Un nuevo capítulo...
Encanto cumplió un año de vida! Que emoción :D
Isabela estaba de pie frente al espejo de su habitación, arreglándose la flor que sostenía su cabello sobre la oreja y peinándose sus mechones teñidos de color verde. Había logrado bañarse y vestirse en tiempo record como nunca antes lo había hecho, quizás era por la adrenalina y los nervios que sentía. Los ojos de Violeta aparecían en su cabeza a cada rato y al recordar el beso en su mejilla, su estómago daba bruscos saltos agitando su respiración.
Hizo que la liana que tenía en su brazo tomara forma de pulsera, haciendo juego con su fino collar, el cual relucía bastante en su cuello desnudo. Respiró hondo para tratar de tranquilizarse, y cerró los ojos.
-Solo quiere hablar contigo, nada más. Y en un abrir y cerrar de ojos, estarás al lado de tu prima celebrando su matrimonio. Nada más, nada más…- se murmuró, animándose.
Abrió los ojos y su reflejo le daba una postura completamente diferente a la que quería: preocupada, estresada, al borde del pánico. Se quejó con un gruñido, dándose por vencida. Es probable que lo que le fuera a decir Violeta provocara un caos interno y externo en Isabela, y definitivamente no estaba preparada para eso. No ese día.
-Debí haberle dicho que no…- murmuró, sintiéndose agitada de repente.
Nuevamente la imagen de la chica apareció en su cabeza, y el recuerdo del beso en su mejilla, tan cerca de sus labios la hizo ponerse roja como un tomate. Quería gritar y esconderse debajo de sus sabanas para que nadie la molestara… o eso creía que quería, porque la verdad era que Isabela ansiaba con todo su ser ver a Violeta de nuevo, no solo por saber y como podía ayudarla y en que… sino que también porque quería verla. Simplemente verla…
-Que débil eres, Isabela Madrigal- se dijo a sí misma, molesta.
Se dio vuelta y miró la flor de madera tallada a mano. La había puesto en el velador al lado de su cama el mismo día que Violeta se la había regalado, para así poder observarla cada vez que despertara y se fuera a dormir. La luz que entraba desde el ventanal frente a la cama le daba una luz especial a la madera, la cual brillaba por el barniz.
La habitación de Isabela había cambiado bastante desde que Casita fue reconstruida nuevamente, y casi no había atisbo del rosado empalagoso y lleno de pétalos de su habitación anterior. Ahora estaba lleno de flora natural de Colombia cubriendo las paredes, lianas por ahí y por allá, y un sector justo debajo del ventanal estaba lleno de cactus de diferentes formas y colores. Había una gran cantidad de mezclas de colores, pero la madera de la flor de Violeta era uno de los pocos que sobresalía. Como si brillara con su propia luz… o una luz que Isabela imaginaba que tenía.
Sonrió mirándola por unos segundos más, y salió rápidamente de su habitación.
Casita era un caos.
Camilo corría de una habitación a otra buscando su cinturón, Agustín perseguía a unos ratones que tenían su calcetín, Pepa daba círculos en la mitad de Casita murmurando algo para sí misma seguida de Luisa, quien sostenía dos paraguas para no mojarse, uno para ella y otro para su tía. Félix entraba y salía de su habitación hecho un manojo de nervios, cada vez con un pañuelo de diferente color como si olvidara cual necesitaba exactamente hasta que Casita giraba sus baldosas para que indicarle que ese color no era.
La única que parecía tranquila era Abuela Alma, quien estaba cerca de la entrada hablando con un hombre que parecía ser el cochero que llevaría a Dolores a la iglesia. Isabela tragó saliva sabiendo que si salía por la puerta de entrada llamaría la atención de su abuela y no la dejaría salir, así que con agilidad se dirigió hacia el ventanal que había en el segundo piso sobre la cocina. Dio una mirada hacia el pasillo, y se quedó observando unos segundos la puerta de Dolores, la cual estaba cerrada. Mordiéndose el labio, movió sus manos para crear unas lianas, y se deslizó con ellas por la ventana hacia afuera.
Con agilidad aterrizó en el suelo sintiéndose más segura, dispuesta a correr hacia la entrada del pueblo en donde Violeta la estaría esperado…
-Mija-
Isabela se congelo, con el corazón dándole un brinco. A medio camino se dio vuelta lentamente hacia la ventana de la cocina y vio a su madre mirándola con una ceja levantada. Por supuesto su madre estaría en la cocina hasta el último minuto. Se maldijo internamente por olvidar ese detalle tan importante.
