61 – Navidad donde los Potters – año seis


Los Blacks, al igual que la mayoría de las antiguas familias de sangre pura, se construyeron en una sólida base de tradiciones que podían remontarse a siglos y siglos. Había tradiciones para casi todos los aspectos de la vida cuando se formaba parte de la Noble y Ancestral Casa de los Blacks, y debían mantenerse con orgullo y dignidad. Había tradiciones para la hora de la comida; Sirius sabía cómo diferenciar el tenedor de ensalada del de la carne del del pescado antes de que pudiera sostener dicho utensilio por su cuenta. La postura correcta tenía que mantenerse y por supuesto, la vestimenta adecuada, y si sus codos golpeaban la mesa, bueno… a su habitación sin cenar y esperando un bastón contra su espalda. Había tradiciones por eventos sociales, tradiciones para criar a tus hijos (si considerabas dejar que los elfos domésticos de tu casa hicieran todo el trabajo por cinco años) y tradiciones para las vacaciones.

Hasta que Sirius fue a Hogwarts, jamás había visto un correcto árbol de Navidad, ni tampoco sabía quién era Santa Claus. De hecho, no tenía idea en lo absoluto de que los niños recibían regalos para Navidad hasta que James se abalanzó sobre él la mañana en la que todos debían volver a casa a pasar las vacaciones, empujando un gran paquete de colores brillantes y gritando—: ¡Feliz Navidad, amigo! —Tan fuerte que Remus lanzó su almohada a través del dormitorio y le dio en la cabeza. El resultado final había sido una pelea de almohadas, seguido por James, Remus y Peter explicándole el intercambio de regalos a un muy confundido y casi desolado, Sirius. Después de eso, la Navidad se volvió una de las épocas favoritas de Sirius en Hogwarts. Disfrutaba las decoraciones y lo cálido y acogedor que parecía el castillo a pesar del amargo frío afuera. Había algo extra mágico sobre la escuela durante esa época.

Sin embargo, eso no era nada comparado con despertar en la mañana de Navidad donde los Potters.

—¡FFELIZ NAVIDAD, PADS! —fue el grito como de guerra de James cuando irrumpió en la puerta del dormitorio de Sirius y saltó a la cama del otro chico. Sirius refunfuñó y lo apartó de un empujón, tirando el pesado edredón sobre su cabeza.

—El sol ni siquiera ha salido, Prongs. Vuelve a la cama.

—No puedo, Padfoot. Así que vamos, levantémonos. —Quitó con brusquedad las mantas de Sirius, quien se hizo un ovillo con un quejido molesto. James gruñó—. Sirius, has sido una perra gruñona desde que llegamos a casa. No voy a dejar que te pongas triste y patético justo en Navidad.

Sirius rodó los ojos y se volteó para mirar a su mejor amigo.

—No estoy planeando estar triste todo el día, James. Sólo hasta que me asome por la ventana y vea la luz del día.

—Pero…

—James Potter, te hechizaré y no podrás hacer ni una mierda para detenerme —le amenazó Sirius con una pequeña sonrisa en sus labios.

James resopló.

—Merlín, un tío cumple diecisiete e inmediatamente se aprovecha. —Sacudió la cabeza y se levantó—. Bien. Tienes una hora hasta que vuelva aquí y te arrastre escaleras abajo para que abramos los regalos.

Como un perro que había escuchado el crujido de un envoltorio de comida. Sirius se animó.

—¿Regalos?

—Bueno, claro, amigo. —Rio James—. Y si no levantas tu trasero de la cama, me quedaré con tus regalos también. El primero que llega se sirve. —Sonrió triunfante y se apoyó en el marco de la puerta mientras Sirius se levantaba de la cama.

—¿Ah, sí? —Sirius sonrió, empujándolo fuera de su camino—. Bueno, entonces ya que yo estaba en este planeta primero, supongo que tus regalos son míos, ¿según esa lógica?

—¡Oye! ¡Idiota, no toques mis regalos!

