Algún día, en algún lugar (Someday, Somewhere).
Los personajes de Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y Y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá, como aquel que da nombre (en inglés) a esta historia.
Si desean subir esta historia a otro portal, por cortesía háganmelo saber, y por favorrrrr siempre citen al autor en la historia, recuerden que es un trabajo no pagado y el reconocimiento es lo único que pedimos.
Capítulo 25: Entre nosotros no existe un adiós
Nueva York, época actual
La forma en cómo curva los labios al sonreír, su cabello fino y ligero, su nariz recta, sus pestañas largas y numerosas, la pasión con la que habla acerca de su familia, su sonrisa burlona, su molesta inteligencia o sus ojos del color del fondo del mar... Lilian no sabía qué de todo eso era lo que le gustaba más de él.
El aroma de Blake llenaba toda su habitación. Medio dormida aún Lilian lo buscó dentro de ésta, pero pronto se dio cuenta de que provenía del abrigo que la noche anterior puso sobre sus hombros al salir del restaurante para iniciar el camino de vuelta.
Habían hablado hasta el amanecer mientras recorrían todas y cada una de las imágenes del álbum de Julia. Ahora ella entendía por qué en casa de Candy no había una sola fotografía, todas ellas estaba allí acompañando a Alexander y a su hija, sobre todo cuando aquella rubia pecosa no estuvo más en este mundo.
La sola idea de pensar en la partida de Terry y después la de Candy ensombreció su ánimo. Era una parte imprescindible de la historia, sin embargo no quería llegar a ella.
Apesadumbrada se levantó de la cama para darse un largo baño y acumular ánimos para bajar a almorzar cuando pasaba del medio día. La casa se escuchaba en silencio, era domingo por lo que el personal de limpieza tenía el día libre y solo una chica de servicio ordenaba las habitaciones y alistaba la comida que la cocinera dejaba preparada en la nevera para quienes estuvieran presentes ese día.
Lilian imaginaba que Julia Hartman saldría a hacer alguna visita social, su marido se iría al club y Blake se reuniría con sus amigos millonarios; pero en nada de eso acertó, durante los días libres al comienzo del año los Hartman solían reunirse los domingos y convivir como lo haría cualquier familia.
Recordó que vería a Blake y una sonrisa nerviosa apareció en sus rostro cuando finalmente se decidió a bajar.
En el salón, un hombre se encontraba de espaldas leyendo el diario a un costado de la ventana. Aunque era invierno la luz entraba con fuerza iluminando su silueta. Por un momento Lilian creyó que era Blake pero entre sus cabellos de color negro brillaron algunas canas que delataron que ese hombre era Ryan Hartman.
Casi de puntillas Lilian planeaba el escape cuando la voz profunda del señor Hartman la detuvo.
– No pensará dejarme solo señorita White, ¿le apetece un té? ¿o quizás un café?
Lilian gesticuló al verse sorprendida y respirando profundamente, se dio finalmente la vuelta para acercarse al hombre que la miraba con curiosidad.
– Llámeme Lilian por favor, y me encantaría acompañarle con un té, es usted muy amable señor Hartman.
Él la seguía mirando fijamente.
– Te llamaré Lilian si tú dejas de llamarme señor Hartman, me haces sentir viejo – dijo mientras doblaba el periódico y lo ponían a un lado.
– ¿Algo interesante en las noticias de hoy? – dijo ella tratando de evitar el incómodo tema de tutear a un hombre tan conocido y poderoso en el mundo de los negocios.
– Lo usual – respondió él sirviéndole una taza de té. – Espero que te guste, no sabría decirte si lo recomiendo, únicamente bebo café, sobre todo por las mañanas.
Ambos notaron el ambiente ligeramente incómodo, la plática casual era algo que a ninguno de ellos les iba bien y ambos pedían secretamente que Julia o Blake los interrumpiera.
Lilian pensó que aquella tensión se debía a su intromisión en la vida privada de aquél hombre.
