Algún día, en algún lugar (Someday, Somewhere).

Los personajes de Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y Y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá, como aquel que da nombre (en inglés) a esta historia.

Si desean subir esta historia a otro portal, por cortesía háganmelo saber, y por favorrrrr siempre citen al autor en la historia, recuerden que es un trabajo no pagado y el reconocimiento es lo único que pedimos.


Capítulo 15: La primera página de un cuaderno en blanco.

Candy miraba a Terry fijamente.

– ¿Tienes alguna pregunta, Pecas? ¿No puedes creer que "tu Salvador" haya actuado de nuevo? – dijo él enarcando una ceja.

Tu Salvador... Eso fue lo que él dijo aquella vez que se desvaneció en medio del bosque estando en el Colegio.

A Candy por momentos le parecía como si el tiempo no solo se hubiera detenido, sino que había retrocedido. Pero eso era imposible, nada de lo que sucedió podría borrarse. Todos esos días estando con Terry había querido disfrutarlos sin complicaciones.

Comenzaron hablado un poco acerca de los años separados pero la brecha entre ellos aún podía sentirla, salvo en esos instantes de complicidad en los que con una mirada podían decírselo todo.

– ¿Cómo es que conseguiste pasajes hacia América en la época más apretada del año? – por fin formuló Candy frunciendo el ceño.

– Ser un gran actor tiene sus ventajas. – Terry no quería asustarla, pero esos pasajes estaban en su poder desde meses atrás... un pasaje de ida para él hacia Southampton y dos de regreso hacia Nueva York. Cuando los adquirió confiaba en que el corazón de Candy no podría haber cambiado de pronto; no era la clase de persona que se enamora y desenamora, y a pesar de su pesimismo, deseó conservar un poco de esperanza.

Él le había dicho que sus sentimientos por ella no habían cambiado, prácticamente le había llamado el amor de su vida. Pero con Candy las insinuaciones no funcionaban. Necesitaba decirle directamente lo que anhelaba y para ello necesitaba volver con ella a América. En Inglaterra él no tenía un apellido que ofrecerle, nadie podía tener dos apellidos distintos y en cuanto intentara pararse frente a un juez que buscara en los registros, en un segundo su pasado quedaría al descubierto.

En América esa era una historia distinta, él podría proponerle ser Candice Graham.

Una sonrisa apareció en su rostro y bajó la mirada para disimularla.

– ¿Se puede saber qué es lo que te causa gracia, Terry? ¿Qué has hecho?

Candy no podía negar que estaba nerviosa, Terry la había arrastrado desde el muelle hasta la Estación Central de Nueva York sin darle un segundo para pensar, le había puesto en la cabeza un gorro y le había cubierto la mitad del rostro con una bufanda, él había hecho lo mismo, colocándose además unas gafas.

De pronto ya estaban en un tren rumbo a La Porte y de ahí, él se las había arreglado para conseguir un transporte que los llevaba directo al Hogar de Pony.

Estaban a unos minutos de llegar ¿Qué les diría a sus madres cuando la vieran llegar con Terry a un lado? Ellas eran las personas más prudentes del mundo, seguro no dirían una palabra y los recibirían con todo el amor del que eran capaces.

¡Ah! Pero después sí que preguntarían qué es lo que estaba pasando... y ni ella misma lo sabía; ellas esperarían con paciencia a que ella hablara.

Era perfectamente consciente que él había ido a Londres exclusivamente a buscarla, le escuchó claramente cuando se refirió a ella como el amor de su vida; ese amor perdido que había quedado en pausa hasta ese momento. Una parte de ella quería arrojarse a sus brazos y seguirlo al fin del mundo si era necesario; y otra parte de ella le rogaba que se tomara esto con calma, ya una vez el descalabro le había costado muy caro. Diez años eran una enorme brecha que no podían negar.

Lo cierto es que, con respecto a Terry, tampoco había cambiado una sola cosa en ella.

Pensó en todos los habitantes de los alrededores que estarían volviendo a casa para reunirse con sus familias. Volviendo a la calidez, a las risas, a la conversación, a los abrazos del hogar… Ella había creído que en esta ocasión serían todos menos ella. En Londres tenía amigos, claro, pero nada se igualaba a lo que sentía cada vez que volvía al Hogar de Pony, su hogar. Le estaba infinitamente agradecida a Terry por haber hecho posible que en esta Navidad ella pudiera abrazar a sus madres.

