A Nymphadora Tonks
22 de diciembre, 6 a.m.
Es la segunda carta que te escribo deseando que jamás llegue a tus manos. Pero sin embargo la escribo, porque si es que la lees estaré muerto. Y aunque yo ya no exista, quiero que sepas por siempre que yo te he amado día y noche, y que nunca me atreví a decírtelo a la cara. Se puede interpretar que soy un cobarde o que todo lo hago por proteger a la mujer que amo. Si por alguna pequeña posibilidad, tú también me amas, debes entender que jamás podríamos haber estado juntos de todas formas. Además de mi edad avanzada, soy tan peligroso para ti, como para cualquiera, pues la bestia que despierta en mí no distingue entre una persona y la persona que alimenta mi vida.
Escribo esto a modo de testamento, pues son mis últimos deseos. Todo lo que tengo te lo dejo a ti. Sé que no es mucho, apenas es algo, pero si a alguien tengo que dárselo, que sea a ti, amada Tonks, en vez de que lo conserve la vengadora Muerte para polvo acumular sobre este miserable pergamino y tantos otros objetos que valoro.
En cambio, si yo vivo escribo estas palabras para mí mismo: cuando sientas que estás sola, nunca habrás estado más equivocada. Pues mi corazón siempre estará junto a ti, amándote.
Tuyo,
Remus Lupin
En todos mis años de sufrimiento me había parecido tan pesado el mundo como cuando terminé de leer aquel pergamino arrugado. Ni la realidad.
Me quedé sentado sin mover un músculo, sin ni siquiera sacar la carta o el testamento o como quieras llamarlo de delante de mis ojos. Minutos finitos, momentos pasados, lágrimas eternas. Si sabría que algún otro día tendré la dicha de poder decir "este es el peor momento de mi vida" ahora estaría feliz. Pero para mi persona ya no hay esperanza. La oscuridad que nació sólo estando en mis ojos terminará abrasándome en un frío adiós, cubriendo mi campo visual del habitual y metódico negro… Estoy condenado y siempre lo estuve, ¿cómo es que pude pensar en amor? Yo no estoy hecho para el amor. Jamás lo he recibido ni lo he entregado, jamás lo recibiré y jamás lo entregaré.
Me quedé por lo que parecieron horas con el pergamino estrujado contra el corazón. Hasta que escuché una voz angelical, proveniente del piso de arriba, que me llamaba. "Ahora sí que necesito distraerme", pensé. Siempre he afrontado así los problemas sentimentales: no les dedico tiempo.
Subí por la destartalada escalera. A medio camino ascendiente ya escuchaba con mayor claridad la voz:
- ¡Profesor! Profesor Snape, lo necesito…
Me pareció reconocerla, pero aún no estaba seguro. Seguí subiendo. Ahora me llegaban al oído dulces llantos.
- ¡Profesor! ¡Profesor! ¡Apresúrese!
Era ella. Realmente estaba muy consternada.
¿Cómo había llegado hasta aquí? Seguro que había recibido mi carta y se había aparecido ni bien terminó de leerla.
Seguía llorando cuando llegué al piso superior. Miré a un lado y a otro del corredor. La voz provenía de la enorme sala a la que se entraba por la puerta que estaba delante de mí. La abrí y la vi, tan hermosa como siempre, apoyada contra la pared de enfrente. Me vio y soltó otro sollozo. Cerró los ojos y se deslizó hasta el piso.
- Nymphadora, Tonks- me corregí-… Por Dios qué haces…
No podía evitar llorar yo también. Qué habría pensado ella si hubiera podido verme a través de sus propias lágrimas. Llegué a mi niña y me agaché. Le tomé la mano que cubría su cara y la miré. Sus ojos estaban más tristes que nunca, y sus manos más claras que siempre.