– No deseo incomodarlo, mi misión aquí es llenar los vacíos en la historia de mi abuela adoptiva y cumplir su última voluntad, no me gustaría que...
– ¿Qué opinas de Blake? ¿Ha sido de... ayuda en esta investigación que iniciaste? – dijo Hartman sin poder evitar morderse los labios tratando de no reír al saberse hurgando en la vida amorosa de su hijo. La duda lo carcomía desde la noche anterior que vio como Blake abandonaba cualquier posibilidad de entablar negociaciones para salir con esa chica hasta la madrugada.
Quería encontrar algún indició de interés en aquella mujer que se sonrojó ante su pregunta.
Lilian enmudeció y clavó la mirada en su té mientras balbuceaba una respuesta que ni siquiera ella pudo entender lo cual la hizo enrojecer aún más.
Eso fue suficiente respuesta para Ryan Hartman, que compadeciéndose de la chica comenzó a relatar una historia.
– Los descendientes de los Grandchester tienen en común una presencia arrolladora, pero irresistible a la vez. Mi suegro Alexander no era la excepción. Ya debes haber visto aquella foto con la estatua de la Libertad al fondo de cuando él llegó a América por primera vez, acompañado de Sir Carlton.
– Sí, ayer Blake me mostró el álbum de fotos. Aún no puedo entender cómo es que él accedió a separarse de sus padres – respondió ella agradeciendo que no insistiera en hablar de Blake.
– Lilian, eres joven y vives en otra época. La realidad de la guerra es algo que afortunadamente ninguno de nosotros conoce, pero Alexander estaba por cumplir los dieciséis años cuando la Segunda Guerra Mundial se desarrolló. Todos creían que podrían evitarla, después de todo, Europa ya había enfrentado la realidad de una Primera Guerra y los habitantes aún no olvidaban que significaba enviar a la guerra a los padres e hijos de la familia.
– Debe haber sido muy duro para Candy, ella había perdido a su primo Stear y casi perdió a su mejor amigo, el señor Ardlay, debido a la guerra. Y siendo enfermera...
– Efectivamente Lilian, creo que esa fue una de las razones por las cuales Terrence también permaneció en Inglaterra cuando la guerra estalló con todas su fuerza. Eso fue algo que nosotros no lográbamos explicarnos y que durante años fue una de las incógnitas en la historia de la familia que no tenía una respuesta lógica hasta que apareciste tú y nos abriste los ojos, al menos a Blake y a mí, relacionando a Candice con Alexander y los Grandchester. Todo lo que nosotros sabíamos, a excepción de Julia que conoció a Candy, era que Terrence era un hombre excéntrico que optó por permanecer en Europa durante la guerra dirigiendo obras de teatro para tratar de que la gente se olvidara un momento de las pérdidas y del miedo, y que vivió alternado su estancia entre América y Europa, aparentemente en soledad, siempre manteniendo la distancia de su vida personal; pero con una relación especial con su hermanastro Carlton y con quien creí que había sido su hijo todos estos años.
– Pero Julia sabía de Candy e incluso...
– Sí, mi esposa supo guardar un secreto que pasó directamente de Alexander a su hija, ella podría explicarte mejor que yo cómo fue que se enteró de este secreto. Para Blake y para mí era un misterio hasta hace poco... cuando llegaste tú a la vida de mi hijo.
La mirada de aquel hombre se enterneció y Lilian no supo cómo interpretar aquello. Ella hubiera creído que toda la familia la consideraría una intrusa hurgando en los secretos familiares, y lo que había hallado era todo lo contrario.
– Puedo contarte lo que sé, pero debe ser mi esposa quien finalice la historia, ¿te ayudaría en algo?
– Me ayudaría en todo – respondió Lilly sonriéndole felizmente.
– Bien...
– Hey, ustedes dos, ¿piensan empezar sin mí?
La cálida risa de Julia inundó toda la habitación.
