¡Hola a todos! ¿Qué tal? 😍 ¡Sorpresa! Traigo el nuevo capítulo antes de lo que suelo tardar. He tenido vacaciones esta semana, y he podido dedicarle más tiempo. 😎 Ufff el último capítulo, voy a llorar de verdad… *llora de verdad* 😭 ja, ja, ja pero no nos pongamos nostálgicos todavía, que esto no ha terminado. Tenemos por delante un capítulo larguito, que espero que os guste muuucho… 😍
Un millón de gracias a todos por estar ahí. 😍 Gracias por cada comentario, cada palabra amable, cada favorito, cada follow… ¡gracias por todo! Gracias a ti, que estás leyendo esto, por estar ahí. 😍
Recomendación musical: "Rewrite the stars" de la película The Greatest Showman.
Vamos a descubrir qué destino aguarda a nuestra pareja protagonista…
CAPÍTULO 57
Los tres vociferadores
Hermione tenía la mirada perdida. Y era incapaz de recuperarla. Sus ojos estaban clavados en la ventana que se encontraba al otro lado del salón de los Weasley. Era una ventana doble, de gran cristalera, tras la cual se podía ver el jardín trasero de La Madriguera. Se podían ver las ramas de uno de los árboles golpeando contra el cristal de forma suave, y la parte superior de un seto. Al menos, cuando era de día. Ahora no se veía nada. Debajo de ésta, había un gran mueble repleto de todo tipo de cachivaches: cajas de todos los tamaños, libros, macetas sin flores, pergaminos, las agujas de tejer de Molly...
Era pasada la medianoche. Todos en La Madriguera dormían. Todos excepto Hermione.
Se encontraba sentada en la esquina del viejo y extremadamente mullido sofá de dos plazas que había contra una pared. Delante de una desordenada y abarrotada librería. Sobre las piernas de la chica, encogidas, y vestidas en un grueso pijama de estampado a cuadros, había un libro. Abierto. Olvidado hacía ya varios minutos. Su varita, con la punta encendida y brillante, se encontraba apoyada en una balda de la estantería que había tras ella, iluminando eficazmente las páginas de la Guía de Herbología de Goshawk. Pero tener la luz encendida estaba siendo una pérdida de medios. Hermione no estaba leyendo. No podía dejar de mirar por la ventana. Aunque no viese nada a través.
Escuchó entonces unos pasos pesados e irregulares en la habitación contigua que la trajeron a la realidad. Pasos descalzos sobre el crujiente suelo de madera de La Madriguera, que le arrancaron un rápido parpadeo con sus ojos resecos. ¿Alguien más estaba despierto?
Ron hizo entonces aparición por la puerta que daba a la cocina, con el cabello pelirrojo apuntando en todas direcciones y una inequívoca cara de sueño. También iba en pijama. Hermione sintió al instante que el corazón le daba un desagradable vuelco. Una sensación que, lamentablemente, se había vuelto más y más familiar cada vez que veía a su amigo. Hasta el punto de haberse vuelto casi normal. Lo que no era normal era que Ron estuviese despierto a esas horas tardías. Como tampoco era normal cruzarse con él de esa manera tan inesperada, a solas.
No habían estado completamente a solas en muchos, muchos meses.
Ron consiguió enfocar a la joven, parpadeando por la intensa luz de la varita, y sus ojos azules parecieron perder toda la somnolencia de golpe. Al tiempo que se detenía de sopetón. El silencio volvió a apoderarse de la habitación.
—Hola —susurró Hermione, con cautela. Bajando las piernas del sofá. Ron siguió sin moverse. Había apartado la mirada de forma precipitada, fijándola en la mesita auxiliar que tenía a un lado.
—Sí… —murmuró él, de forma ida. Y Hermione podía ver su delgado pecho subir y bajar dentro de su pijama. Ella misma contuvo un suspiro. Con el corazón pesado. Pero al menos le había contestado…
Hermione apartó el libro que tenía sobre las piernas y se puso en pie con formalidad.
—Perdona, no esperaba que viniese nadie —aseguró, con entereza. Se estiró para coger su varita de la estantería y tocar con ella una lamparita que estaba en una mesilla. Iluminando la habitación entera con una luz algo más tenue y uniforme. Apagó después su varita, murmurando un suave Nox. Elevando un poco la barbilla, echó a andar con pasos decididos hacia la puerta de salida. Sin mirarlo.
—Hermione...
La chica se detuvo de golpe, con un pie ya casi en la cocina. La piel de la espalda se le había calentado. ¿Acababa de llamarla por su nombre?
Hacía ocho meses que no pronunciaba su nombre.
Se giró hacia él. Casi sin saber si iba a encontrárselo a él o a otra persona. Reaccionando a tiempo de cerrar la boca. Ron no la miraba, pero se había girado hacia ella. Su rostro lucía adusto. Sus orejas, incandescentes.
—Quédate. No te vayas.
Las palabras apenas rompieron el silencio. Hermione no se movió. Tampoco tenía ni idea de qué decir.
Su voz había sonado casi ansiosa. Débil. Como si semejantes palabras ocultasen una súplica que iba más allá de encontrarse en su salón a horas tan intempestivas.
Hermione solo lo miró. Aguardando. Vio a Ron tragar saliva. Como si el largo silencio comenzase a ser complicado de sobrellevar también para él.
Se movió entonces, todavía sin mirarla, y avanzó hacia el sofá con pasos desgarbados. Cojeando. Todavía cojeaba. No había dejado de cojear desde la batalla. Y se sentó, se dejó caer, en una de las esquinas. Apoyando los antebrazos en sus muslos.
—¿No te has acostado aún? —volvió a decir Ron. En voz algo más baja. Hermione parpadeó otra vez. Relajando los hombros. Pero no pudo evitar cruzarse de brazos. Protegiéndose. Porque no entendía qué sucedía. Y no quería hacerse ilusiones de ningún tipo. ¿Cómo podría…?
—No. No tengo sueño —accedió ella a admitir. A mentir. Todavía con tono crudo. Ron asintió con la cabeza. Hermione cambió el peso de un pie a otro—. ¿Y tú?
Su intento de sutil conversación pareció ir por buen camino. Él se limitó a encogerse de hombros, sin definirse mucho.
—No podía dormir. Y estaba harto de dar vueltas en la cama —contestó en un tono bastante normal. Mientras se frotaba los cansados ojos con índice y pulgar—. ¿Estabas… leyendo? —articuló, mirándola ahora con los ojos enrojecidos. Hermione apretó los labios. Comenzando a impacientarse. No quería alargar más una conversación tan insustancial.
Pero resultaba que era la primera conversación que estaban teniendo en ocho meses.
—Intentaba concentrarme en algo y tener la cabeza ocupada —confesó Hermione con suavidad.
La mandíbula de Ron se movió a un lado y a otro. Incómodo.
—¿Ha llegado la carta? —preguntó entonces. Con brusquedad. Y la vista fija en la alfombra. Hermione parpadeó, pero no alteró su expresión.
—No, todavía no.
—¿Seguro que Percy dijo…?
—Sí, lo dijo —interrumpió Hermione. Algo más cortante. Ron no insistió. En cambio, asintió con la cabeza otra vez. De forma serena. Casi treinta segundos de silencio.
—Ya es bastante tarde. Quizá escriba mañana —murmuró él.
Hermione no supo que decir ante eso. Ante una actitud tan pacífica. De modo que también movió su cabeza de forma afirmativa.
—Quizá.
Aguardaba una carta proveniente de Percy. Era febrero. Y, según el joven Weasley le había informado a través de su madre, ese día el Wizengamot se reuniría por fin, tres meses después de los juicios, y fijaría la sentencia final. Sellaría el destino de Draco y Theodore. Sabrían por fin si serían absueltos o condenados a Azkaban. O a recibir el Beso de los Dementores. Un destino peor que la muerte.
Y Hermione no estaba en absoluto preparada para ello.
El Profeta había abierto la veda de los rumores sobre que ese sería uno de los castigos a imponer. Hermione no durmió la noche en que se publicó semejante noticia. ¿Serían capaces de hacer tal cosa? El Ministerio no se había pronunciado oficialmente al respecto, disparando aún más las alarmas. Abriendo la puerta a cientos de debates morales entre la población.
Percy, en calidad de escribano en los juicios, estaría presente en la reunión. Y se ofreció a mandarle una lechuza, de forma privilegiada, clandestina, dándole la exclusiva del veredicto. Para que no tuviera que esperar a la carta oficial, la cual se retrasaría, con seguridad, varias semanas. Hermione no había podido hablar personalmente con él todavía, ni para preguntarle por qué lo hacía, ni para darle las gracias. Tal y como había dicho Ginny, que su hermano rompiese las reglas voluntariamente, y se jugase, de hecho, su puesto en el Ministerio filtrando información confidencial, era digno de que un sanador de San Mungo lo investigase. Hermione no sabía si su declaración en el juicio había ablandado el corazón del más ambicioso y estricto de los hermanos Weasley. O si, que su propia hermana hubiera declarado, lo habría convencido de la inocencia de Draco.
No importaba el motivo. La cuestión era que se había ofrecido a informarla de todo. Ese día. Pero Hermione no había recibido carta alguna en toda la jornada. Y ya era de madrugada. Ron tenía razón, posiblemente decidiesen el destino de Draco y Nott al día siguiente. Pero no podía evitar seguir esperando.
Ron tenía las manos entrelazadas sobre las piernas. Y sus pulgares jugueteaban el uno con el otro. Y sus ojos se movían con rapidez en sus cuencas.
—¿Crees que…? —comenzó, de forma precipitada. Más brusca—. ¿Crees que lo indultarán?
Hermione enderezó más su espalda. Sus brazos siguieron cruzados delante de su pecho.
—No lo sé —admitió, entre dientes. Gélida—. Pero espero que sí.
Vio a Ron luchar por respirar durante varios segundos. Sus labios curvándose en muecas frustradas. Dejó escapar un hondo suspiro y se llevó una mano al rostro. Peinando sus cejas de forma frenética. Como si no pudiera soportar la impotencia que lo invadía.
—¿En serio? —estalló, levantando la cabeza. Clavando sus ojos en los de ella—. ¿En serio, Hermione? ¿Me estás diciendo…? ¿Malfoy?
La chica respiró de forma precipitada. Alterada. Ahí estaba.
—Sí, Ron —siseó Hermione de forma ofuscada—. Desde luego que sí. Ya lo sabes. Ya lo sabes todo.
—Sí, se supone. Pero te aseguro que no logro comprender que quieras que Draco Malfoy sea liberado de Azkaban, Hermione. No puedo. Es… Todo esto me supera —farfulló, acalorándose. Con la vista fija en las rodillas de la chica. Ella respiró con rapidez. Mirándolo con fijeza.
—¿Por qué? —susurró Hermione entonces. Con calma—. ¿Por qué te resulta tan difícil entender que haya cambiado? Mucha gente ha cambiado. Hemos vivido una guerra, Ronald...
—Sí, en su contra… —barbotó él.
—Yo tengo una visión diferente del asunto —replicó Hermione. Descruzando los brazos—. Y ya la sabes. Y me niego a volver a tener esta discusión.
Sus pies giraron sobre la alfombra. Más que dispuesta a irse. Pero la voz de Ron la detuvo por segunda vez.
—Espera, no… por favor —suplicó de forma precipitada, elevando una mano en su dirección. Para después jadear. Avergonzado de sí mismo, y de la necesidad de su voz. Apartó la mirada tan pronto Hermione se giró de nuevo hacia él. Pero tardó en volver a hablar. Tanto, que la chica estuvo tentada a irse finalmente.
—Ron, no hay nada más que… —susurró. Sin poder soportar más ese silencio.
—¿Le… quieres?
La voz de Ron fue apenas audible. Hermione ni siquiera lo vio mover los labios. Pero su pregunta llegó a ella, flotando por encima de su propia voz.
No la estaba mirando. Sus ojos azules estaban perdidos en sus propias manos entrelazadas. Y el corazón de Hermione crujió en su interior.
"Por… por si acaso…"
—Muchísimo —murmuró Hermione. Sin apenas voz—. Tanto, que no… —No supo cómo terminar la frase. Boqueó un instante, y añadió, más bajo todavía—: Sí. Y él… también a mí.
—¿Estarías con él? —preguntó entonces Ron. Sus pulgares parecían atraer su mirada mediante imanes—. Si lo sueltan. ¿Tendrías una…? ¿Querrías estar…?
—Sí —repitió Hermione. Ahora usando los brazos para abrazarse a sí misma—. Por mi parte, sí. Quiero estar con él. Pero no sé qué opinará él al respecto.
Ron elevó entonces la cabeza de golpe. Desconcertado.
—Acabas de decir que él también…
—Sé lo que siente —aclaró Hermione, sin alterarse. Tras vacilar un instante, avanzó unos pasos y se sentó también en el sofá. Sin pensarlo demasiado previamente—. Sé que me quiere. Pero no sé si está en posición de estar conmigo de verdad. Si lo absuelven, es posible que necesite el apoyo de los suyos para volver a tener una vida normal. Y quizá yo sea un obstáculo, no lo sé. Aunque quiera estar conmigo. Su mundo es… incluso más complicado que el mío.
Ron parpadeó, volviendo a bajar la mirada. Reflexionando, al parecer, sobre sus palabras. Hermione lo vio tragar saliva.
—¿De verdad te trata… te trata bien? —articuló entonces entre dientes. Cómo si no fuese algo que pudiese concebir. Y la tensión en los hombros de Hermione se redujo ante una pregunta así.
—Por supuesto que sí —aseguró, con voz suave—. Si no, no estaría con él, ¿no crees?
—Pero, ¿en serio os… lleváis bien? —insistió, con énfasis. Y él mismo pareció considerar que era una pregunta extraña, porque aclaró—: ¿De verdad podéis… hablar?
Hermione tuvo que contener la fugaz sonrisa que cruzó sus labios. A Ron no le pasó desapercibida.
—Sí, hemos hablado… muchísimo. Todo lo que hemos podido. Por supuesto, discutimos bastante. Creo que los dos tenemos bastante carácter —su pecho vibró en una sutil risa contenida. Casi nostálgica—. Opinamos distinto con frecuencia. Pero no es importante. No son discusiones reales. La realidad es que… nos entendemos de una forma que nunca hubiera esperado —finalizó, bajando la voz. Mirando al vacío.
Ron la contempló con fijeza, aunque ella no lo miraba. Pasados unos segundos apartó su azul mirada, cargada de impotencia, y la dejó fija en la nada, como ella.
—¿Cómo pudiste no decírnoslo?
Hermione sintió sus ojos llenarse de lágrimas y tuvo que cerrarlos un instante. No sonaba enfadado, no como cuando discutieron en el despacho de la profesora McGonagall, tras la batalla. Solo hundido. Al volver a mirarlo, la amargura que surcaba el rostro de su amigo la atravesó como una espada.
—¿Lo hubierais entendido?
Ron dejó escapar un resoplido por la nariz. Cerró los ojos y echó hacia atrás la cabeza, sobre el respaldo del sofá.
—Yo qué sé… —farfulló entonces. Sin fuerzas.
Ahora fue el turno de Hermione de bufar con impaciencia. Pero no cerró los ojos. Siguió mirando a su amigo. Su pijama era de manga corta, acorde a la extrañamente cálida temperatura de ese mes de febrero. Y, en sus pecosos y pálidos brazos, se apreciaban todavía las cicatrices con forma de verdugones que los cerebros con tentáculos del Departamento de Misterios le habían dejado. Una de sus tantas aventuras juntos. Solo habían tenido quince años en aquel entonces...
