Capítulo 38: Merlina la heroína
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Despertó diez minutos más tarde en el despacho de Dumbledore, sentada en un sillón. Había varias personas ahí dentro: uno era Rufus Scrimgeour, el propio ministro de Magia, más dos magos gigantescos, quienes eran Aurors, sin duda; y Severus, que estaba a su lado y la miraba asustadísimo. No se había despegado de ella ni un segundo. Los otros discutían acerca de la seguridad del colegio.
—Podemos custodiar las entradas y poner un escolta a la señorita Morgan —explicaba uno de los magos desconocidos.
Merlina miró a Severus y le tomó la mano.
—Tenías razón —susurró culpable y ronca—. Tenías razón… No debería… No entiendo cómo… Pensé que Hermione iba a ser leal en no decir nada… Me siento frustrada.
Severus miró hacia el grupo para asegurarse que no lo vieran y le dio un fugaz beso en los labios.
—Ya verás que todo estará bien —le prometió—. No debe haber llegado muy lejos, ya lo atraparán…
Merlina no sabía qué contestar.
—Ya ha despertado —avisó Dumbledore.
Severus y Merlina se soltaron las manos rápidamente. Se pusieron de pie y fueron hasta allá.
—Albus… —dijo intentando mantener el aliento—. No comprendo cómo…
—Estará a salvo, señorita —le aseguró Scrimgeour—. Ya lo hemos arreglado con Dumbledore: cuatro magos especializados en distintos puntos de entrada, uno ubicado en una de las torres con vista a los terrenos, y un escolta para usted, por el tiempo que sea necesario para que atrapemos a Ledger.
—No te preocupes tanto —le aconsejó Dumbledore—, recuerda que nadie puede aparecerse y desaparecerse en Hogwarts. Escapó anoche y está loco, y si no recibió ayuda, no puede haber llegado muy lejos. —Era prácticamente lo mismo que Severus le había dicho.
Merlina asintió, sin estar completamente segura. No tenía un buen presentimiento.
—¿Cuándo llegarán los refuerzos? —indagó Merlina.
Rufus miró su reloj de bolsillo.
—En cinco minutos, para ser exactos.
Así fue. Bajaron al Vestíbulo y recibieron a dos brujas y cuatro magos. Todos tenían caras de fortachones.
Las dos brujas, más uno de los magos, estarían apostado en las entradas, y otro se fue directamente a la torre de Astronomía para vigilar con unos binoculares. Un mago de pelo ondulado quedó para acompañarla a ella.
—Él es Unferth Linfox —le presentó el ministro—, será su guardián.
Merlina estrechó la mano del hombre, de rostro relajado y párpados caídos, que le daba aspecto de desinteresado. Tenía peinado de libro abierto. Sonrió amablemente con unos regulares dientes. Merlina frunció los labios.
—Señor ministro —dijo Severus impasible cuando Merlina y Unferth se soltaron las manos—. El hecho de que él sea guardián de la señorita Morgan, significa que la acompañará absolutamente a todos lados ¿no?
—En efecto: la idea es reducir toda posibilidad de ataque, en caso de que lo haya.
—Pero ¿el baño, el dormir y otros asuntos personales? —indagó ella comprendiendo la indirecta del profesor.
Merlina le echó una furtiva mirada a Severus quien estaba entre Dumbledore y el ministro. Parecía furioso, porque claramente eso era lo que le preocupaba.
Scrimgeour soltó una carcajada.
—Podrá acudir al baño sola, pero la recomendación es que, previo al uso, el señor Linfox lo registre para mayor seguridad. Para cuando duerma, él estará en la puerta de su cuarto alerta a cualquier cosa inusitada que suceda. Aunque tenemos la certeza de que no ocurrirá nada, pero uno nunca sabe. Ya antes han burlado la seguridad de Hogwarts, así que no debemos confiarnos, aunque las probabilidades sean bajas.
Merlina abrió la boca, pero no sabía qué contestar. No le agradaba la idea de tener a un desconocido en su cuarto, y menos le gustaba a Severus. Tenía las manos crispadas como si deseara apretar un cuello.
—Si no queda otro camino… —dijo la joven al final.
