No es una amenaza, es una promesa —Año tres


Si Sirius era completamente honesto consigo mismo, nunca había pensado mucho en la idea de salir con alguien. Podía apreciar cuando James señalaba a una chica atractiva en una revista, o cuando Peter hablara de la linda Hufflepuff, Emmeline algo u otra, pero no tenía la urgencia de ir por eso o hacer algo.

Marlene era su amiga. O al menos más que cualquier otra chica de la escuela. Tenían el mismo gusto en música y estilo y ella no lo miraba como si debía madurar cada vez que él y James hacían una broma inapropiada o le hacían una broma inocente a Snape. Y además, ya se habían besado y había sido… decente, ¿verdad?

Se preguntaba si quizás besar era como beber whiskey de fuego. Extraño al comienzo y un poco asqueroso, pero tal vez comenzaría a sentirse bien si sólo siguiera haciéndolo. Un gusto adquirido.

No era que no lo encontrara divertido. Escondiéndose alrededor de la parte trasera de los invernaderos para besarse le daba una emoción similar a estar fuera del toque de queda, debajo de la capa con sus amigos mientras colocaban bombas fétidas debajo de la mesa de Slytherin en el Gran Comedor o buscar pasillos secretos para añadir al mapa. Y supuso que eso era bastante genial, y tenía el derecho de jactarse, cuando Marlene le dejaba poner su mano debajo de su falda en el cuarto de escobas.

Sólo deseaba que su brillo labial no fuera tan pegajoso.

Además, ser el novio de alguien parecía tomar mucho de su tiempo libre. Tiempo que él usualmente usaba para ayudar a los otros con el mapa o, más importante, buscando y practicando los hechizos que él, James y Peter necesitaban para dominar el convertirse en animagos.

Y entonces estaba esa noche con Remus. Sirius no podía evitar sentir que su amigo estaba enojado con él por algo. A la mañana siguiente Remus se había disculpado, culpando el cansancio y al alcohol por su pobre reacción ante la noticia y felicitando una vez más a Sirius por pedirle a Marlene que salieran. Sirius lo aceptó, pero aun así no se sentía bien y Remus pareció distante por los siguientes días.

Aunque Sirius no podía pensar mucho en lo que fuera que estaba mal con Remus. Los exámenes finales eran la semana siguiente y Sirius, James y Peter estaban intentando estudiar sobre animagos tanto como se les era posible mientras Remus estaba distraído con los exámenes.

Sirius se dirigía de vuelta a la torre de Gryffindor después de una sesión bastante dura de besarse con Marlene cuando escuchó dos voces familiares y dignas de dar vergüenza.

—Es tan raro. Hay algo con ese chico. Se quedó dormido en la biblioteca de nuevo…

—He escuchado que está enfermo. Potter y Black probablemente sólo se juntan con él por pena. Deberíamos hechizarlo mientras no esté siendo protegido por esos dos…

Sirius se aclaró la garganta fuertemente mientras cruzaba la esquina, sus ojos frunciéndose sobre Snape y Avery, quienes rápidamente tomaron sus varitas.

—¿Qué decían, caballeros? —Sirius preguntó enérgicamente, su mano asegurada en su varita dentro de su bolsillo.

—Nada de tu incumbencia, Black —escupió Snape, mirando al otro chico con completo desdén.

Sirius rio misteriosamente y dio un paso hacia adelante.

—Ahí es donde te equivocas, Snivellus. Estaban hablando de mi amigo. Hace lo hace muy bien uno de mis asuntos.

Avery miró de pie a cabeza a Sirus y sonrió.

—¿Qué vas a hacer con eso, Black? Estás solo aquí. No tienes a Potter para apoyarte.

—No necesito apoyo para hacer lo que les voy a hacer ustedes si no dejan a Remus en paz —amenazó Sirius, sus manos apretadas fuertemente en puños. Estuvo a punto de sacar su varita cuando escucho pasos acercarse por el pasillo y el distintivo maullido de la gata de Filch. Avery le dio una última sucia mirada a Sirius antes de girarse.

—Vámonos, Sev. No vale la pena —murmuró. Snape asintió y fue a seguirlo pero Sirius lo tomó por la túnica.

—Lo dije en serio —dijo, manteniendo la voz baja—. Lo dejan en paz, y se concentran en sus propios asuntos, o se arrepentirán.

Severus lo miró.

—¿Es eso una amenaza, Black?

Sirius sonrió.

—Es una promesa. —Y soltó al otro chico, se giró sobre sus talones y se dirigió a la biblioteca.

Madam Pince le dio su usual mirada de advertencia cuando entró y le mostró su sonrisa más encantadora.

