70 La cabaña Lupin – Verano 1977 – Parte uno


Remus no había dicho ninguna palabra desde que se habían subido al tren. Se quedó mirando por la ventana, observando el mundo a través de sus agotados ojos. Los demás habían renunciado a intentar distraerlo, y sólo recibían gruñidos lejanos y respuestas de una sola palabra entre dientes cuando intentaban hablar con él.

Eventualmente se oyó un ligero golpe cuando su frente chocó contra la ventana y empezó a roncar ligeramente.

James y Peter le lanzaron una mirada preocupada a Sirius, quien suspiró cansado.

—No durmió mucho anoche. —Con mucha delicadeza, Sirius tomó a Remus por los hombros para reubicarlo. Remus murmuró algo pero no abrió los ojos—. Está bien, Rem —dijo Sirius suavemente—. Eso no puede ser cómodo. Vamos, cariño…

Remus pareció comprender la sugerencia y se movió para que así pudiera estar recostado en el asiento con la cabeza en el regazo de Sirius y sus dedos comenzaron a acariciar sus rulos.

James se levantó y se quitó la capa, poniéndola sobre el hombre lobo.

—Gracias, amigo —murmuró Sirius y James le sonrió tristemente en respuesta.

Cuando la bruja del carrito pasó por allí, Peter se paró antes de que ella pudiera abrir la puerta y se escabulló fuera para hacer su compra y que ningún ruido molestara a Remus. Cuando regresó, momentos después, tenía los bolsillos llenos de dulces para todos y, de hecho había comprado todas sus reservas del mejor chocolate de Honeyduke, que entregó a Sirius para que lo guardara por si acaso Remus despertaba.

—¿Y qué hay de ti? —dijo finalmente James, manteniendo la voz baja, cuando Sirius había amenazado con un golpe a cualquiera que despertara a su novio durmiente.

—¿Uhm? —Sirius preguntó, bastante distraído y cansado también, aunque toda su atención estaba en que a Remus se le cuidara.

—¿Cómo te sientes? —preguntó James—. ¿Estás nervioso?

—Por supuesto que sí —dijo Sirius con honestidad—. Quiero decir, estaría nervioso de conocer a los padres de mi novio sin importar las circunstancias, supongo. Pero nunca me ha importando nadie lo suficiente en mi familia como para entender lo que él debe estar pasando… Eso es lo que de verdad me asusta. ¿Qué pasa si no puedo ayudarlo?

Una de las manos de Remus, que había estado aferrado a la de Sirius durante casi todo el trayecto, apretó suavemente.

—Lo estás ayudando, Pads —dijo Peter.

Ninguno de ellos habló por un rato. James y Peter eran tan silenciosos como podían, Peter le enseñaba a James algún juego de cartas muggle mientras Sirius simplemente estaba sentado, mirando el ceño de Remus fruncirse en su sueño y deseando que hubiese algo que él pudiese hacer para tranquilizar los nervios de su novio con toda la situación.

Había, les había dicho Remus, una posibilidad de que pudiera vencer lo que fuera esa enfermedad muggle que, de otro modo, la mataría lenta y dolorosamente. Sirius trataba de mantenerlo optimista, pero Remus no parecía muy convencido.

—No dejo de pensar que es mi culpa…

Al comienzo Sirius pensó que había imaginado el murmullo somnoliento de su regazo, pero bajó la vista para ver los ojos de Remus abiertos y vidriosos.

—¿Tu culpa? —dijo Peter con el ceño fruncido mientras cogía uno de los naipes y lo añadía a su propio montón—. Moony, ¿cómo es posible que…?

Haciéndose un ovillo, Remus suspiró.

—Me pasé años diciéndole a la gente que me iba cada mes a visitar a mi madre enferma cuando estaba completamente sana. —Se lamió los labios y apretó a los ojos— Es como una especia de profecía autocumplida o algo así. Una maldición.

—Vamos, Remus. —James forzó una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora y se rio un poco—. Sabes que todo eso de las «profecías» es una mierda. Odias la adivinación. Es un montón de estiércol.