—Excelente —comentó Scrimgeour—. No tardaremos en encontrar a Ledger; el Ministerio está trabajando a todo lo que da.
Dumbledore se fue con Scrimgeour hacia los terrenos; seguramente para despedirlo. Quedaron Severus, Linfox y ella.
Merlina dibujó una sonrisa incómoda en su rostro. Quería hablar con Severus, pero no delante del Auror.
—¿Y? —preguntó al aire.
—Hablen —dijo Linfox—. No tengo problemas. Estoy acostumbrado a este tipo de cosas. He protegido a famosos, a gente reconocida, políticos… No es la única.
—Ah, perfecto —dijo Severus sarcásticamente—. Muy bien, señorita Morgan, me encantaría que fuera a ayudarme esta noche a preparar mi clase de mañana, siempre que su guardaespaldas se lo permita. Hasta luego.
Merlina lo miró con tristeza hasta que se retiró y la dejó sola con Linfox. El hombre estaba con las manos en la espalda mirando hacia el frente. Ella no sabía qué hacer. Dio un paso y el hombre avanzó también.
"Esto será incómodo", pensó subiendo por la gran escala.
No se equivocó. El hombre no hablaba nada y se limitaba a seguirla para todos los lados como una sombra, y por lo mismo decidió permanecer despierta merodeando por ahí a tener que acostarse en su cama, en la presencia de un desconocido. No temía a que le fuera hacer algo, pero era totalmente vergonzoso. Ella carraspeaba frecuentemente y a cada momento se tenía que sonar con estruendosos ruidos, y eso prefería hacerlo sin compañía, lo mismo que tirarse gases.
Pasó tres veces al baño, pero de la sala de profesores. Él registraba y luego la esperaba afuera.
Para cenar se ubicó tres metros tras ella. Los alumnos miraban con curiosidad al sujeto, aunque a esas alturas todos estaban al tanto de que por Merlina habían puesto gente que cuidara los lugares claves del castillo. Ella ahora se enteraba que debía ser un real fastidio ser reconocido en el mundo. Pobre Harry, que siempre había sido perseguido, ya fuese para matarlo o para protegerlo.
Filch estaba más furioso que nunca y gruñía por nada.
—Por eso no hay que confiarles los trabajos a mocosas como tú —le gruñó—, traen sólo problemas. Ahora todas las vidas del colegio estarán en peligro por tu causa. Bueno, unas cuantas muertes puede que no sean tan innecesarias. Algunos se las tienen bastante merecidas…
Merlina lo ignoró. No quería hacerse más mala sangre de la que ya tenía.
Llegaron las diez y media de la noche y todavía no encontraba la forma de deshacerse de su guardaespaldas. Ambos estaban con la varita encendida en medio del pasillo del segundo piso, paseándose de un lado a otro, mientras ella se moría por ir a ver a Severus. No obstante, la vela de su cerebro se encendió cuando vio un tapiz muy conocido. El primer día de trabajo se había encontrado con él y llevaba directamente a las mazmorras.
Ahora o nunca —pensó.
—¡Aaaah! —gritó apuntando hacia la pared de enfrente con ojos de huevo—. ¡Una araña gigante! ¡Mátela!
—¿Qué? —Linfox se dio vuelta, sobresaltado.
Merlina, asombrada de que esa vieja estrategia le resultara y sin perder el tiempo, se metió bajo el tapiz y se internó por el agujero. Comenzó a correr escaleras abajo antes de que la encontrara, pero se detuvo en seco cuando oyó gritos lejanos. ¿Acaso venían de las mazmorras? El corazón se le encogió, temiendo lo peor, y comenzó a correr nuevamente. Corrió, corrió y por fin llegó frente a la puerta del despacho de Severus, de donde provenían los gritos desgarradores, llenos de ira y resentimiento, y otros que reflejaban dolor puro. Merlina, paralizada, se quedó escuchando unos segundos, sin saber qué hacer.
Alguien gemía del dolor por lo bajo. Luego se callaba.
—¡Dime dónde está esa perra maldita o te sigo torturando, hijo de puta!
—No te diré nada… nada. Haz lo que quieras… El castillo es grande y puede estar en cualquier lado… —se oía la segunda voz apenas, desmayada, lejana.
