Algún día, en algún lugar (Someday, Somewhere).

Los personajes de Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y Y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá, como aquel que da nombre (en inglés) a esta historia.

Si desean subir esta historia a otro portal, por cortesía háganmelo saber, y por favorrrrr siempre citen al autor en la historia, recuerden que es un trabajo no pagado y el reconocimiento es lo único que pedimos.


Capítulo 21: Lazos (2ª parte)

Stratford-upon Avon, 1938

La vida en Stratford era muy animada a pesar de que nada se comparaba al ajetreo de Londres.

Era un pequeño lugar con una esencia propia, por lo que no fue difícil que Candy y Terry encontraran un hermoso cottage a orillas del rio Avon que les ofrecía privacidad y a la vez cercanía a toda la oferta del lugar.

Alexander a pesar de no estar enteramente convencido de la mudanza, tenía tal convencimiento de que él sería parte de la vida política del país sin importar cómo, que tomó los cambios en su vida con relativa tranquilidad. Con rapidez se armó su nuevo bando "parlamentario" y siguió asombrando a todos los que lo conocían con su carisma y su habilidad de influir en los demás. En muy poco tiempo se ganó el sobrenombre del "pequeño Duque", cosa que no entusiasmaba mucho a Terry.

Él imaginó que con la sencillez de Candy y su propio interés en las artes, su hijo sería un chico tranquilo de intereses artísticos. Inevitablemente supuso que si él hubiera sido aunque sea un poco parecido a Ale, la relación con su padre hubiera sido menos ríspida. Pero a él simplemente le asqueaba la hipocresía en la vida de la aristocracia y jamás había sido un idealista como su hijo, que lleno de esperanza pensaba que podía cambiar la rigidez del orden de clases de ese país. Constantemente el chico fantaseaba con la serie de iniciativas y leyes que llevaría a cabo, organizaba a sus "secretarios" que no eran más que un par de chiquillos que lo miraban asombrados y divertidos a la vez, apoyándolo lo que decía, ofreciéndole sugerencias y recomendaciones para "eficientar" su labor.

Sin duda esas reuniones "parlamentarias" eran algo digno de verse, por lo que entendía la fama que su hijo cobraba en cualquier lugar. Quizás era incluso más conocido que él, quien finalmente había logrado hacerse de un lugar como director de obras clásicas, y aunque seguía disfrutando actuar, ya no sentía la necesidad de representar papeles que simbolizaban otras vidas distintas de la de él. Su vida por fin era exactamente lo que sin saberlo él siempre añoró.

Para Candy las cosas iban bastante bien, al terminar sus estudios el director del hospital le ofreció un puesto que disfrutó durante esos años de tranquilidad, después al decirle que se mudaba, le hizo una gran oferta que le fue fácil rechazar ya que ella siempre deseó una vida en paz en una ciudad pequeña y no en el frenesí de la capital. Sin problema encontró un par de doctores en Stratford que la emplearon con la deslumbrante recomendación del director de St. Mary's.

Se sentía muy orgullosa de haber encontrado su camino y que éste se combinara con sus dos amores.

En aquella relativa paz, la pareja pensó que si el Duque no había aparecido después del desafío que planteó Terry, no había razón para creer que le interesaría contactarlos en Stratford.


Candy se encontraba sentada frente a su escritorio junto a la ventana que daba al jardín lleno de rosas y narcisos. Llevaba todo el día intentando escribir una carta.¹

Querida señorita Pony...

Eso es todo lo que llevaba escrito. El simple hecho de escribir ese nombre sobre la hoja de papel en blanco llenaba su corazón de emociones forzándola a dejar el lápiz sobre la mesa. Ella lanzó un suspiro de alivio y gratitud y sin ser consciente de ello unió sus manos como en una plegaria.

En las últimas semanas no podía hacer otra cosa que rezar; rezar mucho y escribir cada día al Hogar de Pony. Su hogar que estaba tan lejos... hasta ese momento no había resentido el estar al otro lado del océano. ¡Cuánto querría estar al lado de su benefactora para poder cuidarla e infundirle coraje!

Abandonó la carta que tanto le estaba costando escribir y comenzó a releer el mensaje en que la hermana Lane le informaba que la señorita Pony había superado el momento crítico y se encontraba recuperándose.

Sus palabras escritas en una elegante caligrafía parecía sonreírle y bailar sobre la delgada hoja de papel.