Los dos chicos se apresuraron por el pasillo y bajaron las escaleras, empujándose y peleando entre ellos por todo el camino hasta que literalmente tropezaron en la sala de estar, aterrizando uno encima del otro, riendo justo delante del árbol con un fuerte estruendo. Una vez que se las arregló para desprenderse de las largas extremidades de James, Sirius se sentó derecho con un silencio aturdidor. Desde la decisión de Remus de terminar con su relación, Sirius había tenido muy pocos sentimientos positivos. Sin embargo, repentinamente sintió un cálido cosquilleo que crecía desde lo más profundo. Había visto el árbol la noche anterior, incluso había ayudado a Euphemia colgar algunos adornos en él, pero con las docenas de regalos coloridos sentados debajo de él y la luz brumosa del sol que se levantaba lentamente en la ventana por detrás, era impresionantemente sereno. Lo que realmente hizo que se le revolviese el estómago fueron las medias que colgaban de la chimenea, y el hecho de que había una en el extremo que tenía una "S" bordada en ella.

—¡Será mejor que no hayan abierto esos regalos aún! —La señora Potter les llamó desde la cima de las escaleras, sacando a Sirius de su propia cabeza y regresándolo a la Tierra. Ambos chicos se pusieron rápidamente de pie mientras Euphemia bajaba con una festiva bata verde y pantuflas. Fue recibida al pie de la escalera por el elfo de los Potter, Trinket quien llevaba una bandeja con té y galletas—. Gracias, querida Trinket. —Ella sonrió, aceptando agradecida su taza. La elfa se acercó a James y a Sirius, quienes tomaron sus propias tazas de cacao caliente. James frunció el ceño ante la taza que había quedado.

—¿Dónde está papá?

Euphemia suspiró.

—Me temo que va a llegar un poco tarde. Lo llamaron temprano esta mañana desde el Ministerio…

—¿En Navidad? —dijo James, claramente indignado.

—Hubo… —La Sra. Potter dudó por un momento—. Bueno, digamos solamente que fue muy importante. Estará en casa pronto, cariño. Mientras tanto, pueden ir y abrir sus regalos. —Tomó asiento en el sofá y bebió de su té.

Tanto James como Sirius estaban curiosos para saber más sobre qué había sido tan importante en la mañana de Navidad, pero decidieron no presionar con el tema. Tenían muchas maneras de descubrir más información luego y había temas más importantes con regalos que debían ser abiertos después de todo.

Había sido un buen botín. Los dos recibieron nuevos kits de papelería personalizados, ("¡Mamá! Te dije que dejaras de poner mi segundo nombre en estas malditas cosas —se quejó James), y también les habían dado las escobas más nuevas en el mercado. Sus medias estaban llenas de dulces y cosas horneadas, y luego como era usual, estaban las bufandas, guantes y cosas que necesitaban en vez de cosas que de verdad querían.

Peter le había enviado a James una pila de cromos raros de Quidditch y una púa de guitarra para Sirius con una nota garabateada con entusiasmo en la que explicaba que su primo muggle conoció a Pink Floyd entre bastidores después de un concierto y había conseguido una de las púas de David Gilmour.

—Nada de Remus —murmuró Sirius, dando otro vistazo debajo del árbol para ver si se había perdido de algo.

—Nada de Remus aún —le corrigió James—. Aún es temprano. Tal vez su lechuza no ha llegado todavía.

Sirius se encogió de hombros, tratando de no pensar tanto en ello. Tampoco tuvo que hacerlo porque justo en ese momento, el lugar de la chimenea brilló de color verde intenso y el señor Potter salió de ella, quitándose el polvo floo y las cenizas de la túnica.

—Buenos días a todos. ¡Feliz Navidad! —Sonrió, a pesar de parecer agotado—. Bueno, parece que han ido y empezado las festividades sin mí. Espero no haberme perdido el desayuno.

Euphemia se levantó y saludó a su esposo con un beso.

—Creo que justo a tiempo.

El desayuno estuvo genial, aun cuando el Sr. Potter rechazó muchas veces decirle a James y a Sirius cuál había sido su reunión de emergencia en el Ministerio. No era nada para que ellos se preocuparan, o así había insistido el Sr. Potter. Derrotados, los chicos se excusaron en el patio para probar sus nuevas escobas y disfrutar del manto de nieve recién caído que, por cierto, era perfecto para una pelea de bolas de nieve. Volvieron a la casa horas más tarde, empapados y congelados hasta los huesos, y riendo con demasiada fuerza mientras Trinket se apresuraba hacia ellos con ropa seca y más tazas humeantes de cacao.

