Disclaimer: Naruto solo pertenece a Kishimoto. La historia está inspirada en una serie de televisión con el mismo nombre, dicha serie televisiva no me pertenece.

Capítulo 2: Miedo a no sentirse ayudado

Inari es un niño de no más de ocho años que vive en un barrio pobre junto con su madre Tsunami y su abuelo Tazuna. Eran una familia muy feliz y unida; Tazuna era un carpintero y Tsunami era una ardua cocinera, ama de casa y amorosa madre, se dedicaba a vender comida corrida en un puesto para ganar dinero extra. Durante mucho tiempo el padre de Inari fue un tema tabú entre su familia. Siempre que Inari lo mencionaba el ambiente cambiaba irremediablemente a uno más triste, a veces su madre se deprimía y lloraba, mientras tanto su abuelo simplemente se ponía furioso. Inari se había resignado a no volver a preguntar acerca de su padre y para cuando llego a los ocho años de edad a él le era completamente indiferente, y a él no le hubiera importado jamás enterarse de su padre.

Sin embargo, un día mientras su madre lo pasaba a recoger a su escuela y cuando estaban a punto de llegar a su casa ella se puso tensa y, en palabras de Inari, se asustó. Al mirar hacia el frente vio un par de hombres que él nunca había visto en su vida y se encontraban justo enfrente de la puerta de su apartamento, la cual se encontraba abierta. Su madre le apretó la mano y dio media vuelta, sin embargo, pronto noto que los hombres los estaban llamando y comenzaban a seguirlos. —No voltees —fue lo que escucho Inari que decía su madre en voz baja, pero los hombres los alcanzaron y le cortaron cualquier ruta de escape.

—Hola Tsunami —dijo uno de los desconocidos —mira cuanto has cambiado.

—Hola Kaiza —dijo bastante seria y molesta su madre —tú también pareces haber cambiado, pero no precisamente para bien.

El tal Kaiza se molestó y frunció el ceño al tiempo que sujetaba a su madre bruscamente con una mano y decía:

—Mucho cuidado con lo que dices si no quieres que te de una paliza, recuerda que eres mía.

—Tú perdiste esos derechos hace mucho tiempo —dijo Tsunami desafiante, justo después un golpe le impacto en su cara, el cual fue tan fuerte que le abrió el labio.

Inari no podía soportar que trataran así a su madre y el no hiciera nada, así que decidió intervenir:

—¡Deja en paz a mi madre! —gritó Inari al tiempo que se lanzaba contra Kaiza ante la aterrorizada mirada de su madre.

El impacto no le hizo ningún daño al hombre, pero si logro molestarlo, así que simplemente lo aparto de una patada.

—¡¿Y este de aquí quién es?! —preguntó bastante molesto Kaiza —no me digas que esta pulga es mi vástago —dijo burlón. Tsunami solo desvió la mirada.

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Finalmente, Inari sabe quién es su padre, un maldito narcotraficante llamado Kaiza. Por lo que se había enterado, su madre se enamoró de este hombre cuando era un humilde pescador y buen samaritano. Por cuestiones económicas tuvo que irse a trabajar durante 6 meses a un lugar lejano, y durante ese tiempo él cambio su comportamiento. El hombre bueno y cariñoso desapareció para dar lugar a un monstruo que resolvía todos sus problemas de manera violenta o intimidando a quienes los causaban. Su madre hizo lo posible para que Kaiza volviera a cambiar para bien, y por un momento pareció lograrlo, hasta que él se volvió un alcohólico y un drogadicto de cocaína. Cruzo un punto sin retorno, y como por esas fechas ella había quedado embarazada, se produjo una fuerte pelea en la cual Kaiza se había ido y Tsunami, aterrada, huyo de su lugar natal buscando rehacer su vida a partir de cero.

Al parecer su "padre" se había convertido en un capo medianamente poderoso, y aunque le costó trabajo, dio con la actual residencia de su familia. Por un momento estuvo dispuesto a darle el beneficio de la duda, pero pronto comprendió porque su abuelo odiaba tanto a ese hombre. Kaiza dejaba la casa hecha un desastre, siempre venía drogado y/o borracho, portaba armas en todo momento, no le ponía límites a sus "amigos", y lo que más le molestaba, golpeaba a toda su familia. Él solo podía llorar mientras era objeto de una paliza, o solo podía observar como su abuelo y su madre eran brutalmente golpeados.

Habían pasado solo dos semanas, pero mi madre estaba muy asustada, su rostro estaba amoratado, el maldito de Kaiza arrojo a la calle a mi abuelito y si no me golpeaba me ignoraba o me decía cosas de que prestara atención para seguir sus pasos. Esos comentarios solo me hacían sentir mal y asustaba mucho a mi madre, solo tenía que ver su cara de terror cuando lanzaba ese tipo de comentarios.

