Este fanfiction es del tipo Yaoi, lo que significa que se describen escenas de amor, romance, sexo y violación entre hombres. Si el tema no es de tu agrado, te pido cordialmente que te retires. Estás avisado, no acepto reclamos.
"Ángeles Guardianes"
by Emiko Mihara
Capitulo uno – "Matías y Alejo"
MATÍAS
Su nombre significa 'regalo de Dios'.
Su apariencia física es muy similar a la de Ryuji Otogi, con algunas diferencias: tiene el pelo más largo y lo usa siempre suelto; su piel es más oscura y sus ojos son verde pardo. Como arcángel que es, fue el segundo creado por Jehová, justo después de Gabriel, que es algo así como su hermano mayor. La "cruz" de Matías a sido ser comparado con él, siempre recibiendo consejos o reclamos de "¿Porque no sos más como tu hermano?". Esperó pacientemente durante siglos hasta el nacimiento de su protegido. A diferencia de Ryuji, Matías no tiene miedo de demostrar afecto por los demás y si bien a veces puede ser un poco vanidoso, también es muy alegre y comprensivo si se lo propone.
ALEJO
Su nombre significa 'quien protege y defiende'.
Su apariencia física es muy similar a la de un niño de nombre Leonhart von Schroider, y como tal y a diferencia de otros ángeles, es muy bajito de estatura. Su pelo es bastante largo, de un tono carmín rojizo y sus ojos son verde mar, muy claros. Fue creado especialmente por Jehová, hace casi cien años mortales. Vigiló almas humanas en el cuarto de Gaff durante casi toda su existencia, esperando el nacimiento de su protegido. Alejo es de personalidad muy tímida e introvertida y esto se debe principalmente a que no tuvo mucho contacto con el resto de los ángeles cuando estaba en el Edén. Es muy correcto al hablar y no es de lo que demuestran fácilmente su estado de animo. Por ser uno de los pocos ángeles niño (así los llaman en el Edén) su existencia es mucho más frágil que la de los demás ángeles.
- Seto... Seto... – lo llamaba una voz lejana, muy dulce – Levántate ya... Vas a llegar tarde al instituto. – le advirtió.
- Todavía... hay... tiempo... – farfulló aún medio dormido el CEO. Se giró entre las sábanas y se tapó parte de la cabeza con la almohada.
- Ufff... – suspiró la débil sombra junto a la cama, cruzándose de brazos. Caminó en medio de la oscura habitación hasta el gran ventanal y corrió las cortinas, dejando entrar la luz del sol, que llegó de inmediato hasta el rostro del morocho en la cama.
- Mmhh... Nyuuuu... – se quejó Seto por el molesto resplandor – Déjame dormir un ratito más, Matías. – agregó, levantando su mirada azul hacia una sombra frente a él.
Justo en medio de las cortinas de terciopelo azul, enfrente del alto ventanal, se erguía una figura suave y delgada. El joven era alto y sobre su cabeza flotaba un halo de oro. Traía su cabello negro muy profundo desatado, cayendo sobre su espalda, de donde salía un majestuoso par de alas blancas. Su piel era levemente morena y sus ojos verdes estaban rodeados de negro, volviéndolos aún más profundos de lo que realmente eran. Vestía una túnica color blanco, abierta en el pecho, con un largo listón dorado en la cintura y en sus pies traía una sandalias de cuero blanco cuyos cordones se enredaban por sus piernas hasta las rodillas.
- Es tarde. – se escudó Matías caminando hasta la cama, sentándose junto al CEO.
- Mentira... Recién amanece. – le discutió Seto, tapándose la cara con los brazos. Matías se inclinó sobre él y quitando los brazos del morocho para que lo mirara, le sonrió.
- Tenes que darle un buen ejemplo a Moki. – dijo el ángel a su guardado, que gruño apenas.
- Tramposo. – se quejó el CEO, sentándose en la cama – Listo. Ya estoy despierto. -
- Me alegro por vos, pero todavía tenes que vestirte. – dijo con una sonrisa divertida. Era la misma historia todas las mañanas. Ese morocho ojiazul era difícil de despertar.
- Ya-lo-sé. – respondió el CEO, remarcando cada silaba.