—Lo siento —susurró Hermione. Sin apenas mover los labios, pero de forma clara—. Lo siento de verdad. Y lo sabes. Pero el amor no se puede explicar. No se puede razonar. Y, una situación así, requería de una explicación. Al margen de los peligros de que nuestra relación se hiciese pública,… tenía miedo de perderos.
—¿Cómo ibas a perdernos…? —se desesperó Ron con un hilo de voz, enderezándose. La miró a los ojos, tragando saliva en grueso—. Éramos amigos. Éramos… como hermanos…
—Para mí seguís siéndolo —logró decir Hermione, por encima del nudo de su garganta.
—Yo… —susurró Ron, atragantándose. Necesitando tragar saliva otra vez—. Yo necesito… volver a confiar en ti. No te creía capaz de ocultarnos algo así. Necesito… —enmudeció, sin saber qué decir. Quizá sin saber lo que necesitaba.
—Está bien —aseguró Hermione, con solemnidad—. Lo entiendo. Es…
—Necesito que no te alejes nunca de nosotros —soltó de pronto Ron del tirón, cortándola, haciéndola enmudecer ante la firmeza de sus palabras. Sus ojos centelleaban—. No puedo… No quiero perderte. Que Malfoy pueda alejarte de nosotros... Me hierve la sangre solo de pensarlo.
—No lo hará —afirmó Hermione con decisión, frunciendo el ceño. Girándose más hacia él, todavía sentada a su lado—. Nunca. Draco no me alejará de vosotros, no pretende hacerlo…
El chico cerró los ojos, visiblemente avergonzado por su propia petición, pero también luciendo más libre por haberlo dicho por fin.
—Si te hace algo… —murmuró Ron entonces, apretando los párpados cerrados. Frustrado, al parecer, con lo que pasaba por su mente—. Si le indultan, si estáis… Y se le ocurre hacerte el más mínimo daño, yo… No respondo, Hermione, te juro que lo mataré...
—No lo hará. Y sé que lo harás —aseguró Hermione, más suave, alargando una mano y colocándola en la rodilla de su amigo. Éste abrió los ojos, y miró su contacto. Sin moverse. Sin decir nada más.
Pero estaba a su lado. Volvía a estar de su lado. La quería, y por eso estaban ahí. Quizá la quería demasiado.
"Por… por si acaso…"
—Ron, yo… —farfulló entonces, de forma más urgente. Necesitaba… Necesitaba decirle…
Si solo lo hubiera sabido… Le hubiera contado lo suyo con Draco mucho antes. Solo por eso, lo hubiera hecho. Nunca le hubiera dado esperanzas de ningún tipo. No por tanto tiempo. Ni siquiera sabía cuánto, pero, mirando en retrospectiva, casi podía imaginarlo. Las señales habían estado ahí. O eso creía. Pero no había sabido verlas. Y nunca le hubiera hecho tanto daño de forma consciente…
—Ya sé por dónde vas —la interrumpió Ron, con tono apresurado. Apartando la mirada—. Y no… no, por favor. No digas… no digas nada, ¿vale?
Su ruego hizo enmudecer a Hermione. Y también que apoyase su mano en la que ella todavía tenía sobre su rodilla. Hermione obedeció más a la súplica muda que vio en sus ojos que a sus palabras. Y sentir su piel de nuevo contra la suya, casi envió un escalofrío a sus extremidades. Estaba ahí. Estaba a su lado.
—Solo… no me pidas que acepte a Malfoy como un amigo, ni como… nada. No quiero tener nada que ver con ese tipo —farfulló entonces Ron. Las aletas de su nariz se expandieron, mientras su rostro esbozaba una expresión de desagrado—. No entiendo qué has visto en esa inmunda… en fin, y… no pretendo entenderlo. Lo único que quiero es que sigas con nosotros. Pero si te hace algo… —repitió, volviendo a encenderse solo con sus pensamientos. Cerró los ojos y crispó los dedos sobre la mano de la chica—. No respondo, Hermione, te juro que no…
—Lo sé —susurró Hermione, interrumpiéndolo—. De verdad. Está bien. Jamás te pediría más que eso. Y no me vas a perder jamás. Eres… —los ojos de la chica se empañaron y la sensación le arrancó un jadeo—. Eres mi mejor amigo. Te quiero, Ron, de verdad…
Se arrastró por el sofá, quedando más cerca, para rodearle el cuello con los brazos de forma precipitada. Ron pareció quedarse paralizado al sentirla abrazarlo. Y pasaron varios segundos hasta que Hermione sintió que le daba unas torpes palmaditas entre los omoplatos.
Unos nuevos pasos apresurados les hicieron saber que llegaba alguien más, y fue la señal para que Ron y Hermione se separaran de nuevo. Viendo llegar a una alterada Ginny.
—¡Estás aquí! —fue el saludo de la joven, tras entrar corriendo en la concurrida sala de estar. Su camisón volando tras ella mientras atravesaba el lugar—. ¡Creo que ya viene! He visto a Hermes por la ventana…
El corazón de Hermione se saltó un latido.
—No… —balbuceó, sin pensar, enderezándose en el sofá y apoyando una mano en el asiento como si fuera a ponerse en pie. Pero sin poder hacerlo. Su corazón ensordeciéndola.
Llevaba ocho meses, desde el final de la guerra, muriéndose por poner fin a todo aquello. Necesitando saber qué sucedería. Cuál sería su futuro. Y, ahora que el momento había llegado, no se sentía capaz de soportar la respuesta.
No podía perderlo para siempre. No podía.
Se volvieron a escuchar pasos fuera. Y Harry apareció por la puerta. Estaba igualmente despeinado, y sus ojos aún estaban entrecerrados tras sus redondas gafas.
—Hola… —saludó, con prudencia, frunciendo el ceño. Escrutando la escena—. ¿Va todo bien? He escuchado a alguien bajar…
—Era yo. He visto que ya viene Hermes —respondió Ginny, sin aliento. Se había acercado por su cuenta a la ventana, estirándose por encima del aparatoso mueble que había delante, para abrirla de par en par. A tiempo de dejar entrar dos flechas grises. Una de ellas, Errol, indiscutiblemente, calculó mal y aterrizó en el suelo, trastabillando. Traía El Quisquilloso sujeto a una de sus patas. La otra lechuza, Hermes, propiedad de Percy, realizó un elegante giro por toda la habitación y dejó caer un sobre rojo sobre la alfombra. Después, se alejó volando y salió por la ventana, quedando oculta por la oscuridad.
—¿Qué trae Errol a estas horas? —farfulló Ron, confuso.
—El Quisquilloso se reparte por la noche —informó Ginny, brevemente, en voz baja—. El padre de Luna creía que era la mejor hora. Que la gente podía leerlo antes de acostarse. Y Luna sigue haciéndolo en su memoria.
Pero no dijo nada más, pasando a contemplar a Harry. El cual se había agachado para coger el sobre rojo que Hermes había dejado caer. Lo escrutó un instante en sus manos.
—¿Es la sentencia de Malfoy? —cuestionó, en voz baja, mirando a Ginny. Ésta asintió con la cabeza. Con gravedad.
—Debería serlo.
Harry parecía haber perdido gran parte de su actitud reservada ante la situación, dado que incluso Ginny declaró finalmente en el juicio a favor de Draco Malfoy. Hermione y él no habían hablado del tema directamente. No habían hablado de Draco desde los juicios. Pero la relación entre ambos había vuelto a ser, prácticamente, la que había sido siempre. Podían hablar de cualquier cosa con normalidad, salvo de Draco Malfoy.
El chico miró el sobre un instante más y después se giró, tendiéndoselo a Hermione. En medio de un denso silencio. La chica boqueó.
—No puedo —murmuró, sin aliento, sacudiendo la cabeza. Ni siquiera podía cogerlo. Se cubrió la boca y la nariz con ambas manos—. Leedlo vosotros, por favor, no puedo…
—Es un vociferador —replicó Ginny, en voz baja. Todavía situada junto a la ventana—. Es cuestión de minutos…
Ron estaba sentado muy tieso, mirando fijamente la alfombra raída. A Hermione le pareció que ni siquiera respiraba.
La chica tembló al coger aire. Miró el sobre, en manos de Harry, que había empezado a humear en las esquinas. Con una mano inestable, lo tomó y despegó la solapa.
Y la agitada voz de Percy Weasley resonó en la estancia de forma estridente. Aunque, por fortuna, estaba susurrando. Si no, estaban seguros de que incluso los Fawcett escucharían el veredicto.
—… TE MANDO UN VOCIFERADOR PORQUE NO QUIERO QUE QUEDE CONSTANCIA NI PRUEBA ALGUNA DE ESTO, O MI CARRERA HABRÁ TERMINADO. ESTOY RELLENANDO LAS ACTAS. DRACO MALFOY Y THEODORE NOTT CONDENADOS. ES TODO LO QUE SÉ HASTA EL MOMENTO. EL PROCESO CONTINÚA. DADME UNOS MINUTOS.
Su voz, incluso a pesar de no sonar tan fuerte como había sonado la de Molly Weasley en el Gran Comedor, hacía tantos años, tuvo el mismo efecto que un cañonazo. Porque Hermione sintió un instantáneo pitido en los oídos. Arrebatándole la audición.
Sus ojos se secaron y desenfocaron. Fijos en la alfombra. La gravedad de la habitación se descolocó. Su cabeza flotaba en medio de la nada de pronto.
Había sucedido. Realmente había sucedido.
Condenados.
Condenados.
Condenados.
¿A qué? ¿A prisión? ¿Al Beso del Dementor?
Habían sido condenados.
Hermione se sintió entonces enfadar. De forma mecánica. Consigo misma. Había albergado unas pueriles e ingenuas esperanzas, a pesar de que todo indicaba lo contrario, de que al final todo saldría bien. Esperanzas de que, finalmente, lograrían ser felices. Se habían esforzado. Lo habían intentado. Tanto, que… que todo tenía que acabar bien. Pero la realidad era muy diferente. La realidad era contundente. La realidad no entendía de esfuerzos.
No era su destino. Siempre lo habían sabido. No podían tener tantas cosas en contra y terminar juntos. No había lugar para algo así en esa realidad. Y no había pelea posible que fuese capaz de cambiar el mundo. No podían cambiarlo todo.
Había sido una ingenua. Ilusa. Y, ahora, lo había perdido para siempre. Nunca podrían estar juntos. Nunca compartirían una casa, su casa. Nunca se despertaría a su lado en una cama con sábanas limpias. Nunca pasearían juntos. Nunca se casarían. Nunca verían cómo el paso de los años los iba cambiando, cómo envejecían…
Contárselo a Harry y Ron siempre le había parecido el punto de inflexión; la barrera que, si superaban, no habría nada más que les impidiese estar juntos. Al menos por su parte, pues sabía que la situación de Draco era más complicada. Pero, ahora, nada de eso tenía sentido. Harry y Ron lo sabían, y todo seguía estando prohibido.
A Draco le aguardaba un destino incierto. Quizá cadena perpetua, en la cárcel de Azkaban. Quizá cadena perpetua, en su propio cuerpo, con el Beso del Dementor.
De lo que no había duda ninguna, era que lo había perdido para siempre.
El sobre rojo se había convertido en cenizas humeantes sobre la alfombra. A los pies de Hermione. El sonido del viento que se colaba por la ventana abierta era lo único que rompía el denso silencio. Errol, a los pies de Harry, le picoteó la zapatilla para que cogiese la revista que llevaba en la pata. El chico no lo hizo.
Ron dejó escapar un hondo suspiro. Incontenible. Cargado de un alivio imposible de disimular.
—Mierda… —escuchó Hermione que alguien susurraba. Vio movimiento junto a la ventana. Ginny—. Lo siento. Lo siento, Hermione…
La joven pelirroja se acercó a su amiga y se sentó en el reposabrazos del sofá, a su lado. Colocando una mano en su espalda.
Harry, de pie ante ellas, se rascó el cabello de la nuca. E intercambió una mirada con Ginny. Para después emitir un suspiro contenido. Metiendo las manos en los bolsillos.
—¿Estás bien? —preguntó, con suavidad. Mirando a Hermione.
Ésta, con la vista fija en la alfombra, y sin sentir la mano que Ginny le había colocado en la espalda, negó con la cabeza. De forma apenas perceptible.
Ginny dejó su espalda y le rodeó los hombros con el brazo. Apretándola ligeramente.
—Quizá aún se pueda hacer algo —conjeturó, con énfasis—. Quizá no sea definitivo. Quizá sea revisable. Habrá alguna… apelación de algún tipo…
Hermione volvió a negar con la cabeza. No podía hablar. No quería pensar. No quería pelear más. Quería que todo parase. Que se detuviese ahí. Sin ir más allá. No quería saber nada más…
Las lágrimas no caían de sus ojos. Y se habían convertido en un nudo apretado tras sus cuerdas vocales. Dificultándole la respiración.
—Tiene razón… —murmuró entonces Harry—. Quizá se pueda hacer algo. Seguro que hay…
Pero enmudeció cuando Hermione se tapó la cara con las manos. Todo su cuerpo estremeciéndose en un gemido. Ginny la abrazó al instante con más fuerza. Y miró a Harry, impotente. Ron se enderezó ligeramente. Como si pretendiese acercarse a Hermione, pero sin hacerlo. Sin saber qué decir. Sin intentar tocarla. Solo mirándola. Con fijeza.
—No p-pueden darle el Beso —gimió Hermione contra sus manos. Entre desesperadas inhalaciones—. No pueden… No pueden, p-por favor…
Ginny se dejó caer de rodillas ante ella, intentando abrazarla así un poco mejor.
—Seguro que el castigo es la prisión, Hermione —susurró, acercándose un poco más a su cabeza gacha. Acariciándole el espeso cabello—. No será el Beso. Habrán sido condenados a prisión… —miró a Harry de nuevo. Suplicando por ayuda. Éste, en cambio, apartó la mirada. Incómodo.
—Es… plausible que sea el Beso —murmuró. Ginny abrió mucho los ojos, fulminándolo con una mirada encendida. Pero el chico añadió, con más firmeza, casi a la defensiva—: Condenaron a Sirius al Beso del Dementor, por haberse escapado de Azkaban, y por haber matado a Peter Pettigrew y otras doce personas. Muggles. Malfoy… en esta guerra habrá matado a muchas más. Y habrá hecho cosas peores.
Ginny se mordió el labio con fuerza. Apartando la mirada con brusquedad. Y volviendo a acariciar el cabello de Hermione. Harry bajó la mirada, con los labios apretados. Mirando de reojo su propia mano. El dorso de ésta. La cicatriz blanquecina, vieja ya, que desfiguraba su piel. No debo decir mentiras.
—Todavía no lo sabemos con seguridad, Hermione —insistió Ginny, con seriedad—. Por favor, tranquilízate. Espera a ver qué dice Percy. No te preocupes por anticipado. Ha dicho que volverá a comunicarse…
Hermione negó con la cabeza, sollozando con más fuerza contra sus manos. Su cuerpo peleando por respirar para seguir con vida. Sin alivio alguno.
—¿Qué más puede decir? —gimió, con voz ahogada. Todavía contra sus manos—. ¿Qué más da…?
Volvió a hacerse el silencio. Ginny se humedeció los labios resecos. Accediendo a no intentar consolarla con ideas optimistas e ilusorias. Su mano subió y bajó por el cabello de su amiga. Intentando reconfortarla.
