Algún día, en algún lugar (Someday, Somewhere).
Los personajes de Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y Y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá, como aquel que da nombre (en inglés) a esta historia.
Si desean subir esta historia a otro portal, por cortesía háganmelo saber, y por favorrrrr siempre citen al autor en la historia, recuerden que es un trabajo no pagado y el reconocimiento es lo único que pedimos.
Capítulo 19: Tomando riesgos
Londres, 1925
– Terry, ¿a dónde crees que vamos? Es muy tarde ya y la residencia tiene un estricto horario de llegada.
– Yo en tu lugar no me preocuparía más por los horarios, Pecosa.
La forma en la que Terry pronunciaba esa palabra, Pecosa, siempre hacía que un escalofrío recorriera a Candy por la espalda. Mucha gente la llamaba así, la chica pecosa o la chica de las pecas, pero nunca sentía la misma emoción que al escucharlo pronunciado por la voz profunda de Terry. Ese nombre significaba para ella una combinación de afecto y provocación, como si fuera una clave secreta entre dos cómplices.
– Estoy hablando en serio, si tengo que pasar la noche en la sala de espera del hospital, mañana estaré malhumorada sin lugar a duda, y sabes bien quién la pagará ¿verdad? tú... tú... grosero – siempre que ella pensaba en crearle un apodo a Terry se quedaba en blanco, muchas palabras venían a su mente: inolvidable, brillante, gallardo, temperamental, rebelde, intenso, desafiante... pero nada de eso serviría para crearle un sobrenombre que la dejara satisfecha y a la par con los que él le asignaba a la gente.
– ¿Mañana? – Terry suspiró, si alguien le hubiese dicho un año antes que su siguiente cumpleaños lo pasaría al lado de su amor, hubiera escupido una serie de palabras cargadas de lastimosa amargura. Y en cambio esta vez cumpliría un año más, y todos los que siguieran a éste, en compañía de Candy.
Terry se detuvo de pronto frente a una calle de pequeñas casas blancas, y sonriendo como un niño que trama alguna travesura se dio la vuelta para ver a Candy mientras sacaba del bolsillo de su abrigo un juego de llaves que hizo sonar justo frente a su nariz mientras ella fruncía el ceño.
La casa victoriana donde entraron era parte de uno de los nuevos desarrollos que se construyeron en Kensington a finales del siglo pasado. Al entrar los recibió una oleada de luz anaranjada que entraba directamente por sus ventanales con la fuerza del atardecer. Los pisos de madera reluciente la hacían verse lista para habitarse, a pesar de que contaba con solo un par de muebles en la estancia.
Candy la recorrió con la mirada sorprendida. Olía a nueva y estaba tan iluminada que daba la impresión de estar rodeada de un ambiente de primavera a pesar de encontrarse en la mitad del invierno. Era sencilla y hermosa.
– Terry, ¿cómo encontraste este lugar? Es muy...
– ¿Cálido? Es lo mismo que pensé al verla. Casi pude olvidar que estamos en Londres.
Candy siguió a Terry que subía por la escalera hacia el segundo piso; en cuanto subió se dirigió como hipnotizada hacia el pequeño balcón que daba justo frente a Holland Park. A pesar de que los árboles del parque se encontraban sin una sola hoja, ella pudo imaginarse la hermosa vista que le regalaría a sus habitantes en primavera cuando todo comenzara a renacer.
– Es hermosa Terry – dijo ella sonriendo.
Terry la abrazó por la espalda, tomándola con firmeza por la cintura y le habló con suavidad haciéndola sentir su aliento en el cuello, produciéndole cosquillas.
– ... Y se encuentra a media hora de caminata del Hospital St. Mary's – agregó él comenzando a sentirse nervioso. En su cabeza todo parecía tan claro que le resultaba difícil expresar con palabras los planes que tenía para ambos. – Lo que quiero decir Candy es, que me gustaría que consideraras vivir en este lugar... conmigo.
Candy intentó disimular la sonrisa apretando los labios. Sabía que Terry no podía ver su rostro pero sin duda sabría que sonreía si lo permitía.
– Lo consideraré si te comportas y dejas de poner apodos a diestra y siniestra, por lo menos a mí y a mis amigos.
– ¿Quieres decir que para que aceptes vivir aquí conmigo debo renunciar a llamarte mona pecas? ¡Pero si este lugar lo elegí precisamente por encontrarse cerca de los árboles donde puedes desarrollar tu misión de Tarzan!
– ¡Exactamente!
– ¿Y al fanfarrón de tu primo ya no podré llamarlo dandy o chico elegante?
