Advertencia: este capítulo tiene contenido explícito.


71 Listos – Verano 1977 Parte 2


Aunque la noche había sido ligeramente vergonzosa tanto para Remus como para Sirius, especialmente una vez que se discutieron los arreglos para dormir ("Ustedes dos han estado durmiendo en la misma habitación por seis años, creo que sería un poco tarde decirte que no puede quedarse en tu habitación, Remus." "¡Papá!" "Bueno, no es como que tengamos que preocuparnos que alguno se embarazará…" "¡Mamá!" "¿De verdad dejarías que tu novio durmiera en el sofá, Remus?" "Sirius, mantente fuera de esto…") en general ninguno de ellos podría haber esperado mejores resultados en cuanto al abrumador amor y apoyo que recibieron de los padres de Remus.

El agotamiento los golpeó rápidamente a ambos, provocado en partes iguales por el viaje, un conjunto de emociones y la deliciosa comida que Hope había servido. Disculpándose de la mesa, Remus llevó a Sirius por el pasillo hasta su habitación. Como todo lo demás en la cabaña, la habitación era bastante pequeña pero extrañamente cómoda. La cama de dos plazas era más o menos del mismo tamaño que las que tenían en la escuela y estaba cubierta por lo que parecía ser una colcha hecha a mano. Había un librero alto que estaba completamente lleno tanto de literatura mágica como muggle, algunas copias parecían tan viejas que tenían páginas salidas por aquí y allá. Había una pequeña mesa al lado de la cama con una lámpara y dos fotografías enmarcadas. Una era otra toma de los cuatro Merodeadores, descansando en el césped a un lado del lago negro en la escuela. James tenía un brazo alrededor del hombro de Sirius y la otra parecía estar sosteniendo la cámara en un ángulo que pudiese capturarlos a los cuatro. El mismo Sirius se estaba riendo por algo que James estaba diciendo, pero cada cierto tiempo sus ojos parpadearían hacia Remus en el otro lado, sonriendo tímidamente como si no estuviese para nada emocionado de que tomaran esa fotografía. Peter había estornudado en el momento exacto en que la cámara la había tomado y se había girado hacia James para que volviera a tomarla, pero jamás lo hicieron.

La otra solamente era de Remus y Sirius. Remus estaba dormido en el sofá en la sala común y Sirius estaba tumbado con su cabeza en el pecho de Remus, echando a quien fuese que estaba tomando la foto, la que resultaba siendo Marlene.

En la pared había un gráfico de las fases lunares, junto con varias gráficos estelares en los que Remus parecía haber marcado. Cuando Sirius lo vio de cerca, pudo ver que su novio estaba rastreando en qué parte del cielo se encontraba la constelación del Canis Mayor y la Estrella del Perro a lo largo del año.

—Hacía que me sintiera más cerca de ti cuando estaba en casa —murmuró Remus con una sonrisa tímida cuando vio que Sirius estaba mirando. Sus brazos rodearon la cintura de Sirius, acercándolo para besarlo brevemente—. Gracias, nuevamente por venir conmigo, Pads. Significa mucho para mí.

Sirius rodó los ojos, sacudiendo la cabeza.

—Deja de agradecerme, idiota. ¿Dónde más crees que quisiera estar?

Remus sonrió y se encogió de hombros.

—En tu habitación enorme donde los Potters, probablemente volviendo a Euphemia loca junto a Prongs.

—Por favor. —Sirius resopló—. Tengo el resto del verano para recordarle a mamá por qué le gusta tanto enviarnos con James de vuelta en Septiembre. Adoro estar aquí contigo.

Remus rio, mordiendo su labio inferior y dejando descansar la frente contra la del otro chico.

—Adoro que estés aquí también. —Se movió para volver a besar a Sirius, pero fue interrumpido cuando su novio falló en intentar detener un bostezo.

—Ugh —gruñó Sirius—. Lo siento. Un día malditamente largo.

—Lo sé. —Remus suspiró—. ¿Supongo que nos alistamos para la cama, entonces?

Desempacaron algunas de sus cosas y Remus le mostro a Sirius el baño para que pudiese ducharse. Una vez que eso estuvo listo se dirigió por el pasillo a su habitación, pero vaciló cuando pasó por la puerta cerrada en la habitación de sus padres.

