Algún día, en algún lugar (Someday, Somewhere).
Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y Y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá, como aquel que da nombre (en inglés) a esta historia.
Capítulo 1: La herencia
Estimada Lilian White,
Como ya debe saber, ha transcurrido el tiempo estipulado en el testamento de Candice White en favor de su madre Beatrice White, legítima hija adoptiva; por lo que le hacemos llegar un sobre a nombre de su madre que contiene la última voluntad de Miss White junto con las llaves de su último domicilio para que haga usted lo pertinente.
Sin más por el momento, quedo a su servicio.
Abogado A. Cornwell
Lilian recorrió con la mirada el pequeño espacio de aquella casita en Stratford-Upon Avon. Era una construcción simple con dos plantas, un baño que definitivamente parecía del sigo pasado con esa tina gigante de metal, una cocina sin nevera; y sobre todo, un muy, pero muy estrecho y largo desván.
A primera vista parecía que el tiempo se hubiera detenido en ese pequeño refugio. Por supuesto no había televisión, ni radio, mucho menos internet.
- ¿Cómo rayos habrá vivido Candy todos esos años aquí? – dijo finalmente colocando su pequeño y gastado bolso de viaje en el suelo.
Había sido un recorrido precipitado y agotador: debió correr por todo Londres adelantando pendientes, tomar un tren de madrugada a Warwick, un autobús que la llevara a Stratford-upon Avon y alquilar un coche para lograr adentrarse en las inmediaciones donde se ubicaba el simpático cottage, fueron horas que habían terminado con su optimismo y sus intenciones de ir y volver en un solo día. Sin embargo, no podría posponer por mas tiempo aquella misión.
La última carta de Candy llegó a manos de su madre cuando ella tenía tan solo diez años como parte de la herencia que había dejado para ella. Cualquiera pensaría ¿una carta en este siglo? ... Y sí, por raro que pareciera, había viejas costumbres que la adorable Candy no había podido dejar. No le extrañaba en lo más mínimo que este refugio tan poco conocido por la gente que la rodeaba, careciera de toda modernidad.
En aquella vieja carta – que hasta ahora llegaba a sus manos a través no de su madre, sino de un despacho de abogados – con su puño y letra, Candy le confiaba un secreto a su madre: todas las largas temporadas que solía desaparecer las había pasado en Stratford-upon Avon, un poblado retirado de Londres, aislado del gentío de la gran ciudad, pero bien conocido por los fanáticos de Shakespeare que respiraban en el pequeño poblado toda la esencia del conocidísimo dramaturgo.
- ¿El Stratford-upon Avon de Shakespeare? ¿Desde cuándo Candy había sido una fanática que optaba por vivir en un pueblo así solo por haber sido el hogar de un famoso? – Lilian no podía recordar claramente detalles acerca de ella pero su madre jamás mencionó que tuviera ese tipo de pasatiempo, por lo que sabía lo único que Candy escribía eran sus añoradas cartas. Lilian por el contrario había desarrollado una apasionada relación con las letras inglesas, al grado de cursar una carrera universitaria y varias especializaciones, que gracias a Candy, la habían llevado a vivir en Reino Unido desde que cumplió los quince años.
Cansada de estar de pie, cerró la puerta de un empujón y se dejó caer en un cómodo sofá que daba a la ventana principal cuya jardinera se encontraba completamente desolada sin las flores que seguramente algún día la habían alegrado.
- Rosas, seguramente Candy tenía aquí sus Dulce Candy. Mamá siempre decía que no podía vivir sin ellas – habló Lilian para sí misma.
Desde que su "prometido" – si es que se le podía llamar así a alguien que postergaba el inicio de su vida juntos interminablemente – la dejaba largas noches a solas, había desarrollado la manía de hablar consigo misma en voz alta. Pero esa tarde Lilian no tenía ganas de pensar en el susodicho John. Cuidadosamente sacó la carta de Candy y la volvió a leer:
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Mi querida Beth,
Para cuando leas estas líneas Lili estará por cumplir 10 años y probablemente yo ya no esté más junto a ti. Deseo con todo mi corazón que no estés triste, hay alguien con quien debía reunirme y me marcho feliz de este mundo.
