Algún día, en algún lugar (Someday, Somewhere).

Los personajes de Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y Y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá, como aquel que da nombre (en inglés) a esta historia.

Si desean subir esta historia a otro portal, por cortesía háganmelo saber, y por favorrrrr siempre citen al autor en la historia, recuerden que es un trabajo no pagado y el reconocimiento es lo único que pedimos.


Capítulo 13: El camino del amor verdadero.

Terry había estado muy, muy extraño toda la tarde.

– Sospechoso – murmuró Candy.

– ¿Cómo dices? – respondió Terry sin despegar su mirada de su taza de té.

– No es nada...

Candy suspiró, la última vez que lo había visto así, perdido en sus pensamientos, él estaba pensando en el accidente del teatro. Aquél en el que...

Cerró los ojos con fuerza bloqueando las imágenes y el recuerdo de la última vez.

– Cuando te enfadas... se te notan más las pecas. – dijo él con una voz pausada y profunda.

– Eres muy grosero.

– Lo soy. Harías bien en evitarme.

– Lo he intentado, pero al parecer no hay manera de librarse de ti.

Ella pensó que él se reiría pero apenas curvó un poco la comisura de sus labios en un discreto gesto; seguía sin mirarla.

– ¿Me dirás qué es lo que haces en Londres? – dijo ella nerviosa. Desde que había leído aquella nota que le escribió no podía sentirse tranquila, pero él parecía no tener prisa en abordar ese tema.

Terry guardó silencio y ella comenzó a preocuparse.

– Terry... ¿está todo bien?

– Candy, ¿sabes lo que se siente perder a alguien?

Ella tragó con dificultad, sería que finalmente Susana había ¿muerto? ¿Es por eso Terry se encontraba ahí?

– Bien sabes que sí...

– No estoy hablando de tu amiguito de la infancia al que le gustaba coquetear con sus rosas; estoy hablando de... del amor de tu vida.

Los ojos de Candy se abrieron con fuerza clavando su verde mirada oscurecida en él. ¿De quién estaba hablando? ¿Habría llegado a amar a Susana a ese grado?

– Sé lo que es perder a alguien a quien quieres – el tono de Candy era muy serio. – Crees que estás bien, crees que lo tienes todo bajo control y de pronto, por momentos, te golpea con fuerza. Es como navegar sobre un océano en calma y que de repente te golpee una ola gigantesca que parece haber salido de la nada y te hunda el barco.

Nadie había descrito jamás tan perfectamente el modo en que él se sentía.

Se suponía que el tiempo lo curaba todo, pero sabía que él no se había curado. No sabía cómo curarse, sus emociones seguían siendo tan reales como diez años atrás. Lo único que pudo hacer en todo ese tiempo era sobrevivir: levantarse, vestirse, pasar otro día sin ella.

No había pensado que pudiera haber algo que le hiciera la vida más difícil, pero sí que lo había y era la presión que sentía por "hacer feliz" a Susana... Saber que no había podido cumplir su promesa a Candy le significó todos estos años una sensación de fracaso. Él no había logrado ser feliz, jamás lo lograría sin ella.

– ¿Así es cómo te sientes, Terry?

– Sí – él sonrió suavemente y por fin la miró un instante a la cara.

– Se supone que cada vez va siendo más fácil, así que resiste – ahora era ella quien no lo miraba a la él, estaba ocupada picoteando los restos del pastel de chocolate que aún quedaban en su plato.

– El camino del amor verdadero nunca fue llano¹ – dijo él recuperando la seguridad; ella tenía que estar hablando de ellos dos.

Candy sintió que se le desgarraba el corazón... o lo que quedaba de él. Terry le había contado cuánto le había cambiado ese suceso. ¿Y cómo no? Había perdido a la mujer que durante diez años había vivido con él. Se le partía el alma por él.

¿No era una crueldad llegar a amar a alguien y perderlo después? ¿Cómo podías reponerte a eso y seguir adelante con tu vida?

