IX

BUSCANDO A LEXA

Salamandra no quiso levantarse aquella mañana con el amanecer. Se quedó en la cama hasta muy tarde, despierta, pensando. A media mañana sonaron golpes en su puerta.

—Salamandra… —era la voz de Lincoln—. Salamandra, abre. Sé que estás despierta.

Salamandra apartó las mantas de mala gana y se levantó de la cama para abrir la puerta. Lincoln estaba fuera, muy serio y tieso. Se había asegurado de que su túnica azul estaba perfectamente lavada y planchada, y él mismo parecía recién bañado, aunque estaba pálido y ojeroso, y daba la impresión de no haber dormido mucho. Pero había un brillo de decisión en su mirada, y su actitud era bastante resuelta.

—Hola —dijo al verla; sonrió—. Tampoco tú has dormido bien, ¿eh?

—No —murmuró ella—. Vas a hacer ahora el examen, ¿verdad?, ¿cómo estás?

Lincoln no respondió enseguida. Cuando habló, lo hizo lenta y suavemente.

—Gracias por lo de anoche, Salamandra.

—¿Por qué? —a Salamandra le costaba trabajo recordar todos los detalles de lo que había sucedido la noche anterior.

—Por lo que le dijiste de mí a Abby. Fuiste muy valiente.

Salamandra se frotó el pie izquierdo descalzo contra la pierna derecha, sin saber muy bien qué decir.

—Gracias por creer que soy un buen mago —añadió él—. Gracias por creer en mí.

—Yo… No tienes que darme las gracias por eso, Lincoln. Es verdad, eres un buen mago.

Él alzó la cabeza, sonriendo.

—Voy a hacer el examen —repitió—. Y cuando vuelva me verás con la túnica violeta.

Ella sonrió.

—Estoy segura, Lincoln.

El chico se volvió para marcharse.

—Volveré dentro de un rato.

—Buena suerte —le deseó ella—. Te estaré esperando.

Lincoln se fue pasillo abajo, y Salamandra se le quedó mirando, pensativa.

—Es un buen momento para buscar a Lexa —dijo una voz en su oído.

Salamandra se sobresaltó, y se giró como si le hubieran pinchado. Junto a ella estaba Clarke. La chica se había olvidado casi por completo de ella. Para asegurarse de que no era una ilusión, aferró con fuerza el colgante de Lexa, que se había puesto al cuello la noche anterior. Pero Clarke seguía allí, mirándola.

—¿Cómo has dicho?

—Que es un buen momento para buscar a Lexa —repitió Clarke—. Abby estará examinando a Lincoln. No se entrometerá.

Salamandra decidió que estaba demasiado aturdida para considerar la propuesta de Clarke, y la echó de su cuarto mientras se cambiaba de ropa y se vestía con su túnica blanca. Poco después bajaba a lavarse la cara y a robarle a Tina un bollo de la cocina, siempre seguida por Clarke.

—Bueno, bueno, ya voy —gruñó la aprendiza finalmente.

Se volvió hacia Clarke.

—Exactamente, ¿dónde quieres que la busquemos?

—Debo volver a mi mundo y preguntar allí. Seguro que alguien sabe decirme si la han visto.

—¿Tu mundo? ¿Y qué mundo es el tuyo?

Clarke esbozó una triste sonrisa.

—Eso ahora no importa. Solo me gustaría saber si tenéis en la Torre algún objeto que pueda servir de puerta dimensional.

—Este… pues no lo sé.

—¿Puedes preguntarle a alguien?

—Debería acudir a Abby, pero sospecho que no es una buena idea. —Clarke negó vehementemente con la cabeza—. Bueno, entonces, como Raven sigue sin conocimiento, el siguiente en la gradación es Monty.

Lincoln se situó en el círculo de la Sala de Pruebas. Frente a él, en la Silla del Examinador, estaba Abby.

—¿Estás preparado, aprendiz? —preguntó ella.

Lincoln asintió, con un nudo en la garganta. Inspiró profundamente y recitó:

—Yo, Lincoln, aprendiz de tercer grado de la Escuela de Alta Hechicería de la Torre, me presento voluntariamente al examen del Libro del Agua, para convertirme en aprendiz de cuarto grado e iniciarme en los misterios del elemento Fuego.