Y aun así, todos los años junto a sus madres y a grandes amigos, por alguna razón había sentido en el fondo de su corazón un incómodo y persistente vacío. La calidez de su seres más amados no aplacaba esa molesta sensación de dolor.

Hace años su amiga de la juventud, Patty, le había dicho que la única que entendía su soledad era ella, igualando su experiencia a la pérdida que sufrió al morir Stear.

Todos estos años... sola.

Y a todo esto, ¿por qué ese sentimiento siempre se magnificaba en Navidad?

Sin embargo ahora no sentía rastro de ese vacío. Era porque Terry estaba a su lado.

– ¿Estás pensando en la cara que pondrán tus madres al verte? – dijo él prendando esa mirada hipnótica en ella.

– No niego que estarán sorprendidas por verme, hace poco les escribí que no regresaría para Navidad, pero creo que cuando te vean, ese tema no será tan importante.

– Claro – respondió él pasándose una mano por la barbilla. A ella le dio la sensación de que estaba sonriendo. – Podemos decirles que necesitabas ayuda para decorar las galletas de jengibre de Santa Claus.

En realidad él se sentía inquieto e impaciente.

– Terry, no sé lo que sueles hacer en Navidad, pero estoy segura de que hacer galletas no es precisamente algo que entre en tu repertorio.

– Nunca ha sido mi festividad favorita. – unos recuerdos surgieron en la mente de Terry en forma de nubes oscuras y amenazantes ensombreciéndolo todo. Bruscamente, retrocedió en el tiempo hasta una serie de imágenes de festejos en la mansión del Duque en los que año tras año él no era bien recibido, tanto así que produjo un enorme hartazgo que lo llevó a escapar a Nueva York en busca de la posibilidad de construir mejores recuerdos. Hasta que su madre le dio con la puerta en las narices a esa débil promesa. El siguiente invierno visitaba el Hogar de Pony con el corazón adolorido por haber tenido que abandonarla a ella. Y lo que siguió a esto no fue mucho mejor estando al lado de Susanna y su madre.

– Me encanta la nieve, ¿a ti no? Es como estar envuelto por un gran abrazo – dijo ella notando la incomodidad de Terry.

La suave voz de Candy atravesó la pesadilla que se estaba desarrollando en su cabeza y él suspiró sabiendo que por mucho, estar a su lado, ya era un mejor comienzo.

– No puedo decir que ame la nieve.

– ¿Y qué me dices del árbol de Navidad? Todo el mundo merece tener un árbol de Navidad en su vida.

– Candy, ¿alguna vez has leído "Cuento de Navidad"? ¿Podrías adivinar cuál papel podría haber ganado sin hacer siquiera el esfuerzo?

– Viendo tus gestos me imagino que en esta situación no podrías actuar como el pequeño Tim, así que solo podrías hacer el papel de Scrooge o de uno de los fantasmas.

– Soy Scrooge pero sin el camisón – respondió Terry riéndose – Uno mucho más joven y guapo por supuesto.

– La Navidad en el Hogar te hará cambiar de opinión, es una época fantástica que hace felices a todos, sobre todo a los niños. En el ala separada de la casa, en donde los niños duermen, el silencio se apodera de todo pero yo sé que ellos no están durmiendo, todos esperan a que la nieve se acumule y una vez que nos retiremos a nuestra habitaciones, los más pequeños saldrán sin hacer ruido para hacer un gran muñeco de nieve, y así sorprenderán a las directoras cuando se levanten a la mañana siguiente. Yo solía hacer lo mismo junto con Annie y Tom, nos quedábamos despiertos hasta muy tarde pellizcándonos entre nosotros para evitar dormirnos.

Terry la miró con ternura.

– ¿Y cuál es tu trabajo actual, exactamente? ¿Eres un elfo pecoso de la Navidad?

Candy prefirió ignorar sus provocaciones.

– Formo parte del comité de regalos. Cada año, desde que Albert tomó las riendas de los negocios de la familia, se las ingenió para dirigir las actividades caritativas de algunos de sus socios en beneficio de las instituciones que se hace cargo de niños sin padres. Por supuesto, varios de esos socios saben que yo misma fui adoptada por la familia Andley y eso ha sido un gran incentivo para que se decidieran a colaborar. ¡Es verdad! ¿Sabías que Albert es en realidad el Tío Abuelo William del que tanto te hablé?