Pero ya se había cansado de llorar, tenía que buscar ayuda, y quien mejor para ayudarlo que su abuelo. Él siempre lo ha ayudado a resolver sus problemas, pero primero tenía que encontrarlo.

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Inari se había escapado fácilmente de su casa. Su madre también había comenzado a beber, en consecuencia, estaba dormida. A su padre no parecía importarle un comino lo que le pasara. Inari se encontraba caminando en dirección al parque, recordaba que su abuelo siempre se sentaba en un banco a alimentar palomas. Inari tardo varios segundos en reconocer a su abuelo, aquel hombre siempre aseado ahora se encontraba sucio, su cara que siempre había reflejado una pacífica felicidad ahora parecía solo demostrar tristeza y desesperación.

—¿Inari? —preguntó Tazuna entre feliz y alarmado.

—Abuelo, ¿qué te paso? —preguntó Inari preocupado y al borde de las lágrimas.

—Nada que tu abuelo no pueda manejar. ¿Qué haces aquí? Kaiza se puede enojar si se entera que estas aquí —dijo Tazuna con voz grave.

—Él no se enterará de nada, no le importó —dijo Inari restándole importancia al asunto. —Abuelo, tenemos que hacer algo, no podemos seguir así —dijo con convicción Inari.

—Pequeño, hay muy poco que pueda hacer, reza por que Kaiza se vaya pronto de aquí y nos deje tranquilos —respondió Tazuna con voz derrotada.

—Pero debe de haber algo que podamos hacer. Si le decimos a la policía ellos lo atraparan, eso siempre pasa en los programas de televisión que vemos —dijo Inari buscando el apoyo de su abuelo.

Tazuna sonrió y agrego con el mismo tono de voz:

—No todo lo que ves en la televisión es real, no todos los policías son héroes. Si les pedimos ayuda es probable que Kaiza y sus hombres nos maten, nos secuestren, o algo peor, antes de que la policía pueda actuar.

—Pero debemos hacer algo, y si no podemos solos alguien debe de poder ayudarnos —dijo Inari ya no tan optimista.

Tazuna se quedó pensando un rato, hasta que algo pareció ocurrírsele.

—Tengo un amigo que nos puede ayudar a salir de la ciudad y darnos un lugar donde quedarnos. Necesito contactarlo, dile a mi hija que todavía no se rinda —dijo ya un poco emocionado Tazuna.

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Inari todavía seguía llorando. Tsunami, su madre ya no tenía esa mirada alegre y llena de esperanza, ahora parecía tener una mirada de muerta en vida. De alguna manera Kaiza se había enterado del plan de su abuelo, Inari tuvo un mal presentimiento cuando su abuelo no apareció y se los llevo como se supone pasaría. En lugar de eso se enteraron de que "un viejo ebrio y vagabundo" fue baleado y se encontró muerto en un basurero, su tristeza fue enorme en cuanto se enteraron que ese viejo era Tazuna. Kaiza apareció esa noche especialmente furioso, le pego con un cinturón tan fuerte que le hizo perder el conocimiento. Cuando se despertó y fue a buscar a su madre la encontró semidesnuda en un rincón de su habitación y con la mirada perdida, había rastros de lágrimas en su cara. Desde entonces casi no ha dicho palabra y bebía el doble que antes, al grado que casi todo el tiempo estaba borracha.

Durante el resto del mes Inari tuvo que vivir con su padre, con la casa hecha un desastre y apestando horrible. Su madre ya no aseaba ni cocinaba, ya no se arreglaba y parecía obedecer con mucho miedo a Kaiza. Constantemente personas de dudosa moral se aparecían en el departamento en el que vivía, al grado que incluso los vecinos se mudaron. También los fines de semana su padre traía prostitutas y echaba a su madre a que durmiera en el suelo al pie de la puerta de la habitación, como si fuera un animal cualquiera.

Inari estaba sumamente triste y asustado. Durante mucho tiempo su abuelo fue su héroe, y no había problema que con algo de tiempo y paciencia él no pudiera resolver. Pero ahora su abuelo estaba muerto y él ya no sabía a quién más pedir ayuda, tal vez intentar con la policía como en un principio él había pensado.

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Inari se había escapado de su casa otra vez y había acudido a ver a los policías locales. Estos fueron a la jefatura a informar lo sucedido, sin embargo, en vez de que salieran muchas patrullas en dirección a su casa como había pensado en un principio. Solo salió una con él como pasajero, al llegar vio como los policías y su padre conversaban. Al parecer se llevaban medianamente bien, uno de los policías regreso a la patrulla y bajo a Inari de esta y lo jalo de manera poco delicada en dirección a su casa en donde estaba un aparentemente tranquilo Kaiza. La mirada que Kaiza le dirigió al niño demostraba lo furioso que estaba.

