Algún día, en algún lugar (Someday, Somewhere).
Los personajes de Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y Y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá, como aquel que da nombre (en inglés) a esta historia.
Si desean subir esta historia a otro portal, por cortesía háganmelo saber, y por favorrrrr siempre citen al autor en la historia, recuerden que es un trabajo no pagado y el reconocimiento es lo único que pedimos.
Capítulo 16: Preludio de un tormenta.
– ¡Nombra al diablo y aparecerá! – dijo Terry con una sonrisa burlona y la mirada oscurecida.
– ¿Cómo es posible que después de todo lo que has hecho tengas el descaro de presentarte nuevamente? ... Te lo diré solo una vez más, ¡fuera de aquí! – Archie tomó a Terry de la camisa y lo arrastró hacia la puerta mientras Terry se debatía entre calmarlo de un puñetazo que lo dejara en el suelo unos cuantos minutos, o hacer caso de la cara acongojada de Candy y permitir que Archibald se sintiera un campeón logrando sacarlo por la puerta.
Ahora fue Candy quien intervino tomando a Archie del brazo con firmeza.
– Archie, tranquilo. Terry ha sido invitado por mí, llegamos hace unos días de Londres y...
Fue durante ese discurso que Archie lo vio, ahí en la mano con la que Candy lo tomaba por el brazo, estaba un anillo. ¡Un anillo en la mano de Candy! Sus ojos se abrieron al mismo tiempo que su boca que no pudo pronunciar nada coherente. Después la miró con una profunda tristeza.
– ¿Por qué nuevamente él, Candy? – murmuró de manera apenas audible para ella, se soltó de su agarre y salió por la puerta.
Candy hizo ademán de seguirlo pero Terry se interpuso frente a ella arreglándose la camisa.
– Déjalo Candy, necesita... tranquilizarse – dijo entre dientes.
Parecía que en todos estos años, su corazón no era el único que había permanecido sin cambios con respecto a Candy. Una parte de él comprendía el sufrimiento que el elegante sentía, y otra ardía de celos deseando propinarle una paliza que hiciera que la olvidara de una vez.
Annie observaba esa escena en silencio sin mover un solo dedo, sabía que lo que Archie estaba sintiendo en ese momento era algo en lo que ella no podía ayudar. Siempre se mantendría a su lado apoyándole con dulzura, llevaba haciéndolo desde mucho tiempo antes de que él se interesara en ella verdaderamente, y con el tiempo, él había comenzado a corresponderle a tal grado que se había enfrentado a su padre y a los Ardlay¹ para poder casarse. No dudaba de su amor, y ella comprendía que una parte de él siempre amaría a Candy.
¡Y hoy ella por fin declaraba con una total firmeza, quién es el hombre que ama!
Los niños comenzaron a llegar al comedor buscando a Candy y Terry para seguir con los juegos. Annie acarició el cabello de varios de ellos y tomó la mano de Candy en señal de apoyo. Se sentía feliz por su hermana aunque ese no fuera el mejor momento para demostrárselo.
Mientras ambas llevaban a los niños a la capilla para rezar la oración de la mañana, Terry aprovechó para tomar un poco de aire dirigiéndose al establo donde se encontraban César y Cleopatra. Los dos caballos en realidad eran ya muy viejos, pero no habían perdido la elegancia que caracteriza a los pura sangre.
Con solo verlos se sintió más tranquilo.
Pero alguien más había elegido el mismo lugar buscando una paz que estaba lejos de sentir.
– Nunca entenderé cómo has hecho para engañarla una y otra vez – era la voz de Archie.
Él se sentó a un lado de aquél hombre que siempre había tratado de proteger a Candy a capa y espada.
– Jamás he querido hacerlo, Candy me conoce mejor que nadie.
– ¿No te das cuenta de que conocerte solo le ha traído más sufrimiento? ¿Hasta cuándo estarás satisfecho?
Terry pensó que eso era en parte verdad y sintió un profundo dolor.
– Lo que ella ha decidido no es de tu incumbencia – dijo él haciendo un esfuerzo mayor para entender que las palabras de Archibald surgían del deseo de verla feliz.
– ¡Eso lo sé bien! Pero yo... desde la primera vez que la vi... – Archie se detuvo como hace muchos años lo hizo Stear pidiéndole que se guardara el resto para sí mismo, recordando que ambos habían coincidido en velar por ella desde la distancia. – Solo quedo yo para cuidar de ella.