Quería salir corriendo de allí y echarse a la cama para llorar a sus anchas. Pero jamás se permitiría hacerle algo así, no a Terry... aunque eso terminara de destruir su adolorido corazón.

¿Cómo iba a dejar sola a una persona que estaba sufriendo una pérdida como la de él? No podía, y menos sabiendo que no había nadie más que lo acompañara en su dolor. Bajo ningún concepto abandonaría a un ser humano que estuviera sintiéndose así. Si le pasara algo ella no podría vivir con ello.

– Por suerte, la gente se acaba acostumbrando al dolor. Yo me centro en mi trabajo. – Y eso era verdad, desde que Candy se había separado de él se obligó a quedarse como estaba, acompañada de la soledad.

Terry la miró confundido, ¿cómo había podido describir tan bien el dolor que ambos habían sentido al separarse y ahora decir que el trabajo era consuelo suficiente? El rostro de ella estaba ensombrecido, ¿estaría hablando de otro hombre a quien había perdido? ¿Alguien que no era él?

– Ahora es mi turno de preguntarte si tú estás bien Pecas. – si confirmaba sus sospechas se lanzaría al Támesis sin duda.

– Ya te lo dije, uno aprende a estar bien y a sonreír ante los malos tiempos.

– ¿No es eso algo poco sincero? – dijo él con un tono frío en su voz.

– No es por eso. No quiero ser la nube oscura que le tape el sol a nadie. – respondió ella.

– ¿Qué? –preguntó él frunciendo el ceño. – ¿Quién diablos te ha dicho que tus sentimientos arruinarían la felicidad de otros?

Ella se encogió de hombros, en realidad era ella quien se había fabricado esa idea. A final de cuentas, renunciar al amor era ya una costumbre para Candice White.

Si Terry no hubiera observado tanto a Candy en el Colegio, lo cual le había permitido conocer todos sus estados de ánimo, tal vez lo habría engañado. Sabía que estaba mintiendo, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto estando allí rodeados de gente dentro de una cafetería; en la que además, la indiscreción que jamás había sido un defecto suyo había escapado de su boca y ahora la dueña de aquel lugar no dejaba de mirarlos pensando que le propondría matrimonio allí mismo.

Se maldijo por haber abierto su bocota.

Si lo que él sentía era tan complicado, tan lleno de pesar, de la culpabilidad y de muchas otras emociones que no podía ni empezar a desenmarañar; lo que Candy sentía tenía que ser igualmente enredoso.

Después de todo ella era su alma gemela

– Candy, ¿podríamos ir a otro lugar? En este lugar me siento un poco... invadido.

– Seguro Terry, ¿qué tal si damos una vuelta por Hyde Park?

– ¿Necesitas tu dosis diaria de trepar árboles, pequeña mona?

– Muy gracioso... quizás eso es exactamente lo que necesitamos. Desde lo alto de un árbol, los problemas siempre parecen más pequeños, ¿no es así?

Terry sonrió poniéndose de pie y haciendo a un lado la silla de Candy para ofrecerle la mano de manera galante.

Ella la aceptó y salieron del lugar con los dedos ligeramente entrelazados, cuando Candy lo notó retiró su mano con brusquedad provocando que sus pies tropezaran con la acera. Habría terminado en el suelo si él no la hubiera sostenido por la cintura.

Como acto reflejo Candy agarró fuertemente la pechera del abrigo de Terry y él pudo oler el aroma de su cabello. No había querido besar a una mujer en mucho tiempo, pero ahora quería besar a Candy. Quería besarla hasta que ninguno de los dos pudiera respirar, hasta que no supiera qué día era y no pudiera recordar por qué se había mantenido tanto tiempo sin ella.

Ella fue la primera que se apartó.

– Candy, te escribí una nota.

Ella palideció.

– Me gustaría mucho saber la razón por la cual decidiste no abrirla.

Ella lo miró con las cejas muy juntas.