—Yo también creía que los iban a indultar, Hermione —susurró entonces, con voz ronca—. Pero estamos aquí, ¿vale? —añadió, en voz incluso más baja—. Estamos contigo…
—Parad esto —imploró Hermione, deslizando sus dedos por su frente hasta enterrarlos en las raíces de su cabello. Tirando de ellas—. P-paradlo, por favor. No lo soporto…
Un suave ulular invadió entonces la habitación, en respuesta. Hermione, batallando por respirar, no levantó la vista. Errol, seguramente. Ninguno había pagado los cinco knuts correspondientes a El Quisquilloso, y no podía irse sin ellos.
Pero la voz de Ginny volvió a romper entonces el silencio. Y sus caricias en la piel de Hermione se hicieron más distraídas.
—¿Y esta lechuza…?
Hermione se separó de las palmas de sus manos. Tuvo que parpadear para despejar la vista. Una lechuza parda salía en ese momento por la ventana abierta, dejando tras de sí otro sobre rojo. Y también un pequeño pergamino enrollado. Harry, de nuevo, fue quien cogió ambas cosas.
—Tiene que ser de Percy —opinó, mirando el sobre rojo en su mano—. La lechuza será del Ministerio…
—No habrá querido esperar a que Hermes vuelva… —supuso Ginny, con el ceño fruncido de preocupación.
—O quizá lo ha hecho para que resulte menos sospechoso —rebatió Harry, arqueando ambas cejas—. Para que no vean a la misma lechuza entrar y salir del Ministerio tantas veces…
Harry, esta vez sin pedir permiso a Hermione, ni ofrecérsela siquiera, abrió la solapa cerrada del sobre. Y la voz de Percy volvió a ensordecerlos:
—… ACTUALIZACIÓN. ACTA DEFINITIVA Y SELLADA. OS ENVÍO UN BORRADOR. DRACO MALFOY CONDENADO A DOSCIENTOS SETENTA DÍAS DE PRISIÓN. NOTT EN REVISIÓN. VOLVERÉ A ESCRIBIR.
Las palabras permanecieron flotando entre ellos. Muchos segundos. Y la habitación fluctuó entera. Como aire caliente sobre una carretera. A ojos de Hermione, lo hizo.
¿Doscientos setenta días?
—Espera un momento —saltó Ron entonces. Abriendo la boca por primera vez en mucho rato. Incorporándose con rapidez—. ¿He oído…? ¿Días? ¿Cómo que días? Ha dicho días…
—Doscientos setenta días —repitió Ginny. Con voz pausada. Estupefacta—. C-creo… ¿no? ¿Ha dicho eso?
—Ha dicho que ha mandado el acta —farfulló Harry. También con voz queda.
—El… el otro documento —indicó Ginny, impaciente. Señalando el pergamino enrollado que Harry tenía en la otra mano. Éste lo miró como si no estuviera seguro de cómo funcionaba. Pero terminó desplegándolo, con manos cautelosas. Con más miedo del que había abierto el vociferador. Solo tardó unos segundos en escudriñar lo que parecía un gran bloque de texto.
—Doscientos setenta días de prisión en Azkaban —repitió, con voz de ultratumba. Ginny dejó escapar un jadeo fascinado con la boca muy abierta. Apretando los hombros de Hermione con los dedos.
—¿Doscientos días? —tartamudeó Ron, con brusquedad—. ¿Pero esos no son…? —enmudeció. Como si estuviera calculándolo.
—Nueve meses —determinó Hermione de forma automática. Con voz. Con decisión. Y Ginny dejó escapar una carcajada.
—Meses —rio de nuevo, incrédula, sacudiendo la cabeza—. Oh, por Merlín, eso no es nada. Enseguida estará libre —una sonrisa iluminaba su rostro mientras buscaba la mirada de su amiga—. Hermione, lo has conseguido.
Ésta solo pudo abrir y cerrar la boca. Volvía a tener problemas para respirar. No podía pensar. No podía reaccionar. Sintió cómo los ojos se le empañaban por su cuenta, al tiempo que comenzaba a ver borrosos a sus amigos.
—¿Libre? —balbuceó, con una voz que sonaba extraña incluso a oídos de ella. No podía sonreír. No podía creerlo.
Harry tomó y expulsó aire sonoramente para liberarse de la tensión acumulada, relajando los hombros. Se esforzó en estirar las comisuras de sus labios en un amago de sonrisa.
—Nueve meses no es nada —corroboró, elevando y descendiendo un hombro. Resignado. La mirada que les dirigió a Ginny y a Ron fue lúgubre, pero intentó que Hermione no lo apreciase—. Pasará volando. Y… estarás con él.
Ron cerró los ojos, con las mandíbulas apretadas, y bajó la cabeza. Frotándose los párpados. Peleando por respirar de forma lenta. Sin decir nada.
—Otra lechuza —saltó entonces Ginny, enderezándose de nuevo.
En efecto, un tercer ejemplar, una blanca esta vez, se había colado por la ventana, descrito un rápido círculo que le permitió dejar caer un tercer vociferador, y un segundo rollo de pergamino, para volver a abandonar la casa. Esta vez fue Ginny la que se levantó del suelo y cogió el sobre rojo, abriéndolo con celeridad.
—…THEODORE NOTT HA SIDO CONDENADO A CUATROCIENTOS VEINTICINCO DÍAS DE PRISIÓN. ADJUNTO BORRADOR DE ACTA, SIN FIRMAR. MAÑANA IRÉ A DESAYUNAR. AVISAD A MAMÁ, POR FAVOR. UN CORDIAL SALUDO.
—"Un cordial saludo"… —repitió Ginny, con burla, en cuanto la voz de su hermano se apagó—. Que somos hermanos, Percy, por las barbas de Merlín… —suspiró, mientras veía cómo el vociferador caía a la alfombra, convertido en cenizas—. Nott prisión también. Igual que Malfoy. —Antes de que hubiera caído la última ascua, desplegó el pergamino enrollado, lanzándose a leerlo en silencio.
—Algo más que él —comentó Harry de forma lánguida, metiendo los pulgares en los bolsillos del pijama—. ¿Doce…?
—Catorce meses —calculó Hermione de nuevo, con voz entrecortada. Respirando con la boca abierta. Con una mano en el pecho.
—La pena de Malfoy debería ser mayor que la de Nott —protestó entonces Ron. Con el ceño fruncido. Y expresión casi defensiva—. Él era Sargento Negro.
—Intuyo que Malfoy tuvo a más gente que lo defendiese en los juicios —conjeturó Harry, encogiéndose de hombros con incertidumbre—. Y eso ha rebajado su condena significativamente… Es la única explicación.
—En realidad, era General de las Sombras —confesó entonces Hermione, con voz queda. Casi ida—. Pero creo que nadie lo sabe. Y nunca llegó a ejercer como tal. Su primera vez como General iba a ser durante la última batalla, y no hizo nada al respecto. Solo me buscó a mí, y a Nott, y a su familia.
Harry arqueó ambas cejas. Sin saber qué decir. Y sintiendo, para su propia resignación, que ya nada podía sorprenderlo. Ron echó la cabeza hacia atrás hasta apoyar la nuca en el sofá, y miró al techo. Sin comentar nada.
—Draco Malfoy sin aprovecharse de un cargo de poder —gruñó Ginny, poniendo voz a los pensamientos de todos, levantando la vista del pergamino—. Ya puedo morirme tranquila. Lo he visto todo —se rio de su propia broma y clavó sus ojos en Hermione. Esbozando una sonrisa—. ¿Estás contenta?
Hermione la miró a los ojos. ¿Contenta? No. No estaba contenta. No estaba de ninguna manera. Estaba vacía. Porque no se lo creía. No creía que de verdad todo había acabado. Lo único que se permitía sentir era miedo. Alerta. Adrenalina. No se atrevió a sentir ni una pizca de felicidad, por miedo a que eso desencadenase una nueva desventura. Una nueva separación. Cualquier cosa.
Su amiga seguía mirándola, e intuyó que esperaba una respuesta.
—Creo que… sí —logró enunciar, porque suponía que tenía que decir eso. Y de pronto sintió que llevaba demasiado tiempo sentada en ese sofá. Pero las piernas no le respondían.
Ginny tenía en la mano el pergamino con el indulto de Nott. Harry tenía en la suya el de Draco.
Era real. Estaba pasando.
Estaba contenta. Estaba contenta.
Podía estarlo. Era definitivo.
Draco iba a ser liberado. Nueve meses en prisión, nueve terribles meses, y sería libre. Sería libre.
Necesitaba escribir a Samantha de inmediato para contárselo. Y para pedirle que le escribiese cuanto antes, en cuanto supiera el veredicto de Narcisa Malfoy. No había querido abusar de la amabilidad de Percy.
Sus labios se estiraron en una sonrisa. Que se apresuró a cubrir con una mano. Y un sollozo escapó de su garganta. En forma de risa.
—Nueve meses —fue lo único que logró decir. Sin dejar de sonreír. Ginny apretó los labios en una sonrisa.
—Quizá incluso puedas ir a verle a Azkaban —comentó, esforzándose por sonar cordial. Volvió a ojear el pergamino en busca de una posible letra pequeña—. No pone nada, pero todo es informarse. Quizá las visitas estén permitidas. Aquí pone exactamente por qué los condenan a ese número concreto de días. Pone en qué se basan, pero son todo leyes, y la verdad es que es muy técnico, no entiendo nada. Solo entiendo que se suman a los meses que ya ha pasado en la cárcel hasta la sentencia. Con lo cual, en total, estará más de un año ahí dentro. Podemos preguntarle a Percy por la mañana…
Hermione no lo vio, pero, mientras observaba cómo Ginny parloteaba, Ron giró la cabeza en su dirección. Para mirarla de forma discreta. Y vio la alegría de sus ojos, la emoción en las lágrimas que los empañaban. El temblor de su pecho mientras peleaba por respirar, sollozar y reír al mismo tiempo.
Harry abrió la boca para decir algo al respecto de las visitas a Azkaban, pero se interrumpió cuando vio a Ron incorporarse de forma brusca. Atrayendo las miradas de todos. Y todos supieron que no iba a decir nada al respecto de lo que estaban hablando.
—Vale, veamos, tenemos que dejar claras varias cosas desde ya —sentenció el joven pelirrojo, con voz clara. Casi en una advertencia—. Dado que no ha habido suerte, y no nos libramos de… de ese, vamos a establecer algunas normas básicas. Primero, ese impresentable no pisará esta casa. Bajo ningún concepto. Y no me hago responsable de las maldiciones que lance en su dirección si me provoca de cualquier manera… Que estéis juntos no le dará inmunidad de ningún tipo —señaló a Hermione con un dedo acusador. Pero no la miró a los ojos.
La chica solo pudo parpadear, con expresión asombrada. Pillada por sorpresa. Sin saber qué decir en un primer momento. Sin saber si debería protestar o no. Harry, por su parte, arqueó ambas cejas. Y una paciente sonrisa se hizo presente en su rostro.
—Venga, Ron, dale un respiro —protestó, cruzándose de brazos—. No la machaques así. Y no te adelantes —suspiró, reflexivo—. Ya iremos viendo cómo llevamos la situación. Hasta qué punto podemos estar todos juntos en una misma habitación…
—No podemos —aseguró Ron, rotundo.
—Por mi parte, todo depende de la actitud de Malfoy —aportó Ginny, volviendo a enrollar el pergamino y encogiéndose de hombros mientras lo hacía. Ron resopló estruendosamente.
—¿Qué actitud? Sabemos cómo es su actitud. ¡Como si ahora de repente fuese a volverse un Puffskein…! Seguirá tan insoportable y presumido como siempre. Ni siquiera Azkaban podrá bajarle esos humos… No pienso aguantar ni una sola palabra que provenga de ese tipo. Mientras no tengamos que dirigirnos la palabra, todo irá bien —enfatizó, agitando ambas manos. Y sin mirar a nadie a los ojos.
Harry se rascó la nuca con incomodidad. Casi pesadez.
—Estoy de acuerdo en que vamos a tener que establecer normas de comunicación, por si nos vemos obligados a vernos en algún momento. Para que todos sobrevivamos, básicamente —consiguió bromear, sin poder evitarlo—. Empezaría proponiendo que los duelos con varitas no estén permitidos...
Ginny rio entre dientes ante eso. Y pareció que el aire en la habitación se volvía menos denso. A Hermione le pareció que los colores habían regresado. Aunque apenas les escuchaba. Todo era irreal. No estaba viviendo la realidad. La realidad nunca insinuó que podría ser así.
Draco iba a ser liberado. Nueve meses más en Azkaban, y sería libre. Estarían juntos. Podrían estar juntos. Tenían esa opción. Sus amigos lo sabían, y seguían allí. Estaban esforzándose por encontrar una vía para convivir todos juntos. Formas de sobrellevar su larga enemistad. La palabra amistad ni siquiera se barajaba, pero era algo previsible. No les agradaba la situación, seguían en contra, pero la respetaban. Estaban ahí.
Estaban con ella.
—¿Saltasteis? —repitió Narcisa, con voz queda, desde el otro lado de la pared—. ¿Saltasteis desde la torre?
Draco no la veía, pero podía imaginarse con claridad el rostro de su madre. Pálido e impresionado.
Se encontraba sentado, con la espalda apoyada en la húmeda pared de piedra, y las piernas estiradas. Mirando al frente. El rostro ladeado, casi caído a un lado, empujado por el peso del cansancio. Pero sus ojos grises brillaban en la penumbra de su celda, despiertos y vivos. La sucia túnica a rayas que le habían dado el primer día que llegó allí, no era, ni de lejos, suficiente para soportar el frío del lugar. El frío que los Dementores aportaban a Azkaban. El Ministerio había vuelto a ofrecerles, al parecer, una oferta que les interesaba, dado que volvieron a ser parte de los carceleros del lugar.
Su aliento se convertía en vaho al salir de su boca, durante gran parte del tiempo que estaba despierto, y casi se había acostumbrado a ello. A lo que no se acostumbraba era a la perpetua sensación de desolación. A la falta de fuerzas. A las náuseas y el dolor de estómago por la falta de una alimentación en condiciones. A la continua sensación de que no había luz en el mundo, que todo era sufrimiento y oscuridad. Tinieblas y confusión. Su mente llena de sus más oscuros recuerdos, que le corroían las fuerzas, día a día.
Y acababa de vivir, y sobrevivir, a una guerra. Tenía veintiún años, pero sus más oscuros recuerdos no eran, en absoluto, pueriles situaciones adolescentes.
La única luz de su vida era su madre. Encerrada en la celda contigua, el único gesto de misericordia que habían tenido con ellos. Solo iban a ser nueve meses más. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado ya desde que le dieron la noticia de que saldría de allí. El tiempo en aquel lugar no existía. Las horas no tenían sentido. Las estaciones no se diferenciaban unas de otras. Siempre era de noche. Siempre hacía frío, como un perpetuo invierno. Dormía cuando tenía sueño, sin saber durante cuánto tiempo lo hacía. Sin llegar a descansar nunca.
Pero su estancia allí tenía los días contados, contra todo pronóstico. Y después él sería libre.
Pero su madre no.
Su madre había sido condenada a cadena perpetua.
Draco discutió a voces con la persona sin rostro que les dio la noticia, exigiendo hablar con quien hubiese tomado esa decisión, mientras su madre, desde la celda de al lado, le susurraba que guardase silencio, que todo estaba bien. Los gritos de Draco alteraron a los prisioneros de la zona que se encontraban en peor estado mental, convirtiendo el lugar en una locura de aullidos, gritos y lamentos.