Terry asintió levemente, recordaba con claridad el momento en el que leyendo los periódicos de la mañana, descubrió el rostro de su amigo en primera plana junto a los titulares sobre la sucesión del heredero de la familia Andley. Pudo entender a la perfección que aquella libertad que los había unido provenía en realidad de aquella obligación familiar con la que ambos cargaban.

Pero él no había cedido a ello y se había revelado dejando atrás su apellido. Para su amigo, la fortuna no había sido la misma.

– Su vida debe haber cambiado por completo. No lo envidio en lo más mínimo.

– No todo es malo para él; sigue viajando y cada año se toma unas semanas para desaparecer del mundo... aunque ahora es casi imposible verle – murmuró Candy con un tono de tristeza que a Terry no le gustó del todo. Era imposible conocer a esa mujer y no amarla, por ello desearía resguardarla solo para él el resto de sus días.

– Pues yo preferiría cumplir todas las condenas que me impusiera la Madre Superiora por mi mal comportamiento, tanto pasado como actual, a volver al lado del Duque y la Duquesa cara de cerdo. Eso sería una imagen Dantesca, el peor de los infiernos para mí. Aunque pensándolo bien, quizás sea el más cruel de los castigos para ambos... quizás debería pensar en regresar con ellos.

– Puede que por fuera todo parezca bien Terry, pero por dentro necesitas un cambio. Tienes una mente oscura, cínica y retorcida.

– Gracias – una ligera sonrisa rozó las comisuras de sus labios – El New York Times dijo lo mismo de mí en su columna dedicada a los espectáculos.

– ¡No lo he dicho como un cumplido!

Terry no pudo contenerse más y explotó en carcajadas. Se sentía tan bien estando con ella.

Candy también sonrió, verlo feliz lo hacía deslumbrante.


La llegada al Hogar de Pony fue tal y como Candy imaginó. La Hermana Lane abrió los ojos en señal de sorpresa al verla y disimuló la misma al apreciar a Terry a su lado. Lo mismo fue para la señorita Pony. Los niños lo miraron con cierto recelo y las niñas no podían dejar de seguirlo con las mejillas sonrojadas y los ojos soñadores. Pero ninguna como Ellen, que le gritó "Príncipe Terry" y se lanzó a sus brazos en cuanto lo vio.

¿Qué había sucedido aquél día en que visitó el Hogar?

Terry y Ellen se guiñaron un ojo y después ella se encargó de quitarle al resto de las niñas de encima con la promesa de que antes de dormir actuaría uno de sus cuentos favoritos, y él mismo propuso ir a buscar leña para que pasaran un rato a solas.

Ambos caminaron con rumbo a la Colina.

– Terry será mejor que esperemos a Tom y a Jimmy, cortar leña no es un asunto fácil.

– ¿Acaso me veo como alguien delicado, Pecas?

No, pensó Candy. Con esos hombros firmes, esa amplia espalda y esa perfecta postura que lo hacía parecer más alto, era el hombre más masculino que había visto jamás.

Antes de que pudiera pronunciar palabra, la voz de un chico la interrumpió.

– Debo confesar que has mejorado tu apariencia, si hubieras hecho esa misma pregunta la primera vez que te vi con ese cabello tan largo como si fueras una chica, sin duda Candy no podría mentir.

– ¿¡Jimmy!? – Candy corrió hacia su amigo para estrecharlo en sus brazos. – Has venido justo a tiempo, estaba pensando en ti.

Otro chico. Si hubiera sido un poco mayor definitivamente se hubiera puesto celoso, pero Terry sabía quién era él. En aquella primera visita había quedado grabado cada detalle en su memoria.

– ¿Y tú? ¿Qué te trae al Hogar de Pony nuevamente? – dijo el chico mirando fijamente a Terry y viendo por el rabillo del ojo como Candy se sonrojaba. – ¡Oh, vaya! ¡Ya veo! Prepárate para lidiar con Tom, eso hará que cortar leña parezca una cosa fácil.

– ¡Tom! ¿Dónde está ese bribón? – dijo Candy entre risas.

– El señor Stevenson le pidió que fuera a cerrar algunos negocios hoy, ¿lo puedes creer? Ahora Tom es el Gran Jefe.

Candy frunció el ceño, se había acostumbrado todos estos años al apodo que le había puesto Jimmy, tendría que retar a Tom a un duelo de trepar árboles para decidir quién era el "gran" jefe.

