- Adonde vamos pap
- A la casa nueva que he comprado para nosotros dos.
- ¿Nosotros dos? ¿Y mamá?
- No puede venir con nosotros.
- ¿Por qué no puede venir con nos...
- ¡¡¡Por que esta de viaje y se demorara en volver!!!- grito el hombre a la pequeña niña que llevaba de su mano.
Ella se soltó instintivamente de su mano y retrocedió, comenzó a llorar, al ver la escena el padre no tuvo mas que agacharse y consolar su pena.
- Hitomi, Hitomi linda escúchame, no llores, mamá te vendrá a visitar en cuanto pueda.
- No, yo quiero que la vallas a buscar, quiero que venga con nosotros a nuestra nueva casa.
- No se puede hija.
- ¿Porque?- chillo mas fuerte la pequeña.
- Ya te dije, ella se ha ido de viaje pero volverá a verte cuando tu quieras.
La niña siguió sollozando, no entendía que pasaba con sus padres, a sus cuatro años todo era simple y sin complicaciones, el mundo de los adultos la aburría, a excepción de los momentos que compartía con sus abuelos; durante estos ultimos dias había estado viviendo con ellos, le encantaba escaparse con el abuelo Akira a ver a su tío Oda correr en las pistas de atletismo de su universidad mientras comian algodón de azúcar en las gradas, escuchar a su abuelo contarles sobre sus hazañas deportivas y ayudar a la abuela Ayako con los bonsáis y su jardín.
Con eso ella era feliz, pero algo la hacia sentirse mal en aquella casa, el murmurar que cesaba cuando ella aparecía y como había escuchado sobre una mala mujer que había manchado el nombre de la familia y lo bien que había hecho en irse.....
Estaba segura, hablaban de su mamá, pero ella era buena, no era mala, le compraba lindos vestidos, juguetes y todo cuanto pedía, no entendía, porque los abuelos que eran buenos se portaban mal con su mamá.
Ya había pasado una semana desde que no la veía, papá la había llevado a casa de los abuelos y no supo mas de ella, constantemente le decía que la vendría a ver, pero seguía esperando su visita, ¿que pasaba con su familia?.
había dejado de llorar, ahora solo iba hipando y limpiaba su nariz con su manga. Se detuvieron en la estación del metro que quedaba a la orilla del mar, Hitomi se balanceaba con la mano de su padre como tratando de hacerlo bailar sin resultado, miro su reloj como hipnotizada, contando una y otra vez hasta diez ya que solo hasta ahí le habían enseñado a contar en el kindergarden, cuando algo la sorprendió: el reloj se detuvo y todo a su alrededor se quedo en blanco y negro, como en la tv antigua que tenían los abuelos y que se negaban a cambiar por una nueva y a color, no solo el reloj, todo a su alrededor parecía haberse congelado. Al mirar hacia el lado izquierdo de su padre se encontró con extraño chico que le sonreía, su cabello era negro y brillante como las alas de un cuervo, tenia los ojos rojos, nunca había visto a alguien con ese color de iris, su piel era morena y vestía raro, solo ellos parecían moverse y verse en ese paisaje bicolor e inanimado....
- ¿Quién eres?.
No hubo respuesta por parte del chico de ojos rojos, solo una sonrisa, miro el reloj y todo había vuelto a la normalidad nuevamente, el chico ya no estaba, se había ido.
- ¿Dónde esta? Se fue....- pensó triste.
Ahora era arrastrada junto a su padre por la marea de gente que entraba al vagón, con el solo recuerdo de aquel chico de ojos rojos en su mente y ese extraño y sobrenatural pasaje que la acompañaría por el resto de su vida.
Se encontraba en el lo mas alto de las montañas, había llegado solo hace un par de horas, aunque estaba exhausto, siempre le sobraban fuerzas para pelear con el clan del dragón negro, el viento chocaba contra su rostro, era el momento ideal para desplegar sus alas.
Se tiro desde lo mas alto del precipicio, y una maravillosa visión solo compartida por el viento y las aves que lo acompañaban se hizo presente: un par de hermosas y blancas alas salieron de su espalda, ahora solo tenia que dejarse llevar por la brisa y planear hasta la nave enemiga, una vez que estuviera cerca dejaría sus alas y se tiraría en picada.