—No tiene que preocuparse, hoy no estoy aquí para causar ningún problema. —Se apoyó sobre sus codos en el escritorio de la bibliotecaria—. De casualidad, ¿no ha visto a…?

El rostro de Pince se suavizó ligeramente y señaló hacia atrás.

—Está por ahí. La última mesa a la izquierda. El puesto de siempre.

—Gracias, Irma.

Ella alzó una ceja y tosió.

—Lo siento. Madam Pince. —Y se dirigió por la larga fila de polvorientos libros viejos hasta que… Ah, allí estaba él.

Prácticamente babeando sobre sus notas de Aritmancia, Remus estaba de hecho profundamente dormido. Sirius sonrió y se inclinó sobre la mesa. Miró a su amigo por un momento. Parecía casi una pena despertarlo, lucía ridículamente tranquilo teniendo en cuenta la posición incómoda en la que debía estar. Su cabello, siempre más claro en los meses cálidos, estaba cayendo en su rostro y sus labios estaban ligeramente abiertos. Sus labios se veían realmente suaves, se dio cuenta Sirius, inmediatamente sintiéndose extraño por el pensamiento. Tal vez, era porque no estaba acostumbrado a mirar labios que no tuvieran exceso de dulce, brillo pegajoso. Chicas, decidió, eran muy extrañas.

Sonriendo para sí mismo comenzó a tararear esa ridícula canción de uno de los discos de Evans.

En el bosque, en el bosque prohibido el hombre lobo duerme esta noche…

Ojos color ámbar, todavía ligeramente amarillos alrededor de los bordes por la luna llena de la noche anterior, se abrieron de golpe.

—Vete al carajo, Sirius —Remus gruñó, empujando al otro chico de la mesa—. Esas no son las palabras.

Sirius rio.

—Me gustan más las mías. Aunque supongo que estás dormido en la biblioteca, no en el bosque. Pero eso no encajaría. —Miró mientras Remus bostezaba y se estiraba—. Vamos, Moony. La hora de estudio se acabó para ti, amigo.

Remus suspiró y se frotó los adormilados ojos.

—No puedo. No estoy para nada listo para…

—Estás exhausto, amigo —dijo Sirius, su tono suave y preocupado—. Te sabes todo esto. Eres inteligente, has hecho todas tus tareas en el año además algunas mías. —Rio—. Lo que necesitas es descansar.

—Fácil para ti decirlo —murmuró Remus, empacando sus libros y secando la baba de sus notas con la varita—. Tú y James nunca tienen que estudiar.

Sirius se encogió de hombros.

—Es un don de sangre pura, supongo. Creciendo rodeado de todo… supongo que se trata de algo más bien natural. —Ayudó a enderezar los papeles de Remus—. Pero en serio si no tuvieras… todo lo demás… Probablemente serías mejor que nosotros.

El hombre lobo sonrió cansado.

—Gracias, Sirius. —Entonces su cabeza se inclinó y se rio un poco—. Er… Tienes…

Sirius frunció el ceño.

—¿Qué?

Remus se rio más fuerte y señaló su cuello.

—Supongo que tú y McKinnon se están llevando bien, ¿eh?

—¿Qué intentas…?

—¡Tienes un chupón gigante, Sirius!

Sintió su rostro acalorarse un poco y su mano fue al punto en su cuello donde Remus le había señalado. Resopló.

—Sólo estás celoso.

La risa de Remus murió y se volvió un poco rosa.

—¿Qué?

Sirius le dio una mirada engreída.

—Estás celoso de que yo estoy teniendo acción y tú no. —Se encogió de hombros—. Está bien. Tendrás tu turno, amigo. Probablemente mucho antes que James al menos. Pobre idiota…

Remus sólo negó con la cabeza y tomó su bolso con algo de dificultad. Sirius frunció el ceño.

—Hey, déjame. —Se inclinó hacia adelante, su mano sobre el hombro de Remus. El chico de pelo más claro dudó por un segundo antes de dejar caer el bolso de su hombro y entregándoselo.

—Gracias, Sirius. —Se frotó un poco el hombro mientras se dirigían fuera de la biblioteca.

—¿Te lo lastimaste anoche? —preguntó Sirius, completamente preocupado.

—Dislocado —Remus asintió, entonces cuando vio los ojos de Sirius abrirse un poco más, rápidamente añadió—: Pasa todo el tiempo. Generalmente cuando estoy cambiando de nuevo y todos mis huesos se están moviendo y…

Sirius lo miró fijamente. Remus nunca había entrado en detalle sobre sus transformaciones antes. Sabía que era doloroso, había leído suficiente de eso cuando estuvieron buscando la información. Pero escuchar a su amigo sobre eso hizo revolver su estómago.