-¿Qué haces?- le preguntó su madre, claramente confundida al ver a su hija afuera de la casa, con claras intenciones de irse antes de ellos.
-Em… bueno, no quería mojarme. Tía Pepa tiene un diluvio dentro de Casita- dijo la chica sonriendo nerviosa. Comenzó a retroceder.
-Saldremos todos juntos… ¿A dónde vas?-
-Quería adelantarme… revisar como quedó todo. Sabes como soy, me gusta saber que los detalles quedaron como yo quiero y necesito revisar la iglesia por si algo faltó o no esta en su lugar-
-Luisa me dijo que tú ya habías dejado todo listo. ¿Casita?-
Las baldosas se movieron y Casita arrastró rápidamente a Isabela hacia el marco de la ventana. Julieta la observó, cruzada de manos. Por supuesto que su madre no le creería. Isabela puso la misma cara nerviosa de su padre cuando estaba a punto de hacer algo y no sabía que otra escusa podía dar, delatándola completamente.
-Isabela, estamos por salir a la iglesia. ¿Qué es tan urgente que no puede esperar para después del matrimonio de tu prima?- la miró frunciendo levemente el ceño. Solo ese gesto bastó para asustar a Isabela. La chica se encogió de hombros, y dio un paso hacia atrás- Es una celebración importante…
-Lo sé, lo sé. No es que quiera faltar… es solo que…- las baldosas la arrastraron nuevamente hacia la ventana- ¡Ya, no me ayudes tanto, Casita!
Julieta suspiró, sin dejar su molestia de lado
-Lo que tengas que hacer, hazlo rápido antes que tu abuela y tía se den cuenta. No decepciones a tu prima y no llegues tarde-
-¡Sí, claro! ¡Gracias! ¡Y sí, estaré ahí!- exclamó con demasiado entusiasmo saltando en el lugar, y se calmó rápidamente al ver el rostro enojado de su madre. Era difícil ver a Julieta molesta, pero cuando lo hacía, de verdad daba miedo- No me demoro nada, es solo una cosa que tomará muy poco tiempo. Llegaré antes que Dolores, lo prometo.
Dio un paso hacia atrás, mirando el suelo. Las baldosas temblaron esperando el consentimiento de la mayor de los Madrigal. Julieta asintió y Casita le dio el paso libre. Isabela, sonriendo para evitar que su madre la notara aún más nerviosa, se largó a correr hacia el pueblo pasando por detrás de la carreta que llevaría a Dolores a la iglesia, evitando así que su abuela la viera.
-¡Cuidado con tu vestido!- fue lo último que escuchó que le dijo su madre.
El pueblo estaba inquieto y emocionado por la celebración del matrimonio, y las personas caminaban y hablaban con entusiasmo en las calles. Los negocios estaban cerrados y solo algunos puestos de la feria seguían abiertos. Familias enteras se dirigían a la iglesia, y algunos niños llamaron a Isabela con entusiasmo cuando la vieron correr por la calle.
La chica solo saludaba con la mano y una sonrisa, sin detenerse. Sabía que su familia probablemente estaba emprendiendo el camino hacia la iglesia y en cualquier momento su tía y abuela se darían cuenta de su ausencia.
Pero… no es que no le preocupara, no es que no le importara que se enojaran con ella o el llegar tarde para ver a su prima, pero… la emoción que sentía por ver a Violeta era demasiada. Se había dicho que no se dejaría llevar por esas emociones, pero lo que sentía por la chica era muy fuerte. ¿Por qué? Si solo la conocía hace casi dos semanas. Era imposible enamorarse en tan poco tiempo, ¿verdad?
¿Verdad?
-Quédate aquí, conmigo-
-¿Y vivir eternamente escondidas? ¿Acaso eres capaz de aguantar eso?-
Isabela se detuvo a unas cuadras de la entrada del Encanto respirando con dificultad por la carrera que había hecho, mirando hacia el puente. Imágenes del pasado se acoplaron en su cabeza, como rocas lanzadas con brutalidad, haciéndole daño. Se llevó una mano hacia el pecho, temblando.
