XII

HISTORIAS DEL PASADO

—Mala suerte —repitió la voz del espejo.

Abby volvió a retirar las manos del Óculo, perpleja.

—No esperaba que hubiese aprendido a controlar sus cambios.

—Era un plan muy retorcido, querida. De modo que pretendías que los lobos matasen a Anya para echarle las culpas a Raven ante los de su raza, ¿no?

—Podría haberla lanzado a ella también al Laberinto de las Sombras —murmuró Abby—. Pero es demasiado pronto aún; todavía no he tenido ocasión de verla sufrir.

—Pobre elfa, —comentó la voz—. Me pregunto qué habrá hecho para merecer esa sed de venganza por tu parte.

Abby no respondió.

—De todas formas, no olvides nuestro trato: puedes jugar con Raven todo lo que quieras, pero, al final, ha de ser mía.

—No te preocupes: la tendrás. Una vez haya terminado con ella, la arrojaremos al Laberinto de las Sombras, para que haga compañía a Lexa… o a lo que quede de ella.

Raven se estiró para habituarse a caminar erguida. Se volvió hacia el lugar por donde había desaparecido el lobo blanco, con una expresión seria y pensativa.

—¿Era amigo tuyo? —preguntó Lincoln. Pero Raven no contestó. Se volvió hacia los aprendices y les dirigió una mirada severa.

—Sabíais que no debíais salir de la Torre de noche. ¿Dónde está Clarke?

Avanzó hacia ellos, pero los chicos retrocedieron, intimidados.

—Tú… —empezó Salamandra—. Eres un…

—… ¡Licántropo! —completó Anya—. ¡Una elfa-loba, una bestia que no merece vivir entre seres racionales!

—Por eso te desterraron —murmuró Salamandra—. Por eso no puedes volver a tu tierra.

—No voy a haceros daño —dijo Raven—. Os he salvado la vida, ¿no?

Clarke la observaba atentamente.

—De modo que lo has conseguido —murmuró—. Has aprendido a controlar tus cambios.

Pero Raven ya no podía escucharla. Solo en forma lobuna podían sus sentidos percibir a los seres como Clarke.

—¡Clarke! —la llamó—. Donde quiera que estés, me debes una explicación, ¿no te parece?

Lincoln respondió por ella.

—Estabas inconsciente; no había tiempo que perder, y Clarke pensó que debíamos abrir la puerta nosotros, y dejarle entrar en el Laberinto de las Sombras para rescatar a Lexa. Como no confiábamos en Abby, decidimos huir de La Torre.

El rostro de Raven cambió ante la mención de la hechicera.

—En eso os doy la razón —asintió—. Habéis hecho bien en marcharos. Teníais razón, y yo estaba equivocada.

—Anya dice que Abby quería ser la Señora de la Torre, y que no ayudaría a Lexa por nada del mundo —intervino Monty.

Raven se volvió rápidamente hacia Anya, que retrocedió un paso.

—No vuelvas a acercarte a Abby, muchacha. Quiere algo más que la Torre; quiere el Reino de los Elfos.

Anya abrió la boca, sorprendida, pero no llegó a decir nada. De pronto el rostro de Raven se crispó con una mueca de dolor; le flaquearon las piernas y cayó de rodillas sobre la nieve.

—¡Estás herida! —exclamó Salamandra.

Corrió junto a ella, pero no se atrevió a acercarse más. Aún recordaba con espantosa claridad la imagen del lobo que había sido Raven.

—No quieres tratos con una bestia, ¿eh? —murmuró la elfa con cierta amargura. A Salamandra se le encogió el corazón. Se arrodilló resueltamente junto a ella para examinarle las heridas, y le dijo en voz baja:

—Tú no eres una bestia. Eres Raven, mi amiga y Maestra.

Ella no dijo nada. Se limitó a apartarla de sí con suavidad y a pronunciar las palabras del hechizo de autocuración.

—¿Crees que tienes fuerzas? —preguntó ella, preocupada; pero Raven siguió adelante con el hechizo hasta que sus heridas cicatrizaron del todo.