Le encantaba sentir el viento en su rostro, en su piel, lo refrescaba y hacia sentir de alguna manera vivo, si se podía decir que desde lo que le sucedió a su familia estaba vivo, el sabia que no era así, que su yo anterior había muerto en el palacio aquella noche fatídica en que todo sucedió, en que su vida dio un vuelco en 360 grados, el día en que juro que lo que le restaba de vida seria única y exclusivamente para buscar venganza...
Ya había divisado a la nave, era la hora. Sus alas se deshicieron como si fueran parte de las nubes que iba cruzando en su caída libre, vio a lo lejos a un único hombre en la plataforma de vigilancia externa, el seria su primera victima, la primera de muchas, si era necesario los mataría a todos en aquella nave, ellos tenían algo que el quería, nada se interpondría en su camino, nadie.
Cada vez mas cerca, mas cerca y mas cerca, hasta que la gravedad hizo lo suyo y cayo con un golpe seco que sorprendió al guardia. A través de su casco el soldado trataba de ver quien era o que era lo que produjo ese ruido, la cortina de polvo levantado por el ente no lo dejaba ver, hasta que se esfumo y pudo verlo.
- Tu eres ....- alcanzo a decir cuando el brillo de una espada al desenvainarse lo segó y lo ultimo que vio fue un par de ojos rojos llenos de maldad y crueldad.
Abrió la puerta de entrada y se interno corriendo, corrió y se deslizo con la agilidad de un felino, su presencia se amparo en la oscuridad de la nave y de sus pensamientos, todo era fácil, todo era visible ante sus ojos, el era una pared mas en esa inmensa fortaleza flotante, la vibración se hacia mas fuerte en su cabeza, mas y mas fuerte, lo llamaba, le decía que la liberara, que estaría pronto en sus manos, que le pertenecería a él, solo a él, ambos serian uno, solo tenia que apurarse, ella estaba cerca, lo esperaba, la armadura lo llamaba...
Abrió de golpe la puerta de la sala de mandos y la sorpresa se apodero de todos, mientras algunos desenvainaban sus espadas, el ya estaba cercenando al primer soldado que se le interpuso para proteger a su superior, de nada sirvió, los miembros volaban por doquier como si se trataran de manzanas cayendo de un árbol, la sangre manchaba sus atuendos pero nunca tocaba la piel de aquel que la derramaba, se había convertido en el mejor guerrero, alguien invencible, ellos lo sabían, no les quedaba mas que enfrentarlo y tratar en vano de que el no se apoderara de la armadura sagrada. Solo quedaba un soldado, lo vio erguirse y mirarlo con desprecio, como si su vida no valiera nada.
- como es posible que un solo hombre acabara con todos, tu eres el dragón...-termino de decir mientras sacaba su espada y su contrincante se acercaba veloz como un celaje, sin piedad le cerceno la cabeza.
La sala de mandos ya estaba lista, solo le quedaba ir por ella, tal como lo había previsto, estaba escrito, seria el quien la poseyera, el que la manejaría y ahora estaba frente a ella, toda cubierta de piedra fosilizada esperando ser despertada...
- Oh gran Dios de los cielos, dragón blanco, todopoderoso Dios, concédeme que sea yo quien te maneje, despierta de tu sueño, que la Diosa de las Alas retire el velo que cubre tus ojos y te entregue a mi-pronunciaron sus labios mientras levantaba sus brazos en señal de alabanza y terminaba de pronunciar su nombre: Escaflowne.
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Que hora era, no lo sabia, solo sabia que al final del primer recreo, había subido a la azotea de su preparatoria para dormir calentada por el sol en lo mas alto del cielo; pero hoy estaba seminublado, había un bochorno en el aire, la tierra evaporaba humedad y hacia una calor como para desnudarse, aun así, ella subió al techo y falto a las siguientes cuatro horas de clases y al segundo recreo, ya se le estaba haciendo costumbre, estaba haciendo lo mismo desde la mitad del primer semestre, reprobaría el año, pero a estas alturas ya nada le importaba.
