Desde su muerte lo observaba sin que él lo supiera. Su hermano mayor había conseguido seguir con su vida y aunque tenía sus tormentas de nostalgia por la tierra que lo había visto nacer, podía sobrellevarlo con su gente. La medicina lo había llevado a centrarse en su trabajo, en la gente que quería ayudar y al estar libres de la persecución del gobierno, podía dedicarse a ellos. Desde entonces, tampoco volvió a usar la espada. Sayo se sentía feliz de verlo así. A pesar de todo, siempre había admirado su fortaleza y la tenacidad para cumplir con sus objetivos, incluso, uno que no había planeado, pero que llevaba de maravillas.

Shouzo al igual que su hermano, había logrado manejarse mejor. Aunque al principio le había costado por el hecho de no tener a nadie a quién proteger directamente. Él siempre había sido el guardaespaldas de Sayo, desde aquel día que lo encontró herido en la calle y lo ayudó. Ahora que ella no estaba, le estaba costando encontrar su camino, por suerte, lo halló en la iglesia, ayudando a los fieles y encargándose de todo ahí, desde la limpieza hasta el mantenimiento. Era bueno para los trabajos manuales y realmente, podía sacarle provecho en eso.

Sin embargo, en su pequeña isla, había alguien que no la estaba pasando nada bien. Sayo iba a verlo a diario y seguía aquella expresión contrariada en el rostro; un deseo que moría en su mirada todos los días; la angustia que se reflejaba en los ojos cafés y los oscurecía.

Ella como fantasma no podía hacer nada por él. Quería, lo intentaba con todas sus fuerzas, pero era un simple espíritu que no tenía permitido interactuar vivos. Así, ella sólo podía verlo abatido, sin tener interés en nada. En parte, ella agradecía que hubiese dejado de beber y apostar, pero… no quería que fuera por algo como eso.

Sanosuke deambulaba como alma en pena por Tokyo y no se quedaba en ningún sitio. Tsukioka había ido al dojo Kamiya a buscarlo, sin encontrarlo desde hacía una semana. No pasaba por casa o se iba a dar largos paseos, sobrio, dolido, con la angustia en las encías, apretando los dientes para no expresar ese dolor y volverlo más real.

Impaciente, Sayo lo siguió hasta el bosque, en el lago de las luciérnagas. Estaba atardeciendo y a pesar de su dolor, de la impotencia de no haber podido hacer nada para salvarla, Sanosuke veía el paisaje con una expresión de calma. Con las últimas luces del día, las luciérnagas comenzaron a emerger de entre la hierba y a flotar por encima de su cabeza, parpadeando las luces de la noche y sus reflejos en el agua, se había vuelto un espectáculo precioso de contemplar para los dos, quienes estaban tan cerca y tan lejos.

—Sé que te habría encantado verlo —dijo Sanosuke al aire, suspiró y metió las manos en los bolsillos, volteando mientras cerraba los ojos. El olor de la hierba y de las flores que se abrían en la noche comenzaba a inundar sus fosas nasales. Pronto recordó el perfume que tenía Sayo y que no había conseguido volver a sentir en ningún otro sitio: ella olía a incienso y a jazmín. Una esencia fuerte y a la vez, amable, tal como era ella.

Caminó, volviendo sobre sus pasos. Ella quería evitar que se fuera, quería decirle que estuvo ahí, que lo había visto todo y que veía su tristeza colmar sus poros y apagarlo lentamente.

—Sanosuke —dijo ella observando el kanji de su espalda mientras se perdía en la oscuridad del bosque. Agobiada por tantos sentimientos que no podía expresarle, Sayo cerró los ojos, se puso de rodillas y juntó sus manos, rezando. Desde que había fallecido no había vuelto a hacer algo como eso, pero ahora, no tenía más opciones. El Dios tan bondadoso y poderoso que ella veneraba tenía que ayudarla de alguna manera. Lo había hecho con su familia, con su gente, hasta con ella misma a quién le había dado el descanso y el don de la vida eterna en los cielos después de su larga y dolorosa enfermedad. Sólo que ahora, necesitaba pedirle un favor más, tan sólo uno para que pudiera dejarlo continuar con su vida y encontrara la felicidad— si hay una sola cosa que puedo desear, sólo quiero que seas feliz, Sanosuke —murmuró persignándose después de terminar con su oración. Apretó el collar y delineó el grabado de éste con sus dedos y desapareció dejando solo a las luciérnagas volando sobre el agua.

