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LA ÚLTIMA VEZ QUE NOS VIMOS
Capítulo 3: Los dragones yacen extintos en la Tierra.
Consideraciones:
- Violencia. Spoilers de la S5. Sentimonstruos.
- En este cap, vamos a tener que ir de futuro a pasado, así que atentos, porque está lleno de recuerdos y escenas de un pasado muy cercano.
- Futuro distópico.
- Letras en cursiva: pensamientos o recuerdos, hechos en el pasado.
- Partimos del canon que Marinette ha perdido los prodigios y que Félix es el portador de Duusu. Adrien Agreste está muerto. Y parte del mundo también. Como sabemos, hay tres sentimonstruos conocidos sobre la faz de la tierra.
- Este capítulo está ambientado en el PASADO y un poco narra, cómo empezó todo.
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Argos se puso de pie y caminó, tambaleándose, hasta el ventanal inmenso que los Agreste tenían en su piso en París.
Su primo y su esposa, la divina Ladybug, se habían mudado ahí apenas pudieron casarse. Era un piso antiguo, poco reformado, el suelo era de tarima cubierto por alfombras viejas, y crujía, como un quejido, cada vez que lo pisabas. En algunas partes del techo, habían humedades que él bien sabía, Adrien había intentado pintar, encubriéndolas. También tenían colgadas lámparas de muchas bombillas, las cuales fueron imposibles de cambiar. En vista que todo era antiguo y no se podía modernizar, los Agreste habían decidido dejarlo como estaba, amoblándolo lo más acorde al ambiente.
Es por eso, que Marinette había encontrado en una casa abandonada, un sillón de patas altas, talladas, forrada con terciopelo verde oscuro y lacrada con una pintura dorada que antes, seguro brillaba, pero que ahora tenía un tinte opaco. Decidió reacondicionarlo, tapizándolo de nuevo, y pintándolo con un sobrante de pintura de pared. Sobre el asiento del sillón, Marinette había puesto un pequeño tapiz bordado por ella misma. Félix había estado presente el día en el que ella se mudó. Ella le mostró su hogar, la alfombra que cubría el suelo desgastado, las lámparas feas que no pudieron cambiar, las paredes empapeladas, el gran ventanal. Y el tapiz. Marinette le sonrió y le mostró cómo quedaba sobre el sillón.
- Es hermoso, Marinette. - susurró él, tan sólo para que ella lo oyera.
Ella se ruborizó.
La divina Ladybug siempre lo hacía cada vez que él se le acercaba.
Para ella, ese azoramiento se debía a que prácticamente él y Adrien eran dos copias iguales de una misma persona. Como tener dos juguetes repetidos, o dos cromos idénticos en un mismo sobre de figuritas. Pero sólo el físico lo compartían. Porque Félix poseía una voz algo grave y profunda si hablaba pausado, y demandante y fiera, si hablaba rápido. Nada parecido a la voz dulce y un poco aguda de Adrien. Y el olor, en el olor también eran distintos. Adrien olía a naranjas y queso. Félix, a roble, recordándole que todo él le recordaba a un bosque lleno de árboles y flores. Quizá era por el perfume que ambos usaban, pero ella no lo tenía claro.
Y por supuesto, la personalidad.
La forma de ser, diametralmente opuesta.
Algunas veces, Marinette bajaba la cabeza al suelo cuando ambos hablaban entre sí. Cerraba los ojos y jugaba a tratar de identificarlos. Ya sea por su olor, o por su voz, o por cómo respondían preguntas entre ellos.
- "¿Qué harías tú, entonces?" - preguntaba uno.
- "Explicaciones. Por dios, pediría explicaciones. Sólo sabiendo el verdadero motivo, encontraremos una solución." -
- " ¿Se lo preguntarías?" -
- "Por supuesto que no, si buscas respuestas exactas, las preguntas deber ser inexactas. La gente miente, y te miente en la cara. No puedes pretender obtener la verdad mirándole a los ojos, sino que debes dejar que miren hacia otro lado, o que simplemente no miren y así se distraen, y sin quererlo, te dirán la verdad, porque sostener una mentira cuesta, mientras que la verdad cae por su propio peso. "-
Félix, pensaba Marinette, ése es Félix. Y reía, al saber que, para ella, esas dos personas eran tan distintas entre sí. Y los reconocía y distinguía así de fácil. Bastaba una palabra. Una sonrisa. Algún gesto con las manos. Una palabra susurrada. O un lamento.