Seto salió de la cama y camino hasta su armario para agarrar el uniforme del instituto. Tomó la remera negra, el pantalón y el saco azul, sus zapatos negros preferidos junto con un boxer y medias del mismo color y los llevó hasta el baño, en donde comenzó a desabrocharse el saco del pijama frente al espejo. Miró por sobre su hombro distraídamente justo cuando Matías comenzaba a asomarse por la puerta.
- ¿Porqué seguís acá? – medio contuvo el grito el morocho, cerrándose el saco de un manotón, poniéndose muy colorado.
- Oh vamos... Estoy contigo desde que naciste... No tienes nada que ya no haya visto. – aclaró el ángel, pero con eso no tranquilizó al morocho.
- ¡FUERA! – gritó y le cerró la puerta en la cara.
- Sos muy vergonzoso¿sabias? – escuchó Seto la voz de Matías desde afuera del baño – Eso te va a hacer tener problemas cuando quieras encontrar una pareja. -
- Cállate. Ese es mi problema. – respondió en tono frío, abriendo la ducha, metiéndose a bañar.
Mientras el CEO tomaba su baño de todas las mañanas, Matías decidió ir a ver como estaba Mokuba y de paso, saludaba a Alejo, el ángel guardián del chibi.
Se deslizó por la puerta, y atravesó el pasillo flotando unos centímetros por sobre el piso. Al final, y antes de las escaleras a la planta baja, estaba la puerta de la habitación de Mokuba, cerrada, obviamente, pero eso no le impidió el paso al ángel, que la atravesó como un espíritu incorpóreo.
El pelinegro de trece años estaba dormido todavía, aún cuando las cortinas de las ventanas estaban abiertas, dejando entrar la luz. Junto a una de ellas, sentado en el aire con los ojos verde agua perdidos en la nada, estaba Alejo. Al contrario de Matías, este ángel estaba pálido y apenas visible, casi como un fantasma.
- Buen día, Alejo. – lo saludó Matías acercándosele.
- ¿Eh? Ah... Buen día. – saludo por lo bajo, mirando al otro ángel solo por un segundo antes de volver a perder la mirada.
Matías suspiró con melancolía. Era en verdad triste que Mokuba ya no pudiera ver a Alejo. Como no era su ángel, Seto tampoco podía verlo y aún cuando quería, Matías no podía decirle nada acerca de la existencia del ángel guardián de su otouto, por que estaría rompiendo las reglas.
- ¿Aún no, Alejo? – le preguntó como todas las mañanas y él levantó la mirada.
- No... – murmuró – Pero... – agregó y Matías pudo ver una tenue sonrisa – Creo que empieza a oírme. – dijo en tono inseguro.
- ¿De verdad lo crees? – se apresuró a preguntar el otro, notablemente emocionado.
- Si... Bueno... Le hablo mientras duerme... – confesó Alejo – Le digo mi nombre y que siempre lo estoy cuidando y... las últimas semanas... Él... me responde. -
- ¿Cómo¿Qué te dice? – preguntó Matías con una enorme cara de felicidad.
- Él... repite mi nombre y... me da las gracias. -
Matías no pudo dejar pasar esto y se le escapó un grito de emoción.
- ¡Son noticias geniales, Alejo! –
- ¿De verdad crees eso? – dijo en tono somnoliento, pero con sus ojos mar levemente brillantes.
- ¡Claro que sí¿Y sabes porqué puede oírte? – le preguntó y el ojiagua negó con la cabeza - ¡Por que no te diste por vencido¡Felicidades Alejo! -
- Gracias Matías... creo... -
- Intenta despertarlo. – lo animó y con un flotar vacilante, Alejo se acercó a la cama – Al oído. Murmúrale al oído. – le dijo.
Alejo tragó en seco y se acercó al rostro de Mokuba. Tomó aire (aunque no lo necesitaba) y susurró:
- Mokuba... Tenes que despertarte. - era el primer esfuerzo y el chibi no reaccionó.
- De nuevo. Inténtalo de nuevo. – lo alentó Matías y así lo hizo Alejo.
- Tenes que despertarte, Mokuba... – murmuró sin respuesta. Por fin y arriesgándose, el ángel agregó – Despertate Mokuba. Soy yo, Alejo... -
Como si su nombre fuera magia, Alejo vio que el moreno abría sus ojos, se desperezaba y se sentaba en la cama, bostezando cansado mientras se refregaba los ojos con los puños.
- ¿ Alejo? – lo llamó dudoso el chibi, mirando para todos lados.