– No es tu tarea protegerla.
– ¿Y piensas que tú podrás hacerlo? – Archie lo miró furioso. – ¿Sabes lo que pasará cuando todos se enteren de esto? ¡Ya una vez bastó una nota falsa para provocar un desastre! ¿Qué tramará Eliza en esta ocasión para hacerla pedazos cuando sepa que tú has regresado? ¡Y Neal! ¿Quién lo detendrá cuando se sienta despechado? ¡Es un tipo que no se rinde!
– ¿Despechado? ¿Por qué lo estaría esa sabandija?
Archie miró al cielo frustrado y se rio cínicamente.
– ¿No lo sabes? ¡Mientras tú jugabas a las escondidas (hide & seek), Neal Leagan tramaba obligar a Candy a comprometerse con él! ... Oh, y no solo eso... ¡Fue capaz de atraerla a un lugar desierto usando tu nombre! ¿Sabes qué habría sucedido si hubiera conseguido forzarla?
La ira hirvió dentro de Terrence con una fuerza terrible. Acabaría con ese infeliz en cuanto lo tuviera frente a él.
– La Tía abuela y los Leagan se opusieron a mi compromiso, conspirando en las sombras e involucrando a toda la familia. ¡Y considera que yo soy su familia de sangre! Pero Candy no lo es, su adopción se realizó sin pedir el consentimiento de nadie, y eso aún es una profunda herida para todos los Ardlay. ¿Crees que la dejarán ser feliz a tu lado? ¿Te has vuelto tan estúpido en estos años?
Archie había explotado dejando salir todos sus miedos.
Aguantando unos minutos la respiración para controlarse, finalmente se calmó un poco para hablar seriamente mirando a Terrence a los ojos.
Tenía que hacerlo entrar en razón.
– La destruirán Terrence, lo harán sin siquiera pestañear, y ni yo, ni siquiera William, podremos evitarlo. Esa es mi familia... la misma que adoptó a Candy – Archie, suspiró resignado. – ¿Quieres apostar a que tú solo, lograrás protegerla? Acabarán contigo también.
Terry lo miró fijamente, si alguien conocía la vida dentro de una familia disfuncional, era él. Pero Archibald no tenía por qué saberlo.
Sus palabras e imaginar lo duro que habría sido para ella hicieron que se le encogiera el pecho. Una familia, sea o no de sangre, podía apoyarte o asfixiarte. Pero fuera como fuera, no podías escapar, no te podías ocultar de ellos.
Él no debía tener miedo, no cuando Candy apenas hace unas horas le había dicho "sí".
– Eso no les será posible señor elegante aunque ahora me temo que debo llamarte señor oscuro, no sabía que podías ser tan sombrío. Candy estará bien, esta vez yo estaré con ella para enfrentar a esa aterradora familia.
Archie enarcó las cejas, Terrence ¿no lo tomaba en serio?
– ¿Irías cabalgando en tu corcel blanco y llevarías una espada? Te lo pregunto para saber cómo reconocerte.
– Podría hacerlo, yo a ti te reconoceré al percibir a alguien en el fondo temblando como una estatua de jalea bien vestida.
– ¿Estás diciendo que he dicho todo esto por mi propio miedo?
Terry sonrió tratando de aligerar el ambiente.
– ¡No! No tengo miedo. No soy tan patético – lo miró con furia y después dejó caer los hombros, la batalla para lograr casarse con Annie lo había hecho temeroso.
– No eres patético. Viste lo mal que Candy la pasó y eso te ha dejado malos recuerdos. Todos tendemos a querer evitar algo.
– ¿Y lo que sin duda evitas es regresar a Londres y enfrentarte a tu propia familia... tú, tú... señor aristócrata?
Terry se rio.
– Archibald, te hace falta práctica poniendo apodos. Hace muchos años que dejé de ser un aristócrata. En cambio tú, a pesar de lo que dices de tu familia, te has preparado para tomar las riendas en caso de que sea necesario. Soy yo quien tendría que llamarte "Señorito heredero" – dijo Terry haciendo una exagerada reverencia.