Cuando era más joven ese juego no le gustaba.
Pero Félix había jugado tanto a hacerse pasar por Adrien, que a Marinette no le quedó más remedio que aprender a diferenciarlos así, con los ojos cerrados y el corazón abierto.
Por eso se sonrojaba, porque cada vez que Félix le decía "buenos días, Marinette", "tan hermosa como siempre", "¡que suerte tiene Adrien" y todos esos halagos, ella sabía que todo eso lo decía de verdad. Porque sostener una mentira cuesta, y él parecía tan ligero cuando le hablaba que no podía mentir. Eso ella lo sabía. Sabía que Félix era sincero.
Pero lejano.
Y ahora Argos, caminaba en mitad de la noche, a través del salón de los Agreste, haciendo crujir el viejo suelo, dejando que las humedades persistieran ahí, que el tapiz del sillón siguiera ahí, mientras avanzaba lentamente hasta el ventanal.
Le dolía todo el cuerpo.
Argos mantenía malamente su trasformación, porque aún no sabía si debía bajar la guardia.
Llevaba un rato ahí, escuchando y tratando de reunir fuerzas para hablar con la heroína designada para salvar al mundo.
Pero la heroína yacía en otra habitación, con su esposo, sumergida en una conversación que él no atinaba a oír, pero que no parecía nada amigable. Escuchaba discusiones y algún grito, algún objeto que había caído al suelo. Nada raro en una pareja, pensó él. Y no intervino. Eran Ladybug y Chat Noir, después de todo. Si Marinette no mataba a su esposo, no lo iba a hacer él, por supuesto. Así que la sintió segura y buscó un sitio donde descansar. Los dejó hablando a puerta cerrada, en tanto él, aún con restos de sangre y cubierto de tierra y hollín, se sentaba a esperarlos en el sillón viejo que Marinette reacondicionó.
No tenía prisa.
Sólo unas ganas inmensas de hablar.
Horas antes, el fin del mundo había empezado.
Lo supo de inmediato, cuando en el cielo de Londres ella apareció. Era tal como Ladybug había pronosticado su regreso.
- La nueva Monarca, volverá por tí. - le dijo Ladybug hace un tiempo. - Y por mí. Y por todos. -
Ordenó (o pidió) a Kyoko que fuera con él. Marinette le entregó a su mejor amiga, Kagami Tsurugi, el prodigio del dragón, recuperado hace un tiempo. Y con él, y con Félix, Kagami fue a Londres a esperar el desenlace.
"Marinette los había convocado a una reunión, unos días después que el mundo empezara a sufrir una serie de ataques en cada ciudad donde residían portadores. No había mucha destrucción, pero sí enfrentamientos mágicos entre los portadores y el villano de turno.
El nuevo villano en realidad, no era nuevo.
Era alguien tan conocido por todos.
Lila Rossi.
- No atacará París. No, nuevamente.- explicó Ladybug, hace unos meses. - Félix y Kagami deberían ir a Londres y residir permanentemente ahí, hasta que el tiempo llegue. Porque llegará. Ella nos destruirá desde la periferia. Lo sé porque intentará hacer una estrategia distinta a la de Gabriel Agreste, el destructor de kwamis. -
Cada vez que hablaban de Gabriel Agreste, Félix sonreía con sarcasmo. Adrien se retorcía como si alguien le hubiera pellizcado el brazo. Pero Ladybug era inclemente, y cada vez que hablaba del padre de su esposo, le encantaba usar su apodo: "el destructor de kwamis". Gabriel Agreste, el que los fundió y los hizo polvo, y el que los manipuló hasta hacerlos leyenda y no realidad. Y esa reunión, no fue una excepción, el hijo de Gabriel lucía incómodo.