—Se aprueba tu presentación —dijo Abby; parecía un tanto aburrida—. Veamos qué sabes hacer, aprendiz. ¿Conoces el hechizo 47-c del Libro del Agua?

Lincoln tragó saliva de nuevo. Cerró los ojos para concentrarse mejor.

«El hechizo de la barrera acuática», recordó de pronto. Lentamente, empezó a pronunciar las palabras mágicas.

—¿Una pu… puerta dimensional? —tartamudeó Monty.

—Sí, una puerta —repitió Salamandra.

—No tengo ni idea —dijo el chico—. La Torre está llena de trastos viejos que podrían ser antiguos objetos mágicos en desuso.

—Pero una puerta dimensional es algo muy importante —susurró Clarke—. Seguro que ningún Archimago que pasase por aquí dejaría un objeto así cogiendo polvo en un trastero.

—Pero una puerta dimensional es algo muy importante —se apresuró a repetir Salamandra—. Seguro que ningún Archimago que pasase por aquí dejaría un objeto así cogiendo polvo en un trastero.

—Mmm —dijo Monty—. Pues en tal caso estará en el estudio de la Maestra, ¿no?

Clarke y Salamandra cruzaron una mirada.

—Abby está ocupada ahora —le recordó Clarke.

Salamandra no respondió. Monty la miró, muy preocupado.

—¿Qué es lo que pasa, Salamandra?

Ella le devolvió una mirada pensativa.

—Voy a contarte un secreto, Monty. Por favor, necesito que no le digas nada de esto a nadie.

Lincoln respiró profundamente. Estaba muy cansado, pero creía que el examen le estaba saliendo bastante bien. Abby se reclinó sobre la Silla del Examinador y lo observó atentamente. Lincoln trató de adoptar un aire resuelto.

—Siguiente ejercicio —dijo Abby—. Invocación 33-e.

Lincoln palideció. Era una de las invocaciones más complejas. Trató de sobreponerse. «No debo dudar, no debo tener miedo», se dijo a sí mismo.

Lentamente, empezó a conjurar.

—No deberíamos estar aquí —dijo Monty por enésima vez.

Clarke, harto de sus escrúpulos, abrió la puerta del estudio de golpe, y el muchacho se sobresaltó.

—Sa… Salamandra, dile a tu amiga que no haga esas cosas… —murmuró, mirando muy nervioso a su alrededor

—No es mi amiga, es amiga de Lexa, ya te lo he dicho. —Salamandra se detuvo frente a la cuarta puerta y trató de abrirla, como solía hacer siempre, sin mucha fe; pero, para su sorpresa, la puerta se abrió. —Eh, mirad. Está abierta.

Monty estaba a punto de entrar en el estudio de Lexa, pero se volvió rápidamente.

—¡Salamandra! —susurró—. ¿Qué haces?

—Solo voy a echar un vistazo, solo un momento… —Monty vaciló. Tenía puesta la mano en el picaporte, pero Salamandra ya había desaparecido en el interior de la habitación misteriosa. Con un suspiro, el chico se apartó de la puerta del estudio de la Señora de la Torre y entró tras su amiga.

Salamandra se había detenido en el centro de la habitación y miraba a su alrededor con curiosidad.

—¿Pero qué ha pasado aquí? Está todo patas arriba.

—Fue aquí donde Lexa, Raven y Harper derrotaron al Maestro —dijo Clarke en voz baja.

—¡El Maestro! —repitió Salamandra, sobrecogida—. ¿Te refieres al Maestro de Lexa?

Pero Clarke no la escuchaba. Se dirigía hacia un bulto inmóvil en una esquina de la habitación. Salamandra la siguió, intrigada. Se trataba de una forma plana y ovalada, cubierta por un enorme paño de terciopelo azul. Salamandra la tocó con precaución.

—Esto no estaba aquí antes —dijo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Monty, acercándose a ella.

—Porque todo lo que hay aquí está lleno de polvo, y esto no. La tela parece muy nueva.