Miró la puerta por lo que se sintió una eternidad, debatiéndolo. Levantó la mano muchas veces para golpear pero se detuvo.

¿Por qué estoy tan asustado? Pensó irritado, y finalmente golpeó la puerta suavemente.

—Pasa —dijo su madre con suavidad, sonando mucho más cansada de lo que había hecho en la cena.

Tragando con fuerzas y dando un respiro profundo, Remus abrió la puerta lentamente. Se sentía bastante como cuando era un niño pequeño y había tenido una pesadilla, nerviosamente metiéndose a la habitación de sus padres con el miedo oprimiéndole el pecho e intentando poner su cara más valiente.

Hope estaba recostada en la cama, con el tocadiscos reproduciendo algún viejo tema conocido mientras leía un libro en camisón, uno que tenía desde que Remus podía recordar. Era de color rosa pálido y muy suave, y a él siempre le gustaba cómo se sentía cuando ella lo acercaba y lo dejaba acurrucarse en la cama entre ella y su padre. Deseaba seguir siendo así de pequeño.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó cuando él se detuvo debajo de la puerta, mirándola fijamente. Lucía mucho más pequeña de lo que él recordaba. Había sido más alto que ella desde que tenía catorce, pero ella se veía frágil. Su cabello no estaba tan brillante como solía estarlo, él podía notar ahora que lo había liberado de la trenza, y también había círculos oscuros debajo de sus ojos, lo que irónicamente, hacía que él luciera más como ella a que su padre—. ¿Remus?

Remus quitó esos pensamientos de su cabeza y se aclaró la garganta.

—Lo siento es sólo que… Día largo. —Miró alrededor de la habitación, a cualquier lado que no fuera a ella. Todo seguía siendo igual a como era cuando él era pequeño—. ¿Dónde está papá?

—En su estudio. —Ella suspiró, sonriéndole—. Ya sabes que no puede leer mientras tenga música sonando. Regresará pronto. —Sus ojos lo estudiaron por un momento, la frente arrugándose con preocupación—. ¿Estás seguro de que estás bien, cariad?

Incapaz de encontrar su voz, Remus se limitó a asentir con rigidez y se movió incómodo sobre sus pies.

—Ven aquí, Mabi fi —dijo su madre, tirando de la manta hacia atrás y palmeando el lugar de la cama a su lado.

Sin titubear, Remus atravesó la habitación en dos zancadas rápidas y se subió a la cama, donde el brazo de Hope lo envolvió y jaló de él más cerca para que pudiese hacerse un ovillo a su lado con el rostro en su pecho y dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta que estaba sosteniendo. Sintió que la mano de ella empezaba a acariciar su pelo y le besó la parte superior de la cabeza.

Apretó los ojos y respiró profundamente varias veces, inhalando su aroma y grabándolo en su memoria; madre selva, jabón de marfil y hogar.

—Está bien, amor —ella murmuró suavemente.

Él no quería decirlo, se dijo a sí mismo que no se suponía que lo hiciera porque él tenía que ser más fuerte que eso, pero se le escapó de todas formas—: Tengo miedo, mamá.

—Oh —ella dejó salir—. Mi pequeño valiente…

-o-o-o-

Tengo miedo, mamá. —El niño de cuatro años se aferraba desesperadamente al camisón rosa pálido de su madre, con lágrimas que manchaban la parte delantera mientras ella le acariciaba el cabello.

Mi pequeño valiente. —Suspiró Hope. Levantó la mirada hacia la ventana en la habitación donde la luna casi llena colgaba desde el cielo, llenando la pieza de luz y a su hogar con temores desconocidos—. Estarás bien, cariad. Terminará antes de que te des cuenta. Eres un chico tan fuerte y valiente, Remus. —Ella acarició su espalda formando círculos, intentando calmar el llanto violento de su hijo aterrorizado—. Shh, respira, cariño. Respiraciones profundas. Inhala. —Ella lo hizo primero para enseñarle al pequeño a hacer lo mismo—. Y exhala. Muy bien, bebé.

