Mes de las hojas de Mandrágoras —Año cuatro

Sirius tropezó en el dormitorio luciendo como un completo desastre, desaliñado. Tenía la camisa desabotonada, el nudo de la corbata flojo y su cabello estaba hacia abajo, claramente las manos de alguien lo había despeinado.

—Lo siento —murmuró sin aliento, lanzando la túnica sobre su cama—. Sé que me retrasé —James estaba acostado en su cama leyendo una página de Maestros de la Transformación por última vez.

—Está bien. De todas formas, Pete aún no ha vuelto y Remus acaba de irse. —Los ojos de color avellana miraron hacia arriba y le sonrió a Sirius—. Parece que tus intenciones no han sido buenas. —Estudió a su mejor amigo por un momento. Sirius estaba peinando su cabello hacia atrás en un desordenado moño, su delineador estaba manchado por debajo de sus ojos y tenía una ridícula sonrisa en su rostro—. ¿Marlene y tú han vuelto a las andanzas?

Sirius se detuvo.

—Er… La verdad no. Terminamos.

James frunció el ceño.

—¿Cuándo? Nunca lo dijiste.

Sirius comenzó a morderse el labio inferior.

—Uhm… Hace unas semanas. Cuando fuimos a verte a ti y a Dorcas en la práctica.

James asintió para alentar a que Sirius continuara.

—Así que entonces, ¿con quién estabas, eh? —Lo miró con recelo. Eligió las siguientes palabras con mucho cuidado— ¿Le conozco?

Sirius se quitó la camisa de la escuela y agarró la camiseta de Queen que Remus le había comprado para su cumpleaños la semana pasada.

—Sabes James, estarías mucho menos interesado en mi vida amorosa si tal vez consideraras meterte en la tuya propia. —Tiró de la camiseta por su cabeza.

James se encogió de hombros y volvió a su lectura.

—Es sólo que luces como si hubieses pasado un buen rato, eso es todo.

Sirius frunció el ceño, ladeando la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que cada vez que Marlene y tú corrían a besarse o lo que sea, volvías luciendo con un poco de pánico directo a las duchas. En este momento luces bastante satisfecho contigo mismo… O quien sea que te ha estado satisfaciendo —James rio sin levantar la vista de su libro.

Sirius miró fijamente a James por un momento. Se preguntó en qué otro momento estaría a solas con él.

Se puso los pantalones una pierna a la vez, dándose a sí mismo un segundo para considerar su próximo movimiento.

Tal vez era mejor contarle a James de lo que se había dado cuenta. Tal vez James tenía mejor percepción de por qué parecía estar más centrado después de…

No, no iba a llevar esto tan lejos.

—Hey, James.

—¿Hmm? Estoy tratando de leer esto una última vez antes de intentarlo, Sirius.

Sirius se sentó a un lado de su mejor amigo en la cama. Respiró profundamente. Debía también ir directo al grano.

—James, soy gay. —Sin duda eso se sintió extraño al decirlo en voz alta, se dio cuenta Sirius. Pero también se sintió bien al decirlo. James alzó la vista, le dio una mirada más a su amigo y se encogió de hombros, volviendo a su libro.

—Lo sé —dijo simplemente, con una pequeña sonrisa.

Sirius se apartó conmocionado.

—¿Qué quieres decir con que lo sabes? —Miró al otro chico.

James suspiró, finalmente cerrando el libro y se levantó.

—Sirius, eres mi mejor amigo —dijo seriamente—. No hay mucho que no note sobre ti. Odiabas besar a Marlene, estás obsesionado con tus fotos de Bowie y estuviste más interesado en mis afiches de Quidditch que en las fotos sucias que encontramos en el estudio de papá. —Palmeó la pierna de Sirius—. Sé que eres gay. He estado intentando lo que dijeras desde el verano.

Sirius frunció el ceño.

—¿Y esto no te molesta en nada?

James rodó los ojos.

—Por supuesto que no, amigo. Digo, no tienes ningún tipo de enamoramiento conmigo, ¿cierto?

Sirius bufó.

—Soy gay, no significa que mis estándares hayan bajado.

—Estándares dudosos —rio James—. Sirius, te quiero. Eres mi hermano. Sólo quiero que seas feliz.

—Gracias, amigo —dijo Sirius con aire de alivio extremo—. Er… ¿Nadie más…?

—Nah —James sacudió la cabeza—. Quiero decir, no que yo sepa. Excepto con quien sea que te estás besando.

Sirius sintió sus mejillas calentarse un poco y se rascó la parte trasera de su cabeza.

—Gideon Prewitt.

—¿De verdad? —James parecía sorprendido. Gideon y su hermano gemelo eran compañeros de James en el equipo de Quidditch. Ambos eran muy amables, muchachos guapos de sexto año—. Bueno… Eso no es lo que esperaba… ¿Es tu novio entonces?