Ya tenia dieciséis años, pronto cumpliría diecisiete, estaba en segundo año de preparatoria, en el instituto Kama Kita, aun seguía viviendo en aquel departamento al cual se cambiara con su padre cuando niña, aquella vez que su madre los abandono por irse con otro hombre, ahora si sabia porque su madre no había vuelto a verla, lo sabia desde los ocho años, cuando un día había peleado con su padre, no se acordaba de que, ella había dicho que ubicaría a su mamá, la llamaría para que la venga a buscar; ese día se habían gritado fuerte y él un arranque de furia la tomo por los hombros, la zarandeo y le grito en su cara que su madre era una cualquiera, que los había abandonado a ambos por irse con un rico hombre de negocios, que la había dejado tirada como si no le importara, que se había olvidado que tenia un hogar, una familia, un esposo y una hija, ella negó con la cabeza y grito que no, su padre la llevo arrastrando hasta su despacho y le mostró los papeles que acreditaban que ellos estaban oficialmente divorciados, los tramites se habían demorado pero en menos de un año ambos ya estaban libres.
Hitomi había quedado en shock, no lo creía, su madre siempre había sido buena, pensó; pero ahora su imagen se derrumbo ante sus ojos como un castillo de naipes, desde ese día la comenzó a odiar, y odio a su padre por habérselo ocultado, odio a todo el mundo, excepto a su mejor amiga Yukari. Desde que se habían cambiado a aquella casa, siempre había estado sola, su padre había ido ascendiendo de posición dentro de su trabajo y cada vez viajaba mas, dejándola con una niñera o con sus abuelos, a esta altura casi ni se veían, ya no tenían asesora del hogar, ya que Hitomi había aprendido de mala gana a cocinar, alentada por su abuela y por Yukari que lo hacia exquisito, tanto, que a veces ella se iba lo fines de semana a quedar allá para hacerles grandes porciones de comida para la semana, solo las congelaba y descongelaba cuando quería servírselas, Yukari era buena, era demasiado buena con ella, sobre todo después de lo que había vivido hace un 5 meses atrás: su madre había vuelto para verla, quería estar con ella, lo peor: su padre había arreglado aquella cita, mas sufrimiento, ya no quería sufrir mas, no quería seguir despertando por las mañanas, ya no quería ir a la escuela (si iba era porque Yukari la pasaba a buscar todos los días y se la llevaba a rastras) y seguir viendo las caras de sus compañeros: por un lado aquellos que cuchicheaban a sus espaldas sobre su situación, por otro aquellos muchachos persistentes y fastidiosos que la acosaban con un "Hitomi quieres salir conmigo", "Hitomi, ¿quieres ser mi novia?" y otro tipo de cosas mas y por otro lado los integrantes del equipo de atletismo (entrenador incluido) que la retaban y después pedían de rodillas que volviera al equipo, desde la llegada de su madre ya no tenia ganas de vivir, mucho menos para seguir corriendo, había obtenido buenos resultados en lo campeonatos nacionales, siempre llegaba con una medalla ya sea de plata o de oro, Hitomi era su diosa de la fortuna como decía su entrenador, todo aquello solo era un recuerdo de glorias pasadas, el presente y futuro solo lo veía de un color : negro.
Ahora seguía durmiendo y un recuerdo del pasado misterioso y de ojos rojos vino a su mente, la estación de trenes, el reloj de su padre, la gente en blanco y negro, ese chico vestido de forma extraña, con un color de ojos que no olvidaría jamás, rojos como la sangre y un cabello negro reluciente. No lo negaba, cada vez que tenia pena o quería vaciar de pensamientos su mente pensaba en aquel muchacho, pensaba si había sido real o solo un sueño, pensaba cual seria su aspecto físico en este momento, si era guapo, lo soñó un poco mas alto que ella con las mismas características físicas, que se conocían, que se hablaban y que se amaban...
No abrió los ojos, pero sintió que alguien avanzaba hacia ella, era Yukari.
- Cuando será el día en que entres a clases irresponsable.
- Nunca. Es mejor estar así, sin responsabilidades, solo durmiendo y soñando.
- Para variar tu en tu mundo, ¿qué soñabas?-pregunto Yukari alzando una ceja, gesto que hizo sonreír levemente a Hitomi mientras esta se reincorporaba poniéndose de pie.
- Soñaba con aquel chico que vi en la estación
- ¿Otra vez?
- Si, otra vez, pero esta fue diferente, recordé todo como había sido aquella vez en la estación, como si estuviera viéndolo desde afuera de mi cuerpo ¿me entiendes?
- Si ¿y que mas?
- Nada mas.
- ¿Solo eso?, ¿no que habían cambiado tus sueños con aquel chico?.