Querida Candy,

Tengo la impresión de que puedo escuchar tu voz preguntándole "Hermana, ¿es eso cierto? ¿No está diciéndome esto solo para tranquilizarme, verdad?" Es por ello que adjunto una carta de la señorita Pony. Estoy segura de que cuando se haya recuperado un poco más recibirás una carta más larga de ella.


.

Candy tomó el segundo papel con los ojos llenos de lágrimas y leyó de nuevo las pocas líneas escritas por la señorita Pony.

.


Querida hija,

Lamento haberte hecho preocupar, pero ahora puedes estar tranquila. Todavía hay muchas cosas que tengo que hacer por mis niños y no es mi intención morir antes de poder abrazarte de nuevo. Estoy segura de que el Señor escuchó mis oraciones.

Paulina Giddings


Con la punta del dedo repasó delicadamente la firma. Aquella escritura grande y redonda que representaba perfectamente el carácter afectuoso de la persona a la cual pertenece. Puede que no tena la energía que usualmente la caracterizaba, pero pareciera que escuchara su voz y oler el aroma de las tortitas recién hechas.

– Señorita Paulina – dijo en voz baja Candy, incapaz de contener una sonrisa. Ella supo su verdadero nombre cuando ya estaba más grande, le habían llamado Pony desde niña porque se parecía a un potrillo rechoncho criado en la finca de su vecino y reía siempre alegando que no había cambiado mucho. También recordaba cómo la hermana Lane se avergonzaba de haber renegado de su apellido "Roach" que de niña le recordaba a las cucarachas² y cómo ella le decía que nunca cambiaría cuando hacía travesuras al lado de Tom y bajo la mirada preocupada de Annie.

Ella no mintió cuando le contó a Terry lo agradecida que estaba con sus padres por haberla dejado en el Hogar de Pony. Su hogar, un lugar a donde regresar.

Candy se levantó del escritorio y se dirigió lentamente a la consola. En la pared, enmarcado a mano había una pintura al óleo que Terry había colgado de tal manera que podía ser vista desde cualquier ángulo. Fue él quien la encontró hace algunos años en el mercado de pulgas de Londres. ¡Qué regalo tan maravilloso le hizo! Entre tantos cuadros viejos le bastó una sola mirada para entender que representaba el Hogar de Pony, retratándolo además de manera completa desde lo alto de la colina.

De pie frente al cuadro ella lo observó cuidadosamente. Poco expuesta a la vista, en la esquina de la pintura es posible leer la firma del autor: Slim. Sonrió con ternura recordando al chiquillo mulato de tristes ojos grises que lloraba al atardecer y a veces mojaba la cama, y que todo lo que hacía era dibujar. Cuando Candy regresó al Hogar, Slim ya no estaba allí. Había sido adoptado por una familia de herreros de un pueblo lejano, pero él parecía no haber olvidado su pasión por la pintura. Su toque era delicado y preciso, solo él podría haber retratado su hogar como era tiempo atrás, dando la impresión de tenerlo justo ahí frente a sus ojos.

Cuando Candy le contó a la señorita Pony el tesoro que Terry le regaló, ella respondió que estaba segura de que ese hallazgo había ocurrido para darle ánimo a la distancia, ya que ellos aún permanecían juntos en secreto, y le pidió que la mantuviera cerca de ella para recordarle que Slim y otras personas estarían siempre a su lado. En realidad su intención era enviársela a ella, pero ambas se habían dado cuenta de cuánto la necesitaba Candy.

Desde ese día, el Hogar de Pony siempre había permanecido allí, en su sala de estar, como si hubiera sido pintado para ella y de la cual parecía que saldría en cualquier momento la hermana Lane para perseguir a Tom después de hacer alguna diablura.

Candy cerró los ojos mientras parecía que el pasado volvía rápidamente a su memoria.

El sonido de unos pasos acercándose al pórtico la sacó de sus recuerdos.

Ella se acercó a la puerta como siempre hacia al escuchar los pasos que indicaban que Terry se acercaba a la entrada, pero le extrañó no verlo entrar enseguida.

– ¿Qué pasa querido? ¿No vas a entrar...? – Dijo ella abriendo la puerta.

– Normalmente espero a que la anfitriona me invite a pasar, señorita White.

– Grandchester... – Murmuró ella.

– Me imagino que se refiere a mí, pero por lo general me llaman Excelencia.

– No. – respondió Candy sintiendo como temblaba su voz. – Señora Grandchester, es así como me llamo ahora.