– ¿Cómo sabes que no la abrí?

– Porque la hermana Lane me la entregó completamente cerrada, tal y como yo la envié al Hogar de Pony.

¡Ah! Estaba hablando de "esa" otra nota.

– Yo vi que era una nota que venía de Nueva York y decidí no abrirla.

– ¿Puedo saber la razón?

– No sabía si era una nota que enviabas tú o...

– ¿Creíste que era una nota que te enviaba Susana?

– No sería la primera vez, poco después de dejar Nueva York recibí una carta de ella.

Terry se detuvo, seguramente nada de lo que decía esa carta había sido algo agradable para Candy. Sentía ganas de exigir de vuelta esa carta, romperla en pedazos y lanzársela a Susana en la cabeza. Pero él era un caballero... así que se limitó a apretar los puños.

– Lo siento Candy.

– No es tu culpa, puedo soportar palabras mezquinas. – Candy se sintió inmediatamente culpable, no debería hablar mal de alguien muerto y querido para los demás.

Tal vez había personas ocultaban quienes eran, pero la mayoría de la gente era buena en el fondo. Lo había visto una y otra vez. Pero en este caso... le estaba siendo muy difícil creer que esa mujer no había escrito esa carta para alejarla de Terry definitivamente.

Candy vio en los ojos de Terry ese brillo de mofa que tan bien conocía.

– Creía que veías lo bueno en todo el mundo.

– Sí, lo sigo viendo aunque ella por un momento me ha hecho dudar.

– Una dosis razonable de cautela siempre es útil, Candy. – Terry se rio finalmente.

– Tal vez, debería haber aprendido esa lección hace años, me habría ahorrado muchas sorpresas desagradables.

– Bueno, pues ya que no has abierto mi nota tendré que decirte aquello que contenía. – si no se atrevía a decírselo directamente nunca lo haría. Si ella no lo amaba más, su alma se desintegraría pero todo sería mejor a seguir en esa incertidumbre.

Se detuvieron a la mitad del puente que cruzaba el lago Serpentine, a Terry le pareció un buen lugar. Si Candy lo rechazaba, cada uno podría irse en sentidos contrarios y él podría irse directamente a la primer tienda que viera a fumarse todas las cajetillas de cigarrillos que se encontrara.

– Te he escrito una nota de amor. Es lo más complicado que he escrito en mi vida. Creía que había hecho un buen trabajo, pero algo debo estar haciendo mal porque he dejado esa misma nota en la recepción del hospital y te has vuelto a negar a leerla, a pesar de que la chica encargada me ha asegurado que te la entregó en propia mano.

Candy lo miró fijamente, se sentía aterrorizada y entusiasmada y al mismo tiempo.

– Terry, ¿no crees que es muy pronto?

– De qué estás hablando Pecas, he esperado una eternidad para poder decirte esto.

– Me parece que necesitas acostumbrarte a la viudez y...

– ¿De qué rayos estás hablando? Candy, yo nunca me he casado; eso no fue lo que te prometí. Yo solo acepté hacerme caso de Susana pero jamás te prometí desposarla, jamás aceptaría casarme sin amor. Eso es algo que solo haría alguien como el Duque de Grandchester. Al final ella lo ha comprendido.

– Pero tu dijiste que habías perdido al amor de tu vida...

– Estaba hablando de ti.

Las mejillas de Candy se encendieron como dos bellas cerezas. ¿Ella era el amor de la vida de Terry?

– Candy, nada en mí ha cambiado.

Al escuchar esas palabras con la profunda voz de Terry que tanto le gustaba, sintió como si su pecho explotara de emoción; no había comparación alguna entre leer y escuchar estas palabras de viva voz. No tenía duda de que lo que él sentía debía ser real, era algo profundo y permanente que el tiempo no borraría. Lo sabía porque ella misma lo sentía a pesar de haberlo encerrado en las profundidades de su corazón.