– ¿Quieres que te golpee? ... Podría decirle a Candy que estoy haciendo un servicio a la comunidad preparándote para encarnar tu próximo protagónico y obligarte a donar las ganancias o algo así para sus obras de caridad, eso la mantendría ocupada lejos de ti.
– Creo que ella ya hace la caridad suficiente al soportar a tu familia, incluyéndote a ti y tus problemas de carácter señorito. ¿Podemos finalizar esta discusión?
– No me agradas Terrence, nunca me agradarás...
– Ni tú a mí señorito elegante.
– Nada de lo que he dicho es una exageración Terrence, no los subestimes... Por lo menos no a los Leagan, siempre han sido propensos a la intriga y la Tía abuela esta cegada por ellos... ¡Si ustedes se quedan a su alcance entonces...!
– Archie, creo que eso ha quedado claro – Candy llevaba ya un tiempo escuchando la conversación de ambos y decidió atajar la discusión que podía volverse a iniciar.
Ella también temía que los separaran nuevamente, no había duda de que algunos Ardlay, y sobre todo los Leagan, tenían una obsesión con lo que ella hacía, y sabía que algunos odiaban la manera en la que llevaba su vida. Pero no opinaba como Archie. Le gustaba vivir sabiendo que podía hacer algo por esa familia que la adoptó . Para ella, dar y recibir era lo que hacía que el mundo fuera un lugar mejor e intentaba que otros también lo vieran de ese modo.
Archie se puso de pie y tomó la mano de Candy con fuerza.
– Candy... te lo dije una vez respecto a Neal y no me equivoqué. No debes subestimar el impacto que tendrá que se enteren de que estás planeando tu vida al lado de este tipo, gatita – dijo Archie enfatizando la palabra y mirando de reojo cómo incomodaba a Terrence.
Candy lo miró con dulzura y pensó en lo que el señor Vincent Brown le había confiado. Él y Rosemary, la madre de Anthony, no se dieron por vencidos ante la opinión de los Ardlay que estaban profundamente contrariados por aquella unión debido a la diferencia de estatus entre las familias. Rosemary les dijo que la felicidad depende de la posibilidad de vivir con la persona que se ama. Si estaban decididos a impedírselo, Rosemary renegaría de su apellido en cualquier momento. Era una persona dulce pero también una mujer fuerte.
– Candy, prométeme que pensarás bien esto. Ni siquiera tu príncipe de la Colina podría salvarte, no puedes tomar esta decisión a la ligera.
Y ahora Candy lo miraba sorprendida, él estaba decidido a hacer enfadar a Terry a toda costa. Esos dos parecían adolescentes aun encontrándose nuevamente tantos años después. No tenían remedio.
– ¿Príncipe? – dijo Terry rodando los ojos actuando como si hubiera escuchado lo más absurdo del mundo. – Espera, no me interesa saberlo; lo que importa es que ningún príncipe llegó a colocar un anillo en la mano de Candy, ¿cierto? – dijo él arrebatando ésta del agarre de Archie. – El único príncipe que lo hizo fui yo, quizás deba reconsiderar eso de volver a la nobleza para hacerme digno de tal título.
– ¿Podrían dejar en paz mi mano los dos? – replicó ella liberándose. – Archie, ¿nos darías algunos minutos? Annie ha dicho que podían quedarse a almorzar y eso es el mejor regalo que he recibido.
Terry resonó su garganta.
– El mejor regalo que he recibido el día de hoy – corrigió ella mirando a Terry con una advertencia clara de que dejara de alterar la paz.
Él sonrió quedando conforme con la aclaración y miró altivamente a Archie que resignado asintió.
Era una primer batalla la que había perdido, pero Terrence no había ganado la guerra. Haría que Candy entrara en razón.
Conforme lo veía alejarse Candy comenzó a sacudir la cabeza en señal de reprobación.
– ¿No qué? – preguntó Terry con cara de inocencia.
Ella lo miró.
– No eres gracioso.
– ¿Acaso me estoy riendo?
– Terry, algunos argumentos de Archie son completamente ciertos. En cuanto se haga público nuestro compromiso es muy probable que los Ardlay se opongan.
– ¿Y eso qué tendría de raro? De todas maneras nos casaremos aunque tenga que llevarte arrastrando frente al juez y el sacerdote Pecas, nadie podrá evitarlo.