- Estoy acá. – lo guió el ángel y Mokuba, siguiendo la voz, miró delante de él - ¿No... me ves? – preguntó dudoso.
- Yo... Vos... ¿Estás ahí¿De verdad? -
- Sí... ¿Me ves? -
- No... Yo no... Creí que eras un sueño pero... – el chico tanteó el aire frente a él y en una de esas, rozó con la punta de los dedos el rostro de Alejo. Se quedó quieto - Estas ahí¿no? – preguntó enseguida – Veo una luz nada más... ¿Estas ahí? – repitió.
- Estoy acá. – lo tranquilizó el ángel – Siempre estoy acá. – le confesó.
- ¿Siempre? – repitió Mokuba.
- Si... Aunque no me vieras ni me oyeras, siempre estuve a tu lado. – lo tranquilizó.
- Vos... Vos estabas cuando... – dijo despacio - ¿Cuándo mamá y papá...? -
Alejo suspiró. Recordaba, igual que Matías, todo el dolor por el que habían pasado los hermanos Kaiba, porque ellos también lo habían sentido.
- Sí... – murmuró – Estaba... a tu lado cuando... – murmuró lento. Matías sabía lo que le había costado decirlo por que en su momento, Seto le había preguntado lo mismo...
El cielo estaba muy gris y no dejaba de llorar desde la noche anterior. En un gran campo oscuro, bajo un gran árbol muerto, un pequeño grupo de personas con varios paraguas, estaban reunidas alrededor de dos féretros de madera oscura. En frente de todo, dos niños: el mayor, de unos nueve años, tenía el pelo castaño totalmente empapado por la lluvia y tomaba fuertemente de la mano a un pequeño de cabello negro, de no más de seis años. Detrás de ellos, dos figuras angelicales, rodeadas de una luz lúgubre. Lloraban, igual que los chicos, con lágrimas invisibles. Lágrimas que no se ven, pero se sienten, en el corazón... Y que duelen mil veces más.
El sacerdote empezó a leer un pasaje bíblico mientras los cajones eran bajados lentamente a los pozos excavados en la oscura tierra. Una vez en el fondo, dos hombres comenzaron a arrojar tierra sobre ellos y la poca gente que estaba allí, comenzó a irse.
- ¿Eres Seto? – preguntó un hombre de negro al chico castaño, que asintió - ¿Puedo hablar contigo un minuto? -
- Aa... – murmuró y mirando al chibi de pelo negro agregó despacio – Espera aquí, Moki. – y siguió al hombre de negro unos metros más allá del árbol, no muy lejos ara no perder de vista al más chico. Matías lo siguió flotando lentamente, mirando por sobre su hombro a su compañero Alejo, que se quedó junto al otro chibi.
- Mokuba... – murmuró Alejo en su oído - ¿Estás bien? -
Estaba junto a él, levemente inclinado para poder verlo a los ojos. La mirada marrón de Mokuba estaba perdida en donde unos segundos antes estaban los cajones en donde descansaban los cuerpos de sus padres y parecía no oír al ángel.
- ¿Mokuba? – lo volvió a llamar Alejo, pero el chibi siguió sin mirarlo.
- Andate. – murmuró el pelinegro despacio. Giró su rostro para encontrarse con el de Alejo y mirándolo con los ojos nublados, pero aún así con una expresión furiosa, repitió - ¡Andate¡No quiero verte más¡ANDATE! – terminó gritándole.
Alejo no respondió con palabras. Solo le sonrió de manera triste y se disipó en el aire frente a los ojos de Mokuba, que no volvió a verlo desde entonces...
- Yo... Me acuerdo. – dijo Mokuba despacio y alertó a los ángeles, por no decir que los asustó – Me acuerdo... de vos. -
Matías sonrió. Él había deseado no verlo más, así que si Mokuba demostraba que quería ver de nuevo a Alejo, lo vería. Era tan simple como eso.
- Vos... Tenes los ojos verdes¿no? – preguntó rápido Mokuba – ¡Tenes los ojos verdes! Solo que... claros... Son... como el mar... Son... como los de... mamá... – y casi al mismo tiempo que sus ojitos marrones se nublaban de lágrimas, vio unos ojos verde agua en medio de la luz.
- ¿Es todo lo que recuerdas de mí? – le preguntó Alejo, un poco nervioso. Había esperado demasiado tiempo por esto.
