Bueno, acá va el quinto capítulo. ¡Perdón por haber tardado tanto! Espero que les guste.

P.D.: no es el último, aunque parezca.

¡Opiniones, gente! Acepto de todo.

Diario de Nymphadora Tonks

23 de diciembre, por la noche

Llegué a una sala circular muy grande. Por supuesto tiré unas cuantas sillas en mi atolondramiento por encontrar a mis amigos y Severus me encontró (a causa de los ruidos que hice) tratando de volver a colocar un cuadro, que casi parto en dos, en su lugar. Me acompañó a ver a Remus, tan fría e inexpresivamente como siempre. Sé que en el fondo no es tan duro…
Remus estaba durmiendo, con el ceño ligeramente fruncido a seña de mal sueño, pero descansando de todas formas. La medicina mágica es extraordinaria: ya estaba mucho más saludable de como me lo había descrito Severus. Aún así se lo notaba en un estado deplorable: más pálido de lo normal (si eso puede ser posible), muy exhausto y con severos rasguños en todo el cuerpo.
Me incliné sobre él y toqué si afligida frente… No pude evitar estremecerme. Decidí esperar un poco para despertarlo.
Así que Severus y yo dejamos la habitación. Le conté lo que pasaba con Sirius, y él pareció sospechar lo mismo que yo. Me puse muy mal y lloré en sus brazos. El no me apartó ni me pidió que dejara de llorar, sólo me abrazó y me contuvo. Acarició mi cabello hasta que me tranquilicé… Le di las gracias de todo corazón. Es el mejor amigo que pude haber tenido alguna vez. Es casi como un hermano, alguien mayor que me cuida, y me quiere. Obviamente no pude leer nada en su rostro. Sus ojos estaban algo colorados, lo admito, pero tan inexpresivos como siempre. Ese hombre… A veces me hace querer sacudirlo y preguntarle lo que siente, o pincharlo con un alfiler para que llore… ¡Algo! Con tal de que se exprese un poco… Debe sufrir mucho. Espero que algún día se abra ante mí, la amiga que jamás tuvo.
En fin, ya se habían hecho las nueve y media… Le pedí a Severus que me concediera un momento a solas con mi amigo. Inclinó la cabeza y se marchó hacia el piso de arriba.
Abrí la puerta del dormitorio de Lupin. Entré y me senté en la cama, a su lado. Posé de nuevo una mano en su rostro y susurré:
- Remus…
Frunció el ceño aún más y me miró, enfocando y desenfocando la vista constantemente.
- ¿Tonks?- murmuró en una exhalación.
Asentí con una sonrisa y él cerró los ojos, suspirando. Parecía que le alegraba mi presencia, pues torció la boca en una sonrisa y me dijo débilmente:
- Espero que no sea un sueño.
Me incliné un poco sobre él para escucharlo mejor, pues hablaba muy bajo y al parecer le costaba. No me había dado cuenta de que aún tenía una mano sobre su mejilla, hasta que él la tomó entre las suyas.
- ¿C-cómo estás?- le pregunté.
- En los cielos- me contestó. Sonrió aún más y agregó-: Creí que no te volvería a ver.
Sin saber por qué, yo también sonreí y me incliné aún más sobre él. Sus ojos grises estaban cansados, pero había una extraña expresión de alegría en ellos.
- Yo también me asusté. Creí que te perdía.
- Tonks, mi Tonks… Sé que no debo hacer esto…
- ¿Qué?- pregunté extrañada, aunque peculiarmente, con el corazón en la boca. Me acerqué más a él. Para oírlo, claro.
- Esto- cerró los ojos e incorporó un poco la cabeza. No demasiado, ya que un segundo antes nuestros rostros estaban a un palmo de distancia. Me besó dulcemente, primero con timidez y luego, al comprobar que le correspondía, con más ansiedad. Con una temblorosa mano acarició mi mejilla y sentí el contacto de su cálida piel. Luego me separé mirándolo con una sonrisa, y vi que él aún tenía los ojos cerrados pero su rostro irradiaba felicidad.
- Tienes que dormir- le dije poniendo un dedo en sus labios; él abrió los ojos-. Mañana vendré. Celebraremos la Navidad aquí.
- Te amo, Tonks.
Observé que sus ojos se inundaron en lágrimas, entonces lo besé una vez en cada párpado y abandoné la habitación.