– ¡Terry! Él ha sido muy amable con nosotros. Pero ese no es el punto, tú necesitas un poco de disciplina.
– Bien, dejaré que me disciplines, si tú aceptas vivir aquí desde hoy – sonrió él de manera maliciosa – De lo contrario, no hay trato.
– ¡¿Desde hoy?! ¡Terry! No tengo ropa para pasar la noche aquí y mañana debo regresar al Hospital temprano, no puedo usar el mismo uniforme, esta tarde tuve que tomar una serie de muestras de los enfermos y no querrás saber qué más.
Terry rió a carcajadas, así era ella, estaba más preocupada por el uniforme que se pondría al día siguiente, que por su astuta proposición de vivir juntos. La abrazó con mayor fuerza mientras ella se rebelaba tratando de soltarse.
Cuando él la abrazaba de esa manera le era imposible pensar.
Con cuidado, y sin soltarle las manos, la giró hacia él y acarició su mejilla.
– Si te comportas, te prestaré una de mis pijamas y quizás te guste tanto que aceptes reportarte indispuesta y te quedes conmigo todo el día, recuerda que es mi cumpleaños. No me gustaría desayunar solo en la mañana de mis veintiocho años... no es una manera agradable de comenzar un año de vida.
– ¡Terrence ¿estás tratando de embaucarme?! – los ojos de Candy se obscurecieron de tal manera que parecían un bosque en verano. Quería pasar con Terry todas las mañanas y todas las noches. Lo había extrañado irremediablemente cada día desde que se separaran, y ahora que lo tenía cerca, no sabía si lo dejaría partir nuevamente.
– Candy, debo advertirte que si me miras de esa manera es posible que olvide que soy un caballero y te lleve en brazos hacia una de las recámaras que hay en este lugar, y temo decirte que aún no está amueblada.
– ¿Sin... mobiliario? Terry, ¿quieres pasar la noche en este lugar sin una cama? – Candy se echó a reír, no imaginaba a Terry acostado sobre el piso cubriéndose solamente con su abrigo y utilizándola como almohada.
– ¿Piensas que un ex aristócrata no lograría sobrevivir una noche sin un cómodo colchón que reciba su delicado cuerpo?
– ¡Así es! Terry, es una locura, podemos tomarlo con calma e ir amueblando este lugar poco a poco. Yo me puedo encargar de hacerlo mientras tú terminas el trabajo con el señor Hathaway, en Nueva York.
En efecto él sabía que esa era la opción más lógica, pero no quería pasar ningún instante sin Candy; no mientras estuvieran en el mismo continente, en el mismo país. Le parecía una cosa imposible saberla tan cerca y tan lejos. Durante el viaje de camino a Londres una sensación de urgencia lo había poseído, ya no temía que el destino los separara, era simplemente un deseo inexplicable el que lo llevó a pensar en la única solución posible.
No le gustaba, y sin duda lo expondría a una serie de peligros, pero él estaba listo para encarar cualquier cosa.
Tomando de la mano a Candy la llevó hacia la estancia, había una chimenea, un pequeño sofá y una piel de animal sobre el suelo. Ella se sentó sin reparos sobre la piel haciéndolo sonreír con su sencillez.
Al encender la chimenea, un brillo dorado iluminó la estancia.
– Parece como si fuera Navidad... – murmuró ella.
– Eso mismo dijiste aquella tarde en Escocia – dijo él recordando que, aunque con los años había concluido que desde la primera vez que vio a Candy comenzó a amarla, fue bajo esa lluvia veraniega en el castillo Grandchester que supo que irremediablemente estaba enamorado de ella. Ese día cuando le propuso quedarse juntos hasta el amanecer, lo hizo impulsado por una fuerza desconocida.
Candy se levantó y desapareció por la puerta sin decir una sola palabra. Él la miró pensando en que ella no reparaba en el efecto que tenía sobre él verla caminar por una estancia a la luz del fuego. Sería mejor que sacara la cabeza por la ventana para que el aire frío lo calmara antes de hacer una locura.
No estaba preparado para verla regresar sin su uniforme.
A pesar de estar cubierta por su abrigo, Candy lo había dejado abierto mostrando una especie de camisola blanca y unos pantaloncillos que deben haberla ayudado a seguir trepándose en los árboles y evitar que más de uno se asomara a sus enaguas. Esa imagen iba en contra de todo lo que los locos veinte¹ significaban, Terry había visto actrices corretear por los pasillos del teatro con mucho menos ropa y sin embargo no pudo dejar de ruborizarse ante la imagen seductoramente inocente de Candy.
