N. de A.: El fic empieza desde el punto de Lily, pero irá pasando el protagonismo poco a poco a los Merodeadores.
Dedicatoria: Esto está dedicado a todas las lokas de ff.net y acosadoras en general, ellas saben quienes son XD, y a Rowling por crearme otro vicio literario que añadir a la lista.
MagiaLily miraba aburrida por la ventana de su cuarto. Aquel día era especialmente caluroso y ni dentro de las casas podía escaparse de él. No le apetecía hacer absolutamente nada, salvo estar allí sentada, escuchando música y mirando al infinito.
Normalmente, Lily era una niña bastante inquieta y alegre, sin embargo un pequeño altercado la había puesto de mal humor. Bueno, más que altercado, era un hecho absolutamente paranormal lo que había ocurrido esa mañana en la piscina; un niño casi la ahogó al gastarle una broma, ella se enojó y una medusa gigante se materializó para llenar al bromista de un horroroso sarpullido.
Desde que Lily alcanzaba a recordar, siempre habían sucedido cosas extrañas a su alrededor, pero nada tan alarmante como lo de la medusa. Sus padres estaban desesperados, y pensaban ya en llevarla a algún parapsicólogo de esos.
- ¡Lily, la merienda! – gritó su madre desde el piso de abajo.
- ¡No me apetece! – replicó ella también a voces.
Unos pasos subieron la escalera y una mujer de cabello cobrizo asomó por la puerta.
- Vamos cariño, no te preocupes por el incidente, no ha sucedido nada -.
- Soy un peligro – gruñó Lily – Un monstruo, como dice Petunia -.
- Tu hermana es una exagerada, no le hagas caso -.
Una afectuosa mano le acarició los llameantes cabellos.
- He preparado bollo de almendras y chocolate, del que a ti te gusta – su madre sonrió – Además ha llegado una carta para ti -.
- ¿Para mí? -. Lily miró extrañada a su madre; sus amigos del colegio no le escribían en verano y, aparte de ellos, ¿quién podría tener interés en enviar una carta a una chiquilla que aún no había cumplido los once años?.
La curiosidad superó al mal humor y Lily bajó a por su carta. En la mesa de la cocina ya se encontraba Petunia, atiborrándose de bollo y refresco de cola. Lily siempre se preguntaba donde metía su hermana todo lo que ingería, estaba tan escuálida como si no comiera desde hacía días. Esa tarde estaba particularmente poco agraciada, con el pelo negro recogido y su insulsa cara achicharrada por el sol; todo lo contrario a Lily, que poseía un brillante cabello rojo y unos deslumbrantes ojos verdes que cautivaban a cuantos la miraban.
Lily tomó el sobre que le tendió su madre. Enarcó una ceja al ver que aparecían su nombre y dirección escritos en tinta verde; pero, ¿y los sellos?. Despegó el sello de lacre y el sobre se desplegó para convertirse en una hoja de pergamino inscrito con el mismo tipo de letra esbelta de color esmeralda.
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
Director: Albus Dumbledore
(Orden de Merlín, Primera Clase,
Gran Hechicero, Jefe de Magos,
Jefe Supremo, Confederación
Internacional de Magos).
Querida señorita Evans:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.
Las clases comienzan el 1 de septiembre.
Ante el hecho que usted pertenece a una familia muggle y carece de guía, se le facilitará un tutor que le ayudará a comprar su material escolar y le ilustrará acerca del colegio en el que ingresará.
Muy cordialmente, Minerva McGonagall
Directora adjunta
- Esto es alguna broma, ¿verdad? – preguntó Lily mirando alternativamente a Petunia y a su madre.
- ¿Por?, ¿qué pone, cariño? -.
La niña le ofreció la carta y la madre parpadeó desconcertada.
- Con el bollo era suficiente, no teníais que recordarme que soy rara – protestó enojada – Seguro que ha sido Petunia -.
Su hermana le sacó la lengua, parecía bastante satisfecha con la imagen de Lily sintiéndose tan mal.
El timbre de la puerta evitó una disputa entre las hermanas. Lily fue corriendo, seguro que era su padre con helado de vainilla para animarla. Nada más lejos de la realidad, el hombre que se encontraba en la entrada vestía una curiosa túnica verde con estrellitas de plata bordadas, en su mano portaba un gorro del mismo estilo que debía cubrir su pajizo cabello.