—Gracias, Trink. —Sirius temblaba, se quitó los vaqueros empapados de las piernas con cierta dificultad y aceptó el nuevo par que le ofrecía la elfa. Estaban calientes, supuso que habían sido encantados.

—Merlín, qué bien. —James suspiró mientras él también se ponía los pantalones secos—. Pensé que me iba a congelar las bolas.

—Ah, qué pena le hubiese dado a Mary que hubieras vuelto al colegio hecho un eunuco. —Sirius se rio, ganándose un rápido golpe en la nuca. Sirius se giró y sacó la varita, enviando pequeñas chispas a los pies del otro chico y haciéndolo saltar.

—Ah, ¡mierda, Pads! —siseó James cuando una le dio de verdad—. ¡Eso no es justo, amigo!

Sirius estaba a punto de responderle con un comentario sarcástico, pero Trinket se aclaró la garganta y los interrumpió.

—Trinket lo lamenta, señores. Pero el Sr. Y la Sra. Potter desean que Trinket busque al señorito Sirius para ellos.

Ambos pararon en seco en su tonteo e intercambiaron miradas confusas. Sirius sintió que se le caía el estómago. Según su experiencia, los padres que querían hablar con él nunca acababa bien. ¿Iban a decirle que tenía que buscar otro lugar para vivir en el verano? Tenía diecisiete años, era un adulto según los estándares de los magos y ya no necesitaba la tutela. James debió intuir lo que estaba pensando y se acercó, dándole una palmada en el hombro.

—Sin preocuparse, amigo. —Le sonrió tranquilizadoramente—. Estoy seguro de que no es nada. Mamá y papá te aman.

Sirius se mordió el labio y sacudió la cabeza.

—Tus padres han hecho mucho más de lo que debían, Prongs. No puedo esperar a que me dejen quedarme aquí para siempre.

—No seas estúpido, Sirius —dijo James seriamente, dándole a su hombro un suave apretón mientras los dos se dirigían al estudio del Sr. Potter—. ¿Crees que te echarían afuera en Navidad? ¡Vamos, deja de pensar en lo peor!

—¿Puedes culparme? —murmuró Sirius, envolviendo sus brazos alrededor de sí mismo ansiosamente. Suspiró—. Lo siento, es el hábito, supongo. Tienes razón, estoy siendo tonto. Es sólo que no sé cuántas más malas noticias podría soportar ahora, ¿sabes?

James asintió solemnemente.

—Sí, amigo. Ya sé.

Estaban parados frente a la puerta del estudio. James levantó su mano para golpear…

—Se está saliendo de las manos, 'Phemia —dijo la voz cansada del Sr. Potter desde el otro lado y tanto James como Sirius se detuvieron—. El Ministerio no puede seguir el ritmo. Cada día ganan más adeptos. Lo más aterrador es que muchos de ellos ni siquiera son mucho mayor que James y Sirius.

Ellos se miraron con los ojos bien abiertos antes de presionar las orejas a la puerta para escuchar.

—Va donde todas las familias de sangre pura para reclutarlos. La mayoría de ellos obviamente se unen sin preguntar…

—¿Y qué pasa si ellos se rehúsan? —preguntó Euphemia, sonando ansiosa.

Fleamont tomó una pausa.

—Los Aurores encontraron la casa de Bellrose destruida anoche.

Euphemia jadeó, igual como lo hicieron James y Sirius.

—¿Anastasia Bellrose? ¿La Ravenclaw de nuestro año? —siseó James, luciendo aterrorizado. Sirius tragó y asintió.

—No hubo sobreviviente —continuó Fleamont. Podían escuchar sus pasos mientras daba vueltas en el piso—. Espero que Trinket no haya olvidado decirle a Sirius que necesitábamos hablar con él.

El estómago de Sirius estaba hecho nudos y miró a James con miedo. Él sacudió la cabeza y suspiró.

—Estará bien. Esperaré por ti aquí, ¿de acuerdo?

Sirius asintió.

—Sí… —Su voz tiritaba, tal y como lo hizo su mano mientras la levantaba para golpear la puerta.

