Disclaimer: Naruto solo pertenece a Kishimoto. La historia está inspirada en una serie de televisión con el mismo nombre, dicha serie televisiva no me pertenece.

Capítulo 4: Miedos que solo están en la mente

Jūgo siempre fue una persona tranquila y pacífica, nunca le gustaron las peleas, razón por la que siempre utilizaba la negociación y la huida para resolver los conflictos que se le presentaban en la vida. Sin embargo, no todo era como siempre quería, desde siempre tuvo la impresión de que había "alguien" más habitando su cuerpo. Nunca recordaba que pasaba si lo atacaban antes de intentar negociar o huir, solo sabía que sus nudillos le dolían mucho y que la gente en general lo evitaba. Desde niño, en su primera pelea, se metió en problemas debido a que le enterró un lápiz en un ojo a un niño. El niño perdió el ojo, la escuela fue demandada, él expulsado y sus padres se pusieron furiosos.

Jūgo quedo muy confundido, lo único que recordaba del incidente era que ese niño al cual había dejado tuerto le había intentado quitar un regalo de su madre, lo siguiente que recordaba eran gritos y mucha sangre en sus manos, tanta que grito asustado. Ese niño se había ganado una fama de abusivo, pues agarraba cosas que él quería en el momento que quería. Aunque siempre las devolvía, pero si tú intentabas evitar que agarrara tus cosas siempre te daba uno o varios golpes. Ese fue el primer incidente de ese tipo cuando tenía cinco años y estaba en un kínder, para su pesar no fue el último.

Actualmente, y con 15 años de edad, 80 kilos de peso y su 1.70 m de estatura, Jūgo tenía una apariencia intimidante. Apenas y hacia ejercicio, pero sus músculos estaban muy desarrollados y todo indicaba que crecería al menos 25 cm más en los siguientes años. Había huido de casa a refugiarse en un bosque que estaba lejos de su casa, y de cualquier rastro de humanidad en general.

Siempre era lo mismo, era alguien tranquilo y medianamente social, convivía muy bien con las personas en general… hasta que alguien por cualquier razón se atrevía a molestarlo y no quería negociar ni lo dejaba retirarse. La situación siempre era la misma, lo único que recordaba era el primer incidente de agresión, después su mente se ponía en blanco unos segundos y cuando recuperaba el control sobre sí mismo estaba cubierto de sangre que no era suya, había gente gritando alrededor, una o varias víctimas de su "furia asesina" y desconocía no solo que pasaba, si no cuanto tiempo pasaba.

Los problemas fueron tantos que sus padres se vieron obligados a recurrir a tutores privados, además de las sesiones con psicólogos, psiquiatras y neurólogos. Sus padres siempre se estresaban por sus extraños episodios de comportamiento, sin mencionar que temían que pudieran llegar a lastimar al bebé que venía en camino. Y él también lo temía, principal razón por la cual decidió irse de su casa. Un ambiente estresado y potencialmente peligroso no era bueno para el desarrollo de un bebe, además de que estaba consciente de que era una carga económica.

Jūgo era una persona medianamente inteligente y con una capacidad de aprender bastante buena. Había leído una buena cantidad de libros acerca de la naturaleza, en especial del bosque en el cual se refugiaba, no le sería problema alimentarse y sobrevivir, además de ser extremadamente resistente a las enfermedades y al cansancio.

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Ya había pasado una semana y Jūgo se había adaptado rápidamente a su nuevo estilo de vida. Si bien el ambiente era calmado y poco ruidoso en comparación a las ciudades, Jūgo sabía que la naturaleza puede ser despiadada, razón por la cual siempre estaba alerta y concentrado, siempre con la guardia en alto. Curiosamente estaba más relajado que en la ciudad.