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- ¿Reunirse? ¿Estará hablando de Anthony?
Su madre le había relatado infinidad de veces acerca del rubio de la familia Andley que había sido el primer amor de Candy. Lilian no pudo evitar sentirse triste por no haber conocido mejor a esa maravillosa mujer que había hecho sus sueños realidad al patrocinar su educación durante toda su vida. Aunque la había visto pocas veces, era capaz de recordar su calidez, su risa y la manera como, a pesar de ser una mujer entrada en años, aún podía ser una soñadora incansable y un alma llena de generosidad.
Candy conoció a la madre de Lilian, Beth, cuando ésta llegó buscando ayuda al Hogar de Pony, tenía diecisiete años, estaba embarazada y su familia le había dado la espalda. Era increíble que aún en esta época sucedieran esa clase de cosas. La rubia no dudó un segundo en acogerla y amarlas a amabas como si fueran parte de su familia, de esa manera sus vidas se enlazaron desde aquel momento.
Cuando Candy ya no pudo continuar con su misión de enfermera, se dedicó a obras de caridad, consiguiendo donativos y organizando colectas siempre de un lado a otro. Aun así nunca descuidó el apoyo a los estudios de Lilian y jamás perdió contacto con su madre. Candy procuró que a ellas no les faltara nada y ahora, aún después de su muerte, seguía siendo igual.
Recordando todo lo que su madre le había contado acerca de Candy, llegó a la conclusión de que sus vidas eran parecidas mas no iguales: ambas habían nacido en América y fueron enviadas por sus benefactores a Londres; Candy no conoció a sus padres, y aunque Lili sí tuvo a su lado a Beth, años después, ella enfermó gravemente y la dejó huérfana; muchas veces pensó que su mamá no había podido superar la ausencia de quien fuera casi como su madre.
Candy abruptamente había abandonado el viejo mundo y había regresado a América, por una razón que su madre había definido como un amor ardiente, que existió después de aquel amor delicado y efímero que representó Anthony. Pero nunca le habló más de ello.
Mucho tiempo después, Beth tras leer las primeras cartas que la rubia le envió desde Stratford-Upon Avon, le dijo a Lili llorando de alegría que estaba segura de que Candy finalmente había alcanzado un amor definitivo, como si éste hubiera estado predestinado desde mucho tiempo atrás. Pero su madre se había encargado de desaparecer todas esas cartas y únicamente guardó, junto a su última voluntad, la última carta de Candy que recién llegaba a sus manos gracias al envío hecho por el abogado de apellido Cornwell.
En su testamento, Beth estableció que su hija recibiría absolutamente todo lo que Candy había dejado para ambas. La última vez que hablaron, cuando su madre estaba ya muy enferma, le confesó que tenía una misión que cumplir para Candy, sin embargo la vida no le bastaría para realizarla pues debía dejar pasar casi una década para leer su última voluntad, así que le confiaba todo a ella.
Al término de esos diez años su hija recibiría del albacea la última carta de Candy, así como las llaves de un pequeño Cottage que permanecería cerrado hasta que ella pudiera hacerse cargo de todo.
Poco antes de que eso sucediera, Lilian conoció a John alias su "eterno prometido" y había dejado pasar varios años más para ocuparse de aquel pendiente, lo cual la hacía sentir verdaderamente culpable; su intención había sido resolverlo cuanto antes, pero John odiaba viajar a sitios alejados y tampoco era gran fanático de "sentimentalismos ridículos" como llamaba a la misión que dejó pendiente su madre. Si fuera por él, hubiera fijado una suma y vendido todo sin revisar su contenido.
Lilian suspiró con fuerza tratando de enfocarse en que a final de cuentas era tarde, pero ya estaba allí.
Continuó leyendo la carta de Candy para entender qué era lo que deseaba que se hiciera allí.