- Profesor… Yo--
No pudo continuar hablando, pues yo había puesto su mano alrededor de mi cuello y las mías alrededor de su cintura. Nuestros rostros quedaron tan cerca que pudimos sentir el aliento del otro, vacilante, aterrorizado. Tomé aire y me acerqué más. Nuestras narices casi se tocaban, pero nos quedamos así, en silencio. Escruté sus ojos en busca de una muestra de amor, pero sólo pude ver asombro y tristeza. No me rechazó, pero entendí que no me amaba. Así que acaricié sus labios con los míos, entregándole mi alma a modo de despedida. Fue un momento que sabía duraría para siempre y tan sólo un instante. Su boca era dulce y su mirada amarga. Separé mis labios de los de ella y la estreché contra mi pecho fuertemente. Toqué por última vez su mano suave y me levanté del suelo. La miré por última vez. Habíase quedado mirándome hasta que cerró los ojos y negó con la cabeza. Pero para entonces yo ya estaba en el umbral de la puerta, y decidí que era el momento de dejarla atrás. De aprender a vivir sin ella por fuera, pero tenerla en ese melancólico beso por siempre, dentro de mí, en silencio.
Y recién para cuando bajé las escaleras y me encontré de nuevo sentado en la biblioteca con el pergamino arrugado estrechado contra mi pecho, me di cuenta de que había sido, y siempre fue, tan sólo un sueño.
Un rato antes el alba he ido a la enorme sala del primer piso. No había nadie. Me apoyé contra la pared, en el mismo lugar donde la había visto. Allí me quedé ensimismado en mis pensamientos hasta que cesaron los aullidos de Lupin.
Lo último que quería era encontrármelo en ese momento. Pero luego recordé por qué estaba allí: para cuidarlo, para cuidarlo de la Muerte, y para evitarle a Nymphadora la desgracia de enterarse que Lupin está muerto al mismo tiempo de que se entera de que la amaba. Así que miré por la ventana y al comprender que el sol incipiente me protegía, bajé y pronuncié los contra-hechizos para abrir la puertilla que daba al sótano.
Bajé por escalerilla. Un terrible frío me envolvió.
- Lumus- susurré.
La luz de mi varita iluminó un mucho más ruinoso sótano que ayer. Nada se movía, así que avancé por entre los escombros.
- Lupin- me aclaré la garganta y dije más fuerte-. ¡Lupin!
Di un paso más y un murciélago salió volando y chillando de su escondite. Lo miré fascinado mientras pude. Otra criatura maravillosa (N/A: para Phini!). Finalmente mi varita alumbró un ajandroso bulto de trapos grises echados en el piso que se elevaban y descendían suavemente. Conociéndolo, pateé el montón suavemente.
Lupin dio un respingo y asomó su cara demacrada por entre las mantas.
- Severus… Sácame de aquí, por favor, tengo mucho frío…
Le ayudé a levantarse tendiéndole una mano. Luego pasé su brazo por mis hombros para ayudarlo a caminar, y me vi obligado a realizar un potente hechizo levitador para sacarlo del sótano, ya que su pierna ya no estaba herida o torcida, pero parecía muerta.
Otra vez puse su brazo sobre mis hombros y lo acompañé hasta la habitación donde lo encontré cuando llegué a la Casa de los Gritos. Estábamos por entrar cuando me dijo:
- No, no, antes tengo que darte algo- lo miré fijamente.
- ¿Sí?
- Es una carta… Para Tonks- sentí que el suelo desaparecía debajo de mis pies: anoche había revelado la escritura del pergamino pero no la había vuelto a ocultar. ¿Qué pensaría cuando lo viese? No dije nada, así que agregó-: E-en la biblioteca.
Asentí, sombrío, y atravesamos el umbral de la biblioteca cuando dije:
- Siéntate acá- lo ubiqué en un sillón que estaba al lado de la puerta, lejos de la mesilla-. ¿Dónde está?
- En la mesa- dijo en una exhalación.
Me dirigí a ella haciéndome el desorientado y simulé revisarla hasta dar con el pergamino. Me incliné exageradamente para agarrarlo y en un descuido de Lupin, susurré el conjuro para ocultar de nuevo las palabras. Se lo llevé a Lupin diciendo:
- Esta es la única hoja de pergamino que había sobre la mesa- levanté una ceja-. ¿Está seguro de que es una carta?