– ¿Por qué no van a saludar al Padre Árbol? Me parece que esa es una de tus prioridades en cuanto llegas aquí Candy.

– Suena bien. Es una misión que Tarzán Pecoso no puede rechazar.

– ¿Tarzán Pecoso? – Jimmy se doblaba de risa mientras miraba a Candy enrojecer de vergüenza. – ¡Esa sí que es buena! Este hombre te conoce bien Jefe. Yo me encargaré de la leña en compensación por tan buena carcajada que me han regalado.

Jimmy se alejó riéndose aún y pensando que a pesar de esa apariencia estirada, él era una pareja adecuada para su hermana más querida.

– Terry, ¿algún día dejarás de llamarme así? Es un poco vergonzoso que le llames Tarzán Pecoso a una mujer de mi edad.

– ¿Una mujer de tu edad? Candy, ¿cuántos años crees que tienes?

– Bueno, casi todas las mujeres de mi edad están formando hogares y criando hijos, ¿sabes? Quizás es momento de comportarme como una mujer común.

– Eso sería imposible, tú no eres una mujer común, con ese rostro lleno de pecas y esos gustos peculiares, como trepar árboles y salvar vidas, me temo que...

Candy comenzaba a abrir la boca para replicar las palabras de Terry, pero él le puso un dedo sobre los labios y la miró con dulzura.

– ... Yo solo podría llamarte una mujer extraordinariamente única.

Candy levantó la mano y agarró la suya, sentía como si se hubiera quedado sin respiración. Le temblaban los dedos ligeramente.

– No soy perfecta Terry, soy atolondrada, necia y entrometida, ¿recuerdas?

Él esbozó una lenta y sexy sonrisa.

– Eres algo perfecto, aún no sé qué.

Un escalofrío recorrió a Candy por completo, mirarse directamente en los ojos de Terry siempre le provocaba la misma sensación placentera, aterradora y emocionante a la vez.

Él conseguía que deseara el final feliz con el que había soñado una vez.

Tomados de la mano subieron a lo alto de la Colina.

Terry comenzó a trepar el padre árbol y una vez que alcanzó la primera rama le extendió la mano a Candy.

– No quiero ver cómo una mona cae de un árbol debido a la falta de práctica, en Londres no debe ser fácil encontrar un lugar adecuado para practicar tus misiones de Tarzan.

Candy sonrió, aunque no necesitaba su ayuda para subir, decidió tomar nuevamente su mano para no soltarla jamás.

Juntos se sentaron a mirar el paisaje y Candy recordó la ilusión que sintió al pensar en visitar su lugar favorito al lado de Terry.

Hoy, ese sueño que había quedado enterrado en las profundidades de sus recuerdos se había vuelto en una realidad.

Inevitablemente también pensó en Anthony y Stear.

– ¿Qué es eso que llevas ahí, Pecosa?

Cada vez que Candy se entristecía había tomado la costumbre de acariciar la "caja de la felicidad" que siempre llevaba con ella.

– ¿Esto? Es el último regalo de Stear.

– Candy, siento mucho no haberte contactado en cuanto me enteré, debe haber sido muy difícil para todos ustedes. Stear era una persona realmente agradable. ¿Cómo lo lleva el chico elegante?

Sus ojos se pusieron vidriosos al recordar a su buen amigo, él y Anthony serían los únicos que nunca visitarían la Colina de Pony.

A Terry se le encogió el corazón, la atrajo suavemente hacia él y soltó su mano para estrecharla por encima de los hombros en un cálido abrazo.

– Era un gran amigo para mí, uno de mis paladines – dijo ella – Era la clase de persona que siempre intentaba centrarse en lo bueno de la vida, no en lo malo. Desde que nos conocimos, sus inventos fallaban una y otra vez, y a menudo acabábamos siempre empapados, pero nunca se quejó. Era muy alegre.

– En eso ustedes dos son muy parecidos. Déjame ver esa caja, ¿es musical?

– Lo era, hace muchos años que dejó de funcionar. – Candy se guardó para sí que fue en ese fatídico regreso de Nueva York cuando la cajita sonó por última vez. – Cuando estaba subiendo al primer tren de la mañana para ir a Nueva York, extrañamente Stear se presentó solo a despedirme. Recuerdo su imagen sobre el andén envuelta en la niebla matutina... Es el último recuerdo que tengo de él. Fue allí en donde me dio esta cajita de música capaz de producir una melodía tan maravillosa que muchas veces me fue de gran consuelo.

