Una Guía Para La Más Avanzada Transformación —Año Tres


—James —Sirius siseó por tercera vez en un intento para conseguir que su mejor amigo levantara la vista de su pergamino. Aun así, James lo ignoró.

—¡James! —Con un poco más de urgencia, Sirius le dio un codazo al chico de gafas justo en las costillas.

¡¿Qué, Sirius?! —James finalmente bajó su pluma— ¡Estoy tratando de tomar estas notas para Remus!

—Pero de eso es lo que quería hablarte…

Sirius fue interrumpido cuando el sujeto de dichas notas, un gato atigrado gris con marcas rectangulares alrededor de los ojos, cruzó el salón y se transformó a medio paso en su profesora.

—Sr. Black, ¿había algo tan importante que tenía usted que decirle al Sr. Potter que no podía esperar hasta que terminara la clase?

Sirius parpadeó, vacilante por un momento antes de sonreírle.

—Sólo le decía a Jim, aquí presente, lo impresionante que es usted, como siempre.

La profesora McGonagall no parecía entretenida. Sirius continuó.

—¿Y exactamente cómo se transforma uno en animago, profesora?

La mujer mayor le sonrió secamente, mirando por encima del delgado borde de sus gafas.

—Con trabajo duro, Sr. Black. Toma mucho tiempo, habilidad y dedicación para dominar la magia única de convertirse en un animago. Y eso quiere decir —dijo enfáticamente—, poner atención en clases. —Le dio a ambos una mirada seria antes de continuar con su clase. James arqueó una ceja.

—Tengo una idea —dijo Sirius con una sonrisa decidida mientras inclinó la silla hacia atrás sobre sus patas traseras y volvió su atención de nuevo sobre el tema de la clase.

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—¿Que tú quieres qué? —Peter comenzó, boquiabierto y sin pestañar.

Los tres (Remus estaba dando clases de Encantamiento a los de primer año para obtener crédito extra) estaban acurrucados en la cama de James trabajando en su último proyecto cuando Sirius finalmente anunció su plan.

—Quiero convertirme en un animago —repitió Sirius, luciendo orgulloso. Entonces frunció el ceño por un momento y apuntó el punto en el pergamino que tenían tendido entre medio de ellos—. Este túnel deja salir más al este, Pete. Aquí, por el retrato de Wandessa La Salvaje.

James no le hizo caso.

—¡Que se joda el mapa por un momento! ¿Estás loco? ¿Qué demonios te poseyó para que quieras…?

—¡Ayudar a Remus por supuesto! —Dijo Sirius, como si fuera obvio —Los hombres lobo sólo atacan a los humanos. Así que si no fuéramos humanos, no puede herirnos y podemos estar con él en luna llena.

Ambos, James y Peter se quedaron en silencio, mirándolo como si de repente le hubiese brotado una cabeza de más.

—Estás demente —dijo Peter rotundamente.

James suspiró.

—Mira, Sirius, tienes buenas intenciones. Bueno, todos nosotros queremos ayudar a hacer que las transformaciones de Remus sean más fáciles, pero escuchaste lo que McGonagall dijo. Lleva años y mucha magia avanzada.

—Sin mencionar que tienes que estar registrado —añadió Peter.

Sirius chasqueó la lengua con fastidio.

—¡Al demonio la legalidad! ¡Nadie más que nosotros tiene que saberlo! ¡Estamos en la cima de la lista de estudiantes en todas las clases…!

—No has tomado ni siquiera un apunte en ninguna clase desde primer año —murmuró James.

—¡Precisamente! ¡Y aun así tengo las mejores calificaciones! —Sirius estaba sonriendo de oreja a oreja, su emoción no podría haber sido más notoria aun si tuviera una cola que agitar— ¡Imaginen si fuera algo en lo que de verdad estoy interesado!

Los otros chicos intercambiaron una mirada ilegible y Sirius dejó escapar un suspiro en exasperación.

—Lo voy a intentar aun si ustedes se unen o no —dijo seriamente, cruzando sus brazos desafiantemente sobre su pecho. Entonces, con una sonrisa traviesa agregó—: Supongo que ustedes no están aptos para el desafío.

Hubo otro silencio, pero algo en los ojos color avellana de James cambió y hacía juego con la sonrisa de Sirius.

—A Remus no le va a gustar —advirtió.

—Para el momento que Remus siquiera sepa lo que planeamos será demasiado tarde para detenernos —Sirius dijo, sus ojos brillando maliciosamente.

—Además —Peter razonó—, es técnicamente por su propio bien.

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Como se esperaba, convertirse en Animago era aún más complicado de lo que ellos pudieron imaginar. Y mantener el secreto de Remus era aún más difícil. En las siguientes semanas se aprovecharon de los horarios de tutoría del hombre lobo para ir a sus espaldas a buscar libros de la sección restringida.

