Aunque llegué a convencerme de que no volvería a publicar un fic (debo de haber batido un récord: los fics menos leídos de fanfiction...), al final he terminado perpetrando otra de mis historias. Siempre pensé q yo jamás escribiría una historia romántica, pero también he caído en eso... he intentado q sea un poco más normal q las anteriores... la verdad es q me haría muy pero q muy feliz q un alma caritativa me dejase alguna review (porfa, porfa!) y me dijese q le parece...Ah, sí! Se me olvidaba decir que los personajes le pertenecen a J. K. Rowling (yo solo me ocupo de convertirlos en criaturas dignas de un psiquiátrico) y que hago esto sin ánimo de lucro (como tuviese q ganarme la vida así... ya me habría muerto de hambre).
1: Veinte de Abril
"Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
Las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido
Todo cargado de flor
-recordé- yo he maldecido
mi juventud sin amor"
Antonio Machado "Los sueños"
La nevera estaba prácticamente vacía. Tan solo quedaban tres o cuatro manzanas, una sustancia pastosa de color indefinido dentro de un tupperware y una botella de vidrio llena hasta la mitad de leche, probablemente agria.
En el apartamento de arriba, un reloj de péndulo marcó las cuatro de la mañana. Las campanadas , graves y metálicas, resonaron con nitidez en el silencio sepulcral propio de esas horas de le noche. A pesar de tratarse de un momento tan intempestivo, Ron tenía hambre. Solía ocurrirle cuando regresaba después de correrse una juerga, pero aunque llevaba años viviendo solo aún no había logrado habituarse a hacer la compra. Lo único medianamente comestible eran las manzanas. "Daría lo que fuera por unas tortitas con chocolate" pensó, vaciando el contenido de la botella por el fregadero. En esos momentos solía pensar con nostalgia a su madre, pero sus idílicos recuerdos de Molly se desvanecían cuando, al visitar "La Madriguera", se veía invariablemente obligado a soportar estoicamente el típico chaparrón de reproches cargados de preocupación maternal: "Hay que ver, cada día estás más delgado" " ¿Todavía no sabes vestirte solo?" y, por supuesto, el favorito de la matriarca Weasley " Lo que te hace falta es encontrar a una buena chica". Cuando aparecía el maldito tema de las chicas, Ron solía limitarse a reír, porque ¿qué iba a responder¿qué ya había encontrado a una buena chica, la mejor, y que se había portado como un imbécil? Afortunadamente, Molly nunca llegó a enterarse de todo aquello, porque de lo contrario hubiesen pasado siglos antes de que se dignara siquiera a dirigirle la palabra. Ron no le habría culpado por ello: él mismo aún se avergonzaba de su comportamiento cobarde y egoísta. Y, por mucho que le costase reconocerlo, se arrepentía. Hacía más de cinco años de aquello, cinco años desde que se marchó de Londres sin decirle nada, cinco años vagando solo por el mundo, cinco años intentando olvidarla. Hubo otras chicas, claro, pero a medida que pasaba el tiempo, aquellas relaciones vacías acabaron por aburrirle y agobiarle hasta tal punto que al final llegó a la conclusión de que no merecía la pena tomarse tantas molestias ni siquiera a cambio de una nevera llena.
Cuando uno no ha dormido ni siquiera dos horas, el mundo se cubre de una pátina casi imperceptible de irrealidad; y los contornos se vuelven difusos, imprecisos, como una fotografía desenfocada. Así era como aparecía Roma en aquel atardecer de principios de primavera, y ni siquiera el batallón de turistas japoneses que le rodeó en el puente de Sant'Angelo y que estuvo a punto de arrastrarle a la otra punta de Italia logró devolverle al mundo real, a ese veinte de abril que podría ser idéntico al del año pasado, y al del anterior… salvo, claro está, por el lugar en que se encontraba. La ventaja de trabajar para Gringotts era que se podía conocer cualquier rincón del planeta, siempre que uno estuviera dispuesto a que le trasladasen una y otra vez.. Ron estaba encantado: no tenía el menor interés en echar raíces, ni siquiera en un lugar tan hermoso como la Ciudad Eterna. Ni siquiera levantó la vista de los adoquines al pasar junto al imponente castillo de Sant' Angelo, que parecía en llamas, iluminado por los últimos rayos del tibio sol de abril. Una niebla, sutil y etérea, comenzaba a trepar perezosamente desde el Tíber, entretejiéndose con las ramas de los árboles que flanqueaban el río.