Trató de levantarse entonces, pero se había quedado tan falta de energías que tuvo que apoyarse en el hombro de Salamandra.

—Os diré qué es lo que vamos a hacer —dijo—. Quiero que, en cuanto recuperéis fuerzas, abramos la puerta al Laberinto de las Sombras entre todos; pero solo Clarke y yo entraremos a buscar a Lexa. Monty y Lincoln irán al Consejo de Magos a denunciar a Abby; Anya y Salamandra viajarán al Reino de los Elfos para poner las cosas en su sitio.

Los aprendices estaban demasiado cansados para replicar. Sin embargo, Anya objetó:

—No podemos abrir la puerta del Laberinto de las Sombras. Es exactamente lo que Abby quiere que hagamos.

Salamandra miró a Clarke, que apretó los puños con rabia.

—Pero hemos de hacerlo, o Lexa estará perdida —dijo—. ¿No hay alguna forma de protegernos contra Abby?

—Sí, la hay —dijo Raven, y sonrió.

La imagen de la bola de cristal se hizo borrosa y, de pronto, desapareció.

—¡Condenada maga! —gruñó la hechicera—. Ha velado el Óculo.

El aullido de un lobo resonó escalofriantemente cerca.

—Se te acaba el tiempo, Abby.

Ella se volvió furiosa hacia el espejo.

—¡También a ti! Si Clarke y la maga entran en el Laberinto y rescatan a Lexa…

—Nunca lo conseguirán. Para ello, primero deben derrotar al Laberinto, y después derrotarme a mí. En cambio no parece que tú vayas a poder evitar que esos aprendices denuncien tus intrigas al Consejo de Magos…

—No es el Consejo lo que me preocupa. —Abby se acercó a la ventana, pensativa.

—Es Anya. Ella tiene aún partidarios poderosos en la Corte.

La voz rió de nuevo. Abby se volvió hacia el espejo, irritada.

—Creo que ha llegado la hora de que me ocupe personalmente de todo este asunto.

Otro aullido ascendió hasta ellos.

—Date prisa—, aconsejó la voz que hablaba desde el mundo de los muertos. —Los lobos vienen por ti.

—A mí me gustaría saber quién es Clarke —declaró Lincoln.

Los demás asintieron, apoyando su petición. Raven los miró, dudosa. Salamandra desvió la mirada hacia Clarke, pero la muchacha tenía la vista fija en el fuego, como si no estuviera escuchando. Dentro de la campana de protección, y ahora que Raven estaba con ellos, los aprendices se sentían algo más seguros. Resguardados de la nieve, del frío, de los lobos y de la mirada de Abby, mientras trataban de recuperar fuerzas para aquel hechizo vital para el futuro de Lexa y de la Torre, los chicos hablaban para que el silencio no los llenase de malos presagios.

—Está bien —accedió la elfa.

Clarke no se movió. Los aprendices se prepararon para escuchar la historia.

—Hace quince años, cuando Lexa llegó a la Torre —comenzó Raven—, allí solo vivíamos tres personas: Harper, el Maestro y yo. El Maestro era un hombre solitario y centrado en sus estudios, y su única obsesión era convertirse en Archimago. Lexa se limitaba a estudiar y a ir avanzando grado a grado. Ella y yo no teníamos mucha relación entonces, pero a ella eso parecía no importarle: no estaba sola, nunca estuvo sola.

Clarke seguía mirando el fuego, con la cabeza inclinada y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Aunque yo no lo sabía, Lexa no era como los demás chicos de su edad, ni siquiera como los demás magos. Por eso la trajo el Maestro al valle. Habéis visto el espejo de Abby, ¿verdad? Ese tipo de objetos no están al alcance de cualquiera. Por tanto, muy pocos magos pueden hablar con el Más Allá. Bien, pues a Lexa nunca le haría falta una cosa parecida. Porque ella había nacido con el poder de comunicarse con los espíritus de los muertos.