Antes de que Monty pudiera detenerla, Salamandra dio un fuerte tirón, y el paño cayó al suelo, descubriendo un enorme espejo.

—Vaya —comentó la chica—. ¿Es un espejo mágico?

—Creo que es más que eso —comentó Monty, acercándose para examinarlo—. Es la puerta dimensional que andabas buscando. ¡Qué casualidad!

—No creo que sea una casualidad —opinó Clarke, sombrío. Monty no podía oír sus palabras, pero Salamandra sí, y se volvió inmediatamente hacia ella.

—¿Qué quieres decir?

—Este espejo no es de Lexa.

—Mira, son caracteres élficos —dijo entonces Monty, que estaba examinando el marco del espejo—. Veamos, tengo mi élfico un tanto oxidado, pero parece que dice… «Pregunta y te contestarán».

—Qué absurdo —comentó Clarke—. Te contestarán si les da la gana. ¿Puedes hacer que funcione?

Monty no contestó. Seguía examinando el espejo, y Salamandra recordó entonces que el chico no podía ver ni oír a Clarke. Se apresuró, por tanto, a formularle la pregunta a Monty:

—¿Puedes hacer que funcione?

Monty dio un respingo.

—Esto… no lo sé. Es un objeto muy poderoso.

Salamandra miró a Clarke, que asintió.

—Inténtalo —dijo la muchacha.

—No sabes para qué sirve, ¿verdad? —dijo Monty, estremeciéndose—. Este espejo sirve para invocar a los muertos.

—Solo ellos pueden decirnos dónde está Lexa —dijo Clarke—. No os preocupéis. Limitaos a abrir la puerta y yo haré el resto.

Salamandra transmitió a Monty el mensaje de Clarke; el aprendiz no parecía muy convencido.

—Salamandra, podrían pasar cosas terribles…

—Abby tardará aún un rato…

—No me refiero a eso. Podríamos traer algún espíritu del Otro Lado. No se debe jugar con las almas de los muertos.

—No pasará nada de eso —intervino Clarke—. Confiad en mí. Solo tenéis que dejarme entrar ahí.

—¿Y si no puedes volver? —dijo Salamandra, preocupada.

—Mientras la puerta esté abierta podré volver. Solo necesito, Salamandra, que no te alejes de aquí, y que no sueltes ese colgante por nada del mundo. Es el puente, ¿recuerdas?

Monty miraba a Salamandra muy serio.

—No termino de acostumbrarme a verte hablar con alguien a quien no puedo ver ni oír.

Salamandra explicó a su amigo lo que quería Clarke. Monty movía la cabeza, preocupado.

—Está bien, lo intentaré —dijo finalmente, tragando saliva.

Retumbó un trueno. Un pesado manto de nubes negras había cubierto la sala. Comenzó a llover copiosamente, y pronto la Archimaga y el aprendiz estuvieron completamente empapados, pero ninguno de los dos pareció notarlo. Un soplo de aire húmedo recorrió la sala de pruebas. En un rincón oscuro se oyó una risa grave; Abby y Lincoln vieron que desde allí los miraba un pequeño rostro cambiante en el que solo se apreciaban bien unos ojos rojos, estrechos y alargados.

—El elemental de la tormenta —murmuró Lincoln.

El elemental voló por toda la habitación. Era como una ráfaga de viento con rostro, un rostro de rasgos picudos; a veces se podían distinguir las formas de un pequeño cuerpo de miembros largos, esbeltos y escamosos.

—¿Sabes controlarlo, aprendiz? —preguntó Abby, enarcando una ceja.

Lincoln vaciló.

—Elemental, ven a mí —ordenó en idioma arcano.

El elemental se detuvo y miró al aprendiz. Lincoln pensó que no le haría caso, y que Abby lo suspendería, por inútil. Pero súbitamente la criatura del agua se deslizó hacia él, y Lincoln sintió que lo rozaba algo húmedo y viscoso que le heló hasta el tuétano de los huesos. Miró a su alrededor, en busca del elemental, mientras la lluvia seguía cayendo pesadamente sobre él. Lo encontró a su lado, quieto, mirándolo, esperando sus órdenes. Lincoln suspiró imperceptiblemente. Abby asintió, satisfecha.