Aún estaba a tiempo, aun podía devolverse hacia la iglesia y evitar ese encuentro con Violeta. Darle la importancia al matrimonio, a su familia… como siempre lo había hecho.
Antes que se restaurara el milagro, siempre había escapado de sus sentimientos, escondiéndolos bajo mil capas y aparentando ser alguien que no quería ser por el bien de su familia. La única relación que tuvo terminó gracias a eso, a su cobardía y miedo del que dirán, de la decepción, del rechazo del pueblo y de su familia… pero ahora eso había cambiado.
El milagro había cambiado, su familia había cambiado, y ella también… entonces, ¿por qué temblaba de miedo siendo que se había prometido que haría lo que le indicara su corazón? ¿Qué no aparentaría más? Quizás ahora era el momento preciso para enfrentar esos miedos y por fin, cerrar esa cicatriz que tanto la atormentaba.
Porque la imagen de Violeta sonriéndole, mirándola con intensidad y cariño ahora llenaba toda su cabeza. Y era algo que quería seguir viendo… quería seguir escuchando su voz, quería verla pintar, crear, tallar sus figuras de madera, quería… estar con ella.
Y ese sentimiento era mucho más grande que el miedo al qué dirán. Con Camila no había podido hacerlo, pero ahora con Violeta era diferente. Sonrió de lado, sintiéndose emocionada y el cansancio se transformó en entusiasmo. Independiente de lo que Violeta le diría, ella le confesaría sus sentimientos. Se golpeó las mejillas para darse ánimo, y comenzó a correr de nuevo, con su corazón saltando ahora de alegría.
Atravesó el puente, mirando de reojo el campamento que estaba varios metros alejado. Parecía vacío. Las personas deberían estar en la feria o esperando para la celebración en Casita. Bajó la velocidad mirando a su alrededor, y de entremedio de los árboles apareció Violeta. Su corazón dio un brinco al verla, emocionándose. Apretando los puños, camino hacia ella lentamente, respirando hondo para mantenerse tranquila.
-Hola- dijo llegando a su lado.
Sin contestar, Violeta se abalanzó al cuello de Isabela, abrazándola con fuerza y enterrando su rostro en su hombro. La morena quedó de piedra unos segundos, sorprendida y confundida, y preocupada. La chica temblaba de pies a cabeza, y estuvo segura que había estado llorando porque sintió su hombro húmedo, debajo del rostro de Violeta.
-Vi… ¿Qué pasa?- preguntó en un murmullo, inquieta. Lentamente la abrazó.
-Hice algo terrible-
El comentario la desconcertó por completo. Su voz estaba rasposa y sonaba quebrada. En eso, un sonido extraño llegó a sus oídos, agudo, casi imperceptible. Violeta se aferró más al cuello de Isabela, como si temiera que algo las separaría. Isabela ya no estaba solo preocupada, sino que también estaba asustada.
-Pensé que… todo sería más fácil- murmuró la ojiambar- Cuando vine al Encanto pensé que lo que tenía que hacer sería fácil, rápido, sin emociones de por medio, pero… te conocí.
A Isabela se le partió el corazón al verla y escucharla así, completamente confundida del porque la persona de la que se estaba enamorando estaba así, tan asustada.
De repente, Isabela se sintió débil. Era como si un profundo cansancio la envolviera, como si hubiera subido y bajado un cerro tres veces y le fuera difícil incluso respirar. Sus piernas temblaron y se asustó al tener que agarrarse de Violeta para no caer estrepitosamente al suelo. La chica la mantenía firme desde el cuello y la guio hasta quedar de rodillas.
-Lo-lo siento… no sé qué…-
-Tranquila, te tengo-
Isabela enfocó la mirada buscando los ojos de Violeta, y le costó unos segundos comprender lo que pasaba. La chica la miraba sin pestañear, y sus ojos brillaban… brillaban como los de tío Bruno cuando tenía una visión, pero eran de color ámbar. De los lagrimales salían unas finas líneas que recorrían el rostro de Violeta hacia el cuello, y se desplazaban por su brazo. Isabela siguió las líneas con la mirada hasta ver que la palma de la chica, que estaba en su cuello, lanzaba una luz parecida a la de sus ojos.
-¿Qué… que estás…?-
-Necesito que te quedes aquí- la voz de la chica sonó baja y quebrada, como si tratara de contener las lágrimas- no te harán daño si no haces nada.