– Si te ríes Terrence, te golpearé. Compórtate con seriedad – dijo ella dando pequeños pasos hacia él que hacían que el abrigo se moviera dejando a la vista más de lo que creía.
– Si no quieres que te quite ese abrigo y todo lo que llevas debajo será mejor que te sientes y dejes de tentar a la suerte, Candy. Y esto lo digo muy en serio.
Si esto continuaba así, Terry tendría que asomar no solo la cabeza a la ventana, sino que tendría que pasar un tiempo en el balcón para tranquilizarse.
Candy había lavado su uniforme y lo colocó sobre la chimenea con la esperanza de que secara lo suficiente para ponérselo al día siguiente.
Sin decir una sola palabra había tomado la decisión de quedarse allí con Terry.
– Ven aquí – Terry extendió su mano para atraer a Candy para que se sentara a su lado. La rodeó con sus brazos como le hubiera gustado hacer aquella tarde de verano cuando extendió su mano pero la detuvo a medio camino sin saber por qué. – Debes pensar que me he vuelto loco.
Candy dejó salir una risilla.
– Siempre lo he pensado pero aun así te amo.
Se veía hermosa con el cabello cayéndole sobre los hombros y las mejillas ruborizadas. Ella sabía bien que no se encontraba propiamente vestida, pero hacía muchos años que había renunciado a comportarse como una señorita de sociedad. Esta escena definitivamente no era algo que les contaría a sus madres, así como tampoco les contó de aquél beso robado y sobre esa tarde de intimidad a solas en Escocia. Tenía claro que mientras sus acciones no le causaran arrepentimiento, todo estaría bien.
Los brazos de Terry eran su hogar, poco a poco fue cediendo al sueño en ese lugar; mientras Terry la observaba sin saber qué había hecho para merecer tanto amor y confianza de aquella mujer que sin miedo se entregaba a él.
La mañana los sorprendió a ambos.
Terry había dormido mejor que nunca, aunque su cuerpo estaba adolorido. No lo quiso admitir frente a Candy, pero era verdad que no estaba acostumbrado a dormir en un lugar que no fuera una cama. Ella mientras tanto despertó fresca y con energías, tenía guardada una sorpresa para Terry que tendría que esperar.
Ambos se alistaron lo mejor que pudieron para salir de su hogar, desayunaron juntos y se despidieron contando los minutos desde el instante mismo en que se separaron.
Candy trabajó sin parar para poder salir un par de horas antes, se disculpó con sus maestros de la tarde con un pretexto que al día siguiente ni siquiera recordó. Al salir y atravesar el parque donde se encontraron por primera vez tras diez años, Terry la esperaba, envuelto en la bufanda blanca que le había obsequiado y con la misma mirada pícara que mostró la tarde anterior.
– ¿Qué has hecho está vez, Terry?
– Vamos – la agarró de la mano, pero ella se detuvo.
– Terry esta vez necesito saber si debo hacer aunque sea una pequeña maleta, mi compañera estará ocupada en la tarde pero esta noche volverá, y es mejor que no me sorprenda sacando mi ropa y huyendo a hurtadillas.
– Podemos hacer eso después, nos están esperando.
– ¿Quién no espera? ¿Qué es lo que haremos?
– Candy, sé que prometí ser paciente, pero no creo poder regresar a Nueva York a menos de que en este momento nos presentemos frente a un juez. ¿Lo has pensado? Ese sería el segundo mejor regalo de cumpleaños, después de esta bufanda... por supuesto.
Candy enmudeció, una parte de ella quería correr con él a donde fuera, pero otra trataba de contenerse al saber que estaban a punto de hacer algo que no podrían deshacer.
– Candy el único apellido que puedo ofrecerte aquí lo conoces bien, cuando me marché de este continente renuncié a usarlo, pero si es el precio que debo pagar por estar junto a ti, bien puedo retomarlo. Jamás haría algo que te dañara, y ayer durante algunos minutos, consideré convertirte en mi mujer; no puedo prometer que consiga seguir conteniéndome por mucho tiempo.
– Pero Terry... ¿qué pasará si tu padre...?
– No lo sé Candy, es un riesgo que tendremos que correr juntos. Es posible que ni siquiera le importe. He estado haciendo algunas averiguaciones y él finalmente ha pedido autorización para heredar su ducado al lechón que tuvo con la Duquesa Cara de Cerdo.
