Nadie está solo —Año dos
—Hemos estado estudiando estos libros por semanas —gruñó Peter una tarde a la mitad de diciembre. James, Sirius y Peter estaban despiertos en su dormitorio, acurrucados en la cama de Sirius con las cortinas cerradas. Era la noche de luna llena, y como era usual, Remus no estaba presente.
—Tenemos que estar cien por ciento seguros —murmuró James, hojeando Animales Fantásticos y Dónde encontrarlos por la cuarta o quinta vez—. Aunque debo admitir que… Estoy bastante agotado —suspiró, llevándose una mano a través del cabello—. ¿Qué piensas, Sirius?
Sirius había estado mirando fijamente ausente la misma página de Lecciones en Licantropía por unos sólidos quince minutos sin decir una palabra.
—¿Sirius? —repitió James, pero el otro chico aún no respondía— ¡Oye, Black! —El chico con gafas le lanzó una almohada, golpeándolo en la cara.
—¿Huh? —Sirius pestañeó hacia él— ¿Qué?
—¿Estás bien? —preguntó Peter.
Sirius se encogió de hombros.
—Sí, supongo que sí…
James se encogió de hombros también, cerrando su libro.
—Esta fue tu idea, sabes… Y parece que tenías razón. ¿Qué está molestándote?
Suspirando, Sirius cerró su propio libro y se apoyó en su cabecera.
—No sé… Bastante, supongo. Primero que todo, si estamos en lo correcto, es un gran problema. Piénsenlo, todos estos libros hablan de lo dolorosas que son las transformaciones. ¿Pueden imaginar a Remus pasando por todo eso? Quiero decir, sólo tenemos doce por el amor de Godric. Qué edad tendría él cuando fue… ya saben…
—¿Mordido? —proporcionó James y Sirius se encogió de hombros.
—Sí… Y… no lo sé, siempre escuché a mis padres hablar sobre mestizos…
—Que se jodan tus padres —dijo James severamente haciendo una mueca de disgusto—. No uses ése término con Remus. A la mierda lo que dicen tus padres, tú mismo has dicho que son intolerantes, idiotas prejuiciosos.
—Bueno, digo en serio la mayoría de las cosas… ¡Oye! —James lo había golpeado en la parte posterior de la cabeza.
—¡Sirius! ¡Has estado fastidiando con esto desde el año pasado! Tú eres el que nos ha hecho escondernos de Remus para aprender de hombres lobo y el que se rehúsa a escuchar cualquier cosa de él siendo peligroso u oscuro… ¡No comiences a comportarte como un imbécil ahora! —Los ojos color avellana de James se entrecerraron con rabia.
Sirius tomó un hilo perdido en su manga y se mordió el labio inferior.
—Tienes razón. Lo siento.
—Lo digo en serio, Sirius, si lo vas a tratar de alguna manera diferente podemos alejar estos libros y nunca mencionárselo a él y continuar de la forma que estamos. O Pete y yo encontraremos la manera de ayudarlo y tú serás excluido.
Sirius lo fulminó con la mirada.
—¿Qué? ¡No! ¡Fue mi idea!
—Entonces deja de ser un idiota —James lanzó Hocico Peludo, Corazón Humano sobre el regazo de Sirius—. Sigue leyendo.
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Remus despertó en la enfermería tres días después de la luna llena. Según Madam Pomfrey, había perdido una particular cantidad de sangre y se había roto varios huesos en su pierna. La preocupada enfermera hizo que se quedara una noche de más sólo para estar seguros de que estaba en buenas condiciones.
