso le dijo la profecía?

—El Señor Tenebroso, en aquella ocasión, me mandó a Hogwarts con la excusa de buscar el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras para vigilar al director. En parte, sí.

—¿Tuvo el mismo entrenamiento para ser espía que el que yo estoy recibiendo?

—No, Señor Potter. Nadie me enseñó a ser espía.

—Espere —y el chico se lo decía a su propia mente—. ¿Por eso ha pedido el puesto de profesor de esa asignatura todos los años?

—En efecto, es parte de la fachada —asintió—, y la misma razón por la que Dumbledore siempre encuentra a otros candidatos… menos que óptimos.

Con los ojos entrecerrados, el chico volvió a leer del pergamino.

—¿Qué es la Orden del Fénix?

—Es una sociedad, sino secreta, severamente resguardada para luchar contra el Señor Tenebroso y que obedece las órdenes de Dumbledore.

El chico bajó la vista de nuevo a sus anotaciones.

—¿Por qué no lo hizo? Dumbledore —explicó—. ¿Por qué sólo los protegió con el encantamiento Filius?

Fidelius —corrigió en automático—. Sólo conozco la respuesta a la que llegué, Potter. Creo que así lo hizo para satisfacer sus propios fines. Me explico —comenzó antes que el chico lo interrumpiera—. La profecía habla de un niño nacido a finales del séptimo mes, de padres que desafiaron al Señor Tenebroso tres veces. Dos niños cumplían esas características: Neville Longbotton y Harry Potter. Cuando el mago oscuro atacó a su familia y a usted, también lo marcó como el niño de la profecía. Llámeme traidor, paranóico o un bastardo mal agradecido, pero veo qué de eso sirvió para los planes del viejo. Si no su mano o su voluntad, veo a la perfección las maquinaciones de un hombre obsesionado con derrotar a un mago oscuro. Habiendo derrotado ya a uno, puede ser también un tanto de arrogancia.

—Si piensa así de Dumbledore, ¿por qué lo sigue? ¿o es que en verdad está con el Señor Tenebroso?

—La verdad es más complicada que eso, señor Potter —respondió tensamente—. Pero, en algún sentido, Albus Dumbledore es el menor de los dos males. Revelar más aquí y ahora representa un peligro tanto para usted como para mí. Lo que me lleva a lo siguiente: Con la conexión que su mente tiene con la del Señor Tenebroso, no podemos arriesgarnos a que esta conversación sea escuchada por él.

—Aún no confía en mí —soltó, escuchándose abatido.

—Su mente, señor Potter; es… —se detuvo de decir "débil" y perder todo lo que había ganado al abrir tantas heridas del pasado—. Su mente está abierta para cualquiera que quiera ver dentro de ella; es casi como si una parte de usted estuviera buscando activamente ser alcanzado. Ser… conocido; comprendido. Admito que pude ser la causa de esto al referirme a usted, en ocasiones, como la copia de su padre. Sepa que no lo es. Usted no es su padre —repitió—. Tenía que saberlo, aunque esta conversación deba ser retirada de sus recuerdos.

—¿Qué? —gritó el chico sorprendido y parcialmente indignado—. ¿Por qué?... digo, no… ¿Voy a olvidar todo lo que me dijo?

—Sí y no —respondió con un suspiro—. Al extraer la memoria de esta conversación no tendrá recuerdos de ella, es cierto; pero podrá ser devuelta a usted en el futuro. En el estado en que se encuentra su mente —explicó ante la rebeldía que sentía en la mente del muchacho—, le llevaría años sino décadas el desarrollar los escudos necesarios para vencer al mejor legeremente del que se tiene registro. No tenemos suficiente tiempo para eso.

—Eso no lo sabemos —rezongó el chico.

—Al contrario que usted, señor Potter; yo lo sé. En la última reunión que tuve con el Señor Tenebroso, éste expresó su ansiedad por verlo a su lado.

—Eso no me lo había dicho.

—No hubo tiempo para decirlo. Sucedió el mismo día que lo encontré leyendo el libro de magia sexual.

—Oh —dijo el chico tan elocuentemente como ya era característico. El carmín en sus mejillas delatando el recuerdo del cómo lo había encontrado esa noche.

—El hechizo para tomar la memoria es relativamente fácil cuando lo hace uno mismo. Va a tener que ayudarme en esta ocasión, señor Potter.

—¿Qué tengo que hacer?

—Sólo concéntrese en toda esta conversación —instruyó—. Deje esta conversación al borde de su mente y no intente guardar nada. Cuando sienta a mi magia jalar, suelte el recuerdo. Pondré el recuerdo en un contenedor y éste podrá ser guardado incluso en una cámara en Gringotts, si así desea.