Monty terminó de pronunciar las palabras mágicas y el espejo se iluminó. Dejó de reflejar la habitación para mostrar un paisaje brumoso y espectral, de formas cambiantes y colores inverosímiles.

—No tardaré —prometió Clarke.

Antes de que Salamandra pudiese decir nada, la muchacha entró a través del espejo y desapareció. Incluso Monty notó que se había ido, porque se le puso la piel de gallina.

—No entiendo nada de lo que está pasando, Salamandra.

—Yo tampoco —confesó ella, aferrando con fuerza el amuleto de Lexa, que aún llevaba colgado al cuello—. Solo nos queda esperar que vuelva antes que Abby —miró a Monty con seriedad—. Creo que el espejo es suyo.

Monty gimió, lleno de remordimientos.

Clarke recorrió el mundo de los espíritus sin tener muy claro adonde iba. A veces se detenía a preguntar, pero nadie era capaz de decirle dónde estaba Lexa. «¿Puede haber un lugar que los muertos no conozcan?», se preguntaba el chico. Lexa no estaba muerta; si fuera así, ella ya la habría encontrado.

Y recordaba, con espantosa claridad, unas palabras que había oído pronunciar a alguien, no hacía mucho, en aquella misma dimensión: «Pequeña insensata, esta vez ni siquiera tú podrás evitar que cumpla mi venganza, porque he reservado para Lexa un destino peor que la muerte…». Un destino peor que la muerte…

De pronto oyó un rumor; era un rumor lejano, pero Clarke oyó en él la palabra «Kin-Shannay», y supo que hablaban de Lexa. Corrió hacia el lugar de donde salía el rumor. Eran dos espíritus viejos; el color especial de su aura indicó a Clarke que habían sido magos en vida.

—Busco a una Kin-Shannay que no está muerta, pero que tampoco parece estar viva, —dijo.

Los espíritus callaron.

—Soy su Clarke, —insistió la muchacha—. Mi deber es encontrarla y protegerla, en el nombre de las criaturas del Otro Lado. Vosotros deberíais ayudarme.

Los espíritus guardaron silencio un momento. Entonces uno de ellos dijo, con un suspiro:

—Muchacha, no creo que te sea posible recuperarla ya.

Y el otro añadió:

—¿Has oído hablar del Laberinto de las Sombras?

Monty se incorporó, muy nervioso.

—¿Qué es eso?

Salamandra también lo había sentido, una especie de ondulación en la superficie del espejo.

—Quizá sea Clarke, que vuelve —dijo, esperanzada.

Pero un estremecimiento la recorrió de arriba abajo cuando oyó en su mente una voz susurrante:

—¿Eres tú? ¿Qué es lo que quieres ahora?

Monty miró a Salamandra, aterrado. También él la había sentido. Una voz masculina, baja y bien modulada.

—¿Quién eres tú?, —pensó Salamandra inmediatamente.

—¿Qué significa esto?, —preguntó la voz, irritada—. ¿Quiénes sois vosotros?

—Podemos mostrártela, —añadieron los espíritus—, pero no puedes llegar hasta ella desde aquí. El Laberinto de las Sombras tiene su propia puerta.

Clarke asintió, impaciente. Los espíritus abrieron una ventana y la chica pudo ver por fin el Laberinto de las Sombras.

Ninguno de los aprendices tuvo valor para contestar a la pregunta telepática. Disgustada, aquella presencia que se había comunicado con ellos a través del espejo los abandonó y se marchó de nuevo al lugar de donde había venido.

—¿Qué… era eso? —susurró Salamandra, aterrada.