- Hola, soy Alfred Myther, ¿eres la señorita...? – consultó una libretita un instante - ¿Lily Evans? -.
- Sí -.
- Buenas tardes, ¿qué desea? – inquirió la madre de Lily surgiendo tras ella.
- Alfred Myther – sonrió afable el extraño personaje – He sido asignado como tutor de su hija por el Colegio Hogwarts, señora Evans -.
- Esto... no creo que mi hija... -.
- Lo sé, no cree que nada de esto sea real, de acuerdo, es lógico –.
El señor Myther echó un vistazo a la calle, pareció satisfecho al no ver a nadie, y sacó una varita. Con un sencillo movimiento cambió su túnica en un veraniego atuendo de pantalón corto y camisa hawaiana. La boca de Lily se abrió de par en par sin emitir sonido alguno.
- ¿Convencida? – preguntó el mago, recobrando su apariencia original – Puedo hacer cosas más espectaculares, pero el Ministerio de Magia se enojaría bastante si uso la magia en territorio muggle de una forma indiscriminada -.
- ¿Qué es "muggle"? – saltó Lily.
- Gente no mágica – explicó Alfred - ¿Les importa si continuamos la conversación dentro?, aquí fuera hace más calor que en una guarida de dragones -.
El pintoresco personaje agradeció entusiasmado la limonada que le tendió la señora Evans. Inmediatamente después, pasó a explicarles qué era Hogwarts y aspectos básicos del mundo mágico; para ello aprovechó la televisión del salón, proyectando imágenes mediante la magia.
El señor Evans llegó poco después y tardó un buen rato en asimilar que su hija era una bruja, aunque luego se alegró tanto que lanzó a Lily un par de veces al aire mientras ella no sabía si protestar o reír.
- Bueno, creo que está todo, ¿qué día de la próxima semana tienen ustedes libre?, supongo que querrán acompañar a su hija en las compras de su material escolar y la elección de su varita... la varita, eso es algo memorable en la vida de toda bruja o mago – preguntó el señor Myther.
- Por supuesto, ¿qué te parece el viernes Rose? – propuso el padre de Lily.
- Bien Charles, si al señor Myther no le resulta un inconveniente -.
- Ninguno, estoy a su completa disposición – sonrió el mago – Y por favor, llámenme Alfred -.
- Señor -. Lily tiró de la manga verde con expresión preocupada.
- Si es por la medusa, descuida, lo solucionaron los del Departamento de Contención de Accidentes Mágicos – respondió él, divertido.
Lily esperó en segundo plano, fulminada por la mezcla de odio y celos de Petunia, mientras sus padres despedían a su tutor mágico.
- Síganme, es por aquí -.
Los señores Evans fruncieron el ceño al ver el local donde estaba entrando Alfred. "Destartalado" era una palabra que se quedaba corta, y su nombre no mejoraba la situación.
- "El Caldero Chorreante" – leyó Lily.
- Señor Myther... Alfred, no es por desconfiar, pero este sitio... -.
- Tranquila Rose, sólo estamos de paso, nuestro destino se encuentra al otro lado de la taberna – sonrió el mago, afable.
Una mano protectora se cerró en torno a la de Lily. Al entrar descubrieron una tasca de lo más vulgar y oscura, con personajes de lo más estrambótico sentados a sus mesas. Alfred saludó al dueño y luego guió a los Evans por una puerta trasera, a un callejón sin salida.
- Un segundo... – examinó la pared de ladrillos, hasta que descubrió el que buscaba y lo apretó.
El muro se abrió como un cúmulo de nubes rojizas bruscamente apartadas por un viento invisible.
- Bienvenidos al Callejón Diagón – sonrió Alfred.
Lily pensó que estaba soñando. En cualquier momento alguien la zarandearía y despertaría acostada en su cama. Una calle se abría ante ella llena de gente ataviada con túnicas semejantes a las de Alfred, tiendas anunciando mercancías de lo más raras, incluso en una vendían escobas voladoras.
