Fuerza de voluntad
Lorelei se despertó unas horas más tarde en una pequeña habitación. Les habían atado a la pared por las muñecas. Artemis estaba a su derecha y los otros a su izquierda.
Entonces entró Koboi les dijo que una de ellas tenía la clave para abrir una puerta que les llevaría al tesoro más preciado de las criaturas; algo que podría cambiar el mundo.
Y, naturalmente les preguntó quién de ellas era. Al ver la cara de extraño que ponían las tres se enfadó y les ordenó que se lo dijeran o ella misma se lo sacaría a base de pentotal.
Artemis no sabía qué era ese tesoro; pero decidió que, si él quería sacarle algún provecho después, tendría que hacer creer a Koboi que ellas no lo tenían.
Pero Lorelei se dio cuenta de sus intenciones.
-No te va a servir de nada, Opal –dijo él- esa… clave ya la estaba buscando yo y no es ninguna de ellas la que la tiene. Te has equivocado.
-No me digas… no te creo listillo, no me he equivocado. Yo nunca me equivoco; soy el ser más listo que existe.
-Mentira y gorda –respondió Lorelei.
¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? –preguntó a su vez la duende empezando a enfadarse.
-Porque a Artemis no le llegas ni a la suela de los zapatos.
Como respuesta recibió un puñetazo en el estómago. Pero siguió hablando, intentando desviar el tema de lo de la clave.
-Sabes que lo es; y, además, no es el único.
-¿A qué te refieres?
-Que sé de otro que es también muchísimo más listo que tú. Además, lo ha demostrado. Creo recordar que te ganó en un concurso de ciencias con la retimagen cuando tú presentaste esa paparruchada de las dobleset.
Y se llevó dos puñetazos más.
Koboi, para no perder los nervios delante de ellos, se dio l vuelta y se dirigió hacia la puerta. Pero, para su sorpresa, oyó la risa de la niña a sus espaldas.
Y, además ¿sabes una cosa, Koboi? –preguntó ésta.
La duende se dio la vuelta y se volvió a acercar a ella.
-Lo que te he dicho de Potrillo te pica y… -se llevó un puñetazo en la cara por el que le empezó a sangrar el labio- …y sabes perfectamente que es verdad.
Y Koboi le dio un último puñetazo provocando que la sangre cayera al suelo, antes d cerrar el habitáculo de un portazo diciendo que traería el suero de la verdad.
-¿Las cámaras de vigilancia tienen sonido? –le preguntó Lorelei al oído a Artemis para que no se le leyeran los labios.
-Creo que no –contestó él tras un rápido vistazo.
-Bien, porque necesito ayuda –siguió ella; sabía lo que haría Artemis cuando salieran de esa; pero necesitaba ayuda, así que tenía que arriesgarse a contárselo- soy yo la que tiene la clave esa y Koboi podría destruir el mundo con el tesoro de ahí dentro (se omitió el agregar que era la mina de oro, plata, platino y diamantes más grades que hubieran visto jamás), ¿Cómo esquivo el pentotal?
-Buena pregunta –dijo él- o eres muy lista y esquivas las preguntas –le contestó al oído también- o tienes la suficiente fuerza de voluntad para resistirte.
-.¿Y si no la tengo?
-Entonces no se puede –contestó él, decidido, mirándola a los ojos.
En ese momento entró Koboi con dos de sus guardias y les fueron poniendo el pentotal de una en una. Cuando estaban a punto de inyectárselo a Lorelei, que era la única que quedaba, Artemis hizo un último intento:
-No te va a servir –dijo tranquila y simplemente.
-Eso ya lo veremos. Y sin hacerle el menor caso le inyectó a Lorelei el suero en el brazo inmovilizado.
-Dime niña –comenzó la duende con unas preguntas de pruebas- ¿Cómo te llamas?
-No lo sé, yo no me he llamado nunca, a mí me llaman –respondió la otra usando todo su intelecto.
La duende se empezó a enfadar, perdía la paciencia muy fácilmente y Lorelei se dio cuenta de eso.
-Me refiero a ¿cuál es tu nombre?
-Lorelei.
-¿Cuántos años tienes?
-Catorce y aún así soy más lista que tú –contestó ella con una sonrisa.
-Bueno ¡ya está bien! No tengo por qué escuchar tus impertinencias más tiempo de lo necesario ¿quieres decirme de una vez si tienes la clave?
-No –contestó rotundamente la otra.
Koboi, enfadada, se marchó sin que mediara más palabra. Estaba picada porque Artemis tenía razón, se había equivocado, ninguna de ellas tenía la clave.