El bosque en el que se había ocultado era el típico bosque de coníferas que te encuentras en terrenos montañosos, frio a casi todas horas, con algo de neblina acompañado o no de lluvia y con pocos depredadores grandes, o al menos desde el punto de vista de Jūgo. La dieta de Jūgo había consistido en su mayoría de los alimentos que había traído, de insectos y algunos hongos comestibles que se desarrollaban y crecían en la zona. Si bien en un principio cuando planeaba ese "escape" de la civilización había pensado quedarse únicamente en una zona del bosque, cambio de opinión y pensó que le iría mejor si cada cierto tiempo se movía de una zona a otra. Había decidido explorar las distintas zonas en diferentes épocas del año para tener en cuenta los recursos de cada zona a lo largo del año. En su primera semana había permanecido en una zona y ahora avanzaría a la segunda zona de su nuevo hogar.

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Jūgo se encontraba agitado, se había encontrado con un oso negro asiático, no recordaba nada hasta que se vio cubierto de sangre, con varias heridas superficiales y moretones de tamaño variado. No encontró al oso ni reconoció el lugar donde se encontraba, le dolía todo el cuerpo y tenía demasiada hambre. Jūgo grito de frustración, incluso escapando hacia la naturaleza le pasaban sus episodios psicóticos, como consuelo le quedaba que nadie había sido gravemente herido en esta ocasión, a pesar de su fuerza dudaba que pudiera dañar mortalmente a un oso. De hecho, se sorprendía casi no tener heridas, eso solo significaba que la sangre… Decidió no pensar en eso y hacer una fogata.

En la noche el bosque se volvió más frio de lo normal, Jūgo podía ver su aliento en la débil luz de su fogata improvisada. Al parecer no solo se había perdido en el bosque, si no también había perdido todas sus provisiones, herramientas y dinero. Si bien había entrado con la intención de no volver a interactuar con el resto de la humanidad había conservado algo de dinero por cualquier emergencia.

Jūgo se sobresaltó cuando escucho un ruido y no pudo evitar preguntar:

—¡¿Quién anda ahí?!

De inmediato se dio un golpe en la frente, había hecho eso varias veces en el bosque cuando escuchaba pasos, aun no se había acostumbrado a que estaba completamente solo en el bosque. Por eso cuando alguien le respondió se sobresaltó.

—Soy un simple monje, ¿y tú?

Jūgo vio en dirección a donde se encontraba la voz y vio a un hombre con cabello blanco cubierto por un Kāṣāya color amarillo, de piel blanca, demasiado blanca, y un punto morado en la frente. Tenía una expresión neutra, pero que reflejaba una extraña paz.

Jūgo se quedó un rato viéndolo antes de responder:

—Solo soy una persona que busca apartarse de los demás.

Nadie dijo nada más durante el resto de la noche, ambos durmieron vigilando a su compañero, a pesar de que ambos sabían que el otro no era peligroso.

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Jūgo seguía durmiendo a pesar de que hace tiempo había amanecido. Su pelea y su probable posterior carrera a través del bosque lo había dejado agotado, si a eso se le sumaba que no había cenado y, probablemente, tampoco comido, no era de extrañar que se hubiera levantado hambriento y aun cansado.

—Ya despertaste —dijo el sujeto que se había identificado como un monje —por cierto, me llamo Kimimaro.

—Jūgo —respondió avergonzándose cuando su estómago hizo ruido.

—No te preocupes, yo hice el desayuno —respondió Kimimaro.

—Gracias —respondió Jūgo a pesar de que vio la ración a la que Kimimaro le decía desayuno, aunque tenía que admitir que era mejor que nada.

Ambas personas se pusieron a desayunar. Kimimaro vio curioso a su imprevisto compañero, en especial cuando vio a varias aves de distintas especies posarse en él.

—¿Paso algo? —preguntó Jūgo después de ver como su compañero lo observaba.

—¿Es común que los animales se sientan así de seguros contigo? —preguntó Kimimaro.