Sintió cierta inquietud al verlo así, tan dispuesto y abierto a buscar su amor. Este Terry era algo nuevo para ella. Parecía no tener barreras, ni miedos, ni filtro.

¿Había sido ella así alguna vez?

Tal vez, antes de que la vida hubiera desgarrado sus esperanzas y hubiera esparcido los restos a su alrededor como si fueran confeti.

– Lo siento mucho Candy pero yo no he podido cumplir mi palabra de ser feliz. Pero quisiera darme una nueva oportunidad de intentarlo.

Candy estaba completamente muda.

– ¿Estás bien?

– Estoy bien.

– ¿Me has escuchado, Candy?

– Te he escuchado, Terry.

– ¿Y bien? – la incertidumbre lo estaba matando.

– Estoy bien. – repitió ella. – Susana, ¿ella lo ha comprendido?

– Lo ha hecho. – dijo él recordando aquella carta que le escribió en sus últimos momentos de lucidez. Ahora ella ni siquiera lo reconocía y vivía en un permanente estupor, repitiendo diálogos de representaciones y preparándose para salir a escena. – Yo simplemente nunca podría amarla.

– Ningún hombre debería sentirse culpable por no amar a una mujer. No es algo que puedas sentir o dejar de sentir a tu antojo. No puedes obligar a alguien a amarte –dijo Candy–. Las cosas no funcionan así.

Terry por fin pudo respirar nuevamente, todo este tiempo había contenido el aire pensando que ella se aferraría a esa locura de enviarlo al lado de Susana hasta el final de sus días.

El primer paso de todo un camino por fin lo habían dado. Sería un largo camino y tendrían que hablar de millones de cosas pendientes; esto solo era el comienzo.

Él la miró por un largo rato, sin ahondar más en el tema escabroso de Susana.

– ¿Tienes algún compromiso entre ahora y Navidad?

– Las clases terminan una semana antes de Navidad, pero no tengo que asistir. He trabajado tan intensivamente que he adelantado mucho trabajo.

– ¿Y qué pasa con la fiesta de Navidad? ¿Regresarás al Hogar de Pony?

Candy se preguntó por qué le estaba haciendo esa pregunta.

– ¿Por qué crees eso?

– Estoy seguro de que echas de menos ver a la gente de allí. Y probablemente ellos también te echen de menos a ti. ¿Por qué no vas?

Era una opción que no se le había ocurrido.

–No sé. Pensé en ir de visita en el verano, pero entonces la partida se volvería muy dura, me pesa mucho dejar mi hogar – consideró la idea y la invadieron emociones mezcladas. – Me preocupa no querer regresar a terminar mis compromisos como estudiante.

– O a lo mejor te esperarían sorpresas agradables que hicieran más fácil volver a partir. Seguro que todos en el Hogar estarían muy contentos de verte aunque fuera por poco tiempo.

– Ojalá la señorita Pony y la hermana Lane estuvieran aquí ahora. Echo de menos hablar con ellas.

– ¿De qué platican?

– De todo. En ocasiones les pido consejo. A veces, cuando no sé qué hacer sobre algo en concreto, cierro los ojos e intento imaginar qué me dirían. ¿Te parece una locura?

–No – dijo alzándole la cara para hacerla mirarlo solo a él. – ¿Qué consejo necesitas? Quizás yo pueda ayudarte.

Le preguntaría qué debía hacer con respecto a Terry y al gigantesco amor que sentía por él. Aunque sabía perfectamente qué es lo que le dirían. Era su decisión.

– Nada en concreto – Candy forzó una sonrisa.

– Iré contigo. Es algo que te he prometido y que puedo cumplir.

Su oferta la tomó por sorpresa.

– ¿Lo harías?

Se sentía conmovida y una parte de ella se preguntó por qué seguía recordando aquello que habían prometido hace tantos años. Después de todo él ya había conocido el Hogar de Pony por su lado.

– Te acosarían. Las dos son fanáticas tuyas y las niñas sobre todo no te darán un minuto de paz.