Remus tomó asiento con un suave e incómodo gemido mientras sus articulaciones crujían por la extraña posición en la que se encontraba.

—No sé. —Se llevó una mano por el cabello y se frotó los ojos, reposando la cara en las manos—. Empiezo a pensar que tal vez no sea toda una tontería como pensaba. Quiero decir, miren la forma en la que mi vida ha sido. Mis padres literalmente me llamaron «Lobo Lobo» y miren lo que pasó. Todo es una simple coincidencia irónica tras otra, ¿no es así?

Remus —advirtió Sirius bruscamente, con los ojos fijos en el hombre lobo de forma severa. Remus siguió mirando su regazo hasta que Sirius le tomó la barbilla entre dos dedos y lo obligó a mirarle—. Eso no es culpa tuya. Sabes que no lo es. No puedes seguir responsabilizándote por todo lo malo que ocurre en la vida, te destruirá. —Sonrió un poco y acarició con su pulgar una cicatriz en la mejilla del chico—. Y no te puedo tener destruido, Rem.

—Ninguno de nosotros —agregó James—. Y tampoco tu mamá. Necesita que seas fuerte, Moony. Lo eres.

—Eres un Gryffindor por una razón, amigo —dijo Peter—. Y tienes que ser valiente. Nosotros estaremos para ti cuando nos necesites.

Remus respiró profundamente, estremeciéndose, y Sirius lo rodeó con su brazo, acercándolo para que la cabeza de Remus cayera pesadamente sobre su hombro. Sirius le besó la parte superior de la cabeza.

—Estarás bien, Moony. Tú sé fuerte para tu mamá. Nosotros lo seremos para ti.

Todos ignoraron el suave sonido ahogado que provenía de algún lugar enterrado en el hombro de Sirius. Peter sacó una rana de chocolate del bolsillo, la desenvolvió y se la tendió. Después de un momento, Remus giró la cabeza, con la nariz ligeramente roja y los ojos hinchados y sonrió agradecido, aceptando el dulce.

—Gracias, Worm. —Se incorporó un poco, pero siguió firmemente pegado al costado de Sirius mientras mordía la cabeza de la rana—. Gracias —repitió, mirando a sus amigos—. A todos ustedes. Yo… realmente no podría haber tenido más suerte que la de tener amigos como ustedes. Todo lo que han hecho por mí durante estos años…

Sirius se rio y negó con la cabeza.

—Vamos, Remus, no te pongas arrogante. Todos cuidamos de los demás. Y tú también, todos los días.

Luego de eso, Remus pareció hacer un intento para animarse. Le pidió a Peter que les repartiera a él y a Sirius el juego de cartas, para consternación de Sirius, quien parecía no entender el concepto del juego.

—Pero no entiendo, ¿dónde está el pescado? ¡Estas sólo son cartas!

Cuando el tren empezó a entrar a Kings Cross, Sirius sintió que el cuerpo de Remus se ponía tenso a su lado y le apretó suavemente la mano. Todos se pusieron de pie y recogieron sus cosas mientras otros estudiantes pasaban corriendo por su compartimiento y salían al andén a saludar a sus familias.

Los cuatro se bajaron del tren, tanto James como Sirius tenían un brazo alrededor de los hombros de Remus y Peter se paró frente a los tres, buscando a sus familiares.

Encontraron primero a Euphemia y fueron recibidos con abrazos y besos en cada una de sus mejillas. Sirius recibió un apretón extra.

—Compórtate —Euphemia le advirtió con una sonrisa—. Y te veré en casa en una semana.

—Sí, mamá —Sirius murmuró mientras su rostro enrojecía y los otros se reían de él.

Euphemia buscó en su bolso y sacó una caja llena de productos de pastelería.

—Remus querido, esto es para tu madre. Deséale lo mejor de mi parte, ¿de acuerdo, cariño?

Remus asintió con la cabeza mientras él también era arrastrado por un abrazo extra.

—Sí, gracias, Sra. Potter.

Peter abrazó tanto a Remus como a Sirius.

—Mi mamá está esperando. No se olviden de escribir, ¿de acuerdo?