Remus sorbió por la nariz e hipó durante unos minutos antes de levantar la vista hacia ella. Después de sólo un mes desde que le habían mordido, todavía le sorprendía ver el ámbar brillante, aunque ahora eran casi amarillos con la luna llena a sólo una noche de distancia, cuando solían ser de color marrón chocolate intenso.

N-no puedo… No quiero ir allí abajo solo —rogó desesperadamente—. P-por favor, mamá. No me dejes allí solo.

Le dolió su corazón. ¿Qué podía hacer? Este era su único hijo, su bebé, sólo a semanas de su quinto cumpleaños y le rogaba para que no lo encerraran en el sótano de su casa. Era por su propia seguridad, y la de todos los demás a su alrededor. Lyall se había esforzado mucho durante el último mes para asegurarse de que hacía todo lo posible, con y sin magia, para asegurar el espacio lo suficiente como para contener al niño durante su transformación a un animal salvaje.

Contuvo el escalofrío que amenazaba con recorrer su cuerpo al pensar en su dulce e inocente hijo de esa manera. Su hijo no era el monstruo que el mundo vería en él, que él mismo ya temía que fuera. En cambio, tomó aire y le limpió las lágrimas de las mejillas con el pulgar.

Remus, escúchame bien —dijo ella firmemente—. Van a haber veces en tu vida donde no podré estar donde tú estás… ¡Ah! —Levantó un dedo y le dirigió una mirada de advertencia mientras sus ojos se abrían temerosamente y gemía—. Así es la vida, mi amor. Pero te prometo, Remus, que siempre estaré contigo. ¿Lo entiendes, cariño?

Sí, mami…

Buen chico. Ahora, no tengas miedo. Todo saldrá bien, y estaré aquí en la mañana cuando despiertes.

-o-o-o-

—Sirius es un joven muy amable —bromeó Hope, haciendo que la cabeza de Remus se levantara rápidamente de donde la había tenido escondida en su pecho—. Y bastante apuesto.

Remus sintió que sus mejillas se acaloraban y se rio incómodamente.

—Sí, lo sé. —Rodó los ojos—. Todos lo saben. No sé qué hace conmigo.

Las cejas de Hope se levantaron, casi desapareciendo en su cabello.

—Remus John Lupin, puede que sea un poco parcial, pero tú también eres bastante guapo, sabes.

Remus gruñó.

—Mamá…

—Estoy segura de que Sirius está de acuerdo conmigo. ¿Debería llamarlo para que venga y preguntar…?

—¡Mamá!

Hope se rio y besó su frente.

—Deberías ver la forma en la que te mira, Remus. —Le sonrió, quitando con suavidad el cabello de su cara—. Ese chico te adora, sabes. Puedes sentirlo viniendo de él, ¿verdad?

Remus sintió que el corazón le daba un vuelco y miró fijamente a su madre, que le miraba de una forma que nunca antes había hecho, como si le leyera la mente y encontrara cada una de sus inseguridades y dudas. Todo lo que lo hizo querer alejar a Sirius de él por lo que era, dejar que Sirius encontrara a alguien más, a alguien mejor, a alguien humano. Ella podía verlo en él y le decía que lo dejara ir. No era el monstruo que él creía que era y ella lo amaba, su padre lo amaba, Sirius lo amaba.

—No tengas miedo, Remus.

Se quedó en la cama de sus padres por un rato luego de que escuchó que el agua en el baño se detuvo. Finalmente se levantó una vez que su padre entró y se despidió de ambos. Aún podía sentir los ojos de su madre sobre él mientras se iba hasta que cerró la puerta. Para ser una muggle, Hope Lupin definitivamente tenía unas habilidades increíbles de legilimancia.

Perdido en sus pensamientos, casi dio un salto cuando entró a su propia habitación y vio a Sirius recostado en su cama, sin camiseta por supuesto, en sus pantalones de pijama.

Sirius se rio y arqueó una ceja.

—¿Estás bien, Moons? Pareciera que hayas visto a un boggart.

Remus parpadeó unas cuantas veces, luego rio y asintió con la cabeza.