- ¿Cómo estás tan segura?... - intervino Adrien, lanzándole una mirada poco amigable a su esposa. Ella le devolvió la misma mirada, como reprendiendo su interrupción. - ...cariño.-
Félix quiso reír en ese momento.
Ellos dos, Marinette y Adrien, habían sido tan felices, pero ya no lo parecían tanto.
- El amor en medio de un apocalipsis mágico. - pensaba Félix al verlos pelear con la mirada. - ¡que inoportuno!. -
Kagami los observaba también, preocupada, pero su mirada se relajó completamente al ver quién la iba a acompañar a Londres. Y decidió que no se sentiría sola, porque al lado de él no iba a estar sola, nunca.
Félix le devolvió la mirada, sonriendo ya de manera sincera, le guiñó un ojo y le extendió la mano, para atraerla hacia él.
- Lo que Ladybug ordene, Argos y Ryuko-san cumplirán. -
Kagami emanaba una calidez intrínseca, como de verdad un dragón durmiera en su interior. Félix supo que nunca que nunca pasaría frío a su lado. Ella le sonrió, y ambos partieron, a su destino. Dejaron a los dos grandes portadores en su paraíso parisiense, aunque ya no lo fuera tanto.
Eso no les importó. Aunque el infierno estuviese dentro de Paris, dentro de la habitación de los Agreste. Porque Ladybug siempre tenía una solución para todo, y ellos confiaban en la heroína del mundo.
Ojalá no hubieran confiado tanto.
Esa reunión fue casi una despedida entre los cuatro."
Kagami y él volvieron a Londres donde debían fingir una vida normal hasta que el inicio del fin ocurriera. Porque iba a ocurrir, efectivamente tarde o temprano. Era imposible detener al monstruo blanco y gris en el que se había convertido Lila Rossi, la nueva Monarca.
Era imposible detener el desenlace, eso lo sabían todos.
Ocasionalmente, Félix volvía a París para hablar con Marinette, para informarle cómo el mundo iba cayendo, mientras no se podía hacer nada por el resto.
Hasta ese día.
Hasta esa noche.
Ahora Argos estaba en París, en mitad de la noche, medio muerto, medio vivo, esperando a que Ladybug terminara de discutir con su esposo, esperando por ella. Dándole tiempo, regalándole el último segundo de una vida que una vez dichas sus noticias, ya no iba a tener.
Porque la vida, como la conocían, iba a acabar ahí mismo.
Y ya no importaría la tarima gimiente, las humedades en el techo, ni importaría el amor que él veía retratado en la foto de bodas de Marinette y Adrien.
Todo había muerto.
Aunque los niños aún jugaran en la calle, aún cuando los coches todavía circulaban en las carreteras, incluso sabiendo que al día siguiente la gente debía ir a trabajar. Félix sabía que ya todo había acabado. Que más le daba unos segundos.
Cansado, lastimado y con una tristeza profunda en el pecho, Argos apoyó la frente y las manos sobre el frío cristal del ventanal. Apretó los ojos, veía borroso quizá porque lloraría en cualquier momento. Descubrió que manchaba el cristal con los restos de la sangre que tenía en sus dedos.
- Kyoko. - murmuró, apretándosele el pecho al recordar su muerte.
Lila Rossi, la había asesinado.
Ahí, en Londres enfrente a sus ojos.
Llego tarde él, eso sí. Se habían confiado mucho, por supuesto. Y la nueva Monarca los pilló de imprevisto, cebándose con el dragón rojo y negro hasta que el pavo real apareció.
La nueva Monarca no salió ilesa. Dudaba Félix, que Lila muriera, pero la había dañado tanto que era probable un largo descanso antes que ella atacara de nuevo.
Al menos, había logrado eso.
Un larga pelea, cruel y dolorosa, tan sólo para tener agonizando a Kagami en sus brazos, mientras Lila Rossi huía media destrozada, del campo de batalla.
"- Félix. - le pidió Kagami Tsurugi al verlo llegar, trasformado en Argos. Félix la vio en el suelo, destrozada y a pesar de yacer en medio de un charco de sangre, él la recogió de ahí y la abrazó, fuertemente contra sí. - Por favor. - le suplicó ella en voz muy bajita, le temblaban los labios y todo el cuerpo.
