Navidad con los Black - Año cuatro
El número doce de Grimmauld Place nunca ha sido un lugar demasiado cálido o agradable, no del tipo de medio ambiente como hogar dulce hogar. Era el contraste de la Sala Común de Gryffindor, el lugar era un completo mausoleo. Aunque Sirius se había sentido ligeramente incómodo ahí, de niño estaba totalmente aterrorizado de las incorpóreas Cabezas de Elfos Domésticos que su madre insistía en exhibir, en cuanto entraba a la casa de su familia durante su estadía por las vacaciones de invierno, se llenaba de un instantáneo sentimiento de temor que casi lo hacía querer vomitar.
Ya no pertenecía ahí.
Probablemente nunca lo hizo.
Regulus casi no había hecho contacto visual con él desde que se habían bajado del tren, y sus padres... Bueno, dijeron lo que había parecido ser una obligación y se habían forzado a saludarlo, pero el mayor sentimiento de reencuentro había sido bastante frío. No quería estar ahí, y estaba seguro de que ellos tampoco lo querían ahí.
James prácticamente le había rogado a Sirius que volviera a casa con él para Navidad, pero se había forzado a sí mismo a rechazarlo. Seguir evitando la Noble y Ancestral Casa De Los Black, sólo empeoraría el asunto porque, eventualmente, tendría que regresar de todas formas, ¿cierto? Así que para qué aplazarlo. ¿Para qué llenarse a sí mismo de falsas esperanzas de que podría salir por esa puerta y nunca más mirar atrás?
Por supuesto, siendo el Merodeador que era, ciertamente no planeaba sentarse ahí en silencio y hacer de su presencia completamente inadvertida por su familia. Lo primero que hizo una vez que llegó a su habitación fue poner una gran bandera de Gryffindor y un conjunto de escudos a través de toda la pared, asegurándose de utilizar un hechizo de pegamento permanente, así su madre no podría quitarlo cuando el regresara a la escuela. Le hubiese encantado ver su rostro cuando intentara arrancarlo.
Marlene le había conseguido un reproductor de música muggle para su cumpleaños número quince en Noviembre pasado y fue la primera cosa que empacó cuando supo que regresaría a casa por la semana, con los planes de dejar a The Beatles, Queen y a Bowie tocando tan fuerte como podía, todo él día y toda la noche, sólo con él propósito de fastidiar al resto de su familia. No bastó suficiente tiempo. Sólo tres canciones de Sheer Heart Attack y Kreacher estaba aporreando su puerta por órdenes de su madre de "apagar esa porquería muggle". Él simplemente puso Killer Queen y dejó que la voz de Freddie Mercury ahogara todo lo demás. En su opinión, si sus padres tenían tanto problema con su comportamiento, podían dejar de ser tan engreídos, los malditos pomposos, y lidiar con él. Se negaba a ser ignorado por ellos por más tiempo. Iban a verlo, quisieran o no. No iba a aceptar órdenes de segunda voz por un viejo y gruñón elfo doméstico que nunca le había dado nada más que fingir respeto seguido por insultos murmurados con la clara intención de ser escuchados.
No fue hasta su tercer día de regreso en casa que las cosas en Número Doce, se volvieron realmente emocionante. Cuando Kreacher llamó para la cena, Sirius bajó por las escaleras, sin usar una de sus finas batas de vestir, como era de esperar de un miembro de La Casa de Los Black, sino que con su camiseta de Ziggy Stardust y unos ajustados jeans muggle. Tomó asiento en su usual lugar, sin molestarse con la correcta postura erguida que se le había enseñado desde que aprendió a ponerse de pie solo, y en vez de eso, inclinó su silla hacia atrás sobre sus patas traseras, cruzando sus brazos desafiantemente sobre su pecho.
Los ojos de Walburga casi saltaron fuera de su cabeza. Su boca se mantenía abriendo y cerrando como un pez mientras luchaba para encontrar las palabras para expresar lo horrible y vergonzoso que era su hijo. Finalmente, su padre golpeó la mesa con el puño y se levantó, la mirada fija sobre su hijo mayor.
—¡Sirius Orion Black! ¡Estás intentando enviar a tu madre a su tumba prematuramente?
Sirius en verdad sonrió.
