Disclaimer: todo esto es de esa gran mujer que amo y odio a partes iguales, osease jK Rowling y si alguien ha visto los 4 fantasticos puede que una de las escenas le suene

7-

Llevaba un rato despierto, pero con los ojos cerrados. El sol daba agradablemente en mis párpados y me adormilaba. Mi cerebro pensaba en la nada, mientras yo me concentraba en intentar olvidar el dolor punzante del pecho.

Podría haber estado así mucho tiempo, pero decidí abrir los ojos.

Mala idea.

Sólo conseguí ver la habitación un instante. Después mi campo de visión se volvió rojo. Y noté como mis pulmones se vaciaban de aire, al mismo tiempo que una fuerza sobrehumana me estrujaba literalmente.

-¿Ginny? –conseguí murmurar. Noté un sollozo en mi hombro.

Hubiese sido tremendamente emotivo y bonito, sino fuese porque me estaba quedando sin aire.

-Ginny... Ginny... es que me ahogas... –mi hermana se separó de mí, con los ojos bañados en lágrimas y me miró arrepentida un segundo. Un segundo.

Después me cruzó la cara de una bofetada. Ouch. Me acaricié la mejilla y la miré desconcertado.

-¡Nunca ¿me has oído bien, Ronald Weasley? NUNCA en tu vida vuelvas a hacernos algo parecido, o yo misma te mataré con mis propias manos! –me miraba con los ojos llenos de lágrimas, pero hablaba con una fiereza increíble. Tuve miedo. -¿Sabes lo que hemos pasado¡Sin saber nada, sin tener ni idea!

Vale, es hora de que vuelva el tipo duro. Sujeté a Ginny por los hombros y la zarandeé (sin mucha delicadeza, la verdad, pero es que llevaba mucho tiempo esperando ese momento) y la miré a los ojos fijamente.

-Lo siento –dije, y luego la abracé. Me estoy volviendo un blando.

Ella me devolvió el abrazo, lo noté, pero luego se separó rápidamente, se limpió las lágrimas de un manotazo y se puso en pie.

-Voy a avisar a mamá, está fuera con...

-¿Hermione?

Supongo que mi tono de voz fue demasiado evidente, porque mi hermana sonrió de oreja a oreja. Y creedme, eso no era nada bueno.

-No, está hablando con los Sanadores junto con papá. Hermione se marchó a casa a dormir esta mañana, los doctores la obligaron a descansar –Ginny se acercó a mí, hablando casi en susurros –Pero ha estado aquí tooooodo el tiempo, junto a ti.

Mis orejas estaban empezando a ponerse rojas.

-Sin soltar tu mano –terminó mi hermana, con esa sonrisita de suficiencia.

Todo mi bello y hermoso rostro era rojo ahora. La imagen de Hermione junto a mi cama, desvelándome en mi agonía que me amaba más que a nadie y suplicando entre lágrimas que no me marchase dejándola sola, cruzó por mi mente.

Mi hermana seguía mirándome. Seguía sonriendo. Le lancé la almohada.

Le di. ¡Ja!

Ella me la volvió a tirar y me dio en toda la cabeza. Después salió riendo de la habitación. Siempre igual. Cuando abrió la puerta oí las voces familiares de mis hermanos, que no tardaron ni un segundo en entrar como una tromba en la minúscula habitación.

Fred y George se sentaron sobre mi cama, dando botes, mientras Bill y Charlie se sentaban en las sillas y Harry se quedaba de pie, cerca de mí.

Y entonces todos me miraron. De repente. Y vi sus caras.

Como de pena. ¿Qué demonios pasa?

-¿Qué? –pregunté. Pasé la vista por mis hermanos y llegué a Harry, que me miraba pesaroso.

-Lo siento, tío.

¿QUÉ¿Qué dice?

-Los medimagos no han podido hacer nada... –comenzó Fred.

-...Y eso que estuvieron casi cuatro horas en el quirófano –era turno de George.

-Creíamos que podrían arreglarlo un poco, pero... –Bill me miraba muy serio.