Por la mañana, Sanosuke fue al dojo Kamiya a comer. Desde hacía varios días que estaba más que quebrado y era su último recurso para tener algo en el estómago. Él, como de costumbre, entró a la casa y se sentó molestando a Yahiko. Kenshin lo recibió con una sonrisa mientras terminaba de hacer la comida. Kaoru renegaba por algo a lo que él no le prestó atención, más, se sintió bien de volver a tener un rastro de normalidad en su vida, aunque fuera por poco. Él mismo no lograba organizar sus pensamientos y poner en orden sus propios sentimientos. Había mucho que había querido decir, que quería hacer por Sayo. Incluso, todo aquello que le había contado y lo que había prometido sin poder cumplirlo. La muerte siempre se presentaba de la misma manera; cruel, incierta, llevándose lo que más quería cuando más lo necesitaba. Y por eso, él mismo se negaba a tener una actitud depresiva, pero… en esta ocasión él no era capaz de lidiar con la perdida.

—Kenshin, podemos vender esto —dijo Kaoru llegando a la sala con un lienzo pintado. Era un monte con una inscripción y varias personas flotando encima. Una fuerte ventisca sopló y arrastró el lienzo de las manos de Kaoru estampándolo contra la cabeza de Sanosuke. Él se lo quitó a punto de pelear con la mujer cuando leyó lo que estaba escrito en él: "monte de las ánimas. La despedida de dos almas que se aman" y se podía apreciar bien el dibujo de un abanico y una espada.

Como si el tiempo se le acabara, Sanosuke agarró el lienzo y lo tiró sobre la mesa, diciéndoles que tenía que marcharse.

—¿Y a éste qué le pasa? —preguntó Yahiko asomándose a ver el pasillo, perdiendo de vista a Sanosuke.

Ninguno supo qué responder.

Sayo, quién estaba en la puerta observándolo desde que llegó, sonrió. Era lo único que podía hacer y esperaba que funcionara. Temía que pudiera ser sólo una leyenda, pero era todo lo que había encontrado por su cuenta. Un fantasma no podía moverse a gusto por el mundo de los vivos, así que encontrar aquello había sido un milagro, una especie de señal en respuesta a su suplica. Y esperaba poder cumplir con lo único que quería.

Sanosuke corrió cuesta arriba. Estaba empapado en sudor para llegar al sitio. Si era el mismo lugar de la pintura, creía que sabía donde se encontraba, pero ya llevaba más de media hora corriendo y todavía lo veía lejos. Se tomó unos minutos para descansar, recuperar el aliento y seguir hasta la corriente de un riachuelo para tomar agua y empapar un poco su rostro con el frío líquido y recuperar energías. Lo necesitaba demasiado. Respiró tranquilo unos minutos, cerrando los ojos y esperando que el ritmo de su corazón se calmase cuando el viento frío lo hizo tener un escalofrío. Se sentó y miró hacia los lados y luego, al cielo. Las nubes cubrían el cielo y evitaban los rayos del sol. Y apresurado y desganado como estaba, quería aprovecharlo. Así que se puso de pie y comenzó a correr de nuevo, tan rápido como sus piernas eran capaces de ir, sólo tenía una meta y tenía que cumplirla antes de terminar el día, ¡Cómo fuera!

Casi cuarenta minutos más tarde, finalmente llegó al pie del monte, donde veía un pequeño templo en el que había un jarrón con flores secas y un cuenco de inciensos volteado, con las cenizas esparciéndose alrededor.