Finalmente, tuvieron que hacer llamar a un Dementor que controlase al muchacho, obligándolo a dejar de gritar al llenarlo de una desolación tal que cayó derrotado al suelo, mudo, temblando de pies a cabeza.
La noticia instauró un nuevo miedo que se envolvió alrededor de su corazón. El momento irremediable en el que se separaría de su madre por completo. Estarían juntos mientras estuviesen en aquel horrible lugar. Al menos, celda con celda. E, irónicamente, por primera vez en mucho, mucho tiempo, estaba disfrutando de su compañía. Por primera vez, una compañía sin vigilancia, sin miedo. Sin la perenne presencia del Señor Oscuro. Sin una constante amenaza de muerte.
—Sí —corroboró Draco, mirando la pared opuesta de la celda. Sesenta y dos. Había sesenta y dos piedras en esa pared. Las había contado decenas de veces—. Teníamos que hacerlo. No había otra salida. La torre estaba en llamas, y se vendría abajo en cualquier momento. Y tía Bellatrix no nos dejaría salir con vida a ninguno de los dos…
Habían hablado de muchas cosas durante el tiempo que llevaban allí encerrados. Pero, curiosamente, los detalles de la última batalla no había sido una de ellas. Draco no estaba seguro de cómo iba a reaccionar su madre al enterarse de la forma de morir de su hermana. Pero lo que la mujer parecía experimentar no era otra cosa que amargura.
—Pero, ¿cómo…?
—Granger creó un Depulso que nos lanzó al centro del lago. Y después generó un Encantamiento Ralentizador para cada uno. Para que la caída fuese tolerable. Y lo fue. Sobrevivimos.
Silencio al otro lado de la pared. Draco no se movió.
—Increíble —escuchó susurrar a su madre.
—Lo es —murmuró él—. Imaginé que no había podido sobrevivir, pero no estuve seguro de qué había sucedido con tía Bellatrix hasta que tú preguntaste por ella en aquella aula de Hogwarts, donde nos encerraron antes de venir aquí…
—Ojalá me hubieran dejado ver su cuerpo —susurró Narcisa, tan bajo que a Draco le costó entenderla. Y apreció que su voz sonaba algo más estrangulada. El chico negó con la cabeza, para sí mismo.
—No. Mejor así. No hubiera estado en condiciones de que lo vieses. Los cuerpos calcinados son espeluznantes —sentenció su hijo, con tono neutro. Templado. No iba a alterarse por hablar de cadáveres. Había visto cientos durante la guerra. Ya no podían impresionarlo. Ni tampoco que se tratase del de su tía. Mujer que había intentado asesinarlos, a él, y a la persona que quería. No podía sentir ni una pizca de misericordia en su interior por ella.
Sintió a su madre respirar entrecortadamente al otro lado de la pared. A ella sí le afectaban esas cosas. Y, seguramente, más aún tratándose de su hermana. Narcisa no había vivido tantos horrores en primera persona a lo largo de esos años. Ella no había estado luchando en el campo de batalla. Ella no había matado a nadie.
Y, sin embargo, la habían condenado a cadena perpetua.
—Intentó matarte —susurró entonces Narcisa, con voz tomada. Draco frunció el ceño ligeramente. Sin saber muy bien qué iba a escuchar a continuación—. Sabía que era… sabía que era una mujer peligrosa. Pero nunca creí… No quise verlo… Su propio sobrino...
—Soy un traidor a la sangre —especificó Draco, entre dientes. Con serenidad—. Y estaba en compañía de una sangre sucia. Realmente no puedo decir que me sorprendiese. Fue… Se comportó tal y como era. Fiel a sus creencias.
—Eras su familia —protestó Narcisa, incrédula. Elevando ligeramente la voz—. Nunca creí que fuese capaz de hacerte daño. A intentar matarte, por amor a Merlín —Draco la escuchó resoplar débilmente—. Pero de qué me escandalizo… —dijo entonces, casi para sí misma—. Ser familia nunca ha justificado perdonar el codearse con sangre sucias. Yo hice lo mismo hace más de veinticinco años. Yo también aparté a Andrómeda de mi vida por el mismo motivo… Soy igual que Bella.
—No intentaste matar a tu hermana —la defendió Draco de sí misma, frunciendo el ceño—. No es lo mismo.
—Como si lo hubiera hecho. Fingí que había muerto, la aparté de mi vida por completo —la escuchó decir, en un susurro. Y la escuchó suspirar, con tenue desesperación—. Nunca llegué a hablar de verdad con Andrómeda. A preguntarle cómo había podido sentirse así por un muggle. Qué había visto en él. Simplemente me negué a entender que estuviera enamorada. Que se hubiera enamorado de un… hombre así. —Guardó silencio. Y Draco creyó saber lo que iba a decir a continuación—. ¿Puedo preguntártelo a ti? —inquirió, en efecto, casi sin voz.
Draco cerró los ojos. Se hubiera reído, si recordase cómo se hacía algo así.
—Ya te lo he contado todo.
—Sí, pero… —su madre respiró hondo. Y Draco la notó nerviosa. Había aprendido a descubrir cada estado de ánimo de su madre solo por las fluctuaciones de su voz. No la había visto desde que estaban allí encerrados. Solo la oía—. Supongo que… me cuesta entender. Qué… qué sientes. Qué puedes sentir por ella. Cómo has podido… cambiar hasta el punto de querer acercarte a ellos.
—No lo sé —confesó Draco. Intentando poner voz a sus recuerdos. Asegurándose, con sus últimas fuerzas, de estar midiendo sus palabras—. Era como si… todo simplemente viniese. Nunca había perdido el control en mí mismo de esa manera. Siempre lo había tenido todo claro, todo había sido fácil, y, de repente… —resopló, abriendo los ojos otra vez—. Se sentía… bien. Se suponía que no podía sentirse así, pero lo hacía, madre. Y no te haces idea de cuánto me costó aceptarlo. Pero estaba bien cuando estaba con ella. Y me parecía… incongruente renunciar a algo que me hacía sentir bien.
Maldita sea, cuánto la echaba de menos…
—¿Se sentía bien? —repitió su madre. Y sonó casi angustiada. Definitivamente escéptica—. Draco, por Merlín, ella es…
—Muggle —interrumpió el chico. Estoico—. Sí. Lo es. Y también la bruja más capaz que he conocido nunca. Y, ¿sabes qué, madre? —Draco sintió ganas de reír ante lo que pasaba por su cabeza. Diablos, sí que había cambiado—. Creo que seguiría queriendo estar con ella aunque no tuviese ni una sola gota de magia en su interior. Aunque no fuese capaz de hacer ni un solo encantamiento. Ella es mucho más que la magia que posee.
—Draco, por Circe, no digas cosas semejantes… —se escandalizó su madre, casi sin voz. Draco la escuchó pelear por respirar. Y sintió su propio corazón atenazarse. Le estaba haciendo daño. Le estaba haciendo mucho daño con su sinceridad—. No creo que pueda… —logró añadir precipitadamente, tras varios segundos. La voz le temblaba.
—Lo sé —aseguró Draco. Se llevó la mano izquierda a los ojos y se los frotó—. Sé que no lo entiendes. Sé que te decepciona. Sé que, probablemente, me repudies desde que te lo conté. Lo entiendo. Pero tenía que decírtelo… Ella también se lo ha contado a los suyos. Hemos creído que… ahora era el momento.
—No pienses ni por un instante que podría repudiarte, por todos los cielos… —se escandalizó Narcisa en un susurro. Y Draco enderezó la cabeza ante eso. ¿Cómo que no?—. No estoy decepcionada de ti. Ni te culpo. Estoy decepcionada de mí misma, hijo. He… No he sido la madre que merecías. No he hecho las cosas bien si has terminado enamorándote de…
—Eso no es cierto —soltó Draco. Y, al elevar la voz, ésta se entrecortó—. Esto no tiene nada que ver con…
—Dices haberte enamorado de una muggle, Draco —insistió Narcisa, con voz suplicante—. Y si eso no ha sido a causa de una pésima educación por mi parte…
—Sí —espetó él, interrumpiéndola—. Lo he hecho. Y la realidad es que… ahora que he hecho esto, creo que ha sido lo único bueno que he hecho en toda mi vida. Y, aunque tú no lo estés, yo estoy orgulloso de mí mismo —consiguió mover los helados dedos lo suficiente como para cerrar la mano izquierda en un doloroso puño—. Es la primera vez en mi vida que lo estoy. Que sé, sin que nadie me lo diga, que he hecho lo correcto.
Narcisa guardó silencio. Draco no se atrevió a volver a hablar. Nunca había creído que finalmente les hablaría a sus padres, ni a nadie, de su relación con Granger, de modo que nunca había pensado en las palabras exactas. Aun así, le había contado todo lo sucedido en su último año de colegio; todo lo relevante, al menos. No fue capaz de hablar con claridad de sus sentimientos, de sus dudas, ni de sus temores, pero lo intentó. Fue improvisando a medida que el relato avanzaba, sin fuerzas para sentirse exigente al respecto. No tenía fuerzas de ningún tipo.
—Te ha sacado de aquí —escuchó entonces que decía su madre. Con frialdad. Draco parpadeó un par de veces. Sin esperarse eso—. Me dijiste que intentaría hacerlo. Y lo ha hecho. Solo por eso, aunque no… aunque apenas pueda asimilar algo semejante por parte de un muggle, estoy en deuda con ella. Ha sacado a mi hijo de Azkaban.
Draco se irguió un poco más en su incómodo apoyo contra la pared. Su madre no parecía, en absoluto, feliz. Ni comprensiva, en realidad. De hecho, sonaba confusa. Asimilando poco a poco la situación. La realidad. Adaptándose a una realidad que no se esperaba. Que le habían dicho que no era posible. Intentando entender.
—La sangre… no se ve —murmuró Draco, casi para sí. Su madre guardó silencio—. La reputación puede perderse. Míranos a nosotros —dejó escapar una sutil risotada ronca. Su garganta no estaba acostumbrada a esforzarse para emitir risas—. A ella le da igual todo eso. Ella es… inteligente. La persona más inteligente que conozco. Decidida. Siempre me… dice lo que piensa. Si tiene que gritarme, lo hace. Es la bruja más versada en magia que conozco. Y puedo… hablarle. —Draco cerró los ojos. Arrepintiéndose de su última frase. De todo lo que estaba diciendo. Elevó un poco la voz, como si así pudiera hacer que lo último se quedase en el olvido—: Y me ha salvado la vida en más ocasiones de las que recuerdo ahora mismo.
¿Se podía echar tanto de menos a alguien? Maldita fuera...
Narcisa siguió en silencio varios segundos más. Se escuchaban pasos afuera, y susurros tras las paredes. La ronca respiración de los Dementores, a lo lejos, como una tétrica sinfonía que los acompañaba desde su primer día allí. Se escuchó el caer de unas piedrecitas, en algún lugar del edificio.
—Te sacó del Cuartel General de la Orden del Fénix —rememoró su madre, atrayendo de nuevo su atención. Draco asintió con la cabeza, hasta darse cuenta de que su madre no lo veía.
—Lo hizo. Te lo conté… Alteró mi memoria para que el Señor Oscuro no viese nuestros recuerdos juntos, me sacó de allí y me dio información para que confiaseis en mí. —Draco se estaba quedando sin voz. No estaba acostumbrado a hablar durante tanto tiempo. Pero forzó la voz y consiguió que se le escuchase con claridad—. Y me dijo que pensaba contárselo a los suyos. A la Orden. Los traicionó, y quería ser sincera. Y estoy seguro de que se ha enfrentado a un Consejo de Guerra por ello —cerró los ojos con fuerza—. Y espero que esté bien. Que la estúpida magnanimidad e indulgencia de la cual la insulsa Orden presume haya hecho que la hayan perdonado.
Narcisa tardó en volver a hablar. Tanto, que Draco creyó que la conversación había terminado.
—Te preocupas por ella.
Draco parpadeó. Casi olvidando de qué estaban hablando. Comenzaba a sentirse somnoliento. ¿Sería de noche? No entraba luz por la estrechísima ventana de su celda. No sabía para qué había una ventana.
—Creo que sí —murmuró, por inercia. Sintiendo algo que hacía tiempo que no sentía. Y que le hizo recordar la complejidad de algunas emociones. Vergüenza.
Más silencio por parte de su madre. Esta vez más breve.
—Eso… significa que la quieres. Realmente es posible que la quieras. A pesar de ser muggle, has encontrado algo en ella que… —enmudeció. Como si estuviera asimilándolo.
Draco tardó en hablar. No sabía qué decir. Había tenido que cerrar los ojos. Entendiéndola. La entendía. Y ella estaba intentando entenderlo a él. Si no, no estaría siquiera diciéndole todo eso. Y, a pesar de sus palabras, no creía que estuviera intentando hacerlo sentir culpable. Aunque así fue justo como se sintió.
—Lo siento, madre —terminó respondiendo. Y apenas escuchó su propia voz—. Porque lo he hecho todo mal. Os he mentido. Os he traicionado. A lo que me habéis enseñado. He traicionado mi sangre desde el primer pensamiento que compartí hacia Hermione Granger. Y… y no debes perdonarme, porque no me arrepiento de nada. Creía en la pureza de nuestra sangre tanto como vosotros. Pero ya no. Ya no estoy de acuerdo con nada de eso. Y no puedo fingir que lo estoy.
Varios segundos de silencio. Hasta que su madre volvió a romperlo.
—¿Crees que yo lo sigo estando?
Draco abrió la boca. Pero la cerró otra vez. Y volvió a abrirla.
—¿Cómo…?
—Me cuesta… entenderlo, eso es cierto —repitió su madre, con voz inestable—. Siempre he creído… He crecido pensando que los muggles son seres inferiores. Que nuestra pureza, la pureza que nos confiere la magia, es lo más importante. Que los magos tenemos que estar juntos para sobrevivir. Que los muggles nos destruirían si pudieran. Que son seres ordinarios, burdos, e incapaces de hacer todo lo que tú me estás diciendo. Y me… repugna la idea de aceptar semejantes valores en alguien sin ascendencia mágica pura. Alguien que proviene de un mundo sin magia. Pero la realidad es que esa chica ha peleado por sacarte de la cárcel. Y negarlo sería negligente por mi parte.
—Madre…
—Déjame terminar, por favor —pidió la mujer, con inesperada firmeza. Y su hijo obedeció al instante—. No puedo evitar sentir que no te he sabido inculcar los valores que nos hacían ser lo que éramos. Pero, en cambio, eres feliz. Sea lo que sea lo que tengas con esa chica, te hace feliz. Y, ahora mismo, por culpa de esta inservible guerra, todo lo que éramos ya no está. No tenemos influencia, ni riqueza, ni reputación. Y nada de eso tiene que ver con lo que tú has hecho. —Draco la escuchó tomarse su tiempo para respirar de forma profunda antes de continuar—: La nula reputación que ahora tiene nuestra familia no va a verse más truncada por el hecho de que su heredero tenga una relación con una hija de muggles. Estoy en prisión, y voy a pasar aquí el resto de mis días. Mi único hijo estará a salvo, y estará junto a una persona que lo… quiere. Y lo va a cuidar. Ya lo está cuidando. Lo ha sacado de la cárcel. Sea quien sea. Y, aunque me esfuerzo en que me importe, porque debería hacerlo, la realidad es que no lo hace. Solo quiero que estés bien —su voz se entrecortó—. Lo único que yo siempre he querido era mantenerte a salvo. Protegerte. Y que fueras feliz. Darte lo mejor. Y creía que hacía todo lo que estaba en mi mano. Tu padre también lo hizo. Lo hizo lo mejor que supo. Y ahora ya no está…
Su voz se rompió del todo, como siempre que Lucius salía a colación. Y Draco, aunque no lo escuchó, supo que estaba llorando. Frunció los labios y tuvo que apretar los dientes. El nudo en su garganta aumentó. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y, aunque nadie lo estaba viendo, se las tragó como pudo. Su padre era… uno de los pensamientos más recurrentes desde que estaba allí. Los Dementores sacando a flote sus más sombríos recuerdos. Los más demoledores.
