Olvidar los sentimientos.

Artemis se despertó cuando todo estaba tranquilo, ya. No vio a Lorelei y se dirigió al principio de la cueva. Allí la encontró de pie, observando las rocas que habían taponado completamente la entrada. Se había cortado las mangas del jersey y había improvisado un burdo cabestrillo sobre el que reposaba, inerte, el brazo derecho.

-Creo que tengo el hombro dislocado –dijo cuando le vio- y no consigo mover ninguna roca.

-Normal –dijo el chico después de echar un rápido vistazo- y no lo conseguirás por mucho que lo intentes. Supongo que las rocas cayeron taponando la entrada de modo que la lava no pudo entrar aquí, pero mira, fíjate bien por este agujero, la lava se ha solidificado al otro lado de las rocas y se ha convertido en una especie de cemento. Ahora que está fría es pura roca. Pero no te preocupes, conociendo estos conductos te podría decir casi con total seguridad que hay una salida al otro lado, sea lo largo que sea.

-Pues vamos, porque otra cosa no podemos hacer.

Y así se pusieron en marcha.

El trayecto por el largo túnel se les hizo eterno. Todo era monótono e igual y no había bifurcaciones, así que al cabo de un rato, se pusieron a habla.

-Artemis –comenzó ella- ¿tú no sabías lo del tesoro, verdad? no venías con nosotros sólo por eso, dime la verdad.

El chico se paró y la miró a los ojos; ella le devolvió la mirada.

-No, no lo sabía; ya te lo he dicho. Fui con vosotros porque había encontrado a alguien que de verdad merecía la pena –acabó con una enigmática mirada.

Y acto seguido siguió pasillo adelante. Pero Lorelei no se dio por vencida; le siguió y le alcanzó.

-Eso me alegra –dijo; y añadió- y… cuando salgamos de ésta, ¿qué vas a hacer respecto a lo del tesoro?

Artemis la miró y esbozó una de sus típicas sonrisitas de vampiro.

-Primero habría que estar seguros de que salimos de ésta.

Y, para alivio del chico, delante apareció una caverna más grande.

-Mira, te lo dije, hay otra salida.

Aparecieron en una amplia cueva, muy parecida a aquella de la que habían salido que había quedado sepultada por la lava. Al fondo de ésta había una puerta de metal. Los chicos llegaron a ella corriendo, aunque estaban exhaustos, querían salir de esas abrasadoras cuevas cuanto antes. Al lado de la puerta había un panel de control; el problema era que no conocían la contraseña. Porque, aunque el conducto llevaba inactivo mucho tiempo, Artemis sabía que la energía de las criaturas podía durar miles de años; pero no sabían la contraseña, así que habría que buscar otro modo.

-Espera –dijo el chico al cabo de unos minutos en los que no se les había ocurrido nada a ninguno- tu dibujas, ¿verdad?

-Sí, ¿cómo lo sabes?

Por toda respuesta Artemis le lanzó una de sus enigmáticas sonrisas y continuó:

-¿No tendrás por ahí un poco de carboncillo?

-Pues… -la chica metió la mano en todos los bolsillos que tenía en el pantalón- pues sí, aquí tengo un poco, pero, ¿para qué?

-¿No te lo imaginas? –la muchacha alzó una ceja (gesto, por otro lado, que a Artemis le recordó mucho a sí mismo)- a ver así: tenemos carbón, esas rocas de ahí están cubiertas de salitre y…

-¡Y en el pasadizo por el que acabamos de ir había grietas con azufre! –le interrumpió ella cuando descubrió lo que pretendía- pero… es metal y…

-Sí, pero tiene muchos años y lo han descuidado, además, si lo hacemos en una esquina podemos conseguir un pequeño túnel en la roca a un lado de la puerta.

Lorelei sacó un paquete de clínex y cogió la mitad, le dio la otra mitad a Artemis y le devolvió su navaja.

-Voy a por el azufre.

-Vale –respondió el chico- yo rascaré la salitre; pero si me llevo la navaja, ¿cómo piensas tú coger el azufre?

-Buscaré una roca o algo así, lo rasparé y lo cogeré con los clínex.

-Vale, no tardes.

Artemis la vio desaparecer por el conducto y se acercó a unas rocas que se encontraban a la altura de la entrada de éste. Como vio al principio, estaban recubiertos de salitre. Sacó la navaja, puso debajo uno de los clínex y comenzó a raspar la roca. No era tan fácil como le había parecido en un principio, le costó mucho coger un buen puñado de salitre en polvo; pero para cuando Lorelei hubo vuelto con tres paquetes de azufre, él ya llevaba casi lo mismo de salitre así que, mientras terminaba de llenar el último clínex, la chica se dedicó a machacar el carboncillo y hacerlo polvo, con la misma roca afilada que había usado para sacar el azufre. Después lo pusieron todo en una oquedad de una de las rocas laterales de la cueva y lo removieron y mezclaron y luego, cogieron la explosiva mezcla y la amontonaron en una esquina de la puerta, lo más pegada que pudieron, a la pared. Artemis le pidió a Lorelei que se quitara un cordón de sus deportivas, él tenía zapatos, y enterró un extremo en el montoncito. Sacó una caja de cerillas que Koboi, de puro milagro, no le había quitado, y encendió el otro extremo después de extender el cordón en el suelo impregnado de la mezcla. Cuando vio que éste prendía y se iba quemando poco a poco, él y Lorelei salieron corriendo por el túnel de vuelta, deseando que la explosión no fuera lo suficientemente fuerte como para taponarles la entrada. Cuando se alejaron un poco, se escondieron tras una roca que había en uno de los laterales y a no mucho tardar escucharon una fuerte explosión que retumbó en el eco de la caverna e hizo temblar el suelo y el techo, desprendiendo chorros de polvo y grava.