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Todo lo que encuentres en esta casita es tuyo querida Beth,
y puedes hacer con ello lo que quieras;
te preguntarás por qué no he arreglado este pendiente yo misma.
Hice un pacto que debía aguardar, pero para cuando tú leas esto no quedará nadie vivo a quien pueda importarle.
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Desde que la vio, Lili deseó con todo su corazón quedarse con esa casita, sin embargo con su sueldo de traductora sería muy complicado mantener dos propiedades y John había dejado muy claro que necesitaban el dinero de su venta si es que deseaban asegurar su futuro juntos. Tendría que desprenderse de ella, pero antes revisaría bien lo que contenía, ansiaba con todo su corazón quedarse algo que le recordara permanentemente a Candy y contaba solamente con un par de días para ordenarlo todo y llamar al agente inmobiliario para poner la casita en venta, o eso es lo que había acordado con su amado...
¿En verdad amaba a John?
¡No, no había tiempo para pensar en eso!, debía tratar de documentar lo que había y empezar a tomar decisiones. Lili se preguntó a medias bromeando, si podría ser que Candy hubiese dejado escrito lo que ella misma debía hacer con el resto de su vida, ¡eso sería mucho más fácil!
Nosotros escribimos el guion de nuestra vida, querida Beth...
Podía escuchar claramente esa frase en su cabeza... ¿quién se la había dicho a su madre? Casi juraría que lo escuchó en compañía de Candy, ¿había sido ella quien lo dijo?
No, era una voz masculina, estaba segura de ello, una voz muy bella, ¿de quién sería? ¿quién...?
Lilian comenzó a hacer inventario, no tenía sentido seguir soñando despierta. Había un par de sofás, un librero repleto de libros de medicina, cuadernos con notas de la escuela de enfermería, unos cuantos modelos sobre el cuerpo humano, las obras completas de Shakespeare... ¿¡obras de teatro!? No, no había tiempo para cuestionarse los gustos de Candy. Todavía debía ir a la planta alta y lidiar con todo lo que hubiera en el desván.
Santo Cielo... ¡el desván!
Tratando de darse ánimos y rezando porque Candy no fuera una loca acumuladora de cosas, se dirigió hacia los pisos superiores subiendo la estrecha escalera que conducía a las dos únicas habitaciones, la principal tenía una amplia cama que lucía bañada por el sol de la tarde, la mejor vista de la casa era sin duda a través de esa ventana; por el contrario, en la recámara contigua había una cama más pequeña, parecía un cuarto aniñado que le recordó aquél que su madre había decorado cariñosamente para ella y algunas lágrimas empezaron a salir a través de sus ojos, echaba mucho de menos las caricias de su madre y sus historias sobre Candy, ¿se habría sentido sola en esta pequeña casita?
Quizás esa recámara había sido para alguno de los niños huérfanos que ansiaban sentir el amor de una mamá.
Se sintió tan cansada de pronto que decidió recostarse sobre la cama, rodeada de una cálida atmósfera y sin notarlo se quedó profundamente dormida hasta que el rumor de los grillos anunció que ya era de noche. Llevaba días durmiendo a medias y sintiéndose fatigada, pensando sin parar en qué haría el resto de su vida. Los títulos académicos y una vida estable... ¿era eso todo lo que había para ella por el resto de su vida?
A veces pensaba en lo maravilloso que sería vivir una historia de amor predestinado como el de Candy.
Como un pestañeo pasaron algunas horas hasta que despertó.
- ¡Maldición! se supone que ya debería haber avanzado lo suficiente como para volver mañana – Lilian saltó de la cama y abrió a toda velocidad el amplio ropero que contenía algunos trajes de Candy, ninguno que quisiera conservar pues todo estaba algo pasado de moda, eso sin hablar de que le quedarían bastante cortos, pues Candy era una mujer bajita de poco más de metro y medio, y ella era bastante más alta y espigada. Recordó cómo en su adolescencia muchos chicos tendían a alejarse de ella pues su estatura destacaba demasiado frente a la de ellos. No se consideraba fea, su cabello era ondulado y había adquirido con los años un tono cobrizo, sus ojos eran del color de la miel, como los de su madre.
