CRAZY LITTLE THING CALLED LOVE

Por Cris Snape


Disclaimer: Kono Oto Tomare! Es una serie escrita e ilustrada por Amyū y publicada en la revista Jump Square.

Advertencia: Puede contener spoilers hasta el capítulo 107 del manga.


El sonido no miente.

Poco importan las apariencias.

La postura de Chika es perfecta. La espalda recta, los brazos formando el ángulo adecuado, los dedos listos para pulsar las cuerdas. Satowa le observa en silencio, expectante por escuchar la primera nota.

Se estremece cuando la música llega a sus oídos. Escuchar a Chika Kudō es escuchar el sonido de su propia alma. Delicada, sensible, apasionada y con un poquito de mal genio. Sonríe y se aproxima a él procurando no molestar, estremecida por dentro y con las mejillas tan rojas como la primera vez.

Es inevitable para ella sentirse un poco avergonzada de su primera impresión. Pensó que no era más que un delincuente, un chico violento y rudo incapaz de arrancar un mínimo de sentimiento a un koto. Como mucho, lo creyó capacitado para darle patadas y romperle las cuerdas. ¡Qué tonta fue! Por suerte, no tardó en comprender que Chika es mucho más que un pasado traumático y una fachada hosca. Es un músico intuitivo, un amigo en el que puedes confiar siempre. Un amante, y perdón por la expresión, cojonudo.

El sonido se detiene. Chika apenas gira la cabeza para mirarla de reojo.

—Me estás poniendo nervioso.

—¿Yo? Pero si no estoy haciendo nada.

Gruñe. Se da media vuelta y gatea por el suelo hasta estar frente a ella, a sus pies. Queda arrodillado, se aferra a sus caderas y apoya la cabeza en su vientre. Respira hondo, dejándose llevar por las emociones que le provoca.

—Existes. Con eso me basta.

Satowa se ríe. Acaricia su cabello. Se ha recogido el flequillo en una coletita sobre la frente y está, simple y llanamente, adorable. Hace calor y lleva desde muy temprano ensayando, así que el rastro del sudor se hace patente en su camiseta. No se mueve durante un buen rato, feliz por el simple hecho de estar con ella.

—¿Por qué no descansas un rato? He preparado un tentempié. Ven conmigo.

Hace que se levante. Para Chika, vivir en la Escuela Hōdzuki casi siempre es incómodo y le hace sentir fuera de lugar. Cada vez que se encuentra con Chiharu Hōdzuki, Gran Maestra y futura suegra, su rostro adquiere una expresión tan cómica que Satowa no puede evitar reírse. Es como un niño pequeño al que han pillado haciendo una travesura, aunque en realidad no haya hecho nada.

Al principio, se negó a mudarse. Decía que estaba bien con su tía Isaki, que no quería molestar ni disgustar a nadie. Aunque no fuera el estudiante más brillante de su curso, Chika no es un hombre totalmente estúpido. Siempre ha sabido que muchos alumnos de la escuela, encabezados por la abuela de Akira Dōjima, no ven con buenos ojos su presencia allí. Su pasado, sus modales poco refinados, incluso sus orígenes.

Sus padres le abandonaron. Por algo sería.

Satowa sólo escuchó esa frase una vez. Ni siquiera recuerda quién la pronunció. Sí recuerda los dedos de Chika crispándose entre los suyos y la furia que le subió por la garganta. Ese día, en esa hora, le hubiera importado muy poco ser nuevamente excomulgada de la Escuela Hōdzuki. Que una persona adulta pudiera decir algo así, le resultaba vergonzoso y surrealista. Se puso en pie, preparada para defender a Chika igual que hubiera defendido a cualquier otra persona en sus circunstancias, pero fue su propia madre la que intervino en esa ocasión. Con su calma habitual, sin decir una palabra más alta que otra, pero echando un rapapolvo de los que pasan a los anales de la historia.

Tal vez por eso, Chika aceptó el ofrecimiento de la Gran Maestra. Era un nuevo alumno de la escuela, después de todo. El hecho de que una mujer de su categoría saliera en su defensa. ¡Demonios! El hecho de que la madre de Satowa le tendiera una mano en ese momento, cuando él ni siquiera acertaba a sentirse digno de estar en su presencia, cambió su punto de vista. Sí que le hubiera gustado compartir estancias con Satowa (están prometidos, al fin y al cabo), pero a la suegra no le hizo ni pizca de gracia la idea. Satowa ni siquiera sabe cómo se atrevió a sugerirlo. A veces piensa que estuvo bebiendo sake a escondidas.