Candy se mordió los labios para retener las lágrimas y se la dio a Terry.

Él la tomó con sus largos dedos, la inspeccionó con cuidado y casi con facilidad, la hizo sonar nuevamente ante los sorprendidos ojos de Candy.

– ¡Terry! ¿Cómo la has podido arreglar? ¡Es maravilloso! – Candy lo miró con los ojos llenos de agradecimiento. La cajita musical volvía a sonar trayéndole felicidad. La felicidad encarnada en Terry.

Esa tarde, hablaron por horas. Ella le contó todos los acontecimientos que plagaron su viaje de Londres a Estados Unidos. Él inicialmente se echó a reír, pero luego repentinamente asumió una expresión seria y la abrazó con fuerza. Estaba aliviado de que no le hubiera ocurrido nada malo. Candy sabía que sus acciones podían definirse como temerarias. Había usado casi todos sus ahorros para pagar el carruaje con el que había tratado de alcanzarlo y no tenía a nadie para pedirle ayuda, sin embargo, se sentía ligera y serena, protegida por sus poderosos amuletos de la buena suerte y le confesó que uno de ellos era su corbata blanca, aquella con la que le había curado el rasguño que se había hecho mientras cabalgaban a toda velocidad.

– Tantas cosas han sucedido, ¿cierto? – Terry hablaba con voz baja mientras ambos miraban el anochecer.

– Y finalmente, todo salió justo como siempre decía la señorita Pony, si avanzas con convicción y un corazón puro, tu camino se abrirá sin duda ante ti – dijo Candy girándose hacia él.

– Candy, sé que conoces el por qué he insistido en venir aquí contigo, y no tardaré en decirlo. Tus madres ya deben saberlo bien, incluso ese chico que me ha llamado "delicado". Debe ser muy obvio para todos.

– Tú sabrás –respondió ella cruzándose de brazos y mirándolo expectante – ¿Qué plan has estado cocinando todo este tiempo?

Ella se rio y después se dio cuenta de que él no estaba bromeando.

Terry le sonrió y bajó del árbol, le extendió los brazos para ayudarle a bajar, aunque sabía que ella no necesitaba ninguna ayuda.

Ella se lanzó hacia sus brazos y él esperó que se apartara, pero en lugar de eso, Candy apoyó la cabeza en su pecho y lo rodeó con los brazos. El deseo le cubrió la piel y se coló en sus huesos. Se le vació la mente. El cerebro le funcionaba con tanta lentitud y lo sentía tan pesado que no podía encontrar palabras para la ocasión.

– ¿Has hecho ya algún propósito de Año Nuevo, Terry? Porque, si no, tengo uno perfecto para ti.

– Ya me imagino qué es Pecosa – Terry fue capaz de responder y lo vio como todo un logro, dado que apenas podía respirar.

– Seguro que no – ella apoyó la mano en su pecho, sobre su corazón, tenía la cabeza agachada y lo único que él podía ver de su rostro eran su nariz respingona llena de pecas y la suave curva de su boca.

– ¿Por qué estamos hablando de mí cuando es tu noche, pequeña Pecosa amante de la Navidad?

No había imaginado que pudiera haber tanta tensión entre dos personas que ni siquiera se estaban mirando. Tenía que decirlo, no podía esperar un segundo más.

– Tienes razón. Esta noche es mi noche y creo que te debo un regalo ya que soy un elfo de la Navidad – le dijo con voz animada e intencionalmente omitiendo el término "pecoso" – Será una noche única e irrepetible y no dejaré que te pierdas de nada. Esta Navidad la haremos increíble para ti.

Candy intentó apartarse, pero él la tomó con firmeza.

– Esta noche ya es lo suficientemente buena para mí, solo una palabra tuya bastará para hacerla increíble. He esperado más de diez años para decirte esto y no quiero esperar más. Nuestra relación no ha sido perfecta Candy, yo mismo no lo soy, pero si aceptas estar a mi lado para siempre te prometo que trataré de ser mejor para ti cada día.

Su voz profunda, ni particularmente aguda ni particularmente baja, su ingenio y su sonrisa tan tierna y amable, podría conmover cualquier corazón.

– Terry... Puedo creer en el amor verdadero sin pensar que todas las relaciones son perfectas – ella le sonrió emocionada. – ¿No debería estar hablando hincado sobre una rodilla señor Graham?