—¡Oh, bien! Sí me ves, padre. Comenzaba a preocuparme que me estaba volviendo invisible o algo. —Se levantó también, dejando que su silla cayera hacia atrás sobre el suelo en un fuerte porrazo, pero nadie pareció notarlo—. ¿Qué es ahora lo que no es suficientemente bueno para ustedes? Era sencillo ignorar el hecho de que no fui elegido dentro de Slytherin. No lo mencionan y es como si no fuera cierto, ¿verdad? Pero cundo tienen que mirarme y ver que no encajo en su molde de La Realeza Sangrepura, ¿ahí es cuando finalmente recibo algún tipo de reconocimiento? —El enfado hervía dentro de su estómago, subiendo hacia la superficie.
—No es así cómo te criamos, Sirius —la voz de Orion era peligrosamente baja y Sirius podía ver la gran vena en su cuello comenzando a palpitar, pero no se iba a detener.
—Sé que no —replicó, manteniendo su tono similar al de su padre—. Pero eso es lo que lo hace tan genial.
Los ojos de Orion se abrieron ante él llamativo desataco, y casi sin mover los labios, murmuró:
—Sal de mi vista, Sirius. —Y lentamente volvió a sentarse.
—Con placer. —Sirius se alejó antes de patear su silla fuera del camino y dejó el comedor. Pisoteó tan fuerte como pudo su subida por la escalera hacia su habitación y agarró el primer artículo relativamente abrigador de ropa que encontró, el que casualmente era uno de los sweaters de Remus que debió haberse mezclado con sus cosas mientras estaban empacando, y se lo puso por la cabeza. Buscó entremedio de su baúl su paquete de cigarros, un hábito que había agarrado después de quedarse hasta tarde en sus sesiones de besuqueo en varios armarios de escobas con el Ravenclaw de séptimo año, Patrick Davies, hacía algunos meses atrás, marchó directo por las escaleras y salió por la puerta principal, se sentó en el borde de la acera y colocó un cigarro entre sus labios.
—¿Por qué haces eso?
Sirius apretó su encendedor muggle y encendió el final del cigarrillo, inhalando.
—¿Hacer qué? —preguntó sin mirar a su hermano —¿Fumar? Joder, porque quiero.
Regulus lentamente tomó asiento a su lado.
—Eso no. —Rodó los ojos—. Aunque es un hábito muggle desagradable... Quiero decir, ¿por qué tienes que hacer las cosas tan difíciles para ti todo el tiempo?
Sirius sacudió la cabeza y miró a Regulus medio molesto.
—No estoy haciendo nada difícil. Sólo estoy siendo yo mismo, son ellos los que lo hacen difícil cuando no pueden aceptar que sólo no estoy hecho como el resto de esta familia. —Sacó algunas cenizas—. Tú tampoco lo estás. Pero estás demasiado asustado de mecer ese bote y crear algunas olas. Prefieres sentarte ahí con tu cabeza en alto y dentro de sus culos, haciéndoles sentir orgullosos de cosas que ni siquiera crees.
Regulus estaba callado, mirando a su hermano de cerca. Algunas veces pareció que iba a decir algo, en vez de eso sólo suspiraría o haría un sonido indescifrable en el fondo de la garganta.
—No sabes en lo que creo o en lo que no —dijo finalmente, mirando el suelo.
Sirius se encogió de hombros y puso su cigarro sobre el pavimento.
—Tienes razón, no lo sé. Porque ni siquiera me miras en los pasillos, o me hablas. —Se levantó—. Así que sólo dilo, Regulus... Prácticamente ya no somos hermanos.
El hermano menor se congeló, un audible jadeo se escapó de sus labios. Después de unos segundos se levantó también, y se giró para mirar al otro chico.
—Bien. Tal vez tengas razón. De todas formas, ya no me necesitas, ¿no es cierto? Tienes un hermano. Tienes a Potter, ¿verdad? —Su voz era helada y sus ojos penetrantes.
Sirius se lamió los labios y se llevó una mano por el cabello. Asintió
—Sí, es cierto. ¿A quién tienes tú, Regulus? —Se giró y caminó de vuelta a adentro, golpeando la puerta detrás de él al cerrarla.
Cuando estuvo de vuelta en su habitación, puso uno de sus discos y se tiró sobre la cama, mirando el techo. Su mente se sentía sorpresivamente en blanco. Hubiera pensado que se sentiría mal por decirle ese tipo de cosas a Regulus, pero no. No sentía nada. Quiso quitarse el sweater de Remus también, pero mientras lo hacía, lo golpearon esencias de pergamino, bosque, té y chocolate.
Durmió con el sweater de Remus por el resto de la semana.