Se sientan en el exterior, a la sombra de un cerezo inmenso. Satowa sirve té helado y Chika echa mano de un pastelillo relleno de fresa. Hay cosas que nunca cambiarán. No importa lo mayor que se haga, Chika Kudō nunca perderá la pasión por los dulces de ese sabor. Todos los seres humanos tienen sus debilidades y el de su novio hace que se sienta encandilada.

—Es una receta nueva —comenta mientras saborea cuidadosamente esa pequeña delicia. A Satowa le hace especial ilusión que se haya percatado de esos matices que convierten los pasteles en algo único.

—La abuela de Hiro es una experta repostera. Le pedí la receta el pasado domingo, aprovechando que fuimos de compras juntas.

—¡Uhm! Creo que quiero una abuela así. —Cuando Satowa frunce el ceño, él da un respingo. Es tan brusco que se mancha la punta de la nariz de mermelada—. No es que me queje de ti, por supuesto. Eres una cocinera excelente. Tú ya me entiendes.

Le guiña un ojo. Satowa alza una ceja y se ve tentada de estamparle uno de los dulces en la cara. No obstante, le ha llevado demasiado tiempo prepararlos, así que reúne toda su dignidad para cruzarse de brazos y alzar el mentón.

—¿Sabes qué, Kudō? Deberías aprender a hacer tu propia comida. Algún día, Tetsuki y yo nos cansaremos de ti.

—Eso es imposible. Me queréis demasiado.

Es incapaz de seguir profiriendo amenazas. Cuando Chika sonríe de esa manera, como si todo a su alrededor resplandeciera, Satowa no puede negar que tiene toda la razón cuando afirma que lo quieren. Bien. Mejor así. Que se lo crea. El Chika del pasado había vivido ajeno al amor durante demasiado tiempo. Se merecía tener amigos, una novia e incluso un tipo que parecía más su hermano mayor que otra cosa.

—No sé por qué te resistes tanto. No eres mal cocinero.

—¿No lo soy?

—Tu problema es la pereza.

—No es pereza. Es que tengo que ensayar. La presentación es dentro de un mes y aún no estoy listo.

La presentación. Cuando Chiharu Hōdzuki aceptó su solicitud para formar parte de la escuela, fue clara respecto a lo que esperaba de él.

No haré ninguna excepción contigo, Chika Kudō. Si quieres formar parte de nuestra escuela, debes demostrar que eres digno de tocar el koto junto a nuestros alumnos más experimentados. Si realmente aspiras a ser profesional, prueba ante todos que vas en serio.

Satowa lleva muchos años tocando junto a él. Ha visto con sus propios ojos la pasión que siente por el koto, sabe que no existe una sola persona en todo Japón que se lo tome más en serio que Chika. Le ha escuchado hablar sobre el futuro que desea para sí mismo y para Satowa (Sería genial tocar juntos, ¿no?) y tiene la certeza de que pasará la prueba con éxito. Su madre también confía en él, sin duda. Y, aunque fracasara como alumno, ella aún querría tenerlo cerca.

No podrías haber encontrado a nadie mejor, Satowa.

Esas fueron sus palabras exactas cuando anunció que estaba con Chika. Al principio, tuvo miedo. Temió que se negara a aceptarlo, escudándose en las mismas excusas de personas como la anciana Dōjima. Sin embargo, ella expresó su satisfacción con una sonrisa y un abrazo. Chiharu no es una mujer desagradecida. Sabe que cuando ella abandonó a Satowa, fueron Chika y sus amigos los que la sostuvieron y la ayudaron a seguir adelante. ¿Cómo podría rechazar a alguien así?

Después de conocer a Chika tan bien como lo conoce, Satowa tiene una teoría. Es algo que nunca podrá probar, salvo que pudieran viajar en el tiempo y arreglarle la infancia. Chika tiene talento y una sensibilidad especial. A menudo, sólo necesita verla tocar para captar todos los matices de una composición. Memoriza las partituras más rápido que cualquier alumno de la escuela Hōdzuki. Es un hombre tenaz. Demasiado. A menudo se queda absorto en los ensayos y debe recordarle que es necesario comer y dormir si no quiere morirse delante del koto. Chika Kudō es un genio. O podría haberlo sido si hubiera recibido formación desde niño. Satowa ignora dónde está su techo, pero espera que después de la presentación, se relaje un poco. A ella también le encanta la música, pero necesita pasar tiempo a su lado. Tienen pendientes un viaje o dos.

—¿Tienes problemas con algo? Podría ayudarte.

—No es eso. Es que no consigo que la parte intermedia suene como yo quiero.

Chika devora el segundo pastelito. Satowa se enorgullece de su éxito.

