Agujero Interespacial

Al día siguiente Artemis volvió al aula de psicología, intrigado por esa nueva doctora. Ella misma le había lanzado un reto al decirle "y a mí no me vas a jubilar", y él, estaba dispuesto a aceptarlo y tenía claro que acabaría jubilándola. Vaya, tan corta edad y ya la iba a jubilar, pobre chica, hasta le daba pena y todo si se miraba así. Llegó a la puerta y llamó.

-Pasa –le dijo la voz de Lorelei- siéntate –añadió cuando él entró.

-Buenas tardes.

Buenas tardes –respondió él.

-Hoy quiero que pienses en una pregunta que te voy a hacer y que, según creo, ya te han hecho con anterioridad, ¿de acuerdo?

Artemis asintió con la cabeza.

-Bien; ¿consideras a todo el mundo tus inferiores o hay alguien que pienses que es tu igual?

-Bueno… -dijo él pensando en Holly- hay una persona…no es mi igual; pero ha habido momentos en que sí he llegado a considerarla como tal.

-¿En serio? Vaya…¿y podría saber quién es?

-Una amiga.

Bien, me sería más fácil si supiera su nombre; pero bueno.

-Se llama Holly Canija.

-¿Holly Canija? –preguntó Lorelei, y Artemis vio un brillo en sus ojos que no supo cómo intepretar; era imposble que ella conociera las criaturas, o eso suponía él. Pero enseguida el brillo desapareció.

-Curioso nombre –dijo solamente.

-Bien, como ves mis sesiones no te van a quitar mucho tiempo. Para mañana quiero que me prepares una cosa; quiero que pienses, que sé que eso tú lo haces muy bien, y que me digas todas las razones que se te ocurran por las cuales esa chica has llegado a considerarla como tu igual.

-De acuerdo.

-Bien, pues hasta aquí la clase de hoy.

-Buenas tardes.

-Hasta mañana.

Ese día Artemis se entretuvo un poco y le dijo a Mayordomo que ya se iba él andando a casa.

Eso cambiaría la monotonía de esos días.

Al pasar junto a una cancha de baloncesto, él, siempre muy observador, se fijó en que su psicóloga estaba jugando un partido con unos amigos.

Ella tmbién se fijó en él.

-¡Artemis! –gritó- ven, ¿juegas un rato?

Artemis se acercó; pero se dirigió a las gradas.

-No se me da bien, os veré un rato desde aquí.

-Oh, vamos; a muchos de nosotros no se nos da bien y estamos aquí.

-Nunca he jugado…

-Nosotros te enseñamos-, saltó una chica con media melena castaña y los ojos marrones.

-A mí también me han enseñado –dijo otra con el pelo oscuro, largo, rizado y los ojos azules.

Por un lado, no le vendría mal mirar a ver si se le daba bien si ellos le ayudaban; por otro, no podía quedarse peor de lo que estaba; además, quería estudiar a su psicóloga a fondo y ver cómo era fuera del trabajo.

Aceptó.

La teoría se la aprendió a la primera y en la práctica… bueno, la verdad era que al principio era nefasto; pero para su sorpresa poco a poco fue mejorando y descubrió que con los consejos de Lorelei y sus amigos, ya no se le daba tan mal.

-¿Ves como hay más cosas que el ordenador? –le dijo ella en una ocasión.

Al final, incluso marcó varios puntos; pero eso sí, el equipo en el que estaba Lorelei machacó gracias a ella.

Cuando terminaron, se despidió y se fue andando hacia su casa.

-Por cierto –le dijo Lorelei antes de que se fuera- mañana tienes libre, ven pasado a la psicología.

Y se fue.

Había sudado y tenía toda la camisa empapada y la chaqueta de Armani, llena de polvo al haberla dejado en el suelo, reposaba de cualquier forma sobre su brazo. No se dio cuenta porque iba pensando en lo que acababa de hacer.

Y, para su sorpresa, descubrió que le había gustado.

Cuando Mayordomo le vio entrar en casa con esas pintas no supo qué pensar. Parecía que le habían dado una paliza; pero estaba sonriente. Artemis se lo contó todo y se descubrió a sí mismo pidiéndole que al día siguiente tampoco le fuera a buscar, con la esperanza de poder volver a jugar al baloncesto.