—No te hagas el gracioso conmigo… ¡DIME! ¡DIME DE UNA VEZ! —gritó una voz conocida. A Merlina se le cayó el alma a los pies, sabiendo a quienes pertenecían esas voces.
—No te diré…
—¡Crucio!
La voz volvió a gritar, desesperada. Merlina salió de su trance por fin y sacó su varita antes de abrir la puerta con violencia.
—¡Noooo! —gritó y avanzó un poco—. ¡EXPELLIARMUS!
Craig Ledger salió volando y cayó contra algunos muebles. Pociones, ingredientes y libros se le fueron encima. Todas las horas sacrificadas que dispuso Merlina para ordenar todo eso se fueron al infierno, pero eso era lo más irrelevante de todo el caso.
Severus estaba en el suelo, inerte. Sólo el dedo índice de la mano izquierda se movía trémulamente. Parecía haber sido golpeado también, porque tenía la cara hinchada y ensangrentada.
Se arrodilló.
—Severus, Severus…. —le llamó golpeándole la mejilla sana con suavidad. No contestaba, y el labio le sangraba, pero, aun así, tenía los ojos entreabiertos y la miraba, a punto de desfallecer.
Craig salió bajo los libros con cara de trastornado.
—¡QUE ALGUIEN ME AYUDE, POR FAVOR! —gritó Merlina a todo pulmón. Se paró y apuntó con la varita a Craig.
—¡Viniste a rescatarlo! —se burló Craig—. Tuve que golpearlo para quitarle su varita. ¡Lo torturé con su propia varita! Yo no tenía la mía…
—¡QUÉDATE DONDE ESTÁS! —aulló Merlina. Necesitaba ayuda. Se arrepentía de no haber bajado con Linfox.
Craig miró el techo como presintiendo algo.
—¡No se quedará así, Lina! —dijo poco después.
—¡Quédate donde estás o te…!
—¿Me vas a matar?
—¡SÍ! —La barbilla le tiritaba.
Craig la miró con escepticismo.
—No serías capaz… mira cómo te tiembla el brazo. Tú no matarías a nadie.
Era cierto. Merlina jamás podría matar a alguien. Craig soltó una carcajada y salió corriendo de allí. Sus gritos se debían haber escuchado a esas alturas. No sabía cómo había logrado entrar Ledger, pero no le importaba. Se arrodilló nuevamente al lado de Severus. Lo sentó y lo abrazó.
—¡Severus, por favor, despierta! —chilló acariciándole la espalda.
El profesor parecía un muñeco de trapo. Su cabeza descansaba sobre el hombro de Merlina.
En ese instante llegaron Linfox, Dumbledore y el hombre que custodiaba el Vestíbulo.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Albus con voz potente.
—¡Ha entrado, Albus! ¡Craig entró y atacó a Severus!
—¿Dónde fue?
—¡No sé, no me preocupé, ha escapado! ¡Severus está herido!
—Linfox, ayuda a Merlina a llevar a Severus a enfermería —ordenó Dumbledore, con ojos centelleantes—. Fortag —dijo refiriéndose al otro hombre—, acompáñame.
Merlina usó el encantamiento camilla para llevar a Severus. Nunca había ascendido escaleras en tan poco tiempo. Linfox corrió tras ella.
—¡Madame Pomfrey! —gritó tendiendo a Severus en una cama.
Se prendieron las luces. Poppy salió en bata, con ojos pequeños e hinchados de su habitación.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué el escándalo?
—¡Han herido a Severus!
Poppy se puso a actuar de inmediato. Le dio cerca de siete pociones y le vendó el brazo derecho, que lo tenía fracturado. Le limpió la sangre de la cara, le lavó las heridas y le aplicó pomadas porque le estaban comenzando a aparecer moretones.
—Por favor, Poppy, deje que me quede con él… —suplicó. Le daba lo mismo si se enteraba todo el mundo sobre su relación con él. Ya no valía la pena ocultarla, si el que no debía saber nada ya se había enterado.
—Este hombre necesita descanso, Merlina. Sin duda ha recibido cerca de tres maldiciones Cruciatus y más de seis golpes brutales en todo el cuerpo.