- No... Tu pelo es castaño... no... escarlata¿verdad? – comenzó el chibi refregándose los ojos para ver – Tenes el pelo largo y... y... vestís como el cielo... – continuó.
Con cada palabra, no solo la imagen en su memoria cobraba fuerza, sino también, la figura de Alejo, frente a él. Primero fue una pálida claridad, con unos enormes ojos verde agua. Luego, mechones de pelo carmesí, se deslizaron a los lados de un rostro claro, cayendo sin tocar la tela de una túnica celeste. Justo detrás de él, ofreciendo un poco de sombra sobre ambos, un par de alas blancas, cerradas tímidamente.
- ¿Mo—Mokuba? – lo llamó el ángel en tono casi susurrante, al ver que el chibi lloraba.
- Te... – tragó con dificultad y estiró una mano hasta el rostro de Alejo, acariciándolo despacio – Te veo... -
Alejo no lo resistió y abrazó a Mokuba enseguida, tapándolos casi por completo con sus alas.
- ¡Te veo¡Te veo, Alejo! – decía Mokuba devolviéndole el abrazo.
Matías no podría estar sonriendo más de lo que ya lo hacía. Por fin decidió dejarlos solos. Era un momento especial y no quería interrumpir indeseadamente.
- Me alegro que por fin estén bien... – murmuró mientras entraba a la habitación de Seto sin siquiera tocar a la puerta (no que pudiera, pero...)
Se sentó en la cama, justo frente a la puerta del baño, que seguía cerrada. Empezó a tararear aburrido, hasta que la puerta se abrió, mostrando a Seto en bata abierta, con la ropa abajo del brazo.
- ¡MATIAS! – gritó el CEO al ver al ángel y se cerró la bata de seda azul de un manotón, tirando la ropa al suelo.
- ¿Sí, mi protegido? – le respondió el ángel de manera burlona, como si no se diera cuenta de lo vergonzoso de la situación - ¿Deseas algo? – preguntó.
- Deseo que te vayas... ¡AHORA! – le gritó Seto.
- No. – dijo con una sonrisita burlona, mientras se acercaba al CEO.
- ¿Qu—é hace—s... Matías? – preguntó Seto que más rojo de cómo estaba, no podía estar.
Matías estaba a solo un palmo de Seto, cuyo corazón latía lo más rápido que era posible, si no era que más. El ángel estiró la mano y justo antes de tocar el rostro de Seto...
- ¡NII-SAN! – entró Mokuba a la habitación corriendo. Traía un bate de baseball en la mano, bien en alto y comenzó a repartir golpes para todos lados, con los ojos cerrados.
- Etooo... ¿Mokuba¿Qué haces? – preguntó Seto acercándose al chibi, que enseguida se quedó quieto y lo miró.
- Eso quisiera saber. Nii-san¿por qué gritaste? – preguntó sin anestesia.
- ¿Eh¿Yo? Yo no grite... – mintió el CEO, sonrojándose.
- Claro que sí, yo te escuche y también Ale—j... – pero el pelinegro se tapó la boca al darse cuenta de que había metido la pata.
- ¿También? – preguntó Seto, que trataba de concentrarse aún cuando oía a Matías morirse de la risa.
- No, nada... – dudo Moki, bajando la mirada - ¿Estas bien, entonces? – preguntó a su queridísimo hermano.
- Aa... No pasó nada. -
- Bien... Entonces¿Porque gritaste? – insistió y Seto lo miro como para matarlo.
- No grite. -
- Pero yo te oí. – aseguró el chibi.
- Pues me oíste mal. Ahora anda a bañarte y baja a desayunar. – ordenó el mayor con cara de cansancio y lo medio empujo afuera de la pieza.
- ¿Seguro est—a? – intentó volver a preguntar Moki, pero la mirada de su hermano le hizo cambiar de idea – Te veo abajo. – dijo y Seto cerró la puerta.
- Que bueno que te diste cuanta a tiempo... – murmuró Alejo al chibi mientras lo acompañaba a su pieza.
- Sí... casi se me escapa... – asintió el pelinegro con unas gotitas en la nuca.
Adentro de la pieza de Seto, solo se oían las risas de Matías.
- ¡Ya¿Quieres callarte? – le dijo el morocho cansado, mientras se abrochaba el saco del uniforme.
- No entiendo por que te enojas tanto... – respondió Matías entre hipos de risa.