—Tiene suerte de que el niño nos encontrara a nosotros. De haber informado esta situación a alguien más honesto o de mayor rango en la jefatura no hubiéramos tenido más opción que venir a arrestarlo —fue lo que escucho Inari que decía uno de los policías a su padre.

—P-Por favor. ¡Ayúdenos! —gritó Inari con todas sus fuerzas, solo para ser callado por un puñetazo que Kaiza le dio en su boca mientras los policías se alejaban sin mirar atrás.

Kaiza jalo al niño al interior del apartamento de una manera sumamente brusca y lo aventó contra una de las paredes.

—¡Maldito soplón! —fue lo que gritó Kaiza mientras una muy asustada Tsunami aparecía en la escena para a continuación poner una cara de horror al ver a su esposo furioso y que dirigía esa furia en contra de su hijo.

—¡No le hagas daño, es solo un niño! —gritó Tsunami sumamente preocupada y desesperada.

—Pero esto es tu culpa también. Criaste un maldito soplón —exclamó Kaiza con la voz siseando mientras se aproximaba a una aterrada Tsunami.

Tanto Inari como Tsunami sufrieron una paliza de tal calibre que el ruido se escuchaba a media cuadra de distancia. Inari quedo inconsciente y con todo el cuerpo entumido por los golpes, y varias partes de este con la piel ligeramente desollada. Tsunami había resultado con toda su cara amoratada, varios dientes rotos, y el fémur fracturado.

A partir de ese momento Kaiza decidió que ya era hora de irse de ese lugar tan incómodo. Un día simplemente empaco maletas y se llevó a la fuerza a su hijo y a su mujer.

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Había pasado cerca de 8 meses desde que su padre había aparecido en su vida y lo odiaba. Odiaba en lo que se transformó su vida. Antes, cuando todavía eran solo él, su abuelo y su madre, él quería estudiar y convertirse en un arquitecto, aparte de aprender carpintería. Pero poco después de que su padre apareció se le dificulto ir a la escuela al grado que tuvo que dejarla, y cuando murió su abuelo y se mudaron perdió de repente todos sus sueños para el futuro. En lugar de eso había tenido que trabajar a las órdenes de su padre, que lo obligaba a trabajar con sus hombres a vender la droga a consumidores, algunos de la edad de Inari, otros eran adolescentes y los menos eran adultos. Tuvo que aprender a defenderse de manera violenta, e incluso ya lo habían obligado a asesinar a una persona, un miembro de una banda rival. Lento, pero seguro, estaba en dirección a convertirse en lo que su padre era ahora, aun sin quererlo.

Lo peor de todo era su madre. Si quería que Kaiza tratara bien a su madre, él debía de obedecerlo, o de lo contrario su madre serviría como bolsa de boxeo. Al mismo tiempo su madre moría lentamente al ver que su querido hijo se estaba transformando en un delincuente. A ella nunca le gusto ni siquiera robar y mentir, y puesto que un delincuente fue quien mato a su madre odio ese tipo de personas desde que era niña. Ver que había escogido de pareja a un delincuente y que su hijo se estaba transformando en uno la habían afectado de tal manera que no solo se había vuelto adicta al alcohol, sino también a la cocaína, cayendo en un pozo tan profundo que probablemente ya no podría salir de ahí.

Inari no sabía a quién más pedir ayuda. Sus amigos eran aún más ingenuos que él y de su misma edad, además, desde hace un tiempo perdió el contacto con ellos. Sus antiguos maestros no habían podido aconsejarlo, o bien no eran consejos muy útiles o eran muy difíciles de llevar a cabo, y ninguno de ellos había querido intervenir directamente por él.

El lugar al cual se habían mudado era mucho peor que el anterior. Tenía un ambiente en el cual se respiraba el miedo, muchas de sus calles apestaban, sus habitantes vivían siempre asustados, o por lo menos eso le parecía a Inari. Excepto los integrantes de las pandillas, los cuales eran muy rudos y agresivos si los molestabas. Rara vez pasaban policías, cuando eso pasaba en muchas ocasiones estos pandilleros, o se ponían nerviosos o permanecían inmutables, clara señal de que varias autoridades aquí eran corruptas. Eso también descartaba el volver a pedirle ayuda a los policías, Inari ya no sabía qué hacer para cambiar el rumbo de su vida.