- Me he encargado personalmente que algunos de sus ahorros fueran traídos a Gringotts, así dispondrán de dinero mágico – explicó Alfred – No es necesario que vayamos todos al Banco, si lo prefieren la señora Evans puede recorrer un rato las tiendas con Lily y luego nos encontraremos frente a esa tienda en, pongamos, una hora -.
- Sí, por favor – rogó la niña, al ver un comercio lleno de animales.
Los padres cedieron y el grupo se separó.
El pequeño establecimiento resultaba abrumador, apenas quedaba sitio para circular entre tanta jaula, animales y niños con sus padres. Lily contempló fascinada cada animal, incluso las tarántulas y bichos semejantes, sin embargo con lo que chilló entusiasmada fue un gatito completamente negro de ojos tan verdes como los suyos.
- Mamá, ¿me lo compras?, en la carta dicen que podemos llevar un animal -.
- No sé, cariño, Alfred dice que una lechuza te resultaría más útil, para que nos mantuviéramos en contacto contigo – replicó la señora Evans.
Lily asintió y, triste, se paró ante las lechuzas. Algo empezó a jugar con su pelo de manera traviesa, la niña se volvió y descubrió a una gran lechuza gris plateado que parecía haberse enamorado de su pelo. Lily rió.
- Quiero ésta -.
La señora Evans se acercó a la dependiente y le pidió que le guardase el animal, que volverían en unos minutos con el dinero. Dicho y hecho, apenas Lily divisó a su padre le agarró del brazo y le arrastró hasta la tienda.
- Realmente magnífica, buena elección Lily – aprobó Alfred – Tienes que ponerle nombre -.
- Mmmm... Silver, ¿qué te parece? -.
El animal ululó y picoteó cariñosamente la oreja de su dueña.
El siguiente lugar al que entraron no estaba tan atestado ni olía a rancio, al contrario, se sentía ese particular aroma a nuevo de una tienda de ropa. Un niño se encontraban probándose túnicas con sus padres y les miraron con curiosidad, a la legua se veía que la familia de Lily era muggle. Charles y Alfred se quedaron fuera con la lechuza, pero observaban por el cristal.
- Hola linda, ¿primero en Hogwarts? – sonrió la alegre tendera, parecía una ancianita sacada de algún cuento de hadas – Ven, sube aquí -.
Subió a un taburete y la encasquetaron una túnica negra. Rose sonreía a su hija, orgullosa del destino de la pequeña Lily, mientras ella luchaba por no caerse de las alturas en tanto le cogían el bajo.
- ¡Ay! -.
- Sirius, haz el favor de estarte quieto -.
- Mamá, me ha pinchado y llevo una eternidad aquí, ¿cuántas túnicas más pretendes que me pruebe? –.
El niño resopló haciendo ondular su liso pelo azabache, lo llevaba bastante largo, otorgándole una expresión rebelde. Volvió la cabeza y se topó con la curiosa mirada de Lily.
- Hola – saludó – Me llamo Sirius, ¿primer año? -.
- Sí – asintió ella – Yo soy Lily -.
- Te daría la mano pero... – miró elocuentemente a su madre, una chispa de burla en sus ojos azules.
- ¡Sirius!, te estas jugando el regalo de Halloween – le amenazó su madre.
- Vale, ya me callo -.
Lily bajó del taburete antes que Sirius.
- Nos veremos en el colegio – se despidió el niño.
Abandonaron la tienda de ropa y pasaron por la librería. Después a por su caldero, plumas, pergaminos, ingredientes para pociones...
- Falta lo más importante, la varita, seguidme -.
Alfred les condujo hasta una tienda tan deprimente como lo era el Caldero Chorreante. En el cartel ponía "Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C", y Lily pensó que ahora entendía el estado ruinoso del local. Hasta el último hueco de los estantes estaba atestado de lo que parecían cajas de zapatos. Lily se aproximó a uno de ellos y retrocedió asustada, un anciano de aspecto realmente inquietante había surgido repentinamente ante ella.
- Ah, hola señores Evans, bienvenidos, soy el señor Ollivander – saludó con una inquietante sonrisa – Bien, pequeña Lily, ¿cuál será tu varita? -.