Figuras se movían a su alrededor, grandes y negras. Divisó un par de ojos de color morado, y dientes grandes y afilados. El ruido se hizo más fuerte cuando un par de personas pasaron a su lado, vestidas de negro. ¿Qué estaba pasando? ¿Quiénes eran esas personas y esas… criaturas? El sonido estaba siendo molesto y doloroso. Una lágrima cayó por la mejilla de Violeta. Brillaba como el oro.
-No debimos habernos conocido, Isabela Madrigal- dijo con un hilo de voz.
Unas pisadas pasaron al lado de las chicas.
-Te pareces a tu abuela cuando era joven- la voz que Isabela escuchó era de un hombre. Arrastraba las palabras, con un acento diferente al de ella y al de Violeta- Las mismas facciones, misma postura… pero tus ojos son iguales a los de un Madrigal.
-Dame unos segundos más, Dante. Por favor- pidió Violeta sin dejar de mirar a Isabela- solo unos segundos más.
-Date prisa, no tenemos mucho tiempo. La otra nieta podría escucharnos en cualquier momento-
-0-
Dolores ladeó la cabeza, mirando hacia arriba. Sus oídos captaron un sonido extraño, agudo y constante. No le molestaba como el ruido de gritos agudos o petardos, y no le dolía como el de los fuegos artificiales. Pero era extraño, y nunca lo había escuchado antes.
-¿Todo bien, mi sol?- preguntó Félix, poniendo su mano sobre la de Dolores, un poco preocupado.
-Sí, pa… solo estoy un poco nerviosa- dijo sonriéndole para tranquilizarlo.
Estaban en la carreta, a unas cuadras de la iglesia. El sonido danzante de los caballos, el viento tranquilo que se movía entre las hojas de los árboles y el sonido que hacía el cochero para que los caballos avanzaran era lo que más captaban los oídos de Dolores, o era lo que más quería oír. El pie de su padre que se movía desenfrenadamente por los nervios, sus dedos tamborileando el borde de la carreta, su corazón bombeando sangre con rapidez.
Dolores estaba nerviosa, pero su padre estaba al borde del colapso. Quizás debía preocuparse por él, pero ciertamente la tranquilizaba verlo ahí con ella aunque fuera un manojo de nervios. Sonrió, sintiéndose culpable.
-Papá, todo va a salir bien- le dijo con voz calmada, apretándole las manos con cariño.
-Yo debería ser el que te diga eso- dijo con voz chillona, parecido a como Camilo lo imitaba- no tú a mí. Yo ya me casé, ya sé cómo es la cosa. Es solo que me da miedo que… me arrebaten a mi niñita pequeña.
-Jajaja… tengo veinticuatro- dijo Dolores divertida al ver al hombre tan nervioso- y Mariano no me va a secuestrar ni nada por el estilo. Seguiremos viviendo en Casita como es tradición. Estaremos juntos.
-Lo sé, lo sé- Félix se acercó a su hija, y besó su frente- pero eso no impide que me preocupe. Siempre serás mi pequeña solcito, la luz de mis ojos, aunque cumplas cincuenta y tu madre y yo seamos unos vejestorios llenos de polvo. Quiero que recuerdes eso siempre.
Dolores, enternecida, abrazó a su padre. No paraba de temblar por los nervios y agradecía, sobre todas las cosas, que su padre estuviera ahí con ella y que la llevara al altar. Nerviosa o no, estando con él sentía la seguridad de que todo saldría bien. Ansiosa, se concentró unos segundos en la iglesia. Escuchó el corazón de Mariano bombear a mil por hora mientras sus zapatos pasaban por sobre el suelo de la iglesia con torpeza. Sonrió.
-Estamos a menos de cinco minutos- dijo el cochero mirando a Félix- ¿Mantengo la velocidad o apuro el paso?
-Mantenlo. Vamos bien-
El ruido extraño se coló en los oídos de Dolores nuevamente. La chica miró de reojo hacia la entrada del Encanto, que gracias a las casitas no podía verla bien. ¿Qué será?
-0-
-Hubiera sido mucho más rápido si me hubieras dejado usar mi don-
¿Don?
-Aléjate de ella-
-Esto lleva demasiado. Vamos a perder la única oportunidad que tenemos-
¿Oportunidad para qué?