Sirius asintió con la cabeza, dándole palmaditas en la espalda al más bajo.

—Sí, amigo. Ten un buen verano.

—Cuida de él, Pads.

—Lo haré.

Con un último saludo, Peter salió corriendo entre la multitud para encontrar a su madre.

James se quedó con ellos hasta que finalmente vieron a Lyall Lupin de pie cerca de la barrera. Ni Remus ni Sirius se movieron, ambos parecían congelados en el lugar.

James les dio un pequeño empujón a ambos.

—Estarán bien —murmuró él—. El coraje de Gryffindor, chicos. Merodeadores sin miedo.

La mano de Sirius encontró la de Remus y la apretó.

—¿Listo?

Remus respiró hondo, asintió y le devolvió el apretón.

—Sí.

Se despidieron de James y caminaron juntos por el andén.

-o-o-o-

Sirius por supuesto, había visto al padre de Remus un montón de veces. Un rápido saludo en la plataforma antes de apurarse para conseguir su compartimento antes de que alguien más tratara de sentarse ahí o cuando dejaba a Remus donde los Potters por unas semanas en las vacaciones de verano cuando eran más jóvenes, pero nunca lo había conocido de verdad. Mientras se acercaban, Remus le dio a la mano de Sirius un último apretón antes de soltarlo y por un segundo, Sirius se olvidó de cómo respirar. Se preguntaba si Remus se sentía de la misma forma. Intentó mirar por el rabillo del ojo la expresión igualmente ansiosa de su novio, pero entonces la postura de Remus se enderezó y su paso se aceleró.

Casi en un instante, Remus estaba abrazando al hombre mayor, quien le dio una palmada cariñosa en la espalda antes de apartarse, pero sin soltarse todavía, para echarle una mirada a su hijo, diciendo algo que Sirius no pudo captar por encima del bullicioso y la charla de las otras familias alrededor de ellos.

—Es bueno verte a ti también, papá. —Escuchó que Remus le respondía y podía imaginarse la sonrisa forzada en el rostro del hombre lobo. Remus miró por sobre de su hombro a Sirius, y con un gesto de cabeza lo llamó. Con un respiro profundo, Sirius tiró sus hombros hacia atrás y caminó hacia delante.

—Papá —dijo Remus—, recuerdas a Sirius, ¿verdad?

En los ojos de Lyall Lupin hubo un destello de algo que a Sirius le resultaba muy familiar y contuvo la respiración.

—¿Black, verdad?

Sin perder el tiempo, y tratando de ignorar la obvia desconfianza que Lyall tenía por su apellido, Sirius puso su más encantadora sonrisa y extendió una mano, dándole al hombre un firme apretón.

—Sí, señor. Me alegro de volver a verle.

La vacilación abandonó visiblemente al hombre cuando estrechó la mano de Sirius y este sonrió.

—También me alegro de verte, Sirius. Remus habla muy bien de ti. Me alegro de tenerte con nosotros.

Sirius sintió que su rostro se calentaba y podía ver a Remus agachando la cabeza para esconder su propio rubor al lado de él.

—Gracias por tenerme.

—Bien, será mejor que nos vayamos. No estaba seguro si los dos estaban lo suficientemente cómodos para aparecerse aún así que he conseguido un traslador. Hay un tiempo límite en él por supuesto. —El Sr. Lupin los condujo a través de la barrera y pasó entre la multitud de muggles que se apresuraban a pasar por la estación de King Cross. Remus y su padre tuvieron una pequeña conversación sobre notas y clases y los planes para el siguiente año y ocasionalmente Remus levantaba la cabeza para encontrarse con la mirada de Sirius, ofreciéndole una pequeña y ligeramente inquieta sonrisa. Sirius no dijo nada, sólo miraba a los dos hombres en frente de él. Remus lucía mucho como su padre. Tenían los mismos rizos castaños y una complexión alta y larguirucha, aunque Lyall parecía más rellenito y robusto, mientras que Remus a menudo parecía desnutrido y enfermizo por mucha comida que Sirius hubiera visto al chico engullir. Maldito metabolismo de hombre lobo… Tenían la misma fuerte quijada y sus ojos tenían la misma forma, pero los de Lyall eran de un profundo y cálido café como el chocolate. Los de Remus, por supuesto, eran como brillantes ascuas, de un color ámbar intenso que uno no suele ver en un rostro humano.