Clarke respiró hondo y cambió de posición, desviando la mirada hacia el espeso manto de nieve que caía fuera de la campana protectora.

—Ese tipo de magos son sumamente raros —prosiguió Raven—. Se llaman Kin-Shannay, y son un portal abierto entre ambas dimensiones. Por tal motivo, los espíritus del Otro Lado los cuidan y protegen, y asignan a cada uno un guardián, un compañero, para que viva junto a ellos los primeros años de su vida y los adiestre en el camino a seguir. Esa era la misión de Clarke, y por eso su espíritu volvió del mundo de los muertos, para proteger a Lexa hasta que fuera la hora de abandonarla. Cosa que, desgraciadamente, sucedió cuando ella tenía quince años. No se habían vuelto a ver hasta hace unos días, cuando ella…

—Cuando ella volvió para advertirla de un grave peligro, la maldición —completó Salamandra—. Entonces, ella… tú… —rectificó, volviéndose hacia Clarke—. ¿Eres un fantasma?

—Sí, maldita sea, soy un fantasma —dijo Clarke, irritada—. Me mató un dragón hace quinientos años, cuando yo no había cumplido los diecisiete, ¿contenta? Nunca había apreciado tanto la vida como cuando volví a vivirla junto a Lexa, y eso que yo ya no tenía cuerpo y solo ella podía verme…

—… Pero no podía tocarte —adivinó Salamandra, conmovida—. Y se enamoró de ti.

—¿Podemos hablar de otra cosa? —gruñó Clarke—. Me resulta bastante doloroso recordarlo, ¿sabes?

Salamandra dijo a los demás lo que le había dicho Clarke, y la elfa sonrió con tristeza.

—Es un sentimiento que no conoce las fronteras de la vida y la muerte —dijo—. Por eso el Maestro ha enviado a Lexa al Laberinto de las Sombras, un destino peor que la muerte, como dijo Clarke. Si ella se deja vencer por el poder del Laberinto, desaparecerá sin más, y no estará ni viva ni muerta; por lo tanto, ella y Clarke nunca volverán a encontrarse, ni en este mundo ni al Otro Lado.

Clarke se levantó bruscamente y se alejó de ellos, perdiéndose en la oscuridad.

—¡Clarke! —la llamó Salamandra, pero ella no respondió.

—¿Se ha ido? —preguntó Monty, mirando a todas partes.

—Has sido muy poco delicada con ella, Raven.

—Bueno, no es difícil olvidar que ella está presente —opinó Lincoln—. Nadie puede verla, excepto Salamandra.

La chica oprimió con fuerza el colgante de Lexa. Raven le brindó una cálida sonrisa.

—Volverá, no te preocupes. Solo necesita estar sola.

—Es complicado todo esto —gimió Monty—. No acabo de entender lo que está pasando.

—Es sencillo —sonó la voz de Anya, fría y desapasionada—. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Abby tiene al Consejo de Magos de su parte. Jamás me habrían enviado al Valle de los Lobos si ella no hubiese querido.

Sobrevino un silencio. Raven asintió, pesarosa.

—De modo que ella quería venir a la Torre. ¿Para qué? ¿Para usurpar el puesto de Lexa? ¿Para vengarse de mí? ¿Para deshacerse de Anya fuera del Reino de los Elfos?

—Para las tres cosas —dijo Salamandra—. Y, si os dais cuenta, no está sola.

—La voz del espejo —recordó Monty—. ¿Queréis decir que quizá se trate del Maestro?

—Con toda seguridad —respondió Raven—. Ahora empiezo a verlo claro, esos dos han hecho un trato.

—¿Un trato?

—Un trato de ayuda mutua. Es algo común entre magos de gran poder. Cada uno de ellos tiene un objetivo distinto; se alían para conseguir ambos objetivos, y así los dos salen beneficiados.

—El Maestro solo quiere una cosa: venganza. En esa venganza entramos Lexa y yo, y posiblemente Clarke, aunque en menor medida. Y Abby quiere…

—Ser la soberana del Reino de los Elfos —dijo Anya, sombría.