¡Ay, si hubiera sabido lo que le iba a acarrear esa decisión!

Al día siguiente, después de otro monótono día de correcciones a los profesores, Artemis dio un rodeo para pasar otra vez por la pista de baloncesto.

Allí encontro de nuevo a Lorelei y sus amigos jugando y se les unió.

De pronto, en medio del partido, en medio del campo, se abrió una especie de agujero en el suelo; era como un remolino de color anaranjado. Succionó el balón. Atraía todo lo que había allí. Incluidos los niños. Lorelei se consiguió agarrar a una canasta, al igual que cinco de sus compañeros. Artemis, que estaba más lejos, fue arrastrado hacia el agujero sin que él pudiera evitarlo de ninguna forma. Lorelei alargó la mano y consiguió engancharle de la camisa; pero del impulso, salió disparada y los dos cayeron dentro del agujero, al igual que tres más: Marta, la chica que el día anterior se había ofrecido enseñarle; Carolina, la que decía que a ella también la habían enseñado; y Chic, un chico que siempre jugaba con ellos, el novio de Carolina. Todos éstos cayeron a un suelo duro, de piedra, y cuando se levantaron, descubrieron que estaban en una celda, sin ventanas, sin nada más que la estrecha puerta de barrotes que tenían delante. Por ella se accedía a un pasillo de paredes, suelo y techo de metal, iluminado por unos raros fluorescentes blancos que no habían visto nunca.

-¿qué ha pasado? –inquirió Chic atónito.

-Obviamente hemos caído a través de una puerta interespacial –aclaró Artemis, como si fuera lo más normal del mundo.

-Ah.

-¿Y, entonces, dónde estamos? –preguntó Lorelei que ya se había puesto a inspeccionar la puerta para ver si encontraba la cerradura, que a simple vista no se veía.

-El caso es que todo esto me resulta familiar –aclaró Artemis.

-¡Has estado aquí antes? –preguntó Carolina.

-¡Claro que ha estado antes! –contestó una voz que parecía no venir de ningún sitio en concreto. Una voz que Artemis reconoció al instante.

-Koboi –dijo sin mucho entusiasmo-. Debí habérmelo imaginado.

-¿Y no lo hiciste? Vaya, vaya, Arty, estás perdiendo facultades.

-Si te digo la verdad, sí que tenía una vaga sospecha de que serías tú. Acrecentada, claro está por el hecho de que ya te escaparas una vez.

¿qué quieres ahora Koboi?

-Por muy raro que te parezca, Arty…

-No vuelvas a llamarme Arty –dijo Artemis sin perder la calma, pero con una mirada asesina en los ojos, que apuntaban directamente a la cámara de seguridad que se suponía oculta.

-Como iba diciendo, -continuó la voz haciendo caso omiso de él- por muy raro que te parezca no es a ti a quién quiero. Sólo estabas en el momento equivocado en el lugar equivocado.

-Y ¿a quién quieres y para qué? –preguntó Artemis curioso.

-Eso no te importa –dijo Koboi inusitadamente cabreada-, fin de la transmisión.

Y cortó la conversación.

-Vale –recapacitó él- no me quiere a mí. Entonces es que quiere a uno de vosotros.

-O a todos –dijo Carolina.

Oye, Artemis –interrumpió Lorelei desde la puerta- me da igual lo que quiera; pero, si ya has estado aquí dime si esta puerta tiene cerradura porque me estoy empezando a enfadar.

-No, no tiene –contestó él- al menos, no una que puedas abrir con una llave… o una ganzúa normal.

-Vaya. ¿Es eléctrica?

-Algo parecido –dijo e repente la voz de Koboi de nuevo. Pero esta vez desde mucho más cerca. Ella y cinco guardias habían aparecido al lado de la puerta de la celda. Les iban a trasladar a otra habitación; Artemis sabía que no servía de nada intentar revolverse y se dejó llevar; pero los otros cuatro se rebelaron contra sus captores consiguiendo que les dejaran inconscientes.