—Sayo —jadeó secándose el sudor con el dorso de su mano y mirando hacia los lados. Desesperado, comenzó a caminar, volteando y girando esperando ver algo, esperando conseguir una simple prueba de que ella estaba ahí, ¡la que fuera! Lo necesitaba— ¡Sayo! —gritó más fuerte una y otra vez. Con el rostro compungido, los músculos adoloridos y las palabras atoradas en la garganta, cayó al suelo, dando un puñetazo tan fuerte que resquebrajó la tierra y abrió grietas tan profundas que nadie pensaría que había sido un simple hombre el que lo había hecho— es una tontería —se rio con tanta tristeza que podría haber empezado a llorar en ese momento, donde la risa ocultaba las lagrimas y sólo camuflaba sentimientos.

—No lo es —dijo Sayo. Desde hacia rato que ella intentaba hablarle, de manera desesperada, intentaba hacerle llegar, aunque fuera una sola palabra a Sanosuke. Pero tal y como ella lo había temido, todo parecía ser un bonito cuento que haría soñar a los más risueños y nada más. Sin esperanzas le había hablado y al ver que Sanosuke había levantado la cabeza y fijado su mirada en ella, todo se detuvo.

—¿Sayo? —preguntó él con miedo y se frotó los ojos intentando cerciorarse de que era real lo que estaba viendo. Él le tenía terror a los fantasmas, pero ahí estaba, frente a su fantasma sin temor, esperando que fuera real y no un simple sueño.

Ella asintió con la cabeza y volvió a hablar.

—Sí, soy yo. Sanosuke —sonrió y lo vio acercarse y abrazarla. La sorpresa había llegado tan rápido a los dos al saber que podían tocarse y verse en aquel sitio. No tenía idea de por cuánto tiempo fuera, pero en esos instantes, debían disfrutar de lo poco que se les había concedido a los dos: la despedida.

—Siento no haberte podido proteger —le dijo Sanosuke abriendo los ojos y corriendo unos mechones de cabello del hombro de Sayo. Delineó su cara con la yema de sus dedos y se perdió en sus ojos color aceituna una vez más. Aquella mujer era hermosa y lo traía loco.

—Me hiciste feliz el poco tiempo que estuvimos juntos. Hiciste más de lo que te imaginas —aseguró ella sosteniendo su mano contra su rostro— Sanosuke, es hora de que sigas con tu vida. Yo estoy bien. Ahora, tú también debes buscar esa felicidad.

—Sayo…

Ella se acercó a él y le dio un beso en los labios, un corto beso que se sintió cálido y dulce al tacto; efímero y precioso.

—Te amo —se confesó ella— no pude decirlo antes. Siempre te voy a amar.

Él la sostuvo entre sus brazo soy volvió a besarla, algo que había deseado hacer desde hacia tiempo y que la vida no les había permitido, pero que la muerte les concedía.

—Pero es hora de irme —escuchó la voz de ella. el tiempo se les estaba acabando. El sol volvía a erguirse en el cielo y de pronto, Sanosuke quedó abrazando a la nada, con unas lágrimas rodando por sus mejillas.

—También te amo. Espérame —le dijo corriendo sus lagrimas y metiendo las manos en los bolsillos, guardó los sentimientos en un rincón de su corazón y volteó regresando a casa con una liviandad en su cuerpo que no había sentido antes.

De vez en cuando, volvía al monte, esperando verla, aunque ya no con aquella desesperación en su cuerpo, sino con la calma y la certeza de que tenía algo nuevo para contarle desde que la había dejado marchar.


¡Hola, gente linda! ¿Cómo están? Los juegos del hambre son brutales y yo estoy aprovechando a sacar todos mis ships para el evento. No podía faltar Sayo y Sanosuke en este caso (inserte corazón aquí)

Reto: En el fondo del prado (Deep in the Meadow)

【Medio】Es hora de decir adiós, la despedida entre tu personaje y sus seres amados.

Porque hay que sumar contenido a esta ship (lluvia de corazones)

¡Un abrazo!