El Duque la miró inexpresivo. No cabía duda de que esa chiquilla rubia de modales poco delicados que vio alguna vez en el Colegio de Londres se había convertido en una mujer atractiva que lo miraba con desconfianza. Efectivamente tenía algo especial, entendía por qué su hijo se había encaprichado con ella al grado de desafiar la lógica regresando al lugar de donde había huido y osando usar el apellido al que había renunciado muchos años atrás.

– Sí, por supuesto, señora "Grandchester".

Hubo algo en la manera en cómo pronunció esas palabras que no le gustó a Candy, pero aún así, era el padre de su marido quien se presentan ante su puerta. Se hizo a un lado dejándolo entrar y extendiendo su mano para tomar su abrigo y su sombrero de copa.

Gracias a Dios Alexander estaba en la escuela.

– Terry no se encuentra en este momento, ¿le gustaría esperarlo? Debe estar por llegar – dijo Candy con un tono de advertencia.

El Duque no contestó la pregunta, sin embargo se sentó y apreció con detalle el lugar. Era un sitio pequeño y simple, en esa pequeña estancia había un cuadro de una colina y algo que le pareció una vieja choza; al fondo vio un librero repleto de las obras de Shakespeare y otros más que parecían de enfermería y medicina, pintura, y ¿cuadernillos de leyes? Eso sí que le sorprendió, su hijo jamás había mostrado interés en ningún tema relevante a sus ojos.

– Señorita... Quiero decir señora, ¿se imagina qué asunto me trae a este... hogar?

Nada bueno podría traer su visita pensó Candy, pero decidió no ceder a sus impulsos de contestar con más honestidad de la necesaria.

– Me parece normal que un padre quiera ver a su hijo.

El Duque apretó los labios y miró por la ventana.

– Veo que Terrence y usted piensan de una manera radicalmente distinta.

– No veo por qué habría de tener una razón oculta para presentarse aqui. ¿O me equivoco?

– Debe saber que ésta no es una visita primordialmente social. Esperaré a que Terruce³ regrese.

– Entonces necesitaremos un poco de té – dijo Candy tratando de sonreír. – Siempre me gustó más el chocolate caliente del Hogar de Pony, sabe a mi infancia. Ese de allí es mi primer hogar, uno de mis hermanitos lo pintó y casualmente Terry se topó con él. En cuanto lo vio supo que era ese lugar.

– ¿Terrence estuvo allí?

Ella sonrió.

– Sí, fue uno de sus primeros viajes en América. Nosotros estuvimos a punto de encontrarnos, nos separaron algunos minutos, ya que yo había vuelto a casa y me dirigía hacia ahí. Pero tardamos mucho tiempo más en reencontrarnos, de momento fue suficiente para mí saber que estábamos en el mismo país. Ambos teníamos que encontrar nuestro camino todavía.

– ¿Le llama encontrar su camino al hecho de haber renunciado a su apellido para seguir los pasos de esa mujer?

– ¿Esa mujer? Me imagino que se refiere a su madre; creo que él estaba emocionado de poder realizar el sueño que alguna vez ella conquistó. ¿La ha visto actuar recientemente? Además de ser preciosa es la actriz más talentosa que ve visto en mi vida, pero no le diga a la señorita Klaise que lo he dicho ¡Sería capaz de convertir a Terry en viudo!

– Tonterías. – gruñó el Duque, esa rubia no sabía lo importante que era un apellido. Él mismo sabía lo que era renunciar a una fantasía de juventud y enfrentarse a la realidad, y si tuviera que hacerlo nuevamente, ni siquiera dudaría en actuar exactamente igual. – Terrence dejó su lugar en mi familia, lo cual representa una gran responsabilidad. Si él ha regresado y retomado el uso de este apellido, no esperará poder seguir evadiéndola. En la vida todo tiene una consecuencia ¿No lo cree?

– No, no creo que el pertenecer o no a una familia deba tener un costo Duque de Grandchester...

– Llámeme Richard. Me parece asombroso que piense de esa manera cuando usted misma experimentó la responsabilidad que conlleva pertenecer a la familia Ardlay.

Candy se sorprendió al escuchar aquello. Su situación era muy distinta, Ella le había pedido a Albert que no intercediera ante la Tía Elroy y que le permitiera dejar de pertenecer a la familia Ardlay. Él se negó a repudiar su adopción pero permitió que ella eligiera no usar el apellido, después de todo se convirtió en Candice Grandchester meses después de regresar a Londres para terminar sus estudios en St. Mary's.