-Tal vez, con cirugía mágica, aunque... no, no, olvídalo –Charlie ni siquiera me miraba.

-¿DE QUE DEMONIOS ESTAIS HABLANDO! –empezaba a sentirme muy nervioso.

-¿Ginny no te ha dicho nada? –Harry me miraba, todavía con rostro preocupado.

-N-no... ¿de qué?

-Pobrecilla, es tan buena, no habrá querido preocuparte –la cara de Fred hacía que casi pareciese sincero.

-¿PERO QUE PASA?

-Tu cara... –dijo al fin George con rostro apenado. ¿QUÉ¿QUÉ LE PASA A MI HERMOSO ROSTRO?

-Ya te lo hemos dicho, no han podido hacer nada –Harry me acercó un espejo.

-Tienes... –comenzó Fred. Levanté el espejo, y antes de verme...

-¡LA MISMA CARA DE ANTES!

-¡SERÉIS CABRONES! –ellos se retorcían de risa, Fred y George casi no podían respirar, Harry tenía que sujetarse para no caerse al suelo, y Charlie y Bill soltaban unas carcajadas que hacían temblar las paredes. Les tiré todo lo que tenía a mano: el espejo, la almohada, una botella de plástico... pero ellos las esquivaban.

Claro, eran todos exjugadores de quidditch.

-¿PERO QUE JALEO ES ESTE! –la dulce y tierna voz de mi madre les cortó la risita. Ahora ya sabéis de donde ha salido Ginny. -¡ESTO ES UN HOSPITAL, ASI QUE NADA DE MONTAR ESCÁNDALOS!

Genial. Por si en la quinta planta no se habían enterado de que aquí estábamos los Weasley, mi madre acaba de gritarlo a los cuatro vientos.

-¡Y AHORA TODOS FUERA! –no se oyó ni una mosca volando. Si mi madre fuese Ministra de Magia, iban a flipar los mortífagos. Todos mis hermanos salieron en orden sin un solo ruido.

Mi madre me miró, y la mirada que me dirigió ya la había visto antes.

-Si vas a gritarme o cruzarme la cara, te advierto que eso ya lo ha hecho Ginny, y que estoy enfermo, no me sentaría bien que lo volvieses a hacer tu otra vez –lo dije con toda la tranquilidad de la que es posible un hombre cuando su madre es MI madre.

Su expresión se suavizó. Uffff, casi. Se acercó y me abrazó. Otro superabrazoespecial Weasley que casi me rompe una costilla. ¿No se supone que estoy enfermo?

-Mi niño –me puse rojo.

-¡Mamá, deja de decirme esas cosas!

Mi madre me besó en la mejilla. Yo me puse más rojo todavía.

-¡Mamá!

Menos mal que en ese momento entró un medimago que dijo que yo debía descansar (¡sí, al fin alguien que se preocupa por mi!) y me dio una poción para dormir. Me tomé la botellita, mientras mi madre me acomodaba las almohadas.

Mis ojos se cerraban lentamente, y la última imagen que recuerdo eran los ojos azules de mi madre.

Y cuando desperté, otros ojos me contemplaban. Pero estos eran color café, con destellos dorados. Preciosos.

Estuve a punto de ponerme en pie de un salto. Luego, recordé aquel insistente dolor en el pecho, y me quedé quieto y tranquilito. Mejor.

-¿Qué tal? –sonrió. La observé, con el cabello recogido de forma precipitada, con ropa informal, con ojeras, con aquella mirada preocupada. Por mi. Me llené de orgullo por mi mismo.

-Me debes unas cuantas explicaciones ¿no crees? –si, ya lo sé, soy un capullo insensible y ella debería haberse dado media vuelta y haberse largado sin decir ni siquiera adiós. Pero no lo hizo. Soy un capullo afortunado.

Me miró pensativa, se levantó y abrió la ventana. Asomó la cabeza y un agradable airecito entró en la habitación.