Se encontraba vagando por las calles como siempre en todas las mañanas, con las manos en los bolsillos de sus pantalones, la mirada gacha y perdida en sus pensamientos cuando de repente un hombre que portaba una túnica negra se le acerco. En un principio Inari se asustó, hasta que lo reconoció como un sacerdote.

—¿Qué te sucede, hijo mío? —preguntó con voz tranquila el sacerdote al niño, que desde su punto de vista se veía muy deprimido y desesperado.

—¡Que le importa! —respondió Inari de muy mal humor.

—Me importa porque a Dios le importan todos sus hijos —respondió el sacerdote sin alterarse.

Inari solo lo miro de reojo, buscando una señal de que le quisiera hacer daño. Desde que llego a este vecindario cada vez que alguien se le acercaba era porque necesitaba algo de él (excepto su madre), ya sea droga, que sirviera de mensajero o simplemente amenazarlo.

Durante unos segundos ninguno de los dos pareció saber exactamente que hacer a continuación, hasta que Inari hablo:

—Odio mi vida.

El sacerdote únicamente se le quedo mirando mientras su cara cambiaba del de un niño rudo a uno desesperado y sumamente triste.

—Odio a mi padre por ser lo que es, odio a mi madre por lo en que se convirtió, me odio a mí por no poder hacer nada para remediarlo… ¡Odio a mi abuelo por abandonarnos! —terminó de decir gritando y al borde de las lágrimas.

El sacerdote se agacho a su altura y le dio un abrazo al niño, uno que en cuestión de segundos fue correspondido con el niño llorando a mas no poder.

Después de un rato el sacerdote lo invito al interior de la iglesia asegurándole que encontraría alivio a sus pesares.

Inari creyó que eso sería bueno, encontrar alivio, aunque sea por un momento.

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Desde hace mes y medio que Inari visita la iglesia y al sacerdote cada vez que puede, siempre rogándole a Dios que le ayude a él y a su pobre madre. Cada día la situación es peor, su madre hace cualquier cosa para obtener droga; mentir, robar, extorsionar, suplicar a su padre, prostituirse, etc. Su padre por otro lado sigue igual que siempre, la verdad es que no entiende por qué su padre los quería tener en su vida si no les prestaba la atención necesaria. No los cuidaba, le daba igual lo que le pasara a su madre siempre y cuando estuviera cada noche en la casa, muchas veces lo primero que hacía al llegar a la casa era maltratarla. En cuanto a él, mientras estuviera en casa, vendiera la droga e hiciera otros trabajos que su padre necesitara, y no le robara nada de las ganancias, con eso a Kaiza le bastaba.

Inari iba a la iglesia a rezar, a confesarse y cada vez que podía a escuchar el sermón que se daba todos los domingos. Si bien la iglesia proporcionaba cierto alivio y mantenía viva la esperanza, no ayudaba realmente a cambiar su situación, y por lo que había podido escuchar de otros fieles a la iglesia, rara vez ocurría un milagro de esos que todo el mundo quiere que les suceda para resolver sus problemas o situación.

Inari sabía que no podía esperar mucho tiempo. Ni él ni su madre tenían mucho tiempo si querían cambiar su forma de vida y huir de ese monstruo que perturbo sus vidas de una manera tan horrible.

Iba a aplicar el viejo dicho que había oído hablar de ciertas personas: "pide a Dios que te ayude en tu trabajo, pero nunca esperes que Dios lo haga por ti".

Si todavía quedaba una oportunidad de salir de ese infierno de vida era matando a su padre y huir de ahí lo antes posible. Sin embargo, necesitaba planear bien las cosas si quería que todo saliera bien. Su padre no solo era un hombre más grande y fuerte que él, también más listo, más intuitivo y con más experiencia manejando armas. Necesitaba agarrarlo desprevenido o borracho. Además, casi todo el tiempo tenía una escolta que lo estaba cuidando, uno o dos hombres que estaban cerca de él y se quedaban cerca de su casa, y a veces incluso afuera de su casa en un coche.

Inari comprendió pronto que necesitaba ayuda para matar a su "padre". También comprendió que quienes estaban dispuestos a ayudarlo no lo harían gratis, y que esa gente sería peligrosa. A pesar de ser un niño listo e inteligente, sigue siendo todavía solo un niño.

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—Entiendo tu predicamento niño, pero me tienes que dar alguna garantía de que funcionara —dijo un extraño sujeto con barba gris y con anteojos.

—¿Qué quiere? —fue lo que respondió el niño.

—Vamos Inari, no seas así, todavía eres muy joven como para ser alguien amargado —dijo el extraño sujeto.

—Gatō —pronuncio Inari, dando a entender que no le gustaban los rodeos.