Severus no estaba en el vestíbulo, así que decidí buscarlo arriba. Lo encontré en la gran sala en donde me había aparecido, sentado en el suelo, con la cabeza echada hacia atrás pero apoyada contra la pared, los ojos cerrados…
- ¡Severus!- lo llamé. Bajó la cabeza, me vio y se levantó del suelo- ¿Qué haces?- no podía evitar sonreír, pese a lo raro de la situación. La felicidad me embargaba y aún lo hace.
Levantó una ceja, se quitó la capa, la dejó en el sillón más próximo y me dijo:
- Me habré quedado dormido, anoche Lupin no dejaba de aullar.
Fruncí el ceño, pero todavía sin dejar de sonreír. Pareció notar mi alegría pero no dijo nada.
- Volveré mañana. Les diré a los demás que vengan- y añadí en voz baja y sombría, borrándoseme por fin la sonrisa de la cara-, y esperemos que Sirius no sufra una recaída- se hizo una pequeña pausa, en la que yo miré hacia otro lado. Me quedé mirando la capa negra, cuidadosamente alisada y pulcra, con un pergamino (seguramente más trabajo) en el bolsillo interior, tratando de olvidar los horribles trances de Sirius. Luego me despedí, como para quitarle importancia al asunto, poniéndome en puntillas de pie y depositando un pequeño beso en la mejilla de mi amigo. Y me aparecí en la Mansión de los Black.
Fui a ver a Sirius: estaba dormido. Bajé a la cocina, pasé por el vestíbulo, revisé las habitaciones y concluí que Minerva y Moody aún no habían vuelto. Así que fui a mi habitación y me acosté en la cama. Respiré hondo y pensé en Remus… Creo que pasaron dos horas en las que estuve así, mirando el cielo raso de mi cama adoselada, evocando una y otra vez sus suaves labios… Luego invoqué con un hechizo silencioso la carta anónima, la releí y estuve casi segura de que era de él.
Más tarde oí ruidos en el vestíbulo. Minerva y Moody habían llegado del ministerio y el retrato de la madre de Sirius comenzó a chillar. Bajé rápidamente y les ayudé a tapar el cuadro. Después el auror se fue a hablar con Sirius y Minerva y yo preparamos la cena. Esta vez para cuatro. Yo no hablé mucho (aún estaba perdida en los ojos de Remus) algo que no se le escapó a la jefa de la Orden.
Una vez en la cena, propuse:
- Remus está mejorando, pero aún no creo que tenga suficientes fuerzas para venir. ¿Qué les parece si celebramos la navidad allí?
Por suerte Sirius se sumó a la idea, animado:
- ¡Podríamos invitar a Harry y a sus amigos!- dijo con una sonrisa.
- Oí que está saliendo con una Weasley- añadió Moody con picardía en el rostro.
- ¡Sí!- asintió alegre Sirius. Luego se ensombreció y agregó-: Tendré que hablar con ella.
Todos reímos, salvo Minerva. Fijamos nuestra atención en ella, como unos niños esperando que su madre acepte comprarles helados. Tenía los labios fruncidos, en esa típica expresión severa suya, pero al final sonrió y dijo:
- Bueno, de todas formas la señorita Granger y el señor y la señorita Weasley ya sabrán todo.
Todos sonreímos y yo casi aplaudo.
- También podrían venir Arthur y Molly. Además de ser muy buenos miembros son nuestros amigos- observó Moody. Parecía que el espíritu navideño nos invadía, entusiasmándonos con la idea de una pequeña fiesta. Minerva dio su consentimiento.
El resto de la cena fue muy agradable. Sirius había olvidado su salud y estaba muy feliz ante la perspectiva de volver a ver a su ahijado. No les pregunté a los otros dos cómo iba el asunto del ministerio, pues intuí que no querían decir mucho delante de Sirius.
Cuando terminamos de lavar los platos subí a mi habitación y me tiré de nuevo a la cama, sin molestarme por ponerme el pijama, mirando el vacío, como una adolescente en su primer amor…

Diario de Severus Snape

24 de diciembre, por la tarde noche

Ayer, luego de tranquilizarse, Nymphadora fue a ver a Lupin. Me temo que algo de mi desagrado pasó en aquella mugrosa habitación, pues cuando, quince minutos después, ella me descubrió sentado donde la había soñado, estaba muy feliz. Me dijo que hoy vendrían todos aquí para Navidad. De nuevo sentí el hermoso contacto de sus labios cuando me besó en la mejilla antes de desaparecer.