Félix negó con la cabeza al entender lo que pedía.
Pero ella insistió.
- Si signifiqué algo para ti, en todo este tiempo, yo te lo ruego- gimió ella con un hilo de voz, atragantándose con su propio aliento. - Frunce los dedos. Déjame partir. -.
Él no iba a hacer eso, no podía. Debía haber otro opción, curarla en algún sitio.
- Por favor. - masculló Kyoko, sin voz. - Este es el fin. -
Y lo era de verdad. Él y ella lo sabían, ambos lo sabían. Conocían los riesgos, conocían lo frágil de su existencia. Sabían lo que eran, por cómo vivían, por cómo debían amar. Sueños de carne y de hueso, con alma, originados de un deseo y de una pluma, y de un anillo y de un broche. Y deshechos por el destino, y por el amor.
Pero el amor era tan inoportuno, se recordó Félix, con Kagami entre sus brazos.
Félix agotado y doblegado ante el cuerpo roto del último dragón, le dejó un beso en la frente, la miró a los ojos y juntó lentamente su pulgar con su índice, las de la mano derecha.
- Realmente te quise, Kagami Tsurugi, quiero que lo sepas, de verdad. - le dijo mirándole a los ojos.
Ella asintió.
Siempre lo había sabido.
No estaba mal, irse así, amada y rota. Kagami vio el atardecer en el cielo de Londres y descubrió que había tenido una vida buena, a pesar de todo. Deslizó su mirada hacia el hombre que la abrazaba y así, Kagami Tsurugi recordó que Félix Fathom poseía unos hermosos ojos verdes, un dorado pelo rubio, con una piel tan blanca. ¡Cuánto lo había querido! Iba a decírselo de nuevo, pero ya no tenía fuerzas. Así que le sonrió, con una sonrisa amplia y sincera en tanto él apretaba sus dedos y los frotaba, dejandola libre por fin.
- Kagami Tsurugi. - susurró Félix Fathom. - Yo te libero de tu existencia. -
Eso fue todo.
Y entre sus brazos, Félix se quedó vacío y lleno de recuerdos. Roto por dentro, pero entero por fuera.
Recogió el anillo de Kagami donde residía su kwami y se puso de pie.
Su largo abrigo morado se batía al viento, sus botas le pedían saltar. Sus guantes le apretaban los dedos, suplicando golpear. Su corazón sólo quería encogerse y llorar.
Pero...no tenía a nadie a quien enterrar. Miró a todos lados para descubrir que de su querido Kyoko, no había nada que enterrar. No habría sepultura para ellos, para los nacidos de sueños, porque al final ellos se desvanecían en el aire.
Porque eso eran ellos, eran deseos.
Ella era un sueño.
Un deseo hecho realidad.
Un sueño hecho carne que ahora yacía evaporado en los recuerdos, en el pasado. Y eso era todo lo que ellos iban a tener.
La risa macabra de Lila Rossi le interrumpió el duelo y Argos decidió que le arrancaría la piel, que la mataría lentamente, que le haría pagar. Su corazón dejó el dolor y el amor aparcados y se lanzó hacia adelante, con el látigo en la cintura y el abanico en la otra, dispuesto a callarle el hocico a ese monstruo enfrente suyo."
- Marinette - susurró Argos, ya cansado.
Como si él la hubiese llamado, Marinette abrió la puerta de su habitación, dejando a su esposo dentro, y se acercó despacio hasta el salón donde estaba el sillón y el ventanal. Vio una sombra oscura y morada cerca al exterior, apoyado contra el cristal.
Un terrible presentimiento se apoderó de su cuerpo.
Argos giró lentamente, cuando la sintió entrar en el salón.
Esa noche, Marinette tenía puesto un camisón para dormir y se limpiaba los ojos con el dorso de la manos. Los cabellos revueltos, los labios fruncidos. Argos la vio envejecida y cansada. Y descubrió por experiencia propia, que ella también tenía el corazón roto.
Quizá por otros motivos, pero estaba tan rota como él.
Sin embargo, no podía tener piedad, ya había esperado demasiado.