En la cajonera había un montón de trapos viejos. Era un hecho que la mayoría de la ropa fue usada por Candy para hacer jardinería, lo sabía pues estaba llena de enmendaduras. Al fondo encontró unos vestidos más elegantes que la sorprendieron, pero no tanto como los trajes de hombre y smokings junto a ellos.
¡Ropa de hombre! ¿¡De hombre...!?
Bueno, parecía que después de todo Candy no había pasado tanto tiempo sola como pensaba... ¿o sería ropa del señor Andley?
No, imposible. Albert Andley no volvió a vivir con Candy después de aquella época en el que tuvo amnesia. Para la moral de la época hubiera sido un escándalo que ellos tuviera una relación, pero quizás ¿una relación en secreto?
Sacudiéndose ideas raras siguió revisando hasta toparse con una serie de cajas atadas con un cordel y un sobre que decía "Beth" con la caligrafía de Candy. Al abrirlo cayó una llave grande y anticuada.
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Querida Beth:
Todo lo que contienen estas cajas es para ti, eventualmente serán para Lilibell, disfruta su contenido. La llave es del desván que es donde guardo mis tesoros, pero como especifico en mi testamento, ahora puedes hacer con ellos lo que quieras. Confío en que conserves alguno de ellos como recuerdo.
Con todo mi amor: Candy
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¿Tesoros? Por su madre sabía que Candy nunca había usado la herencia de su familia adoptiva, así que dejó para después el contenido de las cajas y decidió dar rienda suelta a su curiosidad dirigiéndose al desván para ver los dichosos tesoros.
La escalera era increíblemente estrecha, incluso ella tenía que agacharse para evitar golpear contra el techo. Suficiente tenía con el desorden de su cabeza tal y como estaba como para además exponerla a los golpes.
La cerradura no había sido abierta en mucho tiempo y costaba girar la llave, sin embargo la puerta al fin cedió dando paso a un fuerte olor a humedad y encierro.
Afortunadamente Candy había mandado instalar luz eléctrica en ese desván.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz pudo ver que el lugar tenía varios carteles de representaciones teatrales, había algunas fotografías colgadas también, en ellas se veía a una muy joven Candy vestida con un uniforme bastante conservador y dos simpáticas coletas. Lili rio de solo verla y casi pudo escucharla refunfuñar por burlarse de su aspecto adolescente, retiró la sábana que cubría un escritorio donde había una caja llena de polvo que destapó de inmediato; solamente contenía un grueso manuscrito en el que se leía "Algún día, en algún lugar" con una letra muy elegante que no era la de Candy.
Antes de que pudiera seguir leyendo sintió una penetrante mirada que se dirigía justo hacia ella, se sobresaltó tanto que el manuscrito fue a dar al suelo casi junto con su quijada.
Era un hombre...
Un hombre que la miraba fijamente con unos penetrantes ojos marinos increíblemente azules, que contenían una intensa melancolía pero a la vez centelleaban con increíble fuerza, era como si pudieran ver a través de ella.
Sintiéndose hipnotizada por él caminó para poder verlo de cerca. Su rostro le parecía familiar pero su atractivo era tan asombroso que era imposible haberlo visto en algún lugar, parecía un príncipe de cuento de hadas.
Con cuidado llegó hasta el lugar donde se encontraba pegado, era un cartel, lo desprendió y lo llevó abajo para poder mirarlo a detalle. Encendió todas las lámparas de la habitación y volvió a contemplarlo de nuevo.
Casi al pie se alcanzaba a leer Romeo y Julieta, la mirada de ese joven la había cautivado de tal manera que ni siquiera había observado a Julieta. El nombre de Susanna Marlow estaba tachado y junto se podía leer que habían agregado "Candy White", Lilian rio con ganas pensando en que esa definitivamente era la caligrafía de la rubia; y justo ahí junto a su nombre se leía claramente "Terrence Graham".