– Quizás debamos pensar algún otro lugar para que sea nuestro hogar. Yo debo regresar a Londres y terminar mis estudios.
– Yo no pienso en ese lugar como si fuera mi casa – gruñó Terry.
– Pero sí que piensas en ese lugar – ella sabía que lo hacía y sospechaba que pensaba en Inglaterra más de lo que admitiría.
– Ese lugar no tiene más que malos recuerdos para mí Pecosa.
– Terry, ¿y si intentamos sustituirlos por recuerdos mejores?
– A lo mejor solo reuniríamos un puñado de malos recuerdos más que añadir a la carga que ya tengo Candy. Sería apostar a la suerte que no ha sido muy amable, al menos no conmigo.
– Eso no sucedería. Estaría contigo todo el tiempo – dijo ella tomándolo de las manos. – Encontraremos el mejor lugar para estar juntos.
– Podemos comenzar por ir a Chicago y de ahí ya veremos, ¿sabes dónde se encuentra actualmente Albert? Me parece que tenemos que platicar de su hermosa hija adoptiva.
Terry la abrazó fuertemente, mientras Archie los miraba a la distancia seguro de que esto sería el preludio de una tragedia.
Nueva York, época actual.
Blake y Lilian habían hablado durante casi todo el vuelo, salvo por algunas horas en las que habían sido vencidos por el sueño. Ahora atravesaban las múltiples tiendas del aeropuerto mientras se dirigían a donde un chofer de los Hartman los recogería.
Habían hablado de su pasado. Él no solía pensar en su infancia. Lo habían criado en un ambiente protector formado por una familia unida que incluía padres, abuelos, tíos y primos. Sus recuerdos eran recuerdos de grandes reuniones. No había habido nada tan duro como la vida familiar de la madre de Lilian, en la que de pronto se encontraba embarazada, abandonada y rechazada por sus propios padres.
– Lo siento.
– No lo sientas –dijo Lilian con tono sereno. – Nunca conocí a mi padre, pero no pude haber tenido una infancia más feliz. Mi abuela Candy siempre decía que yo salvé a mi madre, decía que yo era su regalo más preciado. – Ella se detuvo y miró un escaparate como si no hubiera acabado de revelar algo profundamente personal.
Tanta apertura lo dejaba aturdido, él no acostumbraba revelar sus secretos tan fácilmente. Inicialmente había dado por hecho que sabía todo lo que había que saber sobre ella. Esa confidencia con la que le hablaba cambiaba la imagen que tenía de ella. Era como si hubiera estado en una habitación oscura y de pronto alguien hubiera abierto las ventanas y hubiera dejado entrar la luz. Ahora entendía por qué su abuela adoptiva lo había sido todo para ella y por qué estaba tan empeñada en publicar ese manuscrito que revelaría la historia de amor de su vida.
– Yo no lo viví como algo duro, la familia no se basa en las personas sino en lo que representan. Lo que importa en la familia es el amor, ¿no? Y eso no tiene por qué venir de un padre o de otros parientes de sangre. Puede venir de maestras cariñosas, o de amigos o, en mi caso, de una abuela adoptiva. Lo que necesita un niño es a alguien que esté a su lado pase lo que pase, alguien con quien pueda contar absolutamente de modo que sepa que, por muchas veces que meta la pata o por mucha gente que se haya ido, siempre estará ahí. Mi madre y Candy fueron esas personas para mí.
– Mira eso. Es como un vestido del color de los ojos de tu bisabuelo.
Al oír su voz con una nota de asombro, Blake le siguió la mirada y vio un largo vestido de noche con tonos degradados en un intenso azul y turquesa salpicados de diminutos hilos verdes.
– No es momento de que digas algo sarcástico o cínico, como que soy cursi. Sin duda me lo recuerda. – sacó el teléfono e hizo una foto.
– ¿Se lo enviarás a Santa Claus?
– Voy a fingir que no he oído eso. Lo voy a guardar entre mis tesoros.
– Si te gusta tanto, puedes comprarlo y guardar el original.
– ¿Estás bromeando? No me podría permitir un vestido así ni en un millón de años. – Recordando que eso era falso debido a la fortuna que Candy le había heredado, rectificó. – Y aunque me lo pudiera permitir, ¿cuándo me lo voy a poner? Creo que iría demasiado arreglada si me lo pusiera para estar sentada en la editorial revisando traducciones. Pero eso no significa que no pueda soñar.