—Se supone que es un fragmento melancólico, pero no soy capaz de darle fuerza. Lo que pasa es que no puedo sentirme triste, Satowa.

Se le hace un nudo en la garganta. Chika no es una persona que pronuncie frases rimbombantes. No ha nacido para ser poeta y, pese a ello, en ocasiones consigue desarmarla con su honestidad. Llevan mucho tiempo juntos, pero las mejillas le arden de todas maneras. Se toma su tiempo para reflexionar sobre lo que ha dicho, en parte porque se siente incapaz de hablar sin quedar como una tonta sentimental. Al final, bebé té helado, carraspea y ofrece su ayuda. Le encanta hacerlo. Es una forma de retribuir a Chika por todas las veces que la ayudó a ella.

—La melancolía no se trata de tristeza, Chika.

—¿Qué es entonces?

Nunca ha sido buena maestra. Se muerde el labio inferior e intenta averiguar cuál es la mejor manera de liberar las palabras que se apelmazan en su boca. Ella tampoco ha nacido para ser poetisa.

—Piensa en algún momento feliz del pasado, como cuando tu abuelo te enseñaba a tocar el koto. ¿Qué sentías entonces?

Chika se lo piensa. Es como si estuviera hurgando en su interior, escarbando en sus recuerdos y extrayendo lo necesario para aprender de ellos.

—Me gustaba. Cuando estaba con él, me sentía a salvo.

—Eso es algo bueno, ¿no? ¿Qué sientes al recordarlo?

—Yo… Creo que lo echo de menos. Me gustaría tener cinco minutos más con él.

Satowa sonríe y le aprieta una mano con cariño.

—Eso es la melancolía, Chika. No se trata de sentirte apenado por una emoción, si no de esa sensación de extrañar lo feliz que te sentías entonces.

Por un segundo, teme no haberse explicado bien. Sin embargo, Chika asiente, le da un bocado al tercer pastel y le sonríe, con la gratitud presente en su mirada.

—Creo que podría tenerlo. Voy ahora mismo a…

Hace ademán de ponerse en pie. Satowa bufa, exasperada por su dedicación, y le detiene con un gesto firme.

—Ni hablar. Llevas cuatro días sin hacerme ni caso y a mí me hace falta hablar contigo, así que te vas a quedar aquí sentado y vas a disfrutar de mi compañía. ¿Te enteras?

Chika parpadea y finge un escalofrío.

—¡Ah! Has puesto esa cara que da miedo, Satowa.

—Mejor. Que no se te olvide quién es tu novia. No voy a consentir que me dejes plantada para irte con tu koto. ¡Faltaría más!

Chika se ríe. A Satowa le sorprende que termine de levantarse después de lo que acaba de decirle, aunque no tarda en comprender que entre sus planes no se encuentra el dejarla sola. Rodea la mesa y se sienta a su lado, apoyando la cabeza en su hombro y cerrando los ojos.

—Me encanta como hueles, Hōdzuki. Eres como la primavera.

—Que quiera pasar tiempo contigo no significa que tengas que recitarme poemas ni ponerte cursi, Chika.

Él vuelve a reírse. De entre todos los sonidos que Satowa ha escuchado alguna vez, aquel es su favorito.

—Pues menos mal. Se me da fatal ponerme cursi. Aunque es verdad que me encanta como hueles. Me pones cachondo.

—¡Kudō!

Lo aparta de su hombro, dándole unos golpes en el pecho. Él se ríe y, aunque procura demostrar lo indignada que se siente, fracasa estrepitosamente. Al fin y al cabo, ése es el Chika de verdad. El hombre que es frágil y rudo al mismo tiempo, el que dice las cosas sin pensar y consigue que se ruborice sin proponérselo. El Chika del que se enamoró. Por él se enfrentó a una cuadrilla de matones e hizo lo impensable. No le queda más remedio que aceptarlo tal y como él. Con sus (escasas) virtudes y sus (numerosos) defectos.

Después de recibir la reprimenda, Chika la mira a los ojos. A Satowa se le pone el estómago del revés. Acaricia su mejilla y la observa como si fuera prisionero de un hechizo. Ella se estremece. Un silencio a veces vale más que mil palabras. Satowa retiene el aire en los pulmones cuando la besa. Rememora la primera vez que lo hizo. Tierno, torpe, terrible. El mejor y el peor beso de su vida. Con el tiempo, Chika ha mejorado mucho. Cuando la besa es igual que cuando toca el koto: no puede ocultar la verdadera naturaleza de su alma.

—Te quiero, Satowa.

La confesión tampoco es necesaria.

—Y yo a ti, idiota.