—Mas respeto chamaco, lo que me pides puede llegar a ser muy peligroso, y yo no tendría ningún problema en matarte —respondió Gatō reafirmando su autoridad.

Durante varios segundos ninguno de los dos dijo nada.

—Quiero que hagas dos cosas chamaco. Quiero que mates a un prisionero que tengo y que ya no me sirve, necesito saber que por lo menos sabes matar —dijo Gatō mientras analizaba las expresiones faciales del niño y su respuesta.

Inari dudo en que responder, él ya había matado personas, pero nunca le gusto segar vidas. Veía a las personas que había matado hasta en su comida. Para él era una mentira cuando le decían que solo el primer muerto era el traumante. Él ya olvido el rostro de la primera persona que mato, pero el rostro que lo atormentaba actualmente era de la última que asesino.

—Está bien —dijo soltando un suspiro —el maldito de mi padre me enseñó a usar el cuchillo y la pistola. Lo que me preocupa es que Kaiza descubra nuestra relación —dijo poniéndose serio, lo más serio que puede ser un niño a esa edad. —¡Kaiza no es idiota! ¡Por algo usted está usando un disfraz! —gritó reflejando el miedo y odio que le tenía a su padre.

Gatō solo sonrió.

—La segunda condición es que asistas a realizar un ritual a la santa muerte —dijo observando otra vez un rostro de duda en Inari. —Será algo sencillo, yo y todos mis hombres siempre realizamos un sacrificio en su nombre antes de realizar este tipo de… "operaciones" —dijo Gatō.

—Pero… yo… —dijo Inari sosteniendo una cruz de madera que siempre llevaba alrededor del cuello.

—¡O vamos! No me salgas con eso de que eres religioso. Después de todo ya has roto varios de los mandamientos de esa estúpida religión, otro no hará la diferencia. ¿Qué no se supone que tu Dios perdona todo? —le dijo Gatō, intentando convencerlo de que aceptara, al ver que esas palabras no parecían convencerlo del todo agregó —piensa en tu madre chico. Si todo sale bien solucionaras tus problemas con tu Dios más tarde. Tu madre no tiene tanto tiempo.

—¿En dónde va a ser esa ceremonia… ritual… lo que sea? —preguntó Inari con voz firme.

—Te lo hare saber cuándo mates a la persona que te indique —respondió Gatō con una sonrisa.

Inari procedió a salir de ese restaurante, Gatō se quedó un rato más ahí, sonriendo por todo lo que estaba sucediendo. Kaiza era un don nadie que se creía importante porque toda la zona norte de esa ciudad le pertenecía. Sin embargo, él ha matado desde siempre a varios de sus hombres, afectando la reputación de su organización. Gatō no podía matarlo directamente, pues Kaiza era protegido por un capo aún más poderoso de lo que él era, sin mencionar que eso rompería un trato entre mafiosos que se hizo para repartir territorios y evitar que estallara una guerra ente las distintas organizaciones criminales. La única forma en que podía enseñarle quien mandaba era, o matando a los hombres de Kaiza, situación que podría involucrarlo en un costoso conflicto con él, o convencer a uno de sus hombres que lo traicionen y lo maten, situación que no dio los frutos esperados y peor aún, lo puso paranoico y en estar siempre alerta. Aun así, a la fecha, Kaiza personalmente mataba a los hombres que trabajaban en la frontera de su territorio. Pero por fin había encontrado a alguien lo suficientemente cercano que podría matarlo, quizá fuera un niño, pero la decisión que vio en sus ojos era una garantía de que no se arrepentiría o fallaría.

Con algo de suerte el sucesor de Kaiza no sería tan irrespetuoso como para andar matando a sus hombres a diestra y siniestra. Gatō no se sentía mal si sus hombres morían, lo que realmente le molestaba de la situación era que los novatos con quienes los reemplazaba no siempre hacían el trabajo tan bien o tan rápido como los que ya tenían experiencia. Sin mencionar que los novatos a veces se creían muy listos y comenzaban a robarle parte de sus ganancias. Sinceramente conseguir gente que haga bien su trabajo no era tan fácil como se pensaba, y el hecho de que Kaiza los matara le quitaba tiempo y esfuerzo que bien podría haber sido invertido en generar más ganancias.

"Pero pronto todo eso será parte del pasado" pensó al tiempo que salía y volvía a sus territorios.

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Inari regresaba a su casa otra vez, si es que se le podía llamar casa al chiquero donde vivían. A pesar de que su padre contrataba a una sirvienta para que mantuviera limpio el lugar siempre que llegaba encontraba, o algún insecto rastrero, o los trastes sucios, o bolsas de basura y basura regada en el piso. La limpieza se realizaba tres horas al día por parte de la sirvienta y dos ayudantes, y a pesar de venir diario, su padre nunca podía mantener limpio ese lugar.