Blake volvió a mirar el vestido. Era una pieza de tela engañosamente sencilla, pero el color era algo que lo hacía diferente.
– Podrías ponértelo hoy para la cena de Navidad en la que conocerás a mi madre.
– Creo que a tu madre no le importará gran cosa cómo he decidido vestir, esto es más una cita de negocios que una reunión en un club social. – Ella sinceramente lo creía, eso y que destacar en la cena de los Hartman definitivamente era algo que no deseaba. Si todo salía bien, hablaría con Julia, aclararía algunos misterios y saldría de allí ilesa. – Démonos prisa, deben estar esperándonos y al llegar aún tendremos que vestirnos para la cena.
Afortunadamente para ella, la llegada fue completamente discreta. Los señores de la casa estaban ocupados organizando los detalles de la cena, o eso es lo que le había dicho Blake, que le indicó su habitación y desapareció tras un largo corredor. La casa era gigantesca, un lugar así en Nueva York debía ser más caro que todas las posesiones que ella hubiera conocido, no esperaba menos de la hija de un Duque y un heredero americano.
Se dio una larga ducha y salió envuelta en una toalla a la recámara con la intención de decidir lo que se pondría. Tenía como opciones el traje sastre que usaba para sus presentaciones en la editorial, y un vestido negro elegante y sobrio que había usado en varias cenas a las que había acompañado a John.
Al girarse, dio un grito de miedo.
Blake estaba observándola recargado en la puerta con los brazos cruzados; la expresión de sus ojos verdiazules le robó el aliento.
– ¡Santo Dios, me has asustado! – se llevó la mano al pecho. – ¿Es este otro de tus trucos para deshacerte de las mujeres entrometidas? ¿Acechar tras la puerta y provocarles un ataque al corazón?
Ya estaba vestido; la tela de su esmoquin se ceñía a sus anchos hombros y lo hacía ver alto y fuerte como una torre.
– He llamado a la puerta. Creo que no me has oído.
El hecho de verlo vestido hizo que fuera más consciente aún de que ella estaba semidesnuda.
Se agarró a la toalla con fuerza, sonrojada y nerviosa.
La sonrisa de Blake apareció como si tramara incordiarla.
Intentó subirse más la toalla, pero se dio cuenta de que eso dejaba más al descubierto sus piernas. Un hormigueo recorrió sus terminaciones nerviosas y se le hizo un nudo en el estómago. Era lo mismo que sentía siempre que estaba cerca de él, pero sabía que tenía que ignorarlo.
– ¿Qué necesitas, Blake?
– Te he comprado una cosa. Está encima de la cama.
Lilian vio ahí tendido en la cama el vestido azul que había admirado en el escaparate.
– Es el vestido – con el corazón en la garganta, se giró hacia él. – Te dije que no me lo podía permitir.
– Pero yo sí y es un regalo, nadie debe ir a una batalla sin armadura ¿no lo crees? Te dejo para que te vistas – él le guiñó un ojo y en su voz hubo un matiz de sensualidad.
Ella se quedó mirándolo mientras se daba la vuelta para dejar el marco de la puerta hacia el corredor. Antes de salir, él se detuvo y le dijo:
– Y no te preocupes, "te vi, pero no te miré".
Acto seguido desapareció cerrando la puerta tras él.
En un instante ella recordó esa parte de la historia de Candy y se le aceleró el pulso.
Sacudió la cabeza tratando de ahuyentar cualquier idea que tuviera que ver con él y no con Terry.
No podía distraerse. El objetivo de ir a Nueva York era hablar con Julia, no soñar despierta con su hijo.
La invadían numerosas emociones que no reconocía y no sabía qué hacer con ellas.
Como pudo se vistió con aquella hermosa pieza del color de océano, se peinó y maquilló sobriamente, y bajó al salón donde había ya tantas personas que parecía una pequeña convención. Con la mirada buscó a Blake, pero no había señales de él.
En el centro había una elegante pareja dando instrucciones y saludando a varias personas. Esos probablemente eran los Hartman. Parecían ocupados, así que decidió que no había prisa y buscó un lugar donde aguardar el momento para presentarse ante la señora de la casa.