—El plan era retorcido, pero, hasta el momento, les ha dado buenos resultados. Abby se puso en contacto con el Maestro, o quizá fue él quien la llamó a ella, no lo sé. Con la puerta de Abby abierta, el Maestro podía llevar a cabo su venganza en el mundo de los vivos. Por tanto, ella le ayudaba a enviar a Lexa al Laberinto de las Sombras, y a cambio obtenía un escenario perfecto para sus planes: la Torre, situada en un remoto valle, con cuatro aprendices, sin Maestros… ya que Abby se aseguró también de que yo me mantuviera inconsciente durante algunos días…

—Pero, si lo que ella quería era matar a Anya —intervino Salamandra—, ¿por qué ella sigue viva? Abby ha tenido muchas ocasiones para hacerlo.

—No lo sé. Imagino que hay una parte de su plan que se me escapa, pero no consigo adivinar en qué consiste. Y, de todos modos, ya habéis visto que no debía de ser un mal plan, ya que ha estado en un tris de matarnos a todos.

—Supongo que querría echarle la culpa a los lobos del valle —dijo Lincoln, que llevaba un buen rato sin hablar—. No podía matar a Anya así, sin más. Es una princesa. Pero me parece que se las ha apañado bastante bien para conseguir que ella saliese corriendo de la Torre de noche, para que los lobos acabasen con ella. Si no es así, no me explico por qué no le había dicho a Anya que era peligroso salir de noche. Todos lo sabíamos, excepto ella.

—A mí me sorprende que Raven siga viva —declaró Monty—, dado que los dos magos quieren vengarse de ella.

—Tengo muchos enemigos —asintió la elfa lúgubremente—. Imagino que tenían… o tienen… otros planes para mí.

Salamandra se estremeció y la miró fijamente.

—Saben que vas a entrar en el Laberinto de las Sombras de todas formas —dijo.

—Lo único que tienen que hacer es asegurarse de que no vuelvas a salir.

Bellamy supo enseguida que Abby se había ido. Lo supo porque los lobos comenzaron a aullar más alto, y porque había algo en la Torre que no era igual. El edificio pareció de pronto más silencioso, más vacío, más solo.A Bellamy no le importó. Hasta aquel momento no había podido dormir, temeroso de que Raven o Abby acudiesen a ajustar las cuentas con él. Ahora que ninguno de los dos estaba en la Torre, el muchacho podía respirar tranquilo. Podía imaginar perfectamente por qué se había marchado Abby, y adonde había ido. No compadecía a sus compañeros; si habían sido lo bastante estúpidos como para cruzarse en el camino de una Archimaga ambiciosa, ellos mismos se lo habían buscado. Se frotó los ojos, cansado y soñoliento. Iba a volver a acostarse cuando los aullidos de los lobos reclamaron de nuevo su atención. Los escuchó sin mucho interés. Decían lo de siempre. Hablaban de maldiciones y venganzas. Pero esta vez sonaban triunfantes y transmitían un nuevo mensaje.

—Cuidado, magos. Ya nada nos impide entrar en la Torre. Vamos por vosotros.

El terrible rugido del viento despertó a Salamandra de un sueño inquieto y poco reparador. Se incorporó un poco y vio a sus compañeros durmiendo, con excepción de Clarke, que no estaba, y de Raven, que contemplaba la hoguera, pensativo. Se acercó a ella.

—Deberías estar durmiendo —se limitó a decir la elfa.

Salamandra no replicó. Se sentó junto a ella.

—¿En qué piensas?

Raven guardó silencio. Luego dijo:

—¿Recuerdas el lobo blanco que me ayudó en el desfiladero? Pues no es uno de los lobos del valle. Nunca lo había visto antes.

—Bueno, sería un lobo extranjero que estaba de paso. ¿Qué tiene eso de particular?

—No era un lobo corriente. No me refiero a que estuviese o no embrujado debido a una maldición, es… —calló un momento; luego prosiguió, en voz baja—: Creo que es como yo.