– ¡Terry! Llamarlos así es muy cruel, tú no eres como ellos, no debes referirte así a la esposa de tu padre y su hijo... Y yo... encantada sería la señora Graham, o Smith, ¿o qué te parece si tú te conviertes en el señor White?
Él le sonrió y acarició su cabello colocándole uno de sus rizos tras la oreja.
– Eso representa dos conflictos, uno es que sería un apellido falso que a la larga resultaría invalidado y el segundo problema, es que creo que Eliza y la momia que tienes por Tía se encargarían de sacarlo a la luz y arrastrar tu nombre por el fango alegando que realizaste una boda ficticia. Graham será el primer apellido que prenderá todas las alarmas en la trinchera enemiga. Para todos los que me conocieron, Grandchester es un apellido que creen que repudié hace muchos años, sin embargo es algo que difícilmente yo hubiera podido hacer siendo menor de edad. Legalmente seguiré llevando ese apellido me guste o no.
– ¿Estás seguro?
– ¿Seguro? Vamos, Candy… – le acarició la cara. – Nunca he estado más seguro de nada en la vida. He hablado con un juez esta mañana y él estaría dispuesto a realizar el trámite, después de eso, ya veremos. Y te juro Candy, que encontraremos una solución para poder hacer público que nos amamos lo más pronto posible.
– Terry, a ti es a quien quiero. No me importa quién lo sepa, estamos metidos en este secreto por mí.
– Y por mí.
Candy trato de reír para aligerar el ambiente.
– ¿Quieres decirme que me casaré vestida de enfermera? Bueno, no podré escandalizar a nadie al decir que no me casé de blanco.
– ¿Por quién me tomas, Pecas? La cita es en una hora, tenemos tiempo para llevarte a una boutique, pasar por un traje decente para mí y después de firmar, recoger tus cosas de la residencia. ¿Ya pensaste qué es lo que les dirás?
– No, pero tenemos tiempo.
Terry y Candy salieron del juzgado tomados de la mano, con sonrisas deslumbrantes y un papel que certificaba su unión. Nada de eso fue lo que habían planeado cuando inicialmente Terry le pidió casarse con él, pero tampoco les importaba demasiado.
.
Un auto detenido al otro lado de la acera fue testigo de su entrada y su salida.
– ¿Quiere que los siga su Excelencia? – el hombre que conducía miró por el retrovisor esperando la respuesta.
– No es necesario, sé a dónde se dirigen.
– ¿Está seguro de que permitir que llegaran hasta este punto fue lo correcto?
El hombre en el asiento trasero guardó silencio unos minutos.
– Busca a ese juez, ya sabes lo que tiene que hacer.
– En seguida su Señoría.
Mientras tanto el hombre en su interior miraba alejarse a la feliz pareja.
– Estaba seguro de que volverías, Terrence.
Notas:
¹ Los locos 20 fueron nombrados así "roaring twenties" durante el período de prosperidad económica que tuvo Estados Unidos desde 1922 hasta 1929. La moda, las ciudades, el cine, la música, el arte, la historia cambiaron por completo durante diez años, la mujer era más atrevida en muchos sentidos, eso es lo que quise reflejar en la conducta de Candy.
Agradecimientos:
Bellas todas, estamos llegando a la parte culminante de la historia. Me atrasé y le quedé mal a Terry en su cumpleaños, entre mis atrasos y la plataforma de Fanfiction, que estuvo fallando en las notificaciones no me animé a publicar, de hecho borré ese capítulo y reescribí éste que me gustó más que el anterior. De pronto las musas no se ponen de acuerdo en mi cabeza y me dictan todas a la vez.
Decidí crear estas escenas para acelerar la historia, sé que es poco convencional y que les encantaría ver a Candy vestida de blanco, del brazo de Albert, con sus madres, amigos, etc., etc. Peeerooooo esta historia no va así, no es un drama así que tampoco habrá tragedias, tampoco tendrá el final mágico porque desde el inicio sabemos que Candy y Terry estuvieron juntos pero en secreto y que su hijo para lograr ser el Duque de Grandchester tuvo otros tantos secretos. Aunque les aseguro que es un final relativamente feliz.
Quise mezclarlo con la parte rica del romance como dice Kamanance, para disfrutar un poquito más aunque sea 4 días después del 28 de enero, luego del capítulo de Blake y Lilian que me dejó bastante satisfecha... Ahora viene una parte medio álgida para darle ya paso a la historia de Alexander contada por Julia.
Les dejo un abrazo grande a todas, esta vez no les contesto una a una pero como saben, leo todo lo que me escriben y lo agradezco profundamente.
Que tengan un hermoso domingo.
ClauT