– ¡Qué bien! Té recién hecho, nada mejor para acompañar las historias del pasado – Julia tomó asiento junto a su marido que la abrazó mirándola con amor. – Comencemos por el Blitz de 1940...
Stratford-upon Avon, 1940
Las manos de Candy temblaron mientras leía en los periódicos que Inglaterra no se rendiría ante Alemania a pesar de que Francia ya lo había hecho. De momento no se había derramado sangre inglesa y Hitler pregonaba que así conseguiría el dominio de toda Europa, pero el orgullo inglés no pensaba igual. El diario hablaba de que la verdadera guerra apenas comenzaría...
La Guerra...
De inmediato muchos recuerdos dolorosos afloraron del fondo de su memoria mientras estrujaba el papel en sus manos se sintió mareada con solo pensarlos.
Tomó aire y trató de calmarse centrándose en los regalos que la vida le había dado.
Alexander, que en ese momento estudiaba en Londres; Terry que no había dejado de escribir y actuar en numerosas obras para tratar de alegrar un poco el ánimo de la gente que comenzaba a temer que muy pronto sus hombres serían reclutados para ir al campo de batalla. Era casi el final del verano y tanto ella como Terry habían esperado lo mejor preparándose para lo peor. Carlton no había dejado de insistirles que tenían que partir hacia América, él y su esposa se embarcarían muy pronto bajo el cobijo diplomático. El Duque se quedaría junto con su hermano mayor Richard II, que en breve se haría cargo del Ducado, pero se rumoraba que tenía tratos con importantes cargos alemanes para garantizar su supervivencia.
Quedarse no parecía ser una opción, pero...
Candy todavía recordaba el momento justo en el que se acobardó y Flammy Hamilton terminó por ir a la guerra evitando que ella y el resto de las estudiantes de la escuela de enfermería se expusieran.
Eso era algo que siempre pesó en su conciencia. En ese entonces, ella acababa de reencontrarse con Terry, lo había visto actuar y él la reconocía como su novia en las cartas que intercambiaban.
Esta vez no era distinto, ahora ella tenía la familia que siempre deseó y nuevamente el deber le presentaba una oportunidad de servir a los demás.
¿Contestaría al llamado esta vez u optaría por ser egoísta y huir junto con su familia?
En América la esperaban la hermana Lane, que había tomado las riendas del Hogar al morir la señorita Pony, Tom, Albert, Archie y Annie...
Y también Eliza y las Marlow.
Solo de pensarlo, la idea de quedarse fue un poco más soportable.
De momento no había nada qué hacer más que esperar...
...
Hasta que el 29 de diciembre de 1940 sucedió lo peor. En apenas unas pocas horas se lanzaron cerca de 100.000 bombas que provocaron una colosal tormenta de fuego en Londres; la imagen de la Catedral de San Pablo en pie entre las llamas se tatuó en el corazón de miles de hombres que la tomarían como el símbolo de la resistencia inglesa frente al ataque alemán.
Casi sin aire en los pulmones Terry entró como un huracán en su hogar. Semanas atrás había tenido una gran discusión con Alexander que se negaba a regresar a casa para pasar las fiestas de Navidad y Año Nuevo alegando que era el mejor momento para asistir a las grandes fiestas sociales y hacer conexiones que luego le servirían para lograr su sueño de llegar al Parlamento. Y ahora, las noticias del bombardeo en el centro de Londres, a escasos metros de donde estaba su hijo, eran todo en lo que podía pensar.
Candy vio entrar a su esposo con la cara desfigurada y un diario arrugado en las manos. Él lo sabía. Ella comenzaba a abrir la boca para hablar cuando él la tomó por los brazos esperando que entrara en pánico cuando escuchara que Londres estaba destruido.
– Terry, cálmate todo está bien...
Ella lo sabía ya.
– ¿¡Qué dices!? Alexander está en medio de todo esto, no sabemos nada de él... debimos haberlo obligado a volver, ningún sueño es lo suficientemente importante para perder la vida por él.