—Por favor… —miró a Linfox—. Yo me quedo con él y que mi guardaespaldas custodie la entrada de la enfermería. Me quedaré tranquila, en silencio. Lo prometo.
Pomfrey cedió al ver la cara de plegaria de la joven.
—Está bien. Puedes quedarte, pero no lo fuerces a nada. Debe despertar en el momento en el que su cuerpo y mente estén preparados. —Merlina asintió agradecida—. Y, en cuanto a usted, tendrá que quedarse fuera de la enfermería —comentó la bruja con tono severo al Auror.
Linfox no replicó y se fue tranquilamente.
—Cualquier cosa, me llamas —dijo Pomfrey y se volvió a su cuarto, apagando antes las luces.
Merlina le acarició el rostro a Severus. Él, que siempre se había visto fuerte e intocable, estaba en una situación completamente opuesta. Su piel ya no tenía color y estaba magullado por todas partes, y con ese camisón blanco que le había hecho aparecer Poppy a cambio de su toga negra, lo hacían ver como un ángel caído.
Ella lo había rescatado ahora. Por fin le tocaba pagar por todas las veces que él la había sacado de apuros. Le habría encantado, claro, no haberlo hecho nunca y verlo sano y salvo con una sonrisa burlona en su fina boca. ¿Ese era el precio que tenía que pagar para demostrar su valentía?
Se mordió el labio y se apoyó en la silla. No pudo pegar un solo ojo, no con su amante así, en ese estado.
Cerca de las tres de la mañana oyó susurros. Linfox hablaba con alguien en la puerta. Esa fue la única vez que se despegó de Severus y fue a ver qué ocurría. Dumbledore estaba ahí.
—Merlina —le dijo al verla—, buscamos por todo el castillo. Pedimos ayuda a prefectos de casas y a premios anuales y no encontraron absolutamente nada. Ha escapado.
Merlina se sintió desfallecer, pero se mantuvo en pie.
—Por ahora, todas las visitas a Hogsmeade han quedado canceladas y las vacaciones de Semana Santa también. No permitiremos que nadie más salga y entre del castillo.
Merlina afirmó otra vez.
—Dumbledore… tengo que decirte algo, en privado.
—Espera aquí, Linfox.
Entraron juntos a la enfermería. Se sentaron en las sillas, al lado de Severus.
—Craig atacó a Severus —susurró— porque tenemos una relación… —Se cubrió la cara.
Albus le acarició el hombro confortablemente.
—Ya lo sabía, Merlina —reveló. La joven lo miró entre sus dedos—, pero no porque alguien me lo haya contado —añadió al ver su mirada avergonzada—, sino que me di cuenta por cuestión te actitudes. Severus había dejado hablar mal de ti y, por alguna extraña razón, pasabas algún tiempo en su despacho. Creo que era una matemática fácil.
—Es mi culpa… —comenzó ella acongojada.
—No lo es. Aleja ese pensamiento de tu cabeza. Ya atraparán a Ledger. Por ahora, preocúpate de Severus.
Albus se puso en pie y la dejó sola.
¿Cómo se había enterado Craig quién era Severus y de que sí tenían una relación? Había gato encerrado ahí, pero no podía evitar pensar que Hermione había abierto la boca. Es decir, era el único camino. ¿O acaso, como Dumbledore, otro se había dado cuenta de su relación? De todos modos, hablaría primero con Hermione.
Tal como se prometió, esperó a Hermione en el Vestíbulo a la hora del desayuno. Todos se habían enterado del ataque de Snape y de lo ocurrido en la noche, pero nadie parecía saber que tenían un romance oculto. La joven de Gryffindor llegó a su lado con expresión de tristeza, dispuesta a consolarla.
—Merlina…
—Por favor, Hermione, dime que tú no dijiste nada acerca de Severus y yo —rogó con hosquedad.
—Merlina, yo no he dicho nada, te lo juro —contestó Hermione impresionada.
—Pero si no fuiste tú, ¿entonces quién? Quizá fue sin querer —Merlina no quería creer que no había sido nadie y todo había sido una penosa coincidencia—, eras la única que nos había visto…
—No, Merlina, en serio… —insistió Hermione con ojos llorosos.