Asintió repetidamente. Estaba moribundo, con rasguños en la cara y aspecto débil, y yo tomándole el pelo. Le extendí la carta y para mi sorpresa me lo impidió con un gesto, diciendo solemnemente.
- Para Tonks. Dásela… Dásela si muero.
- Vas a estar bien- le dije, pero sin embargo apoyé una mano en su hombro y puse la carta a resguardo en mi capa.
- Pero si no, Severus…
- Confía en mí.
Le ayudé a incorporarse y me abrasó. Mi espanto fue increíble. Noté que él estaba llorando. Le di unas palmadas en la espalda y me separé de él.
- Vas a estar bien.
- L-la amo, Severus, la amo…
Lo acompañé hasta su cama y se quedó dormido. Yo me senté junto a él en una silla y apoyé la cabeza entre las manos.
Diario de Nymphadora Tonks
23 de diciembre
Anoche me llegó una carta del Profesor. Dice que Lupin está gravemente herido y temo lo peor. Creo que me dormí llorando y soñé, porque me levanté teniendo la extraña sensación de que había estado esa noche en la Casa de los Gritos y que había tenido un muy fuera de lo común encuentro con el Profesor Snape. Pero después me di cuenta de que todo había sido un sueño y, como Minerva y Moody ya se habían ido al ministerio hacía rato, fui a ver a Sirius.
Cuando le conté lo de Lupin se preocupó mucho. Le mostré la carta que me había mandado el Profesor Snape y me dijo:
- ¿Le has respondido? –negué con la cabeza-. Pues hazlo. Pregúntale si lo visitó Madame Pomfery, pregúntale si ya está mejor, pregúntale si se ha lastimado más durante la noche… Pobre amigo mío, ya no está tan joven y fuerte… ¡Pregúntale si lo veremos mañana!
- No creo… Debe de estar muy mal todavía- le dije yo. Al parecer tendremos unas muy tristes y deprimentes fiestas.
- Pero, ¡vamos! Tú la conoces a Madame Pomfery. ¡Sabes cómo es ella! Ya debe de estar bien…- eso sonó como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo, no a mí.
- Sí, ya debe de estar a salvo, no debemos preocuparnos- tampoco yo sonaba muy convincente.
Luego de esto, tuvo otro ataque. De nuevo me paralicé del miedo. Cuando terminé de decir aquello, él cerró los ojos y los volvió a abrir, pero estando en blanco. Su cuerpo se tensó como si le hubiera lanzado un Petrificus Totalus, pero despegó una mano de su cuerpo para sujetarme violentamente el brazo.
- ¡Sirius, me lastimas!
- ¡Ayúdame! Te necesito- su rostro tenía una expresión de desesperación, y comenzó a sacudirse frenéticamente.
- ¡Sirius! ¡Ya basta! ¡Dime qué te pasa! ¿Qué hago?
Lanzó un aullido descomunal que duró varios segundos. Luego me soltó y lentamente cesó de moverse. Lentamente, hasta que se quedó dormido.
Me quedé unos minutos allí, a un metro de la cama, mirándolo. No sé si por instinto protector o porque el parálisis aún me duraba. Luego fui corriendo a mi cuarto y escribí las siguientes líneas en un pergamino:
Carta de Nymphadora Tonks a Severus Snape
23 de diciembre
Profesor Snape:
Creo que ha llegado el momento de contarle a usted y, por qué no a Lupin, lo que está sucediendo. Espérenme a las 9am en la Casa de los Gritos. Será una visita corta: temo dejar a Sirius solo mucho tiempo.
Sinceramente,
Nymphadora Tonks.
Para ese entonces eran las ocho en punto. Dejé a Sirius dormir. Tomé un buen desayuno y las fuerzas parecieron volver a mí, pues me sentí mucho más animada después de haber comido. Esperé hasta último momento para ir a ver a Sirius de nuevo.
Cuando entré a la habitación estaba donde lo había dejado, durmiendo plácidamente. Me dio pena despertarlo, pero lo hice y le dije:
- Buenos días. ¿Cómo estás?
- Bien…- me dijo con aire soñoliento y confundido.