—Sí. —Sonrió—. Sólo que es raro verte aquí, ¿sabes? —Cerró la puerta cuidadosamente detrás de é y se dirigió a su vestidor, sacando una camiseta y un pantalón. Había una sensación de pesadez en el aire que Remus no podía ubicar. Era como una atracción gravitatoria, casi como la que sentía en los días previos a la luna llena, como si algo intentara salir de él.

—¿Remus?

—¿Uhm? —No se giró para mirar a Sirius. Su pecho se sentía apretado, se sentía vulnerable y aterrorizado por la furiosa tormenta de emociones que se acumulaban en su interior, amenazando con escapar.

—Remus, ven aquí. —Aunque la voz de Sirius era amable, no era una petición. Se giró lentamente y caminó hacia la cama.

Sirius lo miró con los ojos llenos de preocupación, y tomó a Remus suavemente por la muñeca, tirando de él hacia la cama. Al igual que había hecho con su madre, Remus se acurrucó inmediatamente contra el pecho de Sirius. A diferencia de lo que había hecho con su madre, no se resistió a que las lágrimas cayeran mientras enterraba la cara en el cuello de su novio.

Sirius no dijo nada, ignorando la humedad en su pie y acariciado con sus dedos el pelo de Remus.

Remus suspiró, tocando con la nariz el punto del pulso de Sirius donde podía sentir la cicatriz que le había hecho allí en octubre. Normalmente la evitaba. Normalmente le hacía encogerse y retroceder, recordándole que era un monstruo y que había herido a la persona que más amaba. Lo asustaba.

No tengas miedo.

Presionó sus labios contra su piel.

Ese chico te adora.

Le besó una y otra vez hasta que oyó a Sirius emitir un suave y casi canino gemido y echó la cabeza hacia atrás, exponiendo más su garganta. La lengua de Remus salió disparada, recorriendo la marca y ambos se estremecieron. Sirius rodó sobre su espalda, poniendo a Remus encima de él, todavía lamiendo y besando su cuello.

Remus buscó a ciegas en la mesita de noche hasta que encontró su varita y apuntó a la puerta, lanzando un hechizo silenciador y de bloqueo y tirando la varita a un lado. Se sentó y sus ojos se cruzaron brevemente, ambos comprendiendo en silencio lo que estaba sucediendo y luego Sirius se apresuró en quitarle a Remus la camisa.

Sus bocas chocaron en un beso hambriento y desesperando mientras sus manos recorrían el cuerpo del otro. Remus bajó las caderas, sintiendo a Sirius caliente y duro bajó él y ambos gimieron. Luego, su boca volvió a estar en el cuello de Sirius, saboreándolo allí, sintiendo el pulso en sus labios y en su lengua, mientras sus manos encontraban la cintura del pantalón del pijama y lo bajaban de un tirón cuando Sirius se ocupó de desabrochar sus vaqueros y ayudaba a Remus a quitárselos.

Sirius jadeó cuando la mano de Remus lo envolvió, acariciando y apretando con la presión justa mientras una de las rodillas de Remus se deslizaba entre los muslos de Sirius para abrirle las piernas.

—Remus…

Gruñó y mordió el hombro de Sirius. Sentía que todos los nervios de su cuerpo ardían, el sabor de la piel de Sirius lo hacía sentir casi borracho de deseo. Lo necesitaba tanto que estaba seguro de que moriría si se detenía.

—¡Remus!

La urgencia en la voz de Sirius fue suficiente para que Remus se detuviera, aunque de mala gana. Se apartó lo suficiente como para mirar a su pareja, para encontrarse con sus ojos, que estaban oscuros de lujuria pero también contenían una pregunta muy seria.

—Remus —Sirius enfatizó con su nombre. Su nombre. No el de Moony. Una de las manos de Sirius subió para tomar su rostro, devolviéndolo a la tierra por el momento—. ¿Estás seguro?

La respiración de Remus era pesada y temblorosa. Se lamió los labios, mirando fijamente al otro chico. Nunca había deseado nada tanto como lo hacía ahora.

Asintió con la cabeza.

—Estoy listo.

Sirius se levantó para juntar sus labios.

—Entonces soy tuyo.

Mío.