-A ver... ¿qué es exactamente lo que quieres que te explique? –tenía una expresión concentrada, como si tuviese que explicarle algo muy complejo a un niño de cinco años. El niño de cinco años era yo.

-Ummh, no se... –hice como si pensara durante un segundo -¿Tal vez quien es Draco Malfoy, porque su padre suplantaba su personalidad, que tenía que ver un mortífago en todo esto, porque Malfoy Junior es un traidor y que demonios tienes tu que ver en esto? Ah, si, y el pequeño asuntillo de que pinto YO en todo esto.

Estaba cabreado. Supongo que debió notarlo. Bien.

-Draco Malfoy iba al colegio con nosotros: al mismo curso que Harry, tu y yo, y estaba en la casa Slytherin.

-Cuéntame algo que no sepa –me miró, airada. Comprendí que mejor tenía mi gran bocaza cerrada.

-Si me dejas seguir... –asentí con la cabeza, mis ojos clavados en los suyos –Bien, pues Malfoy es descendiente de dos de las familias de Mortífagos más importantes de el país: los Malfoy y los Black.

¡Black! Sirius Black, el padrino de Harry no era un mortífago. Claro que era la excepción que confirma la regla. No la interrumpí para contárselo.

-Naturalmente, su familia esperaba que Draco siguiese "la tradición familiar" y se hiciese mortífago, cosa que él aceptó. Pero tras unos meses (de esto no estoy muy segura, él no ha querido contarme mucho) decidió que estaba en el bando equivocado. Matar gente no era su pasatiempo favorito, a pesar de que lo de la sangre pura se lo tenía muy creído.

Me acordé de Lucius Malfoy arrastrando las silabas y diciendo "sangresucia" y una imagen parecida se formó en mi mente con Junior como protagonista.

-Cuando acabamos en Hogwarts, un año antes de que Harry acabara con Voldemort, yo ingresé en la Academia de Medimagia. Había sido la alumna más brillante de mi promoción, y Dumbledore me ofreció la oportunidad de entrar en la Orden del Fénix, dado mi origen muggle y mis aptitudes. Naturalmente, yo acepté.

Me imaginé a Hermione como la alumna más brillante de su promoción. De MI promoción. La verdad es que no me extrañaba nada en absoluto.

-Al entrar en la Orden me encontré con Draco Malfoy. Nos odiábamos. Se había pasado siete años insultándome, humillándome por los pasillos y llamándome sangresucia. Él seguía pensando que todo aquel rollo de la sangre limpia era cierto. Y entonces el profesor Dumbledore nos asignó como compañeros.

-¿Compañeros?

-Dentro de la Orden, cada auror tiene un compañero que debe saber siempre lo que pasa y donde está, el compañero debe tener una comunicación vía Patronus con él para tenerlo siempre localizado, para las ocasiones de peligro.

-Ahhh –me sentía bastante idiota. Yo no tenía ni idea de nada, y eso que mis padres estaban en la Orden, y que mi mejor amigo era prácticamente un miembro fundador.

-Durante dos años, Draco y yo fuimos compañeros en la distancia. No nos hablábamos a menos que fuera necesario, no nos mirábamos si no era imprescindible. Seguíamos odiándonos. Para él era un golpe muy duro que una mujer, de sangre muggle fuese mejor que él en todo. Pero un día recibí su Patronus. Algo iba mal. Muy mal. Draco no me habría llamado si su vida no dependiese de ello.

Asquerosas imágenes de el tipo rubito y Hermione besuqueándose cruzaban mi mente como flashbacks. Todo el mundo sabe que del odio al amor solo hay un paso. Hice una mueca. Hermione me miró con el ceño fruncido y después pareció comprender.

-¿Estás loco? –hizo como si tuviese arcadas y después se echó a reír a carcajadas -¡Ni en un millón de años¡Ni aunque fuese el último hombre sobre la tierra y la especie humana dependiese de ello!

Me tranquilicé. Muchísimo. Entonces me asaltó una duda ¿y si el último hombre sobre la tierra fuese YO? Me mordí la lengua.