- No lo sé – reconoció ella, temblando. Aquel hombre tenía un algo que ponía los pelos de punta, quizás fuera esa forma de mirar sin parpadear.
- Pero eso no es problema, las varitas eligen a sus dueños... ¿diestra o zurda? -.
- Diestra -.
- Extiende el brazo – le pidió Ollivander, y le tomó la medida del hombro a la punta de los dedos – Bien, muy bien... -.
El extraño tendero sacó una cajita de una de las estanterías y de su interior extrajo una varita.
- Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce y pelo de unicornio; una preciosa varita para encantamientos – sonrió el señor Ollivander – Pruébala -.
- ¿Cómo? -.
- Agítala -.
Lily hizo un movimiento suave y unas tenues chispas plateadas surgieron de la varita. Ella sonrió al sentir calorcito en la mano y al ver el asentimiento del tendero, aquella era su varita.
- Ya lo tenemos todo – dijo Alfred, después que Lily le enseñara entusiasmada su varita – Es hora de volver a casa -.
La pequeña pelirroja caminó junto al mago y no dejó de hacerle preguntas hasta que llegaron al coche.
- Alfred -.
- ¿Sí, Lily? -.
- Aún queda una semana para las clases, ¿querrías traerme al Callejón Diagón otro día? -.
- ¡Lily! – le reprendió, escandalizada, su madre.
- Tranquila, no me ha molestado – sonrió Alfred.
- Sólo quiero aprender más cosas del mundo mágico, no quiero parecer tonta en el colegio – se defendió la niña – He oído a los niños de la tienda de escobas, hablaban de una cosa, el quibich o algo así -.
- Quidditch – le corrigió su tutor – Si a tus padres no les importa, yo no tengo inconveniente en que vengamos otro día -.
Los ojitos color esmeralda se quedaron mirando a los señores Evans, un tierno mohín de suplica. La madre suspiró y el padre estalló en carcajadas.
- De acuerdo Lily, puedes venir con Alfred -.
- ¡Sí!, gracias, gracias -. Les dio un beso a sus padres.
- ¿Te parece bien el viernes? – le preguntó Alfred.
- Muy bien, aunque la semana se me hará eterna – asintió la niña – Alfred, ¿puedo ir leyendo los libros del colegio? -.
- Sí, pero ni se te ocurra intentar realizar ningún hechizo, los menores de edad no podéis realizar magia en el mundo muggle, significaría tu expulsión de Hogwarts – le advirtió él, más serio que de costumbre.
- Lo prometo -.
La familia Evans subió al coche. Lily se despidió de Alfred agitando la mano por la ventanilla de atrás, hasta que se perdieron entre el tráfico.
La semana transcurrió más rápida de lo que Lily pensó en un principio. Como de costumbre, Alfred apareció a la puerta de su casa sin un aparente medio de transporte; Lily quedó realmente decepcionada cuando usaron el autobús para llegar hasta el Caldero Chorreante.
- ¿Esperabas una escoba voladora? – rió Alfred.
- Pues sí, o algo parecido – comentaba la niña, mientras veía pasar las casas al otro lado de la ventanilla.
- Es curioso como las cosas nos parecen mágicas por el mero hecho de ser distintas -.
- No entiendo -. Lily frunció el ceño.
- Hay muchos magos que se dedican a estudiar el mundo de los muggles, lo encuentran fascinante – explicó Alfred – Tengo un amigo que se vuelve loco por una buena cafetera -.
- Ah, ya, quieres decir que mi mundo también es interesante -.
- Sí -.
- ...pues a mí me sigue pareciendo más emocionante montar en una escoba voladora que en bicicleta – opinó Lily.
Su tutor estalló en carcajadas y elogió el ingenio de la chiquilla.
Una vez en el Callejón Diagón fueron al Banco a que la pequeña cambiase sus ahorros en dinero mágico, prefería gastarlos allí que en tiendas muggles. Alfred se dejó arrastrar dócilmente, disfrutando del carácter espontáneo e ingenuo de la niña. Lily se compró una túnica verde, un diario mágico e invitó a su tutor a helado en una agradable terraza cubierta con sombrillas de colores.
- Te has adaptado con mucha facilidad, eres una auténtica brujita -.