—Madre —gritó Inari. De pequeño siempre llamaba a su madre con una mirada sonriente, que reflejaba felicidad, pero ahora no puede sino deprimirse y desesperase cada vez que ve a su madre. Cada vez más flaca, más demacrada, simplemente se le parte el corazón verla así y no poder hacer nada para ayudarla.

—Inari, ya volviste —dijo Tsunami con voz adormilada, señal de que estaba borracha —le trajiste un regalo a tu madre —preguntó esperando que su niño le haya traído algo, ya sea alcohol o cocaína.

—No mama, no te traje nada esta vez —dijo mirando como su madre hacia una mueca de frustración y se iba a su habitación.

De repente se abre la puerta de su casa, es su padre, el cual pasa con una sonrisa un tanto siniestra, pues no sabe cómo más describirla. En su mano izquierda tiene una botella de una bebida alcohólica y en su mano derecha lleva arrastrando a una mujer con ropa muy diminuta y que sigue a su padre con una sonrisa boba en su cara. Dos metros detrás de ellos vienen dos de los guardaespaldas de su padre, hombres fuertes y bien armados.

Inari sabe que de no ser por esos guardaespaldas a él no le costaría tanto trabajo asesinar a su padre e irse de esa casa. Necesitaba ayuda con los guardaespaldas de su padre, y durante mucho tiempo tuvo miedo de no sentirse ayudado ni apoyado por nadie. Eso hasta que logro contactar con Gatō.

Inari se retiró a su cuarto antes de que viera como su padre maltrataba a su madre otra vez.

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Inari se encontraba en las calles, cerca del territorio de Gatō. Entro en un edificio de apartamentos, paso del conserje y se dirigió a la habitación que Gatō le había indicado en la última reunión. Se fue por las escaleras y tal como dijo Gatō, se aseguró que nadie lo estuviera vigilando. Aunque Inari sabía que a su padre no le importaba su bienestar y se lo dijo a Gatō, este último insistió en que tomara todas las precauciones necesarias.

Una vez llego a ese apartamento toco la puerta, le preguntaron la contraseña, el respondió y entro al departamento. Se fijó que dentro de este departamento no había nada más que una silla con una persona sentada y dos matones que se veía no pasaban de los veinte años.

Inari solo pregunto si la persona atada era la que tenía que asesinar. Los matones solo sonrieron y le quitaron la capucha, descubriendo a una mujer de no más de 25 años. Se notaba que la habían golpeado, y por como actuaba, que la habían privado de sueño, o se la habían pasado torturándola psicológicamente.

Inari solo apunto su pistola y sin muchos titubeos disparo mientras la mujer aterrada le suplicaba que no lo hiciera y que la dejaran irse. Los matones alabaron la sangre fría del niño y le entregaron un papel, que es donde sería la siguiente reunión.

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Gatō se encontraba un tanto hastiado de estar en ese lugar. Para empezar, el nunca creyó en seres con poderes divinos o superiores y si estaba en este tipo de rituales es porque a él se le hacía más fácil que le respetaran y lo obedecieran. El veía como una pérdida de tiempo y esfuerzo dedicarse adorar a un kami… ente…lo que sea, que era extranjero para empezar. La santa muerte.

El rio por lo irónico de la situación, tan acostumbrados estaban a la muerte que ahora la adoraban. Algo que muchas otras personas detestan e intentan evitar a toda costa.

Para él el único "Dios" sería él dinero y el poder que viene con este. Un ruido en la puerta lo distrajo de sus pensamientos y vio a un nervioso Inari entrar. Y es que como no estarlo, viendo el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos, es decir, él también se había puesto nervioso tanto por la atmosfera de misticismo que creaban como por las acciones realizadas por los sujetos ahí presentes la primera vez que presencio uno de esos rituales.

Para empezar, se encontraban en un cuarto oscuro, había una especie de altar en donde la figura de un esqueleto cubierta con una túnica verde y cargando una hoz como si fuera un bastón adornaba el centro de dicho altar. A su alrededor se encontraban flores y frutas marchitas, objetos valiosos de plata, cobre y bronce, aunque algunos parecían ser ceremoniales. Justo a los pies de la figura de esqueleto un plato de porcelana que parecía manchado de pintura roja, pero Inari era lo suficientemente intuitivo como para adivinar que no era pintura, si no sangre. En la parte más externa del altar se encontraban fotos de personas, objetos varios que en un momento parecieron pertenecer a alguna persona y pedazos de papel doblados. El altar se encontraba iluminado por múltiples veladoras, además de que en la habitación se había puesto incienso. Todo eso combinado daba lugar a una atmosfera tétrica digna de una película de suspenso o de terror.