– Terry, él está bien... – Candy lo abrazó de vuelta tratando de tranquilizarlo.
– En ese momento entraron por la puerta Alexander, Carlton y el Duque de Grandchester.
– ¡Tú, qué haces en mi casa!
Ni siquiera la visión de su hijo sano y salvo pudo evitar que la ira se desbordara de los labios de Terry. Lo que él sabía es que ese hombre siempre traía malas noticias sin importar la situación.
– Terry, tienes que calmarte... Alexander está aquí gracias a él – Carlton intentó resaltar la importancia de su presencia en ese momento. Salir del país se volvía imposible, él y su esposa ya contaban con un lugar en el último barco con civiles que intentaría cruzar el Atlántico para salvarse de la guerra y se negaba rotundamente a irse sin su hermano y su familia, a quienes amaba con todo su corazón.
La mirada de Terry era terrible, la sola presencia del Duque junto a su hijo bastaba para corroborarle que todos esos años había estado inmiscuyéndose en sus temas familiares.
Alexander por el contrario, sabía que esa relación era la última oportunidad para salir de allí. Había hablado claramente con el Duque acerca de las condiciones de este nuevo contrato. Él seguiría estudiando en América para tomar el ducado siempre y cuando toda su familia estuviera a salvo, de lo contrario, ya podía olvidarse de preservarlo ya que quedaría en las manos de su hijo Richard que era bien conocido por su capacidad para corromper todo lo que tocaba y que seguramente ya se encontraba del lado de los alemanes, cosa que si llegaba a los diarios acabaría con la suntuosidad del apellido de los Grandchester. Jamás el pueblo inglés podría olvidar una traición así.
Solo Alexander podría salvar el honor familiar y el apellido, y solo el Duque podría salvar a sus padres. Era un trato justo.
– Padre, sé que esta no es la mejor manera, pero tenemos que irnos. Esta es nuestra oportunidad.
– Yo no quiero nada de él... – la frialdad con la que Terry hablaba asustó a Alexander que había crecido rodeado de las palabras bondadosas de su madre que era capaz de perdonar a cualquier ser, aún sin olvidar lo que le habían hecho pasar.
– ¿Piensas sacrificar a tu hijo por mantener firme tu orgullo? Pensé que serías mejor padre que yo... – dijo el Duque echando al traste todo el esfuerzo que hacían Carlton y Alexander por calmar a su primogénito.
Candy y Carlton tuvieron que tomar firmemente a Terry para que no cediera a sus impulsos por sacar a patadas a aquella persona de su hogar.
– Vamos a calmarnos todos – replicó Candy tratando de buscar la manera de mediar esa situación imposible. – Siéntense, tenemos que hablar.
Durante horas Candy, Carlton y Alexander discutieron la mejor manera de proceder, frente a la mirada silenciosa de Terry y su padre que no dijeron una palabra. De pronto este último se levantó.
– Terrence, mi oferta es la siguiente, todos ustedes se embarcan pasado mañana al amanecer y viajan como una sola familia, y tú dejas de tratarme como a un enemigo.
Tras decir esto el Duque salió del lugar.
– Terry, lo mejor sería tomar su oferta. Mi esposa y yo viajaremos con ustedes, eres su hijo después de todo, él solo hace lo que le corresponde, protegernos. Y es tu turno de hacer lo mismo por Alexander, no pueden quedarse más tiempo, esta nuestra última oportunidad de evitar ser llamados al frente.
Candy tomó la mano de Terry firmemente.
– Es tu decisión, te apoyaré siempre – Candy lo miró con ternura sabiendo que permanecer juntos era lo más importante.
Terry lo pensó un minuto más y asintió mirando a su esposa.
– Carlton, debo pedirte un favor...
En la madrugada del primero de enero de 1941, Alexander oficializó el apellido Grandchester en su permiso de viaje, apareciendo en ella los nombres de Carlton Grandchester y su esposa como sus tutores. En la historia de su familia, él sería recordado como hijo de esa pareja, lo cual le daba el derecho inapelable a heredar el Ducado al regresar a Inglaterra al término de la Guerra.