- Gracias – sonrió Lily, feliz.
Aunque prestaba atención a la conversación con Alfred, lo cierto es que también tenía los ojos puestos en la calle, intentando absorber toda la información posible. Ya sabía lo que era el quidditch, pero eso no le hacía perder la inquietud a quedar como una tonta frente a sus compañeros del colegio.
Vio entonces a un niño que, al salir corriendo de la librería, se le cayó uno de los volúmenes que cargaba bajo el brazo. Lily se excusó con Alfred, se apresuró a recoger el libro y fue tras el muchacho.
- ¡Oye!, ¡espera! -.
Unos ojos oscuros se volvieron a ella. El niño se detuvo.
- ¿Qué quieres? -. Hablaba en un tono demasiado serio para su edad, más o menos la de Lily, pero denotaba interés por saber qué quería la desconocida.
- Se te cayó esto -. Ella le devolvió el libro con una de sus más lindas sonrisas.
- Ah... – el chico pareció momentáneamente desconcertado – Supongo que debo darte las gracias -.
- De nada... tengo que volver, me esperan – replicó Lily – Adiós -.
- Espera... -.
- ¿Sí? -.
- ¿Vas a Hogwarts? – preguntó sin que su expresión cambiara lo más mínimo, algo que a la niña le resultaba de lo más divertido.
- Primer año, Lily Evans – asintió ella.
- Nos veremos en el tren entonces -.
- Oye, ¿y no me dices tu nombre? -.
- Severus Snape -.
- Hasta el 1 de Septiembre, Severus – se despidió Lily con otra de sus sonrisas.
Él la vio regresar a la heladería y sentarse con un joven mago de aspecto simpático, algún familiar cercano posiblemente. Se encogió de hombros y siguió con sus compras.
- Estás pendiente de todo – rió Alfred.
- Lo siento – se excusó Lily, sin demasiada convicción – Es que aún no me acostumbro a que la gente pida 200 gramos de mandrágora en lugar de un kilo de naranjas... por cierto, ese chico me ha dicho no sé qué de un tren para ir a Hogwarts -.
- Sí, irás en tren con el resto de alumnos, los familiares no pisan el colegio a no ser bajo circunstancias especiales – respondió Alfred.
- Ah, vale -. Lily apuró su helado de nata, vainilla, chocolate y nueces – Recuerdo que dijiste algo sobre cuatro Casas en Hogwarts, ¿cómo se elige a los niños?, es decir, ¿hay que pasar alguna prueba? -.
- Nada de eso, pero ya lo descubrirás, no voy a revelarte todas las sorpresas del colegio, pequeña Evans -.
- ¿Te volveré a ver? -.
- ¿Qué? -.
- Se supone que tu trabajo era ayudarme a adaptarme como bruja, ahora que ya sé lo que es el mundo mágico ¿podré volver a verte? -.
- Bueno, no es lo habitual, pero, como tu padres no son magos, si tienes algún problema puedes enviarme una lechuza -.
- ¿Cómo se hace eso?, ¿a dónde te la envío? – preguntó Lily, inquieta.
- Sólo has de poner mi nombre en el sobre, la lechuza se encargará de hacérmelo llegar -.
- Gracias -.
Lily se relajó visiblemente. Saber que Alfred estaría en contacto con ella, aunque sólo fuera a través de cartas, le daba un cierto grado de seguridad y confianza.
- Se hace tarde, será mejor que volvamos a tu casa – decidió el mago.
- Tan pronto, sólo son las siete -.
- Vamos Lily – rió Alfred – O tus padres se enojarán -.
- Vale, tío Alfred -.
Las carcajadas del mago llamaron la atención de algún que otro transeúnte.
- En verdad sabes como ganarte el corazón de la gente, pequeña Evans, serás una auténtica hechicera -.
- Por algo mi varita sirve para los encantamientos - sonrió ella.
Niña y mago abandonaron el Callejón Diagón. Lily le echó un último vistazo, sabía que pasaría un año antes de poder volver.
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N. de A.: Mandadme reviews, así me haréis muy feliz ^^
Tenna rato!!! ( qué queréis?, el SdlA sigue siendo mi principal vicio :P)