Muchas cosas habían pasado en esos diez años. Candy no acudió al funeral de la Tía Elroy, después de todo aunque su corazón no le guardaba odio, tampoco se sentía unida a ella de manera alguna. Sin la protección de la Tía, Albert por fin pudo poner una clara advertencia a los Leagan con respecto al hogar de Pony y a Candy. Sin embargo, la decisión de Candy de permanecer en Londres fue lo correcto pues esa familia resultó sorprendentemente fortalecida tras la crisis económica del 29, año en el que vendieron todas sus propiedades en Chicago para mudarse definitivamente a Florida, pero su influencia llego a ser muy importante para los socios comerciales de los Ardlay.

A pesar de mudarse Eliza continuó enviando rosas a Terry y asistiendo a los estrenos de sus obras, hasta que en 1931 las cosas cambiaron para ella. Sin Candy cerca, su podrido corazón buscó una nueva presa, un hermoso joven que llegó a Florida como seminarista y que a pesar de sus embates e intrigas ni siquiera había conseguido que la mirara.

Aprovechando el poder de su familia le tendió una trampa haciendo a todo el mundo creer que una noche se había aprovechado de ella al salir del confesionario. El mismo padre que la confesó pudo ser testigo de cómo el seminarista había salido de la iglesia para acompañarla y nunca regresó a pesar del estricto horario de la congregación. Él volvió al día siguiente con la ropa manchada, marcas en el cuerpo que sugerían la pérdida de su castidad y un claro olor a opio y alcohol.

La familia Leagan amenazó con destruir a esa comunidad si no lo obligaban a "hacerse responsable" y fue así como Eliza logró atarse al hombre más hermoso que había visto después de Terrence, pero también era un hombre que la despreciaba con todo su ser. Cuando lo obligaba a tocarla él se negaba a mirarla y solo tenía para ella comentarios llenos de crueldad. Si bien no le fue infiel, su corazón helado logró destrozar el de Eliza de mil maneras distintas.

El apellido de los Leagan había trastornado la vida de ese pobre chico y sin duda le había dado a Candy y Terry un sin fin de problemas.

¿Qué tenía de bueno poseer un apellido cuando era para forzar a los demás a ser infelices?

¿Qué sabía el Duque del sufrimiento que representó para ella el llevar ese apellido?

¿Qué sabía él de la soledad y la amargura que vivió Terry debido a esas reglas de sociedad?

Sintió cómo el enojó invadió su cuerpo reflejándose en sus ojos verdes que se tornaron fríos en un instante.

– Dudo mucho que sepa lo que significa dejarlo todo para ser honesto consigo mismo; el precio que se paga por el falso honor familiar debe haberlo llevado a creer que lo que tuvo se asemeja a un hogar, pero créame, no tiene una idea de lo que es vivir con alguien a quien se ama.

– ¿Piensa que no sé lo que es amar a alguien, Candice?

– Tres o cuatro años de una pasión desmedida no representan lo mismo, cuando se ama se lucha por estar juntos Duque, y por supuesto, cuando se ama se desea la felicidad del otro, no se arranca a nadie de su hogar con el pretexto de proteger una sucesión de apellidos.

– ¡Veo que la insolencia es un común denominador en esta pareja! Le recuerdo que está hablando del apellido que dice llevar y se lo ha dado a ese hijo que desafortunadamente ha tenido la misma desgracia que Terrence. ¡Jamás un bastardo llegará a ocupar un lugar de honor en este país!

– Me parece que eso no lo decide usted, Duque. Le aseguro que Alexander cumplirá el sueño que deseé y ni usted ni nosotros mismos podríamos interferir – dijo con una voz gélida, ofendida al escuchar a ese sujeto llamar bastardo a los dos hombres que más amaba, recordó lo similar que era cuando la llamaban huérfana. Como si fuese algo que se pudiera elegir...

Casi dejó escapar una risita sarcástica lo cuál la hizo concluir que llevaba mucho tiempo viviendo con Terry y ahora comenzaban a parecerse.

– ¿Y quién es el responsable de haber concebido a Terry en esa situación? ¿O ese era otro Richard?

El Duque la miró con sus fríos ojos grises y se disponía a abrir la boca cuando la puerta se abrió de par en par.

– ¿¡Qué hace aquí!?

La profunda voz de Terry resonó en el lugar como si fuese un rugido de tal manera que hizo saltar a ambos.