Su padre estaba muerto. O eso había asimilado. No habían encontrado su cuerpo. Varios testigos afirmaban haberlo visto en el castillo la noche de la batalla, pero nadie sabía qué había sucedido con él tras ella. Habían hablado de fuga. Posiblemente los aurores lo estaban buscando. Pero Draco sabía que no se había ido. Su padre nunca, jamás, abandonaría a su familia. Solo podía estar muerto.
«Nunca lo sabrá», se dijo Draco. Con los ojos cerrados. «Nunca sabrá lo que he hecho. Nunca sabrá que soy un traidor a la sangre. Ha muerto orgulloso de mí. Sin conocerme realmente. Quizá esto sea lo mejor…»
Su pecho se sacudió en una convulsión y sintió una lágrima resbalar por su piel. Oh, mierda, ¿en qué estaba pensando? Era su padre… No podía estar pensando en que estaba mejor muerto. Que ese era el mejor final… Que así le había ahorrado la humillación de asimilar la traición de su único hijo…
No podía, de ninguna manera, asimilar que ya no estaba.
Se pasó la mano izquierda por la cara. Notando el hueso de su pómulo contra el dorso. Había adelgazado. Estaba casi seguro. Se miró las manos. Elevó la izquierda, escrutándola. No recordaba que antes tuviera los dedos tan delgados… ¿O sí? Hacía meses que no se miraba en un espejo. Elevó el brazo derecho y su mano colgó inerte ante sus ojos. No sabía decir, en medio de la penumbra, si también estaba más delgada.
Pero de pronto sentía algo parecido al… ánimo. El corazón le estaba latiendo muy deprisa. Su madre por fin lo sabía. Su madre sabía lo suyo con Granger. Sabía que estaba enamorado de una sangre sucia. Él se lo había dicho. Voluntariamente. Le había contado su traición. Y no lo repudiaba. No totalmente. No podía creerlo.
—Te sacaré, madre. No vas a morir aquí. Lo haré, como sea. Solo dame tiempo.
No estuvo seguro si lo había oído. Porque no dijo nada en largo rato. Pero sí lo había hecho.
—Gracias, querido. Sé que lo intentarás.
Draco hubiera dado cualquier cosa por tocar a su madre. Por abrazarla. Por apretarle la mano.
Demostrándole que no estaba sola. Que lo tenía a él. A pesar de haber perdido a su marido, y a su hermana, la misma fatídica noche. A pesar de la perspectiva de pasar el resto de su vida en la peor prisión de la tierra. Lo tenía a él.
Se escuchó un repentino grito ahogado, fuera de la celda. Madre e hijo sufrieron un estremecimiento, sobresaltados. Draco elevó el rostro hacia la pared de enfrente, sintiendo algo frío recorrerle la espalda. Se escuchó otro quejido.
—Nott… —susurró Draco, con un hilo de voz. Oyó a su madre inhalar con brusquedad tras la pared.
—Luna llena —la escuchó murmurar. Draco miró inconscientemente a la ventana. Pero no se veía nada.
Se enderezó entonces con rapidez. Se arrastró por la celda, acercándose a la pared de enfrente. Y pegó el rostro contra ella, sabiendo que su amigo se encontraba al otro lado.
Solían hablar a menudo también, a pesar de no poder verse, a través de la pared. Como hacía él con su madre. Gracias a la presencia de los barrotes que daban al corredor, el sonido se transmitía con bastante claridad.
—Nott… —llamó, en voz baja—. ¿Nott?
Escuchó otro claro gruñido, casi agónico. Tragó saliva, y abrió la boca para hablar de nuevo, pero no hizo falta.
—Todo controlado —dijo entonces una voz al otro lado que identificó sin esfuerzo como la de su amigo. Se escuchaba temblorosa, pero el tono de voz tan familiar hizo que una oleada de alivio lo invadiese. Aun así, sus pulsaciones no se relajaron. Se lamió los resecos labios antes de volver a hablar.
—Vamos, colega… —murmuró Draco—. Tú puedes. Es una noche. Solo esta noche…
—Llevamos aquí once meses —lo interrumpió su amigo al otro lado. Draco frunció el ceño.
—¿Qué?
—Es mi onceava transformación aquí. Hace tres lunas llenas nos dijeron que te liberaban en nueve meses. Hace tres meses. Te quedan seis.
El rostro de Draco perdió tensión. Dejó caer los párpados. Casi no pudo ni asimilarlo, pero comprendió que tenía razón. ¿De verdad llevaban casi un año en ese agujero? Se sentía como si llevasen toda la vida allí. Su vida anterior parecía un sueño. Y todavía le quedaban seis meses. Y a Nott muchos más. Y a su madre…
—Exacto —dijo aun así, con firmeza, como si él ya hubiera caído en la cuenta—. Y a ti te quedan once meses. Y estarás fuera de este agujero. Para siempre. Y después lo controlaremos, Nott, te doy mi palabra. Conseguiremos Poción Mata….
Un nuevo grito por parte de su amigo lo interrumpió e hizo estremecer de sorpresa. Sonó desgarrador, cargado de sufrimiento. Draco escuchó movimiento a sus espaldas, al otro lado de la pared que llevaba a la celda de su madre. Y escuchó un golpe sordo y metálico. Como si algo hubiera chocado contra los barrotes.
—¡Por favor! —gritó Narcisa, en dirección al desierto corredor. Su voz sonando rota por no estar acostumbrada a elevarla tanto—. ¡Denle Poción Matalobos! ¡Por favor, solo es un crío…!
Se escuchó a alguien reír en la lejanía. De forma casi maniaca. Otro alguien imitó el sonido de un lobo aullando. Otros presos, desquiciados en aquel lugar, sin duda.
—No se preocupe, señora Malfoy… —escuchó Draco que farfullaba Nott, aunque su madre no pareció oírlo. Nadie acudió a la llamada de la mujer. Volvió a intentarlo, golpeando los barrotes con una debilitada mano.
—¡Por favor! —vociferó de nuevo. De forma menos potente—. ¡No tiene por qué sufrir esto! ¡No forma parte de su condena! ¡Por favor, él…!
Nott volvió a gritar al otro lado de la pared y Draco no escuchó lo último que dijo su madre. Pero sí sintió que su respiración se aceleraba.
—Vamos, Nott —instó entonces Draco, en un arrebato, forzando su voz para que se escuchase con más claridad. Más decidida. Llevó la mano izquierda al muro, y la apoyó. Como si así pudiese tocar a su amigo. Lo hizo porque sabía que nadie lo estaba viendo—. Puedes con esto. Ya lo has hecho antes. Puedes volver a hacerlo. Respira y aguanta. Pasará pronto…
Escuchó un nuevo alarido, seguido de un sollozo. Draco apretó los dientes, y trató de respirar, aunque le costaba. Apretó la palma contra el muro, y miró con desprecio su inútil mano derecha, caída a su lado.
—Estoy bien —escuchó que decía la voz al otro lado de la pared. Respirando de forma sonora—. Solo… duele. Pero sé que pasará. Aquí dentro al menos no puedo haceros daño. Perdonad si… hago algo de ruido las próximas horas. Intentaré aullar bajito.
Draco frunció el ceño con incredulidad. Y tuvo que respirar con vehemencia para no soltarle una barbaridad. Aquel tipo era imposible. Se estaban preocupando por él, y todavía se atrevía a bromear. A sacar humor ácido incluso en ese momento.
El muy imbécil... Draco jamás podría ser tan fuerte como él.
—Más te vale. Como no me dejes dormir, mañana te vas a cagar… —siseó Draco, con voz clara. Creíblemente amenazadora, esperaba.
Narcisa había enmudecido. Y Draco supo que, probablemente, estaba escuchando la conversación. En silencio, incapaz de decir nada. Sorprendida. O quizá escandalizada por el humor negro de ambos.
Draco escuchó entonces la risa de Nott. Y, a pesar de su ronquera, a Draco le sonó casi melódica. Tan familiar, que le arrancó un suspiro. Había conseguido hacerlo reír.
—Eso no será un problema, duermes como un maldito tronco —respondió Theodore. Con voz trémula. Y mordaz—. Y encima después te tirabas una hora en el baño. Siempre llegábamos tarde a clase por tu culpa. Eres lo peor. No hay quien te aguante.
Draco hubiera sonreído si su rostro pudiese recordar cómo se hacía. Cerró los ojos y se sentó mejor, apoyando ahora la nuca contra el muro que conducía a la celda de su amigo. En un mudo apoyo que él no apreciaría.
Seis meses. Seis meses….
«Hermione…»
Escuchó a Theodore sollozar de dolor al otro lado. Jadeos ahogados. Ruido de zarpas contra el muro. Un golpe. Y un ensordecedor aullido animal.
Hermione cerró el cajón de arriba de su mesilla y probó con el de abajo. ¿Dónde la había puesto? Ah, ahí estaba. Introdujo la mano en el viejo mueble de madera y sacó un neceser que se ocultaba al fondo del cajón. Abrió la cremallera, y, tras rebuscar entre diversos objetos de higiene personal, sacó un pequeño frasco de perfume. Solo tenía ese. Ginny se lo regaló las anteriores Navidades. En medio de la guerra. Le dijo que sabía que era un regalo absurdo. Pero que quería regalarle algo que no fuese un artefacto mágico, una varita, o una bomba. Algo normal. Como antes.
A Hermione el regalo le había encantado. Si bien era verdad que no lo había empezado a utilizar hasta que la guerra terminó, hacía ya un año y cinco meses. No solía echarse perfume, no lo consideraba necesario para el día a día. Pero la ocasión lo merecía.
Quitó el tapón y roció unas gotas sobre sus muñecas y tras las orejas. Así le había enseñado su madre.
Tuvo que tomar aire ante el inesperado recuerdo.
Su madre…
La añoraba. Muchísimo. Ahora que la guerra había terminado, y había vuelto a vivir una vida relativamente normal, extrañaba su presencia más que nunca. Y también a su padre. El hecho de haber vivido internada en el colegio los últimos años en los que ellos estaban allí, había ayudado bastante a vivir con su ausencia. Pero seguía extrañándolos.
Todavía no había podido ir a buscarlos. Había enviado decenas de solicitudes, pero el Ministerio no estaba estableciendo plazos. Ni siquiera remotamente. La chica sabía que estaban permitiendo viajar al extranjero por cuestiones importantes. Pero ella no podía justificar la urgencia de su viaje, sin confesar que había hechizado a dos muggles contra su voluntad. De modo que seguía sin poder salir del país. Y no sabía cuándo podría hacerlo.
La realidad era que no quería volver todavía a su hogar, a vivir en soledad. De modo que se había instalado de forma más permanente en La Madriguera. A pesar de los remordimientos de estar abusando más de la cuenta de la hospitalidad de tan humilde familia. Pero Molly, en particular, se negó en rotundo a que se fuese y le aseguró que era un placer tenerla allí. Así como el resto de la familia. Habían vivido juntos en los diferentes Cuarteles Generales de la Orden durante casi tres años. Todos extrañarían su compañía.
Harry, por su parte, había recibido por fin el permiso para mudarse de forma oficial a Grimmauld Place, cuatro meses atrás. Requirió de algo de ayuda de sus amigos para terminar de acomodar todo, pero terminó instalándose allí en pocas semanas. No volvió a Privet Drive. Sus tíos y su primo estaban bien, estaban a salvo. Su mente había sido borrada para que no recordasen las semanas que estuvieron refugiados con la Orden. Y Harry podía dejarlos para siempre con la conciencia tranquila.
Aun así, iba a La Madriguera para visitarlos a todos casi a diario. Molly solía decir que su ausencia le había dolido tanto como si otro de sus hijos se hubiese independizado. Lo cual no era del todo incorrecto.
El traslado de Harry había precipitado la progresiva partida de otro de los miembros de la familia Weasley. Ginny, para sorpresa, y no tan sorpresa, de la familia, se quedó a dormir en el nuevo hogar de Harry en algunos días esporádicos. Después fue a verlo los fines de semana. Los días se transformaron en semanas. Y las pertenencias de la chica, al igual que ella, fueron trasladadas, de forma gradual, desde La Madriguera a Grimmauld Place. Hasta que el dormitorio de su infancia quedó casi completamente vacío.
Parecía algo que llevaba tanto tiempo gestándose que nadie lo puso en duda ni pidió explicaciones. Simplemente, todos pensaron un cálido "ya era hora". Sin ser ni siquiera algo oficial, toda la familia Weasley lo aceptó como tal. Incluido Ron. Por suerte para Harry y Ginny, daba la impresión de que, después de lo de Malfoy y Hermione, ya nada podía sorprenderlo.
Hermione guardó de nuevo el frasco de perfume y se acercó al armario. Rebuscando entre los escasos abrigos que colgaban de las perchas.
La habitación que antaño había pertenecido a Bill era pequeña, pero desde luego más que suficiente para ella. Constaba del mencionado armario, que ocupaba una buena porción de habitación, una cama estrecha, junto a una mesilla de noche de madera pintada de un verde lima desconchado, otra cómoda del mismo color, y, sobre ella, un espejo.
Sacó un delgado abrigo y se lo colocó sobre el fino jersey beige que llevaba, en combinación con unos pantalones vaqueros y unas manoletinas. Era noviembre. Uno no demasiado frío, pero seguía siendo otoño. Además, el día había salido nublado y húmedo, y no le iba a sobrar. Observó su aspecto en el espejo. Se sintió convenientemente arreglada para la ocasión. Se miró a los ojos en el reflejo. Se sorprendió al verse sonriendo.
Un sonoro ulular tras ella la hizo girar la cabeza. Un majestuoso búho la contemplaba desde el interior de una jaula situada junto a la ventana. Con sus enormes ojos naranjas entrecerrados. Su mirada parecía casi acusadora. Hermione le dedicó una sonrisa de disculpa.
—No puedo llevarte conmigo ahora, Armand —le dijo, con suavidad. El búho ululó sonoramente. Con reproche—. Sé que tienes ganas de verle. Yo también… —se acercó a la criatura y cogió una cajita pequeña que había en el alféizar de la ventana. Sacando de ella un par de insectos, acto que le hizo apretar los labios con leve disgusto, se los acercó, y el búho los devoró alegremente—. ¿Preparado para volver a casa…? —susurró, acariciando el brillante plumaje del ave.
—¿Hermione?
La joven se giró hacia la puerta, que había dejado abierta, al escuchar la voz de Harry. Se apartó de Armand a tiempo de ver aparecer a Ron y a él en el umbral. Ambos vestidos de calle.
—¿Estás ya? —saludó Ron, apoyándose en el marco de la puerta, el cual crujió de forma incierta. La joven parpadeó un instante. Y ladeó la cabeza con confusión.
