DISCLAIMER: Mankin SÍ es mío por que soy Takei-sama. Verán tengo este mal hábito de ir por Venezuela disfrazada de esta niña idealista y romántica de 18, pero en realidad, soy todo un japonés tensai de mangas .-... Hay chance de que alguien me crea?


WHIPER TO OUR HEARTS

Capítulo Seis: Oscuridad

Anna suspiró, lenta y pausadamente antes de obligarse a sí misma a inclinarse frente a su maestra, despidiéndose fría y educadamente, como la estudiante 'perfecta' que ella se suponía que era. Subiendo ligeramente la cabeza, vio como Kinoo la despedía con la misma frialdad y sin esperar se puso en pie y comenzó a caminar hacia la pequeña habitación que le había sido asignada. Mirando hacia un lado al tiempo que se rodeaba con sus brazos, Anna vio como la nieve caía delicadamente sobre el suelo de piedra del templo y frunció el ceño.

Anna odiaba la nieve.

Le recordaba muchas cosas, ninguna de ellas agradables.

En primer lugar, odiaba la forma en que la nieve se parecía tanto a ella misma. Anna no quería seguir siendo Anna, quería cambiar, ser alguien más, alguien normal, que se podía reír o enfadarse a su antojo, pero no. Ella estaba atada a su propia persona que era distante y fría, como las mariposas blancas que ahora danzaban en el cielo.

Pero ella tampoco quería ser normal. Ser normal era ser débil y Anna odiaba a los débiles. Apurando el paso en un intento de tomar calor, Anna patinó más que correr por los pasillos de madera pulida.

La nieva también le recordaba a todas aquellas personas que había dejado al pie del Monte Ozore, aquel funesto día en que había decidido seguir a Kinoo y convertirse en una itako: todos débiles, dejándose llevar por las apariencias, al igual que la nieve se deja llevar por el viento. Todos con sus miradas igual de frías, todos con sus dedos alzados, listos para señalarla, para odiarla, humillarla.

Anna los odiaba a todos, como los despreciaba.

Doblando la última esquina hacia su habitación, Anna trotó y se apresuró a correr el shoji que delimitaba donde comenzaba su espacio personal: su habitación. Entrando rápidamente, cerró tras de sí con un golpe seco, sin importarle lo que las demás itako tuviesen que decir acerca de su comportamiento poco adecuado.

Hace tiempo que se había dejado de niñerías y de temerles.

Mirando a su alrededor, descubrió su futon doblado limpiamente sobre una de las esquinas y, ajustando el cuello de su yukata(1), se alejó de la puerta y se acercó, tendiéndolo rápidamente en el suelo y acostándose sin molestarse en cambiarse.

Se quedó allí lo que le pareció una eternidad, sola y envuelta en la oscuridad, escuchando como el viento aullaba en el exterior y rasguñaba ligeramente las paredes.

Anna odiaba la oscuridad.

Por las noches, podía sentir como las sombras cobraban vida y se acercaban a ella, susurrándole cosas al oído, trayendo imágenes a su cabeza de lo que otros pensaban, martirizándola al permitirle oír todo lo que los demás decían sobre ella.

Anna odiaba a la oscuridad no porque pudiera hacer alguna metáfora estúpida sobre los demás con ella, sino por la oscuridad era ella.

Y porque le temía, por sobre todas las cosas, a lo que esa oscuridad podía hacerle.

Sentándose, miró hacia las paredes donde creyó ver algo que se movía. Sin dudarlo un instante, tomó los cobertores y escondió bajo ellos su pequeño cuerpo, al igual que sus inseguridades y su miedo, riendo amargamente al mismo tiempo.

Se estaba escondiendo de ella misma; las ironías de la vida. Si había algo que ella odiara por sobre todo eran los cobardes.

Sintiendo como su respiración se volvía más agitada, Anna se preparó para lo que estaba segura vendría en unos momentos: ojos profundos y oscuros, viéndola y mofándose de ella, la nieve cayendo y recordándole a ella misma, débil y pequeña: insignificante. Voces que murmuraban apresuradas a sus espaldas palabras hirientes, una más terrible que la otra.

Llevándose las manos a los oídos en un intento inútil de dejar de escuchar las voces que manaban de su interior, Anna cerró fuertemente los ojos y comenzó una plegaria, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Meciéndose suavemente, la pequeña rogó porque alguien la viera con el sol brillando en sus ojos.

Anna deseó fervientemente que una luz viniera y se llevara toda la oscuridad.


Hai!

Uhm... no sé... ustedes díganme! Anna es una niña de cuatro años que estoy segura no es ni la mitad de amargada que cuando tenía diez y conoció a Yoh, así que escribir un ficclet de ella sin ponerla OOC pues... SANTA CACHUCHA! Estuvo complicado!

Mis más profundas palabras de agradecimiento van para las súper- ruleadoras- geniales chicas asiury y a mi Moo chan Hikaru-Hoshi; muchas gracias por sus súper comentarios!

Bueno, recuerden que cualquier comentario pueden hacerlo a través de ese botoncito morado tan cómico que tiene en la esquina inferior izquierda... vamos! A que no es mono! Apriétenlo y verán como hacen el día de esta autora!

Ja na!

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