—Sí, sé que es raro pero una gran cantidad de animales se me acercan cuando estoy en este estado, la gran mayoría sin intensiones de herirme —respondió Jūgo.

—¿Este estado? —preguntó Kimimaro curioso.

—Disculpa, tengo que irme —dijo Jūgo levantándose de repente e internándose en el bosque, el monje no lo llamo ni hizo cualquier movimiento para detenerlo.

Cuando perdió de vista a Jūgo, Kimimaro dijo:

—Suerte con tu viaje y encuentra la paz.

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Ya habían pasado varias semanas y Jūgo se había adaptado bastante bien al bosque, había descubierto que hace un par de años se había instalado una orden de monjes, un área de campamento y una tienda comercial fuera del bosque, pero relativamente cerca de este. Lamentablemente no había encontrado el dinero que perdió, ni sus ataques habían cesado, pero por lo menos ya no lastimaba a personas, y al parecer algunos depredadores de la zona habían aprendido a evitarlo. Aunque estaba feliz por ese avance se preguntaba cómo es posible que él pudiera combatir y lastimar a animales como osos y perros ferales con costumbres de lobo.

—Jūgo —escuchó que decían su nombre. Se sintió raro, pues había pasado varias semanas desde la última vez que escucho hablar a alguien, curiosamente no tardo en reconocer quien era su visitante.

—Kimimaro —dijo Jūgo con voz ligeramente ronca, él siempre había sido alguien poco hablador, sin personas alrededor, apenas y decía algunas palabras a los animales que se le acercaban.

—Sigues aquí, ¿has estado viviendo en este bosque todo este tiempo? —preguntó Kimimaro. Jūgo asintió con la cabeza al tiempo que observaba que Kimimaro se veía ligeramente más demacrado que antes.

—No sé qué razones te han obligado a venir aquí, pero tienes que tener en cuenta que estar aquí es peligroso, y no solo por los peligros naturales. La policía ha estado viniendo a este lugar debido a que sospechan que aquí se pueda estar ocultando un criminal psicópata —dijo Kimimaro muy serio. Jūgo pensó por un segundo que podrían estar refiriéndose a él, pero él nunca había sido reconocido como un psicópata, sino más bien como algún tipo de esquizofrénico.

—No te preocupes por mí, puedo defenderme muy bien solo —dijo Jūgo deseando no encontrarse con una persona agresiva, nunca había asesinado a alguien y no quería empezar en ese bosque que ya consideraba su hogar —más bien tu tendrías que tener cuidado, estas con peor aspecto del que te recuerdo —agregó él con voz preocupada.

—Tú tampoco deberías de preocuparte por mí, mi paso sobre esta tierra ya tiene fecha de caducidad —dijo Kimimaro, mitad resignado, mitad calmado. Jūgo entendió el mensaje implícito de la oración y ninguno de los dos dijo nada en varios minutos, finalmente Kimimaro rompió el hielo y comenzó a hablar de nuevo, en esta ocasión sobre su vida. Jūgo únicamente se limitó a escuchar.

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Ya habían pasado varias semanas más y Kimimaro visitaba regularmente a Jūgo. Ambos habían hablado de sus vidas y sus penas, se habían contado secretos y habían descubierto que tenían más en común de lo que creían. Kimimaro le había dicho a Jūgo acerca de su terrible infancia en su familia, una especie de clan delictivo de poca monta encargado de negocios en los cuales el asesinato era su preferido y en el que más se habían especializado, él había sido muy hábil asesinando personas, comenzando a ser entrenado desde los ocho años y convirtiéndose en un asesino con experiencia a los 11 años. Sin embargo, su familia había sido asesinada y él había sido el único superviviente. Poco después tuvo la suerte de ser encontrado por unos monjes cuando iba en camino a refugiarse con un antiguo cliente de su padre de nombre Orochimaru. De eso ya habían pasado 8 años.