- Si pero hoy fue diferente, lo soñé como si no lo hubiera soñado antes.
- Mmmmm, no te entiendo
- No importa
- A propósito, deberías buscarte un novio
- Mmmmm
- En serio, es que acaso no te das cuenta de todos los estudiantes que te miran cuando pasas a su lado.
- Si lo se, y son esos mismos los que me acosan todo el tiempo, que fastidio, no me interesa ninguno de ellos, yo no les intereso de verdad, ninguno entendería por lo que estoy pasando
- ...
- se que te preocupas por mi, pero no lo hagas no lo necesito.
Ambas comenzaron a mirar el cielo, las nubes cruzaban los cielos; Hitomi decidió bajar, fue por sus zapatos, Yukari la esperaba cuando se percato de una carta que estaba en el suelo, la tomo y decía : para Yukari , ella se acerco y la tomo, Hitomi trato de quitársela, pero no pudo y esta la leyó: "Yukari, cuando leas esta carta ya estaré muerte, bye bye. Hitomi Kanzaki". La chica de los ojos verdes alcanza la carta y la destruye, su amiga solo ríe.
- Si tu mueres yo también lo haré – respondió la chica - espero con ansias tu ultimo día.
- No digas eso...
- Pero es verdad, tu fuiste la única que me apoyo cuando murió mi padre Hitomi, eres como mi hermana
- Lo se, pero solo quiero irme de este lugar, vamos
- Vamos entonces-termino diciendo Yukari, ella sabia lo que le pasaba a su amiga, ella había sido testigo directo de lo que le había pasado.
Iban bajando las escaleras, aquellos que las conocían los saludaban al pasar, la única que contestaba era Yukari, Hitomi solo caminaba mirando al frente o al piso como si no tuviera voz, no quería hablar con nadie en la escuela. Seguían caminado cuando en una esquina se encontraron con un grupo de muchachos de tercero.
- Las bellas Hitomi y Yukari, ¿para donde van?- pregunto uno de los tres el mas alto.
- A nuestras casas, es que acaso no es obvio, que yo sepa las clases terminaron hace media hora- dijo Yukari hastiada por la estúpida pregunta, ahora entendía a Hitomi cuando los trataba de estúpidos a estos, y para colmos tontos.
- Pero porque nos contestan así, solo las detuvimos para avisarle de la fiesta que abra hoy en la noche en la casa, corrección, en la mansión de Kaede, estará espectacular, son pocas las chicas de segundo y primero que invitamos, ustedes están entre ellas.
- Que honor...
- Vamos que dicen, iran – pregunto el segundo
- No lo se, tal vez, no se aun.
- Y tu Hitomi, ¿iras?- pregunto el primero
- No se.
- Por ultimo dígannos que lo pensaran
- Bueno, bueno, esta bien, pero ya no fastidien quieren, vamonos Hitomi.
- Adiós muchachas
Yukari solo se despidió levantando levemente la mano para decir adiós mientras tiraba de un brazo a su amiga. Salieron de la escuela y se dirigieron a la estación del metro, conversando de cualquier cosa, solo necedades, reían de vez en cuando, muy de vez en cuando, cada vez esta mas deprimida, me asusta que cumpla con su palabra de suicidarse, pensó Yukari, le preocupaba cada vez mas.
Se bajaron y cada vez estaban mas cerca del estadio de atletismo que era aledaño al departamento de Hitomi, iban jugando y riéndose de una broma ácida que había dicho su amiga, cuando Hitomi se paro en seco frente a un templo desde su interior alguien entonaba una bella melodía, la escucho embelesada, esa canción parecía tocar cada rincón de su alma, le daba paz, una paz que no tenia hace tiempo y que añoraba, una paz que la inmovilizaba y que recorría su cuerpo dejando los ecos de un escalofrió en su interior. Si, la añoraba, seria esa paz la que tenían lo que estaban a punto de morir, si era esa, ella quería vivirla.
- Que me dices, vamos o no vamos a esa fiesta?
- No quiero ir Yukari, no tengo ganas de ir a ningún lado, aun mas si estarán esos aprovechados, los aborrezco.
- Te haría bien para distraerte un poco
- No quiero, estoy cansada de todo, de verdad cansada... mientras que toda la gente esta llena de energía.... yo me siento cansada, deseo solamente dormir porque al dormir no te enteras de nada... solo desapareces, porque en realidad nada cambia... siempre es igual.