—¿Un hombre-lobo…? Quiero decir, ¿un elfo-lobo?

—No lo sé. Solo nos miramos un instante, y luego… Pero ojalá pudiera volver a encontrarlo. Puede que él tenga la respuesta a mis preguntas.

Salamandra no dijo nada. Raven añadió:

—Pero ahora no tengo tiempo de ir en su busca. Tenemos que entrar en el Laberinto de las Sombras antes de que sea demasiado tarde.

Salamandra asintió en silencio. Desvió de nuevo su mirada hacia el fuego de la hoguera, y Raven descubrió que temblaba.

—Tengo miedo —dijo ella, contestando a la muda pregunta de la elfa.

—No vas a entrar en el Laberinto, Salamandra. No te preocupes; pronto habrá acabado todo esto para ti.

—No. —Salamandra se irguió para mirarlo a los ojos—. Solo acaba de empezar —se observó las manos con desolación—. ¿Qué es lo que soy, Raven? ¿Por qué soy así?

Raven colocó una mano sobre su hombro, en señal de consuelo.

—Tienes un gran poder, muchacha. Ahora te asusta, pero cuando aprendas a controlarlo…

—¡Controlarlo! Tú no has visto lo que hice en el bosque.

—Le salvaste la vida a Lincoln, por lo que tengo entendido.

—Pero fue casualidad. Todo fue muy rápido, apenas apunté. Podría haber fallado y haberlo calcinado a él. —Salamandra se cubrió el rostro con las manos—. Oh, Raven; si le hubiese hecho daño a Lincoln, no me lo habría perdonado nunca.

—Pero no lo hiciste. Le salvaste la vida, y es lo que cuenta, ¿no?

Salamandra suspiró y volvió a mirarlo a los ojos.

—Tengo miedo de mí misma —confesó—. Quiero hacer muchas cosas, no soporto quedarme sentada mientras hay problemas. Pero solo soy una aprendiza de primer grado, eso es lo que me dice la gente. Y, sin embargo, si saco lo que hay dentro de mí… —se estremeció—. Podrían pasar cosas terribles. Hasta ahora ha ido bien, pero… ¿y más adelante?

—Irá bien, estoy convencido. Verás, la mayoría de los que venimos aquí tenemos algo dentro que no podemos controlar. Pasamos mucho tiempo angustiados, pensando que somos diferentes, que somos monstruosos, que la gente no nos va a aceptar. Hasta que comprendemos que ese lado salvaje también forma parte de nosotros mismos; no hay que luchar contra él, solo aprender a controlarlo y canalizarlo de forma adecuada. Entonces aprendemos que no se trata de un error de la naturaleza; es un don, un regalo, si hacemos buen uso de él.

Salamandra miró a su amiga, pensativa.

—¿También a ti te pasó eso?

—También a mí. Pero para mí fue mucho más terrible, créeme. Maté a mucha gente antes de poder controlar mi lado salvaje.

Salamandra se estremeció. Raven la miró con simpatía.

—Para ti, en cambio, será diferente. Porque ya has empezado a aprender.

Ella no dijo nada durante un rato. Entonces, lentamente, murmuró:

—También tengo miedo por otras cosas, Raven. Tengo miedo por ti. Tengo miedo de que no logres volver y el Laberinto de las Sombras te destruya.

Raven sonrió.

—Cuando encuentras un obstáculo debes luchar para superarlo —dijo. —Cuando, a pesar de todos tus esfuerzos, ese obstáculo te vence, es porque era tu destino que sucediese así.

Salamandra se levantó de un salto.

—¡No! —dijo—. Yo no lo acepto. Yo no creo que haya un destino que está escrito. Y si es así, y tu destino es quedar encerrado en el Laberinto de las Sombras, yo lo cambiaré.

Se alejó de ella, muy confusa, y Raven no hizo nada para detenerla. Salamandra sentía que tenía las mejillas ardiendo, y buscó un lugar privado para sentarse a pensar.