– Veo que tus modales no han mejorado Terruce.

– Reservo mi educación para visitas que tienen la cortesía de anunciarse con anticipación, y que nos son agradables.

Candy se movió a su lado para tomarlo del brazo recordándole que no estaba solo. Ella estaba ahí para respaldarlo.

– Duke, ¿es que planea molestarme en cada lugar al que vaya?

– Bien, seré breve. Esta no es una visita social. He venido a traerte los pormenores de tus deberes como miembro de los Grandchester, ya que has decidido volver a usar... y compartir, nuestro apellido.

– Dado que no tengo intención de actuar como parte de tu familia, me parece que no hay nada que tenga qué hacer.

– Te equivocas Terrence, tú no tienes opción, a menos de que quieras verte separado de tu mujer y tu hijo, te advierto que deberás cumplir cada cláusula que encontrarás allí.

– ¿Por qué no le da esto a sus hijos, Duque? le recuerdo que por lo menos tiene tres de los cuales dos estarían felices de heredar su linaje sin las impurezas de un bastardo como yo.

– Richard es mi heredero legítimo Terrence, jamás lo negué. Y Carlton, él no ha sido educado para formar parte de la oficialía.

– ¿Y entonces para qué ha sido educado? ¿para ser un fracasado como yo?

– No seas dramático Terrence. Tienes una semana para presentarte en Londres.

– Qué difícil debe ser vivir cargando siempre esa imagen de perfección ante los demás. Espera sentado, no iré a ningún lado.

– Lo harás. Me retiro, señora.

El Duque salió por la puerta echando humo por las orejas. Ya había olvidado lo difíciles que eran esas discusiones con su hijo mayor. Era terco como Eleanor cuando se encaprichaba con hacer su voluntad, algo que nunca le gustó en ella. Prefería lidiar con la Duquesa que a cambio de una suma de dinero considerable, le importaba poco involucrarse en las decisiones. Fue así como impuso la presencia de Terrence en su hogar, y aunque cada día se quejaba, nunca hizo algo al respecto.

Para su mala suerte su secretario y chofer le informó que debido al estado de los caminos y las recientes lluvias, tendrían que pasar la noche en ese lugar, por lo que le buscaría una habitación decente en la única posada aceptable del lugar.

Con un dolor de cabeza que le haría explotar, pidió un whiskey y se sentó en la terraza.

Un grupo de niñas pequeñas estaban sentadas en el jardín suspirando y alabando a un grupo de niños que se acercaba a la lejanía.

– Es guapísimo.

– No, no solo es guapo, es un noble.

– No seas tonta, ¿cómo puede un noble vivir aquí? Además he visto a sus padres y no parecen ser ricos.

– Ricos no, pero su padre podría ser un príncipe.

– ¡Un rey!

Todas rieron al unísono.

– Él podría ser un príncipe también.

– Emma eres demasiado pequeña para gustar de un chico que está cercano a los quince años, y creo que tu hermana Nora es aún más pequeña como para estar escuchando tonterías.

– Dejen de pelear, aquí vienen ellos.

Todas las niñas callaron e hicieron una extraña reverencia cuando pasó frente a ellas una comitiva en la cual un jovencito atraía las miradas como un imán. Era alto, sus pasos eran ágiles y llenos de gracia y seguridad. Tenía el cabello rubio perfectamente peinado a pesar de parecer muy rizado y su ropa estaba inmaculada, algo muy extraño ya que la mayoría de los chicos de su edad solían hacerse harapos debido a la fiebre por jugar al soccer.

Hablaba con palabras poco comunes para un jovencito y comandaba a los otros chicos con gestos elegantes y discretos.

Cuando el Duque lo tuvo cerca pudo ver sus ojos de un profundo azul verdoso que destacaban más gracias a su cabello dorado.

– Eleanor... – murmuró hipnotizado.

El chico sonrió y vio como su rostro se iluminó destacando numerosas pecas, algo que la inmaculada piel de aquella joven actriz nunca mostró.

No podía ser otro que el hijo de Terrence y aquella mujer rubia y pecosa, aunque sus modales no se pareciesen en nada a los de esos dos.

Con solo recordarlos sintió una punzada en la sien, si seguía mirándolo su dolor de cabeza empeoraría. Pero no pudo evitar dedicarle su atención.