– Aprecio a los fans. Sin ellos, no tendría trabajo. Lo único que me hace sentir incómodo es cuando las mujeres desconocidas aseguran llevar un hijo mío en su interior.

– ¿Eso pasa?

– Más de lo que imaginas – Terry le contó y ella escuchó intrigada y sumamente divertida.

– No tenía ni idea de que ser actor pudiera resultar tan emocionante.

– Yo no lo llamaría emocionante – le dijo parando un transporte que pasaba por allí. – Te llevaré de vuelta a la residencia.

Una vez que llegaron Terry solo dijo una frase.

– Piensa en mi oferta, Pecosa.

Le besó la mano mirándola fijamente a los ojos y sonriendo con tanta dulzura como hace muchos años no hacía.

– Todo el camino estuve pensando en lo que dijiste. ¿Es en serio?

Él se apartó.

– Claro que lo dije en serio.

– A veces la gente dice cosas que no piensa de verdad. Esto sería demasiado. Estarías regresando a América y apenas has llegado. Y no solo eso, irías conmigo hasta el Hogar de Pony ¿qué pasará con la oferta para que dirijas aquella obra que me contaste?

– Esto es más importante.

– Terry, pero a ti no te gustan las fiestas de Navidad, vaya, no te gustan las fiestas, punto.

– Podría aprender algunos villancicos.

– Odias la música navideña – ella sonrió preguntándose cómo lograba hacerla sentir mejor siempre. – Háblame en serio, ¿qué harías tú en el Hogar de Pony?

–Te estoy hablando en serio – le apretó la mano – Si después se te hace demasiado duro marcharte de nuevo, yo mismo te traeré de vuelta a Londres. Estás hablando con un experto en viajar entre dos continentes.

– Estás dispuesto a hacer esto por mí – ella miró sus manos entrelazadas y de pronto sintió un nudo en la garganta de la emoción–. ¿Por qué?

– Porque espero que te sientas agradecida y cumplas mi deseo de Navidad. Aquél que no te diré aún, así que no preguntes.

– Esa no es una respuesta.

– Ya lo verás, Pecosa, ya lo verás.

La sonrisa enigmática de Candy le provocó una taquicardia que no dejó de sentir en varios días.


Notas:

¹ El camino del amor verdadero nunca fue llano frase de William Shakespeare.

Agradecimientos:

Queridas todas, me siento muy contenta por recibir su comprensión y por todos sus deseos porque me sienta mejor. ¡Funcionaron! Eso junto con el estupendo consejo de Letty Bonilla, el té de Thera flú me sentó de maravilla y ya estoy casi repuesta aunque los días de reposo me hicieron atrasarme en el trabajo y por ende me quedó poco tiempo para escribir. Nuevamente he decidido publicar aunque no he podido incluir las respuestas a sus comentarios y eso me entristece porque amo el diálogo con cada una. Tampoco he podido contestar mensajes pero prometo que ya estoy en eso. Mil gracias por sus reviews: Kamanance, Gladys, Villa, Ster star, Ara, Australia77, Letty Bonilla, Eeog, CandyNochipa2002, Guest1, Mana_Garez, Yessenia que siempre me conmueve con sus mensajes, Nally Graham, Flakitamtz, Phambe y Alessandra (tengo como primer tarea pendiente escribirte querida).

Para las recién llegadas, publico cada fin de semana, últimamente en domingo con más frecuencia, desafortunadamente no en Wattpad de la cual fui fiel lectora pero estoy pensando publicar también allá, sobre todo para garantizar que sea yo la que suba mis historias.

Y a quienes visitan esta historia y leen silenciosamente, abrazos a la distancia.

Hasta pronto y gracias por sus buenos deseos, nada mejor para aliviarme de este virus. Casi nunca me enfermo pero cuando pasa, me viene con refuerzos.

Ahora sí, besos ya sin gripa 😊

ClauT