Capítulo 4: Transgresión
Agua, 35 litros, carbono, 20 kilogramos, amoníaco, 4 litros, lima, 1.5 kilogramos, fósforo, 800 gramos, sal, 250 gramos, nitrato, 100 gramos, fluoruro, 7.5 gramos, hierro, 5 gramos, silicio, 3 gramos... los elementos que componen un cuerpo humano adulto.
Revisé la lista una y otra vez, temeroso, inseguro, pero dispuesto. Frente a mí se hallaba todo lo necesario para la transmutación, incluido el círculo dibujado sobre la tierra seca que serviría como transmisor de energía entre mí y los elementos colocados cuidadosamente dentro de él. Y en mi mano, el libro, aquél que mi padre había escondido con tanto recelo entre tantos otros, lo cual no había impedido que yo lo encontrara y me interesara en él de la misma manera que con cualquiera que hablara sobre alquimia. Pero éste era especial y aún no había logrado comprender el por qué.
Observé una vez más aquel montón de hojas amarillentas que se veía tan inofensivo pero había provocado semejante reacción en mi padre, y sonreí con ironía. "¡Perdóname, papá¡Te prometo que jamás volveré a hacerlo!" le había dicho yo mientras me cubría la cara con ambas manos.
Aún recuerdo con claridad el día en que lo leí por primera vez. Era ya muy tarde y me disponía a limpiar el desorden usual de la biblioteca, cuando en un momento el sueño me hizo trastabillar y caí al suelo junto con la pila de libros que llevaba en brazos. Molesto por mi torpeza, al levantarme me di cuenta que había arrancado de su lugar un trozo de madera del piso, pero al querer arreglarlo noté que estaba hueco. Era obvio que mi curiosidad de niño no me permitiría volver a colocar la madera sin fijarme antes qué había allí dentro, y así fue como lo encontré: solo, en un compartimento que parecía haber sido diseñado especialmente para él.
Aquel singular suceso me desveló por completo, así que comencé a devorar las páginas una tras otra sin darme cuenta que el tiempo seguía corriendo, y el sueño poco a poco me vencía.
Debí haberme quedado profundamente dormido pues no oí el sonido de la puerta cuando mi padre llegó, sino que desperté debido a violentas sacudidas mientras escuchaba una voz que me gritaba: —¿Por qué!
—Pa ... ¿Papá?—logré decir una vez que pude enfocar y darme cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Pero no pude decir nada más, pues tomándome de la camisa me empujó fuera de la biblioteca, y cerró la puerta tras él. Se quedó unos instantes en silencio observándome desde arriba, como buscando las palabras correctas, y luego dijo:
—¿Acaso no te advertí un millón de veces que no entraras allí!
Yo no hice más que mirarlo fijamente a los ojos, asustado, paralizado, esperando con impaciencia el inevitable castigo, el cual no se hizo esperar. Pero esta vez no llegó sólo en forma de palabras fuertes y prohibiciones, sino también de golpes y empujones que se fueron intensificando hasta terminar yo tendido en un rincón, intentando cubrirme vanamente con mis puños mientras oía la voz incesante de mi padre:
—Niño... malcriado... ¡Para qué demonios me gasto contigo!
Cada golpe y aliento parecía estar cargado de una secreta culpa y rabia hacia su propia persona... y yo me moría de ganas por decirle que era un viejo patético y que jamás se había gastado conmigo, pero de mi boca no salían más que imperceptibles gemidos amortiguados por sus potentes gritos.
Siempre lo intenté... siempre me esforcé por entender a mi padre y convencerme de que antes de lo que le ocurriera a mamá, él era una buena persona, un buen padre. No recordaba cómo había sido en ese entonces, pues de hecho no recordaba casi absolutamente nada antes de perder a mamá. Era como si su muerte se hubiese tratado de mi nacimiento, o al menos del nacimiento de mis memorias.
Pero en ese momento, en ese lugar, encima mío, mientras me golpeaba, la visión que tenía de él era aterradora.
—Papá... ¡Perdóname, papá!... ¡Te prometo que jamás volveré a hacerlo!—pude articular finalmente, contradiciendo todos mis pensamientos.
Al parecer había logrado hacerlo volver a la realidad, pues se detuvo inmediatamente. Se agachó despacio para ponerse a mi altura e intentó confortarme, pero yo le aparté la mano por reflejo.
—Edward, hijo...—comenzó a hablar dulcemente, como intentando hacerme comprender que su comportamiento había sido razonable.—Por favor, entiende. Esto de la alquimia es... no es un juego ni algo que pueda ser comprendido por un niño de catorce años como tú. Ser alquimista quizá pueda sonarte divertido, pero no lo es en absoluto... tienes que sacrificar cosas. Yo... por favor, prométeme que no volverás a leer esos libros ni nada que tenga que ver con alquimia. ¡Prométemelo!
Asentí en silencio, con la vista fija en el suelo. Hacía rato que las lágrimas se habían acumulado en mis ojos y me rogaban porque las dejara salir, pero en ningún momento me permití llorar. A pesar del pedido de mi padre, le di más importancia a la promesa que me hice a mí mismo de ser fuerte, y de no volver a llorar jamás.
De hecho, había logrado mantener esa última promesa hasta ahora, pues ni siquiera me había permitido llorar la muerte de Alphonse. En cambio, no había tenido ningún problema en romper la que le hice a mi padre, e incluso en ese mismo momento estaba rompiendo una de las leyes más importantes de la alquimia.
"El misterio de la transmutación humana" leí por última vez con nostalgia, antes de apoyar ambas manos sobre el círculo de transmutación y que la luz blanca lo bañara todo.
Continuará...
Buh se me acortaron los reviews... En fin, no importa. Contesto al único review que me dejaron en el capítulo anterior diciendo que no se preocupen, seguiré escribiendo por más que me rueguen que no lo haga! n.n
Creo que no tengo nada más que acotar... sólo que espero les esté gustando.
Saludos!