—La has visto transformada en lobo y ni siquiera te importa —oyó la voz de Clarke en un susurro—. Supongo que debe de ser amor.

—Lexa sabe que estás muerta y ni siquiera le importa —respondió ella—. Eso también es amor —se volvió para mirarla—. Por eso sé que lo conseguiremos, Clarke. Ella no va a rendirse. Luchará hasta el final. Por ti.

—Y por vosotros —añadió Clarke.

Hubo un breve silencio. Entonces, Salamandra confesó:

—Sí que me importa. Le tengo miedo.

—Cuando yo la conocí —rememoró Clarke—, todas las noches de luna llena se transformaba sin remedio y se convertía en una bestia asesina. Raven ha sufrido mucho, Salamandra.

—Ella… Abby… la rechazó, ¿verdad? Y ella todavía la quiere.

—No. En eso te equivocas. Estoy convencida de que ya no la quiere.

Ella alzó la cabeza con una luz de esperanza en sus ojos oscuros.

—Pero —añadió Clarke—, yo que tú esperaría. Puede que no te hayas dado cuenta aún, Salamandra, pero tienes el corazón dividido.

Ella sacudió la cabeza con una sonrisa, y se volvió para mirarla. Clarke contemplaba la tormenta de nieve con un brillo especial en la mirada. Se había sentado sobre una roca baja, con los brazos sobre las rodillas.

—Es extraño —comentó la muchacha—. Pareces…

—¿Real? —la ayudó ella—. ¿Corpórea? No todos los fantasmas son como yo, en eso tienes razón. Yo regresé de nuevo al mundo de los vivos; todo es exactamente igual… excepto mi cuerpo.

Salamandra no quiso preguntarle dónde estaba su cuerpo… o lo que quedara de ella. Se le hacía muy extraño hablar de aquello.

—Y, aun así, la quieres.

—Puedo sentir cosas —aseguró Clarke—. Ahora mismo siento a Lexa muy, muy cerca… aquí —y se llevó la mano al pecho—. Siento un dolor terrible. Siento…

Clarke calló. Salamandra también. Luego, la joven dijo:

—¿Cuántos años tiene ella?

—No lo sé. Entre veinticinco y treinta, supongo.

—Pero tú no pareces tener más de dieciséis…

—Tú lo has dicho: parezco. Ahora me ves con el aspecto que tenía en la época de mi muerte. En realidad, tengo más de quinientos años, Salamandra.

—¡Otra longeva! —suspiró ella.

—Soy más que eso —repuso ella con una sonrisa—. Soy eterna. Y tú también lo eres, ¿sabes? Todos lo son, excepto aquellos que acaban sus días en el Laberinto de las Sombras. Es eso lo que quieren arrebatarle a Lexa su espíritu.

—Es terrible —dijo ella, estremeciéndose.

—Sí, ya lo sé. Por eso tenemos que rescatarla cuanto antes —se levantó—. Mejor será que despertemos ya a los demás. Ha llegado la hora.

Bellamy se dio cuenta de que Abby lo había abandonado a su suerte cuando los lobos comenzaron a arañar las puertas de la Torre. Estaba pensando qué podría hacer para ahuyentarlos cuando oyó un grito proveniente de la parte baja, y recordó que no estaba solo en la Torre. Se teletransportó hasta la cocina, donde Tina intentaba atrancar la puerta de salida al patio. Fuera, los lobos gruñían y arañaban la madera, tratando de entrar. La cocinera se volvió hacia Bellamy, aterrada.

—¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Por qué no hace nada la Señora de la Torre?

—Se ha ido, Tina. Todos se han ido. Estamos solos tú y yo.