Jūgo por su parte había contado su historia, explicando lo de sus episodios de rabia asesina y el motivo por el cual se había mudado a un bosque. Con el tiempo se habían hecho amigos, tanto que Kimimaro le tuvo la suficiente confianza para contarle acerca de su enfermedad que había entrado en estado terminal y para la cual no había cura. Jūgo le dio el pésame y le ofreció ser su amigo por lo que le restaba de vida, Kimimaro acepto diciendo que era una buena persona.

Todo había ido bastante bien hasta que Jūgo se enteró de que alguien había matado a su amigo Kimimaro y a dos monjes más que lo acompañaban. Jūgo se sintió triste, Kimimaro había sido el único amigo que había hecho y con el cual adquirió la suficiente confianza como para contarle su problema sin disfrazarlo, más aun, fue la única persona que había conocido que lo había aceptado como era, sin decirle que necesitaba tratamiento o terapia por el problema que tenía. La tristeza dio paso a una furia enorme, por primera vez en su vida quería hacerle daño a alguien de manera consciente, si bien el rumbo de sus pensamientos le asustaron no se amedrento en ningún momento.

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Jūgo se había enterado de que el criminal que la policía buscaba vestía con pieles de animales que no eran de la zona, pero que le permitían pasar desapercibido en la sombra de los árboles y que se movía bastante rápido dentro del bosque. Era de una edad que comprendía entre los intervalos de 30-35 años y su historial clínico informaba que tenía varias tendencias psicópatas.

Jūgo conocía bien el bosque a pesar de haber tenido poco tiempo de vivir en este, conocía varias zonas donde era relativamente fácil conseguir alimentos y varios escondites ideales para una criatura tan frágil como un ser humano. Jūgo se puso a recorrer el bosque viendo todo con un tono ligeramente rojo y escuchando como cualquier animal más grande que un ratón se apartaba de su camino rápidamente. Tenía una enorme sed de sangre, hasta entonces desconocida por su parte consciente, y un desconocido apetito por carne cruda, algo extraño considerando que era mayormente vegetariano e insectívoro.

Había estado buscando indicios de ese sujeto que se supone también habitaba el bosque, pero en casi un mes de búsqueda no había encontrado a nadie fuera de varios guardabosques y policías con su mismo objetivo, monjes y un par de intrépidos e imprudentes excursionistas. A medida que pasaba el tiempo se iba tranquilizando, al grado que toda su furia e ira desapareció.

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Jūgo había pasado poco más de un año viviendo en ese bosque, había perdido un poco de peso, mas no de masa muscular. Le había crecido el cabello y la barba al grado de darle un aspecto salvaje y amenazador, pero todavía conservaba esa mirada que lo hacía parecer una persona pacífica y razonable. Hace meses que no había tenido uno de esos extraños episodios que siempre lo habían caracterizado. Casi no hablaba, razón por la cual su voz se había hecho ronca.

Jūgo había tenido un día especialmente interesante, se había encontrado con un excursionista perdido, un niño de no más de 9 años que había ido con su familia a acampar al bosque. Como una persona amable le dio un poco de los hongos comestibles que había desayunado y lo guio de vuelta a la zona de campamentos. Él casi no dijo ninguna palabra, pero el niño le platico bastantes cosas, incluyendo una pregunta que en específico hablaba de un sabio del bosque que ayudaba a la gente que se perdía en este. Jūgo había ayudado a bastantes personas en su estadía, entre dos y tres personas por mes en promedio, y de todo tipo. Se preguntaba si él en ese momento sería alguna especie de leyenda urbana de la zona.

Por supuesto esto también le preocupaba por el simple hecho de que nunca habían atrapado al asesino que se supone se había escondido en ese lugar. En varias ocasiones varios guardabosques le habían dicho que se detuviera e incluso se empezó a difundir su descripción como la del sospechoso al que habían estado buscando. Claro está, hace meses que las autoridades cesaron la búsqueda del sujeto en el área, pero eso no quitaba el hecho de que varias personas no hubieran abandonado la búsqueda y si se topaban con él lo podrían lastimar, o lo que consideraba peor, él lastimaría a esas pobres personas inocentes que cometieran el error de amenazarlo.