El grupo de chicos se colocó sentados a los lados de algo que simulaba una mesa. Por algunos minutos tomaron la palabra sobre numerosos datos que hablaban de problemas triviales de aquél lugar. Sin embargo cuando el rubio tomó la palabra, habló de algunos datos del ambiente político y de un proyecto de ley que se presentaría luego al Parlamento (Cámara de los Comunes, Cámara de Representantes, Cámara de los Lores) para su debate. El resto de los chicos se veía a leguas que no entendían gran cosa, pero ese joven sí que lo hacía, sus ojos brillaban al hablar y conforme pasaba el tiempo se desenvolvía con seguridad.

Hasta que algo lo distrajo.

Alexander sintió una penetrante mirada y alzó su rostro hacia la terraza de la posada. En ella vio al hombre más elegante que había visto jamás, su traje oscuro y su postura imponente lo cautivaron al momento. Tenía que ser un personaje importante, no le cabía la menor duda.

Educadamente le hizo una cortesía bajando la cabeza que sobresaltó a aquel caballero que por un segundo no supo qué hacer al verse descubierto, y que finalmente le devolvió también una cortesía menos pronunciada.

Los hombres de alto estatus jamás inclinaban más de lo debido el rostro, solo lo hacían frente a su Majestad que en ese entonces era el Rey Jorge VI que había recientemente ascendido al poder tras la abdicación su hermano Eduardo VIII que había enloquecido de amor por la americana Wallis Simpson. A él esto le pareció una premonición, ya que la primogénita de su Majestad fue nombrada Elizabeth Alexandra Mary, con lo cual compartían, sin querer, uno de sus nombres y eso para Alexander era señal de que un día podría dedicar su trabajo a mejorar el reinado de aquellas personas.

Él se preguntó quién sería ese personaje y qué estaría haciendo allí. La curiosidad lo llevó a acercarse un poco más con el pretexto de saludar a los dueños de la posada y llevar a la pequeña Nora de solo dos años con ellos, pues como era su costumbre, ya se encontraba colgada de su brazo ante la mirada atónita del resto de las niñas y el enojo de los niños que renegaban por la interrupción a su juego del "Parlamento".

– Alexander... Alexander Grandchester – pronunció con voz firme el hombre aquél.

¿Cómo es que sabía su nombre?

– No temas, sé quién eres chico. ¿Serías tan amable de hacerme compañía unos minutos antes de que te marches a casa?

El joven se sentó anonadado agradeciendo el gesto de su interlocutor.

– Tus ojos son sin duda herencia de tu padre. No tuve la oportunidad de verte de cerca en aquella visita que hiciste al Parlamento hace unos años.

– ¿Usted... se encontraba allí? Por favor, dígame cómo es que debo llamarle señor...

– Yo soy Richard, Duque de Grandchester.

Los ojos de Alexander se abrieron más de lo que él hubiese querido pero de inmediato reaccionó levantándose rápidamente para hacer una profunda reverencia. Ese hombre delante de él no solo ocupaba el cargo del más alto noble inglés después de los descendientes en línea directa de su Majestad, ¡su apellido era el mismo que el de su padre! ¿sería un pariente lejano?

– Siéntate Alexander.

– Su Excelencia, es un placer conocerlo.

– Cuando estemos en privado, puedes llamarme abuelo.


Notas:

¹ Extracto de Candy Candy Final Story.

² Por la palabra cucaracha en inglés cockroach = roach

³ Siempre me pareció escalofriante (frío, distante, duro) cuando en el anime el Duque llamaba Terruce a Terry, me parece más fuerte que Terrence y por eso quise mezclarlos a pesar de que se suele usar uno u otro.


Agradecimientos:

Ay ni qué les digo chicas, han sido semana muy complicadas, llenas de trabajo atrasado por una computadora rebelde que se niega a arreglarse del todo. Así que voy poco a poco, a ratitos escribiendo en el celular por lo que espero que no vaya con muchos errores pues la costumbre no se me genera de poder escribir desde allí.

Seguiré la historia, lo prometo, como ve no pasa más de dos semanas sin que sepan de mí.

Un querido amigo escritor me dice que cuando está por terminar una historia siempre le pasan calamidades como la renuncia de mi computadora a funcionar ¿será que no quiere que termine?

Les dejo un abrazo afectuoso y espero poder volver a retomar el ritmo semanal de la historia pronto y poder volver a contestarles, gracias por su comprensión, como siempre he dicho, las lectoras que se han congregado en esta historia son maravillosas, sus palabras dulces y su paciencia me han reconfortado.

Que tengan un excelente comienzo de semana.

ClauT