Me quedé dormido de nuevo en el mismo lugar, tal como ella notó esta mañana, cuando se apareció aquí, tropezó y se lastimó. ¡Cómo flanquearon mis fuerzas al verla sufrir! Me precipité hacia ella, la llevé entre mis brazos hacia un sillón y le curé el tobillo. Espero que no haya notado la forma en que me estremecí al cargarla.

En fin, de nuevo pasó un rato a solas con Lupin… Ya ni quiero sospechar, pues cada palabra que sale de sus labios aludiéndolo se me clava como un puñal en la piel, y mis elucubraciones hacia lo peor sólo intensifican el poder de las dagas cuando me hieren.

Por suerte yo también tuve un rato a solas con ella, si irónicamente así se lo puede llamar. "Decoramos" aquel salón que yo tanto estimo, tanto odio, tanto amo y tanto valoro… El resultado no es mi ideal, pero si fue obra de sus intenciones¿vale la pena criticarlo?

Pasado el mediodía vinieron Minerva, Moody, Black y más tarde los mocosos Weasleys, Potter y Granger. Por primera vez preferí esconderme a insultarlos. Estoy seguro de que el reencuentro fue muy "conmovedor". Desde arriba se escuchaban asquerosas risas, copiosos llantos y melosas palabras de afecto.

Durante horas que me parecieron eternas estuve refugiado hasta que oí las voces del señor y la señora Weasley. Si no hacía acto de presencia ya, quebrantaría mi fría cortesía acostumbrada. Así que me uní a la charla de Minerva, Moody y los Weasley, en el ahora muy cambiado salón.

Al parecer los Weasley estaban inquiriendo sobre la historia del gusano con pelo. McGonnagal decía:

- Estuvimos yendo al ministerio, como bien habrás notado, Arthur. Kingsley concluyó en que no podemos llevar a Sirius a un juicio justo si éste no habla. ¡Tiene que contar cómo volvió!

¡Así que así me vengo a enterar yo de las cosas! Por chisme. ¿Nadie me respeta en la Orden?

- Si es que volvió- agregó, observador, Moody. Aún me seguía mirando mal.

- ¿No hay nada que se pueda hacer?- preguntó preocupada la señora Weasley-. Yo colaboraría, ustedes saben, pero yo no soy muy… amiga de Sirius después de todo. En realidad sí, pero no creo que confíe en mí para algo así¿no creen?

Weasley asintió, y agregó:

- ¿Harry no le ha sacado nada?

- Oí que Tonks le preguntó si así era. El chico dice que no.

"¿No quieren que le pregunté yo?", me hubiera encantado decir. Pero me limité a lucir preocupado y asentir de vez en cuando.

Cuando pude me salí de la conversación y le eché un vistazo al salón. Mi Nymphadora, la Weasley y Granger estaban muy coloradas riendo en una esquina algo apartada. Echaban fugaces miradas cada tanto a los hombres: el chico Weasley, Potter y Black, que debatían muy animadamente con Lupin alrededor de él, quien estaba sentado con mejor aspecto que antes en un sillón.

Mientras observaba la situación yo había servido una de las copas con whisky de fuego. Tomé unos tragos y cuando las mujeres se unieron al grupo de los hombres y mi Nymphadora se sentó junto a Lupin, decidí que mi acto de presencia estaba hecho.

Y de que ya era hora de poder largarme de ese patético lugar. O al menos ausentarme otro buen rato. Vine a la biblioteca de la planta baja para distraerme escribiendo, pero ahora comprendo que ha sido peor. Pasar los hechos por escrito fue como enrostrarme de nuevo a mí mismo lo que está bajo mis narices. Es el tedio de vivir un amor platónico, un amor platónico tedioso, vivo y resurgente.