—Bienvenido Inari —dijo Gatō apareciendo detrás del asustado chico, el cual dio un salto hacia adelante. Un instante después se dio la vuelta con una expresión de absoluto terror reflejado en su cara.

Gatō solo sonrió.

—¿Y-Ya podemos em-empezar? —preguntó Inari sin disimular lo mucho que lo asustaba estar ahí.

—Todavía no, tenemos que esperar hasta las 7 de la tarde —respondió Gatō con voz seria.

—¿Por qué a esa hora? —preguntó Inari intentando desviar su atención a cualquier cosa que fuera más relajante.

—Creo que es porque dicen que en ese momento el día está muriendo… o algo así —respondió Gatō restándole importancia al asunto.

En ese momento un hombre comienza a rezar en un idioma extranjero, haciendo que Inari vuelva a saltar del susto y dirija su mirada nuevamente al altar. La expresión en la cara de Inari es mayúscula cuando observa que un hombre vestido con una túnica negra que le cubre todo el cuerpo decapita a una gallina en el plato de porcelana, colocando la cabeza de esta a un lado de los pies de la figura de esqueleto y el cuerpo en el plato. Los rezos continúan como durante media hora más, hasta que le hacen señas a Inari para que se acerque, el cual solo atina a acercarse al altar temblando del miedo.

Inari, con una mezcla de horror y asco, comprendió que quería que él terminara el ritual.

—Mira niño, lo único que tienes que hacer es sacarle el corazón a la gallina y dejarlo junto con el resto de la fruta fresca que formara parte de la ofrenda —dijo el sujeto que tenía la túnica con una voz de ultratumba.

—¿Co-como s-se s-supone que ha-hago es-so? —preguntó Inari sumamente nervioso.

—No te preocupes, yo te guiare —dijo el sujeto mientras le pasaba un cuchillo afilado a Inari.

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Inari estaba sumamente asustado, tanto como por lo que iba a hacer como por lo que había pasado. ¿Por qué diablos era él el que tenía que sacarle el corazón a ese pollo? Le dio ganas de preguntárselo a alguno de ellos, pero el miedo y el nerviosismo pudo más, a fin de cuentas, seguía siendo un niño. En las películas de terror que había visto ese tipo de escenas le daban miedo. Ahora verlo en vivo y en directo, y más aún, participar, lo habían dejado ligeramente traumado. Un trauma más que se sumaba a la larga lista de traumas adquiridos durante el último año.

Lo bueno de ser un niño es que lo subestiman, lo que le da cierta credibilidad a sus palabras y garantiza hasta cierto punto su seguridad. Una vez muerto su padre, él vería la forma de irse de esa ciudad a cualquier otro lugar, y él y su madre comenzarían de nuevo en otra parte.

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El plan había salido bastante bien, la distracción causada por los vagabundos había sido efectiva y los guardaespaldas dejaron sus puestos. Inari llego sin problemas a donde se encontraba Kaiza, cuando este vio que le apuntaban solo se rio, creyendo que su hijo no podría asesinarlo, siendo este el ultimo pensamiento que tuvo antes de que una bala le cruzara por el pecho y otra por el cuello.

Inari corrió "persiguiendo al culpable", mientras escondía el arma que utilizo para matar a su padre. Al ser de diferentes calibres no lo relacionarían a él con la muerte de su padre. Los guardaespaldas de Kaiza entraron nuevamente a la casa, buscando a su jefe. En cuanto lo encontraron muerto gritaron insultos y golpearon a Inari. Poco después buscaron a su madre, ante la sorpresa y temor de Inari.

—¡No le hagan daño! —gritó Inari, no sabiendo que hacer para proteger a su madre.

Sin embargo, el sujeto que busco a Tsunami grito desde el cuarto de esta. Los otros guardaespaldas subieron de inmediato, buscando la causa de que su compañero haya gritado. Inari subió tras ellos, al llegar al cuarto de su madre Inari no pudo sino asustarse al ver los rostros de terror de los tres fieros guardaespaldas. Inari entro a la habitación de su madre, la cual tenía el cuerpo de esta con las muñecas cortadas. Al parecer ella se hartó del rumbo que tomo su vida y decidió buscar una salida.

Pero no fue el cuerpo desangrado de Tsunami lo que asusto a muerte a los guardaespaldas, si no el hecho de que una figura, que se encontraba cubierta con una especie de túnica negra, manos de color azul marino, una hoz gigantesca y unos ojos rojos atemorizantes se encontraba al lado del cadáver. El aura que desprendía ese ser era espeluznante, tanto que ninguno de los ahí presentes supo a ciencia cierta qué hacer. No era humano, pero no sabían cómo clasificarlo, la entidad de repente desapareció. Los guardaespaldas salieron corriendo en estampida de esa casa, Inari rompió en lágrimas y abrazo el cadáver de la que fue su madre.