- Divina Ladybug. - dijo Argos, aclarándose la garganta, en un último resquicio de valor. Se irguió lo más que pudo, compuso su turbio rostro, la miró fijamente. - Londres ha caído. La nueva Monarca se ha alzado contra el mundo, contra tí. -
Marinette abrió los ojos ampliamente, con terror. Se acercó veloz hacia él, agitando el camisón de mangas largas. A pesar de la rapidez, Argos pudo verle sus piernas delicadas y sus finos dedos, así como su rostro bello, compungido. La heroína era tan hermosa, que algunas veces él debía recordarse dónde estaba y qué estaba pasando. Así como ahora, que el anillo de Kagami le ardía entre los dedos.
Marinette se apoyó en su pecho, mientras que le clavaba la mirada azul sobre sus escleras negras con tonalidades púrpuras.
- Argos. - gimió ella.
Él la miró con dolor. Lentamente, le mostró el anillo de Kagami, lo único que quedó de ella. Dejó que Marinette lo cogiera y lo contemplara, con asombro, para luego ella romper a llorar en silencio. Marinette por unos instantes, dejó caer su cuerpo sobre el de Argos y él la abrazó aún sabiendo que la mancharía de tierra y sangre y de lágrimas. El abrazo duró unos largos segundos, donde él sintió sus gemidos y su calor, un calor asfixiante, para nada comparado con el que emitía Kyoko. Marinette ardía, como si lo quisiera hacer arder a él con ella. Le dolía estar así con ella. Con la esposa de su primo. Pero necesitaba tanto consuelo. Había perdido a Londres y a Kyoko. Así que él bajó su rostro y se apoyó en su cuello, consolándose con el tierno olor a rosas que despedía la Guardiana.
Ahí, abrazados, a Félix se le olvidó el dolor por unos instantes, sosegándose. De repente, la angustia por el apocalipsis inminente ya no apretaba el pecho.
Si el fin del mundo era ése, ¡qué bueno era!, después de todo.
Deslizó un brazo por la cintura de ella, y otro sobre sus delicados hombros. Le pareció que el camisón era algo grueso, aunque pudo detectar cada curva y prominencia, asi como sus estrechas caderas, su robusto trasero y su largo cabello negro. Restregó su nariz en su piel, y la estrujó aún más fuerte entre sus brazos.
El camisón y el traje del héroe morado parecía no existir entre ambos.
- Argos- le preguntó Marinette, acariciando su cabello verde oscuro. - ¿Qué ha pasado? -
En ese instante, él deshizo su trasformación emitiendo un pequeño destello que a ella le deslumbró por lo cerca que estaban, pero no lo soltó. De repente, ella vio que sus dedos estaban enterrados en una cabellera rubia como la miel, con el olor a roble, a bosque y a sangre a milímetros de ella. Y escuchó su voz, grave y pastosa. Marinette cerró sus ojos y reconoció en el fondo de su corazón, que el hombre entre sus brazos no era Adrien sino Félix, su primo.
Félix, Félix, Félix.
- Lila Rossi ha ganado esta vez. - le explicó él, y su voz se oyó dura y contenida. Le clavó su mirada esmeralda, llena de desesperación y dolor. - Y los dragones yacen extintos en la Tierra. -
Y Marinette, entendiendo absolutamente todo, volvió a llorar, gimiendo incontenible.
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Resumen del capitulo: Ambientado en el pasado. Una de las primeras excursiones de Lila Rossi, conlleva a la muerte de Kagami Tsurugi. Por supuesto que ella y Felix han tenido algo, pero hay también algo para Marinette. O de eso trata la historia. Recuerden que los párrafos en cursiva y encerrados entre comillas son recuerdos de un pasado relativamente reciente. El adrinette es real, pero ...pero...no va bien. Y el feligami ha sido real pero interrumpido por la muerte.
El amor.
Que inoportuno.
Muchas gracias por leer.
En serio, tenedle fe a este fic. Felix chasqueará los dedos más veces, no lo dudeis.
Gracias , de nuevo.
Con esto y un bizcocho.
Lordthunder1000 se despide.