-Sigamos –dijo, después de unos segundos de risa incontrolada –Cuando llegué allí Malfoy combatía contra un gigante, un hombre lobo y dos mortífagos. Lord Voldemort lo había pillado pasando información para la Orden. Yo había avisado al resto de la Orden, y mientras a nuestro alrededor volaban los hechizos, yo puse en práctica lo aprendido en la Academia de Medimagia. Le salvé la vida.

Hizo una pausa. Parecía distante ahora, con la mirada perdida en el pasado.

-Amaneció en el hospital, casi igual que tu ahora. Me llamó, quiso que fuese a verle antes que cualquier otra cosa. Cuando me acerqué a él, me prometió, me juró que nunca, jamás en su vida volvería a llamar a nadie sangresucia, especialmente a mí.

-Por eso le reconociste –dije, en un murmullo apenas audible. Asintió.

-Eres un chico listo.

Sonreí. Mentía fatal.

-No es que fuésemos los mejores amigos del mundo, pero al menos ahora podíamos estar en la misma habitación sin intentar matarnos con la mirada. Y entonces desapareció. De repente, sin una señal, sin una explicación, sin avisar a nadie. Y cuando volvió a aparecer quiso matarme.

-Viejas costumbres.

-No, Draco no volvería nunca a ser mortífago. Aprendió de una forma demasiado dura. El profesor Dumbledore y yo estuvimos de acuerdo en que algo extraño estaba pasando, y decidimos seguir a Malfoy. Pero yo soy profesora en Hogwarts, y él está demasiado ocupado con el funcionamiento del Castillo y su protección, y la única persona en que podríamos haber confiado sería Severus Snape, pero éste estaba en Durmstrang, en una misión de ayuda.

-Y me contratasteis a mi –las piezas empezaban a encajar, lentamente.

-Decidimos que alguien, preferiblemente ajeno a la Orden debía buscarlo antes de que intentase matarme de nuevo, para que pudiésemos tenderle una trampa. Y por eso te contratamos a ti, para que lo despistases, le hicieses ponerse nervioso. Un completo desconocido persiguiéndole. Por eso os invitamos al baile de Navidad, para que se sintiera desconcertado.

-¿No fue por mi increíble atractivo y mi irresistible encanto personal? –traté de sonar sorprendido. Sonrió, con sus dientes blanquísimos. -¿Y por qué yo? Hay un millón de detectives mejores, aunque no más guapos, en esta ciudad.

-Tu secretaria me cayó bien –soltó una carcajada. –Y por supuesto, como tu has dicho, no hay ninguno más guapo.

Mi ego se infló como un globo aerostático, a pesar de que ella se reía alegremente.

-Menos mal que viniste a verme a mi. O si no tal vez ahora...

-¿Estarías sano y salvo en tu casa sin ningún rasguño y sin haber estado al borde de la muerte?

-Que aburrido –hice una mueca y ella volvió a deslumbrarme con sus dientes –Quería decir que ahora no estaría sentado en una habitación completamente solo disfrutando de tu compañía.

Ahí está. Puedo ser increíblemente sensible, romántico y como queráis decirlo. Soy un tío grande. Y a ella le gusta. Todavía me quedaba otra duda.

-¿Y el verdadero Malfoy Junior?

-Lo encontramos ayer, en la Mansión Malfoy, en uno de los calabozos subterráneos. Está aquí, en San Mungo, también. Él está bien –la verdad es que eso no me importaba mucho.

Me miró durante mucho tiempo en silencio. Después se levantó y se acercó a mí. Más concretamente se sentó en la estrechísima cama, tan cerca de mí que podía volver a oler ese perfume tan delicioso.

-¿Quién te ha hecho eso? –murmuró, con la vista fija en mi mejilla, rehuyendo mi mirada. Me froté el moflete.

-Mi tierna y delicada hermanita. Tan dulce como una flor en Primavera, como siempre. Cree que tengo la culpa de todo y que... –pero de pronto había perdido la capacidad de hablar. Otra vez. Casi mejor, porque solo digo chorradas.