—¿Qué? ¡No! —dijo Sirius rápidamente, con los ojos muy abiertos— De ninguna manera… Él sólo… Me encontré con él en el pasillo un día y supe que había salido con ese tipo de Ravenclaw por un tiempo el año pasado, así que pensé en pedirle consejos sobre… Cosas. —Se dio cuenta de lo incómodo que probablemente sonaba—. De todos modos, él… er… ha sido muy útil.

James se rio.

—Puedo ver eso.

En ese momento, la puerta se abrió y Peter entró corriendo.

—¡Lo siento! La maldita escalera se movió y tuve que darme la vuelta, pero tengo buenas noticias. —Sonrió.

—¿Qué pasó, Pete? —preguntó James, dejando a un lado su libro.

—Tengo las hojas —dijo Pete, con orgullo, tendiéndoles la mano y presentándole a los otros chicos sus tres hojas de mandrágora—. Y nos he encontrado un lugar para practicar sin que nos encuentren.

James y Sirius saltaron de la cama y James rápidamente agarró la capa de invisibilidad de su baúl.

Una cosa que habían aprendido a lo largo de los años, era que Peter tenía talento encontrando pasillos escondidos o habitaciones secretas dentro del castillo. Era como si el muchacho tuviera un sexto sentido para ese tipo de cosas. Así que si Peter les decía que había encontrado algo, siempre se apresuraban en dejar lo que estaban haciendo y comprobarlo. Valía la pena cada vez.

Aunque, esta vez James y Sirius miraban a su amigo con ligera preocupación mientras caminaba de un lado a otro por el pasillo, como si estuviera concentrándose en algo de más.

—¿Eh, Pete? —preguntó Sirius con cautela —Pareces como si estuvieras a punto de hacerte estallar un vaso sanguíneo. ¿Qué estás…?

—Cállate, Sirius, estoy tratando de concentrarme —dijo Peter en un tono inusualmente fuerte que en verdad hizo que Sirius cerrara la boca en shock. Él y James intercambiaron miradas y se encogieron de hombros mientras Peter continuaba con su extraño ir y venir.

La pared frente a ellos comenzó a moverse lentamente y el vestíbulo se llenó con el sonido de piedra contra piedra. Una puerta apareció y Peter se detuvo y miró por sobre su hombro con una sonrisa satisfecha hacia sus amigos, quienes lo miraban con una mezcla de expresiones conmocionadas e impresionadas.

Peter abrió la puerta y los otros le siguieron. La misma habitación era enorme y en su mayoría, estaba vacía y nada especial. Sólo un espacio con unas cuantas sillas.

—¿Qué es este lugar? —preguntó James, observando alrededor de la habitación, con curiosidad.

—Cambia cada vez —dijo Peter—. La primera vez que la encontré tenía muchas ganas de orinar y pensé que explotaría y la puerta apareció y de pronto había un baño. Básicamente se convierte en lo que necesitas.

—Entonces, ¿qué le dijiste que necesitábamos ahora? —Sirius preguntó, mientras se dejaba caer en una de las sillas de madera, de revés y apoyaba su barbilla sobre el respaldo.

Peter se encogió de hombros.

—Sólo que necesitábamos un espacio para practicar. Un lugar lo suficientemente grande para acomodar… lo que sea que pueda pasar.

Todos sabían lo que quería decir. Muchas cosas podían pasar con lo que querían lograr. Si salía bien, no sabían en qué tipo de animal se convertirían. ¿Necesitarían el espacio para algo enorme como un león o un caballo? ¿Y si uno de ellos fuera un ave o algo así y necesitara ser capaz de aprender a volar correctamente?

Y por supuesto, estaba la opción de que todo pudiera salir terriblemente mal. Era magia avanzada y peligrosa la que estaban manipulando, especialmente en esta etapa. Estaban a más de medio camino y hasta el momento, no habían golpeado nada en la carretera. Sin embargo, cualquier error podía tener consecuencias nefastas y todos sentían la presión.

—Ok, amigos —James suspiró, sacando su varita—. ¿Listos?

—Listos —ambos, Sirius y Peter respondieron. Cada uno dejó la hoja de mandrágora en sus bocas.

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—Abre la boca, Peter —demandó Sirius por tercera vez. Su paciencia se estaba acabando con el otro chico, el que lo miraba cautelosamente y cubriéndose su boca—. ¡Joder, Pettigrew! ¡Abre la maldita boca!

—De ninguna manera —soltó la voz amortiguada detrás de su mano—. No voy a dejar que pongas tu varita en mi boca, Sirius.

James se esforzaba mucho para no reírse de los dos, ya que de verdad dolía.

Sirius gruñó.

—Bueno, tal vez si no hubieses tragado, masticado y estornudado las últimas tres hojas, ¡no tendríamos que usar los encantamientos de pegamento! ¡ABRE TU BOCA! —Tenía al más pequeño clavado contra la pared de la habitación, la varita apuntando su boca cubierta.

—¡No!

—Vamos, Pete, estamos perdiendo el tiempo. Tiene que estar ahí por un mes y tú no has sido capaz de mantenerla por dos semanas —dijo James razonando, posando una mano en el hombro de Sirius para alejarlo de su aterrorizado amigo—. Tuvimos suerte de que nadie te viera estornudarla.