—¡Un mes! —dijo Peter incrédulo, señalando una página en Amos De La Transformación —Una Guía Para La Más Avanzada Transformación— ¡Se supone que tenemos que mantener una hoja de mandrágora en nuestras bocas por todo un mes! ¿Cómo se supone que vamos a comer?

—Lo descubriremos cuando lleguemos a eso —dijo Sirius apresuradamente mientras miraba eso un poco decepcionado—. Pero miren estos ingredientes de las pócimas. Slughorn no tendrá este tipo de cosas en su almacén.

La puerta del dormitorio se abrió y los chicos rápidamente se apresuraron en esconder la evidencia de su lectura restringida. Peter sacó la mitad finalizada del mapa y lo dejó en medio de ellos mientras intentaban aparentar como si llevaban enfocados en ello desde hace un buen rato.

—¡Hey, Remus! —Peter chilló, con un tono demasiado alto para alguien tranquilo, mientras el otro chico entró en la habitación. Sirius le dio un codazo en las costillas fuertemente.

El hombre lobo los miró por un momento. Esta no era la primera vez que había entrado y se había encontrado con sus amigos actuando sospechosamente. De hecho, en las últimas semanas Remus había comenzado a sentir una extraña distancia entre ellos, como si estuvieran ocultándole algo. Había intentado dejar esos pensamientos afuera de su cabeza y culpó a su baja autoestima, pero algo no estaba bien.

—Er… Hey —lentamente dejó caer sus pertenencias sobre su cama con dosel y se giró para encarar a los otros. Asintió hacia el pergamino que estaba amontonado alrededor— ¿Están trabajando en el mapa sin mí? —Intentaba mantener la decepción en su voz.

Sirius pestañó hacia él.

—¿Qué…? ¡Oh! No, la verdad no. Sólo, ya sabes, lanzando algunas ideas. —Fue a inclinarse casualmente contra la cabecera, fallando por medio pie y casi cayendo de la cama.

Remus frunció el ceño.

—¿Está todo bien? —preguntó cautelosamente —Están… Están actuando un poco… extraño.

James forzó una risita.

—Ahora, Remus. Este es Sirius del que estamos hablando. Él siempre es un poco extraño. —Sirius levantó dos dedos. Remus no pareció comprarlo. Un silencio incómodo había caído entre medio de los cuatro chicos, roto sólo una vez que Sirius fingió un bostezo y un dramático estiramiento.

—Bueno, amigos, es tarde. ¡Estoy hecho polvo! —Anunció, rodando de la cama de James y dejándose caer sobre la suya casi en un solo movimiento.

—¡También yo! —Peter hizo lo mismo.

—Sí —dijo James, fingiendo él mismo un bostezo—. Tenemos adivinación a primera hora mañana. Necesitamos descansar nuestro ojo interno, ¿verdad? —Se balanceó para cerrar las cortinas.

Remus se quedó congelado en el medio del dormitorio, mirando hacia atrás y adelante desde cada cama con cortinas escarlatas.

—Oh… Está bien —dijo para nadie en particular. Y sintiéndose más solo que nunca desde que llegó en primero a Hogwarts, se fue a su propia cama.

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Remus no pudo dormir esa noche. Esto es todo, sintió. El comienzo del fin. Finalmente ellos se habían aburrido de él, ya no deseando esperar por él cuando pasaba la mitad del tiempo enfermo por las transformaciones, y la otra mitad del tiempo intentando obtener créditos extras en clase haciendo de tutor a estudiantes jóvenes. No estaba mucho tiempo alrededor de todas formas, así que la pérdida no se sentiría para ellos si ya lo habían superado. Siempre pensó que eventualmente terminarían cansándose de él. Le había atribuido a la baja autoestima todos estos años creciendo más cerca de sus amigos, pero bien en el fondo sabía que era cuestión de tiempo.

Después de todo, no era como si particularmente lo necesitaran. James y Sirius eran los alumnos más inteligentes en su año, tal vez en toda la escuela. Podían hacer lo que fuera que tuvieran en sus mentes, especialmente juntos. Y con Peter allí para animarles y llevar su ego a las nubes, que en realidad era una fuerza imparable. ¿Qué era Remus para ellos de todas formas? Su hombre lobo de mascota… Una voz de la razón, argumentaría, si los dos morenos se molestaran alguna vez en escuchar lo que él decía.

Resopló, girándose en su otro lado y doblándose en una bola. No debía sentirse tan decepcionado.

—No es como si no lo viera venir —murmuró en la oscuridad.

—¿Ver venir qué? —La voz sorprendió a Remus por un momento antes de relajarse con un suspiro.

—¿Sirius?

Sin perder el ritmo, las cortinas de la cama de Remus se abrieron lo suficiente para permitir que el otro chico entrara y se arrodillara en la cama de Remus.

—¿Qué estás haciendo levantado, Sirius? —Remus preguntó suavemente, sin levantar la vista de sus manos sobre su regazo. Pero sabía que Sirius se había encogido de hombros.