El traslador estaba escondido detrás de un gran aparcamiento. Una vieja llanta de neumático que Lyall recogió y que los chicos agarraron también.

Sirius siempre había odiado viajar en traslador. Tal vez lo había usado sólo unas cuatro o cinco veces de niño cuando La Noble y Ancestral Casa de los Blacks era esperada en las reuniones de Las Sagradas 28 Familias, casi siempre eran en Francia donde la mayoría de sus familiares tenían raíces. Los trasladores eran la forma más fácil de viajar distancias largas con un tamaño moderado de grupos y de manera rápida, pero siempre lo dejaba sintiéndose con un poco de vértigo y mareado. Recordaba haber vomitado una vez por un viaje, cuando habían llegado a la casa de sus ancestros en Neuilly sur Seine, un rico suburbio parisino, donde enseguida le gritaron tanto en inglés como en francés su madre y su abuela.

Quitó el recuerdo de su cabeza y apretó con fuerzas los ojos mientras la sensación familiar de torbellino se apoderaba de él. Casi antes de que pudiera registrar lo que estaba sucediendo, sintió que sus pies golpeaban con fuerza la hierba suave y elástica y trató de concentrar toda su energía en permanecer de pie y no hacer el ridículo tropezando. Sintió una suave mano en su hombro y soltó lentamente la respiración que había estado conteniendo.

—¿Estás bien, cariño? —murmuró Remus, cerca de su oreja y él asintió rápidamente.

—Sí —se atragantó—. Bien, Moons. Es sólo que… nunca me han gustado mucho los trasladores. —Sonrió débilmente y lentamente abrió los ojos. Estaban de pie en el césped delantero recién cortado de una pequeña cabaña. Era como el tipo de lugar que Sirius abría imaginado en un libro de cuentos para niños. Una pequeña valla blanca bordeaba el perímetro de la propiedad, así como un jardín de flores muy bien cuidado. Aunque la cabaña era bastante pequeña, la propiedad era bastante grande, con bosques detrás de ella y a una distancia decente de cualquier casa vecina.

—¿Aquí es donde vives? —preguntó con los ojos muy abiertos y asombrados mientras se quedaba completamente quieto.

Remus se rio nerviosamente.

—Eh… sí. —También miró alrededor, como si jamás se hubiese puesto a pensar en eso, simplemente aceptándolo simplemente como su hogar—. Digo, sé que no es una gran mansión o algo así como a lo que tú y James están acostumbrados pero…

Sirius rodó los ojos y sonrió, dándole al hombre lobo un empujón juguetón.

—Vamos, Moons. Es genial. Es muy… tú.

Las mejillas de Remus se sonrojaron y se frotó el cuello, incómodo.

—Bueno… eh… deberíamos entrar, ¿supongo? —Sus ojos parpadearon para encontrarse con los de Sirius y se lamió los labios—. ¿Listo? —Su voz se quebró y Sirius pudo ver la mezcla de pánico y anticipación en sus ojos y se preguntó si Remus también podría sentir lo suyo. Asintió con la cabeza.

—Sí. ¿Y tú?

—No. —Remus suspiró, pero se rio ligeramente y se encogió de hombros—. Pero no tenemos elección, ¿verdad?

Sirius echó un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que el padre de Remus ya estaba dentro de la cabaña y fuera de su vista. Cuando se aseguró de que no había moros en la costa, tomó a Remus por la muñeca y lo acercó, poniéndose ligeramente de puntillas para rozar sus labios.

—Podemos hacerlo.

La primera sonrisa verdadera que había visto Sirius en días cruzó brevemente el rostro de Remus cuando asintió. Ambos tomando sus baúles, Remus lideró el camino por la puerta principal de la cabaña.

Definitivamente era mucho más pequeña que Grimmauld Place o la propiedad de los Potter, pero era acogedora y brillante por el gran ventanal en la parte frontal y olía a Remus por todas partes, dando a Sirius un repentino caso de mariposas en el estómago.