—¡Pase! —gritó Fleamont. Sirius respiró profundamente y abrió la puerta—. Ah, ahí estás, hijo. Pasa, toma asiento. —El hombre sonrió ampliamente, su tono no tenía rastros del hecho que acababa de discutir sobre la muerte de una de sus compañeras y toda su familia. Sirius hizo lo mejor que pudo para aparentar que no había escuchado nada. Cerró la puerta detrás de él y consiguió sonreírle de vuelta, caminando lentamente hacia la silla a un lado de Euphemia.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Euphemia mientras Sirius se sentaba. Frunció un poco el ceño cuando levantó una mano para reposarla en la frente de Sirius—. Luces pálido.

—Estoy bien, mamá. Probablemente sólo sea por haber estado afuera, ya sabe.

Euphemia sacudió la cabeza.

—Ustedes, chicos, van a atrapar la muerte así, volando en esas escobas con este clima.

—¡Ridiculeces, 'Phemia! —Rio Fleamont, tomando el asiento detrás de su escritorio y rebuscando entre los cajones—. Son chicos fuertes. Un poco de frío es bueno para ellos—. ¡Ah, aquí está! —Sacó una pequeña caja cuadrada del cajón y la dejó a un lado en el escritorio—. Ahora bien, Sirius. Quería disculparme…

Sirius frunció el ceño.

—¿D-disculparse? ¿Por qué? —No podía imaginarlo. Los Potters habían hecho por él más que cualquiera en toda su vida.

—Por perdernos tu cumpleaños, por supuesto. ¡Diecisiete es una gran cosa para un joven mago! —dijo Fleamont.

—Deberíamos haberte escrito al menos —dijo Euphemia con pesar—. Sólo queríamos que supieras que ciertamente no nos olvidamos, querido. Es sólo que pensamos que era mejor hacerlo en persona y como ibas a venir a casa por Navidad, pensamos en esperar.

Parpadeando, Sirius miró de Fleamont a Euphemia, confundido.

—No entiendo… —La confusión no hizo más que crecer cuando Fleamont deslizó la pequeña caja sobre su escritorio para colocarla frente a él. Dudó por un segundo, pero con un asentimiento alentador por parte de Euphemia, Sirius se inclinó y la tomó. Sus dedos temblaron un poco al quitar la tapa y el aliento se detuvo en su pecho.

—Es la tradición después de todo —dijo Fleamont—. Que un mago reciba un reloj el día de su cumpleaños número diecisiete.

Sirius se quedó boquiabierto al contemplar el reloj de bolsillo de plata pulida que había en la caja. Sentía que el corazón le latía con fuerza contra el pecho y, para su vergüenza, las lágrimas le quemaban los ojos mientras pasaba con cuidado las yemas de los dedos por las detalladas inscripciones del borde. Quería decir algo, cualquier cosa, pero no podía formar las palabras para lo que estaba sintiendo y se limitó a balbucear—: Yo… quisiera… —Mientras Fleamont le explicaba que ese reloj le había pertenecido a su tío abuelo.

Sintió la suave mano de Euphemia en su hombro.

—Feliz cumpleaños, querido. —Ella besó su mejilla y eso fue todo lo que pudo soportar. Dejó la caja en el escritorio y la rodeó con un fuerte abrazo que fue devuelto con el mismo entusiasmo.

—Ya han hecho tanto por mí —dijo Sirius con lágrimas en los ojos, ligeramente amortiguado con la cara enterrada en el hombro de la mujer—. N-no han tenido que… no me lo merezco…

—Shhh… —La mano de Euphemia frotó su espalda en lentos círculos—. No seas tonto, Sirius. Te queremos mucho, no lo olvides nunca.

—Eso es cierto, Sirius —su esposo agregó—. Eres nuestro hijo. Nunca lo dudes, mi chico. Esta es tu familia.

Cuando Sirius finalmente dejó el estudio, un tiempo después de haber tenido que recomponerse a sí mismo y los infinitos "gracias" hacia el Sr. Y la Sra. Potter, James seguía de pie en el pasillo. Se estaba apoyando despreocupadamente en la pared del lado opuesto y se hurgaba las uñas.

Sirius rodó los ojos.