—Sí… yo sí. Y, ¿vosotros? ¿También vais a salir? —cuestionó, con suspicacia.
Ambos muchachos apartaron las miradas al mismo tiempo. Costándoles, al parecer, sostener la severa mirada de su amiga, cargada de sospecha. La disculpa flotaba en sus ojos. Como si supieran que sus próximas palabras no agradarían a la joven, y no supieran cómo enfrentar esa batalla. No parecían pensar que hubiera batalla contra Hermione Granger que pudiesen ganar.
—No te lo hemos dicho antes, por si nos decías que no, pero… —Harry carraspeó de forma brusca. Se silenció unos segundos, pero Ron no pareció tener intenciones de echarle una mano, así que finalizó—: Nos gustaría acompañarte. Ahora. Al… Ministerio. A recoger a Malfoy. Es… es en el Ministerio, ¿no? Desde Azkaban lo trasladan ahí… —añadió con más rapidez. Como si esperase que responder a eso quitaría importancia a lo que acababa de decir.
Hermione los miró sin poder creer lo que oía. Se cruzó de brazos, mirándolos sin parpadear. Ambos se removieron en sus posiciones con incomodidad.
—¿Acompañarme? ¿Por qué? —susurró, ceñuda. Sin dejar de mirarlos. Ron había comenzado a pasar sus dedos por la madera despintada del marco. Harry, viéndose solo ante la penetrante mirada de su amiga, compuso una mueca y se encogió de hombros.
—Mujer, te lo puedes imaginar…
—Ni hablar —espetó Hermione. Respirando de forma atropellada—. No pienso… Ni se os ocurra. No vais a venir precisamente hoy a machacarlo con…
—No vamos a…
—Harry, por Dios…
—Que no, Hermione, de verdad —aseguró el chico, con más serenidad. Elevando ambas manos de forma pacífica—. No vamos a pelearnos con él. No… no vamos con esa intención, al menos. Pero… sí queremos… En fin, hablar con él. Veros. Entiéndenos, necesitamos… —Miró a Ron con súplica, buscando ayuda. Éste parecía haber determinado ya con fidelidad qué partes del marco necesitaban una buena mano de pintura, y accedió a unirse a la conversación. Sin mirar a los ojos a nadie.
—No empezaremos una pelea —corroboró Ron, con brusquedad—. Pero, si él nos provoca de alguna manera, no pienso tener compasión… No pienso aguantar ni un solo comentario fuera de lugar. Y vamos a dejarle claras un par de cositas.
Harry resopló, y dejó caer la cabeza en un teatral movimiento. Comprendiendo que Ron no iba a ser de gran ayuda.
—No es eso lo que hemos hablado… —siseó Harry, molesto.
—Es justo lo que hemos hablado…
—Chicos, por favor… —susurró Hermione, con énfasis. Ahora mirándolos con súplica—. Hoy no. Por favor, no quiero que…
Harry abrió la boca con decisión, pero sufrió un sobresalto antes de poder decir nada. Crookshanks acababa de entrar en la habitación, pasando por entre las piernas de ambos amigos, y avanzaba con sus soberbios andares patizambos y la tupida cola bien arriba. El joven moreno, superada la conmoción, volvió a intentarlo:
—No vamos a estropearte tu reencuentro, de verdad, confía en nosotros —pidió, con suavidad—. Pero… necesitamos saber que estás bien. No podemos quedarnos ahora a un lado y, simplemente... ver cómo vas a ver a Malfoy.
—Harry, Draco y yo llevamos juntos más de…
—Lo sé —interrumpió el chico, con brusquedad. Como si no quisiera ni oírlo—. Lo sabemos. Sabemos que no tiene ningún sentido que nos enfrentemos a Malfoy, ni le advirtamos de nada, cuando ya lleváis años con esto. Sabemos que no pintamos nada en esto. Pero… entiéndenos, Hermione. No estamos… tranquilos.
—No pienso quedarme esperando aquí sentado sabiendo que vas a encontrarte cara a cara con Malfoy —espetó Ron a su vez, sin ninguna mesura. Harry abrió la boca, como si fuese a protestar, pero terminó dejando escapar todo el aire.
—Yo tampoco, la verdad —admitió finalmente. A regañadientes.
Hermione estaba sacudiendo la cabeza. De forma obcecada. Se giró, agachándose para coger a Crookshanks en brazos, al ver que se había sentado delante de la ventana, con los ojos fijos en Armand y cara de pocos amigos.
—Pues, lo siento, pero no, no entiendo en absoluto vuestra preocupación —replicó la chica, con frialdad, dejando a su mascota sobre la cama. Aprovechó entonces para coger el bolso de cuentas que había dejado sobre la colcha y terminar de meter algunas cosas en su interior. Entre ellas, el periódico El Profeta, que arrancó justo a tiempo de las rápidas zarpas de su mascota. En primera plana, una vieja fotografía de Draco. Probablemente de su sexto año. Saludando ante las cámaras de forma refinada y practicada, iluminado por los flashes, junto a su padre y su madre.
Ascenso y caída de la pureza de sangre
La sociedad mágica quedó conmocionada el pasado mes de junio tras saber que la conocida y respetada familia Malfoy, miembro de los Sagrados Veintiocho, había resultado ser partidaria devota de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado. Los rumores de semejante afinidad comenzaron durante la Primera Guerra Mágica…
…Lucius Malfoy, filántropo y alto miembro del Consejo Escolar del Ministerio de Magia en otro tiempo, fue juzgado en la década de los cuarenta, acusado de participar de forma directa en el auge de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado. En aquel entonces, tras alegar no haber estado en pleno uso de sus facultades mentales, fue absuelto de todos los cargos...
… Grandes donaciones de dinero… Hospital San Mungo… Participación en campañas electorales… Acusaciones de corrupción nunca probadas…
… Cadena perpetua en Azkaban tras ataque al Ministerio de Magia… Fuga colectiva a finales de mayo del pasado año…
… Testigos afirman haberlo visto durante la batalla perpetrada en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, el dieciséis de junio del pasado año. Su situación actual es desconocida, no siendo confirmado su paradero por ninguna fuente cercana a la familia…
…Su esposa, Narcisa Malfoy, antaño Black, ha sido condenada a cadena perpetua en la prisión de Azkaban por refugiar y ocultar a miembros afines a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, incluyéndolo a Él en persona…
…Draco Malfoy, el único heredero de…
…Ha sido absuelto después de cumplir con la condena de nueve meses de prisión en Azkaban, al amparo de los Dementores. Una condena sospechosamente breve para el cargo de poder que ostentaba bajo el mandato de Quien-Ustedes-Saben. Con solo veintiún años, ha quedado demostrada su activa participación en la guerra como la letal mano derecha de Quien-Ustedes-Saben, en forma de Sargento Negro, título que Quien-No-Debe-Ser-Nombrado confería a sus más leales…
…Se desconoce la fecha concreta de su regreso al mundo mágico, y también sus planes de futuro. Si seguirá siendo el rostro de una familia condenada a la decadencia. Como también lo fueron los Rosier y los…
…Ha sido acusado de crímenes tales como asesinato, secuestro, tortura, uso reiterado de Maldiciones Imperdonables, mutilación, espionaje, envenenamiento, destrozo de bienes inmuebles…
…Los Abbot, los Bulstrode, y los Flint, renombradas familias, parte de los Sagrados Veintiocho, han mostrado su contrariedad ante los actos de la familia Malfoy, y públicamente reniegan de todo contacto con ellos…
Hermione metió el periódico en el interior aumentado del bolso. Sin mirarlo. No tenía intenciones de leerlo de nuevo.
—Hermione, solo queremos acompañarte, por favor —insistió Harry. Adentrándose un paso en la habitación—. Solo para ver… cómo te trata. No pretendemos nada más. Pero necesitamos… hablar con él. Estar seguros de que estarás bien. Te creemos, pero… déjanos ver que todo lo que nos has dicho sobre él es verdad.
Hermione suspiró, mientras se colgaba el bolso del hombro. Definitivamente poco entusiasmada con la idea, aunque sí cargada de agradecimiento ante la preocupación de sus amigos. Los miró, con reserva todavía.
—Tenéis que prometerme que no discutiréis —musitó, con firmeza—. Ha estado más de un año en Azkaban, no va a estar en condiciones de…
—Cuento con ello —intervino Ron, con malicia, quitándole importancia con un gesto de la mano—. Solo advertencias, nada de discusiones. Él no tiene ni que abrir la boca. También tengo que decir que guardo la esperanza de que Azkaban haya sido malvada con Malfoy y esté hecho un adefesio. Y quiero ser el primero en reírme de él en su cara…
—Ron, no ayudas —protestó Harry, armándose de paciencia, y viendo que, como no podía ser de otra manera, Hermione parecía dispuesta a lanzarle un maleficio a juzgar por la mirada acalorada que le echó.
—Es una broma —siseó Ron, mosqueado, como si fuera obvio—. Vaya mierda de sentido del humor… Venga, vamos —instó, girándose y alejándose cojeando escaleras abajo—. Tengo mucho de lo que advertir y amenazar a ese estúpido hurón botador…
—Firme aquí, aquí y aquí —indicó con voz seca el mago del Ministerio que se encontraba tras el mostrador—. Y aquí.
Señaló cuatro lugares diferentes del pergamino y le dio a Hermione una bella pluma previamente untada en tinta. La joven firmó a toda prisa, de forma poco elegante, con mano temblorosa. Ninguna firma fue igual a la anterior. Tenía el corazón en un puño. Tan pronto lo hizo, el mago, un delgado hombre de pelo rizado, le arrebató el pergamino y lo archivó con una sacudida de varita en un cajón que tenía detrás.
—Se les devolverá la varita cuando salgan de aquí. Pasen a recogerla a este mismo mostrador. ¿Han firmado todos? —preguntó con voz impersonal, como si fuese una cinta grabada previamente. Harry y Ron, a ambos lados de Hermione, asintieron con la cabeza—. Gracias. ¿Ha traído los objetos que se le indicó?
Hermione se apresuró a sacar de su bolsito de cuentas una bolsa de papel considerablemente grande, con un conjunto de ropa masculina dentro. Ropa interior, una túnica, calcetines y zapatos. Algo básico, tal y como le habían solicitado por carta.
—Gracias —repitió el mago, cogiendo un sello que había a su lado, cambiando las ruedas que lo formaban con una sacudida de varita, y plantándolo con fuerza sobre la bolsa. Una vez marcada con un código de color violeta, se giró y la arrojó a una chimenea encendida que estaba a sus espaldas. Lo hizo tan deprisa, que Hermione ni siquiera lo vio arrojar los Polvos Flu. Pero el resplandor verdoso le indicó que lo había hecho. Se giró de nuevo hacia ellos con presteza—. Aquí tienen el justificante, entréguenlo dentro. La sala de espera está tras esas puertas.
Le entregó a Hermione un pequeño pergamino fuertemente enrollado. Los tres jóvenes le agradecieron la atención recibida y echaron a andar hacia las puertas dobles que había a unos metros de distancia. Se encontraban en el segundo piso del Ministerio de Magia, en el correspondiente al Departamento de Seguridad Mágica. Ese era el pasillo relacionado con las Oficinas de los Servicios Administrativos del Wizengamot.
Tras atravesar las puertas, se encontraron en una sala de espera con varias hileras de bancos en el centro, que miraban todos en una misma dirección. Había muchos magos y brujas sentados en ellos, así como también había bastantes personas en pie, aguardando. También había un par de magos dando vueltas de un lado a otro con impaciencia, y otros recorriendo la sala a toda prisa. Éstos, a todas luces, eran miembros del departamento. Varios memorándum interdepartamentales, aviones de papel hechizados mágicamente para enviar mensajes, volaban de un lado para otro por encima de las cabezas de todos. Al fondo de la sala había varios mostradores, frente a los cuales había más magos haciendo cola. Y, también al fondo, había otra puerta doble. Varios magos, a todas luces aurores a juzgar por su apariencia, custodiaban las cuatro esquinas de la sala, varita en mano.
Una joven bruja, con una insignia en la solapa de su túnica que indicaba que trabajaba allí, se acercó. Llevaba un largo pergamino en la mano izquierda y su varita en la derecha.
—¿Qué desean? —cuestionó con simpatía.
—Hemos… venido a recoger a Draco Malfoy —respondió Hermione, vacilante. No estaba segura de qué decir, de modo que se apresuró a entregar el pergamino que le había dado el mago del mostrador—. Ha sido absuelto de Azkaban, y me dijeron que…
—Ah, sí, sí —replicó la joven, revisando el documento que Hermione le había dado y comparándolo con rapidez con el larguísimo pergamino que tenía en la mano—. Aquí lo tengo. Malfoy… Sí, ya ha llegado hace un rato. Está aseándose y recibiendo algunas instrucciones sobre cómo debe proceder para recoger todos sus documentos personales, etcétera. Aguarden aquí un momento, por favor, los harán pasar enseguida. Siéntense donde quieran.
La joven agitó su varita y un memorándum se materializó ante sus ojos. Éste se alejó y atravesó una pequeña ventana junto a las puertas dobles que había al otro lado de la sala.
Harry, Ron y Hermione obedecieron a la joven y se acomodaron en uno de los bancos.
Hermione notaba el corazón en la garganta. Y se dio cuenta de que tenía la espalda completamente tiesa, sin necesitar respaldo alguno. Se obligó a respirar hondo, pero sus pulsaciones no se relajaron.
No tenía razones para estar nerviosa. Debía estar, simplemente, emocionada. Por fin era libre.
Iba a verlo. Iba a abrazarlo. Estaba a segundos de tenerlo en sus brazos de nuevo.
Notó una mano sobre su rodilla y sufrió un sobresalto. El contacto pillándola por sorpresa. Giró la cabeza para mirar a Harry, sentado a su lado. Absorta en sus pensamientos, no estaba segura de qué expresión había lucido segundos atrás. Y la mirada inquieta de Harry le indicó que alguna no demasiado emocionada.
—¿De qué tienes miedo? —preguntó, en voz baja. Con suavidad. Hermione parpadeó ante semejante pregunta. Y terminó forzando una afectada sonrisa. Colocando una mano sobre la del chico.
—No es miedo. Es solo que… No sé qué va a pasar ahora —admitió, en un murmullo—. Está libre, y es suficiente. Realmente lo es. Pero quiero estar con él. Del todo. Y no sé si puedo.
Harry frunció el ceño. Asimilando esas palabras.
—Creía que él quería estar contigo. Que ya no le importaba…
Hermione sacudió la cabeza.
—Sé que él quiere. Pero no sé si puede. Las cosas que dicen de él en los periódicos… Quizá tenga que limpiar su nombre entre los suyos. Y quizá yo sea un impedimento. Los Sagrados Veintiocho son poderosos, y le han dado la espalda por apoyar a Voldemort. Y no lo aceptarán de nuevo como un igual si se enteran de que, además, tiene una relación con una hija de muggles. Será el fin de su reputación en su entorno. Y quizá necesite contactos para empezar desde cero. Para que la sociedad vuelva a verle como alguien respetable. Y tampoco sé qué opina el resto de su familia al respecto, si es que la tiene. Y… —tragó saliva y apretó los labios. Luciendo ofuscada. Cansada—. Estoy harta de no poder estar con él.
Harry apartó la mirada. Reflexionando.