– ¿Y sosteniendo un anillo que llevo más de diez años guardando? Ya te lo dije no soy perfecto señorita Pecas, pero si tú aceptaras dejar de ser esto último, y convertirte en la señora Graham podría seguir intentándolo, cuando un hombre sabe que está enamorado, no tiene sentido esperar. – Terry tomó del bolsillo de su abrigo una cajita de terciopelo que claramente había visto mejores épocas y de ella sacó un sencillo anillo que a los ojos de Candy le pareció lo más hermoso que había visto en su vida.

Haciéndole una exagerada reverencia el puso su rodilla en el suelo.

– ¿Esto se acerca aunque sea un poco a sus románticas expectativas, mi amada Julieta?

Candy comenzó a reír.

– Creo que no Terry, pero tampoco yo soy perfecta. Espero que convirtiéndome en la señora Graham eso pueda cambiar.

– ¿Eso es un sí?

Candy asintió y él puso finalmente ese anillo en su dedo. Había tardado mucho tiempo en lograrlo pero finalmente ese objeto que compró con el sueldo de su primer protagónico había llegado a su dueña.

– En unas horas será nuestra primer Navidad juntos. Podríamos poner alguna excusa y marcharnos.

– Eso sería muy grosero, Terry.

– Estoy con la única persona que me interesa.

Candy tragó saliva.

Los disimulos, las risas y la reticencia se desvanecieron y quedaron sustituidos por plena sinceridad.

– Nadie sospecharía de ti, dejaría que todos culparan al arrogante y "delicado" extraño que llegó a invadir su hogar.

– A partir de hoy, ya no eres un extraño Terry. Eres mi hogar.

Terry la acercó y en cuanto la abrazó sus labios se unieron como dos imanes.

Ambos solo podían pensar:

«Por fin. Por fin».

.

Cuando volvieron al Hogar tomados de la mano y deslumbrantes de felicidad, los ojos de la señorita Pony brillaron con lágrimas que ocultó fingiendo un ataque de tos, e incluso la mesurada Hermana Lane no pudo evitar que se le humedecieran igualmente. Nadie dijo una palabra, los niños se encargaron de recordarle a la pareja sus promesas y se llevaron a uno por un lado y al otro por otro.

Mientras Terry hacía las voces de Scrooge y de cada uno de los fantasmas, buscaba con sus ansiosos ojos azules a Candy que estaba ocupada arreglando la mesa y repartiendo los dulces, apareciéndole una sonrisa luminosa cuando la encontraba. Entonces sus miradas se encontraban sin dificultad y sin palabras se reconocían y tenían la certeza de ser el uno para el otro.

Cualquiera que los viera quisiera ser amado así, era la tenacidad del amor mantenido a la distancia y fortalecido por una serie de inconvenientes. Por supuesto tenían sus divergencias, eran dos personas muy diferentes pero sabían que juntos eran invencibles y si alguno volviera a perder el rumbo, el otro le ayudaría a enderezar el timón; aun estando separados, el amor había vivido intacto en un compartimiento separado más allá de la vida cotidiana.

Y en esta vida, ambos sentían como si su amor de antaño fuera la primera página de un cuaderno en blanco que por fin podían iniciar juntos.


La primer tormenta (intro al capítulo 16)

A la mañana siguiente, Candy despertó y miró fijamente el anillo que permanecía en su mano, ella que nunca había usado joya alguna, ahora se negaba a quitarse ese anillo que parecía llevar años en su dedo anular.

Se arregló sin prisa y bajó al comedor sorprendiéndose al encontrar a Terry nuevamente rodeado de niños y organizando la entrega de los regalos que quedaban.

– Buenos días... – dijo él agregando un "mi novia pecosa" que solo ella pudo adivinar en el movimiento de sus labios. Tras lo cual desapareció por el pasillo que llevaba a la cocina.

Candy se disponía a seguirlo después de respirar profundamente para controlar su emoción cuando la puerta de entrada se abrió dando paso a Annie, delicada y suave como siempre, con un par de paquetes en las manos.

Los ojos de su hermana se iluminaron al verla.

– ¡Candy, qué hermosa sorpresa! ¿¡Por qué no me dijiste que vendrías para Navidad!? – Annie dejó los paquetes precipitadamente y la abrazó con fuerza. – Hubiéramos planeado un par de días aquí con Stear, ha crecido mucho en estos meses y le encantaría ver a su tía favorita, siempre estás tan ocupada, ¿cuándo fue que...