Un mesero le ofreció una copa y la guio hacia unos asientos en un extremo del salón donde estaba sentada una mujer rubia con la cabeza agachada buscando algo en su bolso. Ella notó que a un costado de los asientos brillaba una pequeña polvera y la recogió antes de sentarse.
– ¿Será esto lo que busca? – le dijo Lilian sonriéndole.
La mujer se giró hacia ella poniéndose una mano sobre el pecho.
– ¡Querida, me has salvado! Es justo lo que estaba buscando... me encantan pero en ocasiones como ésta las disimulo un poco – dijo tomando el objeto.
En ese momento un grupo de personas se movió y por fin pudo ver a Blake que con el rostro serio hablaba con un par de hombres de mayor edad.
Recordó que hacía un momento la había visto en toalla y se sonrojó visiblemente.
– Parece que tú también has encontrado algo que buscabas – le dijo la rubia con una risilla discreta y siguiendo el rumbo de su mirada. – Es guapo, ¿no lo crees?
– Es... atractivo, sí. Para algunas mujeres seguro que lo es.
La mujer arqueó las cejas.
– ¿Para ti no lo es? Eso sería algo inesperado en una chica joven como tú.
– Bueno, no puedo negar que él es agradable a la vista... tiene bonitos ojos, muy bonitos, y es alto, muy alto, y... ¡Santo Dios! Sí, está bien, es el hombre vivo más guapo que he visto, lo admito; pero su carácter no es tan agradable. Es pomposo, necio y tradicionalista.
– ¡Vaya! esa es una descripción bastante detallada – dijo ella mirando a Blake.
La mujer se esforzaba por contener la sorpresa que le había causado ver la honestidad en el rostro de aquella chica. Era refrescante. Normalmente solo escuchaba comentarios positivos de él, exagerados sin duda.
– ¡Así que aquí estás! Veo que ya se han conocido... – Blake se acercó con el rostro serio. – Madre, es probable que tengamos que pedirle a la familia que deje las pláticas de negocios para después, no dejan de abordarme para hablar de los financiamientos de este año.
¿Madre?
Lilian se quedó muda y miró con detalle a aquella rubia mujer que parecía demasiado joven como para tener un hijo de casi treinta años. Su piel era muy blanca y casi no se notaba, pero sobre la nariz y sus mejillas, se asomaban unas simpáticas pecas que se rebelaban sobre el maquillaje. Sus ojos eran hermosamente azules, era una mezcla que recordaba la belleza clásica de Eleanor Baker y los gestos bondadosos de Candy. Se mostraba elegante, pero cercana y cálida.
Con una risa discreta ella la estrechó entre sus brazos y le dijo al oído.
– Estoy feliz de conocer a una de las chicas que conquistó el corazón de mi abuela, ahora sin duda entiendo la razón. Lilian, bienvenida a América, tenemos tanto de qué hablar.
Lilian no sabía si sentirse feliz por encontrarse con una mujer tan abierta y sencilla o correr a encerrase en el baño para tragar su vergüenza. Acababa de decirle a Julia que su hijo era el hombre más guapo que había visto y también su verborrea la había hecho decir lo que pensaba acerca de su carácter.
– Yo me encargo de tus tíos hijo, nos sentamos un momento para encontrar lo que buscábamos, pero me parece que ambas lo hemos hallado. Hoy es posible que sea difícil encontrar un momento para hablar Lilian, pero sin duda mañana podremos charlar sin parar. Si me disculpan... – con gracia la rubia se levantó apretando el brazo de su hijo y dándole un beso en la mejilla. – Los espero en la mesa.
El rostro de Lilian era del color de un tomate, Blake la miró pensando en lo que le habría dicho su madre para haberla avergonzado de esa manera. Julia podía ser tan bromista como su abuelo Terrence.
– ¿Estás bien, Lili? Te ves más sonrojada que cuando te vi con menos ropa de la que traes.
Lilian se cubrió la cara con las manos, esa familia iba a acabar con ella.
Pero no pudo seguir incordiándola, se dio el aviso para pasar a cenar y después de un breve discurso y una deliciosa comida, se había hecho de pronto muy tarde para seguir charlando. Los invitados comenzaban a despedirse uno a uno, el tiempo había volado esa primera noche.