—Puedes parar con la actuación de inocente, Potter. Sé que estabas escuchando.

James le lanzó una sonrisa, sus hombros temblando con una silenciosa risa.

—Lloraste, amigo.

—Eres un imbécil.

—De verdad lloraste, Padfoot. Merlín, eres una niña. —James rio, lanzando un brazo alrededor de los hombros de Sirius mientras caminaban de vuelta a su habitación—. Aunque en serio, te dije que no te preocuparas tanto. Mis padres probablemente me echen a mí antes que a ti. —Pateó la puerta de su pieza para abrirla y se lanzó a su cama, sacando el montón de cartas de Quidditch de Peter de su bolsillo. Casi tan pronto como Sirius se sentó a un lado de él, un golpe en la ventana hizo que ambos levantaran la vista.

—Podría ser la lechuza de Moony —dijo James, dándole un golpe a Sirius en el costado y dándole una sonrisa esperanzadora—. Déjala entrar.

Sirius atravesó la habitación y abrió la ventana, dejando entrar a la gran lechuza color cobre. Frunció el ceño. Esa no era la lechuza de la familia Lupin, pero ciertamente era familiar. Una sonrisa lentamente se amplió en su rostro mientras tomaba la carta del pico del ave.

—Oh, bien. Hola… Titania, ¿verdad? —Escuchó a James atorarse—. ¿Qué está haciendo Lily Evans enviándole correo a James, "El Bravucón Arrogante" Potter, eh?

James se puso de pie en un segundo, desesperadamente tratando de tomar la carta, pero Sirius se agachó y rio.

—¿Sabe Mary que tú y Evans se andan escribiendo, Prongsy?

—Sirius, dame la carta —exigió James, entrecerrando los ojos mientras Sirius se subía a la cama y sostenía la carta sobre su cabeza.

—¡De ninguna manera! —Sirius se rio, abriendo el sobre y desdoblando el pergamino—. James… vaya, el primer nombre, sin insultos. Un buen comienzo…

—¡Lo digo en serio, Sirius! ¡Dame eso! —James sonaba desesperado, pero Sirius no le hizo caso y se apartó de un salto cuando su amigo volvió a lanzarse contra él.

Sirius sacó su varita y apuntó a James en una burlesca amenaza, mientras seguía leyendo la carta de Lily Evans en voz alta con una maldita sonrisa burlona.

He estado repasando todo lo que discutimos esa noche en la biblioteca... ¿La biblioteca? James, mírate…

—¡Sirius, detente!

Y pareciera que nuestras sospechas sobre el comportamiento de Remus eran… —La sonrisa desapareció del rostro de Sirius y dejó de leer la carta en voz alta. Sus ojos recorrieron la elegante escritura de Lily, su boca se abrió ligeramente y el color se le fue de la cara. James contuvo la respiración. Cuando Sirius terminó, dejó caer el pergamino sobre la cama y se negó a mirar al otro chico—. ¿Estaban investigando esto a mis espaldas? —preguntó en voz baja.

James se relamió los labios y respiró hondo.

—No queríamos decir nada hasta que no estuviésemos seguros. Estábamos preocupados por…

—¿Remus lo sabe?

—Sirius…

—¿Lo. Sabe?

Luego de un momento, James asintió.

—Sí.

Sirius sorbió por la nariz y trató de disimularlo con una tos mientras saltaba de la cama de James y se metía las manos en los bolsillos.

—¿Así que todo el mundo está metido en esto menos yo, entonces?

—Bueno… bueno, no. No todo el mundo. Sólo Lily, Remus y yo…

—¿Y no pensaste que yo también merecía saberlo? —espetó Sirius, lanzando una mirada furiosa a su mejor amigo—. ¿No pensaste que querría ayudar? Al fin y al cabo, es mi novio del que están leyendo. Demonios, ¡es mi vida! —Empujó bruscamente a James para caminar hacia la puerta.

James suspiró.

—Sirius, no es así. ¿Qué estás…?

—Sólo necesito un minuto —murmuró Sirius, dejando la habitación y cerrando la puerta detrás de él. Atravesó el pasillo hasta su propia pieza, tomando su chaqueta de cuero y buscando entre los bolsillos por sus cigarrillos. Colocando uno detrás de su oreja, se acercó a la gran ventana y la abrió de golpe, balanceando las piernas sobre el borde y apoyándose a un lado. Tomó el cigarrillo y se lo puso entre los labios, encendiéndolo con la varita e inhalando profundamente.