- ¡Pero claro que es él! El gran actor de los años veinte y luego premiado director de obras clásicas. ¡Pero si he leído todas sus adaptaciones de Shakespeare! ¿cómo pude no reconocerlo con solo verle?... Se ve tan joven aquí.
- ¡Debe ser porque se ve tan guapo que se le olvida a una hasta cómo leer! ¿A ti también te gustaba, querida Candy? ¿Eras una especie de groupie? Para tachar el cartel con tu nombre se requiere coraje... ¿Esto es parte de tus tesoros?
Rio imaginando a Candy abrazada a ese cartel y soñando con el maravilloso Romeo que aparecía en él.
Recordando que aún quedaba mucho qué explorar, dejó el cartel cuidadosamente colocado sobre la cama y subió nuevamente.
Había algunos otros carteles de representaciones teatrales, todas de él, varias fotografías que no revisó, un dibujo a lápiz del rostro de Graham con el cabello corto como lo llevaba cuando comenzaba a dirigir obras de teatro y con la mirada más triste que Lilian hubiese visto jamás.
A pesar de su rostro indiferente – lo cual era parte de su encanto – sus ojos reflejaban una enorme tristeza. Quien hubiese dibujado su rostro sin duda había podido captar sus emociones, se veía como alguien muy solo... con el corazón roto.
Esforzándose por apartar la mirada de él buscó dentro de uno de los estantes donde había un joyero de madreperla que contenía cartas, recortes de revistas y periódicos con reseñas de las obras de Graham de la época antes y después de la Primera Guerra, un prendedor con la letra A, un pañuelo con las iniciales T.G. y la fotografía de un rubio que identificó como Anthony.
Esos sin duda eran los tesoros de Candy.
Era raro que ella tuviera ese lujoso alhajero, le hacía más sentido que guardara aquellas cosas en una caja sencilla, como las que había encontrado junto a la llave del desván. Recordándolas las abrió pensando encontrar más recuerdos.
Al ver su contenido casi fue a dar al suelo al tiempo que soltaba un grito.
Esas modestas cajas guardaban en su interior un juego de esmeraldas, un deslumbrante anillo de diamantes, unos cuantos zafiros, y un reloj de bolsillo de oro puro con las iniciales T.G.G. y la fecha 28 de enero de 1897.
¿De dónde había salido todo esto? ¡Candy ni siquiera usaba joyas!
No había una sola fotografía de ella portándolas.
Sorprendida y completamente empolvada decidió dar por terminada la jornada, al día siguiente pensaría con mayor claridad para saber qué hacer con todo aquello.
Al salir tropezó con el manuscrito que había tirado al suelo, decidió llevarlo con ella y cerró nuevamente con llave el desván.
Cenó solo unas botanas frías pues para variar, nunca entendió cómo es que se usaba la vieja estufa, pero logró encender la chimenea, y con esa calidez, durmió toda la noche junto al cartel de Terrence Graham vestido de Romeo.
La luz del amanecer le daba justo en los ojos, eso debía haber sido premeditado para lograr que la dormilona de Candy despertara a tiempo. El cartel seguía ahí junto a ella, lo hizo a un lado sin poder evitar volver a mirar a ese guapísimo joven por unos minutos más. Después tomó un baño en la enorme bañera aullando al recibir una bocanada de agua hirviendo y finalmente se sentó en el pequeño comedor de dos sillas para prepararse un café instantáneo con agua de regadera, pero al menos caliente, y abrir el grueso manuscrito que había traído del desván.
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"Algún día, en algún lugar" (Someday, Somewhere)
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En seguida se vio capturada por la historia de un joven de la nobleza inglesa de apellido Grandchester que relataba el secreto de sus orígenes, su soledad y sus dudas, la amargura que guardaba su corazón y la forma en cómo eso había cambiado gradualmente al conocer a su primer amor. Una chica llena de energía vital y de humildad que había padecido toda clase de atropellos y sin embargo, no guardaba una gota de odio en su ser.
Hablaba de la tormenta que fue él en la vida de ella, irrumpiendo como un huracán azotando puertas y ventanas, sacudiéndole los miedos que la hacían vivir en el pasado.