Una maga y cuatro aprendices formando un círculo. Una maga y cuatro aprendices recitando, por turno, las palabras mágicas. Una maga y cuatro aprendices abriendo la puerta al Laberinto de las Sombras. La furiosa tormenta de nieve seguía golpeando la campana protectora, pero Raven y los chicos no parecían notarlo. Concentrados en su tarea, solo se preocupaban de dos cosas acumular toda la energía mágica que les fuera posible y pronunciar correctamente las palabras del conjuro. Uno por uno fueron realizando las invocaciones a los elementos. Uno por uno fueron aportando su magia. Uno por uno fueron contribuyendo a que la puerta entre ambas dimensiones se abriese un poco más. Finalmente, cuando el círculo estaba a punto de romperse, la puerta se abrió. Los cinco abrieron los ojos, con precaución. Frente a ellos, en el centro del círculo, había un enorme agujero gris que giraba lentamente sobre sí mismo. Raven se quedó mirándolo, con semblante inexpresivo. Soltó las manos de Lincoln y avanzó un paso al frente. Pero Clarke se le adelantó. Entró en el círculo y se arrojó temerariamente al interior del agujero interdimensional.

—¡Clarke! —gritó Salamandra, y Raven dio un respingo—. ¿Qué ha pasado?

—¡Clarke ha entrado en el Laberinto!

Raven se volvió hacia sus alumnos.

—En tal caso, ha llegado la hora de despedirnos. Ya sabéis lo que tenéis que hacer.

Salamandra avanzó hasta situarse frente a ella y mirarla a los ojos. No fue capaz de decirle nada, pero Raven leyó en su mirada cuáles eran sus sentimientos.

—No sufras, Salamandra —dijo—. Volveré. No creo que sea mi destino desaparecer entre las sombras como si jamás hubiese existido.

Salamandra sonrió débilmente.

—No, tampoco yo lo creo.

Se separó de ella y le dio la espalda.

—¿Lista, Anya? —preguntó.

La princesa elfa nunca llegó a contestar a esa pregunta. Súbitamente un viento huracanado salido de no se sabía dónde la empujó, junto con el resto de los aprendices, hacia la puerta del Laberinto de las Sombras. Rápidamente, el agujero se los tragó. Raven saltó hacia delante con un grito, pero llegó demasiado tarde. Se había quedado sola. Se disponía a lanzarse tras los chicos cuando oyó una voz conocida:

—Has podido ocultarte de mí durante mucho tiempo, maga. Pero ni tu campana protectora puede evitar que yo encuentre la puerta al Laberinto de las Sombras, una vez que ha sido abierta.

La alta figura de Abby avanzó hacia ella desde las sombras de la tormenta de nieve. Raven la miró con un rictus de rabia dibujado en su rostro.

—¿Por qué lo has hecho? Solo son jóvenes aprendices.

—… Que iban a denunciarme al Consejo de Magos.

Raven quiso matarla allí mismo, pero se contuvo a duras penas.

—Déjalos marchar. Tú solo me odias a mí, Abby.

Ella le dirigió una mirada pensativa.

—Ahora estás demasiado débil como para defenderte —dijo—. Te tengo en mi poder. Por fin puedo destruirte, como tendría que haber hecho cuando descubrí quién eras.

Ladeó la cabeza y siguió observándola, pensativa.

—Llevo mucho tiempo esperando este momento. Esperando el momento de mi venganza. Ahora vendrás conmigo, maga, y me aseguraré de que sufres lo indecible antes de morir…

—¡No! —tronó de pronto una voz, y las dos elfas se volvieron rápidamente—. Un trato es un trato, Abby. Has desaprovechado tu oportunidad. Ahora Raven me pertenece a mí.

Ninguna de las dos magas vio a la persona que se escondía tras aquella voz, pero sí se dieron cuenta de que procedía de la puerta al Laberinto de las Sombras. Antes de que ninguna de las dos pudiese reaccionar, el agujero dimensional se agrandó y comenzó a girar más rápido; un extraño efecto de succión tiró de Raven hacia la puerta…

La elfa ahogó un grito y alargó el brazo, tratando de agarrarse a algo.

Y encontró el brazo de Abby.

Ella chilló y trató de desasirse, desesperada, pero ya era tarde.

En apenas unos segundos, Raven había desaparecido por la puerta dimensional, arrastrando a Abby con ella.