Con el muchacho aceptando lo que tenía que ser hecho, por fin pudo ir por un pequeño frasco de vidrio con corcho donde alojaría la plateada memoria. Aunque quería advertir al chico que estaba confiando en él para no retener parte de dicha memoria, advertirle que no lo traicionara… no lo hizo. No por segunda ocasión.

Con el frasco en la zurda y la varita en la diestra, aproximó ésta a la sien del chico.

—Señor —lo detuvo con un gesto concentrado—. Cuando lo haya hecho, ¿podría ordenarme que deje ese recuerdo junto conmigo mismo? Con esas palabras, por favor.

Fue su turno de asentir en silencio. Cuando el chico había aceptado crear ese objeto que lo ayudara a recordar quién había sido antes de comenzar el entrenamiento, le había indicado que a nadie dijera qué objeto había elegido o dónde lo había ocultado. Que lo ocultara en algún lugar donde, tras terminar la misión, se topara con él y que se olvidara de su existencia.

Tras aceptar la petición del muchacho, sintió las parcas barreras de su mente relajarse aún más. Entró hasta las capas tardías de esa mente y vio entonces imágenes y escuchó sonidos precisos. Se detuvo antes de entrar en las capas más profundas —que contenían pensamientos abstractos— y extrajo la conversación de la mente joven.

Dejó la fina hebra plateada en el frasco y lo encorchó de inmediato. Aprovechó el par de segundos que tardó esa mente en aclararse de nuevo para volver a su asiento tras el escritorio y guardar el recuerdo entre sus ropas.

—Tome asiento, señor Potter —ordenó como si el chico apenas llegara a recibir detención. Al recordar este momento apenas se preguntaría el chico, si alguna vez lo hacía, si al escuchar las palabras estuvo sentado o aún en la puerta—. Va a lavar los calderos para cumplir su detención de clase, pero antes tenemos otros temas que tratar. Nuestra última reunión no fue como las demás suelen suceder. Le preguntaré una sola vez esto, y espero que me responda con honestidad. ¿Ha buscado al director del Colegio para que lo guíe en sus deberes?

—No, pro… señor —dijo recuperándose de la confusión—. Desde que me dijo que había una nueva estrategia y me mandó con usted a entrenarme para ésta, sólo esta vez he hablado con él —dijo con un tono plano que escondía cualquier tipo de emoción—. Si no hubiera forzado mi entrada a su oficina, infiero que no me hubiera respondido tampoco eso.

—¿Entiende que al aceptar mis términos, tomó una decisión sin retorno?

—Sí, señor.

—La próxima vez que requiera respuestas, me las pedirá a mi. Si no las tengo yo, las encontraremos juntos. ¿Comprende?

—Sí, señor.

—Ahora bien, con respecto al tema pendiente y a lo que pidió de mí. La magia sexual no es en sí misma algo que pueda ayudarle en este entrenamiento; es cierto que puede aumentar su magia y mostrarle aspectos diferentes de ella, pero no es necesaria para el entrenamiento que le estoy dando. Como su nombre lo indica, es más íntima que la magia sensual. Pensando que la magia sensual se siente en la piel, la magia sexual se sentiría en los órganos.

—Señor, en el pergamino que me entregó el primer día, decía que mi sexualidad también le pertenecía. Acepté también esos términos.

—No era propiamente a lo que ese escrito se refería, señor Potter —dijo con una sonrisa en la comisura de los labios.

Y no necesariamente mentía. Las palabras en ese pergamino permitían este tipo de evolución en su dinámica, desde luego; pero iban orientadas a que el chico —si se le ordenaba— tendría que coquetear, cortejar o acostarse con cualquier persona que le indicara, independientemente del género de la persona.

—Oh —dijo con esa elocuencia que aún lo hacía un adolescente.

—Piénselo bien, señor Potter. Mañana puede darme su respuesta en mis habitaciones privadas, a las seis como siempre. No va a ser necesario pronunciar ningún juramento inquebrantable. Lo que nos regresa al tema de su castigo. Póngase a tallar calderos —terminó apuntando a la esquina de su despacho.

—Iré a tallar calderos, señor —dijo levantándose del asiento—. Seguiré su orden y lo pensaré, pero no necesito pensarlo más. Estoy seguro. Le confiaría mi vida, señor; todo lo que soy realmente —terminó con un tono seguro y desprovisto de emociones.

Cuando el chico comenzó a tallar los calderos, llevó su mano al peso bajo sus ropas. El frasco de vidrio que contenía un recuerdo sintiéndose como plomo.