67 Asesoramiento profesional – año seis
El familiar escozor de un encantamiento curativo despertó a Remus en la madrugada siguiente a la luna llena.
—Te estás volviendo bueno en eso. —Su voz sonaba rasposa como solía ocurrir tras una transformación y le dolía la garganta, pero en general ciertamente se había sentido peor antes. Abrió los ojos, parpadeando mientras el sol entraba a raudales por las sucias ventanas de la casa de los gritos, para ver a Sirius arrodillado junto a él en la cama y que James y Peter ya se habían ido.
—Gracias. —Sirius sonrió casi con modestia mientras golpeaba cuidadosamente con su varita las costillas de Remus, curando una herida poco profunda que cruzaba por su costado izquierdo. Remus siseó ante la ligera molestia que le causó el hechizo y Sirius hizo una mueca—. Lo siento.
Remus sacudió la cabeza.
—No te preocupes. También duele cuando Poppy lo hace. Estoy acostumbrado. —Sirius hizo un sonido de desaprobación antes de agacharse y poner sus labios en el lugar donde su varita acababa de estar—. Uhm… aunque esa parte es un poco diferente a la forma en la que ella lo hace.
Riéndose suavemente, Sirius se movió para recostarse junto a él.
—Espero que sí. —Cambió sus posiciones, abrazando a Remus por detrás y acariciando su cabello con la nariz. Remus estaba callado, recostado contra el cuerpo cálido de su novio y disfrutando la sensación de sus manos recorriendo lentamente su costado.
—¿Has pensado alguna vez en hacer eso? —preguntó Remus mientras los dedos de Sirius rozaban la herida recién curada.
—¿Qué, con Madam Pomfrey?
Remus resopló y rodó los ojos.
—No, idiota. —Siguió los dedos de Sirius con los suyos, trazando sobre lo que probablemente sería una nueva cicatriz—. Sanador. Tienes un don para ello. Deberías hablarlo con McGonagall en tu reunión.
Sintió que Sirius se encogía de hombros.
—La verdad que no. Quiero decir… supongo que lo había pensado de verdad antes. Es sólo que quería aprender para hacer algo por ti… no siempre estaremos en Hogwarts y no siempre tendrás a Pomfrey para venir a curarte. ¿Qué hay de ti?
—¿Qué hay conmigo? —preguntó. Sirius no respondió y Remus suspiró—. Sirius, ya sabes que no tiene sentido que yo siquiera piense en eso. Nadie va a contratarme jamás. Incluso es una pérdida de tiempo que McGonagall vaya a tener una reunión conmigo. Yo no…
—Sabes, la única persona que no te trata como un humano eres tú, Remus —dijo Sirius, irritado.
Remus sintió que sus mejillas se calentaban y su pecho se apretó con la culpa. Hubo un silencio entre ellos por un momento antes de que él suspirara y se moviera para recostarse en su espalda, mirando al techo.
—No me siento como un humano —murmuró.
Apoyándose en su codo, Sirius tomó la cara de Remus y le acarició la mejilla con el pulgar. Sus ojos tormentosos miraron a los amarillos y aún brillantes de Remus y suspiró.
—Tendré que arreglar eso entonces, ¿no? —No esperó una respuesta antes de cubrir los labios de Remus con los suyos en un profundo y cariñoso beso.
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El Gran Comedor estaba misteriosamente silencioso cuando Sirius entró, ya a la mitad del desayuno. Los estudiantes estaban amontonados en sus mesas hablando en voz baja, algunos con ejemplares del Profeta en la mano.
Tomando un asiento a un lado de James, Sirius miró alrededor, esforzándose por escuchar pedazos de conversaciones.
—¿Qué está pasando? Preguntó, frunciendo el ceño al notar lo vacía que estaba la mesa de Gryffindor—. ¿Dónde están todos?
—Ha sido… —James dudó por un momento, revolviendo su pelo con la mano—. Ha sido una mañana dura. —Le acercó a Sirius un ejemplar del Profeta. En la primera página había una imagen de una gran calavera con una serpiente en la boca, colgando en lo alto del cielo entre las oscuras nubes de tormenta.
"Los cuerpos de los muggles desaparecidos fueron encontrados muertos – una advertencia a los hijos de muggles y a sus aliados."
—Pasó justo afuera del pueblo donde la familia de Mary vive —dijo Peter con pesar—. Conoce a algunas de las… víctimas…
Los ojos de Sirius recorrieron rápidamente el artículo. Los mortífagos amenazaban con ir a por los nacidos muggles y sus familias. Se estremeció y volvió a dejar el Profeta sobre la mesa.
