Tú, la has matado.

Holly caminaba, mejor dicho, gateaba rápidamente. Potrillo le transmitió el mensaje que a su vez Lorelei le había retransmitido a él de que iban a disparar al techo del segundo piso y ellos intentaron llegar a un extremo para subir al siguiente; pero, de pronto, Holly oyó voces y se quedó parada. Artemis también las oyó y los dos vieron una pequeña explosión un poco más adelante y otra un poco más cerca, y otra más…

-¡Atrás! ¡Rápido! –gritó el chico, pero fue demasiado tarde. Entre las explosiones y el peso de todos los que allí había, la chapa no aguantó y cedió.

Cayeron todos a una habitación enorme; en un extremo, junto a una puerta, había una docena de guardias de Koboi apuntándoles con sus atrasados pero eficaces Soft Nose y con un arma nueva que Holly no había visto nunca; disparaba descargas eléctricas mortales.

La elfa, sin levantarse siquiera del suelo y sin darles tiempo a reaccionar disparó desde donde estaba y cayó uno. Entonces comenzó la verdadera batalla. Mayordomo agarró a Artemis y le lanzó al lado contrario de la sala, junto a otra puerta, para alejarlo un poco de la línea de fogueo.

Los amigos de Lorelei también peleaban con uñas y dientes y todo lo que les llegaba a las manos; pero en ese momento llegó un batallón de guardias de Koboi por la puerta que estaba más cerca de la batalla. Artemis lo observaba todo desde la esquina en la que había quedado, buscando, pensando, indagando. Por desgracia, en ese momento uno de los de Koboi se separó del fragor de la batalla y disparó a Artemis, con tan mala puntería que dio a sus pies, pero el chico salió volando y se chocó contra la pared. El muchacho consiguió ponerse en pie trabajosamente y vio al goblin que le apuntaba relamiéndose; esta vez no fallaría. Mayordomo estaba de espaldas, intentando librarse de los seis goblins y los tres elfos que le habían saltado encima y el resto no estaba mucho mejor que digamos; nadie podía ayudarle; por primera vez en su vida, se vio desamparado y tuvo miedo a la muerte. El cañón del goblin apuntó a su pecho, si le daba ahí, la descarga sería mortal. El goblin dejó escapar una especie de risa gutural y dijo:

-Por fin Artemis Fowl voy a poder entregar tu cuerpo a Koboi; me recompensará enormemente.

Y apretó el gatillo y la descarga salió disparada hacia Artemis.

-¡Nooo! –la puerta que estaba al lado de el chico se abrió de golpe y antes de que ninguno de los dos se diera cuenta de lo que pasaba, Lorelei estaba en la trayectoria del rayo e interceptaba la descarga, salvando con ello a Artemis. El grito de protesta se convirtió en un estertor agónico y el cuerpo de la chica cayó inerte en el suelo mientras exhalaba su último aliento…

Para Artemis el tiempo se había parado. En ese momento notó un agudo dolor en el pecho y lo vio todo a cámara lenta. Vio cómo Mayordomo se había conseguido librar de sus atacantes y se había percatado de lo que ocurría detrás y había matado al goblin de un disparo. Una lágrima resbaló por su mejilla; se había dado cuenta de lo que significaba esa muchacha para él… demasiado tarde. Otra lágrima. Oyó que Mayordomo le decía algo, pero no lo escuchó. Cayó de rodillas en el sitio. No podía hacer nada por ella.

Pero podía vengarse.

Entonces el mundo volvió a su estado de movimiento normal.

Artemis tomó una decisión.

Se levantó, agarró el arma del goblin y se dirigió a la puerta. Mayordomo lo paró.

-¿A dónde vas? Voy contigo.

-No, quédate, te necesitan, es algo personal.

-Pero tú no has cogido un arma en la vida…

Sin embargo Artemis le echó tal mirada asesina, de resolución y determinación, que el guardaespaldas se amedrentó y no tuvo valor para replicarle; así que volvió dentro de la sala. Allí reinaba el caos. Pero ellos estaban empezando a sacar ventaja a los goblins, milagrosamente. Así que siguió luchando; al final, la batalla de esa sala la acabarían ganando.