- ¿Cómo quieres que no me enoje? – medio gritó para luego bajar la mirada al piso - ¿O acaso... quieres marcharte de nuevo...? - murmuró el CEO despacio, casi susurrando.
Matías dejó de reírse. Con eso no se jugaba...
Era la noche del cumpleaños catorce de Seto. Mokuba ya se había ido a dormir y Seto miraba las estrellas desde la terraza de la mansión, en compañía de Matías.
- Es una hermosa vista. – dijo el CEO con total confianza.
Las cosas que podía llegar a decir en presencia de su ángel ni siquiera se las llegaba a decir a su otouto. Con Matías, Seto no tenía necesidad de mentir o fingir fortaleza. El ángel conocía todos sus pensamientos, sueños y temores, por eso siempre se sintió seguro desde la primera vez que lo vio, pocos días después de que sus padres fallecieran.
- ¿Sabes que cada estrella es un alma en paz? – murmuró el ángel llamando la atención de Seto, que se giró sobre el barandal para mirarlo.
- ¿Ne?... Entonces... ¿Mis padres son estrellas? – preguntó.
Matías bajó su mirada del cielo y la posó en los ojos azules del CEO, que no estaba a más de cinco pasos de él. Se acercó con cuidado y le respondió que sí en un murmullo.
- ¿Sabes cuales son? -
- Si no me equivoco... Y no lo creo... – se rió un poco – Son aquellas de allá. – y levantó un brazo señalando un conjunto de estrellas.
- ¿Cuáles...? -
Matías se colocó detrás de Seto, con su pecho en la espalda del morocho. Puso su brazo derecho sobre el hombro del ojiazul y le hizo levantar la mirada hacia donde señalaba.
- ¿Ves esas dos estrellas brillantes que están casi juntas? – le susurró al oído.
Seto asintió despacio y se quedó unos minutos mirando, sin ver nada en realidad. Más bien sintiendo la cercanía del ángel.
- Ma... Matías... – murmuró Seto algo sonrojado, quitando el brazo del ángel de su hombro, dando unos pasos adelante. Tenía miedo de que el pelinegro hubiera escuchado lo que había pasado por su cabeza en esos últimos minutos.
- ¿Seto? -
Matías se acercó hasta estar frente al CEO y tomándolo del mentón le hizo levantar la mirada para que lo viera, porque en ese momento, él era más alto que el morocho. Se mantuvo unos segundos mirándolo a los ojos y sin darse cuenta de lo que hacía, justo después de que Seto cerrara los ojos, se acercó lo suficiente a él como para que sus labios se unieran. Gran error. Cuando el CEO volvió a mirar, Matías ya no estaba.
- ¿Matías? – lo llamó, pero no había nadie más allí además de él...
Matías había hablado con Jehová por mas de una hora en el Edén. Esa hora, allí, había sido una semana entera en la tierra. Una semana en la que Seto pasó por la más absoluta depresión, sin dejar de echarse la culpa por lo que fuera lo que le había pasado a su ángel.
- Me equivoque¿si? – dijo Matías mirando a lo alto del cuarto desde donde Jehová lo miraba.
- ¿Solo eso? -
- Esta bien. ¡Metí la pata hasta la cintura! – se corrigió el ángel pelinegro.
- ¿Solo eso? -
- ¡HASTA EL CUELLO! – gritó Matías, bajando la mirada después, apretando los puños.
El silencio lo rodeó por completo y temió lo peor. Era un ángel y como tal, era perfecto en todo sentido. No podía equivocarse. No tenía ese derecho del que solo los humanos disponían... No podía sentir lo mismo que ellos... No podía.
- Matías... – lo llamó Jehová y el ángel lo miró – Sabes muy bien cual es tu misión... Tenes que cuidar de ese chico... Velar por él... Hasta que encuentre su otra mitad. -
Matías devolvió la mirada al suelo y después de silenciarse unos segundos, respondió:
- Lo sé. -
- No podes... Distraerlo. – siguió Jehová – Él tiene un amor predestinado. Solo uno... Y no sos vos. – dijo en tono comprensivo.