También relataba la calma que ella significó para él, derritiendo todo rastro de rencor y adueñándose de su corazón en un verano que les cambió la vida a ambos. Se amaban con la fuerza de la juventud, con intensidad y a la vez ternura, creían tener el tiempo suficiente para vivir cada día uno al lado del otro.
Pero no sería así, una trampa por demás estúpida coartaría esa paz y él se vería obligado a dejarla para que ella pudiera continuar en ese lugar y cumplir lo que él creyó que era su sueño.
Era el regreso a la soledad para él, pero también una misión de vida.
Transcurrieron meses de añoranza hasta que, como por arte de magia, ella aparecía nuevamente en su vida, un ángel vestido de blanco y luchando por encontrar su camino.
Era magnífica la manera como describía cómo una sola mirada entre ellos reflejaba el lazo indestructible que los unía, seguían amándose y esta vez estarían juntos...
Comenzaba el relato de un ir y venir de algunas cartas, promesas entre ellos y una sutil declaración simbolizada con un billete de tren solo de ida para que ella fuera hacia él y no se marchara jamás.
O al menos eso fue lo que él creyó, cuando sin esperarlo, sus planes se verían nuevamente fragmentados por un accidente que lo esclavizaba a una mujer que había dado la vida por él, pero que nunca podría amar.
Una nueva separación trajo dolor para ella y oscuridad para él...
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A esas alturas Lilian lloraba, no podía creer que la vida fuera tan injusta, no podía entender cómo ellos habían puesto el deber por encima de su amor.
No sabía si lloraba de tristeza o de rabia, quisiera haber abofeteado a esos dos y haberlos hecho entrar en razón. No se merecían esto, ellos dos se pertenecían, simbolizaban ese amor intensamente correspondido que no todos tienen la fortuna de conocer, o por lo menos no ella. Le evocó a alguien que nunca conocería y un lugar donde jamás había estado.
Tratando de recuperarse pasó algunas páginas con la clara intensión de saber cómo había terminado eso, cuando leyó unas líneas que la hicieron temblar de emoción:
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¿Cómo estás?
Ha pasado un año desde entonces...
Transcurrido este lapso de tiempo, me había prometido a mí mismo escribirte, pero luego, dominado por la duda, dejé que pasaran otros seis meses.
Nada en mí ha cambiado.
P.S. No sé si alguna vez leas estas palabras, pero quería que al menos tú supieras esto.
T.G.
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Lili casi brincaba de alegría, por fin se había liberado y se encontraba decidido a recuperar lo que la mala fortuna le había robado.
Pero parecía haber un salto en el tiempo, una brecha en la narración, hasta un breve pasaje en el presente en el que un hombre llegaba a casa después de un largo día y encontraba a una mujer en la oscuridad.
Ella – la protagonista – le daba la bienvenida y se arrojaba hacia los brazos abiertos del hombre que ama.
No había fechas, no se sabía cuánto tiempo había pasado, ni qué era lo que sucedía después de esa nota.
Con horror, Lili se dio cuenta que la novela terminaba abruptamente sin aclarar quién era el hombre con el que esta mujer había pasado el resto de sus días y mucho menos, qué había sido del personaje ex aristócrata de Grandchester.
- ¡No, no, no! ¿Dónde está el resto? ¿Qué fue lo que pasó? ¡Tiene que existir algo más! – gritaba Lilian subiendo al desván y abriendo absolutamente cuanto espacio cerrado encontró, sin hallar un solo escrito más, solo varios dibujos y fotografías que señalaban claramente los años que Candy había vivido allí.
Muchas de esas fotografías mostraban a Terrence Graham a través de los años, al reverso solo se leía T.G.
¿T.G.? como las iniciales del pañuelo. ¿T.G.G. como las siglas del reloj?
Lilian volvió a tomar la caja de madreperla buscando respuestas mientras revolvía su contenido que comenzó a desbordarse dejando caer una amarillenta nota a sus pies.