—Tendrás que preguntarle todo eso a él —resolvió en voz baja. Hermione asintió, con un hondo suspiro. Harry parpadeó con más rapidez, como si algo cruzase entonces por su mente, y su voz sonó algo más firme—: ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto… —aseguró la chica, con renovado interés. Ron, al otro lado de Harry, se había inclinado, intentando escuchar sus susurros.
—Tu Patronus… —comenzó Harry, midiendo las palabras.
—¿Sí?
—Es una nutria, ¿verdad? Siempre lo ha sido…
—Sí, eso es —confirmó ella, extrañada por los derroteros de la conversación—. Lo has visto muchas veces. ¿Por qué?
Harry movió la mandíbula, apartando la mirada. Parpadeando con despiste.
—Aquella noche, durante la última batalla… En Hogwarts —aclaró. Hermione asintió, animándolo a continuar—. ¿Recuerdas haberme mandado un Patronus?
Hermione vaciló un instante.
—Te mandé varios a lo largo de la noche… —rememoró, indecisa.
—Creo que fue el último. En el que me decías que Hagrid estaba bajo un Imperius. En el que me avisaste de lo que iban a hacer con la cúpula…
—Ah, sí. Creo que sí… —confirmó entonces, con voz más firme. Su memoria refrescándose. Y sintiéndose aliviada al respecto. Odiaba no recordar las cosas—. ¿Qué pasa con él?
—No fue una nutria. No era tu nutria. Era una especie de… lobo —informó entonces Harry. Mirándola a los ojos. Hermione parpadeó, pero sus ojos no tardaron en brillar de comprensión.
—Entiendo… Sí, lo sé. Es cierto, no fue mi Patronus. Era el de Draco —explicó, con suavidad.
—¿Malfoy sabe hacer un Patronus? —intervino entonces Ron, con brusquedad. Casi pasando por encima de Harry al inclinarse. Hermione asintió con la cabeza, sin alterarse. Sin dar más explicaciones.
—¿Su Patronus es un lobo? —insistió Harry. Y Hermione asintió de nuevo—. ¿Tu Patronus cambió entonces a lobo? ¿Como el suyo? —cuestionó, sin aliento. Con las implicaciones de algo semejante agrandando sus ojos verdes.
Pero Hermione ahora sacudió la cabeza con rapidez.
—No, no. Él conjuró el Patronus. Era su Patronus.
—Pero si era tu voz… —farfulló Harry, con precipitación, tras dos largos segundos de confuso silencio—. Era tu mensaje.
—Él me ayudó. Yo estaba… demasiado nerviosa, creo. Demasiado afectada. Y necesitaba mandarte un mensaje para avisarte de lo que estaba sucediendo, pero no conseguía conjurar el Patronus. Draco estaba conmigo en ese momento, y él logró hacerlo. Y yo le dicte el mensaje, le hablé a su lobo. Se podría decir que él te lo envió…
Harry la miró durante largos segundos. Con los ojos desenfocados. Peleando, al parecer, por asimilarlo.
—Hermione, eso no es usual —terminó murmurando. Sin parpadear apenas. La chica sintió que la espalda se le calentaba.
—¿No lo es? —repitió, con reserva. Ligeramente defensiva—. ¿Cómo que no lo es?
—No, en absoluto. Los Patronus son algo personal. Completamente personal. Es un… guardián mágico, una fuerza positiva que sale directamente del mago en cuestión. Algo… único. Pueden… cambiar de forma si algo le sucede al mago, pero es algo completamente individual, privado, e… íntimo. El hecho de que su Patronus accediese a transmitir tu mensaje… no es algo que haya escuchado nunca. Se dice que algo así no es… posible.
Hermione tragó saliva. Creyendo entender lo que Harry le estaba diciendo. Y comenzando a notar cómo el calor ascendía a su rostro de forma irremediable.
—No lo sabía —admitió la chica. Fingiendo encontrarse en calma—. Yo solo sé al respecto lo que tú nos explicaste en el Ejército de Dumbledore. Y… Draco solo sabe lo que yo sé. Yo le enseñé a hacerlo…
—¿Draco Malfoy? ¿Acompañantes de Draco Malfoy?
Al oír a una potente voz pronunciar esas palabras, los tres jóvenes alzaron las miradas. Un fornido auror estaba frente a ellos, mirándolos con gravedad. Hermione se puso en pie de un salto. Muda.
—Acompáñenme, por favor.
Los tres amigos cruzaron tras el auror las puertas dobles que había junto a los mostradores. Apareciendo en un estrecho pasillo, con decenas de puertas a ambos lados. Muchas estaban abiertas, dejando ver desordenados despachos en el interior. Estrechos, casi cubículos. Vieron algunas reuniones de más de dos o tres personas. Se cruzaron incómodamente en el reducido espacio del pasillo con varios magos y brujas que venían en dirección contraria, y con algunos que intentaron adelantarlos, llenos de prisas. El número de voces a su alrededor, y el ajetreo del lugar, era casi abrumador.
El auror terminó deteniéndose frente a una sobria puerta cerrada, de las mismas características de las que estaban a ambos lados. Alzó una enorme mano y abrió, girando el pomo de latón, sin llamar previamente. Se internó en la habitación, y Hermione, que iba justo tras él, no acertó a hacer otra cosa que seguirlo.
Draco se había girado sobre sí mismo al escuchar la puerta abrirse a sus espaldas. Estaba sentado en una incómoda silla de madera, presumiblemente para invitados, delante de un escritorio lleno de pergaminos y plumas.
Era un despacho tan diminuto como todos los demás que habían visto. Además de la mesa, solo había espacio para una cajonera en un rincón, y una lámpara en lo alto. No había ventana.
Una bruja de mediana edad estaba al otro lado del escritorio, y se levantó de su propia silla al ver aparecer al auror.
—Ah, las visitas… —fue el saludo de la bruja. Mirando, sin prestar apenas atención, a Hermione, Harry y Ron—. Gracias Robards, sí, en realidad ya hemos terminado… Señor Malfoy, voy a traerle los documentos de los que le hablaba para recoger su permiso de posesión de varita. Ya deben estar listos. Y así les dejo unos minutos a solas para que se saluden. Y después podrán marcharse… Con permiso.
Avanzó hacia la salida, y se creó un momento de embarazoso desorden, porque no había espacio suficiente en la diminuta oficina para que ella saliese, en compañía del fornido auror llamado Robards, sin llevarse por delante a Hermione, que apenas había entrado en la habitación, y a Harry y Ron, que seguían en el umbral. Por supuesto, los ojos de la bruja se detuvieron, como no podía ser de otra manera, en la cicatriz en forma de rayo del joven Potter.
Hermione no apartó los ojos de Draco en ninguno de los movimientos que tuvo que hacer para dejar paso, mientras Harry y Ron entraban tras ella, entre murmullos de disculpa.
Draco aprovechó para ponerse en pie mientras el tumulto duró. Con los ojos fijos en Hermione. No tenía esposas en las manos.
La chica ni siquiera se dio cuenta de cuándo Robards y la otra bruja se marcharon. No oía nada. No veía nada. Solo a Draco ante ella.
Estaba ahí. Ahí mismo. Y estaba vivo.
Y se estaba acercando a ella. O quizá era ella quien avanzaba. No estaba segura. El mundo entero se estaba moviendo.
En realidad, más bien era la segunda opción. Sin darle tiempo al chico de rodear la silla en la que había estado sentado, Hermione recorrió el estrecho despacho en dos zancadas y alzó los brazos la altura necesaria como para envolver su cuello con ellos. Casi saltando para alcanzarlo. Con tal impulso, que sintió que lo hacía perder el equilibrio, obligándolo a retroceder. El borde del escritorio golpeando la parte baja de su espalda, actuando de freno. Hermione lo siguió, dando un par de precipitados pasos, hasta que el chico pudo estabilizarse y sujetarla. Las patas de la mesa se arrastraron unos centímetros sobre la madera del suelo debido al golpe.
Y a ella, la mesa, el ruido, le dio igual, porque lo tenía entre sus brazos. Sus firmes hombros bajo sus antebrazos. Su pecho pegado al suyo. Su cuello contra su boca. Las extremidades del chico envolviéndola. Con fuerza. Vivo.
Hermione dejó escapar todo el aire que tenía en los pulmones, contra su cuello. Contra la solapa de su túnica. Inhalando después con urgencia. Sintiendo su caja torácica hincharse contra el cuerpo de él. Los brazos de él a su alrededor ofreciendo resistencia. Y no recordaba haber respirado así en mucho, mucho tiempo.
Cerró un puño alrededor de su ropa, intentando atraerlo más. Podía sentir el antebrazo del chico contra su espalda. Apretándola contra su torso. Y su mano izquierda cubriendo su cabeza. Hundiéndole el rostro en su hombro. Con mucha fuerza. Y Hermione, por un momento, no se atrevió a mover las manos. A cambiar de posición. Ahora lo tenía ahí, y la posibilidad de que desapareciese si lo soltaba le arrancó un desesperado sollozo. Probó entonces a mover su mano, deslizándola por su espalda, por su cuello, hasta sujetarse a su nuca. Terminando enredándose en su cabello. Temblando. Sin romper el contacto en ningún momento. Por si acaso.
Estaba de puntillas. Casi colgada de su cuello. Soportando él gran parte de su peso, intuía. Y permanecería así eternamente si lo contrario significaba que tendría que volver a separarse de él.
Era libre. Los dos lo eran.
Casi peleando contra su propio cuerpo, se movió en su agarre. Aflojando su cuello. Deslizando las manos por su ropa y su piel hasta sujetarse a su rostro. Y lo aplastó contra el suyo, pegándose a la blanda carne de sus labios. Sin respirar. Tirando de su nuca. Temblando.
Lo estaba besando otra vez…
Se vio obligada a separarse de sus labios cuando sus pulmones protestaron por la falta de aire. Pero no se alejó. Jadeó contra su boca de forma precipitada. Todavía apretándole el rostro contra el suyo. Sus manos, dejándose llevar por el nerviosismo, recorrían los lados de su semblante de arriba a abajo.
Tenía el cabello largo. Igual de fino y rubio que siempre, pero definitivamente largo. Le llegaba casi hasta los hombros. Y estaba húmedo en las puntas. Y el chico olía a limpio. A jabón. Posiblemente le habían permitido asearse y ducharse antes de recibir visita alguna.
Draco nunca había permitido que su barba creciese hasta esos límites. Pero ahora cubría sus mandíbulas y rodeaba su boca sin remedio alguno. Y era una visión sumamente extraña. Familiar, pero extraña. Porque era él, pero no lo parecía. Pero sus ojos seguían tal y como los recordaba…
Eran sus ojos.
Era él.
Era él de verdad.
Llevaba puesta la túnica que Hermione le había traído. Una túnica barata y sencilla que le había comprado para salir del paso. Él ahora era libre para comprarse toda la ropa que quisiera. A su gusto.
La chica bajó las manos y las pasó por encima de la áspera tela.
—¿He acertado con la talla? —fue lo primero que alcanzó a preguntar atropelladamente, hecha un manojo de nervios. Tironeando levemente de la túnica—. ¿Te queda bien? ¿Estás bien? —preguntó, pero no le dio pie a responder. Y sus manos no tardaron en volver a ascender hasta su rostro. Sintiendo el poco habitual tacto de la barba en sus palmas. Sus labios se estiraron en una espontánea sonrisa—. Qué guapo estás… —susurró, en un resuello. Volviendo a pegarse a su boca de forma urgente. Sintiendo también contra sus labios el inusual roce de la rubia barba. Y los dedos de él clavándose en su piel. En la base de su cráneo. Se separó de él otra vez para poder enfrentar sus ojos. Sin soltarle el rostro. Para poder continuar con sus imperiosas preguntas—: ¿Tienes hambre? ¿Estás cansado…?
—Me has sacado —murmuró entonces Draco. Deteniendo su verborrea. Sus ojos estaban fijos en los suyos. Sin parpadear. Mil veces más calmado que ella. Aunque parecía sucederle lo mismo que a Hermione. Lo mismo que la chica temía que sucedería si dejaba de tocarlo. Parecía pensar que, si parpadeaba, quizá ella desaparecería.
Hermione jadeó, sonriendo de nuevo. Pegando su frente contra la de él. Sin dejar de acariciarle el cabello en un nervioso vaivén. Pero su cuerpo al completo se relajó al verse contemplada por esos ojos.
—Técnicamente, no. Te hemos sacado. Pero…
Él la silenció, por supuesto. Inclinándose y besándola de nuevo. Apretándola contra sí con tanto ímpetu que la chica sintió que sus pies se elevaban hasta que solo las puntas tocaron el suelo. Y Hermione rompió a llorar contra su boca. O a reír. No estaba segura. Porque se estaba riendo. Pero notaba que le goteaban lágrimas por la barbilla.
Draco la dejó volver a posarse en el suelo, pero no la soltó. Hermione se desvió de sus labios para poder repartir besos por el resto de él. Por la comisura de su boca, por su garganta, por su frente. Terminó besando su pecho y hundiéndose en él, rodeándole los costados con los brazos. Los del chico seguían envolviéndola. Lo notó más delgado bajo sus manos, pero sus brazos seguían fuertes. Y la mano que permanecía en su nuca estaba masajeando la zona, despeinándola sin ningún cuidado. Casi arañándola. Y Hermione notó la caliente respiración del chico contra la parte superior de su cabello. Envolviéndola por todas partes. En silencio.
Y se prometió en un atolondrado arrebato que nunca, jamás, lo soltaría.
—Bien, veamos… estos son los permisos que tiene que firmar y entregar en la Oficina Federal de Permiso de Varitas —dijo entonces una voz monótona a sus espaldas. La bruja de mediana edad había vuelto a entrar, también sin llamar—. Pueden aprovechar y dejarlos en uno de los mostradores de la sala de espera que está al final del pasillo. Ellos los enviarán. Y no olviden llevar la copia consigo cuando vayan a comprar su nueva varita. Deberán apuntar allí el número de registro.
Draco y Hermione rompieron su abrazo por inercia al escuchar la nueva voz inundar la estancia. Explotando la burbuja en la que se encontraban. Intuyendo que la voz se dirigía a ellos. Pero no era técnicamente cierto.
La bruja, viendo que Draco y Hermione estaban ocupados, les estaba dando las indicaciones a Harry y Ron sin ninguna perturbación. Identificándolos como acompañantes de Draco.
Hermione recordó entonces, de súbito, la presencia de sus amigos. Habían estado ahí todo el tiempo… Ver a Draco había hecho que se olvidase por completo del resto del mundo. Y ni siquiera sabía por cuánto tiempo. ¿Segundos? ¿Minutos?
Harry estaba girado hacia la puerta, alargando la mano para sujetar el pergamino que la bruja del Ministerio le tendía. Escuchando sus indicaciones con aspecto de sentirse algo fuera de lugar. Ron parecía estar intentando meterse en sus propios bolsillos, empezando por sus brazos. Estaba de cara a Draco y Hermione, pero no los miraba. Tenía los ojos fijos en el suelo. Y el rostro acalorado.
La bruja dijo algo más que no llegó al cerebro de Hermione, algo similar a que podían irse cuando quisieran, y después salió por la puerta. Cerrándola a sus espaldas. El silencio volvió a rodearlos. Pero ahora eran cuatro personas, y no dos.
Harry, con el pergamino en la mano, volvió a girarse hacia ellos. Fijando su vista en Hermione. En Draco. En ambos. Todavía pegados el uno al otro, en un abrazo parcialmente roto. Y el joven parpadeó con incomodidad. Con defensiva tensión.
Ron seguía con la vista obcecadamente gacha. Abiertamente molesto.