—No puede estar pasando esto —murmuró, mirando a través del comedor hasta la mesa de Slytherin. Ellos también se habían reunido alrededor de un ejemplar del periódico, el que cubría sus rostros. Sirius tenía la extraña sospecha de que no estaban muy afligidos.
Sacudiendo los pensamientos sobre su hermano y su prima fuera de su cabeza, volvió a mirar a James.
—¿No deberías estar con Mary si lo está pasando mal, amigo?
Una extraña expresión apareció en el rostro de James y empujó los huevos en su plato con el tenedor.
—Bueno, se lo ofrecí, pero dijo que sólo quería estar con sus amigas… así que las chicas subieron al dormitorio con ella. —Suspiró—. De verdad no sé en qué situación estamos con Mary en este momento. Las cosas han estado un poco raras desde salimos la otra noche.
Sirius y Peter intercambiaron unas miradas cómplices, pero ninguno de los dos consideró que fuera el momento adecuado para vocalizar sus opiniones sobre la relación de James.
—¿Cómo está Moony? —preguntó Peter, intuyendo que convenía cambiar de tema.
—Está bien. Parece que fue una noche sencilla para él. No estaba tan ensangrentado, sólo un poco dolorido. —Puso algunos huevos y una tostada en su plato, aunque no tenía tanta hambre—. Aunque conseguí convencerlo de que fuese al Asesoramiento Personal.
Tanto Peter como James lucieron aliviados.
—Qué bien —dijo James—. Tiene que dejar de menospreciarse por algo sobre lo que no tiene control. Está mucho más capacitado para casi cualquier trabajo que la mitad de los locos de esta escuela.
Peter asintió con la cabeza.
—Además, con sus notas y siendo prefecto, tiene un gran expediente. Así que si puede necesitar un día libre una vez al mes para recuperarse, no es la gran cosa… Estoy seguro de que Dumbledore podría hablar bien de él y encontrarle algo.
—Sí, ya sé —murmuró Sirius, sintiéndose un poco irritado—. Pero intenta explicarle eso a Remus. Sabes lo testarudo que es.
—Bueno, al menos conseguiste que accediera a hablar con McGonagall —dijo James, levantándose y tomando sus cosas—. Y hablando de ella, tengo que irme.
—Buena suerte —le dijeron Peter y Sirius.
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Honestamente, el día del Asesoramiento Profesional era el día favorito de Minerva McGonagall en todo el año. Era emocionante, viendo a los estudiantes a quienes había visto crecer desde tímidos niños de once años quienes apenas podían agarrar sus varitas correctamente convertirse en brujas y magos confiados y fuertes, cada uno con su propio espectacular y único conjunto de habilidades. Escuchar ideas para el futuro y ayudarles a decidir qué camino tomar para alcanzar sus metas era exactamente lo que hacía que ser profesora fuera tan maravilloso para ella.
Aunque debía admitir que este año no se sentía de igual manera que el pasado. Todos sus estudiantes parecían estar nerviosos, y ella sabía que se debía a la oscuridad que amenazaba su mundo, acercándose más y más cada día. El mismo Dumbledore parecía estar seguro de que habría una guerra, y de que esta llegaría más pronto de lo que pensaban.
Minerva, sin embargo, intentaba mantenerse optimista. Tenía que hacerlo, o si no temía que sus estudiantes, y probablemente ella misma, iban a perder toda esperanza. Y sin esperanza, no tendrían ninguna oportunidad.
Un golpe firme a su puerta llamó su atención y no se molestó en levantar la vista de los papeles que llenaban su escritorio.
—Pase. —La puerta se abrió y ella miró por encima del borde de sus gafas con una sonrisa—. Ah, Sr. Potter. Excelente. Puede tomar asiento.
El chico se acercó al escritorio con su habitual sonrisa ladeada y se dejó caer en el asiento frente a ella.
—Buenos días, Minnie. —Ella alzó una ceja hacia él y él suspiró y se sentó un poco más derecho—. Buenos días, Profesora —se corrigió a sí mismo, aunque la sonrisa en su rostro no se inmutó.