A Potrillo las lágrimas se le escapaban a chorretones. Dos muertos. Sí, dos. Casi al mismo tiempo en que Lorelei había caído al suelo, en la recepción, Mantillo se defendía fieramente de los ocho guardias que le habían rodeado; pero uno de los disparos le dio y cayó al suelo. Malherido se levantó y continuó defendiéndose; se cargó a dos más, sólo quedaban seis. Al final, Koboi, que observaba desde lo alto de las escaleras, se hartó y le disparó ella. Por la espalda. Y, claro, Mandíbulas no se lo esperaba. Era un disparo con carga mortal y le dio justo entre los omóplatos. Mantillo también se desplomó en el suelo; pero él antes de morir dijo:

-Algún día vosotros también moriréis: Os acosaré en vuestros sueños y los convertiré en pesadillas –añadió para asustarlos y lo consiguió. Los goblin intentaron que se levantara; pero ya era imposible. Y Mantillo Mandíbulas murió con una amplia sonrisa en la boca…

Artemis se dirigió a un pasillo por el que seguro que Koboi tenía que pasar para llegar a la sala de la pelea; y estaba seguro de que iría. Al final del pasillo, arriba, había una reja de los conductos del aire. Artemis la abrió y, haciendo uso de una fuerza inusual, se aupó y entró en ella. No la cerró; Koboi llegaría por un lado y se iría de espaldas a él y como estaba alto, si no hacía ruido, no lo verían.

Exacto; pocos minutos después Koboi entró rápidamente en el pasillo precediendo a seis guardias. Cuando Artemis estuvo seguro de que no venía ninguno más, apuntó al último de la fila, con la máxima descarga, entre los omóplatos, y disparó. Tenía el dedo rápido de tanto escribir en el ordenador y antes de que el primero hubiera caído al suelo, tres más estaban muertos y cayendo. Los otros dos y Koboi se dieron la vuelta; pero Artemis seguía disparando y los goblins cayeron al suelo. Artemis saltó sin dar tiempo a Koboi a reaccionar y se acercó a ella lentamente, por el pasillo. La duende desenfundó su pistola, pero el chico volvió a disparar, haciendo gala de una puntería impresionante y el arma salió volando de su mano, inutilizada.

Ella puso cara de miedo y sorpresa y no se atrevió a darse la vuelta para salir corriendo. El muchacho bajó el arma y se aproximó a ella. La miró de tal modo que Koboi quedó paralizada de terror y supo, inmediatamente, que iba a morir.

-La han matado –dijo él tranquilamente.

La duende al principio no supo de quién le hablaba, pero en seguida se lo imaginó.

-La han matado –repitió él.

Sus ojos se encontraron y ella vio un negro vacío en los de él, más negro que cualquier oscuridad que se pueda imaginar.

-Tú, la has matado –finalizó Artemis.

-Yo no he ordenado que…

-Cállate –lo dijo en apenas un susurro; pero no le basto más para que la otra se callara.

-La has matado, con esta misma pistola –continuó el chico- ¿tú sabes lo que duele una descarga de electricidad en el corazón y en los pulmones? Debería demostrártelo. Y sin embargo has de darme las gracias… -ninguna expresión se mostraba en sus rostro- …las gracias por permitirte… -Koboi aún vio un pequeñísimo rescoldo de esperanza- …el honor de morir exactamente igual que ella –finalizó el chico; incluso se permitió una amarga sonrisa.

Artemis levantó el arma, apuntó al corazón de Koboi y disparó. Puso toda su alma en el disparo. Koboi gritó y cayó muerta, en medio del pasillo. Artemis bajó la pistola, irguió el cuerpo, levantó la cabeza y bajó los ojos para lanzar una desdeñosa mirada al cadáver. El resto de guardias se hallaban muertos en hilera, detrás de él, como una sangrienta estela que hubiera ido dejando.

Con esa escena se encontraron Holly, Mayordomo y el resto cuando llegaron al pasillo. Ellos dejaban atrás una habitación sembrada de cuerpos amontonados de goblins, trasgos, duendes y algún sapo deslenguado. Artemis levantó la vista y otra lágrima solitaria se le escapó de un ojo. Mayordomo llevaba en brazos el cadáver de Lorelei. Artemis se acercó y le apartó un bucle dorado que le caía por la cara.

-Me habría dado a mí –susurró- me debía haber dado a mí.

Apretó el mango de la pistola con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos. Los amigos de Lorelei lloraban a lágrima partida; pero él no podía; simplemente se había quedado seco. Seco, solo y destrozado…