Siguiendo al chico más alto por el pasillo, Sirius dejó que sus ojos vagaran. Las paredes estaban casi cubiertas de fotografías enmarcadas, la mayoría de ellas de Remus y sus padres, pero muchas de ellas de Remus a diferentes edades, incluyendo una en la que también aparecían James, Peter y él mismo, que debía de haber sido tomada el verano anterior en casa de los Potter. Estaban todos usando traje de baño, empapados y trepando uno sobre otros. Sirius recordó aquél día.

Luego había una donde Sirius asumió que debió haber sido Remus cuando era un niño pequeño. Lucía como Remus, de todas formas, pero sin las cicatrices. El mismo pelo rizado, la misma sonrisa dulce pero ligeramente traviesa… pero algo era distinto.

Oh. Sirius se detuvo antes de poder jadear audiblemente.

Unos profundos y vivos ojos marrón chocolate le devolvían la mirada con alegría, en lugar del alarmante brillo ámbar o amarillo en el que Sirius se encontraba tan a menudo perdido.

—Esa fue de antes —la suave voz de Remus le informó, sacándolo de sus pensamientos. Quitó los ojos de la fotografía para mirar a Remus, quien lucía un poco aprensivo—. Esa es la última que tienen de mí como… bueno, antes de que me mordieran.

Sintiendo una fuerte apuñalada en el pecho al ver las emociones en el rostro de su novio mientras miraba la fotografía del chico que había sido alguna vez, despreocupado, feliz y humano. Sirius se rio.

—Merlín, tienes suerte. Al menos te ves tierno. Deberías ver lo que La Noble y Ancestral Casa de los Blacks considera fotografías de bebés. Pequeños muñecos espeluznantes y estoicos, vestidos con la mejor ropa de magos. Con encajes y adornos y… —Se estremeció—. Es una locura, amigo. No es de extrañar que todos crezcamos completamente locos, ¿eh?

Remus sonrió y sacudió la cabeza.

—Creo que creciste bien, Sirius. —Sus ojos se detuvieron cariñosamente el uno en el otro durante otro momento antes de que Remus se sacudiera y se aclarara la garganta torpemente—. De acuerdo… Tendremos mucho tiempo para mirar fotografías vergonzosas después, estoy seguro. Vamos.

Continuaron por el pasillo cuando una voz que era familiar para Sirius habló—: ¿Remus, cariño? ¿Eres tú?

Remus se congeló, mirando a Sirius con ojos aterrados y Sirius prácticamente podía oír sus pensamientos; No estoy listo para afrontarla. No estoy listo para ver.

Sirius asintió, animándolo, colocando su mano en la parte baja de la espalda de Remus y aplicando la suficiente presión para que diera otro paso hacia adelante.

—S-sí, mamá. —Se aclaró la garganta—. Soy yo.

—¡Estoy en la cocina, cariad! Vengan y siéntense, estoy segura de que tienen hambre.

La voz sonaba igual que la noche del verano en que Remus había dejado que Sirius hablara con su madre por el teléfono muggle a la salida del pub de Londres. El suave ritmo galés, y casi musical. No sonaba débil ni enferma, casi en su lecho de muerte como Remus se había preocupado y a su vez había hecho creer a los demás Merodeadroes. Remus parecía estar pensando lo mismo y Sirius pudo ver cómo algunos de sus temores se desvanecían, quitándole un peso casi literal de los hombros del chico mientras se desplomaban con alivio. Respiró profundamente y se dirigió a la cocina con Sirius siguiéndole de cerca.

Era una cocina muy pequeña, pero muy limpia y ordenada, con grandes ventanales al igual que la fachada de la casa que permitían la entrada de la luz del sol.

El Sr. Lupin ya estaba sentado en la mesa del comedor, leyendo el periódico muggle, y sonrió a los chicos cuando entraron.

—Dejen los baúles ahí, chicos. Los mandaré a la habitación de Remus.