—¡James masticó su primera hoja también! —Peter dijo, defendiéndose —¡Y yo no pude evitar el estornudo! ¡Me picaba la nariz por alguna razón!

—Y es por eso que todos estamos usando encantamientos de pegamento —Sirius suspiró frustrado.

Peter se estremeció ante su tono.

James sacudió la cabeza.

—¿Te sentirías más cómodo si yo hiciera el encantamiento, Pete?

Sirius pareció ofendido.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Que lo estás asustando, Sirius. Cálmate, por un carajo.

—¡Estoy calmado! —Ladró Sirius.

—¡Ve a sentarte! —James gritó de vuelta y para su sorpresa, Sirius realmente se sentó ahí en el suelo.

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—No te asustes —James logró mantener el nivel de su voz, aunque él mismo estaba entre el pánico y la risa. Sirius se estaba riendo.

Peter dejó salir un chirrido nervioso, mirando a los otros dos.

—¿Por qué?

—Probablemente… no sea nada… Yo sólo —James soltó un bufido de risa.

—¿Qué pasa? ¿Qué hay de malo? —Los húmedos ojos azules de Peter se agrandaron. Parecía que iba a llorar.

—Es… —Sirius se mordió el labio para detener la risa—. Tienes bigotes, amigo.

—¡¿Qué?!

Hubo un fuerte pop y un espejo apareció en la pared detrás de ellos. Peter se dio la vuelta y gritó ante su reflejo.

—¿Qué pasó? ¿Qué hice mal?

James y Sirius estaban inclinados hacia adelante, sus lados dolorosamente apretados de la risa.

—¡No lo sé, Pete! —Sirius se las arregló, limpiando las lágrimas— Estabas haciendo el hechizo muy bien y luego, de repente, ¡brotaron de tu cara!

—¿Qué debo hacer?

James ya estaba consultando en uno de los muchos libros que la habitación les había proporcionado, tratando de encontrar la manera de quitarle los largos y gruesos bigotes de la nariz a su amigo.

—Supongo que eso significa que eres un maldito conejo o algo así, Pete —Sirius bromeó. Se acercó y le dio un golpe a Peter en la nariz con un dedo—. ¡Un pequeño y lindo conejito con una nariz inquieta y bigotes!

—Sirius, detente —dijo James intentando sonar reprensivo, pero también incapaz de parar de reír. Después de unos momentos de una frenética búsqueda a través de las páginas, su rostro cayó.

Suerte para ellos que Madam Pomfrey nunca preguntaba cuando un estudiante se mostraba con bigotes saliendo de su rostro. Incluso cuando ese estudiante estaba acompañado por dos traviesos muchachos que apenas podían respirar de la risa.

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Remus estaba exhausto.

La luna llena del mes pasado lo había dejado en cama durante más tiempo de lo habitual, así que había pasado el resto del mes enseñándoles a tantos estudiantes menores como podía, en tantos temas diferentes como fuera posible para ganar un crédito extra de sus generosos profesores.

Estaba muy agradecido, por supuesto que le ofrecieron usar la tutoría para ayudar a mantener sus calificaciones de todo su trabajo perdido, pero era un montón de estrés y tensión y realmente sentía que estaba a punto de caer muerto en el suelo.

Y en la cima de todo eso, sentía como si no hubiese pasado tiempo con sus amigos en lo absoluto.

Subiendo las escaleras hasta su dormitorio, no podía pensar en otra cosa más que acurrucarse en su cama y dormir por todo el fin de semana. La cama estaba tan cerca… dormir estaba tan cerca.

Excepto que sus tres amigos estaban sentados en su cama sonriendo ampliamente y luciendo como si estuvieran a punto de explotar.

Remus gruñó.

—Cual sea el plan que tengan, va a tener que esperar, o pueden hacerlo sin mí —se sintió mal por abandonar a sus amigos por millonésima vez este mes, pero no podía mantener los ojos abiertos por un momento más.

—Me temo que no puede esperar, mi querido Moony —dijo Sirius, quien aparentemente estaba tan emocionado que no podía dejar de mover su mitad inferior.

Remus se refregó los ojos y sacudió la cabeza, decidiendo no cuestionar el extraño baile de Sirius.

—Sirius, de verdad….

Pero James lo interrumpió, poniéndose de pie y pasando su brazo alrededor de los hombros de Remus.

—Créeme, amigo… Esto necesita ser visto.

Remus miró entre sus tres amigos y suspiró.

—¿Y a dónde estamos yendo?

—Vamos a dar un pequeño paseo afuera, Moony —Sirius anunció, también de pie, cubriendo su propio brazo sobre el otro brazo de Remus, para que así el hombre lobo fuera un emparedado entre los dos morenos.

Peter se paró también, aunque le dio a Remus una ligera mirada de disculpa antes de sonreírle.

—Créeme, Remus… Vale la pena verlo.