Annie vio a Terry entrando con un recipiente rebosante de galletas y enmudeció.

Mordiéndose los labios y con los ojos casi desbordados miró a su hermana.

No sabía qué había sucedido, lo que pasaba dentro del corazón de Candy siempre era un misterio a pesar de que creía poder entenderla más que nadie. La felicidad en el rostro que mostraba hoy era tanta que opacaba aquella cuando partió a Nueva York para ver a Terry; esta vez volvía a verse llena de vida. Recordó lo enojada que se sintió cuando rastreó las noticias acerca del accidente de Susana, pues Candy solo le había dicho que debido a ciertas circunstancias había decidido no volverlo a ver nunca más. Jamás podría perdonar a Susana, si en lugar de Terry hubiera sido Archie, ella nunca habría podido renunciar a él.

Eso le recordó que ella no había venido sola.

– Oh, no... Candy será mejor que...

– Annie, ¿qué está tomándote tanto tiempo? La hermana Lane ha dicho que puedes dejar los paquetes en... ¡Candy! – Archie se apresuró a estrechar a su querida prima en un fuerte abrazo mientras Annie miraba aterrorizada a Terry suplicándole sin palabras que desapareciera de allí. Esto no acabaría bien.

Terry no tenía nada qué ocultar y no se movió un centímetro mientras miraba con cara de pocos amigos al efusivo y sonriente Archibald estrechando a Candy en sus brazos por más tiempo del que él quisiera.

La sonrisa de aquel hombre elegante se evaporó en un segundo cuando vio a Terrence allí.

– ¡Tú! ¿¡Qué crees que haces aquí!? – el rostro de Archie se transformó.

Annie se movió rápidamente hacia su marido con la esperanza de poderlo calmar un poco tomándolo del brazo, pero él se soltó sin darle oportunidad. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba frente a Terry encarándolo.

– Te he hecho una pregunta, ¿a qué demonios has venido?... – Archie se pasó la mano por el rostro tratando de contenerse. – ¿Sabes qué?, ni siquiera me importa, ¡Largo de aquí! ¡No eres bienvenido!

– ¡Archie! – Gritaron Annie y Candy al unísono.

– ¡Nombra al diablo y se aparecerá! – dijo Terry con una sonrisa burlona y la mirada oscurecida. Para todos fue como estar frente a un cielo amenazante antes de una tormenta, una muy mala.

...


Notas:

¹ Cuento de Navidad fue escrito por Charles Dickens en 1843.

² Como podrán notar he usado partes de Final Story, algunas descripciones de la cajita de la felicidad, partes de las retrospecciones, la carta que le escribe Annie a Candy, etc. La traducción la he encontrado en Wattpad por Misukifans que es la misma que usé en "Los Días del Colegio".

Agradecimientos:

Queridas todas, ayer iba a publicar y finalmente me quede en blanco. Será la Nochebuena que me trajo inspiración para finalmente hacer este capítulo más largo, a partir de ahora comienza a resolverse el misterio en el trayecto final de esta historia. La próxima semana publicaré la Navidad de Lilian y Blake para seguir en el ambiente de las fiestas y de ahí quedarán unos pocos capítulos para llegar al desenlace. Les agradezco de corazón tanto cariño, tantos comentarios y tanta inspiración.

A cada una de ustedes: Ster Star y Villa, gracias a ambas por seguir fielmente esta historia, Kamanance (espero ya no enredarte más, a veces la historia es muy clara en mi cabeza loca pero sé fuera de ella a lo mejor no lo es tanto jajaja), Letty Bonilla, Nally Graham, CandyNochipa2003 espero que sigan gustando de la historia, ya viene justo la parte de Nueva York que mencionan, Guest1 y 2 gracias por leer, Yessenia (como siempre gracias por tus deseos, bendiciones para ti y los tuyos), Guest Clau (Tocaya bienvenida a esta historia), Phambe (qué hermosa descripción de Alexander, debería dejar que tú misma escribieras acerca de él pues es justo como lo he imaginado), Caro jimenez (abrazos navideños hasta Chiapas) y Rosi Kary (bienvenida, que la espera semanal no se haga tan larga hasta el siguiente capítulo).

Que tenga una hermosa Nochebuena, mucho amor, muchas bendiciones aparezcan en su hogar y paz en nuestros corazones.

Feliz Navidad

ClauT