Busco un Dios a quien confiarle mi arrepentimiento. Aunque, tal vez, no hay un Dios dispuesto a escucharme esta noche (N/A: adaptación de pasaje de "La tabla de Flandes", Arturo Prérez-Reverte, capítulo "Quién mató al caballero").

24 de diciembre, por la noche

Esta mañana me desperté de nuevo junto al sol, así que les dejé una nota a los demás y salí por la discreta puerta del cuartel para internarme en la calle cubierta de nieve. Tenía el pretexto (ojo, y lo cumplí) de decorar el lugar para la fiesta, pero la verdad es que tenía muchas ganas de ver a Remus de nuevo.
Me aparecí como antes en la enorme sala del primer piso. Allí estaba Severus, dormido exactamente donde lo había encontrado ayer. No lo quise despertar, no fue mi intención, pero era obvio que tenía que abrir los ojos si alguien se tropieza con un butacón y lo rompe en el acto delante de él. Qué fea forma de amanecer, a causa de un violento ruido y una torpe amiga destruyendo la casa. Se levantó de un respingo, me alzó y me recostó en el sofá: todo sin que yo pudiera replicar nada. Realmente me dolía el pié, pero Severus enseguida me alivió el dolor con un simple hechizo.
- Gracias Severus, y, ehm… Lo siento, no quería despertarte.
Inclinó la cabeza mientras decía:
- No importa, mejor, estaba bastante incómodo.
Hizo una mueca y preferí no preguntarle por qué dormía allí. De nuevo intuición femenina.
- Genial. Se me ocurrió que podríamos hacer una pequeña decoración para la fiesta de hoy- me levanté del sillón y me dirigí al butacón roto-. Reparo!- murmuré señalándolo, y se arregló-. Quizás podrías ayudarme.
Él levantó las cejas, asintió y me preguntó con su voz baja y clara:
- ¿Dónde piensas hacerla?
Miré a mi alrededor.
- Este parece un buen lugar- observé mejor la sala: debía de medir diez metros por otros ocho, y salvo por algunos sillones (y butacones…) estaba bastante despejada. Las paredes eran altas aunque tenían un color amarillo pálido y las cortinas, aunque un poco viejas, muy elegantes-. Creo que cambiando algunos colores, quitando unos cuantos sillones, poniendo algunos muérdagos y apareciendo un árbol navideño estará precioso.
Terminé de recitar esta pequeña lista y me volví hacia él. Definitivamente teníamos muy diferentes conceptos sobre lo que es "precioso". Le pedí que empiece a quitar algunos los sillones mientras yo iba a ver a Remus.

Estaba sentado en la cama, mirando por la ventana. Cuando entré a la habitación se volvió y me dirigió una amplia sonrisa. Caminé hasta su cama y me agaché para darle un beso, luego me senté en ella.

- ¿Mejor?- le pregunté.

- Desde que viniste- respondió. Tomó mi rostro entre sus manos y me besó de nuevo-. Soy muy peligroso para ti, Tonks, por qué tengo que amarte tanto…

Esto me hizo recordar algo.

- ¡La carta!- me miró extrañado, por lo que agregué-: El anónimo. ¿Fuiste tú, verdad?

- ¿La encontraste?

- Mientras limpiaba- respondí encogiéndome de hombros. Entonces me acordé de una frase…-: Hay algo que no entendí. ¿Por qué elegiste la cocina? En la carta decías que era un lugar especial.

Rió y me dijo:

- ¿Recuerdas el día en que Minerva nos congregó?

Asentí. Él no sabía que yo ya tenía ese punto bien claro, en mi "investigación", unas hojas atrás en este diario.

- Cuando entré a la cocina, tú estabas sentada junto a la mesa con Snape.

- ¿Qué tuvo eso de especial?- pregunté, sin comprender.

- Cuando te vi allí… Estabas tan diferente… No sabía si eras tú u otra persona… Y sí, eras tú, la niña que me estaba quitando el sueño desde hace meses- terminó de decirlo con una sonrisa.

- ¿Enserio? Yo debo admitir que nunca antes me había fijado en ti… De esta forma. Pero estos últimos días… No he dejado de pensar en ti- reí y agregué-: Creo que todo empezó para mí cuando tomaste varias cervezas de más aquella noche.

- ¡Entonces sí que lo recuerdas!

- Jaja, lo siento, es que quería evitarte el mal rato.