Abby alzó la cabeza súbitamente, y frunció el ceño. Habría jurado que él la llamaba… pero no, no podía ser. Había dejado la puerta del espejo cuidadosamente cerrada la última vez. Él no podría haberla abierto por sí mismo. Y en la Torre no había nadie que tuviese los conocimientos necesarios para hacerlo, a excepción de Raven y ella misma, claro. La arruga de la frente de Abby se hizo más profunda. Estaba aquel aprendiz de cuarto grado (la Archimaga no recordaba su nombre), pero no lo consideraba lo suficientemente osado como para atreverse a revolver en las pertenencias ajenas. De cualquier modo, solo había una forma de averiguarlo. Se levantó; pero entonces cayó en la cuenta de que Lincoln estaba todavía ahí, ejecutando el último hechizo que le había dicho que hiciera. Abby se volvió a sentar, indecisa. Lincoln estaba tratando de controlar a dos elementales de la tormenta a la vez. Si lo interrumpía, los elementales podrían descontrolarse y tardarían semanas en volver a enviarlos a su plano. La Archimaga suspiró con impaciencia. Tendría que esperar.

Lexa vagaba por un mundo en el que todo parecía irreal Sabía que estaba atrapada, sabía que no lograría escapar de allí a no ser que recibiese ayuda del exterior; pero aquella idea le daba miedo. ¿Cuántos de sus seres queridos acabarían prisioneros con ella por intentar salvarla?

Hacía tiempo que la Señora de la Torre se habría dejado llevar por la desesperación. Sin embargo, luchaba por seguir consciente, por mantener la cordura, por continuar viva… si es que seguía viva.

Lexa ya no estaba segura de ello.

Y entonces oyó la voz de Clarke, llamándola entre la niebla. Lo primero que pensó fue que se trataba de una ilusión. Pero aquella voz había encendido la llama de la esperanza en su corazón, y avanzó entre las brumas, titubeante.

—¿Clarke?

Pronunció las palabras de un hechizo para despejar la niebla. Las brumas susurrantes se alejaron un tanto de ella, y Lexa se sintió un poco mejor. Le pareció ver el rostro de Clarke un poco más allá. Corrió a su encuentro. Se miraron a los ojos. Sí, era ella. Lexa jamás podría olvidar la mirada de los ojos azules de Clarke. Se sintió exultante de alegría, y alargó la mano para rozar la de su amiga. Dado que Clarke no era un ser corpóreo, aquel contacto nunca era material. Sin embargo, la mayoría de las veces Lexa podía sentirla. Aquella vez no la sintió. Supo entonces que Clarke no estaba allí, con ella.

—Ya sé dónde encontrarte, —dijo la voz de Clarke en su corazón—. Pronto estaré a tu lado.

La imagen de Clarke desapareció, y Lexa volvió a quedarse sola entre la niebla. No pudo evitar un gemido de dolor y desesperación.

A Lincoln le estaba resultando realmente difícil concentrarse. Daba la sensación de que Abby no le estaba prestando atención. Los elementales de la tormenta se burlaban de él, y a Lincoln le costaba muchísimo trabajo conseguir que esto no fuera demasiado evidente.

—Está bien, basta —dijo la Archimaga, para alivio del chico—. Envíalos de nuevo a su plano.

La superficie del espejo se onduló de nuevo. Salamandra se incorporó de un salto.

—¿Clarke? —preguntó, ansiosa.

La inconfundible figura de la muchacha atravesó el cristal. Salamandra iba a contarle lo que les había sucedido con la voz del espejo, pero se detuvo al ver la expresión sombría de ella.

—Traigo malas noticias —dijo solamente.

—¿Qué? ¿Es que Lexa está…?

—No, no está muerta. Pero puede que se trate de algo peor.

—Pero… ¿he… he aprobado?

Abby lo miró, pensativa.

—¡No hay tiempo para explicaciones! —dijo Monty, muy nervioso—. ¡Tenemos que cerrar el espejo y marcharnos de aquí cuanto antes!

Abby pronunció las palabras del hechizo de teletransportación y abandonó la Sala de Pruebas, dejando solo a Lincoln. Se materializó en la cúspide de la Torre, en la habitación que había sido el estudio del Maestro, y se dirigió hacia el espejo mágico. La sala estaba desierta, y el espejo seguía en un rincón, cubierto por el paño de terciopelo azul. Abby no necesitaba acercarse más para saber que la puerta dimensional estaba cerrada.