Los últimos rayos del sol se asomaban entre las nubes, pronto la luna tomaría su lugar en el cielo oscuro. Terminé de corregir los últimos trabajos de los niños tontos de primero, dejé todo en orden y me dispuse a tomar mi capa e irme a casa.

Me introduje a la chimenea, pronuncié mi destino y las llamas verdes me envolvieron. Aparecí en el salón y de forma no verbal encendí las luces.

Me serví un vaso de whisky de fuego. Uno a uno fuí desabrochando los botones de mi levita, a la espera de su llegada. Me arremangue las mangas de la camisa blanca y como siempre observé la marca tenebrosa, ya no tan vívida como en años anteriores.

De pronto la puerta principal fue abierta, la estancia fue inundada por el aroma a flores. Tomé de un trago lo que quedaba del whisky de fuego y me encamine al encuentro de ella...

Cuando llegué al salón, la castaña colgaba su abrigo color beige en el perchero. Mis ojos recorrieron las curvas que el vestido color borgoña dejaba a la vista de cualquiera. Su cabello lo llevaba sujeto en una trenza con unos cuantos mechones rizados por fuera de esta. Y las sandalias color negro, la hacían ver más alta y esbelta.

- Hola nena...- saludé y ella me regaló una hermosa sonrisa.

Sus tacones resonaron en el suelo de madera al caminar hacía mí. Envolvió sus brazos en mi cuello y junto sus labios color carmín con los míos.

- Hola Severus...- respondió luego de terminar el beso- ¿Qué tal tu día?

- Lo mismo de siempre, soportar la ineptitud de esos niños terminará por volverme loco.

- No creó que sea para tanto- dijo con una sonrisa burlona.

- No te atrevas a burlarte de mí, chiquilla insolente- le exigí- o tendré que castigarte.

Enarco sus cejas y sonrió de medio lado. Llevé mis manos a su cabello y lo solté de la trenza, sus rizos saltaron libres y el aroma a flores se desprendió aún más.

Esta vez fuí yo quien junto nuestros labios, demandante, exigente... Jamás me saciaría de ellos. Ella siguió mi ritmo introduciendo su lengua en mi boca.

La cargué y ella envolvió sus piernas en mi cintura. Emprendí el camino hasta la habitación, la misma que ha sido testigo de nuestros encuentros al caer la noche...

La ropa comenzó a estorbar y cada prenda voló de un lado a otro... Mi camisa, su vestido, mi pantalón, sus sandalias... Quería despojarla de todo lo que fuera un impedimento para tocar su piel.

Esto era prohibido, lo sabíamos perfectamente, sin embargo, no había arrepentimiento, o por lo menos de mi parte, así era.

Ella era el fruto prohibido que probaría las veces que se me diera la gana... Ella era el pecado que jamás confesaría... Ella era la razón por la que la lujuria despertaba en mí...

La habitación se caldeo, los gemidos llenaron el silencio y la pasión fue el detonante de un clímax que culminó con un te amo entre jadeos y sudor recorriendo nuestra piel...

Me levanté con cuidado de la cama para no despertarla, me coloqué la ropa interior y mi camisa que había quedado sobre la mesita de noche.

Encendí un cigarrillo y le dí una fuerte calada, mis ojos recorrieron la habitación casi en penumbras, pues esta era iluminada por la luz de la luna.

Mi recorrido se detuvo en la cama, especialmente en el cuerpo desnudo de la mujer que dormía plácidamente seguramente exhausta luego de una intensa sesión sexual...

Dí otra calada al cigarrillo y me deleite en la piel canela que brillaba por la luz que se colaba por entre la ventana, su cabello rizado esparcido por la almohada, más enmarañado que de costumbre luego de haberlo acariciado con mis manos desprendiendo su aroma a flores... Ese aroma que me embriagaba y me hacía perder mis sentidos.

Sus labios aún rojos, después de besarlos y morderlos, tomando de ellos su sabor dulce y cálido, esas piernas torneadas que recorrí con ímpetu queriendo tatuar cada caricia... Para que no quedará duda que ella es mía.

Dí la última calada al cigarrillo y el cuerpo sobre la cama se removió, abriendo sus ojos que se conectaron con los míos... Marrón contra negro.

Rápidamente se levantó y buscó su ropa que estaba esparcida por el suelo. Una vez vestida, con pasos vacilantes se acercó hasta mí...

- Creó que deberías irte, él te espera...- rompí el silencio que siempre se instauraba a la hora de la despedida.

Ella asintió y dejó un beso en la comisura de mi boca, dejándome con el resquicio de su aroma bailando por toda la habitación.

Así eran mis noches, compartir el amor de una mujer con otro... Caer ante ella, Hermione Granger...

Ella y sus besos...

Ella y sus caricias...

Ella y sus te amo...

Ella y el otro...

¿Muy conformista de mi parte? Yo también lo creó, la sangre me hierve cada vez que ella se va y aunque no me arrepiento de nada de lo que ha pasado, quisiera tenerla para mí, siempre... Completa, sin saberla de otro y mía también, sin tener que ahogar mis sentimientos en whisky de fuego.

¿Debo pedirle que lo dejé? Es lo más lógico, pero sé perfectamente cuál sería su respuesta... Tan desinteresada con ella misma pero tan caritativa con los demás...

Recuerdo la noche en que la encontré llorando en un pasillo solitario de San Mungo... El corazón se me quebró al verla tan triste y desolada. En ese instante, no supe explicar las sensaciones que me hizo sentir al envolver su pequeño y frágil cuerpo entre mis brazos.

- Está muriendo...- balbuceo entre hipidos por el llanto- Ronald está muriendo.

Se abrazo un poco más, si es posible, a mí. Mi levita quedó empapada por el mar de lágrimas que surcaban su rostro.

Alguna palabra de consuelo no salió de mi boca, pues no sabía qué decir exactamente. Así que me quedé en silencio, abrazándola y prometiendo en silencio que la cuidaría.

Yo ya la amaba, y aproveché la enfermedad de su esposo para acercarme a ella... Poco a poco me fuí ganando su corazón, sus sonrisas, las pláticas que al principio se enfocaban en buscar una cura para el afectado corazón de Weasley, pero luego se fueron tornando a aspectos más personales...

Su matrimonio iba debilitándose y nuestra relación iba fortaleciendose...

Sólo debía esperar un poco más... Esperar que el tercero en la ecuación desapareciera... Mientras tanto, nuestro amor seguiría siendo un secreto que sólo debía salir, al caer la noche...