Lo besé de nuevo y nos abrazamos por varios minutos. Aún no comprendo cuán afortunada soy de haberme dado cuenta de que lo amo en seis días y descubrir que me corresponde.

- Oye, Severus y yo estamos decorando el salón. Vuelvo en un rato¿te parece?

Su rostro se tornó triste.

- Si no vuelves pronto iré yo.

- Aún no estás muy fuerte.

- Para ti, sí- me respondió simplemente. Me dio un beso más y dejé la habitación.

Cuando volví a donde Severus comprobé mi sospecha sobre lo que es precioso para él. Había quitado unos cuantos sillones, pero el cambio radical era que había cambiado todas las cortinas bordó a negras. Escrito así no parece gran cosa, pero le había sacado mucha luz al lugar, y más que para un festejo navideño parecía listo para un funeral.

- ¡Severus¿Qué has hecho?

Me miró como diciendo "lo obvio".

Enseguida cambié el negro por rojo, verde y dorado. Convertimos la vieja lámpara de techo en una hermosa araña que caminaba por el techo con velas para iluminar bien a los que pasaban por el lugar; encanté unos cuantos muérdagos para que floten arriba de las cabezas de la gente cuando entrase en el salón; hice aparecer unas guirnaldas para las paredes (ahora de color rojo intenso) que cantaban villancicos si uno quería; y por último, Severus consiguió un majestuoso pino y lo decoré a mi gusto.

Me alejé para observar la obra.

- Haría falta una mesa. Veamos- usé los dedos para contar-, seremos: nosotros tres, Minerva, Moody, Sirius, Harry- (Severus hizo una mueca de escepticismo)-, Hermione, Ron, Ginny, Molly y Arthur. Doce invitados. Tendrá que ser una grande.

- Puedo traer la del comedor de abajo- se ofreció él.

Mientras bajaba las escaleras observé de nuevo el panorama: aún faltaba encargarse de cuatro sillones. Me fijé bien en uno de ellos. Allí seguía estando la negra capa de Severus, y aquel pergamino que había notado… Me ganó la curiosidad. Me acerqué, lo saqué del bolsillo y leí la primera línea. Era una carta, e iba dirigida a mí. ¿Por qué no me la habían entregado? La leí rápidamente. Era de Remus, y su contenido me hizo llorar. Él realmente me ama, pensé, y le dio esto a Severus para que me la entregue si muere…

Un fuerte ruido como de madera golpeándose con algo me despabiló. Me sequé las lágrimas y volví a meter rápidamente la carta en el bolsillo de la capa. De nuevo escuché el ruido, así que me asomé a la puerta para comprobar que Severus estaba haciendo levitar la mesa para que llegue al primer piso. Le eché una mano y completamos la tarea velozmente. Luego subimos doce sillas tapizadas en verde botella y encontramos en la cocina de la Casa unos muy pintorescos platos dorados haciendo juego con varias copas de cristal. Decidimos poner los sillones en las paredes laterales, pues no quedaban del todo mal.

En fin: el lugar quedó PRECIOSO. Pasó de ser una triste y sombría habitación a la más alegre de la Casa.

Luego del almuerzo vinieron Sirius, Moody y Minerva. Esta última se fue a Hogwarts y regresó un rato más tarde junto con Harry, Hermione, Ron y Ginny. La alegría del joven Potter al reencontrarse con su padrino fue decididamente emocionante. En cuanto se escuchó la puerta principal que se abría, Sirius bajó corriendo a su encuentro. Estrechó a su ahijado entre sus brazos mientras caían unas cuantas lágrimas de su cara.

Luego saludó a los demás afectuosamente, y se fue con Harry a una habitación que yo nunca había visto. Estuve charlando muy animadamente con Ron, Ginny y Hermione. Me dijeron que Harry estuvo todo el día de ayer y esta mañana, callado, nervioso y emocionado.

Después Hermione y Ron se fueron a visitar a Remus, y yo me quedé hablando con Ginny.

- Así que han vuelto- le dije guiñándole un ojo. Ella se puso algo colorada.

- Creo que lo del heroísmo no le duró mucho- reímos-. Cuando comenzó el año me dijo que me extrañaba mucho… Y yo por supuesto le dije que también, que no me importaba correr peligro por estar a su lado…

Sus ojos se inundaron de alegría.