Hermione tomó aire de forma profunda. Secándose la cara con rapidez. Allá vamos…
—Perdonadme, chicos… —se apresuró a decir, con entereza. Su voz estaba algo tomada por las lágrimas que todavía se acumulaban en sus ojos. Echó una fugaz mirada a Draco, concretamente a su pecho. Y se separó un poco más de él. Pero sin soltarlo del todo—. No era mi intención excluiros, no quería ser grosera…
—Está bien, tranquila… —se apresuró a decir Harry. De forma demasiado precipitada para sonar natural. Y la fuerza con la cual estrujaba el enrollado pergamino contradecía sus palabras—. Es… normal.
Miró a Ron de reojo. Apelando a su ayuda. Éste tenía la azul mirada clavada en la silla de madera que antes había ocupado Draco. Un músculo palpitaba en su mandíbula. Al sentir la mirada de Harry, e intuir las de Draco y Hermione, se vio obligado a endurecer su rostro y elevar la mirada.
Contempló a la pareja. Y apretó la dolorida mandíbula al ver sus caras. Defensiva y preparada la de ella, impertérrita y despectiva la de él. Observó la mano de Hermione todavía apoyada en el estómago del chico. El brazo de él en su espalda, donde no podía verla.
Ron tragó saliva con dificultad, de forma casi audible. No volvió a bajar la mirada. Pero no hizo ademán de abrir la boca.
Harry, al comprenderlo, se obligó a carraspear con fuerza. De forma violenta.
—Malfoy —articuló, con rapidez. Y pareció costarle enlazar las sílabas. Como si, de pronto, tuviera algo en la boca que no tenía buen sabor—. ¿Cómo… estás?
Sonó definitivamente forzado. La pregunta por cortesía más falsa de la historia.
Y la ceja que Draco arqueó en su dirección lo confirmó de forma visual.
—Potter —se limitó a sisear. Con frialdad. Sin apenas alzar la voz. Ese fue su saludo.
Harry se pasó la lengua por los labios. Era evidente que Malfoy había estado más de un año encarcelado en Azkaban. Su aspecto físico lo gritaba. Estaba más delgado de lo que recordaba haberlo visto nunca. Su tez lucía grisácea. Sus ojos algo hundidos, o quizá tenía ojeras.
Y, sin embargo, todavía era capaz de estar erguido de forma distinguida. De lucir como si fuera la persona más importante del lugar, de lejos. De mirarlos como si fueran un insecto pegado en la suela de sus lustrosos zapatos. Como si fueran, indiscutiblemente, inferiores a él. Y quisiera dejarlo claro.
Harry contuvo un suspiro. Esto iba a ser duro.
Concentrándose en la presencia de Hermione, todavía muy cerca del joven, cogió aire y añadió, dirigiéndose al rubio:
—Malfoy, creo que estás al corriente, pero, por si no lo sabes, Hermione nos lo ha contado todo. Sabemos… —Iba bien, hasta ese momento. Los señaló con una mano, y giró el dedo índice en su dirección de forma torpe. Aludiendo sin palabras a lo que estaba viendo. A sus cuerpos casi pegados—. Eso. Lo sabemos.
Draco lo taladró con sus ojos claros. Y, entonces, contra todo pronóstico, elevó una de sus comisuras en una sonrisa abiertamente socarrona. Una sonrisa que, en realidad, era muy familiar en esos rasgos. La misma sonrisa que lo habían visto esbozar en su dirección durante años y años.
—Puedo imaginármelo, lumbrera. Si no lo supierais, os habríais caído de culo al vernos ahora… —se burló, satisfecho. Hermione dejó caer los párpados. Armándose de paciencia. Pero después los alzó para dirigirle una mirada cargada de reproche, que Draco, por supuesto, ignoró.
Los dientes de Harry repiquetearon cuando el chico movió la mandíbula de un lado a otro, conteniendo su exasperación. Pareció capaz de lanzarle un hechizo directo a la cabeza si hubiera tenido su varita consigo.
Ron inhaló entonces con intensidad por su larga nariz, y todos casi pudieron ver cómo su paciencia llegaba, de forma instantánea, a su fin.
—Escucha, pretencioso… —comenzó, amenazador, haciendo ademán de avanzar hacia él.
—Ron —lo detuvo Harry, al instante, colocándole un brazo estirado delante del pecho. El moreno parecía conservar todavía algo de paciencia—. Espera. Vamos a hacer… las cosas bien —miró a Malfoy de nuevo. Ya sin intentar lucir amable—. Ya que lo sabes, comprenderás entonces a qué hemos venido. Por supuesto, tenemos varias cosas que decirte —prosiguió, resuelto, con sus ojos verdes brillando tras sus gafas.
—Y yo ardo en deseos de escucharlas —siseó Draco, gélido, con claro menosprecio. Y Hermione sintió que parecía querer dar un paso al frente también. Pero lo sostuvo pegado a ella, empujándolo con la mano que todavía tenía en su estómago. Enrollando sus dedos en la túnica en un firme agarre. Por si acaso.
—Harry, deberíamos irnos ya —intervino Hermione, con seriedad—. Hablemos fuera…
—No, vamos a hablar aquí —replicó el chico, encendido, elevando un poco la barbilla—. Vamos a dejar las cosas claras aquí y ahora, Malfoy. No aprobamos esto. Ni de lejos —enfatizó, alzando ambas manos—. No nos fiamos de ti, y no estamos en absoluto seguros de cuáles son tus intenciones. Pero ella te ha defendido y sacado la cara como no te haces idea. Y queremos a Hermione. Y ella te quiere, por alguna razón que todavía se nos escapa —espetó con vehemencia—. Así que no tenemos derecho a decir nada en contra. Pero no queremos tener nada que ver contigo, como te puedes imaginar. Así que solo te lo advertiremos una vez: si le haces daño de cualquier manera, si nos enteramos de que sufre por tu culpa…
—Te mataremos —intervino Ron, bravucón, en voz alta. Casi escupiendo las palabras—. Si le haces daño date por muerto, Malfoy. Yo mismo te mandaré de vuelta a Azkaban de una patada…
—Chicos, por favor… —suplicó Hermione, frustrada y sofocada. Como si no pudiese concebir semejante actitud. Draco no parpadeó. Se limitó a mirarlos con sus grises ojos entrecerrados, su rostro ligeramente ladeado. Inmune a ellos y a sus amenazas. A pesar de su aspecto demacrado, todavía era capaz de mirarlos de forma soberbia e impertinente.
—¿Os dais cuenta de la sarta de gilipolleces que estáis soltando, par de Gusarajos? —articuló entre dientes—. ¿La media neurona que formáis entre los dos no os da para daros cuenta de que, si quisiera hacerle daño alguno, lo hubiera hecho hace mucho? No sé qué os pensáis que sois, pero no sois nadie para advertirme de nada, pedazos de…
—Sí, lo somos —espetó Harry, no permitiéndole añadir nada más—. Por supuesto que lo somos. Y, sí, sabemos nuestra posición. Que lleváis… tiempo con esto. Pero queremos dejarte claro que Hermione ya no está sola. Más te vale que ella esté en lo cierto y de verdad la quieras —lo señaló con un dedo. Y Draco pareció dispuesto a avanzar otra vez hacia él ante ese gesto. Con las mandíbulas tensas. Pero Hermione seguía sujetándolo.
—Chicos, es suficiente… —intervino Hermione, subiendo la voz. Muy tiesa.
—Si de verdad la tratas como ella dice que lo haces, no tendremos problemas —añadió Harry, ignorando a la chica y cuadrando los hombros—. Y, por respeto a Hermione, únicamente por ella, no vamos a estar continuamente a la defensiva contigo.
—Tú a tus asuntos, y nosotros a los nuestros —resaltó Ron, resuelto. Cruzándose de brazos—. Y, como bien ha dicho Harry, nuestra actitud será la que será por Hermione, y solo por ella. No esperes que seamos tus…
—Como digas la palabra "amigos" te borro del mapa, Weasley —desafió Draco al instante. Cuyos dedos se estaban clavando en la espalda baja de Hermione—. Ni siquiera os quiero cerca. No tengo ningún interés en tener ningún tipo de relación con vosotros. Pero vuestra propuesta me parece bien, felicidades —escupió, insolente—. Cada cual a sus asuntos. Y la cortesía justa que Granger merece de nuestra parte.
—¿Podéis —comenzó Hermione, elevando mucho la voz, con incontenible brusquedad— dejar de hablar de mí? Estoy aquí.
Los tres chicos enmudecieron. Harry frunció los labios y esbozó una mueca de disculpa; aunque seguía luciendo alterado. Ron arrastró los pies por el suelo, descendiendo los hombros ligeramente. Hermione estaba, claramente, furiosa. Y nadie en su sano juicio se atrevería a replicarle en ese estado.
Nadie excepto Malfoy, por lo visto.
Él sí la miró, y fue el único que no lució avergonzado. Más bien desconcertado.
—¿Y de qué esperas que hablemos si no es de ti? —cuestionó, mirándola con incredulidad. Ella le dedicó una arisca mirada. Casi una advertencia—. No nos estaríamos dirigiendo la palabra siquiera si no tuviéramos que hablar de ti.
Hermione resopló por la nariz con peligroso énfasis.
—Muy bien, déjame aclararlo. ¿Podríais dejar de hacerlo como si yo no estuviera presente? — esclareció, con firmeza. Irritada. Draco le dedicó una rápida elevación de cejas. Como si le concediese un punto por eso. Pero ella no había terminado—. Esto es innecesario. Todos sabemos la relación que podemos o no podemos mantener. Lo único que yo no quiero es escuchar insultos a todas horas. Sentirme incómoda en presencia de los tres, si en algún momento debemos estar en la misma habitación. Solo pido que os soportéis, como adultos. Pero no por mí, por vosotros —añadió, casi escandalizada. Los miró a los tres, pasando sus oscuros ojos de uno a otro. Con incredulidad—. ¿De verdad es necesaria esta actitud de ver quién es más ofensivo? Ya no hay nada que os enfrente. Podríais… podríais ser… —su voz se entrecortó. Bajando de tono ligeramente—. ¿De verdad no podéis…?
—No —respondió Harry, interrumpiéndola. Con tono seco. Y la pausa que siguió a ese duro monosílabo fue muy larga—. No podemos.
Los ojos de Harry y Draco se encontraron. Ninguno de los dos hizo el más mínimo movimiento.
"Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte con eso."
"—¿Asustado?
—Eso quisieras tú…."
"—¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?"
"—¡Ah, Potter! Tú has pasado el verano con ellos, ¿verdad? Dime, ¿su madre tiene al natural ese aspecto de cerdito, o es solo la foto?
—¿Y te has fijado en tu madre, Malfoy? Esa expresión que tiene, como si estuviera oliendo a mierda, ¿la tiene siempre o solo cuando estás tú cerca?"
"—Te crees muy hombre, Potter. Espera y verás. Ya te atraparé. No puedes enviar a mi padre a la prisión y…
—Eso es precisamente lo que he hecho."
"—¡No necesito varita, lo destrozaré con mis propias manos…!
—Haz algo útil, Potter. Dale recuerdos de mi parte a Weasley, y dile que me debe un frasco de pus de bubotubérculo. No está precisamente barato."
Harry accedió a ser el primero en apartar la mirada. Observando ahora a la pareja que tenía delante. A sus posiciones, todavía cerca el uno del otro. Sus cuerpos pegados. En un abrazo interrumpido. Y entonces la tensión en la mandíbula del chico desapareció.
Estaban haciendo justo lo que prometieron que no harían.
—Perdona, Hermione. Os esperamos fuera —murmuró entonces Harry. Metiendo las manos en los bolsillos. Ahora con tono sosegado—. Vamos, Ron...
Éste, en efecto, había dado un brusco respingo. Como si no se esperase eso. Contempló, con incredulidad, cómo Harry daba media vuelta, todavía con el pergamino en la mano, y abría la puerta, saliendo al pasillo. Ron arqueó las cejas en dirección a su espalda y echó un vistazo de reojo a la pareja, casi como si no quisiera que se diesen cuenta. Y, realmente, no pareció saber qué más decir.
Tras vacilar un incómodamente largo instante, terminó siguiendo a Harry. Casi a regañadientes. Con las zancadas más amplias que pudo debido a su cojera.
Dejándolos solos.
Hermione cerró los ojos. Superada por todo. Y, sin poder contenerse, se dejó caer a tientas a un lado, hasta apoyar el rostro en el pecho de Draco. Solo un momento…
Era sólido. Era real. Lo tenía a su lado. Por fin.
Y no sabía qué iba a suceder ahora. Y no quería pensarlo. Él estaba ahí. Pegado a su cuerpo. Y era más de lo que había imaginado que podría pedir.
Alzó la mirada, encontrándose con sus ojos. Él la miraba con seriedad. Analizando su expresión. Quizá queriendo ver hasta qué punto estaba afectada por lo sucedido. Hermione le dirigió una íntima y tenue sonrisa, resignada, que él no correspondió. Ocupado trazando con sus ojos su fisonomía. Deteniéndose en sus oscuros ojos la mayor parte del tiempo. En el rocío que estaba abandonando las comisuras de sus ojos otra vez.
Sus amigos se habían adelantado para darles unos segundos de intimidad. Por si tenían algo que decirse. Pero no era necesario.
Tenían una vida entera por delante para hablar.
Hermione se sorbió la nariz y se estiró para rozar su perfil con el suyo. Una rápida caricia antes de salir de allí, antes de obligarse a volver a la realidad. No había terminado. Aún había mucho por hacer, mucho por arreglar, y ambos lo sabían. Pero, posiblemente, nunca habían tenido tantas oportunidades de que todo saliese bien como ahora.
Sintió al chico rozar su sien con los labios. Abandonando allí un beso. La chica se separó y se secó la cara con las manos. Y después las movió hasta encontrar las de él. Entrelazándolas con las suyas, sin preguntarle al respecto. La izquierda, cuyos dedos se cernieron al instante alrededor de los suyos, en respuesta. La derecha, que no se inmutó ante su contacto. Su mano derecha…
Tendría tiempo de preguntarle por ella. Tendrían tiempo de arreglarlo.
Tenían tiempo…
Hermione le soltó la derecha, pero mantuvo sus dedos entrelazados con los de su izquierda. Su piel estaba tibia. Sus palmas se calentaron rápidamente.
Sin decir ni una palabra, ambos echaron a andar también en dirección a la puerta de salida. Juntos.
Dispuestos a cambiarlo todo.
¡HABEMUS REENCUENTRO! 😍
¡Draco ha sido liberado! ¡Y también Nott! 😍 Bueno, éste todavía no, pero lo será. Unos meses en Azkaban (que se dice rápido, pobrecitos míos 😔), y ya pueden rehacer sus vidas...
¿Os ha gustado? ¿Os habéis quedado con las ganas de más interacción en el primer encuentro cara a cara de Harry y Ron con Draco? ¿Más detalles del reencuentro de Draco y Hermione después de un año sin verse? ¿Sí? Pues no os preocupéis, que el epílogo nos lo dará. 😎
Os adelanto que continuará esta última escena, y habrá un par de breves saltos en el tiempo. ¡Y terminamos la historia!
Estoy muuuy nostálgica. Espero que el final os esté gustando…
¡Muchísimas gracias por leer! Comentadme si os apetece qué os ha parecido, me encanta leeros 😍
¡Un abrazo enooorme! ¡Nos leemos en el epílogo! ¡Cuidaos mucho! 😊