Con cuidado la desdobló, podían verse sobre ella círculos desperdigados como si gotas de agua hubiesen caído sobre ella, con la letra algo corrida pero aún legible.
Querida Candy,
¿Cómo estás?
Ha pasado un año desde entonces...
- ¡Santo Dios! Pero... ¿Candy?, nuestra Candy ¿con él? ¿Grandchester? – De pronto la novela que acababa de leer adquirió aún mayor claridad, la historia podría ser verídica.
¿Terrence Graham sería Terrence Grandchester? Él podía haber sido en realidad un noble inglés, los rumores sobre su pasado así lo llegaron a señalar.
Todo encajaba, un joven apasionado que ocultaba un secreto familiar, que buscaba cumplir su sueño y que amó con toda la intensidad que podría haber sido capaz a una sola mujer. A una bondadosa y gentil chica huérfana llena de pecas que no podía ser otra que Candy.
Pero... jamás se había hecho público su romance, es más, jamás se mencionó que él viviera con alguien o que estuviera casado, era un persona por demás privada así que solo se le veía en algunos estrenos. Hubo una actriz que durante algunos años tras un accidente en su debut se vio relacionada con él y que un día ya no se supo más de ella.
Al morir, tampoco se supo dónde fue enterrado o si sus familiares se habían hecho cargo de él.
Candy tampoco había hablado acerca de Graham o de Grandchester, pero ella sabía que había amado a un hombre que conoció en Londres y en ocasiones creía haber oído a su madre decir que su madre adoptiva – como consideraba a Candy – había terminado al lado de quien más la amaba. Todo estaba demasiado confuso, ella era tan solo una niña cuando escuchó los relatos de Beth.
Lo que estaba claro, es que ese manuscrito era la última y la más bella creación de Graham y que, fuera o no el protagonista, merecía que su amor viera la luz a través de sus letras.
¿Tendría familiares vivos aún?
El primer paso sería contactarlos para avisarles que dentro de su herencia se encontraba dicha obra y que le gustaría hacerla pública como un homenaje póstumo.
Quizás ellos conocerían la parte faltante de la historia y eso la emocionó aún más.
Con esa esperanza, Lilian empacó los tesoros de Candy en su coche de alquiler, cerró perfectamente el desván y la pequeña casita, y se dispuso a regresar a Londres para hablar con el abogado de la rubia, que sin duda debía estar enterado del tesoro y el secreto que Candy guardaba en el desván.
Notas:
Finalmente ¡he vuelto! Ha pasado una infinidad de tiempo sin escribir ¿Quién sigue por aquí? ¿Alguien del A.A.V.S.T.? = Anónimas Amansadas por la Voz del Señorononon Turnes que le dio voz a Terry... y a Anthony.
Esta historia es algo nuevo para mí, es un experimento, si funciona lo continúo y si no me jubilo jajajaja...
"Los Días del Colegio" fue un agasajo escribirlos pues solo iba completando los vacíos que no encontraba en la historia original y le tengo un gran cariño por lo que comparto al final de la historia. "Sol de invierno" es algo parecido.
"Destino" fue mi primer idea de cómo Candy y Terry podrían haberse vuelto a encontrar; y esta nueva historia es una segunda propuesta a esto, modificando un poco los tiempos para ver qué resulta, quizás me imagino yo misma dentro de la historia que Mizuki nos dejó con muchos cabos sueltos y trato de que sea "Lilian" quien vaya descubriendo todo (ella que puede estar allá en lejanas tierras inglesas).
No es una historia terminada pero sí sé más o menos dónde quiero que termine, así que sugerencias bienvenidas. Puedo actualizar los fines de semana, así que mi compromiso es en cualquiera de esos dos días subir un capítulo, ya tengo algunos por si las cosas se ponen complicadas en la vida real. Y por supuesto, contestaré tantos comentarios como puedo, me gusta mucho hacerlo y es el medio por el cual puedo seguir en contacto.
Un placer regresar a este foro en el que he leído tanto y he aprendido tanto.
Abrazos.