Finalmente convenciendo a Pomfrey de que estaba de hecho, bastante bien para regresar a su dormitorio, Remus caminó dolorosamente hasta la Torre de Gryffindor. Cada músculo de su cuerpo gritaba con cada paso que daba, pero no podía soportar otra noche en la enfermería de la escuela con las blancas y rígidas sábanas y el olor de pócimas curativas. Tomando un momento para respirar, se apoyó contra la barandilla y en silencio esperó a que la escalera no se moviera y lo enviara a otro camino. El camino de vuelta a la Sala Común estaba siempre muy solo. Su cuerpo dolía, su mente quería dormir y estaba tan lejos. No podía esperar para estar en su cama y colapsar sobre ella y, secretamente, esperó a que sus amigos ya estuvieran dormidos así no tendría que enfrentar la interrogativa mirada gris de Sirius Black una vez más.
Tomando un respiro profundo, Remus unió sus fuerzas y siguió adelante. Finalmente alcanzando el retrato de la Señora Gorda, sintió un repentino pánico bañarlo por completo cuando buscaba frenéticamente en su cerebro dormido la contraseña.
—¿Una noche difícil, cariño? —dijo bostezando la Señora Gorda.
—Lo siento —se disculpó Remus, frotándose las sienes e intentando hacer trabajar su cerebro—. Yo… Me parece que he olvida…
—¡Remus!
Sorprendido, Remus se dio la vuelta para ver a Lily, sonriendo alegremente mientras corría hacia él, el cabello rojo fluyendo con gracia detrás de ella.
—Hola Lily —se forzó a sí mismo para sonreírle de vuelta, pero no pareció engañar a la chica, cuyo rostro vaciló un poco.
—¿Estás bien? —preguntó ella, sonando verdaderamente preocupada cuando se acercó y le tocó el brazo amigablemente, con un gesto preocupado.
—Sí. Sólo he olvidado la contraseña —Remus admitió avergonzado.
—Maius Bonum —dijo Lily, girándose hacia el retrato, el que inmediatamente se abrió para dejarlos entrar.
—Gracias, Lily —dijo Remus mientras caminaban dentro de la Sala Común.
—No hay problema —la sonrisa de Lily regresó mientras le quitaba importancia al asunto con la mano, pero sus brillantes ojos verde aun mostraban una profunda preocupación—. ¿Tu mamá está bien?
Remus asintió.
—Sí, estará bien.
—Debe ser difícil para ti tener que ir a casa todo el tiempo para cuidar de ella.
Él se encogió de hombros.
—A veces, supongo… Pero ella haría lo mismo por mí, así que…
Lily rio suavemente y escondió un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Eres muy dulce, Remus —sus ojos brillaban con el fuego agonizante, y antes de que Remus pudiera responder, Lily se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla. Sintió su rostro calentarse y sabía que se había ruborizado cuando Lily le dio las buenas noches y se dirigió por las escaleras al dormitorio de chicas. Remus se quedó allí, aturdido por un momento, antes de tomar la escalera contraria hacia su propio dormitorio.
Con su mano en el pomo, Remus se detuvo para suplicar una vez más para que sus amigos estuvieran dormidos, pero cuando abría la puerta podía escuchar claramente la voz de James hablando emocionadamente sobre su más reciente juego de quidditch contra Ravenclaw. La conversación murió rápidamente cuando escucharon a Remus entrar y Remus estaba impresionado de encontrarse con que sus tres amigos estaban sentados en su propia cama.
—Hey, Remus —Peter fue el primero en hablarle, sentándose a piernas cruzadas a los pies de la cama de Remus.
—Ho-hola… —Remus parpadeó hacia ellos en confusión—. Er… ¿Qué pasa?
James rápidamente sacudía su cabello antes de hacer un espacio en la cama justo a un lado de él.
—Ven a sentarte, Rem —estaba sonriendo, pero Remus podía sentir la tensión en la habitación. Él vaciló.
—… ¿Ha muerto alguien? —preguntó con nerviosismo, mirando a Sirius que parecía estar evitando el contacto visual.
—¿Qué? —James alzó una ceja —No. Sólo te extrañábamos. Ven…
—Lo sabemos —Sirius dijo repentinamente, todavía sin levantar la vista.