-¿Por qué la dejas, Dante? Fue una joda traerla aquí y ahora es probable que nos arruine todo lo que hemos planeado-
¿Cuántas personas están hablando? ¿Qué están planeando? ¿Por qué no puedo moverme? ¿De qué hablan? No entiendo nada…
Isabela parpadeó. Estaba perdiendo el conocimiento. Sus parpados estaban pesados y apenas tenía fuerza para mantenerse de rodillas. Probablemente si Violeta no la estuviera sujetando habría caído completamente al suelo… ¿Por qué estaba haciendo esto? Pensó que la chica la quería, o que algo de estima le tenía… ¿Acaso todo lo que habían hablado, los momentos que pasaron juntas eran solo para llevar a esos tipos al Encanto? ¿Acaso pretendían… atacar al Encanto?
-Las panteras ya van en camino a la iglesia. Aún nos quedan unos segundos-
Iglesia… el matrimonio.
Dolores.
Toda su familia estaba ahí. ¿Querían atacarla? ¿Querían hacerles daños? Su corazón se quebró al darse cuenta que la persona de la que se estaba enamorado la había llevado a una trampa.
Que débil eres, Isabela.
Sintió un golpe de adrenalina. Agarró con fuerza el brazo de Violeta, sorprendiéndola. Posó su otra mano en el suelo y llamó a las plantas. Eran una extensión de su cuerpo, parte de ella, y podía sentir como le daban energía usando su frustración, su rabia… su dolor.
-Isa, no… no pelees- le rogó Violeta, asustada- por favor, no quiero que te hagan daño.
-Tú… ya me acabas de hacer suficiente daño…-
Cerró los ojos y apartó bruscamente la mano de Violeta de su cuello. Instantáneamente volvió a tener suficiente fuerza como para crear raíces a su alrededor, y alejó a Violeta y a los que estaban a su lado. Se puso de pie media mareada, y tambaleándose levantó su mano para crear más ramas debajo de sus pies y poder escapar hacia la iglesia, y se dio cuenta mientras subía que ya no escuchaba ese ruido desagradable. ¿Probablemente esas personas lo habían hecho para que Dolores no escuchara que se acercaban?
-¡Abajo!-
Una mano la agarró del rostro sorprendiendo a la chica. ¿Cómo era posible, si ya estaba a varios metros del suelo? Con brusquedad la mandó hacia el suelo sin darle posibilidades de defenderse, gritando confundida y aterrada por la caída. Si hubiera tenido más energía habría alcanzado a hacer un colchón de flores para amortiguar la caída, pero no. El aire se le escapó de los pulmones por el golpe, y un dolor agudo recorrió toda su espalda.
Se dio vuelta lo más rápido que pudo, buscando aire. Escuchó los gritos desesperados de Violeta, y una mano la agarró del cabello, levantándola sin cuidado y la azotó contra el tronco de un árbol. Agarró la manga del hombre que la tenía sujeta del cabello y de su palma hizo crecer espinas. El hombre grito, pero fue más por la frustración que por el dolor. Isabela dio un paso hacia adelante con la intención de atacarlo de nuevo, pero el hombre fue más rápido, y le dio un golpe tan fuerte en el rostro que la noqueó por un segundo.
La chica cayó de espaldas contra el árbol, rápidamente saboreando la sangre que emanaba de su boca… pero ese dolor no fue comparable con el que sintió después que se dio cuenta de lo que el hombre vestido de negro había hecho. Miró hacia abajo y vio el filo de un machete enterrado en su hombro derecho, clavándola al árbol. Quiso gritar, pero estaba tan choqueada que su voz no salió. El dolor fue aplastante y sus sentidos dejaron de funcionar correctamente.
-¡NO! ¡¿QUÉ HACES?!-
El chillido de Violeta fue desgarrador. Isabela deseó gritar así, quizás eso hubiera hecho que el dolor disminuyera. La sangre brotaba de su hombro como un río, cayendo por su brazo hasta manchar su vestido y el pasto. El machete estaba casi hasta el borde enterrado de tal forma que creía que si movía un poco el brazo, se lo rajaría por completo.
Violeta corrió hacia ella pero un hombre la agarró del brazo y la tironeó hacia atrás con brusquedad, pero sin impedir que la chica siguiera tratando de llegar a Isabela con desesperación.