La voz de Remus se apagó y él se sonrojó y desvió la mirada.

—Lo siento… Probablemente no quieres oír todo esto.

Sirius sacudió la cabeza.

—No, es sólo que… suena terrible. De verdad lamento mucho que tengas que pasar por eso. No lo mereces, Remus.

—Bueno —Remus forzó una sonrisa—, es mejor estos días, al menos sabiendo que cuando despierte, ustedes estarán ahí.

—o—o—o—o—o—

—De ninguna manera va a aceptarlo —dijo Sirius por décima vez cuando su amigo empujó una pluma y un pergamino hacia él.

—¿Cómo lo sabes a menos que le preguntes? Tenemos trabajo que hacer, amigo. No podemos estar todo el verano sin hacer nada o nunca vamos a conseguir esto —insistió James.

Sirius suspiró. Sabía que James tenía razón, pero también sabía que escribirle a su madre pidiéndole permiso para pasar unas cuantas semanas del verano en la casa de los Potters, probablemente no lo llevaría a ninguna parte.

—No lo sabrás a menos que le des una oportunidad —dijo Peter—. Si dice que no, nos las arreglaremos con algo. Pero al menos pregúntale.

Sirius se mordió el labio.

—De verdad no es así de fácil con mi familia. —Pero comenzó a escribir de todas formas. Al menos si le escribía de ante mano y ponía la idea en su cabeza, no tendría que hacerlo en persona y esperar por la discusión que le seguiría.

—Te sacaré yo mismo si tengo que hacerlo —dijo James, apoyándose contra el poste de la cama de Sirius. Sirius bufó. Sólo podía imaginarlo. James Potter volando su preciada Cometstrike7 hasta Grimmauld Place y rescatando a Sirius como si fuera una damisela en peligro.

—Sí. Seguro lo harás, Potter —sacudió su cabeza, doblando la carta y metiéndola dentro del sobre—. Mi caballero en una brillante armadura, es lo que eres. —Saltó de su cama, saltando sobre la pila de libros y ropa que aún tenía que empacar dentro de su baúl para el viaje de mañana de vuelta a casa, y se dirigió fuera de la habitación.

Remus estaba llegando a través del retrato justo cuando llegó al último escalón. Sonrió.

—Hey. ¿Adónde vas?

Sirius levantó la carta.

—Lechucería. —La metió de vuelta a su bolsillo—. ¿Quieres venir por un paseo?

Remus se encogió de hombros en un tipo de "por qué no" y siguió a Sirius afuera.

—¿Te importa si te pregunto a quién le escribes en la última noche en el colegio? —preguntó Remus en una manera muy coloquial.

Sirius se quejó.

—James quiere que le pregunte a mi mamá si puedo pasar un par de semanas en su casa en vacaciones. Me di cuenta de que tengo más oportunidades dándole un adelanto y tiempo para pensar en vez de sólo llegar con eso y preguntárselo.

Remus tarareó cuidadosamente.

—Aunque James es sangre pura. Aun así no es una compañía aceptable para el preciado heredero, ¿eh?

—Los Potters, en la opinión de mi familia, son tan malos como los Weasleys. —Sacudió la cabeza—. "Amantes de los Muggles", "Traidores de la Sangre"… Ya sabes. Todo eso.

Remus asintió con la cabeza todo el tiempo.

—Ya veo… Así que…

—¡Sirius! —Marlene vino corriendo hacia ellos y Sirius no pudo evitar sentirse ligeramente decepcionado —Hey, Remus.

—Hola, Marlene —dijo Remus cortésmente.

Marlene sonreía con gracia, sus labios brillando.

—¿Adónde te diriges, amor?

Sirius apretó los dientes por un momento antes de sonreírle de vuelta.

—Er… Yendo a enviar una carta, eso es todo. Volveré pronto.

—Oh. —Ella lució ligeramente decepcionada por un segundo, entonces sonrió tímidamente—. Yo la verdad iba a ver si tú querrías encontrar un lugar para… —Sus ojos azules aterrizaron en Remus por un momento.

Remus se aclaró la garganta.

—Er, sabes qué… Yo la verdad tengo que terminar de empacar. Así que… Sirius, ¿por qué no vas con Marlene a la lechucería, sí?

Sirius parpadeó, un poco confundido antes de que todo encajara en su cabeza.

—¡Ooh! Er, sí. Genial. Gracias, Re… Yo sólo…

—Te veré luego —finalizó Remus por él—. Buenas noches, Marls.

—¡Buenas noches, Remus! —dijo después de él —¡Gracias!