—Buenos días, Sr. Potter. —Ni siquiera intentó ocultar la diversión en su voz—. Ah, aquí lo tenemos. —Sacó una carpeta que contenía todo el historial académico de James F. Potter—. Ahora bien, le gustaría Saber, Potter, que ha habido algunos observadores de varios equipos profesionales de Quidditch que han venido a Hogwarts específicamente para verle jugar. —Encontró la lista de nombres e información de contacto—. The Appleby Arrows y Puddlemeir United han estado particularmente…
—Profesora. —La interrupción hizo que Minerva alzara la vista de la lista al estudiante frente a ella. James Potter ya no lucía su sonrisa confiada, como ella imaginaba que estaría cuando le dijeran que su equipo, el Puddlemeir United, quería ficharlo después de la graduación. En su lugar, parecía muy serio y mucho mayor que alguien de dieciséis años. Sus ojos color avellana se encontraron con los de ella y ya no era un niño, era un hombre—. Por mucho que me alegre que me den esa clase de oportunidad… —Le costó encontrar las palabras que quería usar—. No creo que ser un atleta profesional sea el futuro adecuado para mí.
Minerva lo observó en silencio por un momento, esperando alguna señal de que James quisiera que ella lo convenciera de lo contrario.
—Siempre ha sido su…
—Mi sueño. —Potter asintió, con los ojos ahora clavados en su regazo—. Pero… soy un mago de sangre pura y, no es por presumir ni nada por el estilo, soy uno muy bueno. —Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro—. No creo que esté bien que desperdicie eso en momentos como este, ¿o sí? —Volvió a encontrarse con sus ojos, sosteniendo su mirada con fuerza, casi desafiándola a que le mintiera y le dijera que estaba equivocado y que el mundo no estaba en peligro.
Con un suspiro, Minerva deslizó la lista de contactos atléticos en la parte posterior de los registros de James.
—Muy bien, Sr. Potter. ¿En qué estaba pensando en cambio?
Y sin ningún tipo de vacilación o duda, James Potter le dijo con toda seguridad—: Voy a ser un Auror.
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A Minerva jamás le había gustado tener favoritos entre sus estudiantes, pero no podía negar que Lily Evans era un caso muy especial.
Excepcionalmente brillante y gentil, pero también alguien que no dejaba que nadie ni nada se metiera en su camino, no había duda en la mente de Minerva que la pelirroja llegaría lejos en lo que fuera que quisiera hacer en la vida, y estaba muy entusiasmada de escuchar lo que tenía ella en mente para su futuro.
—Tiene notas casi perfectas en todos lados, Señorita Evans —dijo Minerva mientras miraba el expediente de Lily—. Por supuesto que sobresales sobre todo en Encantos y Pociones. ¿Ha pensado en trabajar como boticaria?
Lily no dijo nada. De hecho, parecía inusualmente distraída con sus ojos verdes mirando por la ventana y con el ceño ligeramente fruncido. Luego de un momento, volvió a mirar a la profesora con una expresión seria.
—¿Puedo preguntarle algo, profesora? ¿Siendo honesta?
—Por supuesto.
De nuevo hubo silencio mientras Lily pensaba en cómo elegir sus palabras y sus ojos volvieron a fijarse en la ventana.
—Este hombre… —dijo con cuidado—. El que se hace llamar Señor Oscuro, o como sea que es… Si lo que el Profeta ha estado reportando es cierto, y él está detrás de los hijos de muggles como yo… ¿De verdad cree que siquiera tengo una oportunidad de tener una vida en el Mundo Mágico?
La pregunta sobresaltó a Minerva y se quedó mirando a su alumna con la boca abierta.
—Señorita Evans, le aseguro que, independientemente de lo que pueda o no estar pasando en el mundo, usted es una persona en particular contra la que no apostaría.
Con una sonrisa seca, Lily negó con la cabeza.
—Es muy amable de su parte, profesora… pero si la gente realmente le tiene miedo a este hombre, ¿no cree que querrán contrariarlo contratando a los tipos equivocados? —Suspiró y miró su regazo—. No tengo educación formal en el mundo muggle y el Mundo Mágico se está volviendo contra la gente como yo. No puedo evitar sentirme un poco desesperada.
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Minerva nunca pensó que se alegraría tanto al ver la sonrisa arrogante de Sirius Black al entrar en su despacho. Parecía que la mayoría de sus alumnos se volvían más y más pesimistas sobre sus futuros a medida que avanzaba el día, pero Sirius entró en la habitación con la misma confianza de siempre.
—Buenas tardes, Minnie.
Ella le lanzó una mirada de desaprobación, pero a diferencia de Potter, Black no se corrigió. Inclinando su silla hacia atrás sobre las dos patas, Sirius agitó la mano antes de que ella pudiera empezar a hablar.
—No hace falta perder el tiempo, profesora. Tengo las mejores notas, ambición y un talento natural que me sale del culo…
—Sirius —le advirtió.
