Merodeadores, Año dos


Sirius despertó a la mitad de la noche ante el familiar peso de alguien sentándose en su cama.

—¿Pesadillas? —preguntó sin abrir los ojos. Se había convertido de alguna manera en un ritual desde el año anterior que Remus fuera a despertarlo cuando estaba plagado de pesadillas.

—No —dijo Remus tranquilamente—. Yo sólo… Yo sólo quería estar seguro de que tú estuvieras bien, supongo.

Sirius se incorporó con un fuerte suspiro.

—Sí, creo que sí. —Entonces sonrió—. Me sentiré mucho mejor mañana cuando veamos sus caras…

—Sirius, hacerle bromas a los Slytherins no va a hacer que el problema desaparezca mágicamente. —Los ojos color ámbar de Remus brillaban intensamente a la luz de la luna menguante. Sirius no estaba seguro de que podría acostumbrarse a esos ojos extraños alguna vez.

—Remus —Sirius comenzó con cautela—, ¿de dónde sacaste todas esas cicatrices que tienes?

El chico más joven pareció entrar en pánico por un momento y rápidamente desvió su mirada.

—Prometiste que no volverías a preguntarme eso —murmuró.

—Lo sé, lo siento —Sirius se disculpó rápidamente y mordió su labio—. Sólo necesito saber… Necesito saber que no estoy solo…

Remus estaba bastante tranquilo mientras parecía luchar con qué decir, podía sentir los ojos de Sirius quemando dentro de él, rogándole.

—Lo siento, Sirius —susurró—, pero te lo prometo, no estás solo.

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A la mañana siguiente en el desayuno, los Slytherns llegaron tarde.

James, Sirius, Peter y Remus mantuvieron sus cabezas abajo, ocupados con su tostada y mermelada hasta que repentinamente todo el Gran Comedor estalló entre risas. Cuando se atrevieron a levantar la mirada de sus platos, se encontraron con la misma escena que esperaban encontrar. Los Slytherins caminaron en un silencio mortal, cada uno luciendo un cabello color escarlata y dorado, y viéndose tan enojados que sus rojos rostros combinaban.

Los cuatro chicos se unieron a las risas del resto de los estudiantes, las que sólo aumentaron cuando Regulus, Bellatrix y Severus se acercaron a ellos.

—Sirius —dijo Regulus entre dientes.

—Buenos, hahaha… ¡Buenos días, Reggie! —Logró decir Sirius, jadeando por aire y en verdad comenzando a hipar— ¡Te ves bastante enérgico esta mañana!

—¡Ustedes hicieron esto! —dijo Snape, sus pequeños y brillantes ojos oscuros los miraban fijamente.

—¿Cómo? —preguntó Remus, con mucha calma— ¿Cómo demonios entraríamos en su Sala Común sin ser vistos? Y mucho menos, sin conocer la contraseña.

—No intentes actuar como inocente, Lupin. ¡Esto los tiene a ustedes escrito por todas partes! —chasqueó Snape.

—Si hubiésemos sido nosotros, y no estoy diciendo que así fuera —James dijo con timidez—, debo decir que estoy impresionado por ti, Snivellus. Tenía la seria impresión de que no te duchabas.

—Oh, honestamente —dijo Lily, fuertemente entre las mordidas de panqueques—, ¿alguna vez madurarán?

—Habrá un montón de tiempo para eso cuando envejezcamos, Evans —James sonrió, desordenándose el cabello.

—¡Cálmense todos! —La voz de Dumbledore habló con calma sobre el caos. Una que vez que todos obedecieron, continuó—: Ahora bien, es bastante agradable ver a los Slytherins mostrando tanto apoyo a otras casas —sonrió gratamente—. Cincuenta puntos…

—¡Todo es su culpa, Profesor! —gritó Bellatrix, apuntando con un dedo tembloroso a los chicos.

—Oh —el tono del director cambió—. Bueno, eso es bastante diferente. Iba a premiar a la casa de Slytherin con cincuenta puntos extras por su espíritu escolar. Pero por desgracia, parece que me he equivocado.

Había arrebatos de furia y decepción desde la mesa de Slytherin. Sirius le sonrió engreídamente a su hermano molesto, con una mirada que claramente se atrevía a desafiar al menor.

—Sólo espera, Sirius —susurró Regulus antes de que él, Bellatrix y Severus regresaran a su mesa.

El desayuno terminó y los estudiantes fueron empujados a salir del comedor para llegar a sus clases, los chicos agarraron sus cosas, todo listo para ir a Encantamientos cuando fueron detenidos por la profesora McGonagall, quien los miraba hacia abajo desde detrás de sus gafas rectangulares.

—Ustedes cuatro, a mi oficina. Ahora.

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—¿A alguno de ustedes le importaría decirme cómo se las arreglaron para cambiar el cabello de todos los Slytherins al color de Gryffindor sin saber cómo entrar en su Sala Común? —McGonagall preguntó.

—… si usted no sabe cómo podríamos haberlo hecho —dijo Remus cuidadosamente—, ¿cómo puede estar segura de que fuimos nosotros?

McGonagall le dio una especie de mirada sin expresión.