Con otro gruñido bajo, Remus volvió a apretar a Sirius contra la cama, haciendo que el chico de pelo oscuro gimiera mientras sus brazos se enredaban en la espalda de Remus. Él buscó de nuevo su varita para realizar un hechizo lubricante, cubriendo sus dedos con un líquido frío y resbaladizo antes de bajar su mano entre las piernas de Sirius.

Era difícil controlarse al sentir el calor apretado alrededor de sus dedos. Las ganas de sacarlos y simplemente hundirlos en su interior eran abrumadoras, especialmente cuando Sirius gemía y suspiraba bajo él.

Lentamente. Se recordó a sí mismo. Esto no iba a ser de la misma forma que era siempre, y debía mantenerse en control.

Ambos gimieron cuando Remus finalmente empujó, hundiéndose profundamente en su interior. Se quedó quieto, con todo el cuerpo temblando. Sentía que el lobo que llevaba dentro intentaba apoderarse de él y apretó la mandíbula.

Estás consiguiendo lo que quieres. Pensó con firmeza. Pero lo haremos a mi manera.

Y de repente se sintió a gusto.

Sirius volvió a tirar de él para darle un beso, con su lengua recorriendo el labio inferior de Remus hasta que éste abrió la boca para permitirle entrar.

Remus comenzó lentamente, pero luego las caderas de Sirius comenzaron a encontrarse con las suyas, instándolo a ir más rápido.

—Más…

Remus arrastró sus labios a lo largo de la mandíbula de Sirius, sintiendo el rasposo vello facial, moviéndose para abajo.

Hazlo.

De nuevo, la cabeza de Sirius se inclinó hacia atrás, ofreciéndose, sometiéndose.

Remus dejó escapar un gemido que se convirtió en un medio sollozo cuando sus labios volvieron a encontrar el punto de pulso de Sirius, y el miedo empezó a aparecer de nuevo.

—Está bien, Remus… —escuchó vagamente a Sirius decirle—. Puedes hacerlo… Te amo, Remus.

—Te amo, Sirius.

Mordió.

Un líquido cálido y cobrizo le llenó la boca y sintió que el cuerpo de Sirius se ponía rígido bajo él, sintió las uñas de Sirius clavarse en su espalda y le oyó jadear y gemir.

Detente. Detente. Detente.

Lo estaba dañando. No podía hacer eso.

—E-está bien, Remus —la voz de Sirius interrumpió la del pánico en su cabeza—. No te detengas. Te amo... ¡Oh!

El cuerpo de Remus sufrió una descarga que nunca había sentido antes y estaba seguro de que Sirius también la había sentido. Gimió contra la garganta de Sirius, y sus caderas se movieron más rápido mientras todo su cuerpo sentía un cosquilleo y un zumbido. Se sentía caliente, drogado y completo y no quería que esa sensación desapareciera. Metió la mano entre sus cuerpos para acariciar la erección de Sirius meritas liberaba su cuello, lamiendo la sangre de la herida que tenía allí.

Cada uno de sus sentidos se agudizó al sentir que la presión aumentaba en su interior, como si lo sintiera multiplicado por dos.

De verdad sentía todo multiplicado por dos.

Podían sentirse mutuamente en cada partícula de sus cuerpos.

Pareja.

El lobo aullaba en su interior y por una vez no le aterraba. Se sentía bien. Y Sirius también lo sintió, sabía que lo hizo.

Ambos se corrieron con el orgasmo más intenso que ninguno de los dos había experimentado nunca y el cuerpo de Remus se rindió, agotado, desplomándose encima de Sirius.

Se quedaron así, enredados y sudando y jadeando y todavía zumbando por todas partes.

—¿S-sentiste eso? —preguntó Remus sin aliento.

—Joder, Remus, sabes que lo hice.

Ambos rieron, girando la cabeza para mirarse, demasiado cansados para moverse mucho más. Los ojos de Remus se detuvieron en la mordida oscura y roja contra la piel pálida e impecable. Sonrió y levantó la mano para trazarla con la punta del dedo.

—Eres mío… —susurró.

Sirius le cogió la muñeca y se llevó la mano a sus labios para besarle.

—Siempre he sido tuyo, Remus.