—Lo lamento. —Sirius sonrió disculpándose—. De todas formas, ya voy a ser un Auror.
—¿Un auror? —repitió Minerva, dirigiéndose al chico con una mirada escéptica.
Habiendo esperando las palabras de aprobación sin reparos y elogios a su nobleza, Sirius frunció el ceño.
—Bueno… sí. —Su confianza vaciló y tragó con fuerzas, intentando no parecer demasiado desanimado.
Apretando los labios en una fina línea, Minerva siguió mirando al chico que tenía enfrente.
—Esto no es solamente porque el Señor Potter también desea convertirse en un auror, ¿verdad? ¿Y consideran que sería divertido continuar su entrenamiento como un dúo?
Los ojos plateados se entrecerraron hacia ella y sus cejas bajaron con enfados.
—No, no es solamente porque quiero quedarme con James. —Sus puños se apretaron alrededor de los brazos de la silla en la se obligaba a seguir sentado—. ¿Qué, no cree que puedo soportar…?
—Creo que ser un auror requiere mucho autocontrol, Sirius —dijo Minerva con un tono calmado, sus ojos parpadeando hacia los puños del chico—. Y también significa escuchar a la autoridad. Sé que son cosas con las que a veces lucha, pero sería una cuestión de vida o muerte siendo auror.
—Sé eso —Sirius gruñó entre sus dientes. La miró, enojado—. ¿No cree que pueda hacerlo? —Su voz destilaba un desafío.
—Sirius, ya sabes que creo que puedes hacer todo lo que te determines a hacer —respondió con simpleza—. Sólo quiero que estés preparado para lo que se pedirá si sigues esa carrera. No es sobre si yo creo o no que tienes las habilidades suficientes, ciertamente las tienes. Sólo quiero que lo hagas por las razones correctas.
La expresión de Sirius se suavizó. Aflojó el agarre del brazo de su silla y sus hombros se hundieron mientras respiraba profundamente.
—Yo… quiero proteger a la gente. —Su voz se quebró al pronunciar las palabras—. Algo malo se está acercando, lo sé… y quiero estar lo mejor preparado sea posible para proteger a mis amigos… No quiero que la gente escuche mi nombre y piense que no soy más que otro sangre pura obsesionado con el estatus, metido hasta los codos en las artes oscuras… Quiero ayudar a librar al mundo de todo lo que mis antepasados ayudaron a crear… Este maldito sistema de castas alimentado por el odio y la ignorancia hacia cualquier persona diferente… —Levantó la vista encontrando por fin la mirada de Minerva—. Puedo hacerlo, profesora. Sé que a veces me cuesta controlarme, pero esto es lo que debo hacer. Estoy destinado a mantener a mi familia – la familia que elegí, a salvo.
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Peter Pettigrew se removía nervioso en la silla mientras Minerva echaba un vistazo a sus expedientes.
—No soy especialmente bueno en nada —murmuró—. No tengo talento natural como James o Sirius y no soy inteligente como Remus…
—No iría tan lejos como para decir eso, Sr. Pettigrew —dijo Minerva, mirando por encima del borde de sus anteojos al otro chico—. Es un joven muy brillante, tal vez sólo sea diferente a sus amigos. No hay nada de malo con eso. Nunca ha tenido malas notas, excepto en Pociones y ni siquiera esas son tan terribles.
Peter se mordió el labio inferior, luciendo para nada convencido.
—Soy bueno en algunas cosas, supongo. —Se encogió de hombros—. Aunque en su mayoría es porque los sigo a ellos, la verdad.
Minerva dejó la carpeta del chico en el escritorio y suspiró.
—No todo el mundo es un líder nato, Sr. Pettigrew. Tampoco tienen que serlo. Sus talentos parecen estar más en la línea del apoyo, que también es muy importante, ya sabe. Las personas más poderosas del mundo no serían nada si no tuvieran un fuerte sistema de apoyo detrás.
—Supongo que nunca lo pensé de esa forma… —dijo Peter, frunciendo el ceño, pensativo.
—Sabe, por muy problemáticos que sean los cuatro, no puedo negar que las cosas que han hecho durante estos años han sido muy inteligentes. ¿Puede decirme honestamente que no ha tenido nada que ver con eso?
Las comisuras en la boca del chico se torcieron y se rio suavemente para sí mismo.
—No, no puedo.
Minerva sonrió.
—Es tan valioso como el resto de sus amigos, Sr. Pettigrew. No se olvide de eso. —Minerva volvió a tomar su carpeta y hojeó algunos papeles—. ¿Ha considerado tal vez un trabajo en el ministerio?