- Soñar, soñar, siempre soñar, para encontrarte con ese extraño muchacho, por Dios Hitomi, mírate, solo vives de sueños.
- ¿Y es malo acaso?
- No, pero en justa medida, no todo el tiempo... Como tu.
- Me esta llamando...
- ¿qué?
- Esa canción me esta llamando
- ¿mmmmmm?...
llegaron hasta la entrada del estadio y se sentaron en las escaleras.
- me acuerdo de la época en que te venia a ver correr por la escuela en esta cancha, era todo tan diferente, los muchachos tenían su propia barra y venían a apoyarte, gritaban tu nombre y golpeaban ese gran tambor que siempre traía a las competencias ese loco de Ryota y cantábamos aviva voz el himno de la prepa cuando pasabas a recibir tu medalla...
- eran otros tiempos.
- Ni que lo digas, se nota, se te nota.
- ...
- por que lo dejaste Hitomi, si era lo único que te hacia feliz, era lo único que te mantenía viva después de todo lo que...
- viva, ¿viva?,¿qué es sentirse viva?.
- Viva como antes, cuando estábamos en la escuela y nos reíamos de las payasadas que hacían nuestros amigos...
- Yukari quiero que te vayas, no sigas, quiero estar sola, no quiero estar con nadie, no quiere amigos, no quiere a nadie... solo desaparecer, entiendes – termina diciendo de manera melancólica y con la cabeza agachada.
- Esta bien – dice Yukari – pero prométeme que si te pasa algo importante me llamaras, siempre estaré a tu lado, adiós.
- Adiós.
No sabia como era capas de ser así con su amiga, siempre alentándola y ella solo tirando mas mala vibra.
Vio los puertas del estadio abiertas y decidió entrar, la bella canción que escucho al pasar por las afueras del templo hacían acto de presencia nuevamente, la estaba llamando, camino hasta la mitad del cancha, miro hacia el cielo y pareció que la nubes cruzaban el cielo rápidamente, como impulsadas por un soplo fuerte, cuando bajo la vista vio a lo lejos a un hombre envuelto en un manto negro, solo podía ver parte de su cabello y sus ojos; aunque estaba a una distancia considerable, lo podía escuchar como si le estuviera hablando a su oído, con su voz arrastrada y pausada.
- Diosa de las Alas
- ¿quién eres?
- permite a un mundo triste, junto con toda su gente desaparecer.
- ¿desaparecer...?
- si, solo tu tienes el poder, en tu interior se guarda la verdadera llave que librara a mi mundo, Gaea, de la infelicidad.
- ¿Desaparecer?, ese es mi deseo, desaparecer...
Después de eso, Hitomi ve desconcertada como todo el campo visual que tenia del cielo desde el interior del estadio se cubre de un manto de oscuridad y comienza a ver un como aparece un mundo frente a ella, idéntico a la tierra, se eleva rápidamente por sobre el estadio para quedar detrás de la luna, mientras esto ocurre agua comienza a brotar entre el césped inundándolo, subiendo cada vez mas de nivel, el agua era calidad, no era fría, mientras mas subía el nivel del agua mas bien se sentía era como la paz que sintió la primera vez que escucha aquella canción a la salida del templo y que ahora seguía escuchando, parecía salir de su interior, haciendo vibrar cada fibra de sus ser, como si fuera un instrumento musical no usado en años.
- Esto es un sueño o una ilusión.... o quizás sea el lugar donde pueda realizar mis sueños...
Fue lo ultimo que susurraron sus labios, el agua cubrió su cabeza y así se rindió a la tibia y casi placentera sensación de ser llevada por esa extraña marejada que la empujaba hacia el fondo, como si cayera desde un precipicio y no tuviera reparos en ello. Abrió los ojos y el agua parecía las aguas de un mar del caribe, como las que había visto en las revistas y donde su padre le había prometido llevarla cuando saliera de la prepa, se vio así misma caer por una especie de oyó donde las aguas eran mas oscuras abrió los ojos por un momento y una luz dorada y brillante la cegó impidiéndole ver.
En otra parte del espacio, en el cielo, en un planeta gemelo a la tierra, un muchacho rezaba una plegaria a una antigua armadura sagrada que tenia el poder de los dioses...
...Y para su suerte, iban a ser escuchadas.