- Lo... – intentó responder Matías, pero sintió un repentino nudo en la garganta. Tragó con dificultad y finalmente respondió – Lo sé. -
- Te dejaré decidir, Matías. – murmuró Jehová y el ángel levantó la mirada sin entender a que decisión se refería - ¿Crees que si el chico es capaz de verte... y hablarte... Puedas seguir con tu misión? -
Matías miró durante unos segundos a los enormes ojos verdes que lo observaban desde lo alto y pensando solo en lo mejor para Seto, olvido ese dolor en su pecho y respondió.
- Sí. Seguiré con mi misión. -
- Bien... No veo entonces inconvenientes por los que no puedas volver ya... -
- Perdón... – se disculpó el ángel, recordando amargamente su charla con Jehová, de la que Seto no sabía nada a causa de las reglas.
- Está bien... pero por favor, no lo hagas de nuevo¿esta bien? -
- Mjá... – asintió Matías y al ver sonreír a Seto, él lo hizo también.
- Mejor bajo a desayunar... Mokuba debe de estar esperándome. – agregó el CEO tomando el maletín con los libros del instituto.
Bajó las escaleras, escoltado por Matías y entró al enorme comedor. Las cortinas de los cinco ventanales a lo largo de la mesa estaban abiertas, dejando entrar la luz del sol a la habitación. En una de las cabeceras de la mesa, aguardaba la silla de Seto, con el diario sobre la mesa junto a una taza de café. Seto tomó asiento y comenzó a leer abstrayéndose totalmente en eso.
- Buenos días, señor Kaiba. – lo saludó su mayordomo, pero Seto no respondió de inmediato. Fue Matías con un codazo el que lo obligó a levantar la mirada y contestar el saludo.
- Buenos días. – dijo secamente, mirando de reojo a Matías como reclamándole.
- ¿Desea otra taza de café, señor¿O comerá algo en este día? – le preguntó el criado, bajando hasta la vista de Seto, la bandeja con tostadas, mermelada y otras cositas.
- No gracias... Pero que le sirvan a Mokuba un desayuno completo. – ordenó y el mayordomo se retiro bajando la cabeza.
- Si comieras la mitad de lo que le haces tragar a Mokuba, no te cansarías a mitad del día... – opinó Matías mientras flotaba recostado en el aire por encima de la mesa.
- No me interesa lo que opines de mi nutrición. Gracias. – murmuró Seto entre dientes ocultándose detrás del diario justo cuando Mokuba y Alejo entraban por la puerta... Claro que Seto solo vio a Mokuba.
- Provecho nii-san. – murmuró Mokuba comenzando a comer sus tostadas a beber su leche y su jugo de naranja mientras el mayordomo le servía un plato de huevos fritos con tocino...
El chibi comía como un enajenado y momentáneamente y por efecto de la comida, se olvidó de Alejo, que miró de soslayo a Matías, quien no flotaba muy lejos de él, al otro lado de la mesa, cerca de Seto.
- ¿Va todo bien? – le preguntó Matías, vigilando que Seto no lo oyera. El otro ángel asintió y miro a Mokuba.
- No... ¿No te parece que come demasiado? – preguntó con una gotota en la nuca.
- Siempre lo hace... ¿O nunca lo habías visto desayunar? – respondió Matías en tono incrédulo, sin cuidar el volumen de su voz.
Seto levantó la mirada y observó durante unos minutos a Matías. Estaba flotando de rodillas frente a Mokuba, que tragaba todo lo que tenía delante como si fuera su ultima cena.
- Mokuba. – llamó Seto y como si fuera un baldazo de agua fría, el chibi se detuvo. Levantó la mirada y se quedo quieto esperando que le diría su querido ani – Come más despacio o te vas a atragantar. – le advirtió y el pelinegro asintió con la cabeza, comenzando a comer como una persona normal.
- Increíble... – murmuró Alejo – Que poder impresionante. – dijo girándose un poco a ver al CEO.
- Jeje... Deberías verlo en la escuela... – se jactó Matías – Nadie le niega nada. -
Los ángeles siguieron hablando amenamente hasta que Seto se puso de pie repentinamente. Caminó hasta Moki (que sí, seguía comiendo) y dándole un beso en la melena negra, se despidió de él. Fue hasta la puerta de entrada y aguardó unos segundos hasta ver que Matías lo seguía.
Se subió a la limusina y emprendió su viaje al instituto, sin imaginar siquiera, que este día sería muy diferente a los otros...
"Yu-Gi-Oh!" © Takahashi Kazuki, 1996
"Ángeles Guardianes" © Emiko Mihara, 2006