Jūgo ignoraba el hecho de que dicho asesino volvió otra vez al bosque y que se encontraba viéndolo desde una distancia segura en la copa de un árbol. En un momento dado Jūgo percibió que estaba siendo observado por algún tipo de depredador, nunca había sufrido uno de sus episodios con testigos dentro del bosque, así que no sabía cómo reaccionaría una vez que haya aporreado a lo que fuera que lo amenazara. Recordaba vagamente que durante sus ataques solo lastimaba a las personas que lo agredían y las que intervenían, según le habían contado, ignorando al resto, pero no estaba seguro de que dicho patrón se mantuviera en esas condiciones, o que recuperara la razón y se diera cuenta que había abandonado al niño en una zona desconocida del bosque. Jūgo acelero el paso en dirección a la zona de campamentos con la intención de evitar enojarse y causarle un severo trauma al niño.

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Jūgo se había estado moviendo esos últimos días más de lo usual dentro del bosque. Si antes sospechaba ahora era una seguridad, estaba siendo acechado por alguien. Jūgo se dio cuenta e hizo lo posible por escapar de su acechador e incluso logro revertir los papeles por una pequeña fracción de tiempo.

Algo que lo llego a extrañar fue el hecho de que el sujeto al que había intentado espiar se daba cuenta rápidamente de su situación y escapaba sin perder tiempo y sin dejar rastro. La otra cosa que lo puso en alerta es que se encontraba cubierto con pieles de leones y de venados que no son de la zona.

Durante varias semanas Jūgo y "el intruso desconocido" estuvieron jugando entre si al gato y al ratón. Fueron días muy tensos pues, aunque en una ocasión intento hacer contacto con la persona que lo seguía, esta escapo rápidamente de su campo visual y de su alcance.

No fue sino hasta que Jūgo se encontró con una excursionista pérdida, obviamente principiante y extranjera por su comportamiento y aspecto, que pudo ver a su perseguidor frente a frente. Jūgo se había acercado a ella para ayudarla, pues se había perdido y a gritos llamaba a sus acompañantes. El desconocido se les abalanzo cuando Jūgo guiaba a la extranjera a un lugar seguro. Jūgo pudo notar el arma y la actitud agresiva del desconocido, al siguiente segundo ya había perdido control sobre sí mismo.

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Jūgo se despertó de manera muy nerviosa y asustada, recordaba perfectamente lo que había pasado antes de que tuviera otra vez uno de sus "episodios" y necesitaba saber que había ocurrido. Se encontraba lleno de sangre, pero sin ninguna herida. Nada nuevo para él, sin embargo, pronto noto que algo más a parte de él olía a sangre. Exploro el área donde estaba y se encontró algo nuevo; el mutilado y desfigurado cadáver de su agresor, supo que era él debido a las pieles que portaba y que se encontraban manchadas de sangre, de no ser por eso no lo hubiera reconocido. El cuerpo estaba tan mal que estaba seguro que nadie lo reconocería, sus manos y pies habían sido cortados, sus dientes derribados y pareciera como si el sujeto se hubiera bañado en acido.

Algo extraño comenzó a ocurrirle, comenzó a ver imágenes en su cabeza, como si fueran recuerdos distorsionados. No supo cuánto duro aquella experiencia, pero comprendió de qué iban los recuerdos. Recordó cuando golpeo al agresor, cuando lo noqueo y lo traslado para torturarlo, recordó que a ese sujeto ya lo había visto en otra ocasión y lo había olvidado. Fue el mismo sujeto que era sospechoso de haber matado a su amigo Kimimaro y a otras personas más, el criminal que se había ocultado en ese bosque hace ya un tiempo.