-¡Prometiste que no le harías daño!-
-¡Prometí que no lo haría si lograbas domarla!- el hombre que había usado el machete gritó- ¡Mira lo que hiciste! ¡Estamos arriesgando todo por un capricho tuyo!-
-Te dije que traería problemas, como siempre-
-Sabes que la necesitamos…-
-¡NO VOY A DEJAR QUE SE DESANGRE AHÍ!-
El hombre que la tenía agarrada de la camisa, cansado, la lanzó nuevamente hacia atrás. Violeta intentó correr de nuevo pero el hombre sin piedad la golpeó con fuerza en el rostro, lanzándola al suelo.
-¡Me importa una mierda lo que quieras! ¡No voy a perder a la cabeza de los Madrigal por un estúpido enamoramiento tuyo! ¡Andando!-
Isabela levantó la mirada y vio como tres hombres y una mujer caminaban hacia la entrada del pueblo. Todos estaban vestidos negros, con ponchos, botas y sombreros. Había uno que llevaba una chaqueta en vez de un poncho, era mucho más alto que el resto y su piel pálida resaltaba por las ropas negras. Movió un dedo para que uno de los hombres, que era más ancho que el resto y del mismo porte que Violeta, agarrara a la chica y la arrastrara con ellos.
La ojiambar no para de llorar y gritar, desesperada por ayudar a Isabela pero el hombre la arrastró sin cuidado por el suelo. El hombre de chaqueta miró a la mayor de los nietos Madrigal, conectando sus ojos color morado con los cansados ojos avellana oscuro, y un dejo de compasión y tristeza se dejaron ver… solo por unos segundos hasta que ingresó al pueblo junto al resto de sus hombre.
-0-
-¡NO VOY A DEJAR QUE SE DESANGRE AHÍ!-
Dolores se quedó de piedra, con sus ojos abiertos de par en par. ¿Qué había escuchado? ¿Qué fue ese grito? ¿Por qué creyó escuchar un grito de su prima? Y esas pisadas que se acercaban al pueblo… ¿Qué eran?
-Mi amor… ¿estás bien?-
Dolores hizo su sonido característico de sorpresa y miró a Mariano. Estaban frente al altar. El cura estaba dando su discurso de bienvenida a la familia y a los novios, sus padres estaban a un costado, llorando en silencio con una sonrisa de oreja a oreja debajo de un paraguas, junto a su abuela quien sonreía con orgullo y ternura. La madre de Mariano estaba al otro lado sonándose la nariz. El resto de su familia y de los invitados estaban sentados en las bancas mirándolos expectantes. Nadie se había dado cuenta de lo asustada que Dolores se había puesto, salvo Mariano, quien la miró preocupado y tomó su mano.
-Lola…-
-Algo está pasando- susurró la chica estrujado la mano de su pareja. El cura seguía hablando con tranquilidad- en el pueblo… ¿viste llegar a Isabela?
-¿Eh? Solo escuche a tu tía preguntar por ella- dijo el hombre, algo confundido- ¿Qué ocurre?
El estómago de Dolores saltó. Un sonido parecido al que hacía Parce al correr se acercaba a la iglesia. Escuchó gritos, chillidos, desgarros… y líquido cayendo al suelo. La chica se dio vuelta y miró hacia la puerta del patio interior de la iglesia. Algo se acercaba… algo peligroso. Todos sus sentidos le gritaron que debía salir de ahí.
Un hombre que estaba cercano a la puerta escuchó ruidos extraños. Dolores, con pánico, vio como él acercaba su mano a la puerta dispuesto a abrirla y ver qué pasaba. Entró en pánico.
-¡No abras la puerta!- gritó, desconcertando al resto de invitados de la iglesia.
El silencio fue absoluto, pero solo unos segundos. El hombre, algo avergonzado alejó la mano de la cerradura de la puerta, pero unos sonidos parecido a un gruñido llamó su atención, y al mismo tiempo que volvía a mirar hacia la puerta esta se abrió de par en par. Unas diez panteras negras, de ojos color morado entraron al lugar, rugiendo a todo pulmón. Una de ellas se lanzó sobre el hombre, mordiendo su cuello sin dejarlo gritar, matándolo al instante.
El caos se desató.
Gracias lector o lectora por haber llegado hasta aquí.
Se agradecen comentarios y la buena onda.
Cheers!