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Ya habían pasado varios años desde la extraña muerte de Kaiza. Inari había sido recogido por la policía y dejado en un orfanato. Él después de ese incidente comenzó a ver la misma figura cada vez que una persona estaba a punto de morir, moría o había muerto recientemente. Hubo ocasiones en que vio más de una de esas extrañas figuras al mismo tiempo. Por supuesto nadie le creyó su historia, nadie le ayudo, le dieron medicamentos y dieron el asunto por cerrado. Sin embargo, conforme más pasaba el tiempo más sentía las presencias de esas cosas, nada más que no solo con humanos, sino también con animales, cada vez que un animal moría Inari sentía, más no veía, que alguna de esas cosas estaba cerca. Luego también fue pasando con plantas. Incluso en los jardines sentía esa extraña presencia, rodeando el pasto y las malas hierbas.

Inari solo veía esa extraña figura encapuchada cada vez que moría una persona, pero sentía su presencia en todos lados; en la calle, en la habitación, en su cama, dentro de sí mismo. Inari no tardó en llegar a la conclusión de que ahora percibía cuando esa cosa, fuera lo que fuera, se encontraba presente incluso en la muerte de "los pequeños animalitos demasiado pequeños para verlos", que según aprendió en la escuela, estaban en todas partes.

Para Inari esa sensación era horrible, la única razón por la que no se animaba a compartir el destino de su madre era porque probablemente vería esa extraña figura cara a cara. Ya ni siquiera en la iglesia encontraba el tan ansiado alivio que antes si, y si tenemos en cuenta de que incluso dentro de la iglesia esas pequeñas criaturas microscópicas nacen, crecen, se reproducen y mueren, tiene sentido que sintiera su presencia dentro de la iglesia.

Inari llego a un punto de quiebre, fue internado en un instituto para atender problemas psicológicos, un manicomio. Y ahí es donde actualmente residía, tenía miedo que aun dentro de esas habitaciones sintiera y viera de vez en cuando esa extraña presencia. Tenía miedo, pues nadie podía ayudarlo, y él lo sabía.

Fin del capítulo

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Los 13 miedos del ramen: mi otro yo

—¡Te digo que es enserio, un fantasma se robó mi ramen Sasuke! —dijo furioso a través del teléfono celular.

Se escucha que le contesta.

—¡Que no estoy loco, dattebayo! —respondió Naruto enojado. Se escucha que Sasuke le dice algo más a través del teléfono.

—¡Eso lo serás tú! —dijo al momento de colgar —estúpido teme —susurra para sí mismo mientras se dirige al baño con un nuevo tazón de ramen.

Hace media hora que un fantasma se había robado su tazón de ramen, por suerte había pedido otro y el servicio al cuarto se lo había traído, pero… ¿y si el fantasma volvía a robarle más ramen?, o peor… ¿y si venía a espantarlo?

Decido no prestarle atención a eso y se fue al baño de su habitación, trayendo su ramen por supuesto, y si el fantasma se aparecía, esta vez se comería todo lo que pudiera del ramen.

Dejo su tazón de ramen encima del lavabo y procedió a limpiarse su cara, sin notar que el reflejo en el espejo de baño no estaba siguiendo todos sus movimientos.

Naruto se estaba secando su cara cuando noto que su reflejo no tenía ninguna toalla en sus manos.

Asustado y a la expectativa acerco su mano a la superficie del espejo al tiempo que su reflejo también lo hacía, copiando sus movimientos, como era lo normal. Sin embargo, antes de que tocara la superficie del espejo, la mano del reflejo de repente hizo un movimiento diferente y empujo a Naruto, el cual cayó al suelo del baño. El reflejo de Naruto agarro el tazón de ramen, tirando el celular en el proceso, y "metió" dentro del espejo el tazón.

Para cuando Naruto se levantó el espejo había regresado a la normalidad, ahora más que asustado, estaba incrédulo y furioso. Su propio reflejo se había robado su tazón de ramen, y aparte de eso su celular se había mojado.

Naruto recogió el celular y lo hizo intentar funcionar, no tuvo éxito y suspiro.

Bueno, dudaba mucho que alguien le creyera que su propio reflejo se había robado su tazón de ramen. Aunque si lo pensaba bien, eso tenía más sentido que decir que un fantasma se robó su ramen.

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Respuesta a reviews

Yukimeri: aquí el segundo capítulo, te prometo que la voy a actualizar más seguido.