Capítulo 2: Realidad

El sol ya se hallaba en su cenit y Alphonse aún no daba señales. No puedo negar que estaba un poco molesto, más teniendo en cuenta que este asunto del aire fresco no era mi fuerte.

Hice un esfuerzo por levantarme del suelo a pesar de la somnolencia(despertarme temprano tampoco me ponía de buen humor) y eché un vistazo a mi alrededor: no había nadie más en el cementerio, y el silencio era perturbador. Las lápidas se enfilaban calladas a lo largo y a lo ancho del terreno, entre ellas la de mi madre, una de las pocas con flores, claveles esta vez. Como no sabía qué clase de flores le gustaban, siempre le llevaba una diferente, esperando alguna vez dar con su favorita.

Qué ridículo... como si pudiera ver qué flores se encontraban tiradas sobre su tumba. Pero de alguna forma creía que estaba haciendo un bien, pues siempre me sentí culpable con respecto a mi madre, no tengo idea de por qué. Me habría gustado haberla conocido mejor.

De pronto mi estómago se quejó. Comencé a dar vueltas impacientemente por el lugar, observando las lejanías por si de casualidad llegaba a ver a Al corriendo hacia mí con cara de preocupado, gritando "¡Perdón, perdón!, pero eso nunca sucedió. Era realmente extraño de él llegar tan tarde, pero supuse que algo importante lo habría retrasado. – El gato enfermo- pensé.

Así que después de haberlo estado esperando por más de dos horas, ya seguro de que Alphonse no vendría, me dispuse a regresar al pueblo y volver a mi rutina.

Caminaba a paso pesado por las calles de tierra, algo fastidiado por la pérdida de tiempo, tratando de imaginar qué podría almorzar a esas horas de la tarde. No pensaba ir a casa de Al a cuestionarle nada, pero al pasar por allí cerca algo llamó mi atención: una decena de personas se apiñaba formando un círculo en la acera y parte de la calle.

Sentí curiosidad por saber qué era lo que ocurría, así que me acerqué para averiguarlo. Era obvio que no me animaría a preguntar a nadie, pero escuchando quizá me enteraría de algo.

- ¿Sabes qué es lo que pasa aquí? – preguntó una señora de mediana edad a otra que se hallaba a mi derecha.

- No estoy segura- contestó -. Un accidente o algo por el estilo. Creo que le ocurrió algo al chico de la veterinaria.

Al escuchar sus palabras el corazón me dio un vuelco. ¿Le había ocurrido algo a Al? Eso explicaría el por qué de su ausencia en el cementerio, pero no¡no podía ser!

Preocupado, me las arreglé para pasar entre la gente, que se corría a regañadientes, hasta alcanzar la puerta de la casa. Allí se encontraba un hombre alto y musculoso que me impidió el paso.

- Hijo, no debes entrar. El doctor está adentro haciendo su mayor esfuerzo y no es bueno molestarlo.

- Pero¡¿qué ocurrió¡Alphonse es mi amigo, por favor déjeme entrar!

Viendo mi cara de desesperación, el hombre pareció compadecerse, atendiendo a mis súplicas.

Entré con torpe prisa y corrí escaleras arriba hasta la habitación de Alphonse. En el pasillo esperaban un hombre y una mujer con rostros oscuros y preocupados- los tíos de Al, quienes se habían ocupado de él al morir sus padres, tres años atrás, cuando fueron asaltados por bandidos durante un viaje.

- ¿Y tú quién eres que entras sin permiso a esta casa? –preguntó el tío sin rodeos. Ni uno ni el otro eran personas amistosas, y aunque hacía mucho tiempo que no los veía su amargura seguía notándoseles de lejos.

- Es el hijo de Hohenheim, el alquimista –respondió por mí su esposa.

- Cierto... Te acordaste un poco tarde de nuestro sobrino, mejor vete a tu casa.

- No me iré hasta saber qué le pasó a Alphonse, y saber que se encuentra bien.

Antes de que alguno me respondiera, la puerta de la habitación se abrió, y del otro lado apareció el médico del pueblo con una expresión indescifrable. Quise abrirme paso para entrar, y aunque el médico intentó impedírmelo, logré verlo: Al estaba acostado en su cama, con los ojos a medio abrir e increíblemente pálido. Y había sangre, mucha sangre por doquier.

- ¡AL!- grité con toda la fuerza de mis pulmones. Pero antes de que pudiera acercarme más, alguien me tomó por los hombros y me empujó al pasillo.

- Mejor vete... –me repitió el tío.

Pero no podía irme.

Bajé las escaleras hasta el comedor y allí me quedé, sentado con los codos sobre las rodillas y las manos sujetándome la cabeza, sin saber qué hacer. La incertidumbre y la impotencia me carcomían, y todo se sentía como un sueño... un sueño horrendo de los que uno se levanta sudando y confundido.

Unos minutos después, no sé cuantos, los tíos de Al bajaban las escaleras dirigiéndose hacia mí.

- ¿Todavía sigues aquí, chico?

- Ya le dije que no me iré hasta saber qué pasó- respondí mirándolo con desafío. Me había cansado de ser el señor amable, si es que alguna vez lo había sido.

- Suicidio- respondió el médico secamente, quien bajaba tras ellos limpiándose las manos ensangrentadas con un trapo.

- ¿Cómo dice? –pregunté incrédulo.

- Lo que escuchaste, suicidio. El joven Alphonse se cortó las muñecas. Cuando llegué ya era demasiado tarde y no pude hacer nada...

¿Una pesadilla o una sátira de humor negro¿Al, suicidio? Dentro de mi vocabulario parecían ser dos palabras totalmente incompatibles.

Ese día anocheció más rápido que de costumbre, y mi casa se hallaba más oscura y silenciosa de lo normal. Delante de mí se consumía lentamente la única vela que impedía que todo fuese una mancha negra, y el único sonido que podía oír eran las manecillas del reloj marcando el paso eterno de los segundos.

A pesar de mi incredulidad, por más tiempo que esperase, jamás despertaría, pues bien sabía que aquello no se trataba de un sueño sino de la cruda realidad.

Continuará...


Tal y como les prometí, un poco más de "acción" n.n

Espero que les haya gustado... no sé cuándo actualizaré, pero me siento inspirada y eso es bueno(supongo). Ah! Y no olviden los reviews por favor, eso me da más ánimos de seguir escribiendo n.n

Saludos!