A pesar de sus protestas, sus padres lo despidieron en el puerto. Con sus manos amorosas Candy colgó en su cuello un guardapelo ante los ojos suplicantes de su hijo, que guardaba la leyenda "Para que siempre nos lleves contigo"; y sonriéndole le dijo:
– Entre nosotros no existe un adiós, Ale nos veremos más pronto de lo que crees.
Terry no dijo una sola palabra pero lo abrazó con fuerza y lo miró con profundo amor.
– Confío en que serás un adecuado guardián Carlton.
– Y yo confío en que volveremos a vernos – respondió él con los ojos llenos de lágrimas.
– Desde pequeño has sido un llorón– respondió Terry suspirando como si estuviera cansado. – Pero no me queda más remedio que aceptarte así, después de todo eres mi familia.
La mirada atónita de Carlton enterneció a su esposa y a Candy. Esa era la primera vez que él lo reconocía como parte de su familia.
– Nos veremos pronto – respondió Candy abrazándolo con fuerza a él y a su esposa quien la recibió sorprendida por su espontaneidad.
La pareja subió al buque con Alexander que arrastraba los pies a regañadientes y que lanzó una última mirada a sus padres antes de partir. Terry y Candy se quedaron cerca hasta que lo vieron desaparecer en el horizonte.
Ninguno se imaginó que ese adiós duraría cuatro largos años y que al volver, su hijo se convertiría en el Duque de Grandchester.
Nueva York, época actual
Lilian miraban a Julia sin atinar a decir una sola palabra. En ese instante comprendió el momento exacto en el que surgió toda la confusión acerca del heredero del Ducado y por qué Carlton y su esposa fueron considerados en los círculos de la nobleza como "padres" de Alexander.
El Duque murió meses antes de terminar la guerra, con Richard II desaparecido, y la renuencia de Carlton a tomar el puesto, era obvio asumir que el supuesto "hijo" de éste tomaría su lugar.
En tiempos de guerra las murmuraciones duraban poco.
– Terry y Candy sobrevivieron a la guerra por supuesto – dijo Julia con una sonrisa a medias. – Pero su vida nuca volvió a ser la misma. Mi padre regresó a Inglaterra y los abrazó durante días pero muy pronto tuvo que incorporarse a sus nuevos deberes como heredero del ducado. Su sueño se había hecho realidad.
Julia terminó su té y se sorprendió al ver a su hijo recargado en la entrada del salón. No se había dado cuenta de su presencia hasta ese momento.
Llegaba justo a tiempo.
– Una de sus principales tareas ya en el puesto fue la validación del matrimonio de sus padres; para mantener protegido el documento lo hizo firmar en Edimburgo y les cedió la villa en aquel lugar, aunque en realidad ellos la usaron muy poco.
– El documento con el sello del ducado de Grandchester, aquél con palabras en escocés que el reportero Taylor incluyó junto a las fotografías es el reconocimiento al acta matrimonial... – habló Blake entendiendo como todo iba encajando a la perfección.
– Pero si él era el Duque de Grandchester, ¿por qué mantener la relación con sus verdaderos padres en silencio?
– Me imagino que esa no fue su decisión Lilly, pero el abuelo Terry debe haber tenido muy claro lo fácil que habría sido arrebatarle sus sueños a su hijo si los parientes de la Duquesa se enteraban de que Alexander no era hijo legítimo de Carlton sino de un bastardo de sangre mezclada como lo consideraban a él. Afortunadamente la Duquesa murió antes de saber quién heredaría el ducado y sus parientes directos desconocían la vida privada de Carlton y su esposa por lo que asumieron que tenían un hijo.