—Sr. Lupin, no es ningún secreto que ustedes cuatro tienen una habilidad especial para armar problemas.

—Pero aún no lo puede decir con certeza

—No, Señor Black, no puedo. Puedo, sin embargo, deducir que dado sus talentos para el engaño y su evidente rivalidad con los Slytherins que no son exactamente inocentes tampoco.

Ninguno de los chicos dijo una palabra.

—Ahora, ustedes pueden pensar que pueden sólo ir merodeando por el castillo…

—¿Qué significa eso? —Peter arqueó una ceja.

—Saquear, robar, todo sobre la delincuencia —Remus ayudó.

—Genial. Suena como un pirata —Peter sonrió.

La Profesora McGonagall no se veía tan entretenida como lo hacían los chicos.

—Chicos —continuó ella seriamente—, este es el primer día de clases. ¿De verdad tengo que decirles que se comporten?

—Lo sentimos, profesora —los tres corearon.

La subdirectora suspiró fuertemente.

—Vamos, entonces. A Encantamientos ustedes. —Y los dejó irse.

Sirius gritó de la risa cuando caminaron hasta la clase del profesor Flitwick.

—¡No puedo creer que no salváramos de esta! ¡James, esa capa es más que brillante!

—Te dije que lo sería —James dijo orgullosamente, y los dos chicos chocaron los cinco.

—Tuvimos suerte de que no pudiera culparnos —dijo Remus—. Pero de verdad, necesitamos ser cuidadosos. Parece que ya nos hemos creado una reputación.

Peter asintió de acuerdo.

—Sí… ¿Qué fue eso que nos ha llamado? ¿La palabra pirata?

Remus rio.

—Merodeadores.

—Sí, esa. Me gustó.

—Suena bien —dijo Sirius con una sonrisa orgullosa.

—Definitivamente —James aceptó—. Pero Remus tiene razón, necesitamos ser cuidadosos de no ser atrapados. Estuvimos muy cerca con Filch y Peeves… y en serio, creí que tomábamos un atajo para Encantamientos, ¿dónde estamos? —dijo observando el pasillo— Malditas escaleras que se mueven… De verdad necesitamos un mapa para este maldito castillo…

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Septiembre pasó y con él, el clima más frío. Era comienzos de Octubre cuando un familiar argumento irrumpió en la sala común de Gryffindor.

—¡Remus, de verdad no veo por qué tienes que ir a tu casa mañana! ¡Es la mitad de la semana! —Sirius resopló.

Remus, viéndose bastante exasperado como usualmente lo hacía cuando el tema de regresar a casa aparecía, lentamente bajó su texto de pociones y refregó sus cansados ojos.

—Sirius, por favor… Ya superamos esto.

—Sí, lo sé, y dije que no volvería a molestarte con eso nunca más. Pero yo…

—¡Pero nada, Sirius! ¡Dijiste que te detendrías!

—Dejen de gritar —gruñó Peter—. Estoy tratando de escribir este estúpido ensayo.

—Tú sabes que es inútil, Pete. Deja que peleen —James suspiró.

—Sí, dijiste que dejarías de molestarme con eso, pero aquí estamos teniendo la misma maldita…

—Sólo no creo que sea justo que tus padres pongan tu educación en riesgo…

—¿Mi educación en riesgo? Sirius, eso es ridí…

—¿Tienen que discutir todo el tiempo ustedes dos? —Marlene McKinnon gritó desde el otro lado de la sala común— ¡Todos tenemos que estudiar, saben!

—Oh, cierra la boca, McKnickers* —Sirius bromeó.

—Sirius, en serio…

—No, ¡Remus! Quiero saber por qué…

—James, ¿por qué la luna necesita estar llena cuando preparas la poción de locura temporal? —Peter preguntó suavemente, intentando ignorar el caos alrededor de ellos.

—Er, creo que era algo sobre la fuerza gravitacional… Aunque no tomé notas en la clase de ayer. ¿Remus, tienes las notas de Pociones?

—Sí, Remus. Ya que no estarás aquí mañana para preparar la poción, también deberías darle tus notas a James —Sirius refunfuñó. Y luego Remus cerró de golpe su libro abajo, haciendo que toda la sala común se quedara en completo silencio.

¡Sirius, es suficiente! —El chico castaño prácticamente gruñó. Cada ojo en la Sala Común de Gryffindor estaba sobre ellos— ¡No tengo que explicarte nada sobre mí! ¡Ahora, hazme a mí y a ti mismo un maldito favor y deja de entrometerte! —Tomó sus libros, lanzándole sus apuntes de Pociones a James y a Peter—. La fuerza gravitacional de la luna. Efectos de las mareas en los líquidos de la poción y en el cuerpo de la persona que la bebe hace que la mente se deslice temporalmente en la locura o demencia —murmuró de mal humor antes de irrumpir hasta el dormitorio.

Sirius se cruzó de brazos y miró por donde se fue.

—… Seguro parece que está afectando la mente de alguien.

James rodó los ojos.

—Ustedes dos se van a matar uno de estos días. Siéntate y escribe tu maldito ensayo, Sirius.


N/T McKnickers: Se traduce a McBragas.