Ron recorría el mismo camino cada día: cruzaba el puente de Sant ' Angelo y la Vía della Conziliazione hacia la Basílica de San Pedro, aureolada por la luz áurea del atardecer; rodeaba la célebre columnata de Bernini y tomaba la Vía di Porta Angelica, que discurría paralela a la muralla de la Cittá del Vaticano hasta la Piazza del Risorgimento. Los ruidos de la ciudad sonaban amortiguados, como si le llegasen desde muy lejos: el sonido sordo de los zapatos golpeando monótonamente el pavimento, el rumor de los motores, el ladrido de un perro. Tan solo las risas despreocupadas de un par de jóvenes novicias que se dirigían a la Parroquia de Santa Ana resultaban lo suficientemente insólitas como para que Ron les prestase algo de atención.
Hermione había tenido un día de pesadilla. Había llegado tarde a trabajar porque el estúpido taxi se había quedado atrapado durante dos horas en un estúpido atasco, un idiota le había vertido encima medio litro de café hirviendo, y había tratado, en vano, de comunicarse con el encargado del hotel , quien, por supuesto, no hablaba ni una palabra de inglés. Jamás creyó que añoraría tanto Londres, a pesar del frío, la lluvia y los recuerdos que habitaban cada rincón de la ciudad del Támesis. Estaba tan furiosa con la vida que atravesó sin conmoverse uno de los lugares más bellos del planeta, que a esa hora desplegaba todos sus encantos, cuando los últimos resplandores del día que moría con aquel ocaso arrancaban destellos dorados a un mundo inmerso en una luz ambarina que se derramaba sobre las piedras milenarias como un fluido incandescente. "¿Cómo podría empeorar esto?" se preguntó, mientras apretaba el paso deseosa de desaparecer tras la puerta de su habitación (si es que el tipo del hotel se había enterado de que estaba tratando de hacer una reserva, claro). Aquel día, Hermione llegó a la conclusión de que uno no debe plantearse jamás ese tipo de preguntas, porque al parecer el Universo se lo toma como algo personal y encuentra la manera de contestar. En este caso, la respuesta a aquel interrogante apareció tras unas tocas inmaculadamente blancas que giraron bruscamente y desaparecieron en la Cittá del Vaticano con un susurro.
La última persona que hubiese deseado ver tuvo que frenar en seco para no chocar contra ella. Hermione, que aún era capaz de leer en sus ojos las emociones que estaba experimentando: primero una rápida evaluación, como si necesitase un par de segundos reconocerla y detectar los cambios que había sufrido. Después, sorpresa. Claro, él tampoco esperaba encontrarla allí. Y, de pronto… nada. Ron parecía haber aprendido a interponer un muro para que sus sentimientos no aflorasen con tanta facilidad a su antaño elocuente mirada. Ella podría haber dicho muchas, muchísimas cosas en ese momento. Podría haber inventado palabras hirientes; desde luego, tenía los motivos y el rencor en cantidades suficientes como para improvisar el más cruel de los discursos. Podría haberse dado la vuelta sin más y marcharse sin siquiera dirigirle la palabra. Sin embargo, solo dos ideas aparecieron en su mente con claridad. La primera era bastante estúpida: se preguntó por qué tenía que haberse cruzado con Ron precisamente ese día, cuando él tenía ese aspecto tan estupendo y ella unas ojeras hasta los pies, el moño deshecho y una gigantesca mancha marrón en la blusa. Y la segunda, mucho más simple: deseó con todas sus fuerzas no haber aceptado jamás aquel empleo. En Inglaterra, algo así jamás hubiese pasado… en ese momento, incluso echó de menos a su jefe, pese a que solía echarle la bronca un par de veces al día. La chica nunca llegó a saber de donde sacó las fuerzas suficientes como para esbozar una sonrisa insegura y saludarle, tímida pero amablemente:
- Hola ¿cómo te va?