La vida de Alexander dio un giro radical al regresar a Inglaterra, ésta transcurría entre reuniones sociales, citas de estudio con maestros de primer nivel, clases de etiqueta, idiomas, cultura y más. Su formación en el San Pablo parecía una broma frente a aquella capacitación espartana. Casi no tenía tiempo de ver a sus padres pero le bastaba saber que estaban a unas horas de distancia, juntos, sin que nadie los pudiera separar.
– Luego el abuelo Terry y el tío abuelo Carlton formaron una Fundación de apoyo a jóvenes escritores y actores para ayudar a recuperar el ritmo de las artes dramáticas en la post guerra lo cual puso los reflectores nuevamente sobre él. Con ello comenzaron los viajes a América.
– Esperen, en el teatro Stratford vimos un palco secreto. Eso tuvo que haber ayudado a sus encuentros.
Julia le sonrió a su hijo. Aquel palco solo era conocido por la familia, era el lugar que Terry siempre preparaba para Candy y Alexander cuando ellos lo acompañaban. Después aunque eso sucedió de forma más esporádica, siempre fue un espacio completamente personal para ellos.
– Estoy segura de que así fue, además, después de la guerra, cuando la vida pública comenzó a recuperar su ritmo habitual, llegó hasta ellos una noticia que estoy segura de que debió haber traído paz a sus vidas. Hablaba del aniversario luctuoso de Susana Marlow. Su madre siguió publicando un anuncio cada año siempre con palabras ácidas acerca de la muerte de su hija en total soledad. Afortunadamente la difamación ya era un delito, por lo que nunca se publicó asociado al nombre de Terry. Aun así debió haber sido una sorpresa para ambos saber del sexto aniversario luctuoso de Susana.
– ¡Esa mujer...! – gruñó Blake refiriéndose a la madre de Susana Marlow. – ¿No le bastó con que el abuelo Terry pagara durante todos esos años del bienestar de su hija?
– Me imagino que encontró en él alguien a quién culpar por el accidente de Susana y al morir nada debe haber cambiado. Ella seguiría culpándolo hasta el final de sus días, y si se hubiera enterado de que él había formado un hogar, hubiera sido aún peor para ellos. Después de todo, ya no tenía nada que perder, era una mujer que había perdido a su única familia.
– Y de todas maneras aún Eliza estaba al acecho – dijo Lilly con tristeza, pensando que las dificultades nunca terminaban.
– Otra mujer que jamás cambiaría – dijo Julia. – Cuando las representaciones de la obras teatrales de la Fundación dirigida por Terry se llevaron a Nueva York y Chicago, no dejó pasar una sola ocasión sin enviarle flores. Incluso en alguna oportunidad se atrevió a meterse en los camerinos pensando en armar su propia obra dramática alegando que él había abusado de ella. Karen Klaise afortunadamente lo evitó y lo único que logró publicar fue su espantoso trasero en algún diario sensacionalista que no cedió a las amenazas de los Leagan. Aunque según supe, la misma treta le sirvió para amarrar su vida a la de un desafortunado seminarista que se cruzó en su camino.
– Querida, no olvides aquél artículo que jamás nos tomamos la molestia de corroborar – dijo Ryan Hartman.
– ¿Qué artículo? – preguntó Blake.
– Varios años después hubo una nota roja que causó gran revuelo. Hablaba del asesinato pasional de una americana que perteneció a una importante familia que años atrás se vio rodeada de un escándalo en el que se acusaba a un joven seminarista de haber arruinado la reputación de la señorita a la que después se unió en matrimonio. Nadie sabe lo que sucedió, la mujer fue encontrada muerta en su casa y no hubo ni un solo rastro del hombre que un día se había visto forzado a casarse con ella, por lo que todo el mundo asumió que había sido él, o alguno de los amantes de ella. Según dicen los rumores, el esposo la despreciaba profundamente y nunca consumaron el matrimonio por lo que ella buscó consuelo pagando a una serie de amantes clandestinos de muy mala reputación.
– ¿Esa mujer podría haber sido Eliza? – preguntó Lilly pensando en que la justicia divina sí que existía.