—Oh —Remus jadeó, como si acabara de recordar algo. Se metió la mano en el bolsillo trasero y sacó su varita desapareciendo rápidamente su baúl y el de Sirius, a lo que la sonrisa de su padre se amplió con orgullo.

—Merlín, casi lo olvidé. Diecisiete y haciendo magia fuera de la escuela. —Sacudió la cabeza—. El tiempo vuela, ¿verdad?

—De verdad lo hace —dijo Hope, apartándose del horno para estar ahora frente a los chicos con una gran sonrisa. La misma sonrisa de Remus, Sirius notó inmediatamente. Hope cruzó la habitación para rodear con sus brazos a su hijo. Toda la tensión que el cuerpo de Remus había estado conteniendo se liberó casi al instante mientras abrazaba fuertemente a su madre, con las manos apretando la espalda de su vestido de algodón. Unos buenos centímetros más alto que Hope, Remus tuvo que agacharse para abrazarla de manera cómoda, enterrando su cara en su cuello y Sirius tuvo la sensación de que no pensaba soltarla en mucho tiempo. Se sintió un poco como si estuviera entrometiéndose en un momento muy privado y decidió apartar la mirada—. Oh, cariad bach, ¡no puedo creer que sigues creciendo! —Hope suspiró, mirando a Remus de arriba hacia abajo una vez que finalmente la dejó ir—. Juro que debe ser lo que sea con lo que te alimentan en esa escuela, si no fueras tan delgado. —Hizo una mueca y sacudió la cabeza con desaprobación.

—Mamá… —Remus gruñó, sonrojándose y asintiendo hacia Sirius. Él nunca había conocido oficialmente a la madre de Remus. Había hablado con ella aquella vez en la cabina telefónica de Londres y había visto una fotografía que Remus guardaba en su baúl. Era una mujer muy bonita, y también muy pequeña en comparación a su marido e hijo, quienes eran ambos como palos de judías. Tenía el pelo castaño con motas rojizas que se empezaban a asomar y mantenía en una trenza suelta por la espalda, y unos ojos marrones verdosos muy amables.

—Lo siento, querido. —Ella sonrió disculpándose con Sirius y él dejó escapar una sonrisa nerviosa.

—Está bien, Sra. Lupin.

Remus dio un paso hacia Sirius, aún sosteniendo el brazo de su madre.

—M-mamá… este es Sirius. —Los ojos ámbar se fijaron en los grises y Remus miró profundamente—. Mi novio.

Ambos esperaron a que el mundo se derrumbara en un momento que podría haber sido toda una vida. Esperaron gritos, chillidos o incluso sólo palabras de decepción como mínimo. Pero eso nunca llegó.

En su lugar, Sirius se encontró con un abrazo increíblemente fuerte para una mujer tan pequeña y, una vez pasado el susto, consiguió devolverle el abrazo.

—Es un placer conocerte por fin, Sirius —dijo la Sra. Lupin. Le besó ambas mejillas antes de soltarlo—. Ahora, vayan a sentarse los dos. Tuvieron un viaje largo y la cena está casi lista. —Sin decir más, ella volvió al horno y Remus y Sirius intercambiaron miradas atónitas y aliviadas.

—¿Mamá, quieres que te ayude con…?

—No te preocupes, 'Mabi fi. —Hope rechazó el ofrecimiento de su hijo sin devolverle la mirada—. Siéntate, amor.

Remus dudó, mirando a su padre con incertidumbre. Lyall suspiró y negó con la cabeza.

—Siéntate, Remus —insistió, mientras él mismo se ponía de pie, dando una palmadita en el hombro de Remus cuando pasó por delante de él para ir a ayudar a su esposa.

Remus se hundió lentamente en el asiento junto a Sirius en la mesa, demasiadas emociones mezcladas que le daban una expresión de ojos abiertos completamente ilegibles. Con valentía, Sirius le tomó la mano por debajo de la mesa.

—Oye —murmuró, su pulgar acariciando una cicatriz que recorría los nudillos de Remus. No obtuvo ninguna reacción, así que intentó de nuevo—. Moony. —Esta vez Remus levantó la vista y Sirius le sonrió—. Nunca me contaste que tu mamá hablaba galés, imbécil.