Ron nunca se había alegrado tanto de la capacidad para disimular lo que sentía, adquirida tras años de rupturas incómodas con las que él mismo ponía fin a relaciones superficiales con mujeres superficiales por las que no experimentaba ningún aprecio y a las que no consideraba merecedoras de compartir algo tan íntimo como sus emociones. Porque, en el momento en que Hermione sonrió, la incomparable belleza de Roma se desvaneció como por arte de magia, dejando tras de sí el tenue aroma de las primeras flores de la primavera, y lo más probable es que, cinco años antes, se hubiese quedado mirando a la chica con cara de bobo. Jamás se atrevió a pensar en lo que ocurriría si volvía a verla algún día. Pero, a pesar de todo, logró sobreponerse a la conmoción y contestó:
- Muy bien… todo lo bien que se puede estar cuando hay mucho trabajo. ¿Y tú, estás aquí de vacaciones?
Hermione rió, rescatando de la memoria aquel sonido fresco y delicioso que llevaba años sin evocar. La risa de Hermione no se correspondía en absoluto con la imagen de chica formal y disciplinada que tanto le gustaba mostrar al mundo; en realidad, hubiese resultado másapropiada en una niña corriendo colina abajo. Tal vez por eso siempre le había encantado hacerla reír.
- Ojalá. Yo también estoy aquí por asuntos de trabajo, ya sabes. No es un tema particularmente fascinante.
Quizá a ella no se lo pareciese, pero a Ron le costaba trabajo imaginar algo más interesante. Daría cualquier cosa por volver a bucear en los aspectos más insignificantes de la vida de Hermione, pero sabía que aquello resultaba sencillamente imposible. Y la culpa era enteramente suya. Durante un segundo, el silencio se volvió denso, casi sólido, e increíblemente incómodo. Ella fue la primera en reaccionar, y comentó en tono casual:
- ¿Y el resto de tu vida¿Cuánto tiempo llevas aquí¿En que trabajas¿Estás casado, y tienes niños y un perro en el jardín¿Piensas volver a Londres?
- ¡Uf, eso son muchas preguntas!- protestó él, poniendo cara de profunda concentración- Vamos a ver si soy capaz de responderlas todas: el resto de mi vida es bastante aburrido, llevo aquí cuatro meses. Trabajo para Gringotts, por eso me trasladan a menudo, y mi regreso a Londres depende únicamente de mis jefes. ¿Ah, sí! Y ni estoy casados, ni tengo niños, ni perro ni jardín. Vivo en un piso de mala muerte y por no tener no tengo ni proyecto de novia. ¿Qué hay de ti?
- Si, yo… quiero decir, no, no estoy casada aún. Me extraña que Ginny no te haya contado nada. ¿Es que no te escribes con ella?- preguntó la chica, con una nota de nerviosismo e incomodidad en la voz.
- No, bueno, la verdad es que fui yo quien cortó la comunicación hace tiempo- reconoció el pelirrojo, encogiéndose de hombros.
- Ah, entiendo. Entonces, seré yo misma quien te dé la noticia. Me caso el veintiuno de noviembre.
El rostro de Ron permaneció impasible. Roma, los coches, el humo, el ruido, la gente: todo regresó de golpe, pero él no estaba dispuesto a que Hermione se diese cuenta.
- Felicidades. Me alegro por ti- dijo, sonriendo mientras le estrechaba la mano.
Desde luego, aquella sonrisa no se correspondía en absoluto con la que Hermione conocía tan bien, aquel gesto inconfundible, travieso, sincero y cómplice. Se trataba más bien de una sonrisa casi inexpresiva, como la de una esfinge egipcia o la de Mona Lisa. Pero ¿qué esperaba¿Qué Ron diese saltos de alegría¿Qué montase en cólera? Ya no había ningún vínculo que justificase ninguna de las dos respuestas. Eran prácticamente dos desconocidos.
- ¿Y quien es el afortunado?- inquirió él.
- Harry.- contestó la chica, en un murmullo.
- ¿Harry¿Nuestro Harry?- vaya, aquel si que era un extraño giro de los acontecimientos- ¿Y qué pasa con Ginny?
- Es una larga historia- empezó Hermione- Tal vez sería más apropiado que fuese ella y no yo…
- Tienes toda la razón- cortó Ron- Llevamos años años sin vernos y tengo la poca vergüenza de someterte al tercer grado sin ningún derecho. Hablaré con mi hermana. En fin, si no volvemos a encontrarnos, te deseo lo mejor y te doy mi enhorabuena, y también a Harry. Espero que seáis muy felices.
La noche había caído definitivamente. Y aquello se trataba, inequívocamente, de una despedida.
Vamos... si habeis sido capaces de leer esto hasta el final, también podreis darle a cierta tecla y ponerme verde (también acepto cumplidos...)