- Escúchame. Iré a la Casa de los Gritos a ver cómo está Lupin, ¿de acuerdo?- ante su cara de "me aburro solo" agregué:- No me demoraré. Volveré a las diez, a más tardar. Aquí te dejo el desayuno hecho para cuando tengas hambre. Y hazme el favor de comerlo- le dije con expresión severa-, estás muy pálido.
Dicho esto le di un beso en la mejilla y me aparecí en la Casa de los Gritos.
Diario de Severus Snape
23 de diciembre
Mi descanso no duró mucho, pues apenas me empecé a lamentar, una lechuza marrón golpeó la ventana de la habitación. La abrí para dejarla entrar junto con una helada ráfaga de aire, pues no quería que el ruido despierte a Lupin. Con carta y lechuza en mano me fui al vestíbulo y la leí. Me sorprendió mucho: era de Nymphadora y decía que debía contarnos algo importante. Y, lo más desesperante, venia a las nueve.
Además de curiosidad, sentí angustia, depresión, tristeza y timidez. Seguramente Nymphadora se iba a tomar unos minutos para ver a Lupin a solas, y vaya a saber uno qué podía pasar…
Como eran las ocho y diez, decidí no esperarla sentado pues perdería la cabeza, así que me bañé y comencé a preparar más pociones revitalizantes. Para cuando llegó Nymphadora, con un suave "plop" pero un sonoro ruido de sillas al caer, yo olía a escarabajo pisado, pero tenía las manos ocupadas. Subí a la planta baja, pues el sótano se me hizo lo más parecido a las mazmorras de Hogwarts para las pociones, y seguí el estrépito que provocaba Nymphadora. Venía, curiosamente, del piso de arriba. Y, más curiosamente, de la enorme sala donde se había ubicado mi sueño anoche.
Cuando entré ella estaba de espaldas a mí tratando de reubicar un cuadro que seguramente acababa de tirar. Como no me vio, me quedé allí, mirándola. Estaba tal cual la había dejado anoche… Todavía me pregunto estúpidamente si aquel beso fue sueño o vigilia.
Luego se dio vuelta y me dedicó una sonrisa breve y preocupada, que demostraba todo menos alegría.
- Profesor… Recibió mi carta.
Mientras lo decía clavó los ojos en mí... Estaba tan hermosa, con el pelo ahora lacio y recogido a medias tras una cinta negra; con un vestido negro hasta los pies y hombros descubiertos; guantes negros hasta el codo que estaban enganchados con su capa, de modo que ésta acompañaba el movimiento de sus brazos… El que la veía sin conocerla, hubiera jurado que estaba de luto. Pero para mí era un ángel.
Me di cuenta de mi ensimismamiento y me acerqué con una inclinación de cabeza y la mano extendida hacia ella. Pero sin embargo rió con un toque de amargura, avanzó hacia mí, se puso en puntas de pies y depositó un dulce beso en mi mejilla mientras apoyaba una mano en mi hombro. El contacto con su piel me recorrió el cuerpo con la intensidad del maleficio Crucio, pero deliciosa y placenteramente. Luego salió de la habitación, como si yo hubiera sido sólo una parada.
- ¿N… Tonks?- se dio vuelta estando en el rellano de la escalera.
- Vamos por Lupin, les contaré a los dos juntos.
- Está durmiendo. Tuvo una noche dura y hace un rato se acostó- la decepción pareció pintarle la cara.
- Bueno, en ese caso… Llévame a verlo, quiero ver cómo está… Luego te lo contaré a ti. Podré hablar con él más tarde, pero me temo que tendremos que despertarlo tarde o temprano. Temo dejar a Sirius solo por mucho tiempo.
Me extrañó que dijera esto. El gusano ese tiene la edad para cuidarse sólo pensé, aunque bueno, no el cerebro. De todas formas.
Se ve que advirtió mi expresión, pues agregó:
- Ya te diré por qué.
- D-de acuerdo. Está abajo, acompáñame.
La conduje hasta la pequeña habitación junto a la biblioteca y me quedé en el umbral de la puerta para dejarla pasar y prometerle una visita con privacidad.