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Nunca, en todos sus años de docencia, Minerva McGonagall pensó que se alegraría de haber terminado con el Asesoramiento Profesional. Estaba limpiando su escritorio, preparándose para cerrar su despacho y tener unos momentos de paz antes de la cena, cuando se oyó un golpe en la puerta, tan suave que casi pensó que lo había imaginado.
—Pase —llamó ella, no levantando la vista del desorden de papeles que intentaba ordenar hasta que oyó que la puerta se abría y cerraba suavemente—. Remus —dijo, sorprendida de ver al chico parado allí—. Yo… no lo esperaba…
La mano de Remus volvió a encontrarse con el pomo de la puerta.
—Está bien, profesora —dijo suavemente, bajó la mirada mientras se giraba para irse—. No le haré perder el tiempo.
—¡No! —dijo Minerva, tan rápido que el joven hombre lobo se detuvo y la miró fijamente—. No, querido. Quiero decir que no estaba esperando verle hoy. No estaba segura de si se sentiría con fuerzas, pensé que podríamos reprogramar algo para más adelante en la semana. Pero por supuesto, Sr. Lupin, tome asiento. —Señaló la silla frente a ella.
Remus volvió a dudar, sus ojos brillantes se detuvieron en la puerta por un momento antes de soltarla lentamente y atravesar la habitación para sentarse.
Antes de que Minera pudiera hablar, Remus tomó aire.
—Profesora, sí… sí creo que esto la hará perder su tiempo —dijo con cuidado, sus ojos fijos en su regazo mientras Minerva sacaba sus archivos y empezaba a mirar sus calificaciones—. No hay futuro para mí, he aceptado eso. Nadie va a contratar…
—Sr. Lupin, eso es suficiente —dijo Minerva bruscamente, con las fosas nasales encendidas— No toleraré ese tipo de comentarios negativos sobre uno de mis alumnos más prometedores, muchas gracias. —Ojeó unos papeles—. Sé que no será fácil…
Remus resopló y rodó los ojos.
—¿Fácil? Nada en mi vida ha sido fácil, y sólo se volverá más difícil.
Nunca había escuchado al chico hablar con un tono tan duro.
—Remus…
—No hace falta que me lo endulce, profesora. Sé lo que le espera a alguien como yo. —Rio fríamente y negó con la cabeza—. Fue un desperdicio siquiera permitirme venir a Hogwarts. Soy inútil, un caso de caridad. Me echarían un vistazo y me rechazarían. Especialmente ahora… con este hombre tratando de reclutar a todos los tipos equivocados para que lo sigan… ¿Cuánto tiempo pasará hasta que vaya tras las criaturas peligrosas? La gente me verá como un arma para…
—¡Eso es suficiente, Remus! —Minerva bramó nuevamente y la boca del chico se cerró de inmediato—. No puedo creer lo que estoy escuchando de ti. Deberías sentirte avergonzado por alimentar tales pensamientos. Tu tiempo aquí no ha sido para nada un desperdicio. No para ti, y para ninguna alma que se ha puesto en contacto contigo durante tu tiempo aquí. ¿Me explico bien? —Las mejillas de Remus se ruborizaron y volvió a bajar la mirada, se movió incómodo en su asiento. Mirando fijamente su regazo, parpadeó barias veces mientras intentaba formular una respuesta sólo para abrir la boca sin un sonido. Minerva exhaló lentamente, empujando sus gafas por el puente de la nariz con la punta del dedo—. Ahora bien, puede que no se dé cuenta, pero tiene muchas opciones diferentes. Cerca de las mejores notas, un Prefecto, un expediente en tutorías sobresaliente…
La conversación fue muy unilateral mientras ella le daba su opinión sobre diferentes carreras que él podía estudiar. Remus asintió en silencio a todo lo que ella decía, pero Minerva pudo ver la duda en sus ojos aunque sonriera y expresara su gratitud.
—Remus, puede tener un futuro tan bueno como el resto. Incluso mejor porque ya ha luchado por ello. Espero que sepa que siempre puede venir a mí por cualquier asesoramiento. —Los dos se levantaron y ella lo acompañó a la puerta.
—Gracias por su ayuda, profesora —dijo educadamente cuando abrió la puerta para encontrar a James, Sirius y a Peter esperando en el pasillo.
—Por supuesto, Remus —respondió ella suavemente.
Observó cómo su expresión de ansiedad se enmascaraba con una sonrisa forzada hacia sus amigos, y los cuatro chicos se marcharon en dirección al Gran Comedor.
Ella ya no tenía hambre de repente.