Recordó algo más, recordó cómo se sentía en su otro estado, irritable, iracundo, furioso y poderoso, sentía placer al agredir a sus atacantes y dejarles heridas sangrantes y dolorosas. Se horrorizo cuando se enteró por medio de esos recuerdos de que en su otro estado parecía tener personalidad propia, no era un animal salvaje en su otro estado, era un psicópata sádico, cruel, imaginativo y muy inteligente.

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Jūgo nunca en el resto de su vida volvió a ser consciente de su otra personalidad, al menos no cuando su personalidad racional y pacifica gobernaba su cuerpo. Nunca volvió con su familia o tan siquiera intento enterarse de cómo le iban con su hermano o hermana. Jamás volvió a salir del bosque y con el paso del tiempo se convirtió en una leyenda urbana, un bosque en el que habitaba un sabio y bondadoso hombre dispuesto a ayudar a quien lo necesite, y también el de un agresivo sujeto capaz de romper un brazo con un solo puñetazo. Siempre supo que no era normal, y después de su reclusión en el bosque supo que "algo" de tipo sobrenatural le daba sus características tan letales a su otra personalidad.

Fin del capitulo

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Los 13 miedos del ramen: la llorona

Naruto se encontraba respirando un poco agitado, pero después de convencerse de que se estaba asustando por tonterías procedió a esperar a que el agua caliente hiciera su magia con el ramen instantáneo. Noto algo que había ignorado debido a los sustos que había tenido recientemente, el piso se encontraba mojado, incluso parecía haber un hilo de agua corriendo. Naruto se asomó al piso de arriba pero no pudo distinguir de qué piso se estaba cayendo el agua. Se encogió de hombros, restándole importancia, y se dispuso a retirarse a su cuarto. Bajo las escaleras soplándole a su envase de ramen cuando noto que todavía se encontraba en el piso 13. Se sintió extrañado y se puso en alerta debido a las anteriores experiencias vividas.

"¡Ay mis hijos!"escuchó Naruto desde un punto indeterminado. Se quedó quieto un rato, ese lamento fue desgarrador y se notaba lleno de desesperación, por alguna razón desconocida se le pusieron los pelos de punta. Pero a Naruto le habían enseñado que siempre que pudiera debía de ayudar a los que tenían menos suerte, y en definitiva la persona que lloraba de esa manera tenía muy mala suerte. Se dispuso a bajar a su piso con la intención de llamar a alguien del hotel para que le apoyara. Al bajar las escaleras sintió que le habían derramado un cubo de agua fría en la espalda, se encontraba todavía en el piso 13.

"¡Ay mis hijos!" escuchó Naruto el lamento aún más cerca que antes, apretó de más el vaso de ramen y sintió como un poco del agua caliente le caía en la mano. Al bajar la vista al suelo observo que ahora caía una corriente de agua por las escaleras equivalente al cauce de un pequeño riachuelo. Naruto bajo las escaleras muerto de miedo, tan solo para encontrarse con la sorpresa de que seguía en el piso 13. Recordó de repente porque ese lamento le resultó tan familiar, es de una historia de terror acerca de un fantasma de un país extranjero que vagaba gritando por sus hijos porque en vida ella los había matado.

—Maldito teme, como si no tuviera suficiente con las historias de fantasmas de Japón, me cuentas las historias de otros países. "¡Ay mis hijos!" escuchó Naruto cerca, al mirar hacia arriba diviso una mujer con piel morada y con un cabello negro cubriendo su rostro. Naruto la escuchaba llorar y observo que sus pies se encontraban veinte centímetros arriba del suelo. Para Naruto un encuentro con un fantasma era más que suficiente para toda una vida, dos encuentros eran más de lo que podía soportar. Naruto intento la única otra ruta para escapar de esas escaleras. Entrar otra vez en el piso. Abrió la puerta y la cerró con fuerza sin mirar atrás.