La respiración de Remus se detuvo y sintió su estómago caer.
—… Er… ¿S-saben qué?
—Sabemos tu secreto —se quejó Sirius.
Remus sacudió la cabeza.
—No tengo ningún secreto. Yo… les he dicho, Sirius. He estado viendo a mi madre…
Esta vez Sirius sí lo miró.
—Deja de mentir, Remus. Sabemos que eres…
—¡Sirius! ¡Hablamos de esto! —James dijo, golpeando a Sirius en la nariz como a un perro que se ha portado mal.
Remus dio un paso hacia atrás, sus manos tiritando y queriendo vomitar.
—Yo no… ustedes no… No… No soy…
—No nos importa, sabes —dijo Peter suavemente—. No vemos ninguna diferencia sólo porque seas un…
—Sólo porque tienes un pequeño problema peludo —interrumpió James. Remus sintió como si su mundo se hubiera derrumbado. Las lágrimas estaban quemando sus ojos y amenazando con caer. Los ojos color avellana de James crecieron el doble de su tamaño y saltó fuera de la cama hasta a un lado de Remus, seguido de cerca por Peter.
—No… No tienen que seguir siendo mis amigos… —murmuró Remus, peleando fuertemente para evitar que las lágrimas cayeran.
—No seas tonto —dijo James, severamente –. Esto no cambia nada. Queremos ayudarte. Somos amigos, sin importar qué, ¿lo recuerdas?
Remus dio un vistazo hacia la cama donde Sirius seguía sentado, luciendo en guerra entre emociones entre enojado y abatido. Me odia…
—¿Sirius? —suplicó Remus, su voz apenas un silencio. Lo vio mientras Sirius se mordía el labio inferior, mirando fijamente al suelo— ¿Sirius, me odias?
Evitando los ojos de Remus, Sirius se levantó y caminó hasta su propia cama.
—Estoy cansado. Sólo necesito dormir —y con eso, cerró las cortinas alrededor de él.
James suspiró y le dio un golpe a Remus en el hombro.
—No te odia, Remus. Él… ya sabes… Es Sirius.
Remus asintió lentamente, aun con esa horrible sensación en la boca del estómago.
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Remus no pudo dormir esa noche. Una parte de él estaba aliviada, ya no tenía que ocultarse de sus amigos y estaban, en su mayor parte, apoyándolo. Pero no podía quitarse esa imagen de la mirada de Sirius de la cabeza.
Piensa que soy un monstruo… me odia… y tiene todo el derecho de hacerlo.
Fue sacado de sus pensamientos cuando las cortinas de su cama fueron repentinamente abiertas, y quien más estaría ahí de pie si no fuera Sirius, luciendo tan molesto como Remus sentía.
—Lo siento —dijo Sirius antes de que Remus pudiera preguntarle qué estaba haciendo. Sirius, sin ninguna invitación, se subió a la cama y cerró las cortinas alrededor de ellos—. Lamento la forma en la que actué, Remus. No te odio. Estaba molesto porque… Porque creí que tal vez tú tendrías problemas en casa de la manera que yo los tenía… Y cuando comencé a ver los otros signos y me di cuenta que de verdad estaba solo… Y luego me sentí culpable porque lo que has que tenido que soportar toda tu vida es mucho peor que sólo tener padres malos —sus palabras caían con odio a sí mismo.
Remus lo miró con incredulidad.
—Sirius, no estás solo… Y no tienes que sentirte culpable.
—Sí tengo que hacerlo. Fui egoísta y no debí haberte tratado de esa manera —se encontró finalmente con los ojos de Remus—. Prometo que jamás volveré a hacer eso. Haré todo lo que pueda para intentar ayudarte y de mantener tu secreto a salvo.
—No tienes que hacer na…
—Sí tengo que —Sirius insistió y Remus estaba realmente sorprendido por su persistencia—. Porque nadie tiene que pasar por eso solo. Nadie debería estar solo.