- No seas tonto- me dijo molesta, sujetó mi brazo y me empujó hacia adentro.
Lupin dormía boca-arriba, como un niño, muy exhausto pero con una respiración bastante normal. Tenía rasguños en la cara, pero no había comparación con el Lupin que encontré moribundo ayer.
Nymphadora se tapó la boca con una mano y cayó una lágrima de sus brillantes ojos.
- Ha mejorado desde que viniste, ¿verdad?- asentí con la cabeza.
- Cuando vine tenía una pierna dislocada y había perdido mucha sangre por una herida grave en la cabeza- señalé la zona alterada de su frente. Pensé que era una indecencia contarle esas morbosidades a una dama, pero la firmeza casi masculina en ella me venció.
Sólo frunció el ceño y se agachó junto a su cama. Posó una mano en la cabeza del convaleciente y retiró unos mechones que le cubrían la cara. Luego se incorporó de nuevo y se acercó a mí diciendo:
- Estará bien, lo sé. Vamos, te contaré lo que me preocupa.
Asentí y con un gesto le señalé unos sillones del vestíbulo. Nos dirigimos hacia ellos, me senté en uno y para mi sorpresa, ella se sentó a en el mismo, a mi lado. Cerca, peligrosamente cerca. Tomó mi mano y contuve la respiración. Luego de un momento me dijo con los ojos llorosos:
- Es Sirius.
Largué todo el aire de golpe. Sirius. El gusano con pelo Black.
Traté te lucir indiferente.
- ¿Q-que… pasa con él?- miró para otro lado y unas lágrimas cayeron de sus mejillas. Fruncí el ceño aún más.
- É-el, está raro…- me miró a los ojos de nuevo y aclaró:- Ha estado teniendo ataques. Trances, convulsiones, lo que sean. Es como si quisiera decirme algo pero se lo impide a sí mismo.
De nuevo largué gran cantidad de aire. Al menos no me iba a contar que estaba perdidamente enamorada de él. Aún así me preocupé y dije:
- ¿Hace cuánto que lo sabes?
- Pues, no mucho… Creo que tres días. Desde el día en que viniste a Hogwarts.
- ¿Y él qué opina?
- Esa es otra rareza. No lo recuerda. Sucede así: puede estar hablando lo más bien y, de repente, sin previo aviso, pone los ojos en blanco, su cuerpo se tensa y se estremece repetidamente, balbucea cosas sobre que me tiene que decir algo y luego se relaja, sus ojos vuelven a ser normales y deja de moverse. Me mira como si yo estuviera loca y me pregunta qué me pasa- hizo una larga pausa-. Yo no le dije nada, pero me tiene tan preocupada…
- Sabes lo que puede significar- le dije con voz apagada. Negó con la cabeza exageradamente varias veces y ahogando un sollozo me dijo:
- N-no. No, es imposible. Él ha vuelto y todo debería ser perfecto- le iba a decir algo, pero me interrumpió agregando entre lágrimas-: Y encima ahora Remus está tan mal… ¿Qué sigue? ¿Ahora tú me vas a odiar?
Mis ojos se humedecieron.
- Nymphadora… Yo nunca te voy a abandonar. Siempre vas a tener a este amigo… No estás sola.
Cuando dije esto rompió en un llanto desesperado y se hundió en mis brazos. Sentí su pecho caliente sobre el mío y oí su agitado corazón. Lentamente puse una mano sobre su cabeza y acaricié sus cabellos.
- Todo va a estar bien- logré decirle. Pero la verdad es que yo también estaba llorando, y no quería que ese abrazo terminara jamás. Su calor me envolvía el cuerpo y me aliviaba todas las penas. Su pelo era suave y me permití el lujo de jugar con él y mis dedos, mientras puse la otra mano en su cintura y la dejé allí, sintiendo su contacto como si fuera lo último que haría. Lentamente se fue tranquilizando, su respiración calmando, sus sollozos apagando…
Hasta que su pecho se separó del mío y me miró fijamente, con los ojos enrojecidos.
- Gracias, Severus- me dijo en un sonido casi inaudible.
Me llamó Severus.