– En realidad nunca se corroboró la información, pero según contaba mi padre, las rosas dejaron de llegar y ella también dejó de asistir a las representaciones donde se sabía que Terry estaría presente. En ese entonces él y Candy ya pasaban de los 50 años de edad y me parece que tampoco les importó ahondar más en esto. Muy poco tiempo después mi padre encontraría al amor de su vida en una de las tantas fiestas a las que asistió ya en su papel de Duque de Grandchester y las preparaciones de la boda los absorbieron por completo. Yo nací un par de meses después de su matrimonio, bajo una cantidad brutal de reflectores y notas que endulzaban la historia de amor entre un Duque y una chica de la nobleza, fina y respetable, la veían casi como a una princesa digna del Duque Alexander que hizo suspirar a más de una jovencita antes de que quedara prendado de mamá.
– Candy debió haber estado muy feliz... – la mirada triste de Lilian reflejó claramente sus pensamientos. Candy no podría haber estado presente en esa boda.
Julia sonrió y tomó un viejo álbum con recortes de periódicos y una lupa. Con cuidado la situó a un costado de Alexander en varias de las imágenes ubicando a una mujer aparentemente morena y con anteojos que aparecía en ellas. También se le veía cerca del "tío" Terrence que asistió a la boda del Duque como su padrino.
– ¿Y ella quién es? ¿una pariente?
– ¿No la reconoces?
Ryan y Blake miraron de cerca las imágenes sin idea de qué es lo que estaban viendo.
– Es fantástico lo que puede hacer el maquillaje, una peluca y unos grandes anteojos para crear el mejor disfraz, ocultando una serie de pecas rebeldes y un cabello dorado como el sol.
– ¿Esta es Candy?
Mirándola bien claro que era ella, se veía deslumbrante de felicidad en todas las imágenes en las que acompañaba a su hijo.
– Julia, ¿Cómo es que usted sabe todo esto?
– ¿Y cómo es que nunca nos lo contaste a papá y a mí? – gruñó Blake.
– Se puede decir que fue un accidente, pero esa es una historia que puede esperar a mañana. Será una semana fantástica Lilly, quizás logremos hacer que te quedes para siempre. Después de todo nuestra familia está llena de secretos que te encantará descubrir.
Lilian sintió un sabor agridulce en esas palabras, el camino que había recorrido llegaba casi a su fin.
Agradecimientos:
A todas mil gracias por tomarse un momento para comentar. He de confesar que la semana pasada usé la aplicación para según yo publicar desde mi celular y fracasé en el intento. Creo que tengo una pelea con la tecnología y para cuando la bella Kamanance me comentó, decidí mejor esperar para publicar hoy un capítulo doble, junté capi que no pude subir con este siguiente por lo que esto está casi a punto de culminar.
Gracias también por sus comentarios a Paolita27, Lety Bonilla, Australia77 (hope you don't suffer with this one!), Gladys, Grace, Villa, Tete (saludos hasta el mágico Oaxaca), Candy Nochipa, Julie y Elisa betn. Las leo a todas y me inspiran mucho para seguir escribiendo a pesar de que se han complicado los tiempos.
Les pido una disculpa por la tardanza y por las fallas que podría tener este capítulo que terminé hoy mismo para no demorar más. Normalmente soy una loca de la ortografía y los hechos que cuadren pero si sigo así no publicaré hoy y quiero hacerlo. De salud estoy muy bien (nuevamente gracias a Kamanance que se preocupó y me escribió). Yo espero de corazón que todas ustedes estén bien al igual que su familia. Cuídense mucho, acuérdense que este bicho no viaja en el aire, requiere estar brincoteando entre personas por lo que hay que cuidarnos más del contacto pero con el mismo cariño de siempre a la distancia. No perdamos la esperanza, todo esto pasará.
Las abrazo con mucho pero mucho cariño desde aquí hasta donde ustedes están.
ClauT