Los ojos de Remus se suavizaron y rio en voz baja, asintiendo.

—Sí bueno… es galesa, así que supuse que sería obvio.

—Es bonito —dijo Sirius socarronamente, enarcando una ceja al otro chico—. ¿Tú lo hablas?

Remus resopló y rodó los ojos.

—No. —Volvió la mirada a su regazo, jugueteando con el mantel. Sirius se mordió el labio.

—Oye —siseó de nuevo. Tenía que alejar a Remus de cualquier lugar oscuro de su mente en el que siguiera divagando. Remus volvió a levantar la vista. Sirius volvió a mirar hacia donde estaban los señores Lupin de espalda a ellos—. Pareciera que está bien… quizá no sea tan malo como crees… ¿sí?.

Remus se mordió el labio.

—Ha perdido mucho peso… Se ve… —Suspiró—. Es difícil de explicar.

Sirius habría seguido, pero entonces los padres de Remus estaban poniendo la comida en la mesa y la Sra. Lupin les dirigió una mirada cómplice.

—¿Qué es todo ese murmullo?

Sirius estaba seguro de que la cara de ambos estaría permanentemente teñida de rojo hasta el final de la noche, por no hablar de toda una semana. Remus miró a Sirius y luego a uno de sus padres.

—Esto. —Levantó su mano unida a la de Sirius—. ¿No… les molesta en absoluto? ¿Que yo sea…? ¿Qué Sirius sea…?

Sus dos padres se rieron, tomando a Remus y a Sirius por sorpresa.

—Remus, hemos sabido por un tiempo que Sirius no era solamente tu compañero de curso —dijo Lyall, completamente divertido ante la mirada de sorpresa y vergüenza de su hijo—. Ya has hablado bastante de él en los últimos seis años.

—¡Papá! —Se quejó Remus, mortificado. Se giró a Sirius—. No hablé tanto de ti. No dejes que se te suba a la cabeza o algo.

Sirius se rio.

—Oh, no. Por supuesto que no.

—Remus —intervino Hope, en un tono suave pero más serio—. Has pasado por mucho, cariño. Todo lo que queremos es que seas feliz. Si has encontrado a alguien que te ama por quien eres, de la misma forma que tu padre y yo lo hacemos, eso es todo lo que podríamos pedir. —Le sonrió cálidamente a Sirius—. Gracias, Sirius. Por lo que he entendido de las cosas que Remus me ha contado en estos años, pareciera que él te importa mucho. No podría decirte lo mucho que significa eso para mí. Para los dos. —Miró a su esposo, quien asintió con la cabeza de acuerdo con ella.

Le tomó a Sirius unos segundos para ser capaz de formar las palabras exactas que quería decir. Incluso viviendo con los Potters por los últimos años, aún no estaba acostumbrado a ver una familia que se preocupaba tanto por cada uno y era un poco abrumador, además de la sobrecarga sensorial que sus sentimientos por Remus le provocaban habitualmente.

—No… no tiene que agradecerme en lo absoluto, Sra. Lupin. —Su voz estaba mucho más grave de lo que pensaba. Podía sentir los ojos de Remus mirándolo y sabía que su novio contenía la respiración, esperando lo que iba a decir—. Estoy seguro de que no tengo que decirle lo fácil que es amar a Remus. Es… es la mejor persona que conozco. Hace que quiera ser una mejor persona para él… la verdad, es que ha hecho que sea una mejor persona. —Tragó más allá del nudo en la garganta—. Sí me importa mucho, y soy yo quien debería agradecer que él sienta eso por mí.

Se sintió un poco tonto al haber dicho todo eso y esperaba que Remus no le diera un puñetazo después de por un cursi vergonzoso y ridículo. Se alegró de que James no estuviera cerca para escucharlo, pero era la verdad.

—Oh, por el amor de Dios, cariad —dijo Hope, extendiendo la mano a través de la mesa para golpear el hombro de su hijo—. ¡Ya besa al chico!

Y Remus lo hizo.


N/T: Las palabras que usa Hope en galés, sólo son sinónimos de "mi hijo" o "cariño".