- No sabes cuánto me alegra. Se merecen mutuamente- le dije con una gran sonrisa. Ginny me observó unos segundos y dijo picaronamente:

- Pareces mucho más feliz desde la última vez que te vi. ¿Es que yo también debo alegrarme por algo?

Reí, algo nerviosa.

- De acuerdo- me rendí. Su mirada era muy penetrante- Remus y…

- ¡AH¡No¿Lupin¿Enserio?- asentí, ahora yo bastante ruborizada- ¿No es muy mayor para ti?

Fruncí el ceño.

- No lo creo… O no me importa. Pero igual no andes gritándolo- le avisé-, todavía no es nada serio.

Asintió fervorosamente. Un rato después le inquirí, extrañada:

- ¿Hermione y Ron no se están tomando demasiado tiempo?

Torció los labios en una sonrisa malvada.

- Seguro se detuvieron en el camino-, me dijo, y echó a reír. Comprendí lo que quería decir y levanté mucho las cejas, sorprendida. Luego reí yo también.

Como una hora después vino Harry, pasó una mano por la cintura de Ginny y le dio un beso en la mejilla. Yo le pregunté:

- ¿Te ha contado cómo volvió?

Él parecía bastante conmocionado y negó con la cabeza.

- No. F-fue a ver a Lupin. ¿Vamos?- propuso Harry.

Debo admitir que me daba algo de pavor estar en el mismo cuarto que Remus con otras personas, teniendo que pretender que no me moría de ganas por ir a abrasarlo.

Sirius estaba radiante: en su mejor estado de ánimo desde que volvió. Hablaba mucho con Harry, con Remus, con las chicas, con Ron. Remus también pareció más animado.

Perfección.

Alegría.

¡Amor!

Ya por la tarde noche llegaron Arthur y Molly. Severus, a quien no vi en toda la tarde, pasó cinco minutos, saludó a los nuevos invitados, y se fue otra vez. Yo me divertí mucho, charlando con las chicas sobre Remus. Después a Minerva se le ocurrió (no se le escapa nada) poner música, e hizo aparecer una pequeña banda para nosotros. Enseguida vi cómo Ron sacaba a bailar a Hermione… Luego Harry a Ginny… ¡Luego Moody a Minerva! Me empezaba a poner nerviosa cuando Remus tocó mi hombro, estrechó una mano hacia mí y me preguntó con una sonrisa adorable:

- ¿Bailas?

Sonreí yo también y tomé su mano. No se pudo para muy fácilmente pero lo hizo. Sorpresivamente la canción se tornó lenta. Lupin me puso una mano en mi cintura y otra en mi hombro… me estrechó hacia él y yo apoyé mi cabeza en su hombro. Bailamos al suave son de la música, girando y girando… Pegué más mi cuerpo al suyo y descansé sobre él, sabiendo que me estaba escondiendo del mundo en los brazos de mi amado, temiéndolo todo y a la vez superándolo con una caricia de sus manos seguras. Cerré los ojos y me perdí en su tibio aliento que exhalaba sobre mi cuello, en el tibio beso que depositó en él, en el tibio amor que me brindaba a cada paso.

Con una grave nota las luces volvieron a aparecer y nuestro monótono baile acabó. Cuando reitré la cabeza de su hombro sentí de nuevo el frío de la vida, y le juré en un susurro que lo amaba.

El resto de la noche fue algo muy hermoso. A medianoche brindamos y cuando ya empezábamos a bostezar, Harry, Ron, Ginny, Hermione, Arthur y Molly se fueron. Escribo esto mientras me reclino en la silla del cuarto de Lupin, para descansar un poco antes de ir con los demás a volver a poner la sala como estaba esta mañana, antes de haberla modificado. Es una lástima, pero en fin…

Siento que nada malo puede sucederme. He alcanzado la felicidad absoluta… Y nada me va a bajar de la cumbre.

25 de diciembre

Cuán equivocada estuve.

Simplemente decidí darle un final a este diario. Lo guardaré por si alguna vez quiero recordar la peor semana de mi vida. Adios, querido diario, silencioso confidente.

Perdida,

Pues no hay salida.

Por siempre,

Nymphadora Tonks