– Creo que necesito tomar un poco de aire – dijo Lilian cuando caminaban rumbo a las habitaciones.
Blake le ofreció el brazo para guiarla, ella lo ignoró pero obedientemente lo siguió hasta uno de los balcones. El aire invernal le ayudaría a enfriar su cara que le ardía como si se hubiese quemado, nada había ayudado a tranquilizarla después de todo lo que le había sucedido esa noche.
Durante la cena la presencia de Blake había sido abrumadora con esa mirada cargada con suspicacia.
– ¿Me dirás qué es lo que te ha sucedido esta noche? No creo que el haberte visto en toalla haya provocado todo este sonrojo.
– ¡Hoy le dije a tu madre que eres atractivo, pomposo, necio y tradicional! – admitió Lilian farfullando casi para sí misma.
La risa de Blake resonó en todo el corredor aligerando el ambiente entre ellos.
– Eres una mujer muy sincera, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que la conociste hasta que confesaste todo lo que piensas de mí?
– ¡No sabía que era tu madre!
– ¿Entonces vas hablando de mi con la gente que te es extraña? No sabía que pensabas tanto en mí. Aunque sin duda mi madre ha quedado encantada con tu sinceridad.
– Me he puesto nerviosa. No espero que lo entiendas, no sé cómo comportarme en esta situación, probablemente será muy sencillo para ti, pero yo soy como soy.
Él levantó la mano y le apartó un rizo de la cara. Ella sintió sus dedos rozándole la piel con delicadeza.
– Algo que valoramos todos los Hartman-Grandchester – dijo Blake con voz suave – es una persona que sea ella misma. Si a alguien no le interesa quién eres de verdad, o no le interesa mostrarte quién es de verdad, entonces probablemente estés malgastando el tiempo con esa persona.
Blake suspiró.
– Y en Manhattan, te sorprenderías de lo escaso que es encontrar gente que sea así – dijo él veladamente. – Terry pensaba muy parecido, eso nos convertía en un par de solitarios, o al menos eso pensaba hasta que supe de Candy. Eso me deja solo a mí.
– Bueno, no debería haber ningún problema. Un millón de mujeres se volverían locas solo de pensar en tenerte en sus vidas.
Hubo una pausa mientras Blake contemplaba la calle por la ventana.
– No quiero un millón de mujeres. Gracias a ti, ahora he descubierto que ambos buscamos lo mismo.
– ¿Y eso sería?
– Ambos anhelamos a una sola mujer.
Lilian tragó con fuerza. La situación se estaba poniendo un poco más íntima de lo que hubiera esperado. En una clara huida, echó a andar rumbo a su habitación y cuando llegó a la puerta vio como, a sus espaldas, la mano de Blake tomaba la perilla para abrirla.
– Buenas noches, Lili – aún sin darse la vuelta, ella percibió su voz cerca de la oreja, grave, masculina y llena de intimidad. Lo tenía tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo en su espalda.
– Blake…
– Que duermas bien.
¿Que duerma bien? ¿Eso es todo lo que iba a decir?
Ella se dio la vuelta y alargó la mano para detenerlo, pero su mano no tocó más que el aire, y él ni siquiera se percató porque ya se había dado la vuelta distanciándose.
Pensó algo pasmada mientras lo veía alejarse, que nunca, ni en un millón de años, se hubiera imaginado que seguir el camino de los recuerdos de Candy la llevaría a encontrarse con un hombre como él.
...
Notas:
¹ Antes utilicé Andley, Ardley... Eventualmente lo corregiré todo a Ardlay que coincide con la traducción de CCFS en la que siempre me baso.
Agradecimientos:
Muchas gracias por sus hermosos deseos de Año Nuevo y su comprensión. Fue una noche ajetreada en la que, lo único que no logré, fue actualizar... y escuchar las campanadas que anuncian el año nuevo jajaja cuando me di cuenta ya llevábamos cinco minutos del 2020 Pero todo salió bien, tendré que seguir practicando mis habilidades culinarias porque de verdad soy una calamidad pero debo confesar que me gusta hacer inventos en la cocina de vez en cuando. ¡Espero que no me salgan como los inventos de Stear!
Nuevamente feliz año, feliz década y felices vidas. Que todos sus propósitos se vuelvan una realidad.
Abrazos y bendiciones.
ClauT