Su mano estaba en mi mejilla, y la acariciaba. Despacio, con ternura. Y yo seguía allí con la boca abierta, con los ojos abiertos y otra vez había olvidado cómo se respiraba. Supongo que en esos instantes no era el tío más atractivo del mundo.

-Pobre Ron –murmuró, todavía sin mirarme a los ojos –Todavía no te he dado las gracias por salvarme la vida, por hacer que conociera a mi mejor amiga y por darme la oportunidad de comer el fantástico estofado de tu madre ¿verdad? –Ahora sí me miraba directamente.

¡Pero di algo, hombre¡Contesta, di algo romántico-histórico que pase a la posteridad!

Negué con la cabeza, todavía con los ojos muy abiertos (aunque conseguí cerrar la boca). Genial. Todo un gigoló, si señor.

Y en ese instante, ella me besó. A MI. ME BESÓ.

Repito: me besó, a mí, Ronald Weasley, el tío más patético del mundo entero.

No fue un beso espectacular digno de una película de Hollywood. Tan sólo sus suaves labios sobre los míos unos instantes, los instantes más maravillosos, más cortos y más largos de mi vida. Después me abrazó (pero no como mi madre o mi hermana, que dan abrazos de boa-constrictor cercanos a la muerte por ahogamiento) me abrazó y apoyó su barbilla en mi hombro, respirando cerca de mi oído, notando su tibio aliento en mi cuello.

-¿Puedo preguntarte una cosa?

-Mmmh –interpreté aquello como un sí.

-¿Cómo haces para tener esos dientes tan perfectos, tan blancos y relucientes?

¿Qué¿Porqué estáis todas mirándome así¡La duda me estaba matando¡Y seguro que vosotras también hubieseis querido saberlo!

Se echó a reír incontrolablemente. Después volvió a besarme, muy suave y muy rápido, se levantó y se puso el abrigo.

-Mis padres son dentistas –dijo, entre risas, mientras yo me ponía en pie con dificultad. Después abrió la puerta, dijo "buenas noches" y se marchó.

Tardé diez segundos en procesar la información. Los diez segundos que tardó ella en volver a aparecer por la puerta, caminar derecha hacia mí y besarme como nadie jamás lo había hecho o lo volvería a hacer jamás.

Me quedé sin respiración, aunque esta vez no me importó. Solo intenté concentrarme en sus labios, en su boca, en sus manos en mi pelo. Mis manos acariciaban su cuello, mis piernas temblaban y mis fuerzas flaqueaban. Se separó y me miró a los ojos.

-Ahora sí, Ron, buenas noches –besó mi mejilla y desapareció por la puerta.

Me quedé mirando la puerta como un imbécil (sí, lo reconozco) y después suspiré. Un sanador entró en la habitación al mismo tiempo que yo me dejaba caer ruidosamente sobre la cama. Me miró extrañado.

-¿Se encuentra bien, señor? –preguntó receloso.

Podría decirle que estoy flotando en una nube de colores que me lleva más allá del cielo, pero entonces pensaría que estoy drogado y me mandaría derecho al Ministerio.

-Mejor que nunca. Bueno... –lo miré sonriente –Tengo hambre.

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Q MOOOONOOOOOOO! I LOVE RONNIE! RONNIE JE T'ADORE! RONNIE, TE AMOOOOO! Yo lo quiero para miiiiiiii! Por lo menos algún Weasley que sea para mi, pofiporfiporfi!

Y buenooooo, ya casi llegamos al final del fic, con montones de rww (no me esperaba tantos!estoy muy contenta!) y un pequeño prólogo con sorpresa porque no quería dejar esto así. Asi que chicas, os quiero muchísimo y aun me queda un capitulo para vosotras pero sigo queriendo REWIEWS!Jajajaja soy una chantajista, como ya me habéis dicho muchas! (Por cierto, espero haber satisfecho todas vuestras dudas en este larguíiiiiisimo capitulo casi-final-pero-no)

Besos, abrazos y nervios porque ya casi sale el sexto en español de parte de nagini86!