Cuando el ruido cesó y el polvo se dispersó permitiéndoles ver con normalidad, lo dos se acercaron a la caverna, cuya entrada no había sido taponada y vieron que su mezcla de pólvora había surtido efecto.

-Mira –señaló ella- sí que hay un pequeño agujero en la pared en la esquina de la puerta, tenías razón.

-¿Y quién dice que no la tuviera? –preguntó él esbozando de nuevo su enigmática sonrisa.

La chica sonrió y se puso a cuatro patas para mirar por el pequeño agujero.

-No veo nada, déjame una cerilla.

-Mejor no –repuso él; la chica lo miró y agregó- a lo mejor quedan restos de pólvora, por precaución, mejor no la enciendas.

Artemis miró su reloj. Las dos en punto de la madrugada en el exterior.

-Supongo que aquí dormirán a la vez que allí, no es de extrañar que no veas luz; pero si este túnel de lanzamiento tiene el mismo esquema que los que yo conozco, y no veo por qué no, seguro que ahí detrás hay un almacén abandonado.

-Bien, voy a ver. Déjame las cerillas y enciendo una cuando salga a un espacio más amplio.

Artemis se las pasó y ella se introdujo en el agujero. Caminó a cuatro patas; el hueco debía de tener alrededor de medio metro de altura y las paredes también medirían algo parecido. Al cabo de unos segundos Artemis vio un leve resplandor, se agachó y sólo alcanzó a ver los pies de Lorelei. Oyó que ella le llamaba y se metió por el agujero.

Cuando salió al otro lado, iluminado por la poca luz de una cerilla y la luminosidad que se filtraba de las farolas de la calle a través de los resquicios de las ventanas entabladas, sólo alcanzó a distinguir un montón de cajas apiñadas a lo largo de una de las paredes. Supuso que la puerta estaría al otro lado.

-Ven –dijo conduciendo a Lorelei detrás de las cajas- mejor vamos por aquí, puede que las cámaras de seguridad sigan funcionando. Y los dos se metieron en el pequeño pasillo que formaban las cajas y la pared. Tenían que andar de lado y a Lorelei le costaba más por tener el brazo en cabestrillo; pero poco a poco iban avanzando.

Lorelei iba delante y aprovechó; poco antes de llegar al final, se paró, se dio media vuelta y dijo:

-Ahora no te puedes escabullir. ¿Qué piensas hacer con lo del tesoro una vez hayamos salido de aquí?

El cerebro de Artemis trabajó frenéticamente para idear un modo de eludir la pregunta; pero su expresión no cambió. Entonces sonrió maliciosamente, gesto que, acrecentado por la oscuridad del lugar, le hizo parecerse más que nunca a un vampiro; y sin previo aviso, agarró a Lorelei por la cintura con una mano y la otra la pasó por detrás de su cuello, la apoyó contra la pared y se pegó a ella para darla un prolongado beso. Sus labios se fundieron en uno y él enredó los dedos en los largos bucles amarillos de ella, mientras su otra mano le acariciaba la espalda. Utilizando esa treta para distraerla y por el poco espacio que quedaba, pasó al otro lado y se colocó en primer lugar, sorprendiendo a la chica. Se separó y corrió delante para llegar al extremo del pasillo y desaparecer por la puerta del almacén que estaba cerca.

-Será vampiro –murmuró ella- pues ahora que me espere, no pienso correr.

Y siguió adelante caminando tranquilamente. "Además, no le voy a dar la oportunidad de verme triste o sorprendida; voy a pagarle con su misma moneda".

Artemis salió al aire libre, su treta había dado resultado; pero no estaba complacido. No le gustaba haber utilizad el beso para engañas a la única chica que merecía la pena besar. Quería haber seguido abrazándola eternamente y no estaba bien haberla engañado. "¿Pero qué estás diciendo?" Se reprendió a sí mismo "Tu eres Artemis Fowl II, no tienes que tener remordimientos; hasta el mínimo detalle cuenta a la hora de ejecutar un plan bien trazado; ahora el plan es salir de aquí; además, vas a conseguir ese tesoro y los remordimientos y los sentimientos son detalles demasiado grandes, tienes que olvidarlos todos. Todos".

-Todos –susurró pensando en lo que había sentido cuando sus labios se habían rozado.

Sacudió al momento la cabeza para despejar su mente y miró alrededor. Enseguida descubrió una cabina de teléfono. ¿Teléfono? Desde luego la Pes, vale, pero los civiles no estaban demasiado adelantados respecto a los humanos en materia de comunicación. En ese momento apareció Lorelei por la puerta. Sonreía, gesto que por un momento le desconcertó. Se acercó a él y le dijo:

-Algún día me lo tendrás que decir.

Pero cometió el error de mirar a Artemis a los ojos y él se dio cuenta entonces de que la sonrisa era sólo una máscara; de que le había dolido.

-Allí hay una cabina; con un poco de suerte podremos encontrar la dirección de Holly en alguna guía. No se me ocurre ninguna otra criatura localizable que nos pueda prestar ayuda sin levantar sospechas.

-Sólo hay una forma de saberlo –respondió ella dirigiéndose hacia la cabina. Artemis la siguió y los remordimientos de los que se había conseguido librar ya, volvieron a resurgir con más fuerza. "A lo mejor ella tiene razón; a lo mejor soy más feliz si hago felices los demás en vez de a mí mismo"…