—Mira… No lo sé. Si realmente te da pena admitirlo, lo entiendo.
—Yo no fui. No fui, Merlina, jamás te hubiera hecho eso —remarcó la adolescente.
Merlina se quedó observando a Hermione con frustración, lamentando que no asumiera la culpa. Necesitaba hallar a un culpable para poder dar explicación a todo. Finalmente no supo qué decirle a la chica y se fue, sintiéndose espantosamente mal. Estuvo a punto de ir corriendo a abrazarla para enmendar las cosas de inmediato y pedirle disculpas por haber dudado de ella, pero necesitaba pensar.
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Pasó los dos días siguientes durmiendo en la enfermería. Tenía un feroz dolor en la espalda y en la cola por estar tanto rato sentada. Se bañaba en la enfermería y comía en la enfermería. Pomfrey seguía dándole cuidados a Severus, hasta que despertó.
—Buenos días, profesor Snape —saludó Poppy y le entregó un vaso lleno de un líquido desconocido—. Bébase esto.
Dicho eso se retiró, dejándolos solos.
Severus no dijo nada y se tragó hasta la última gota. Merlina le tomó la mano buena.
—¿Estás bien? —le susurró.
—Adolorido. —Le apretó la mano suavemente.
Los ojos de Severus lucían tristes.
Merlina se aproximó un poco más y lo besó. Severus le contestó con pasión, y bastante, para estar débil, pero luego de un par de segundos se desprendió de ella negando con la cabeza rotundamente.
—Tenemos que hablar —dijo.
—Estamos hablando.
—No, estamos balbuceando. Ahora vamos a hablar... —susurró. Merlina sabía que iban a tocar algún tema que la pondría triste. —La noche en que entró Ledger a mi despacho —comenzó—, era para ir a buscarte a ti. Él pensaba que yo te delataría, pero la verdad es que no tenía idea dónde estabas, y no pensaba decirle tampoco, en el caso que lo hubiese sabido. Al ver que yo no cedí, me mandó un puñetazo y… ya viste. Me quitó la varita y comenzó a golpearme y a torturarme. Por supuesto que me habría defendido sabiendo lo que iba a hacer, pero jamás pensé que me atacara de una manera tan muggle… y que tuviera tanta fuerza. Tampoco contaba con que fuera suficientemente poderoso para dominar mi varita.
—Pero ya pasó, ya estás...
Severus negó con la cabeza.
—Yo estoy bien, pero esto no lo está. ¿Entiendes a lo que voy? Me torturó para intentar de matarte a ti. No podemos seguir juntos, no hasta que lo atrapen. Si es necesario estar años así... —Merlina lo soltó. Se mordió el labio con expresión de máxima tristeza. Si tan sólo hubiera podido llorar… —Es por tu bien y por el mío —añadió él, persuasivo. La joven no tenía palabras. ¿Severus estaba en lo cierto? —Y si queremos evitar otro ataque —continuó buscando todas las alternativas para convencerla—, debes partir por no volver a visitarme en la enfermería y por no vernos más en nuestros despachos.
Merlina suspiró.
—¿Y tú crees que no vuelva a atacar si no estamos juntos? —La voz de Merlina sonó fría.
Severus se pasó una mano por la frente.
—Si no nos ven juntos, los rumores correrán, Ledger se apaciguará y puede que regrese, pero sin la intención de vengarse. Ya sabes que está medio loco y, en el fondo, lo que pretendía es que no estuvieras con nadie.
—Quería matarme, tú lo dijiste —insistió Merlina.
El hombre la miró con cara de súplica.
—Por favor, Morgan, comprende…
—¿Ahora soy "Morgan", ya no "Merlina"? ¿Volvemos al pasado?
—No te pongas ridícula… —En otra instancia él hubiera dicho eso como gracia, pero su voz estaba apagada.
—Supongo que tienes razón y espero que la tengas, porque si esto no vale para nada… —interrumpió y se puso de pie. Ahora sentía rabia—. Que te mejores.
Se fue.
No, Severus no tenía razón. Si querían evitar daños, unidos debían estar para luchar, pero ya tenía claro que no iba a convencerlo con nada, porque era un burro testarudo y orgulloso.