No era James con el que estaba molesto. Sabía que James y Evans habían estado intentando ayudar y que escondérselo probablemente había sido para evitar que sintiera las emociones que estaba sintiendo exactamente ahora. Esa sensación de pesadez y dolor en el pecho.

Remus sabía. Sabía lo que le estaba pasando, y aún así continuaba con el asunto del rompimiento. ¿No deberían ser buenas noticias? La respuesta parecía tan sencilla para Sirius. Algo que lo uniera a Remus, que los hiciera más fuertes juntos que los conectara… Se habría lanzado directo a ello si Remus se lo hubiese pedido.

Y eso sólo podía significar que Remus no quería eso. No con él.

Escuchó la puerta abrir y cerrarse detrás de él y rápidamente se limpió los ojos con el dorso de la mano antes de que James subiera a sentarse en el extremo opuesto del alféizar de la ventana. Ninguno de los dos dijo nada y Sirius mantuvo los ojos en la luna creciente. Dentro de unos días estaría llena.

—¿Podría tener uno de esos? —preguntó James en voz baja.

Sirius le dio una mirada por un segundo, luego se encogió de hombros y se los ofreció. Tomó uno para sí mismo, prendiendo ambos y se sentaron ahí en silencio una vez más.

—De verdad lo lamento, Sirius —dijo James, después de un rato—. Tienes razón. Debimos haberte incluido cuando decidimos investigar. Si te ayuda un poco, tampoco le dijimos a Remus. Sólo se lo dije para hacer que volviera a la habitación. Pensé que podría arreglar las cosas.

Sirius negó con la cabeza.

—No tiene arreglo —murmuró, sacudiendo las cenizas del cigarrillo—. Obviamente no quiere tener eso conmigo. —Forzó una risa antes de dar otra calada profunda a su cigarrillo—. ¿Puedes culparlo? Después de lo que le hice el año pasado, no es de extrañar que no quiera quedarse conmigo para siempre. No merece estar con…

James resopló y Sirius finalmente lo miró con el ceño fruncido.

—Merlín, ustedes dos son tan jodidamente estúpidos —dijo James—. Si los dos se detuviesen y se vieran a sí mismos como se ven el uno al otro, estarían listos.

—¿Qué se supone que significa eso?

James levantó un dedo mientras intentaba, sin éxito, soplar un anillo de humo. Suspiró.

—Quiero decir, que los dos se menosprecian a sí mismos constantemente y afirman que no son los suficientemente buenos el uno para el otro. —Sacudió la cabeza—. Conoces a Remus, amigo. Sabes que no se está distanciando de ti porque no te quiera. Está haciendo esa misma mierda de autocompasión que tú. Está deprimido y pensando, "Oh, Sirius debería encontrar a alguien mejor que yo" y, "No puedo hacer que Sirius se quede conmigo sólo porque soy un hombre lobo" y todo el resto de esa estúpida mierda que Moony hace.

Sirius se apretó más la chaqueta y no dijo nada. James apagó el último cigarrillo y lo arrojó a la fría y oscura noche. Sacó de su chaqueta una caja pequeña, delgada y con un envoltorio brillante, ofreciéndosela al otro chico.

—Llegó la lechuza de Moony. Tengo la nueva edición de Quidditch: A través de los tiempos, también la edición especial. —Agitó la caja cuando Sirius no hizo ningún movimiento para tomarla—. ¿Sirius?

Sirius la tomó y la metió en su propio bolsillo. Levantó la vista, encontrándose con la mirada interrogativa de James.

—Es sólo que no estoy listo.

—De acuerdo, entonces. ¿Quieres que te deje solo? —preguntó James, preparándose para levantarse y darle a Sirius su espacio.

Él negó con la cabeza.

—No, la verdad es que no. —Volvió a levantar la vista—. ¿Te quedas?

—Sí, amigo. Sabes que estoy aquí para ti. —James sonrió y pasó un brazo alrededor de los hombros de Sirius—. Hasta el final, Pads.