—Igual que tú. No podía dormir. Muévete —hizo una señal con la mano para que el hombre lobo se moviera un poco más. Remus lo hizo sin vacilación y Sirius se metió debajo del cubre con él.

Remus lo miró, sin pestañar con sus ojos dorados violentamente inhumanos.

—¿Así que por qué no podías dormir? —preguntó Sirius finalmente, mirándolo de vuelta con su propia intensidad.

Remus se estremeció ligeramente. Al principio pensó que eran esos helados ojos grises que Sirius tenía. Los que hacían que fuera tan fácil para Remus querer soltar cada uno de los pensamientos en su cabeza. Esa mirada que le dijo que Sirius probablemente ya sabía qué estaba pensado, ¿así que por qué no decirle la verdad? Entonces se dio cuenta…

—¡Sirius, saca tu maldito pie congelado de mi muslo! —Pateó al chico, quién rio maniáticamente y metió los bloques de hielo llamados pies detrás de sí mismo.

—Lo siento, amigo —sonrió.

Remus rodó los ojos.

—¿Qué estás haciendo aquí? Normalmente sólo vienes hasta mi cama si tuviste una pelea con tu familia o me escuchaste teniendo una pesadilla.

Sirius consideró eso, analizando los ojos de Remus por algo desconocido para el hombre lobo antes de apoyarse en un codo para enfrentarse a él por completo.

—¿Estás enojado con nosotros?

Remus lo miró boquiabierto.

—Yo… ¿Enojado contigo?

Sirius asintió con la cabeza.

—Y James y Peter. ¿Estás molesto?

El castaño sacudió la cabeza, con incredulidad.

—¿Por qué estaría molesto con ustedes?

—Parecías molesto antes. Y ahora no estás durmiendo…

—Como que tú estás evitando eso, Sirius…

—No estabas durmiendo de todas formas, Remus. —Los ojos de Sirius se fruncieron. Remus gruñó en frustración. ¿Por qué Sirius era tan exasperante algunas veces?

—No estoy molesto con ninguno de ustedes —dijo Remus honestamente—. Yo sólo… Siento que todos ustedes han estado ocultándome algo. Y entonces vengo y ustedes están trabajando en el mapa… Prometieron que esperarían, eso es todo. Odio perderme de cosas por lo que… por lo que soy —finalizó, mirando de nuevo su regazo. A su lado Sirius estaba riendo. El bastardo.

—¿Qué es tan divertido? —Preguntó Remus un poco a la defensiva.

—Remus, no te estamos dejando a un lado de nada, ¿está bien? —Sirius sonrió.

—¿Entonces por qué siempre se escapan sigilosamente cuando creen que no estoy cerca? Están guardando secretos. Lo sé, soy el Amo de Guardar Secretos.

Sirius suspiró y se apoyó de vuelta en la almohada.

—Está bien, hemos estado ocultando algo.

Remus lo observó de cerca. La forma en que su lengua salió para relamerse sus labios secos, la mirada en sus ojos que parecía que estuviera debatiendo algo. Finalmente se encontró con la mirada de Remus.

—No te puedo decir lo que es —dijo severamente—, sólo necesito que confíes en nosotros.

Remus cruzó los brazos.

—He escuchado eso antes. Generalmente termina con nosotros fregando calderos.

Sirius se levantó y, para la sorpresa de Remus, tomó su mano.

—Necesito que confíes en , Remus.

La respiración de Remus se apresuró ligeramente. Nunca había visto a Sirius tan… serio. Se aclaró la garganta para pasar el bulto que se había formado ahí.

—¿Puedes al menos decirme con qué tiene que ver?

Una vez más, la lengua de Sirius se pasó por su labio inferior.

—Sólo te voy a prometer que en lo que estamos trabajando es por tu propio bien. Va a ayudarte…

Remus trató de alejar su mano.

—Sirius, no hay nada que ustedes puedan…

Pero Sirius lo agarró con más fuerzas.

—Te lo prometo, Remus —lo miró, ojos suplicantes—. Sólo necesitas creerme. —Tragó—. Lo haces, ¿verdad?

Sí, pensó. Sí confiaba en sus amigos. Pero más que nada, confiaba en Sirius, con su mirada penetrante y su cálida, larga mano aun apretando la suya como si su vida dependiera de eso.

Remus asintió.

—Confío en ti, Sirius.

Con una última sonrisa, Sirius se levantó.

—Excelente. No te preocupes, Moony, ¡mi buen hombre! ¡Estarás de nuevo al tanto en su momento! —Desapareció detrás de las cortinas.

Remus estaba un poco desconcertado.

—¿Cómo me llamaste?

Sirius metió la cabeza de vuelta y sonrió como un tonto.

—Moony —repitió—. He decidido que es tu nuevo apodo. Es pegajoso.

—Es estúpido —Remus murmuró—. Nunca se quedará, lo sabes.

Sirius se encogió de hombros.

—Lo que digas. Buenas noches, Moony —le guiñó un ojo y caminó de vuelta a su propia cama.